ABEL SANTIAGO

Número 33 2017 Mtro. Alejandro Murat Hinojosa Gobernador Constitucional del Estado de

Mtra. Ana Isabel Vásquez Colmenares Guzmán Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García Manzano Director General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos López Jefa del Departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán Acevedo Jefe del Departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud Jiménez Jefa del Departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar Aguilar Investigación y Recopilación Un personaje indeleble

axaca ha sido cuna de personas que han destacado en el arte, la ciencia, la literatura y en general, las Be- Ollas Artes; muchos de estos personajes van cayendo de nuestra memoria porque en un pasado no muy lejano, no tenían la posibilidad de ir a vivir y actuar en los grandes cen- tros de cultura del país, un país que prácticamente centraliza- ba todo en el antiguo Distrito Federal, donde las expresiones artísticas eran cobijadas por instituciones públicas o privadas que centralizaban los procesos de enseñanza, de perfeccio- namiento profesional y sobre todo de difusión. Así, muchos de nuestros talentos cayeron en un absurdo olvido. Sólo aquellos que pudieron trasladarse a los sitios referidos llegaron a tener la posibilidad de ser reconocidos y ser trascendentales en su ocupación profesional.

Un poco más adelante, en la plenitud de la primera mitad del siglo XX, nuestros hombres de cultura no se conformaron con ser admirados, reconocidos y estimulados por el fervor pro- vinciano; así, tuvieron la oportunidad de ocurrir a la capital del país, otros a la del estado de Jalisco, unos más a Monterrey, a 2 Veracruz y a Puebla, donde tuvieron la posibilidad de conocer nuevos horizontes de promoción cultural y ahí desarrollar su talento.

Uno de estos hombres de gran valía lo fue sin duda Abel San- tiago, nito que vio la luz primera el 30 de marzo de 1936 y que, con un natural talento, sintió la necesidad de expresarse eligiendo la rama del periodismo cultural y de la literatura. No tardaron los diarios capitalinos en buscar sus colaboraciones, los cuales nutrió con un sencillo pero muy elegante manejo de la pluma. Abel recurrió a la enseñanza de lo que por déca- das su devenir profesional y su estro artístico le exigió; fue en- tonces cuando destacó como profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Escuela Nacional Preparatoria. En el inter, es reconocido como miembro fundador de la Asocia- ción de escritores de México y perteneció al Círculo de Estu- dios Mexicanos, independientemente de que jamás se olvidó de sus raíces lugareñas por lo que participó con entusiasmo y con calidad en el Centro de Estudios Oaxaqueños de Biblió- grafos Oaxaqueños y de la Asociación de Escritores Oaxaque- ños. Miembro que fue de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y de la Academia de Folklor y Tradiciones metido en el tema de Oaxaca y de todo su bagaje cultural.

Pero más allá de todos estos señalamientos de distinción y de actividad propia de quien cultiva y quien expresa, Abel San- tiago fue un incansable escritor de múltiples obras, ensayos, críticas, cuentos y análisis sociales, políticos y culturales.

Su imagen, que aún conservamos con cariño y admiración en la modestia que siempre reflejó en el trato cotidiano, lo hicie- ron ver aún más grande y como al principio se mencionó, más trascendental y representativo del mundo cultural de Oaxa- ca. Poco tiempo ha que Abel pasó a mejor vida, pero en ésta, los que le conocimos, los que le tratamos y los que tuvimos el privilegio de escucharle, ha quedado en nuestra mente, en nuestro perenne recuerdo y en nuestro corazón.

Guillermo García Manzano.

3 Carta de vida ernando Abel Santiago Díaz pertenece, por méritos propios F(Macario Matus Dixit), a la gran estirpe de los escritores de novelas, cuentos, ensayos y practicantes del periodismo cultural, que nacieron en Oaxaca: José Vasconcelos principalmente en Ulises Criollo, Jacobo Dalevuelta en Desde el tren Amarillo, Rogelio Barriga Rivas en Mayordomía y Juez Letrado; José María Bradomín y Alfonso Francisco Ramírez en relatos y leyendas, entre otros genuinos y talentosos literatos. Cada cual en su tiempo y espacio, en los más disímbolos géneros: ensayos de lo social y político, crónicas, testimonios y creación imaginativa de alto valor ético, estético y narrativo.

Fernando Abel Santiago, por cuestiones subterráneas, coterráneas, sólo comprensibles para los estudiosos del alma pura, ha heredado de sus antecesores el uso certero del manejo de la pluma, y ha asumido la responsabilidad de su ser inherente y destino pre cifrado. Como los mencionados en el quehacer literario, cumple su deber fatal de ser crítico del tiempo que le ha tocado vivir, exaltando, resaltando, relatando el entorno físico y espiritual, el ambiente social que ha padecido o disfrutado a plenitud. En nuestra natal Vieja Antequera, se pueden corroborar sus antecedentes en los libros que ha editado, cuyos títulos y contenidos ilustran ese aserto, por lo que esta reseña de su vida procuraré quede formada con las palabras de Abel Santiago, rindiendo el homenaje más preclaro que puede rendirse a un escritor: leer su obra.

La principal zona de El Peñasco está formada por tres enormes manzanas, en las que podrían caber varias de tamaño regular. Una tiene como frente la primera del callejón de El Muerto y a su lado los callejones de El Punto y El Sapo. Ambos desembocan en las faldas del cerro de El Fortín, que con el tiempo se fue poblando a toda su capacidad. El callejón de El Sapo termina en vecindades enormes. Las primeras de fácil acceso, pero las que más se aproximan al cerro sólo son franqueadas por veredas muy angostas. La otra, más grande aun, parte del callejón de El Sapo, tiene por frente la calle del Dos de Abril y por costado derecho el callejón de Los Reyes, que también termina en grandes vecindades 4 sobre las faldas del cerro. La manzana mayor, partiendo de Los Reyes, ocupa gran parte de División Oriente, calle que por el lado norte se fracciona sólo por veredas muy estrechas desde su inicio hasta la terminación en el panteón de El Marquesado. Igualmente, las vecindades se fueron extendiendo hacia El Fortín. El barrio termina a pocas calles, contadas del lado sur, porque del norte no hay ninguna división notable.

Las otras manzanas, aunque grandes también, no alcanzan el calificativo de gigantescas, pero en los años cercanos al famoso temblor del miércoles 14 de enero de 1931 a las 19.53 horas, tenían la característica principal de que todas las casas eran de adobe con techos altísimos de carrizo, lodo, vigas y tejas. En su mayoría eran enormes vecindades de gente humilde, generalmente proveniente de pueblos cercanos. “Una casa sola”, se decía, para dar a entender que la habitaba una sola familia; pero una “vecindad”, cuando eran muchas, muchísimas, como en el caso de este barrio. Se trataba de un terreno, un solar, un patio inmenso, rodeado de infinidad de cuartos, cada uno para una familia, que de acuerdo a sus necesidades le agregaba una pequeña cocina de carrizo y tejamanil. En medio del patio, por lo general, estaban los lavaderos y el baño colectivo. Los habitantes de una vecindad, como miembros de una comunidad, se apoyaban mutuamente, en todo, como si se tratara de una gran familia. Los más identificados, tan pronto como les era posible, se hacían compadres. Las posibilidades de compadrazgo eran muchas, aparte de las de usos y costumbres comunes. Los había de levantada de cruz, de acostadita y paradita de niño Dios, de bendición de santos recién adquiridos, de escapulario, de sacada y presentación a misa, de evangelio y otras.

Un hecho raro, natural y sobrenatural inadvertido: que en el temblor del catorce las casas solas fueron afectadas y las vecindades no sufrieron ningún daño. La nota mayor fue que la iglesita de El Calvario se cayó y muchos años después fue reconstruida, pero más pequeña que como era. Entre las bardas que se cayeron figuró la del lado del callejón de El Sapo de la casa que hace esquina con la calle del Dos de abril. Durante muchos años quedó como recuerdo del temblor, porque en vez de levantarla de nuevo, se cercó con órganos, carrizo y arbolitos diversos, entre los que destacaban los de chichicaste, que fueron el terror de la chamacada, porque algunos padres crueles, de los que golpeaban a sus hijos, lo hacían en ese tiempo con ramas de ese arbusto, dolorosísimo con sólo un ligero contacto.

5 Esa fue una de las casas abandonadas por sus dueños, pero como anteriormente los sábados, día de plaza, su patio y corredores se alquilaban como posada para los que llegaban de los pueblos más alejados, los de Peñoles sobre todo, los huéspedes seguían llegando, apersogaban los burros en los horcones después de haber vendido su carga, y se iban de compras. Como antes, a los que se les hacía tarde se quedaban a dormir en los corredores, con la única diferencia de que ya no pagaban alquiler. Algunos, al percatarse del abandono, se quedaron a vivir allí, convirtiéndola en una vecindad más, hasta que los dueños, viejos ya y curados de espanto, volvieron para recobrar la casa y la reconstruyeron. (Abel Santiago.- Mi barrio el Peñasco)

En este barrio tan oaxaqueño, nació Fernando Abel Santiago Díaz el 30 de marzo de 1936. Sus padres fueron Clara Díaz Ibáñez e Isauro Santiago Rojas, ambos oriundos de la mixteca oaxaqueña. En su libro: Morir, eso es todo, Fernando Abel recuerda a su padre en “Así era él”: “Pocos como él, se aferran desesperadamente a la vida por amor, por convicción, por deseo íntimo de vivir. Se había propuesto llegar al siglo y luchó por lograrlo, pero le faltaron cinco años. En su breve agonía, cuando sus párpados estaban a punto de cerrarse, abría los ojos haciendo esfuerzos sobrehumanos. Así permanecía algún tiempo, victorioso, retador, sublimado, con la mirada fija en un punto del infinito. Fueron varias veces en la última hora, hasta que poco a poco se fue debilitando. Se notaba aun – con las pocas fuerzas que le quedaban -, su deseo de abrir los ojos, porque temblaban sus párpados, pero ya no obedecían a sus profundos anhelos. Entonces sus labios comenzaron a moverse pausadamente, sin duda repitiendo las oraciones que a todas horas acostumbraba decir. Vencido al fin, se acomodó tranquilo para el último sueño, que quizá supuso tendría mejor despertar. Ni una queja, ni un suspiro, ni una lágrima, ningún gesto de miedo o desesperanza.

Unos años antes, pocos, tres o cuatro, cuando era atacado por algún malestar, lloraba a gritos, como niño, diciendo que iba a morir y que temía a la muerte, que no estaba preparado aun, y su llanto contagioso hacía pensar en la debilidad del roble, en la de la fuerza más arrolladora. Ahora no. Las enfermeras, sabedoras de su oficio, sabedoras de que el fin se retrasaba, aconsejaron hablarle al oído, fuerte, para decirle que los suyos estaban a su lado, que nada debía inquietarlo, o para preguntarle que preocupación le angustiaba, a manera de cuál era su última voluntad. Y, en voz baja, decían que algo lo detenía. Ese algo era una fuerza de voluntad imponderable por la vida.

6 Sus ligeros malestares nunca fueron graves. Hasta con un té se curaban. Nunca necesitó ninguna intervención médica seria. Conservó íntegros sus dientes y su blanca cabellera y desconoció el uso de los lentes, a pesar de su afición a la lectura de carácter religioso, en particular por la Biblia. Como la mayoría de los jóvenes de su época, participó activamente en la lucha armada de la Revolución y, como ellos, desertó de las filas de Villa para unirse a las de Madero, y de éstas para pasarse a las de Zapata, hasta permanecer con los carrancistas, donde con el grado de capitán tuvo que retirarse aquejado por una fiebre reumática que lo tuvo al borde de la tumba, que fue la única enfermedad grave que padeció, y que heredó a algunos de sus hijos. Entonces volvió a su pueblo, al lado de sus padres. Era un pueblo primitivo situado en lo más encumbrado de una alejada montaña. Allí le prodigaron las más esmeradas atenciones, lo trataron con el mejor de sus métodos curativos, y lo devolvieron a la ciudad con más bríos, con más vigor que en la primera ocasión, instruyéndolo mejor en el arte, en la alegría de vivir. Sin odios, sin rencores, sin egoísmos. No conoció enemigos.

A su regreso a la ciudad, conoció a la que sería su compañera de toda la vida y se unieron libremente, haciéndolo con todas las formalidades muchos años después, acaso treinta, cuando llegaban a la mitad de lo que habrían de estar unidos. Muy de cuando en cuando relataba pasajes de su vida. Fue pastor, fue tendero, fue militar, fue oficinista. La humildad fue una de sus más preciadas virtudes, aunque nunca reconoció jerarquías en el orden social. Tuvo siempre especial predilección por la gente humilde de su pueblo, a la que atendía lo mismo en su casa que en su oficina, conversando animadamente con ella en su idioma mixteco.

En una ocasión, instigado por sus hijos, intentó su reconocimiento como veterano de la Revolución, anexando los documentos que lo acreditaban como tal, pero su solicitud fue rechazada, quien sabe por qué motivos. Se le propuso el camino legal o el auxilio de algunas recomendaciones para lograrlo, pero se opuso con firmeza diciendo que el reconocimiento oficial no sería el que le otorgara esa categoría. En cuanto a la posible pensión, dijo que para sus escasas necesidades le bastaba con la mínima que le proporcionaba el Estado. Daba la impresión de escuchar al maestro Ermilo Abreu Gómez: “Yo para vivir necesito poco, y lo poco que necesito lo necesito muy poco”.

El vacío que deja no se percibe aún. No se lloró su partida, quizá

7 necesaria ya, sino el terrible dolor que debió sentir al cerrar los ojos definitivamente, cuando éstos se rebelaron contra su indomable voluntad. Porque una larga vida se ama más, se siente más que una pasajera. Porque cuando el anciano se cree dueño de ella, la disfruta intensamente, le rinde pleitesía en cada aurora y en cada ocaso, esta lo traiciona.

En el mismo libro, “Morir, eso es todo”, Fernando Abel recuerda con nostalgia la casa que habitó en su infancia: “La casa que habitamos es una de las más antiguas que conozco. Casi todas las de su misma edad han desaparecido o recibido mejoras que las han transformado, pero esta no. Cuando sus techos han estado a punto de venirse abajo, cuando ya no resisten ningún apuntalamiento o amarre, dicen los albañiles, éstos con agilidad gatuna, suben y bajan las tejas que apilan cuidadosamente en un rincón, para luego tirar vigas, carrizos y la enorme cantidad de tierra que, hecha lodo, sirvió de mezcla para el techado. En estos casos extremos se ha tenido buen cuidado de que todo quede como antes, de tal manera que al concluir estos excepcionales trabajos parezca que nada ocurrió. Las paredes de adobe, de un metro aproximado de ancho, han resistido los más fuertes temblores sin que sufran el menor daño.

La casa fue adquirida hace cincuenta años, y otros tantos debió haber tenido porque era la más vieja del barrio y se vendió al precio que ahora se diría como terreno, pues ya la construcción se creía inútil. Pero como en su adquisición se emplearon todos los ahorros, las mejoras se fueron dejando para después, un después que aún no llega, y que todo hace suponer que en mucho tiempo no llegará. La casa tiene su historia, como todas las casas y como todas las cosas, pero la de ésta puede resumirse en una sola palabra: espanto. Porque al primer huésped del pueblo que llegó de visita y le agarró la tarde y se quedó, se le ocurrió decir que oyó ruidos extraños que no lo dejaron dormir, los siguientes dijeron lo mismo. Luego comenzó a haber muertos, no sólo de la familia sino de todos los parientes, que al no tener dónde velarlos, pedían hacerlo en la sala, con lo que llegaron a confirmarse los ruidos extraños durante la noche, en que nadie debía salir por temor a un mal aire.

La casa está ubicada entre dos callejones. El del Muerto y el del Sapo. Dicen que cada uno tiene su leyenda. Obviamente de muertos y espantos uno; de un gran arroyo, de un riachuelo, o más bien de aguas estancadas, en donde abundaban los batracios, el otro. De éstos y otros callejones, se han ufanado los nativos folcloristas,

8 los pintores figurativos y los cronistas oficiosos. Los habitantes no. Hubo uno que se avergonzó de vivir en callejón con tales nombres, o al menos que tuvo el atrevimiento de manifestarlo, porque no debió de ser el único y reunió firmas para cambiar la nomenclatura. Ahora se llaman del Calvario y de la Soledad. Pero en sus días de auge la casa se ostentó como la de la esquina del Muerto y del Sapo. Y a ella, que por las noches, como la gran mayoría de casas de pueblo o provincianas de rancia humildad, deja entrever alacranes y arañas, se inunda de mariposillas de San Juan y de zancudos herbolarios o se arrulla con un coro de grillos, han acudido algunos funcionarios federales y estatales, pintores célebres, artistas consagrados por la población local, sin contar los numerosos amigos que, sin ocuparse de las incomodidades que nosotros vemos, hablan de la hospitalidad y ambiente cordial de la casa.

La casa, que no sólo era incómoda y ordinaria para nosotros, sino hasta fea, a René, el menor, le pareció representativa de la provincia mexicana y la inmortalizó en óleos y acuarelas, desde diversos ángulos, que ha llevado a varias exposiciones. En algunas de sus obras aparece sólo el tejado; en otras, el amplio corredor con sus dos postes unidos con ladrillos, que hacen triángulos equiláteros y cuya superficie sirve para las macetas de flores y hierbas medicinales. En mi departamento hay varios pintados con tal viveza, que me transportan al lejano lugar y hasta me hacen aspirar el olor a tierra mojada.

La esquina chata, cuya enorme puerta da acceso por la calle a la sala, ostenta un letrero, el de Taller Azul, y es precisamente la esquina de los callejones, de tierra ambos. En la puerta queda estampada la imprescindible figura de una anciana vendedora de frutas, descalza, de enaguas largas, blusa ligera y rebozo moteado, que duerme junto a su canasta de productos de la temporada. Como la casa tenía cinco puertas a la calle, dos fueron cerradas hasta la mitad con ladrillos y con las otras mitades se hicieron dos ventanas. En una, la que da al cuarto que fue taller del pintor, aparece un hermoso gato blanco, enorme, que la cubre toda. Este cuadro, desechado para el gusto de su autor, lo rescaté de entre sus cachivaches y ahora es otro de los que me llevan a la casa de mi infancia, escenario de algunos capítulos de mis apuntes autobiográficos.

Abel terminó sus estudios primarios en el colegio Solar Infantil Oaxaqueño, anexo al templo de San José y atendido por las monjas Hermanas del Sagrado Corazón especializadas en docencia.

9 Egresaron en la primera generación de este colegio, además de Abel y el que esto escribe, Agustín Hernández Morales. Teodoro Velasco, Los hermanos Mendoza, Noé y Jesús, Alfonso Barranco, Emilio y Mario Bourguet, Rafael Ceja Martínez, Eligio Cruz y dos más de cuyos nombres no me acuerdo. Esto sucedió en el lejano año de 1953. Como el colegio no tenía el reconocimiento de la Secretaría de Instrucción Pública del Estado, tuvimos que tomar un curso Intensivo de tres meses en la Escuela Miguel Alemán que nos expidió el certificado de primaria.

Recordando esos lejanos y prístinos tiempos, en que corríamos por las calles de tierra del barrio, pues varios de los compañeros del grupo lo habitábamos, Abel lo describió así: el Peñasco tenía sus tiendas preferidas, porque además de que las atendía un hombre, daban especial importancia al expendio de licores, en un ambiente semejante al de las cantinas. La más visitada era La Cumbre. La tienda estaba abierta hacia el callejón de El Muerto, pero quienes iban a tomar entraban por el zaguán, también siempre abierto, para ocupar una de las mesitas colocadas en el corredor, situado a espalda de la tienda. El dueño, que había sido mesero y cantinero, se llamaba Ángel Márquez, pero como era muy gordo le decían Marquezote. Preparaba las bebidas igual que en las cantinas, pero a precio muy inferior. Cuando su clientela creció, contrató a un mocito conocido sólo como Lucho, quien a escondidas del patrón regalaba dulces a los niños, y a los borrachitos que le caían bien, les servía la de la casa, otro motivo más para que la tienda estuviera siempre concurrida.

El Cuatro Vientos, de y Dos de Abril, era otra de las tiendas muy visitadas por los aficionados al mezcal, que era el único licor que vendía, enviado directamente de Sola de Vega. Entonces no era conocido, pero cuando se comercializó se hizo famoso como Tobalá, el mezcal que quien lo prueba no lo olvida, se dijo. El dueño era un viejito al que se le conocía como El Sereno, porque lo fue en su juventud. Él no era amable ni dadivoso, pero el sabor y la calidad de su mezcal hacían que lo visitaran hasta turistas. No había ningún reservado ni sitio especial para tomar, se hacía a la orilla del mostrador, en las dos puertas de entrada y hasta en la calle. Al mediodía la tienda se encontraba abarrotada, porque además de bueno en ese tiempo el mezcal era casi regalado.

El Paraíso estaba en la esquina de Unión y Matamoros y su especialidad eran los amargos de todos los sabores. Sus principales clientes eran mujeres de avanzada edad y trasnochadores y las mayores ventas eran en la mañana. Ellas llegaban desde

10 muy temprano, para tomarse un “traguito” en ayunas porque le atribuían efectos curativos. Para ellos era como un digestivo después de una parranda. Algunos ni siquiera sabían distinguir los sabores, se guiaban por el color. “Deme uno de éste”, decían señalando uno de los vitroleros colocados en el mostrador de cinc y El Pitiona, muy solícito, llenaba con un cucharón un vasito de veladora, que el cliente se apresuraba a sorber, para que no se derramara ni una gota.

La otra tienda no tenía nombre, se le conocía sólo como la tienda de La Güera, una señora muy gorda, alta, mal encarada, agachupinada, cuyo hijo único era ciego, sordo y mudo de nacimiento. Se pasaba todo el día sentado en una enorme piedra incrustada en la esquina exterior de la tienda, que tenía una entrada por Morelos y otra por Unión. El infeliz gritaba, daba grandes manotazos, como si aplaudiera, movía constantemente la cabeza y cuando se paraba daba brinquitos en el mismo lugar, en el que luego hacía sentadillas sin cansarse. (Mi barrio: El Peñasco”)

Fernando Abel se inscribió en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado en la escuela de Comercio y Administración en la carrera de Contador Privado. Aquí aprendió entre otras materias, taquigrafía, mecanografía, redacción, que le fueron muy útiles en las actividades que desempeñaría en el transcurso de su larga vida. En 1955 el Instituto de Ciencias y Artes se transformó en Universidad Benito Juárez sin perder su trayectoria humanística y liberal que tan notables egresados había producido. Abel era de complexión delgada, cetrino y malencarado, de carácter hosco y de cortas palabras con las personas que lo trataban por primera vez. Su inquietud intelectual se manifestó desde la primaria y se desarrolló en la universidad, en donde formó su ideal liberal, inconforme con las injusticias de la vida social, y con el valor de exponerlas, criticarlas y remediarlas hasta donde le era posible.

Auspiciado por algunos catedráticos de la universidad como el Lic. Julio Bustillos Montiel, Lic. Pedro Yescas Peralta y el Dr. Javier Castro Mantecón, último Director del Instituto, se formó el grupo “Vanguardia Estudiantil Oaxaqueña”, presidida por Gerardo Méndez León; Francisco Rueda Cortés como secretario y Carlos Guzmán Velasco, tesorero, y en la que se agruparon Fernando Abel Santiago Díaz, Gerardo Altamirano de la Rosa, Jorge Linares González, Juan Ernesto Suárez Tenorio, Víctor Manuel Ramírez Quiroz, Roberto Rueda Cortés, Alberto Narváez Jr., Eduardo Mata, Alberto Márquez y Héctor Orozco, quincenalmente tenían

11 reuniones en las que algún catedrático universitario exponía un tema relacionado con los problemas institucionales y los estudiantes participaban con ideas para solucionarlo que a veces podían llevarse a la práctica por ellos mismos.

Fernando Abel propuso y fundó una revista que llamó “El Pensamiento de la Juventud. Revista cultural oaxaqueña”, de la cual él era director, Jorge Linares el administrador y Gerardo Altamirano el jefe de redacción. Trataron de publicarla cada quincena con el apoyo de algunos catedráticos y del que brindaban algunos negocios y comerciantes de la ciudad. Los contenidos corrían a cargo de catedráticos y alumnos quienes abordaban temas universitarios, sucesos actuales y del pasado, algunos poemas y crónicas urbanas.

Con motivo de ampliar la circulación de la revista, sus directivos se trasladaron a la ciudad de México donde se pusieron en contacto con la colonia oaxaqueña y la Sociedad de Ex Alumnos del Instituto, en donde figuraban personalidades como: Lic. Carlos Franco Sodi, Lic. Manuel R. Palacios, Lic. Cutberto Chagoya, Lic. Jorge Octavio Acevedo, Lic. Alfonso Pérez Gasga, Lic. Ernesto Carpy Manzano, Sr. Demetrio Mayoral Pardo, Lic. Alfonso Francisco Ramírez, Gral. Manuel Cabrera Carrasquedo, Lic. Eduardo Vasconcelos y otros muchos de las diversas generaciones y carreras. Abel Santiago llevaba la experiencia como joven periodista por haber colaborado en los diarios El Imparcial y Oaxaca Gráfico y en las revistas estudiantiles Vida y Cultura, El Pensamiento de la Juventud y Renovación, por lo que, con apoyo del Lic. Alfonso Francisco Ramírez, pudo comenzar a colaborar en el poder judicial, en la Suprema Corte, donde como taquígrafo y secretario particular del ministro Alfonso Francisco, tuvo la oportunidad de continuar sus estudios en las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras aunque no pudo concluir alguna carrera profesional porque lo absorbieron obligaciones familiares y laborales ya que comenzó a escribir un estudio bibliográfico sobre Alfonso Francisco Ramírez, tal vez como agradecimiento al decidido apoyo que le brindó este jurista oaxaqueño.

En 1961 escribe y publica un ensayo: “El problema de ser joven” donde desarrolla sus ideas, inclinaciones políticas y aspiraciones que había adquirido en el Instituto de Ciencias y Artes y en la Universidad Benito Juárez de Oaxaca y las venía cultivando y exponiendo en las revistas estudiantiles que había organizado y editado y en artículos publicados en los diarios oaxaqueños ya mencionados.

12 Al año siguiente contrajo matrimonio con la señorita Rosa Córdoba Cruz con quien tuvo dos hijos: Rosa Lénica y Jorge Alejandro. Continuó escribiendo y publicando: “El Departamento Vacío” y “Diario de un obrero Mexicano”. También comienza a escribir para el diario “El Nacional” donde trata en forma más asidua al paisano Andrés Henestrosa quien le brinda su apoyo nombrándolo adjunto a la cátedra de Literatura Mexicana e Hispanoamericana que impartía en la Escuela Normal Superior de maestros, misma cátedra que luego imparte Abel Santiago, en 1975, como titular en la Escuela Preparatoria de la Universidad Nacional de México.

Su producción literaria continua aumentando con “El Avispero”, novela inspirada por “La Colmena” de José Cela, donde narra las vivencias sucedidas a varias generaciones de estudiantes que habitan una vecindad del barrio de La Lagunilla en la ciudad de México y que abarca un periodo que va de la época porfirista a octubre de 1968. De esta novela dijo Ermilo Abreu Gómez: “Abel Santiago es un novelista y tiene garra de escritor, sentido de la composición y olfato para descubrir en sus personajes la parte esencial que conviene rescatar, para armar el sentido y propósito del relato”.

En 1977 gana el concurso de cuento corto convocado por la Revista Mexicana de Cultura del periódico El Nacional, con “El Rapto” que se publicó por la Federación de Escritores Mexicanos en el libro: “Cuentos del Medio Ambiente”, escrito en 1969. Continua escribiendo aunque ya no publica por las limitaciones a las que se enfrentan todos los escritores, hasta que en 1980 gana el segundo lugar en el Primer Concurso de Narrativa organizado por la Federación Mexicana de Escritores, con “Morir, eso es todo” donde reúne diez de sus cuentos y relatos cortos, en su mayoría inspirados o basados en lugares, personajes y acontecimientos de su tierra natal. De esta obra opinó el reconocido escritor Eugenio Aguirre, lo siguiente:

“Con un lenguaje directo, ajeno al uso del hipérbaton caro al barroco, adornado con metáforas que ruedan sobre el discurso con el tintineo de guijarros de loza aborigen, con brillos de tepalcate prehispánico, Abel Santiago narra magistralmente los efectos causados, en la existencia del mexicano, por la interacción del agro sobre la urbe y viceversa. Sus cuentos, que a veces son fríos y procaces como el muladar de la miseria y otras son filigrana mística, rozan los límites de la leyenda inmemorial de nuestros pueblos, recogiendo la tradición oral producto

13 del animismo religioso e insertándola en un contexto actual y abrumadoramente contemporáneo. La magia, lo atemporal, el claro oscuro de la sombra de la sierra, de todas las serranías que circundan el paisaje del país, está presente en las voces, las acciones y las reflexiones de sus personajes. El fatalismo es el convidado de piedra que duerme y come en el espíritu de sus arquetipos humanos; es el móvil que estimula a la esperanza y que finca una fe, que, como índice señero, determina la felicidad”.

En 1972 tiene un reencuentro con los maestros pintores Rina Lazo y Arturo García Bustos a quienes conocía desde 1957 cuando llegaron a impartir talleres de dibujo y pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Benito Juárez de Oaxaca, además de ofrecer conferencias y participar en mesas redondas con alumnos y docentes de la Universidad, donde se exponían y debatían ideas socialistas y comunistas sobre el arte y otros temas que alimentaron el espíritu rebelde de Abel. En la ciudad de México, los maestros lo invitaban cada año a su casa de Coyoacán el 8 de cada diciembre, para celebrar el aniversario del natalicio de , de quien Rina Lazo había sido ayudante en la elaboración de los murales de la Secretaría de Educación.

A mediados de 1990, se efectuó en el Museo Diego Rivera la develación del retrato de Nazario Chacón Pineda pintado por Rina, en la que participaron Fedro Guillén, José Muñoz Cota y Andrés Henestrosa, comentando la obra, el personaje y los méritos de la autora quien, al final de la ceremonia y ya en la mesa de los brindis, comentó con Abel Santiago que con este retrato crecía su galería de escritores oaxaqueños. Él comentó en broma: “No se olvide de mí, que también soy escritor y oaxaqueño” pero la maestra Rina lo tomó en serio y le pidió que se presentara en su casa de Coyoacán para iniciar los apuntes y bocetos de su retrato.

Abel creyó que esta respuesta era más de cortesía que un compromiso, por lo que no asistió a la invitación de la pintora. En diciembre de ese año, visitando Oaxaca, se encontró en el zócalo de la ciudad con la pareja de pintores disfrutando las “calendas” navideñas y la maestra Rina insistió en que se presentara en su estudio para elaborar el retrato, lo que sucedió en abril de 1991. Mientras la maestra Rina abocetaba el retrato, conversaba con Abel sobre sus respectivos trabajos. Él también tuvo oportunidad de revisar los recortes de periódicos y revistas que relataban las venturas y desventuras (Rina estuvo en la cárcel de Lecumberri en 1968) de este notable matrimonio. Abel les propuso armar un libro con esta información más la aportación oral de ambos

14 pintores a lo que ellos accedieron. El resultado fue el libro “Rina Lazo. Sabiduría de las manos”, del cual rescatamos un comentario del autor:

Cada visita a la Casa de la Malinche, residencia del matrimonio García Lazo, es inolvidable. Se trata de un verdadero espacio cultural, de una galería de arte, que visitan intelectuales nacionales y extranjeros, atraídos por la belleza de sus obras como por la hospitalidad de sus moradores. Además. Para todos, famosos o no, principiantes o consagrados, alumnos o maestros, hay la misma cordialidad y afecto. Si un visitante los encuentra trabajando, terminan la parte iniciada, explicando el tema y técnica, para luego dedicarle toda su atención.

La tarde del primer domingo, la maestra daba las últimas pinceladas al primer panel de una serie para su impresionante Venerable Abuelo Maíz, sobre leyenda y mitología mayas. El maestro García Bustos esculpía en barro las manos de una campesina oaxaqueña. Mientras terminaban su jornada de ese día me puse a hojear unos álbumes con recortes de periódicos y revistas en los que, en artículos, entrevistas y reportajes, se destacaba la vida y la obra de este ejemplar matrimonio. Me entusiasmaron tanto que en una de las últimas sesiones sugerí a la maestra que hiciéramos una selección de los dedicados a ella para publicarlos, pues hay textos tan valiosos que no deben quedarse en flor de un día, que es la página del periódico; ella no lo había pensado pero le gustó la idea e inicié el trabajo.

Cuando terminé, a las pocas semanas, me dijo que el folleto podría llamarse Recopilación periodística sobre Rina Lazo. Así de simple, me pareció que no tendría importancia. Reproducir nada más, pensé después, no es atractivo para nadie. Necesitábamos darle vida, vigencia y valor a ese precioso material. Entonces planeamos una serie de entrevistas para que el lector conociera, narrada por ella misma, la vida y la obra de una gran pintora. Por eso ésta es una autobiografía muy interesante, en la que la autora hace gala de una memoria prodigiosa, pues no necesitó de ningún apunte ni consulta, independientemente de los bellos pasajes en que se revela como una extraordinaria narradora. En las diez entrevistas realizadas, la presencia del maestro Arturo García Bustos fue muy importante. Con admiración e interés escuchaba a su compañera de toda la vida, y con la misma lucidez, precisión y euforia enriquecía algunos temas.

En 1999 publicó “EL Líder”, una de sus mejores obras, de la que Fernando Hernández Gil expuso el siguiente comentario: 15 “En “El Líder”, Abel Santiago revela que en novela, pueden escribirse dos en una. Así es, este libro ha logrado retratar, en lo que constituye la primera parte, a un líder involucrado con el poder de un sistema capitalista, dependiente y sometido como el nuestro a los dictados del imperio; un líder capaz de aparentar oposición al régimen y controlar al mismo tiempo a grandes contingentes de trabajadores que llegan a creer en él. Se trata de un líder obrerista del sistema y para el sistema”.

“En la segunda parte, Abel Santiago describe la personalidad de otro tipo de líder, el de izquierda, y lo hace utilizando como instrumento el recurso de la ironía, a tal grado que en ciertos momentos el personaje principal de la novela se vislumbra irremediablemente cómico, por el gran poder concedido – que él, el líder, llega a considerar como suyo -, por otro poder, el supremo, el de quien decide, cuando menos en apariencia, los destinos de la nación; es decir, el poder del Primer Magistrado, a quien este líder de izquierda se somete, con la apariencia de ser opositor no sólo del régimen, sino del sistema mismo y luchar por un cambio a favor del proletariado. A partir de estos personajes centrales, los dos líderes, se labran dos historias en que se pueden observar, detalladamente, tanto la psicología como el uso que del poder hacen los políticos”.

Escritor incansable, Fernando Abel escribe “El problema de ser Viejo”, muy influido por “De Senectute” de Cicerón, complemento y espejo de una de sus primeras obras: “El problema de ser Joven”. También publica “Arturo García Bustos, vida y obra”, no tan interesante ni ameno como el que escribió con Rina Lazo. Jubilado de sus empleos burocráticos y de sus plazas de maestro en la UNAM, regresa a pasar sus últimos días en la vieja casona del barrio de El Peñasco que lo vio corretear de niño. Continua escribiendo en el diario de esta ciudad “El Imparcial”, artículos de fuerte crítica al desempeño de los tres niveles de gobierno, a las fallas de su alma mater y a los abusos de los grupos sindicales que se han adueñado de la ciudad y del Estado, violentando con sus marchas, plantones y tomas de oficinas, la vida productiva de la entidad.

Tan delgado o más que antes, su color oscuro se acentúa con su cabellera completamente blanca. Camina por las calles del centro de nuestra ciudad recordando sus tiempos de estudiante, cuando la calma provinciana permitía vagar por las noches sin temor a ser violentado. En reuniones del Seminario de Cultura Mexicana,

16 después de la sesión cultural, tuvimos oportunidad de rescatar del remoto olvido, los felices recuerdos. Pero también, comentar los trabajos del día, en los que Fernando Abel se afanaba, terminar dos novelas y su autobiografía que llevaría como título “Un puñado de vida”. Pero le ganó el tiempo y nos abandonó, regresando al origen, el 5 de agosto de 2017.

Fernando Abel se definía como escritor y se preguntaba: ¿Cuál es el impulso metafísico que mueve a alguien a ser escritor? Y su respuesta era: el tiempo, algo esencial. Esa dialéctica que se establece entre lo que he sido, lo que quiero ser y lo que estoy siendo, no habla sino del tiempo como vértigo oscuro. Escribir es escoger estar en otra parte, pues suceda lo que suceda, siempre lo estamos, es desdoblarse para poder estar acompañado sin gente. Y yo agrego para despedirlo: ¿Para qué escribir? Sobre todo tiene un fondo de interés y soberbia. Sin embargo, es una lucha necesaria que se emprende contra el monstruo consuetudinario de la costumbre. Es una lucha constante y vehemente contra el olvido. Aunque al final, lo único que recordemos, con lo único que sabremos vivir, es con los nombres de los compañeros del sexto año de enseñanza primaria, que también, tal vez contra nuestra voluntad, van quedando poco a poco envueltos en el implacable manto del olvido.

RA 17.

17 Una muestra de su talento las tres diez de la tarde emprendieron el viaje. Los cuatro iban nerviosos. Se notaba en la voz, en el rostro, en los ademanes Ade los tres acompañantes, porque al novio el miedo lo había idiotizado, no expresaba nada. Para darse ánimos, llamaron a la travesía: expedición punitiva. Las cuatro horas y veintidós minutos que duró la jornada les parecieron las más largas de sus vidas. En cada población se detenían para comer y beber algo, calculando llegar al anochecer.

Ya en San Isidro, una profunda sensación de arrepentimiento los desmoralizó. Inconscientemente, el que conducía el automóvil siguió manejando lentamente, sin rumbo fijo, sin preguntar qué camino seguir. El viento comenzó a acercar el ruido de voces, de gritos, de ladridos de perros, de lloridos de niños. Siguiendo la algarada, llegaron a un enorme patio, cercado de carrizo, en cuyo fondo había unos cuartos rústicos, de adobe y techo de tejamanil. Se preparaba una gran fiesta camachesca. Había abundantes cartones de cervezas, cajas de refrescos, barriles con pulque, botellas de ron, brandy y tequila. Las mujeres, apresuradamente, desplumaban gallinas y guajolotes; los hombres mondaban puercos. El carro se detuvo frente a la entrada. Un hombre se acercó para preguntar:

- ¿Buscan alguna familia del pueblo? - No, venimos a la fiesta – respondió sin meditar el que iba al volante. - La boda es mañana. Apenas preparamos los alimentos, pero podemos ofrecerles algo… ¿De quién son invitados? - Del padrino, del padrino de los novios – repuso con ligereza el conductor. - A usté lo buscan, compadre Chon, son sus invitados.

El compadre Chon se acercó desconcertado. Los cuatro descendieron del automóvil. Se quedaron viendo confundidos. El compadre Chón los sacó del apuro.

- Tal vez se trata de la otra boda… en San Jerónimo, al otro lado de la carretera, allí enfrente, desde aquí se mira la torre de la iglesita… allí hay otro casorio, el de los Matadamas. - Es posible –dudó uno de ellos. 18 - Precisamente. Matadamas nos invitó – mintió con firmeza el otro – pero ya que estamos aquí, nos gustaría tomar algo. ¿pueden vendernos unas cervezas? Unas cervezas, unos vasos de pulque, unos tequilas, hicieron desaparecer los nervios. Fueron informados en detalle de ambas bodas y hasta de las costumbres de los dos pueblos, quedando invitados para el día siguiente.

Cuando comenzó a oscurecer, el novio, ya eufórico, apartándolos del equipo que les rodeaba, pudo platicarles pormenorizadamente sus relaciones amorosas y el motivo del rapto, que ella había aceptado gustosa. Estimulados por el erótico relato, decidieron emprender la última etapa de la expedición, antes de que la noche hiciera más sospechosa la llegada. Pretextando deseos de conocer el pueblo, salieron de la casa ofreciendo volver al día siguiente.

El rancho Cinco Hermanos, situado a dos kilómetros de San Isidro, parecía deshabitado. Sólo se oía la fuerza del viento que arrastraba las hojas secas de los árboles, que removía la milpa, que levantaba finas capas de tierra. Las pequeñas casas estaban situadas a grandes distancias unas de otras, vacías, oscuras, como si una peste hubiera obligado a sus habitantes a abandonarlas. Se estacionaron en lo que consideraron el centro de la “población”, en la misma dirección que traían, listos para emprender la fuga.

- ¿Cuál es hora de la cita? –preguntaron en coro. - Antes de que amanezca – repuso con la voz enronquecida el novio. - ¡Toda la noche! – exclamaron resignados. Descendieron. Caminaron cansinamente por las largas, anchas y bien trazadas calles, planas, sin más linderos que los surcos, que pequeñas mojoneras a grandes distancias. En el centro de los inmensos solares desiertos, estaban las pequeñas casas, construidas simétricamente. No había señales de vida. Los nervios volvieron. La bebida se bajó de la cabeza. Seguían caminando como sonámbulos, como esperando que una desagradable sorpresa los hiciera volver en sí.

El viento cesó. Luego, de los cuatro puntos cardinales, vieron que se aproximaba velozmente una intensa neblina, que pronto invadió el lugar. Ya no era posible verse unos a otros, ni a corta distancia. El frio comenzó a penetrar hasta los huesos, hasta los tuétanos. Decidieron regresar a San Isidro mientras se acerca la hora, pero apenas se puso en marcha el motor y se encendieron las luces, una multitud de perros salió de su letargo y se les lanzó como queriendo devorar el automóvil. No tardaría en acudir la gente del pueblo ante los ladridos unánimes, inacostumbrados en la población. Ante tal amenaza, tuvieron que desistir y resignarse a pasar la cruda y el hambre en vigilia, durmiendo por turnos para hacer menos pesada 19 la noche, quedando uno de guardia, pero el frio, el ruido del viento huracanado que comenzó a agitar la neblina como espuma de mar embravecido, y el temor a ser descubiertos, les impidió dormir.

Pasadas unas horas, volvió el silencio desesperante y la neblina quedó fija en el espacio, como si todo el infinito se hubiera convertido en un enorme cuarto oscuro. Cuando sus cuerpos empezaron a relajarse, un nuevo ladrido de perros los hizo pegar un reparo. Pero eran los aullidos naturales que denunciaban el paso de algún trasnochador conocido, que a manera de viejo correo se van transmitiendo el aviso y luego callan para que sigan los cuidadores de las casas por donde el andante pasa, no eran los gruñidos tumultuosos y aterradores que se despertaron cuando ellos intentaron regresar a San Isidro.

A lo lejos, entre la oscuridad, se divisaron dos pequeñas lucecitas, sin duda de dos hombres que venían fumando, porque a cada paso se levantaban y se hacían más fuertes. Se advertía que venían nerviosos, porque las supuestas fumadas eran constantes y cada vez más cercanas. Como si el vaho helado de la noche los hubiera transportado rápidamente, de un momento a otro los tuvieron frente a la portezuela delantera izquierda. Puestos de acuerdo mentalmente, los cuatro fingieron estar dormidos. Pero los dos extraños, acostumbrados a ver en la lobreguez, seguros de que los advenedizos estaban despiertos, saludaron comedidamente sin tener respuesta. Como tampoco tuvieron contestación, encendieron un fósforo, intentando identificarlos. El manejador reaccionó encolerizado, pretendiendo salir a reclamar la insolente interrupción a “su sueño”, pero fue detenido prudentemente por sus acompañantes, sugiriéndole no complicar la delicada situación. Uno de aquellos hombres, humildemente primero, arrogante después, amistoso al final, comenzó a hablar con cavernosa voz:

- Perdonen ustedes… buenas noches… o tal vez días. La neblina está ya húmeda y eso quiere decir que comienza a madrugar … somos la autoridá del pueblo … yo como el comisario ejidal… me dicen El Alacrán… mi compadre como el alcalde… le dicen El Solovino, como a los perros que se aparecen un buen día en una casa y ya no se van porque les tiran una memela…Él también, perdonando la mala comparación, vino en busca de trabajo y se quedó porque aquí somos hermanables… y ya hasta lo hicimos alcalde, porque se faja en el trabajo… Llegó cuando apenas se estaba formando la ranchería, y lo aceptamos de buen modo y él ya ni se acuerda qué vientos lo trajeron… Hizo su casita y se casó con mi comadre Matea y tiene tres alcalditos como les llamamos de aprecio… esto de los apodos es cosa de la cantina pero nos caen bien y no nos dan disgusto. Los hijos es lo primero que da dios, es su bendición y es sus ley… ¡descúbrase la cabeza compadre! Esa casita que se ve rumbo a los sauces es del… y allí mismo atiende los asuntos de su encargo ¿no 20 compadre?... fue la sexta que hicimos, las primeras cinco las paramos mis cuatro hermanos y yo… y como fuimos los primeros en salir de San Isidro y poblamos esta gran tierra sin dueño, la gente le puso al lugar el rancho de los cinco hermanos… Ora ya llevamos levantadas noventa y ocho casas… ustedes no lo han dicho, pero son del comisariado del centro, nosotros somos güenos pa’divinar quienes nos visitan… y siempre caen cuando uno menos lo espera, a ver si nos caen en un mal negocio… Pero nosotros no somos capaces de jugar chueco, ni lo necesitamos… Por eso no mandan a los mismos, dizque crean intereses o qué sé yo… Lo que no ha tocado es que vengan de noche, a helarse en estos tiempos tan ingratos… Pero es güeno, porque harán saber a la superioridá que nos falta mucho… ¡ay!... mi compadre ya me dio un pisotón… bueno, si ustedes son de la superioridá es mejor, lo verán todo con sus propios ojos… por eso me pisoteó ¿no compadre?... Como les decía, la ranchería es nueva… apenas tenemos trece meses y quince días aquí; antes los cinco hermanos éramos piones en San Isidro y a estas tierritas pelonas les hemos sacado su jugo… Orita nos vamos pa mi corral… ¡ay!... pa mi casa… ¿así compadre?... voy a despertar a mi vieja pa que prepare macé un café con su piquetito, un aguardientito que tengo pal frio.. pero aquí afuera no se siente tanto, se siente más encerrado… abran un poquito sus vidrios, casi no los oigo… ¿verdad compadre? Además, encerrados les puede faltar el resuello… yo ya fui alcalde, pero se lo pasé a mi compadre porque es mucha chinga…¡ay!... digo, propuse a mi compadre con los de la banderita porque aquí se friega uno mucho… a él le va mejor porque sabe arreglar las cosas, no se desespera tanto como yo… Después del cafecito platicamos un poco y les conseguimos acomodo pa que duerman un rato… luego los llevaremos a la presentación de todos los del ejido… como es domingo, todos estarán, haremos una barbacoa, ¿no les gusta? Aquí se prepara muy bien… ¿Quién tiene chivos güenos compadre?... los míos todavía están tiernos… todavía no aguantan el horneado, se vuelven nada, pura babita… se hacen mosquito… y con estos fríos no se logran… sólo cuando les agarra el temporal ya grandecitos… pero si no encontramos, macé caldito de pollo les prepararemos… ya verán… ¿fuman uno de los míos? Sólo que perdonarán que son corrientitos, pero acá fuera saben a gloria… Lo que más nos procuramos son armas y machos con su mula cada uno… ¡ay!... Compadre, pero esto si es güeno que lo sepan los señores… al principio se carranziaban nuestro ganado, porque no había modo de defensa, pero ora qué va, no llegan ni a una legua cuando oyen los disparos y sueltan los animales… Pero cuando hicimos blanco sin querer fue cuando trataron de robarse a la Dorotea, la hija del mayordomo porque lo fue cuando éramos de San Isidro… aquí todavía hace falta terminar la iglesia y buscarle su santito y alquilar al cura que le haga sus misas… Pero ya no tardará todo eso… Pues como les decía, con el dijuntito estrenamos las armas y un par de machos, los primeros que tuvimos aquí… pobres animales, ya pasaron a mejor vida… Ya estuvo suave 21 compa, me va a sangrar los pies, déjeme hablar, luego usté completa lo que me falte… la autoridá del centro vino a investigar todo y nos dio la razón… Perdonando la grosería, voy a encenderles un cerillo pa sus cigarros… ¡no tienen cara de gente del comisariado!... si su misión es otra, güeno, mi compadre y yo somos la autoridá… ¿no es cierto compadre? Y con nosotros tendrán que tratar… pero no es güeno que aparezcan a esta hora… la gente no es mala, pero tiene sus corazonadas y a luego lo primero que quieren es darle gusto al dedo… pero ya no será, nomás con decir que son gente del Alacrán y del Solovino… Cuando la enfermedá nos mata los animales vamos a cazar liebres y pájaros y es mejor porque las tripas quieren probar otra cosa… Y si dealtiro nos falta carne ¿no verdá compadre? Ahora me recuerdo que en el pueblo hay boda y sobrará comida pa todos los que nos visiten… Bueno, si no lo toman a mal, mi compadre y yo nos adelantamos… es hora que a las viejas las vence el sueño y batallamos pa recordarlas… Cuando lleguen ya hirvió el café… allí nomás es su pobre casa… donde se ve la polea del pozo de agua… pa más señas hay un letrero del comisariado… Y a la vueltecita vive mi compadre… No se demoren mucho… si no, volveremos por ustedes… Vamos compadre. Pareció que El Alacrán habló con cuatro cadáveres, que los viajeros hubieran tenido una angustiosa pesadilla, y que, al despertar, sólo les quedara la imagen de dos hombres que se alejaban. Tras ellos, iba disolviéndose la neblina. Cuando desaparecieron, ésta se esfumó por completo, dejando admirar el bello panorama campirano del amanecer.

Unos pasos apresurados los hizo volver la vista hacia la parte posterior del carro. Era una muchacha abundantemente indígena, descalza, morena, con los ojos hundidos, como si tampoco hubiera dormido en toda la noche. Abrió rápidamente una portezuela trasera y se metió sigilosamente, sentándose apresurada sobre las primeras piernas que encontró.

El carro se deslizó velozmente. Al pasar frente a las casas señaladas por El Alacrán, rieron burlescamente y siguieron su camino tarareando las canciones de moda.

México, octubre 1969.

*Con este relato, Fernando Abel Santiago obtuvo el primer premio en el concurso de cuento corto convocado por la Revista Mexicana de Cultura del diario El Nacional, en junio de 1977.

A continuación presentamos algunos de sus trabajos publicados en Acontragolpe.

22 Grandes maestros mexicanos.

En 1985, para celebrar el Año Internacional de la Juventud, El Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud inició la publicación de una colección de obras titulada Grandes Maestros Mexicanos, que concluyó en 1988 con más de un centenar de pensadores nacionales, cuyo desempeño se desarrolló en el siglo XX, influyendo en la formación del México moderno, según el citado Consejo. A esta serie pertenece el libro David Alfaro Siqueiros, escrito por el crítico e historiador del arte Antonio Rodríguez, quien enfoca al gran artista a través de un examen objetivo no exento de sensibilidad y pasión. La obra consta de un ensayo que incluye desde las primeras etapas de la formación del “combatiente que en Siqueiros nunca se separó del artista”, y de una antología representativa de su pensamiento que culmina con una sección de “textos breves sobre problemas teóricos”, que sintetizan la posición del maestro con respecto a temas como la Revolución Mexicana en el arte de México, la pintura en una arquitectura dinámica, los materiales y las herramientas.

La importancia del ensayo de Antonio Rodríguez es su capacidad para sintetizar lo más destacado de la vida y obra de este genial artista mexicano, uno de los tres grandes muralistas que crearon un estilo original e inconfundible. Con motivo de un aniversario más de su nacimiento y muerte, que se conmemoran en estos días, compartimos los siguientes datos de sus inicios en el arte y la verdadera lucha social: José David Alfaro Siqueiros nació el 29 de diciembre de 1896 en Santa Rosalía, hoy Camargo, estado de Chihuahua, y falleció el seis de enero de 1974 en Cuernavaca, Morelos, donde radicó en los últimos años de su vida. En 1911 aparece en la historia de las artes y de la vida política, al participar en la primera huelga estudiantil contra los métodos de enseñanza anacrónicos, que se resolvió con la destitución del director de la Academia y el nombramiento del pintor Alfredo Ramos Martínez, recién llegado de Francia, quien la sustituyó por la Escuela de Pintura al Aire Libre. De la “conspiración estudiantil”, como la llamó Siqueiros, contra Huerta, el joven estudiante de pintura pasó, bajo los auspicios del Dr. Atl, a los contingentes armados que se levantaron contra el gobierno anticonstitucional. De soldado raso llegó a ser capitán al participar en las luchas de su pueblo contra la sangrienta dictadura de Victoriano Huerta, hasta retirarse en 1917 con el triunfo del Ejército Constitucionalista.

Entonces entra en contacto con el Centro Bohemio que dirigía José Guadalupe Zuno, y reanuda la actividad iniciada a los 11 años de edad, una copia de la Virgen de la Silla, de Rafael. A 1917 corresponden sus obras que se conservan en un museo de Guadalajara, un retrato de y un autorretrato, que confirman la vocación del pintor. En 1919 sale a Europa con el nombramiento de agregado 23 militar en la embajada de México en España, a fin de conocer, en forma directa, el movimiento artístico del viejo mundo. En Nueva York encuentra a José Clemente Orozco, con quien discute problemas de la interacción de la mecánica del arte, y en París hace amistad con Diego Rivera, a quien comenta temas de la Revolución Mexicana, y de quien recibe una visión de las inquietudes y realizaciones del arte europeo, quedando así establecida la relación amistosa y camaraderil de los tres grandes de la pintura mexicana. Durante su recorrido por Italia

Estudia la obra de los artistas del Renacimiento y se asombra con las grandes realizaciones de la arquitectura barroca. En Barcelona, durante los funerales de un anarquista mexicano asesinado por la policía, pronuncia un fogoso discurso que provoca su expulsión del país, y en Francia participa en actividades sindicales. En 1922 regresa a México y visita al secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, con el que había sostenido correspondencia acerca de los inicios de la actividad muralista en esa época. En una carta le dice: “Estoy totalmente de acuerdo con su idea básica de crear una nueva civilización extraída de las más profundas entrañas de México, y deseo retornar a la patria lo más pronto posible para trabajar ahí”.

Así se incorpora en México en el exitoso mundo del muralismo, para pintar en lo que se consideró taller y laboratorio del mismo, la Escuela Nacional Preparatoria, donde Rivera pintaba La Creación, del Anfiteatro Bolívar, y Siqueiros escoge el cubo de la escalera del patio chico, en cuya rampa pinta a la encáustica una alegoría, con una mujer musculosa y las alas abiertas, que representa los elementos fuego, viento y agua, acentuados con figuras geométricas. En su siguiente obra Entierro del Obrero Sacrificado, pintada al , muestra sus inquietudes de artista revolucionario y militante activo. Fundó y presidió el Sindicato de Pintores, Escultores y Grabadores Revolucionarios, en cuyo manifiesto dice: “Repudiamos la pintura llamada de caballete y de todo arte de cenáculo ultra-intelectual por aristocrático y exaltamos las manifestaciones de arte monumental por ser de utilidad pública”.

A partir de 1924, al concluir su obra en la Preparatoria, continúa con más vigor su carrera artística y su lucha social, por la que estuvo muchos años en la cárcel, sobre todo en la Negra de Lecumberri. En vida recibió muchos premios y reconocimientos, nacionales e internacionales. En diciembre de 1971 fue inaugurada su grandiosa y monumental obra La Marcha de la Humanidad, junto con el Polyforum Cultural Siqueiros, que motivó encendidas polémicas a favor y en contra, pero que finalmente llegó a aparecer como la última y alucinante imagen del sueño que nutrió su vida.

Abel Santiago. Publicado en Acontragolpe letras. 24