Aventuras, Venturas Y Desventuras De Un Reclamo De Perdiz ©José Fernando Titos Alfaro
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- 1 - Relatos de Caza a la luz del candil José F. Titos Alfaro A V E N T U R A S, V E N T U R A S Y D E S V E N T U R A S DE UN R E C L A M O DE P E R D I Z -o0o- José F. Titos Alfaro - 2 - Aventuras, Venturas y Desventuras de un Reclamo de Perdiz ©José Fernando Titos Alfaro Nº Expediente: SE-1091 -12 2012 Algunos derechos reservados. Aventuras, Venturas y Desventuras de un Reclamo de Perdiz de José Fernando Titos Alfaro se encuentra licenciada bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial- SinObraDerivada 4.0 Internacional License. Aventuras, Venturas y Desventuras de un Reclamo de Perdiz by José Fernando Titos Alfaro is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License. - 3 - A Don José Luis Casado, excelente Director que fue de las magníficas Revistas cinegéticas “Linde y Ribera” y “El Mundo de la Caza”, con todo mi afecto y admiración. - 4 - - 5 - P R Ó L O G O ======================= Mariano Aguayo El pájaro estaba demasiado fuerte. Echaba los reclamos con prepotencia, avasallador, y el campo respondía pero sin acortar distancias. Juan, el guarda, nos había preparado un puesto bien cerrado aunque acogido por el paisaje hasta ser integrado en él. Ni una sola hoja daba plata de forma que pudiera llegar a sollispar a las perdices, que tan bien andan de la vista como del oído. Me había ido a El Álamo con mi joven amigo Quisco López para hacer un par de puestos pero sólo como mirón, para tomar notas y apuntes de los acontecimientos. Hacía ese frío que agranda el silencio del campo. Y en medio de él, sonaban los carras-cacha-chás como envueltos por una urna. No se movía una rama. Pasó, apeonando ligera por la plaza, una pajarilla. Quisco no hizo ni intención de arrimar la cara a la escopeta. -Esa ha entrado de curioseo. Se quedó la perdiz tras el pulpitillo. -Ahí detrás no puedo tirarla porque estropearía al reclamo, que no la está viendo. Pasaba el tiempo y el campo no se volaba para nosotros. -A lo mejor he debido matarle esa pájara y se hubiese puesto más suave. El campo cantó más cerca y el de la jaula se suavizó. Dijo Quisco. - 6 - -Se está quebrando el reclamo. Y, enseguida, bajó el tono de la llamada, que se fue haciendo cada vez más sereno hasta que sólo se notaba que seguía cantando el pájaro por el ligero temblor de la gorguera. Poco después entró a la plaza un hermoso macho, pujante de vida y soberbia. Con las alas bajas, rascando el suelo, buscaba ansioso la pelea con el osado invasor de su territorio. Cuando al fin localizó a su rival, casi se aplastó en un intento de volar hacia la jaula. El escopetazo lo hizo una pelota. Y el reclamo, inmediatamente, inició un cuchicheo repetido, que iba remontando poco a poco. -Está cargando el tiro… El frío apretaba la piel y yo recordé aquel hermoso poema: En lo blanco, blanco de la flor de jara, sobre los jarales la perdiz escapa. Cantó al alba la perdiz, más le valiera dormir. La caza de perdiz con reclamo, cuyos orígenes se pierden en la memoria de los tiempos, no deja a nadie indiferente. Sus partidarios son los cazadores más apasionados. Y sus detractores, que siempre han existido, son tan tesoneros y constantes como aquellos aunque, naturalmente, en negativo. Ya en 1878, en un divertido opúsculo titulado “Consideraciones sobre la caza de la perdiz con reclamo”. Un tal Don Andrés Guerra, fundador y secretario de la Asociación de aficionados a la caza de Barcelona, los pone como chupa de dómine, considerándolos responsables de “la total destrucción de nuestras escasísimas especies de caza”. Casi nada. Pero hay una gran parte de la literatura cinegética dedicada a esta modalidad de caza, que viene a demostrar su hondo raigambre. Desde aquí quiero agradecer a mi amigo Vicente Gimeno su ayuda con la aportación de datos bibliográficos que se insertan al final de esta obra. - 7 - A principio del siglo XX, anota Abel Chapman cómo es difícil entrar en la posada de un pueblo o en la aislada cabaña de un campesino sin observar una señal inevitable. Entre los sencillos adornos de la pared enjalbegada y como un componente integrante de la misma hay una perdiz enjaulada. Y de las vigas superiores colgará un instrumento de caza antediluviana, probablemente una escopeta de uso propio que lleva encima de su único cañón oxidado alguna inscripción grabada con caracteres dorados, como “Antequera 1843”. Estos dos objetos junto con un cuerno para la pólvora con un tapón de corcho y una gastada canana de cuero constituyen el capital y los tesoros más preciados de nuestro rústico amigo, el cazador español. Y Chapman, tan inglés y, por tanto, tan dado a dar ventajas a los animales, añade más adelante: “Sería injusto reprobar al cazador modesto este hecho (disparar de cerca a la pieza desprevenida); los disparos al vuelo con su viejo trabuco sólo supondrían un derroche de municiones y una olla vacía, desgracias ambas en su “res angustae domis”. Pero, por encima de polémicas y gustos, la caza de la perdiz con reclamo ha sobrepasado el tiempo, los rigores legales y las costumbres llegando a nuestros días en perfecto estado de conservación. Y, lo que es más, de lozanía. Por eso, la ocurrencia de José Fernando Titos de poner en verso aquella deliciosa autobiografía de un perdigón que ideara Vázquez del Río viene a templar polémicas y a refrescar conocimientos, como siempre que el humor esponja los hechos y las opiniones. Titos Alfaro nació en Alicún de Ortega, un pueblecito granadino casi en la linde con la Provincia de Jaén. Allí labraba su familia unas tierras en arrendamiento a las que arañaban malamente unas perrillas criando cerdos y cabras. Y José Fernando creció entre el ganado y la labor, con las narices bien metidas en la tierra, como las encinas. Iba por el caserío un Maestro de Escuela que en sus espaciadas visitas, le fue enseñando las primeras letras. - 8 - Después su padre hizo un esfuerzo y lo mandó al seminario de Guadix, donde cursó los estudios correspondientes al bachillerato. Y, ya en Granada, haciendo verdaderos títeres para mantenerse, consiguió licenciarse en Filosofía y Letras. Obtuvo el título de maestro de escuela porque le conmutaron muchísimas asignaturas y así fue a Guadalcanal, en la provincia de Sevilla, donde ya tuvo un cierto desahogo económico enseñando Latín y Griego en clases particulares. Pero, sobre todo, en Guadalcanal volvió a reencontrarse con el campo, con la escopeta, con la caza. José Fernando Titos escribe con donosura, frecuenta las revistas especializadas y cultiva asiduamente las tertulias, ese tan celtibérico crisol de la palabra. Añadiendo a esto que entre sus amigos se hallan personas de muy distinta condición incluyendo, como el mismo nos cuenta, un magnifico analfabeto, ya tenemos abocetado su retrato de hombre sencillo, apegado a la tierra, y como no podía ser de otra forma con estos antecedentes, bueno. Quien crea que cazar el pájaro es tener una fila de jaulas con perdigones en sus casilleros y un terrero, esperar que llegue la época de celo y asesinar a escopetazos perdices a traición está muy equivocado. Pues anda que no es difícil sacar adelante un pájaro. Pepita, enflaquecimiento, desgano, indigestión, estreñimiento, verrugas, diarrea blanca, diarrea amarilla, tuberculosis pulmonar, apoplejía, reblandecimiento cerebral, parálisis, difteria, viruelas, ceguera, callos solapados, envenenamiento…nada amenos, cita como enfermedades Don Diego Pequeño en su imprescindible tratado sobre la caza de la perdiz con reclamo. Pero todo comienza mucho antes. En verano, cuando las voladas son más cortas y los perdigones son pollos irrumpe el hombre en la vida del bando de perdices, corriéndolas hasta conseguir hacerse con algunos pollos. Y ahí termina la libertad para los que, al final, vayan a repartir el tiempo que les resta de vida entre la jaula y el terrero. - 9 - José Fernando Titos carga la suerte en los días de libertad de su héroe. Se deleita en pintarnos los paisajes en que se desenvuelve la vida del bando, bajo los mimosos cuidados de la pájara madre. De su mano conocemos los amaneceres, el calorcito del plumón materno, el repeluco del miedo al “jaunico” y la belleza de los tomillares, las retamas y el matorral apretado en los regajos de la sierra que tanto ama. Y la estrategia de la madre, cuando sale haciéndose la alicortada para llevarse el peligro… No tires a la perdiz que tiene en el cardo el nido. Advertía Fernando Villalón, que tan bien entendió a los andaluces y sus cosas. José Fernando Titos es un poeta, aún cuando él advierte que más que versos encorsetados en las reglas de la preceptiva literaria, lo que hace son trovas que maneja, como nos dice, a su manera. Escoge para su poema versos de arte menor, quintillas. Y, dentro de ellas, usa las rimas en consonante o asonante, tanto le da. Y si la cosa se pone tarasca, pues eso, que mete un ripio y se queda tan fresco. Pero para frescura, perfume a sierra, y gracia la que derrocha, estas aventuras, narradas en nueve capítulos para delicia de los jauleros y camperos en general. En cuanto al lenguaje, usa Titos el habla de su zona y el editor no ha querido en ningún caso usar la cursiva ni entrecomillar. Los andaluces hablamos así y, si alguno de nuestro bellos vocablos autóctonos no ha llegado al diccionario de la RAE, qué le vamos a hacer.