Gobernantes-De-Guatemala-Siglo
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TABLA DE CONTENIDO Introducción 2 Cuadro Cronológico de Gobernantes de Guatemala – Siglo XVII 7 17 Antonio Peraza Ayala Castilla y Rojas (Conde de la Gomera) 9 18 Diego de Acuña (Comendador de Hornos y Caballero de Alcántara) 17 19 Álvaro de Quiñones Osorio (Marqués de Lorenzana) 24 20 Diego de Avendaño (Caballero de Alcántara) 33 21 Antonio de Lara Mogrovejo 38 22 Fernando de Altamirano y Velasco (Conde de Santiago de Calimaya) 42 23 Pedro Melián Núñez y Luna 46 24 Martín Carlos de Mencos y Arbizú (Caballero de Santiago) 54 25 Sebastián Álvarez Alfonso Rosica de Caldas (Caballero de Santiago y Señor de la Casa 68 de Caldas) 26 Juan Sancto Mathías Sáenz de Mañozca y Murillo 78 27 Fernando Francisco de Escobedo (Gran Prior de Castilla) 85 28 Lope de Sierra Osorio y Valdés 102 29 Juan Miguel de Agurto y Salcedo (Caballero de Alcántara) 115 30 Enrique Enríquez de Guzmán (Caballero de Alcántara) 121 31 Jacinto de Barrios Leal (Caballero de Calatrava) 130 32 José de Scals de la Scala y Jover (Caballero de Santiago) 150 33 Gabriel Sánchez de Berrospe 159 Apéndice 179 Bibliografía 187 Índice Analítico 194 1 INTRODUCCIÓN Las novelas El Visitador y Los Nazarenos, de José Milla y Vidaurre, así como El Deán Turbulento, de Jorge García Granados, recrean en forma amena excelentes algunos sonados acontecimientos de la Guatemala del Siglo XVII y su lectura pueden propiciar y motivar para profundizar un poco más en la compleja interrelación que hubo durante dicho siglo entre un sistema económico —basado en la explotación del jiquilite, el repartimiento de indígenas y el latifundio formado en el arrebato de las tierras de las comunidades indígenas—; una aristocracia celosa de sus privilegios y siempre opuesta al incremento de los impuestos; gobernantes interesados en el enriquecimiento rápido sin importar los medios; un clero —seculares y regulares— más dedicado a la promoción de sus intereses económicos que a la difusión del Evangelio, pero siempre pronto a hacer uso de las herramientas del Derecho Canónico —excomunión y entredicho— y las frecuentes constantes calamidades públicas —terremotos, plagas de chapulines, epidemias, inundaciones y, en especial, la perenne presencia pirata con sus repetidos saqueos no sólo de puertos como Trujillo, Santo Tomás de Castilla y Bodegas del Golfo, sino también de ciudades como Granada, León y Cartago. Los obrajes añileros, iniciados durante las últimas décadas del siglo XVI, se multiplicaron en toda la región costera del Pacífico, desde Suchitepéquez hasta Rivas (Nicaragua), siendo los más importantes los de la Alcaldía Mayor de San Salvador, al grado que diezmaron significativamente a la población indígena. Laicos y sacerdotes controlaron la explotación del añil o jiquilite, pero los más favorecidos fueron los grandes comerciantes que, en forma anticipada, garantizaban la compra del tinte, al adelantar a los dueños de obrajes granos básicos, cortes hechos mediante el repartimiento de algodón a las indígenas y mercancías europeas, fenómeno que fue conocido como habilitación. Los obrajes añileros convirtieron a los indígenas en el sector más explotado y vilipendiado, pues por un lado los blancos emplearon a negros y castas como capataces en tales empresas; y por otro las denuncias de los atropellos resultaban en su mayoría desechadas, pues los jueces visitadores eran sobornados por sus dueños. Las enormes riquezas generadas en la actividad añilera contribuyeron al surgimiento del barroco guatemalteco —orfebrería, retablos, pinturas, música, templos, casas señoriales—, siendo sus principales mecenas los grandes comerciantes y los dueños de obrajes que así pretendían ganarse un supuesto premio en la otra vida. La mayoría de dotes de las que ingresaban a los monasterios femeninos y el diezmo que favorecía en especial a la jerarquía eclesiástica provenía igualmente de la explotación añilera. Lógico fue que obispos, canónigos, órdenes religiosas, abadesas y principales familias defendieran tan inicuo sistema de explotación. Durante el siglo XVII, fueron numerosas las relaciones maritales entre los descendientes de los primeros conquistadores y las parentelas de obispos, gobernantes, oidores, militares y comerciantes. Los primeros controlaban encomiendas, tierras, indios de repartimiento…; mientras los otros hacían ostentación de la cercanía al poder político local y sus buenos contactos con el poder real. El añil, los ingenios de caña de azúcar y la ganadería fortalecieron el poder económico de unas pocas familias, que lo emplearon para constituirse en las autoridades edilicias de las ciudades de Guatemala, San Salvador, Granada, León, Comayagua y Ciudad Real de Chiapas, mediante la compra de los puestos de regidor —uno de los oficios vendibles—en las almonedas o subastas públicas, donde se adjudicaba al mejor postor. Conseguido esto, la elección 2 anual de los alcaldes ordinarios estaba en sus manos, pues era una de sus atribuciones. De ahí los numerosos enfrentamientos que tuvieron con Presidentes, cuando éstos pretendían influir en tales nombramientos. Las autoridades edilicias más importantes de Santiago de Guatemala de este siglo fueron Jacobo de Alcayaga Arrivillaga, Sancho Álvarez de las Asturias y Nava, Juan Bautista de Carranza, Thomás de Cilieza Velasco, Juan Antonio Dighero y Paniagua, Joseph Agustín de Estrada, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, Bartolomé de Gálvez Corral, Pedro de Gastañaza, Antonio María Justiniano Chávarri, Juan de Langarica, Pedro de Lira, Bartolomé Núñez, Sancho Núñez de Barahona (el Mozo), Diego de Padilla y Tomás de Siliézar. A pesar de los múltiples enlaces maritales entre criollos y gachupines (peninsulares), el recelo entre ambos sectores empezó a manifestarse en los conventos, durante las elecciones de provinciales, pues tales cargos sólo se daban a frailes peninsulares. Los franciscanos fueron los primeros en conseguir que el Papa Urbano VIII emitiera la Bula de la Alternativa, para que dicha elección fuera en forma rotativa; los dominicos lo consiguieron hasta 1651 cuando fue nombrado Jacinto Díaz del Castillo y Cárcamo, hijo de Francisco Díaz del Castillo e Isabel de Cárcamo y Valdés, y nieto de Bernal Díaz del Castillo, aunque no era criollo en el sentido estricto de la palabra, pues entre sus antepasados había sangre indígena. En el Ayuntamiento de Santiago de Guatemala, Diego de Padilla, criollo originario de Yucatán fue el primero en promover desde 1648 tal tipo de rivalidad, con el fin de acaparar puestos edilicios. Sin embargo, será otro criollo, el Presidente Fernando de Altamirano y Velasco, Conde de Santiago de Calimaya, quien le iniciaría un Auto de procesamiento penal y lo encarcelaría en 1656 en el Castillo de San Felipe, para poner freno a tal antagonismo. A pesar de lo acontecido a Padilla, la Alternativa se introdujo también en las elecciones del Ayuntamiento, pues para 1682 ya era algo habitual. A mediados del siglo XVI, por recomendación de Bartolomé de las Casas, la Corona española fundó la Audiencia de Guatemala y decidió que los asuntos de gobierno y la administración de justicia estuvieran a cargo de un conjunto de ministros togados (Presidente y Oidores). Medio siglo después, modificó tal sistema político, al ordenar que en adelante el Presidente del Real Acuerdo fuera de capa y espada, o sea un militar. El primero lo fue Antonio Peraza Ayala, más recodado como Conde de la Gomera. Tal decisión real provocaría que, durante el resto de la centuria, los ministros togados (Oidores) mantuvieran en forma abierta una lucha por el poder, exhibiendo oposición, roces y hasta desacatos a las decisiones del Presidente, en grado tal que en cinco ocasiones la Corona debió enviar Visitadores para resolver el conflicto: Juan de Ibarra, en 1621; Juan de Sancto Mathía Sáenz de Mañosca y Murillo, en 1670; Lope de Sierra Osorio, en 1678; Fernando López de Ursiño y Orbaneja, en 1690; y Francisco Gómez de la Madriz (Licenciado Tequelí, en 1699). Este último, lejos de resolver los conflictos, los incrementó al grado de convertir Santiago de Guatemala en un cruento campo de batalla entre castas y blancos; y la Alcaldía Mayor de Chiapas entre milicias leales y comunidades indígenas. La realidad es que en numerosas ocasiones las decisiones judiciales de los Oidores no eran propiamente las de jurisconsultos, sino la de jueces venales, corruptos, intrigantes y promotores del tráfico de influencias, como fueron los casos de Pedro Sánchez de Araque, Juan Maldonado de Paz, Francisco de Barreda, Juan de Gárate y Francia, Gerónimo de Vega y Viga, Jacinto Roldán de la Cueva, Benito de Novoa Salgado, Antonio de Navia Bolaños, Pedro Enríquez de Selva, Francisco de Valenzuela Venegas, Manuel de Baltodano, Antonio María Bolaños, Bartolomé de Amésquita y Pedro de Ozaeta. Un medio que emplearon con reiteración fue su asociación con los escribanos reales que redactaban los Autos del Real Acuerdo a favor del mejor postor. Uno de los Oidores que intentó frenar los abusos en el Repartimiento de Indios fue Jerónimo Chacón de Abarca, quien en 1680 elaboró Ordenanzas sobre el repartimiento semanal 3 de los indígenas, las cuales fueron aprobadas en 1682 y que apenas estuvieron vigentes un quinquenio. Sin embargo, la corrupción no sólo procedía de los Oidores, ya que varios Presidentes se dedicaron igualmente al contrabando (Martín Carlos de Mencos, Fernando Francisco de Escobedo; al cohecho (Conde de la Gomera, Fernando Francisco de Escobedo, Gabriel Sánchez de Berrospe; al nepotismo (Fernando Altamirano y Velasco, Fernando Francisco de Escobedo; a la venta ilícita de plazas (Sebastián