Desde Abajo Y De a Poquitos Una Entrevista Con Tania Libertad, Por
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Desde abajo y de a poquitos Una entrevista con Tania Libertad, por Pilar Núñez Carvallo Radicada desde hace más de quince años en México, Tania Libertad ha regresado muy pocas veces al país. En la anterior oportunidad -hace cinco años- Lima la había recibido con frialdad e indiferencia. Una presentación cancelada por falta de público y otra boicoteada por un apagón que sumió a la ciudad en tinieblas, la decidieron a embarcarse precipitadamente esa misma noche. Esta vez las cosas han sido diferentes. Sus presentaciones en un local barranquino lograron gran éxito, con entradas agotadas días antes y despliegue informativo, convirtiendo su visita en el acontecimiento artístico del mes. Hasta hace poco Tania seguía siendo la voz dulzona de «La contamanina», aquélla que ambienta algunas escenas selváticas de Pantaleón y las visitadoras. Sin embargo, para los que han tenido la oportunidad de verla o escuchar sus últimos discos, Tania es ya profeta en su propia tierra. Con la sencillez y franqueza de siempre, nos recibe en medio de la algarabía de un ensayo, relajada, sonriente, satisfecha, explayándose con naturalidad en esta conversación sin pelos en la lengua. - En el Diccionario del bolero figuras como «cantante mexicana de raíces peruanas». ¿Estás de acuerdo con esa definición? - De alguna manera los años más importantes de mi carrera artística los he desarrollado en México, y allá me asumen como mexicana porque no sienten que yo llegara a robarles nada. Yo llegué y empecé de cero, haciendo mis antesalas, concursando con las demás mexicanas por el mismo trabajo y me gané mi lugar, sin desplazar a nadie; y eso lo valora mucho el mexicano. Me quieren porque me vieron empezar desde abajo. No como los artistas que llegan impuestos por una disquera y de repente salen una semana completa en los medios de comunicación. No. A mí me vieron llegar de a poquitos. - Pero también ha sido importante que hayas asumido el cancionero mexicano como propio. El disco de homenaje a José Alfredo Jiménez, por ejemplo... - Claro, pero también hay que tomar en cuenta que José Alfredo Jiménez es un autor adorado no sólo por los mexicanos sino también por los peruanos. Cuando terminé ese disco recuerdo que llevé el casete a una reunión de amigos peruanos y cuando lo escucharon todos se pusieron a llorar. Ahí me di cuenta de que se han llegado a mezclar tanto las cosas que uno no reconoce las canciones por nacionalidad sino por la cercanía a su emoción, a sus sentimientos. Chabuca, por ejemplo, está muy cerca de los mexicanos. Allá aman la «Fina estampa» y «La flor de la canela». Las cantan todos los mariachis. - ¿Te defines entonces como una cantante latinoamericana? - Para mí no existen las fronteras latinoamericanas. Tanto es así que en mis conciertos hago una mezcla de todo y al final la gente termina escuchando con la misma emoción una canción peruana, venezolana o mexicana, que una ecuatoriana o argentina. Ni cuenta se dieron de que los cambié de país. - Tu segundo disco en México está dedicado a Chabuca Granda. ¿Qué recuerdos guardas de ella a trece años de su desaparición? - Fuimos muy amigas; me enseñó muchas cosas y me sigue enseñando otras. A veces he tenido que recurrir a ella para resolver algunas situaciones. Por ejemplo, su manera de vincularse con la gente por afecto. A ella nunca le importó la ideología, si la persona era de izquierda, de centro o de derecha... - Pero eso aquí no se lo perdonaban... - Como alguna vez yo tampoco se lo perdoné y después me arrepentí muchísimo. Cuando uno crece y madura se aprende a apreciar esas cosas. Recuerdo también su señorío, su elegancia, aunque yo soy de otro temple para cantar. Su obra sigue siendo de mis favoritas, y creo que se adelantó mucho a su época. Para que la entiendan, para que su obra llegue a ser realmente popular -más allá de «Fina estampa» y «La flor de la canela»- van a tener que pasar algunos años más. - Las dificultades que has tenido con el público peruano, ¿tienen mucho que ver con tu pasado izquierdista? - Yo me fui de aquí un poco preocupada por eso. Por un lado, la derecha me llamaba rabanita; por otro, la izquierda me tildaba de oportunista, ya que nunca me apegué al esquema físico ni de comportamiento de una izquierda que me desagradaba profundamente por su capacidad para dividirse. - De las cosas que te llevaste de aquí, ¿qué fue lo que más te ayudó a surgir artísticamente en un mercado tan competitivo como el de México? - Principalmente la desesperación. Yo me fui porque me sentía muy presionada por todo lo que me rodeaba. Desde una sociedad, un país, una familia, unos amigos, que a lo mejor sin quererlo estaban influyendo demasiado sobre mí, y yo no quería hacer lo que ellos querían. De repente me vi cantando cosas que no me gustaban, en lugares donde no quería estar, y me empecé a angustiar... - El medio te encasillaba... - Esta es una sociedad que te encasilla, que va delimitando tu paso por la vida, que no te permite ciertas libertades. Una sociedad muy cerrada, muy pequeña, muy chismosa. Aquí nadie quiere a nadie. Conversas con alguien y en cinco minutos te habló mal de todo Lima. Es muy duro reconocer eso, pero fue una de las cosas que más me angustiaron. - ¿Es también una sociedad muy mezquina con sus artistas? - Al artista siempre se le está regateando el elogio. Yo no podía vivir con eso y me fui a un lugar donde por un buen tiempo no iba a tener una serie de cosas, como los amigos -que los fui haciendo de a pocos-, pero que al mismo tiempo me fue permitiendo encontrarme a mí misma, hacer una relación de lo que quería realmente cantar, hacer una carrera artística más coherente y acostumbrarme a ser más consecuente y responsable. - Cuando llegas a México en el año 80, ¿tenías más o menos claro lo que querías hacer artísticamente? ¿Tenías un proyecto musical? - Tenía muy claro que yo sólo iba a cantar las canciones que me emocionaran profundamente, con una temática muy variada que podía abarcar desde las relaciones de pareja hasta la relación del ser humano con su país, los conflictos diarios, sus luchas. Todo lo que pudiera retratar al ser humano como canciones de vida. También tenía claro que quería abordar muchos géneros sin tener que estar dándole cuenta a nadie. México me entusiasmó, porque en esos momentos tenía un proyecto cultural estupendo. Te pagaban un sueldo por ir a cantar a las escuelas, cárceles, hospitales, casas de la cultura... - ¿No tenías interés por ingresar a los circuitos comerciales? - Cuando llegué a México tuve en mis manos las dos opciones. Una amiga -la actriz Carmen Salinas- me ofreció conectarme a nivel cabarets, televisión... Pero eso no era lo que yo quería. Si yo aquí salía de ese medio..., acuérdate que yo fui parte de ese mundo de oropel... - Eras incluso conductora de un programa en la televisión... - Claro, y me fui huyendo de todo eso. Para qué iba a ingresar de nuevo en ese mundo tan exageradamente competitivo que podía acabar con mis buenas intenciones. Por eso busqué la alternativa del lado cultural. Y entonces me sucedió al revés. De pronto, sin quererlo, en cinco o seis años que estaba en México me di cuenta de que había acumulado un gran público sobre la base de esos pequeños públicos cautivos que se habían ido entusiasmando con mi proyecto. En el año 86, cuando decido hacerme independiente -porque se acabaron los proyectos culturales en México-, logré llenar durante seis días el Auditorio Nacional, que tiene capacidad para 5.300 personas. Es decir, 36.000 personas con boleto pagado, cosa que no había logrado nadie hasta ese momento. Tampoco me había dado cuenta de que tenía vendidas 300.000 copias de un disco de boleros, que además lo hice porque quise y no porque estuviera de moda, porque en esa época el bolero todavía no estaba de moda. - Tu versión de «Flor de azalea» es particularmente conmovedora. ¿Cómo logras comunicar tanta emoción? - Siempre quise cantar ese tipo de canciones, porque tengo una especie de vinculación con esas mujeres trágicas: «Como espuma que inerte lleva el caudaloso río, "Flor de azalea", la vida en su avalancha te arrastró...» Me parece triste el haber hecho con tu vida algo que no querías. Construí una imagen de la «Flor de azalea» como una mujer ya madura, acabada, con hijos, un personaje que me produce mucha ternura. Esa canción simboliza para mí la frustración de muchas mujeres. - ¿De qué modo te identificas con esos personajes? - Me hace llorar la sola posiblilidad de que me pueda suceder algo así. En general me parten el alma las canciones de ruptura, de separación, de desamor, a pesar de que yo estoy llevando una vida muy tranquila con mi pareja. No acostumbro analizar las canciones. Simplemente me conmueven y eso me encanta porque me hace sentir viva. - Carlos Monsiváis, uno de los más connotados escritores mexicanos, hace la presentación de uno de tus discos de boleros. ¿Cómo fue eso? - Yo no lo conocía, y con esa ingenuidad que a veces me sirve de mucho lo llamé por teléfono y le conté que estaba por sacar un disco de boleros y que sabía de su erudición en estos temas. Le envié el casete y a los tres días me llamó para decirme que ya tenía escrita la presentación del disco. De ahí nos hicimos amigos. Es un tipo brillante, respetadísimo, muy querido allá, de los pocos escritores que tiene club de fans.