Alejandra Pizarnik Y El Siglo De Oro Español1
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151 Alejandra Pizarnik y el Siglo de Oro español1 Fernando Copello Université du Maine – Le Mans A Raquel Minian de Alfie, en Buenos Aires n esos textos conversados, tan de los años 60, que constituyen La vuelta Eal día en ochenta mundos , Julio Cortázar recuerda: ...los profesores de castellano y de literatura de nuestras escuelas secundarias conseguían el más horrendo parricidio en el espíritu de sus alumnos, insti- lando en ellos la muerte por hastío y por bimestre del infante Juan Manuel, del Arcipreste, de Cervantes y de cuanto clásico había tenido el infortunio de caer en la ratonera de los programas escolares y las lecturas obligatorias. (Cortázar, 1967, 96)2 Lo que no le impide al autor de Rayuela recuperar con amplia libertad la herencia cervantina cuando en otro texto del mismo libro nos dice: “...como si Cervantes hubiera sido solemne, carajo” (1967, 34). 3 La relación entre los escritores argentinos que producen su obra en los años 60 y la tradición hispánica es compleja y no creo que haya sido extremadamente estudiada. Esa huella está ahí, sin embargo, de manera positiva o negativa, y es uno de los gérmenes de nuestra literatura a la par del Instituto Di Tella. Es la época en que Leda y María entonan las Canciones del Tiempo de Maricastaña , son los años en que la Walsh inicia su camino hacia la literatura infantil nutrida de psicoanálisis y de herencias de Juan Ramón Jiménez.4 En ese contexto cultural se me ocurrió que podía ser interesante indagar el peso que tiene el Siglo de Oro en la obra de Alejandra Pizarnik (1936-1972). 1 Me gustaría dar las gracias a quienes me han acompañado con consejos, sugerencias y datos durante la redacción de este trabajo: Susana Artal, Ana Becciú, Sara Facio, María Elena Fonsalido y Antonio Requeni. No siempre, por motivos de espacio, he podido profundizar ciertas pistas. 2 El texto se titula “No hay peor sordo que el que”. 3 En este caso se trata del texto titulado “De la seriedad de los velorios”. 4 Sobre María Elena Walsh véanse las biografías de Alicia Dujovne (1982) y de Sergio Pujol (2011). Sobre la relación entre la juglaresa porteña y el poeta de Moguer, véase Copello (2013). 152152 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR Para ello comenzaré evocando una vieja fotografía del año 1964, cuando Alejandra contaba unos 28 años. Se trata de un retrato tomado por Sara Facio, retrato múltiple porque hay allí tres figuras que, en cierto sentido, dialogan entre sí. La escritora de Avellaneda no ocupa el espacio central sino que, ubicada a la derecha, permite ver las imágenes que constituyen el fondo: un monje del Greco cuyo rostro se confunde y se combina con el de Alejandra, un gallo dibujado por Chagall, pinchado sobre una puerta.5 En un mensaje del 24 de octubre de 2012, Sara Facio me explica que la fotografía de Alejandra fue tomada a su vuelta de París en 1964, en el cuarto que ocupaba en la casa de sus padres, en la avenida Montes de Oca, en el barrio de Barracas,6 allí donde vivió los cuatro años siguientes. Alejandra Pizarnik en su cuarto ‘de soltera’ en 1964. Foto de Sara Facio 5 La fotografía ha sido editada como tarjeta postal por la editorial La Azotea de Buenos Aires. Lleva el texto siguiente: “Alejandra Pizarnik (1936-1972). Poetisa argentina. Foto (1965) Sara Facio”. El monje proviene de un detalle del Entierro del Conde de Orgaz del Greco y había servido en los años 60 para ilustrar una exposición de pintura. Recuerdo que mi hermano Guillermo había recibido el afiche como regalo de José Luis Castiñeira de Dios a su regreso de España. En cuanto al detalle de Chagall, no lo he podido ubicar, pero constituye un tema recurrente en la pintura del artista ruso. La predilección por Chagall consta en varios escritos de Alejandra Pizarnik. En carta a Antonio Beneyto (sin fecha) dice: “Me enamoré de los pintores flamencos y alemanes (particularmente los Memling por sus ángeles) y de Chagall (los preferidos por ahora)...” (Bordelois, 1998, 58). El 18 de octubre de 1962 le envía a Antonio Requeni una postal que representa Le poète allongé de Chagall (1998, 74). Uno de sus textos inéditos y acabados se inspira en un cuadro de Chagall, “El ojo de la alegría (un cuadro de Chagall y Schubert)” (Pizarnik, 2010b, 423). Pueden rastrearse más ejemplos. 6 “...es parte de una serie que tomé a Alejandra a su vuelta de París en 1964. Era su cuarto ‘de soltera’ en casa de sus padres en el barrio Barracas de Buenos Aires. Los afiches del Greco y Chagall estaban en paredes y puertas interiores de su cuarto y con ese fondo hice las fot os...” (correo electrónico de Sara Facio, 24 de octubre de 2012). La dirección era exactamente la sigui ente: avenida Montes de Oca 675, 5° D; y allí viviría los siguientes cuatro años (Aira, 2001, 60). ANEXO DIGITAL 153 La decoración pertenece entonces a la propia Alejandra y es significativa. Entre dos culturas, la del Chagall de Vitebsk, que recuerda la herencia fami- liar de Alejandra7, y la del Greco, artista que representa la España del Siglo de Oro. La creadora se ubica del lado de la lengua, su lengua, el idioma de su poesía, el castellano, ese castellano que trata de dominar, de conocer, de conformar. En su diario, un día de marzo de 1965 nos dice: “Por mi sangre judía soy una exiliada. Por mi lugar de nacimiento, apenas si soy argentina (lo argentino es irreal y difuso). No tengo una patria. En cuanto al idioma, es otro conflicto antiguo” (Pizarnik, 2007, 397, énfasis mío). En agosto de 1968, comentando su lectura de La visita de la muerte de Quevedo, agrega: “...sentí algo a modo de respeto por él [...] El problema es el de siempre: ¿cómo podría yo atreverme a escribir en una lengua que no conozco?” (2007, 456). Son numerosas las citas en las que la autora evoca su deseo de escribir en un español rico, matizado, sabroso, y para ello se nutre en lecturas que son a menudo las del Siglo de Oro.8 Cabe añadir, y no creo equivocarme, que lo español es también lo que le permite llegar a una síntesis entre su herencia semítica y la lengua en que se expresa. La reflexión sobre lo judío está cada vez más presente en su diario y en una anotación de 1967 nos dice: “Una mañana, a las 8 de la mañana, en la calle de la Antigua Judería de Segovia, sentí una voz venida del fondo de los fondos que me obligó a maldecir. Entonces comprendí el hérem. Y la irreversible caída y total decadencia de España...” (2007, 431).9 Alejandra se reconoce en España, en esa España que abrigaba todavía y que nunca dejó de seguir abrigando la cultura judía. No me parece un ingrediente trivial al analizar el peso que tiene lo hispánico en su preocupación por la lengua. El 19 de febrero de 1959 apunta: “Ayer he roto alrededor de cien poemas y prosas. He quedado asombrada de mi falta de calidad poética [...] He comenzado Cervantes: Don Quijote. Lectura desapasionada y fría, por ahora” (2007, 142). Es interesante comprobar que el día mismo en que se siente perdida por su indigencia poética, inicia la lectura del clásico por excelencia del Siglo de Oro. Esa lectura del Quijote que comienza en Buenos Aires en 1959 la acompaña durante su estancia parisina (acaba la primera parte el 12 de octubre de 1962 [2007, 276]) y seguramente en Francia termina la novela 7 Sus padres, Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker, venían de la ciudad rusa (que también fue polaca) de Rovne y habían llegado a Buenos Aires en 1934 (Piña, 1999, 17). 8 Sobre su deseo de conocer el idioma de Cervantes véanse Pizarnik (2007), pp. 28, 122, 171, 331, 332, 397, 412 y 428. Sobre la escritura y a menudo su descontento: 2007, pp. 142, 218, 225, 227, 338, 346, 353, 363, 365, 372, 382, 413 y 415. 9 Sobre sus reflexiones acerca de la identidad judía, véanse, en el mismo texto, las pp. 178, 221, 346, 397, 430, 433, 434, 442, 470 y 491. 154154 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR del hidalgo manchego puesto que el 13 de febrero de 1963 lee ya el capítulo LXX de la segunda parte (2007, 373).10 Dos personas que la conocieron de cerca, Ivonne Bordelois y Alberto Manguel, subrayan los ecos de la España del Siglo de Oro en la obra de Pizarnik.11 Ana María Barrenechea, a quien Alejandra conoció a través de Susana Thénon, comenta que la escritora de Árbol de Diana se interesaba mucho por la tradición española, “porque viniendo como venía de un tras- fondo cultural y lingüístico diferente, era consciente de la necesidad de ampliar su horizonte en este sentido” (Bordelois, 1998, 93). Por todas estas razones, la fotografía de Sara Facio, ese retrato de tres caras, evoca las búsquedas de Alejandra y sus posibles encuentros. Y eso se traduce a través de un lenguaje pictórico, que fue también el de nuestra autora. En un comentario a un libro de Alberto Girri, nos dice: “Un viejo proverbio asegura que un poema es una pintura dotada de voz y una pintura es un poema callado” (Pizarnik, 2009, 221). 12 También evoca así Alejandra el acto creativo: “...lo hago de una manera que recuerda, tal vez, el gesto de los artistas plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo; cambio palabras, suprimo versos...” (2009, 299-300).