Cuentos De Intriga / Carolina-Dafne Alonso-Cortés
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CUENTOS DE INTRIGA CUENTOS DE INTRIGA Carolina-Dafne Alonso-Cortés Edición literaria y Prólogo: Paloma Lázaro KnoSSos KnoSSos, Colección de misterio © 2005, Carolina-Dafne Alonso-Cortés Avda. Ciudad de Barcelona 110, Bº A 28007 Madrid www.knossos.es [email protected] ISBN 84-922246-2-2 Depósito Legal: M. 19394-2005 Printed in Spain. Diseño de cubierta: Paloma Lázaro “...Y levantando los techos de los edificios, por arte diabólica, te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa. Mucho nos podremos entretener por acá, y más si pones los ojos en aquellos dos ladrones que han entrado por un balcón en casa de aquel extranjero rico, con una llave maestra, a la luz de una linterna que llevan...” LUIS VÉLEZ DE GUEVARA, “El diablo cojuelo” Madrid, Imprenta Real, 1641 Índice _________________________ Prólogo 13 _________________________ Invierno 15 La carta 17 La chapuza 19 Poleo de menta 22 Buenas noches, amor 25 El automóvil 28 El sacristán 32 Evasión 34 Un crimen horrendo 37 Muerte en el mar 39 La viuda 51 El truco 55 ¿Quiere usted ligar? 57 El seguro 60 Gemelas 62 Un amigo 66 Los mosquitos 69 La pensión 81 El timbre 84 El número cien 87 Crimen y castigo 90 La clínica 93 Hará dos años para navidad 95 Un monigote con una larga nariz 98 La modelo 113 Un funcionario ejemplar 116 La sortija 119 Amor 122 Alevosía 125 La viajera 129 Puerto deportivo 132 Asesinato 145 Una dama 148 El espía 154 El claro del bosque 159 Accidente 163 Chantaje 166 Arena mortal 170 El diplomático 183 Un recuerdo inolvidable 189 Rififí 195 Desaparecido 200 Las naranjas 204 Una verdadera señora 223 La vedette 227 El testamento 233 Un mechón de cabellos rubios 236 El cumpleaños 243 El casino 249 El encuentro 257 El robo de los diamantes 266 El funcionario 270 El refugio 274 El último condenado a muerte 280 El incendio de la fábrica 285 La corrida 290 Amigos 309 El pájaro azul 317 El escorpión 329 La carrera 343 La invitada 353 La rosa 371 El robo de las joyas 383 El anticuario 402 De muerte natural 417 La farmacéutica 424 El museo 439 El quiosco chino 458 Una gargantilla de diamantes 463 La azafata de turismo 463 Feliz navidad 463 El jugador de tenis 463 PRÓLOGO Qué extraña afición es la que nos lleva a los humanos a sufrir como entretenimiento. Nos fascinan los sobresaltos, y los perseguimos, a fin de elevar el espíritu más allá de nuestras propias carencias. De ahí los espeluznantes ingenios mecánicos que llenan nuestros parques de atracciones; en algunos sólo falta que, al final del trayecto, el empleado de turno se nos marque con un descabello, poniendo fin a nuestro suplicio con pericia torera. O esas películas que nos invitan a deleitarnos con hígados sangrantes, brazos cortados y ojos fuera de las órbitas... saludable ejercicio para mentes y estómagos blindados. Algunos disfrutamos con emociones más sutiles, como las que inspira la lectura de relatos de intriga. Son auténticas píldoras de inquietud que nos incitan a una cierta impaciencia por conocer las eternas respuestas: ¿Quién? ¿Cómo? ¿Por qué? Nos apasiona morder el anzuelo, dejarnos arrastrar por la curiosidad, hacia un desenlace que responderá a nuestras preguntas. Jugar a detectives mientras observamos los hechos, bien acomodados en nuestros asientos, con la certeza de que al final tendremos la solución, nos guste o no. Pero la tendremos, eso es seguro. Qué extravagante es el ser humano. El relato de intriga nos hace un doble favor, pues nos conduce a olvidar la realidad presente, con la ventaja de no prolongar nuestro sufrimiento más allá de unas breves páginas. El cuento de intriga es refrescante. Como lo es el crimen presentado amablemente, si eso es posible... ¿Lo es? INVIERNO Hacía mucho frío fuera. Yo lo sabía, por eso no quería salir. No es que allí dentro hiciera calor, he de confesarlo. Pero no era lo mismo. Había estufas en los pasillos y, aunque produjeran mucho humo y lloraran los ojos, al menos los muros eran espesos y protegían de la intemperie y de la humedad del río. Bajo el puente era mucho peor. Había una neblina que empapaba hasta los huesos, haciendo que el reuma te atenazara por las noches como unos grandes alicates. Yo estaba allí por poco tiempo. Tenía un compañero de celda muy dicharachero, y por él supe que el río estaba helado. —Mal invierno —dijo, moviendo la cabeza. —Algunos no verán la primavera este año. Yo quería ver la primavera. En otro tiempo no hubiera temido al frío, pero ahora ya estaba viejo y tullido. No tenía fuerzas para enfrentarme con el exterior. —Antes era distinto —le dije. —La gente te echaba una mano. Ahora pasan de largo deprisa, como si estuvieras apestado. Al día siguiente, yo tendría que abandonar la prisión. Por más que le rogué al director que me dejara hasta el fin de semana, él no quiso oírme. Estaba empeñado en que saliera. Dijo que era la ley, y el reglamento, y algunas cosas más que no entendí. El guardián entraba varias veces al día en mi celda. Siempre me pareció el más humano de los empleados, y hasta decían que ayudaba a algunos reclusos con dinero de su bolsillo. Eso ya no lo sé con seguridad. —Es una buena persona —decían todos los compañeros. Vivía cerca, y de mañana su esposa y un niño pequeño lo acompañaban hasta la cárcel. Luego, ella le llevaba a mediodía una fiambrera con comida, y los oíamos hablar. Al niño lo vi muchas veces; era un chiquillo muy gracioso, tenía los ojos azules y unos rizos dorados. En verano, su madre lo llevaba a bañarse en el río. Fue allí donde yo lo conocí. El padre y yo habíamos hecho amistad. Me preguntó por mi familia y mis cosas y, como no quise contestarle, él me estuvo contando cosas de su niñez. Aquella mañana, la última de mi estancia en la cárcel, sentí que abría la puerta de la celda con llave. —Puedes marcharte —dijo. —¿Y si no quiero? —Si no quieres, también te vas a marchar. Son órdenes del director. No puedes estar más tiempo aquí, sólo por un atraco callejero. —¿No podría aguardar al final del invierno? —pregunté. —Hace mucho frío ahí fuera, y no sé si podré resistirlo. Él me miró con sus ojos azules. —Lo siento —dijo. —Pero tienes que irte. Me pareció inútil discutir. Era un funcionario honrado y no había forma de convencerlo, y menos de sobornarlo. Cuanto más, que yo no llevaba una sola moneda en el bolsillo. —Toma tus cosas —dijo él. La vi brillar en su mano. Era una navaja pequeña, casi un mondadientes. A un niño lo hubieran dejado jugar con ella. —Toma —dijo. —No te la olvides, te puede servir. La cogí de su mano. No pudo decir más, pero chilló. Un momento después, su ojo derecho se había convertido en una masa sanguinolenta. —Lo siento, amigo mío —dije. —Sabes que te aprecio de veras, pero hace frío y no quiero salir. Hoy me han dicho que está muerto. Y aunque lo juro, nadie quiere creerme: yo no quise hacerle tanto daño. No quise atentar contra su vida. Pero las cosas, algunas veces, se ponen así. LA CARTA Cuando la mujer recibió la carta había terminado de preparar unos huevos revueltos con guisantes y tacos de jamón. Era de edad madura, y hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una verdadera felicidad. Ya, casi, ni la deseaba. Oyó el sonido de las llaves en la cerradura, y a continuación la voz adusta de su esposo: —Esta carta es para ti. Estaba en el buzón. Él era un hombre de aire malhumorado. Antes de entregársela miró el remite, pero no lo tenía. Mientras se quitaba el abrigo le estuvo diciendo como siempre lo mal que se había encontrado durante el día, y que iba a pedir la baja, porque estaba demasiado débil para trabajar. Según dijo, sólo se mantenía en pie gracias a un trago de cuando en cuando. —No hace falta que te disculpes —murmuró ella. —Te conozco bien. Estaba harta de escuchar a diario su sarta de quejas, cuando acudía a la casa con un sospechoso olor en el aliento. Pero al fin y al cabo tenía que aguantarlo porque era su marido. Él se dejó caer en un viejo sillón. —Te crees muy lista —dijo. —La mujer perfecta. Fue cuando ella examinó la letra del sobre que tenía en la mano. —Dios mío —se estremeció. Su corazón comenzó a latir fuertemente. Hacía tantos años que no había visto aquella letra y, sin embargo, la reconoció al instante. Estaba tan alterada que él lo notó, y dijo con el ceño fruncido: —Vaya, tenemos secretos. ¿De quién es, si puede saberse? Ella dudó antes de contestar: —No es nada de particular. Es una nota del tendero. Creo que le he dejado algo a deber. Para disimular su nerviosismo fue hacia la cocina y volvió con una bandeja. —Aquí tienes la cena —indicó. —Tómala antes de que se enfríe. Volvió a la cocina y abrió con manos trémulas el sobre, mientras su cerebro confuso trataba de hallarle una explicación a aquella carta. Porque, después de tantos años, estaba reviviendo escenas que no recordaba siquiera. —Es su letra, no hay duda —se dijo, mientras su vista se nublaba. Era la letra de su antiguo novio, su verdadero y gran amor. Y haciendo acopio de todas sus fuerzas, sin siquiera sentarse empezó a leer: “Querida mía, te extrañará mi carta. Después de mucho aguardar ha surgido algo inesperado, algo muy importante para nosotros dos.