Santiago López Petit Hijos De La Noche
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Santiago López Petit Hijos de la noche Santiago López Petit Hijos de la noche López Petit, Santiago Hijos de la noche - 1a ed. - Buenos Aires : Tinta Limón, 2015. 240 p. ; 20x14 cm. ISBN 978-987-3687-09-9 1. Filosofía. 2. Título CDD 190 Diseño de cubierta: Juan Pablo Fernández Imagen de tapa: Pájaros, Tomás Espina, 2007 Maquetación, corrección y cuidado de la edición: Tinta Limón © 2014, Edicions Bellaterra, S.L. © 2014, de los textos, Santiago López Petit (www.slopezpetit.com) © 2015, de la edición en Argentina, Tinta Limón Ediciones. www.tintalimon.com.ar Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Índice Prólogo. Santiago López Petit o la travesía del nihilismo, por Diego Sztulwark 7 Prefacio 17 1. La enfermedad 19 Cotidianidad 19 Médicos 26 Fatiga 29 Ella 37 Los niños 40 2. La noche del malestar 45 Caras de lo inexorable 45 La experiencia (im)posible 53 La otra noche 55 3. La enfermedad y la filosofía 65 4. La enfermedad como malestar social 75 5. La anomalía y la verdad 83 6. Sombra viva 91 7. Emergencia 99 8. La fuerza de dolor 109 9. Crítica del pensamiento trágico-romántico 119 Una tentación exánime 119 La tragedia antigua 123 El pensamiento trágico 130 El Romanticismo 137 10. Atravesar la noche 149 Deshacerse del nihilismo 149 La paradoja trascendental 157 La extraña alegría 161 11. El desafío del querer vivir: posición y vector 171 La alianza de amigos 171 Budismo y mística cristiana 174 Liberar la vida contra la vida 180 Politizaciones 186 Destino y culpabilidad 207 La violencia de existir 221 12. El desafío del querer vivir: despliegue de la potencia de la nada 225 Interiorizar la muerte 225 Tres figuras: el árbol seco, la marioneta y el partisano 230 Final 237 Prólogo Santiago López Petit o la travesía del nihilismo Por Diego Sztulwark “No aguanto más la banalidad disfrazada de cultura pretenciosa o el engaño de una militancia política autocomplaciente. Me siento cerca, en cambio, de las vidas que no quieren aparentar”. “Esta vez no tenemos nada: ni horizontes, ni sujetos políticos…, somos libres”. La consumación de la metafísica ha dejado fuera de juego a las anti- guas sabidurías del alma. La realidad se ha vuelto Una con el capital. Y hasta el lenguaje ha sido capturado por la máquina que moviliza lo social. Hijos de la noche son quienes han aprendido a hacer del malestar la coartada última para no entregarse. Sólo cabe atravesar el nihilismo, luchar existencialmente contra la entera despolitización de la vida, la filosofía, las militancias. Santiago López Petit habita una zona sombría y anónima, entre la vida y la muerte. Busca en la poesía esas “ideas que tengo y que todavía no sé”. Se trata para él, desde siempre, de no ceder en su querer-vivir. Una contracción entre el infinito y la nada capaz de ex- traer un vector radical para afrontar la ambivalencia dolorosa de lo real: unilateralizarse, desparadojizar lo real, abrir grietas en las más duras de las rocas. Se trata de un combate. Ante el agotamiento de los posibles, en la imposibilidad. Una vez que se ha alcanzado una suprema soledad. Cuando se ha hecho necesario meter el cuerpo entre las grietas, para que no vuelvan a cerrarse y para impedir que la conciencia retome su impulso a la síntesis de miedo y consumo. Se combate contra la vida, cuyo ideal sin ideal es la libertad tal y como resulta proclamada por el “yo-marca”. La vida tomada por di- seños de valorización. La vida como compulsión a tener “proyectos”, 7 dado que la existencia es concebida bajo el modelo triunfal de la empresa. La vida como realización, en un yo cualquiera, de las operaciones de la máquina conectiva que ensambla estados de sa- lud-activismo-autopromoción-estabilización subjetiva. La consumación de la metafísica es la realización del nihilismo. En una palabra: el querer vivir contra la “vida”. El punto de partida para el querer vivir es esa confrontación desigual, en la que descubre su impotencia más propia. No habrá elaboración de potencia sino a partir del dolor y, en última instancia, de la enfermedad. Son las respuestas de cualquier plan de vida a eso que en nosotros quiere vivir. No habrá más opción entonces que aceptar el dolor y la enfer- medad del querer vivir para extraer de ellos una potencia, que será, al menos al inicio, potencia de nada. Puesto que la realidad, tal como la solíamos comprender, ya no existe; ha sido devorada (subsumida, reorganizada, despiadadamente asimilada) por el capital. La realidad es el capital en tanto única fuente de acontecimiento y de sentido. La omnipresencia del neoliberalismo. La verdad como realidad, en la era de la movilización global por lo obvio, disfraza de complejidad lo que es puro desbocamiento del capital. Sólo queda atreverse al tránsito que parte de nuestros padeci- mientos y patologías como lugar último de una disposición no toma- da por la locura hiper-racional de la valorización en que ha devenido el mundo: la “fuerza de dolor” nos revela como anomalía, como seres que no cabemos en la realidad. En este gesto nos aproximamos a la verdad como desplazamiento. No surgirán ideas-fuerza, pensamientos con poder de trastocar el mundo sin asumir la violencia de esta verdad por desplazamiento antagónica respecto de la idea neoliberal, “verdadera” y super-po- tente en la medida en que describe y representa correctamente al mundo. La idea neoliberal contiene toda la verdad que corresponde a la arbitrariedad de la violencia y al dinero que todo lo someten. Las ideas verdaderas, en cambio, sólo surgen de un pensamiento com- bativo que resiste una y otra vez la aceptación del neoliberalismo victorioso como realidad. 8 El punto de partida es la noche. La noche no es la muerte, ni el aumento gratuito del sufrimiento. Menos que menos el suici- dio, esa estupidez; porque la enfermedad nos ata a la vida. Y de esa unión extrae los rudimentos para atacarla. Trasmutación de la vida: si todo “proyecto de vida” hace de nosotros unidades de la mo- vilización, participación sumisa en el andamiaje de la comunica- ción-conectividad, consumación del poder bio-semio-teo-capitalista, durante la noche del malestar no hay vidas, no hay muerte, hay pe- numbra, sombras ardidas. Los hijos de la noche aprenden el arte de la subversión resistiendo la noche del malestar: de allí procede su radicalidad. Lo que Santiago Lopez Petit llama “enfermedad” no es un ente conceptual abstracto ni un estado de convalecencia, sino una vivencia de aislamiento sensible. Un cristal que separa de la vida. No “empo- brecimiento” de la experiencia (como dice Benjamin), sino impasse de toda experimentación. Y al mismo tiempo sólo se puede dar con la anomalía si se aprende a compartir el malestar, politizándolo. Rechazando de una vez esa vida-simulación, pseudo-conatus some- tido a la ciencia del marketing. La enfermedad del querer-vivir como recurso contra la vida. Odio a la vida. Odio necesario para desobede- cer la interdicción de nuestra “cultura de la vida” sin caer en ninguna ideología –heideggeriana– de la muerte. La enfermedad es lo más real, el secreto de toda vida. Se trata de recusar todo aquello que nos aleja de nuestro malestar. De depurar el lenguaje de la distancia. Expulsar todo aquello que reniega del ma- lestar en nuestros anhelos íntimos. La filosofía ya no reflexionará en torno a un “querer” cuyo punto de partida estaría contenido en sí mismo, Razón o Voluntad. Se adoptará como lo más propio e in- mediato la premisa del malestar. Y habrá que persistir en el malestar contra la mentira que acosa. Contra las técnicas que lo neutralizan. Esta ruptura ostensible concierne a la filosofía, ya que ella fue practicada como saber que inocula abstracción a la enfermedad y es- tetiza el sufrimiento por medio de artificios conceptuales. Incluido el heroísmo del pensamiento trágico romántico. La politización de 9 la existencia ya no se corresponde con héroe alguno. Si alguien tiene derecho a proclamarla ese es el “hombre anónimo”, ese hombre, esa mujer normal –es decir, tomada por la movilización, y harta de ella–, atravesada por la fatiga. Con esta afirmación López Petit termina de huir del pensamien- to trágico-romántico en el que había permanecido, aferrado al do- lor, tras la derrota de los años setenta. Lo trágico-romántico y su noche mística, con su “hermoso fracaso”, es incapaz de asumir la fuerza de dolor. Fallidos en su tentativa, los trágico-románticos ca- recen de auténtica desesperación. Padecientes por la pérdida de un origen, no alcanzan lo anómalo y acaban sumergidos en una pura interioridad “frente a una realidad que ha desaparecido”. Tampoco consigue esa fuerza de dolor la “admirable” tentativa deleuziana (nietzscheana), que hace de la enfermedad una fuente de visiones y alegrías. ¿Y Foucault? ¿No encontramos en su obra una auténtica politiza- ción de la enfermedad (la locura), a partir de una revelación de los mecanismos normalizantes-patologizantes? A pesar de sus evolucio- nes internas, Foucault permaneció en una concepción romántica de la enfermedad-locura, unas veces concebida como un afuera inefable que debe alcanzar a decir su verdad, otras sucumbiendo ante la única verdad del poder médico. La politización de la existencia debe pensar actualmente la en- fermedad sin restos de romanticismo. Es preciso ir más allá de la posición según la cual la verdad de la norma se halla en la excep- ción (lo patológico). Pasar de la politización foucaultiana a una poli- tización de la enfermedad como anomalía de viviente normal, roído en su núcleo íntimo por un dolor que ya no hace síntomas para el saber-poder médico.