EN LA RUTA DE MIS RECUERDOS Colección: LITERATURA
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
EN LA RUTA DE MIS RECUERDOS Colección: LITERATURA Serie: MISCELANEA Dirigida por AGUSTÍNMILLARES CARLÓ CARLOS RAMIREZ SUAREZ EN LA RUTA DE MIS RECUERDOS EXCMA. MANCOMUNIDAD DE CABILDOS DE LAS PALMAS Depósito legal: M. 36.470-1976 MARIB~,ARTES GR~FICAS- Tomás Bretón, 51, edificios 5 y 7 - Madfid-7 INTRODUCCION Este libro viene a ser una segunda parte de LATIDOSDE MI TIE- RRA, que recientemente se imprimió bajo el generoso patroci- nio del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, formando parte de sus ediciones. En él escribió un admirable prólogo Agustin Mi- llares Cadó, mi querido amigo y Catedrático de prestigio universal. Aquí no se ha hecho preciso Prólogo alguno por constiruir una verdadera continuidad del libro anterior. A nuestra primera Corpo- ración Insular y a mi entrañable Agustin Millares deseo expresar mi gratitud más honda y sincera por la ayuda que me han prestado con motivo de estas publicaciones. EN LA RUTA DE LOS RECUERDOS es un libro que quiere seguir re- cogiendo -en una modesta recopilación de crónicas- los sucesos, anécdotas y caracteres de nuestra tierra amada, sin otra pretensión que la del recuerdo hacia las cosas y los perfiles espirituales de esta Gran Canaria tan querida. Ha sido editado por el Plan Cultural de Las Palmas, a quien muestro, asimismo, mi más profundo reco- nocimiento. A mis queridos hijos y nietos. LA PLAZA DE SANTO DOMINGO Vegueta es una verdadera joya engastada en la ciudad. Sus pla- zas y rincones recoletos tienen un sabor monacal. Pero, de pedírse- me opinión, yo diría que lo más típicamente bello de este viejo ba- rrio es la Plaza de Santo Domingo. Es una plaza que respira por todos sus contornos un aire sub- yugante de canariedad. Sencilla, silenciosa, parece haberse dormido en el ensueño de su noble vejez. Es uno de los pocos recintos don- de apenas se oye otro ruido que el de los cantos de los niños y el piar vespertino de los pajarillos. En su centro tiene una fuente be- llísima de cantería por la que antaño fluía, a través de unas cañas, agua de cumbre. Las mujeres del pueblo llenaban sus tallas de barro y la limpidez de los chorros daba una grata sensación de fresca ale- gría... Suelo ir, muy de mañana, a la Misa de su Iglesia, aledaña a uno de los primeros Conventos de la antigua ciudad. No en balde en su pila fue bautizado mi padre y todos sus ascendientes. Casi siempre viene a oficiarla, desde Ciudad Jardín, don Joaquín Artiles, por año- ranza de su larga estancia en este barrio. Cuando en esa hora re- cal0 en la Plaza de Santo Domingo, me parece estar viendo cómo la atraviesa,n señores de levita y chistera y cómo suenan, en los gui- jarros de sus calles adyacentes, los cascos de los caballos de alguna furtiva carretela. Bajo la sombra de los laureles de la India dormitan, desde hace siglos, unos bancos de piedra que sirven de descanso y de cobijo también a las tertulias, que lugar afamado de tertulias ha sido esta encantadora plazuela. Por su suelo embaldosado 'han pisado gene- raciones enteras de hombres encapuchados y mujeres con mantilla canaria, borrando e1 tiempo la huella de sus pasos. Y en lo alto del campanario de la Iglesia suenan sus badajos con el mismo son me- lodioso de los años en que el Alférez Mayor entraba solemnemente en ella portando en alto nuestro Pendón de la Conquista. El entorno urbano de la plaza tiene el sabor clásico de esta Ve- gueta entrañable y seductora, con casas canarias, de baja altura, de puertas y balcones de tea, con ese embrujo cenenario de la antigua vivienda. Desentona, no obstante, al aire Naciente un paredón rui- noso, al parecer municipal, que debiera guardar decorosa armonía con los bellos laterales de la antigua plazuela. En el frontis Sur de este cuadrilátero luce la añeja pátina de cantería de su Iglesia con- ventual, en la que se venera la imagen de la Virgen del Rosario, cuya festividad se celebra en este mismo día que escribo. Y en su Sacristía figura el retrato de aquel benemérito párroco -también con lápida de mármol en la fachada- que se llamó don Antonio Vicente González, fulminado por el cólera en su cabalgadura, en la calle de la Cuna, cuando administraba los Sacramentos a las vícti- mas de la epidemia de 1851. i Plaza de Santo Domingo! Lugar de reposo y de paz para el es- píritu, palpitación memorosa de la vieja Vegueta, quien pudiera re- fugiarse, día a día, en el encanto poético .de su recinto acogedor ... UN TRABAJO DE GABRIEL DE ARMAS Gabriel de Armas ha publicado, como separata de Verbo, un tra- bajo literario que es de un valor poético trascendente y de una fi- nura espiritual esmerada. Gira su inspiración en torno al amor y la esperanza, como pos- turas antitéticas al odio, la violencia, el resentimiento y el extermi- nio de que hace gala el mundo actual. Con esa orientación desea su autor ir en pos de la figura de Jesús y apoya su magnífico estu- dio -no por sintético menos enjundioso- en los mejores y más depurados ideales poéticos de grandes pensadores. Transcribe ver- sos -desde Tomás Morales a Lope de Vega, pasando por Gonzalo de Berceo y Fray Luis de León, entre otros- que constituyen prís- tina exaltación de amor al Creador. Gabriel de Armas se esfuerza por hacer comprender al hombre el don maravilloso de la gracia santificante. «Toda esta gama variadísima de las operaciones divi- nas -nos dice- en orden a la conversión del hombre, ha sido can- tada admirablemente por la lírica hispana». Y cita a San Agustín, a Pablo, a García Morente, a Alexis Carrel, Paul Claudel ... Invoca la mansa dulzura que penetra y embarga el alma de San Juan de la Cruz: Y dejas, Pastor Santo, Tu grey en este valle, hondo oscuro, Con soledad y llanto; Y tú rompiendo el puro aire, Te vas al inmortal seguro. Amor y conternpiación de ia poesía hispunu titula su autor ese precioso ramillete de ofrendas líricas, puestas al pie de Jesús por Gabriel con auténtico sentido de creyente apasionado. En este breve pero apretado y delicado opúsculo, arde una interna llama de amor al Supremo Creador, enriquecido por estrofas bellísimas, no por conocidas menos sugestivas. Así nos canta Santa Teresa: Vivo sin vivir en mí Y tan alta vida espero Que muero porque no muero... Y aquel soneto anónimo, lo más hermoso que se haya escrito en español, según afirma Ludwig Pfandl en su Historia de litera- tura Espafíola: No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido ni me mueve e: infiern~tan temidc para dejar por eso de ofenderte. Tu me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en esa Cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera. No me tienes que dsr porque te quiera pues aunque lo que espero no esperara lo mismo que te quiero, te quisiera. En la contemplación, nos dice Gabriel de Armas, «el místico y contemplativo es, sin duda, por su índole, el más leal y agudo de los amadores». La contemplación natural es dada directamente por Dios en el alma bien dispuesta, la cual permanece como embebida en místicas claridades y como sumergida en la intuicion más viva del misterio amoroso». Amor y contemplación a través de la poesía. Este es el fin del pensamiento eminentemente cristiano de Gabriel de Armas que mo- tiva su trabajo. Exaltación y arrobamiento del alma, deliquio de los espíritus entregados a Jesús. Subir por un rayo de luz las mo- radas celestiales, a las que sólo se asciende a través de Dios. Recha- zo de cualquier materialismo ateo que nos aparte de la fidelidad Cristo céntrica, que sirvió de guía a Ignacio de Loyola. El amor y contemplación de Gabriel de Armas a través de la poesía hispana, por su finura y espiritualidad, merece los mayores plácemes, sobre todo en estos momentos de lamentable confusio- nismo en que, deliberadamente, se p?etenden hermanar conceptos y dogmas cristianos con designios materialistas. Es un folleto que pone bien alto el sentir y pensar de un buen católico. EL HOMENAJE A 'LOS MAYORES Los que ya peinamos canas recordamos con emoción -por qué no decirlo, con orgullo- el amor y el respeto que, de jóvenes, pro- fesábamos a las personas mayores que llegaban a las últimas eta- pas de su existencia. Desde la primera infancia se nos acostumbró a pensar que el anciano debía ser cariñosamente reverenciado como una persona vencida por la vida, que buscaba el amparo de Dios. Y no digo yo que la juventud actual, o una parte de ella, deje de prac- ticar ese hábito amoroso y respetuoso, pero sí sería de desear que nunca se abandonara. Cuántas veces, en la acera, se le cedía el paso preferente al vie- jecito y se le brindaba nuestro asiento y se le hacía objeto de con- sideraciones cariñosas, como una ofrenda al hombre desvalido y en el ocaso de su ruta. Nos dábamos cuenta de la aureola que re- presenta la ancianidad. Nos percatábamos de que aquella persona caduca había sido, en muchos casos, el precioso pedestal de nues- tras propias vidas. Y habríamos periclitado y nos hubiéramos hun- dido en el vacío de ¡a ingratitud de no acudir, con nuestro apoyo generoso, a darle la mano, poniendo nuestro corazón a su servicio. Este respeto a los mayores ha adquirido siempre acendrado va- lor tratándose de nuestros padres y abuelos.