Michel Onfray
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Cinismos Espacios del Saber 1. Paul Virilio, Un paisaje de acontcchiiicntos. 2. Jacques Derrida, Resistencias del psicoanálisis. 3. Terry Eagleron, Las ilusiones delposiiwdern¡sino. 4. Simón Critchley y otros, Desconstrucción y pragmatismo. 5. Cadierine Millot, Gide-Genet-Aíishivia. 6. Fredric Jaineson y Slavoj Zizek (prólogo de E. Grüner), Rendios culturales. Reflexiones sobre el imdticulturaUsiuo. 7. Nicolás Casullo, Modernidad y cultura crítica. 8. Slavoj Zizek, Porque no saben lo que hacen. 9. Elisabeth Roudinesco y otros. Pensar la locura. 10. \^alentin N. Voloshinov, Freudismo. 11. Corinne Enaudeau, La paradoja de la representación. 12. Slavoj Zizek, Mirando al sesgo. 13. Jacques Derrida, La verdad en pintura. 14. Gregorio Kaminsk}', EsLTituras intcifcridéis. 15. W. Rowe, A. Louis y C. Canaparo (comps.), Jorgí Luis Borgcs: Intervenciones .wbre pen.wj/iientoy literatura. 16. Ra\nuond Williams (prólogo de B. Sarlo), El campo y la ciudad. 17. iMassimo Cacciari, El dios que baila. 18. L. Ferry y A. Renaut, Heidegger y los modernos. 19. Alichel Maffesoli, El instante eterno. 20. Slavoj Zizek, El espinoso si jeto. 21. Alain Mine, -iVivzv.capitaHsmo.net. 22. Andrea Giunta, Vanguardia, internacionalismo y política. 23. Jacques Derrida, Retados de ánimos del psicoanálisis. 24. José T. iMartínez (comp.), Obseroatorio siglo XXL IS. Eduardo Grüner, El fin de las pequeñas historias. 26. Paul Virilio, El procedimiento silencio. 27. Michel Onfrav, Cinismos. Michel Onfi:'ay Cinismos Retrato de los filósofos llamados perros Traducción de Alcira Bixio PAIDOS Buenos Aires - Barcelona - México 4 Título original: Cynismes. Pmtrait du philosophe en chien. © Éditions Grasset & Fasquelle, 1990 París, Bernard Grasset, 1993 Esta obra, publicada en el marco de] Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Ministerio de Asuntos Extran jeros y del Servicio Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina. 190 Onfray, Michel ONK Cinismos, retrato de los filósofos llamados perros.- r ed. - Buenos Aires : Paidós, 2002 240 p.; 21 X 13 cm.- (Espacios del saber) Traducción de: Alcira Bixio ISBN 950-12-6527-7 I. Título - 1. Filosofía Contemporánea Cubierta de Gustavo Macri Motivo de cubierta: Scena di baccanale, Sarcófago en mármol, siglo 11 d. C. (Museo í'amese) 1 ° edición, 2002 La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier fotma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema "multigraph", mi- meógrafo, impreso por fotocopia, fotoduplicación, etc., no autotizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser pre viamente solicitada. © 2002 de todas las ediciones en castellano Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires e-mail: [email protected] Ediciones Paidós Ibérica SA Mariano Cubí, 92, Barcelona Editorial Paidós Mexicana SA Rubén Darío 118, México DF Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en la Argentina. Printed in Argentina. Impreso en Gráfica iVIPS, Santiago del Estero 338, Lanús, en mayo de 2002 Tirada: 2500 ejemplares ISBN 950-12-6527-7 índice VrehciQ. La filosofía, el maestro y la vida 11 Introducción. Incipit comedia 31 1. Emblemas del perro 35 2. Retratos con barba y otras pilosidades 45 3. La virtud del pez masturbador 55 4. El voluntarismo estético 69 5. Principios para una ética lúdica 81 6. Los juegos del filósofo-artista 89 7. Metodoloma del flatómano 97 8. Estrategas subversivas 107 9. Breve teoría del escándalo 123 10. Las fiestas del monedero falso 141 11. Gemonías para dioses y amos 153 12. Exégesis de tres lugares comunes >. 173 btdice Conclusión 195 Apéndice. Fragmentos de cmisijto vulgar 199 Bibliografía comentada 221 Bibliografía general 227 A Marie-Claude Ruel El cinismo es "lo más elevado que puede alcanzarse en la tierra; para conquistarlo hacen falta los puños más audaces y los dedos más delicados". METZSCHE, Ecce Homo Prefacio La filosofía, el maestro y la vida Aquel año, mi viejo maestro de filosofía antigua me había hecho conocer a Lucrecio y su poema De natura renim. Entonces me dirigí a Roma siguiendo las huellas del pensador de quien, salvo algunas otras pocas cosas, sólo se conoce ese libro. Los datos de su vida son incier tos: ignoramos si trató a Cicerón, lo cual puede haber ocurrido, presumimos que era un poco loco o incluso de masiado, comprobamos que nunca concluyó su obra ma yor, imaginamos un suicidio. Eso es todo. Lo que sí sabe mos es que vivió en Roma y eso me bastó para sentir deseos de ver el cielo que él vio y de respirar el aire que respiró. Iba yo, pues, a buscar el eco de Lucrecio en el fo ro romano y las ruinas antiguas. Lo primero que sentí fue decepción: había allí tantas piedras muertas y silenciosas, tanta confusión y tantos si glos mezclados. Pero la imaginación debe de haber miti gado la indigencia y, bajo un sol ardiente, despreocupado de cualquier orden o cronología, descubrí las tribunas, la columna de Focea, los vestigios del lago Curtius y los templos de Antonino y de Faustino. Los recientes certi ficados de arte y arqueología antiguos, preparados para la // Michel Onfray ocasión, me proporcionaban algún argumento e incluso más de una anécdota. Ale enfrentaba a la piedra negra y sus misteriosas inscripciones, que me petrificaban y he chizaban. El calor danzaba alrededor de mí, que, insen sible a los visitantes que vagaban por el lugar, por unos instantes creí que en verdad el espíritu de Lucrecio ven dría a visitarme. ¿No sería sorprendente que se manifes tara? Imaginaba la grandeza que había precedido a esas rui nas y el movimiento anterior a la desolación. Sobre los peldaños surcados de grietas y las piedras enfermas, los bloques carcomidos y la hierba calcinada, podía percibir el sonido de las sandalias. Los hombres que poblaban las Sátiras de Juvenal se volvían así mis contemporáneos: en las callejuelas estrechas y la confusión de los carros, en tre el desorden estruendoso del rebaño que no avanza. Más allá, la litera de Liburnia que se desplaza por enci ma de las cabezas, todavía más lejos los viandantes que se abren paso con los codos y las vigas que es mejor evitar. El alfarero y sus vasijas, el vendedor de pescado con su puesto de aromas penetrantes. Recordaba a Juvenal con el pie aplastado por el zapatón de clavos de un soldado, sus imprecaciones y, en todos los casos, su desagrado. Las descripciones del satírico registraban olores de coci na, humaredas atizadas por niños que se reúnen alrede dor del fuego, chasquidos de túnicas que se desgarran, tejas que caen de un techo y hasta un borracho que mal dice. No hacía falta mucha imaginación: Roma es la ciu dad de las sensaciones del eterno retorno, y Juvenal es un perpetuo contemporáneo. Poco importa que toda esta fauna haya desaparecido. Las Sátiras cuentan acerca de los burdeles y las mucha chas fáciles: a dos pasos del Coliseo, al pie de las fortifi caciones del teatro antiguo de Claudio, hoy en ruinas, las 12 Prefacio mujeres vendían placer, detrás de cortinas mugrientas y rasgadas. Roma, Amor. Siete u ocho hombres esperaban su turno con la paciencia de quien sabe que pronto habrá de satisfacer sus deseos. Al punto uno comprende qué podía significar la prác tica de la filosofi'a en un foro o en un agora helenística. Allí donde pasan todos, entre un mercado improvisado y un nicho votivo, el filósofo habla y entrega su palabra al público. Entonces se examinan todas las cuestiones posi bles: la muerte y la naturaleza de los dioses, el sufrimien to y el consuelo, el placer y el amor, el tiempo y la eter nidad. En medio de los olores y los murmullos, las ráfagas de calor y los perfumes de las piedras caldeadas hasta ponerse blancas, la sabiduría llega a ser un arte. Toda la potencia de mi antiguo profesor estribaba en su férrea voluntad de ser intempestivo: ignoraba el ga binete y la universidad para persistir en una práctica an tigua de la filosofía. Sin preocuparse por las convenien cias y las obligaciones del orden que fuere, hablaba como probablemente lo hacían los filósofos en Roma o en Atenas hace aproximadamente veinte siglos. Procu raba establecer una proximidad con lo real, y exponía actitudes, un arte de vivir y un estilo. Lejos de consistir en la enseñanza de teorías abstractas o en la exégesis gratuita, aguda y tediosa, la filosofía era a sus ojos una estética de la existencia, un espejo capaz de ofrecer va riaciones antiguas sobre ese tema. Su filosofía no se nu tría de conceptos abstrusos, de nociones bárbaras ni de los galimatías propios de la corporación: su tarea con sistía en mostrar maneras de vivir, modos de obrar y técnicas de existencia. La conversión pagana que pro ponía apuntaba al orden de la vida cotidiana. Conocer a los filósofos que nos enseñaba equivalía a poner en te la de juicio la propia vida. 13 Michel Onfray Con Lucrecio yo descubría el cuadro lúcido, y por lo tanto cruel, de la realidad: una sumisión humillante a la ilusión, al artificio y a las creencias inútiles, un sacrificio constante a los mecanismos de alienación y avasallamien to de las singularidades, a las mitologías gregarias y a to do lo que sitúa a los hombres en un teatro donde la tra gedia y la comedia se reparten el dominio. Todo se parcelaba, se despedazaba y quedaba al desnudo a la luz fi-ía y blanca de su ironía. Los análisis domesticaban, circunscribían y aglutina ban la muerte; el amor perdía sus encantos y era situado en la perspectiva del instinto y las pulsiones; a los dioses se los mandaba a paseo, se los destruía, se los mataba; se disecaban las pasiones. Schopenhauer, Freud y Nietzsche en la época de la conquista de los galos..