Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de (1938-1953)*1

Daniel García Roldan**2

Resumen

Recibido: 22 de enero de 2016 Este artículo presenta un análisis histórico sobre la creación y los Evaluado: 25 de marzo de 2016 primeros quince años de historia de dos museos en Bogotá: el Aceptado: 1 de abril de 2016 Museo Arqueológico Nacional, fundado en 1938 y el Museo del Oro del Banco de la República, cuya colección se inició en 1939. A partir de la indagación en los contextos de formación de am- bos museos, así como de las formas de valoración y exhibición de lo que en ese momento se concibió como patrimonio arqueológi- co indígena, no solamente se pretenden comprender las circuns- tancias de ese pasado reciente del que aún hoy somos herederos directos, sino también ganar un lugar de observación que nos permita considerar críticamente las maneras como actualmente se presentan esos vestigios materiales ante nuestra mirada.

Palabras clave: patrimonio arqueológico, Bogotá, Museo Ar- queológico Nacional, Museo del Oro.

* Artículo de reflexión. Fruto del proyecto de investigaciónPolíticas y prácticas de la vida cultural en el centro de Bogotá, desarrollado en el Depar- tamento de Humanidades de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en colaboración con investigadores de la Universidad Central. Cómo citar este artículo: García Roldán, D. (2016). Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953). Hallazgos, 13(26), 149-178 (doi: http://dx.doi.org/10.15332/s1794-3841.2016.0026.06). ** Maestro en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, de la Universidad Nacional de . Profesor asociado, de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Correo electrónico: [email protected], https://utadeo.academia.edu/danielgarciaroldan. Diagonal 61b No. 21-14 Apto 301

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 149 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)*

Ways of seeing and exhibiting the amerindian archeological patrimony in two museums of Bogotá (1938-1953)

Abstract

The following article presents an historical analysis about the Received: January 22, 2016 creation and the first fifteen years of history of two archeologi- Evaluated: March 25, 2016 cal museums in Bogotá: The Archaeological National Museum, Accepted: April 1, 2016 founded in 1938, and the Gold Museum, whose collection star- ted in 1939. Based on the inquiry of how these two museums were built, and their ways of seeing, valuating and exhibiting what it was considered archeological patrimony in that time, we pretend to understand that recent past we inherit directly, and also gain a point of view that allow us to consider the ways tho- se vestiges are exhibit today, within a critical perspective.

Keywords: Archaeological patrimony, Bogotá, Archaeological National Museum, Gold Museum

150 Daniel García Roldan

Formas de olhas e exibir o patrimônio arqueológico indígena em dois museus de Bogotá (1938-1953)

Resumo

Recebido: 22 de janeiro de 2015 Este artigo apresenta uma análise histórica sobre a criação e os Avaliado: 25 de março de 2015 primeiros quinze anos de história de dois museus em Bogotá: o Aceito: 1 de abril de 2016 Museu Arqueológico Nacional, fundado em 1938 e o Museu do Ouro do Banco da República, cuja coleção se iniciou em 1939. A partir da indagação nos contextos de formação de ambos museus, assim como as formas de valoração e exibição do que naquele momento foi concebido como patrimônio arqueológico indígena, não somente pretende-se compreender as circunstan- cias de esse passado recente do qual ainda hoje somos herdeiros diretos, senão também ganhar um lugar de observação que nos permita considerar criticamente as maneiras como atualmente se apresentam estes vestígios matérias ante nosso olhar.

Palavras-chave: patrimônio arqueológico, Bogotá, Museu Ar- queológico Nacional, Museu do Ouro.

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 151 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)*

Un contrapunto a manera y usos cambiantes y en ocasiones contradic- de introducción: México torios (Paz, 2006, p. 75-76). D.F. y las supervivencias del Uno de los aspectos centrales de las supervi- patrimonio arqueológico indígena vencias del pasado prehispánico en los pro- cesos de construcción de las naciones mo- Tal como lo narra Octavio Paz, la historia dernas, y que para el caso colombiano no ha moderna de la escultura de la diosa Coatli- sido analizado con suficiente profundidad, cue, la de falda de serpientes, sirve para com- es el que tiene que ver con las funciones que prender e imaginar en qué consiste el carác- el denominado patrimonio arqueológico in- ter superviviente del pasado prehispánico dígena cumple en las capitales de los paí- en América. Redescubierta por azar en 1790 ses hispanoamericanos. No es gratuito, por debajo del piso de la Plaza Mayor de Ciu- ejemplo, que en el libro La ciudad de México, dad de México, la enorme piedra esculpida una historia, Serge Gruzinski decida abordar fue llevada a la Universidad Real y Pontifi- la historia de Tenochtitlán, no al comienzo cia Universidad, aunque por poco tiempo, sino en la mitad de su libro; es decir, como ya que los “doctores” decidieron volverla si “la ciudad” y el pasado mexica tuviesen a enterrar al considerarla una ofensa a “la un lugar central en el tiempo histórico de la idea de belleza” y una amenaza, pues su ciudad moderna; como si no les bastara con presencia podía animar antiguas creencias. el espacio incierto de los comienzos, y pre- En 1804 Humboldt, de paso por la ciudad, firieran ocupar el lugar imaginario, aunque solicitó verla, pero luego la estatua volvió al siempre actual, de los orígenes. Al revisar subsuelo; solo después de la Independencia las relaciones entre la historia de la arqueo- fue desenterrada definitivamente, aunque logía y la historia de Ciudad de México, durante un tiempo permaneció olvidada y Eduardo Matos Moctezuma presenta un parcialmente oculta. Sin precisar una fecha, cuadro similar (Matos, 1998). La capital de Paz nos cuenta que más tarde se hizo visible Nueva España, y posteriormente el Distrito “como una pieza de interés científico e his- Federal, están marcados por el redescubri- tórico” y solo desde hace algunas décadas miento, la exhibición pomposa o marginal ocupa un lugar central en el Museo Nacio- y el estudio riguroso de enormes estatuas nal de Antropología de México, convertida que se encontraron bajo el suelo del centro en una “obra maestra”. Así, en un proceso de la ciudad o en sus alrededores, a causa hecho de apariciones y ocultamientos, de de diversas obras públicas. Pocos meses “muertes” y “renacimientos”, no solo la es- después de que Coatlicue fuera descubier- cultura de Coatlicue, sino también muchos ta, hallaron la Piedra del Sol, conocida po- otros objetos de las sociedades indígenas pularmente como el calendario azteca. Esta que habitaron y habitan territorios ameri- enorme escultura estuvo adosada a uno de canos han abandonado paulatinamente “el los muros laterales de la catedral durante territorio magnético de lo sobrenatural” casi un siglo, hasta que en 1895 conquistó para entrar de manera intermitente “en los un lugar en la sala de monolitos del Museo corredores de la especulación estética y an- Nacional. Algo similar ocurrió con la Pie- tropológica”, acompañados de significados dra de Tizoc encontrada en 1791. Con ellas

152 Daniel García Roldan nacieron, según Matos (1998), los primeros informales que narran una historia glorio- tratados de arqueología en México (p. 28). sa de los “antepasados” a pocos metros del museo, donde se encuentra la fuente deco- Sin embargo, y de acuerdo con varios pun- rada con la maqueta de la gran Tenochtitlán tos de la perspectiva de Federico Navarrete, (Rosas, citado en Sunkel 2006, p. 260). lo que ha nacido y se ha consolidado es una arqueología “monolítica”, asociada de ma- Estas tensiones con respecto al significado y nera demasiado estrecha a las instituciones al uso del pasado indígena, que tuvieron y y al poder estatal, y con ello a su perspec- aún tienen lugar en los museos e institucio- tiva instrumental del patrimonio indígena nes de varias ciudades hispanoamericanas a como símbolo de la nación (Navarrete, ci- partir del siglo xx, son las que se pretenden tado en Gnecco et al., 2010, 67). Ello expli- estudiar en este artículo, haciendo enfoque ca, por ejemplo, los grandes esfuerzos que en el caso de Bogotá. En esta ciudad, la rea- convergieron en la recreación del Museo parición del pasado prehispánico de la que Nacional de Antropología en su sede de los aún somos partícipes tuvo lugar a partir de bosques de Chapultepec en 1964, que con 1938, luego de la exposición arqueológica su montaje apuntó (tal como lo interpretó etnográfica que organizó Gregorio Hernán- Néstor García Canclini) a contraponer la dez de Alba con motivo de la celebración del monumentalidad y la miniaturización, y iv centenario de la fundación de la ciudad. los objetos indígenas del pasado con los del No sobra agregar que este acontecimiento presente, con lo cual se creó un mosaico que estuvo envuelto en una ola general de trans- simboliza, con una pretensión de totalidad, formación con respecto a las formas de con- al pueblo mexicano (García, 2001, p. 169). cebir y atesorar el patrimonio arqueológico Asimismo, esa arqueología “monolítica” indígena, tanto en el continente americano como en Europa. El médico y etnólogo Paul impulsó los posteriores trabajos de excava- Rivet, que ejerció una gran influencia en la ción en el centro de la ciudad a partir del arqueología, la etnología y la antropología hallazgo en el subsuelo del Zócalo en 1978, latinoamericanas durante la primera mitad de la enorme escultura de Coyolxauqui, hija del siglo xx, fue el gestor de la creación del de Coatlicue. Este descubrimiento hizo que Museo del Hombre, que abrió sus puertas José López Portilla, el presidente de México el 20 de junio de 1938 en París. El año si- en ese momento, expropiara varias manza- guiente se fundó el Instituto Nacional de nas para encontrar las ruinas del Templo Antropología e Historia (inah) de México, Mayor (Navarrete, citado en Gnecco, 2010, institución clave para el desarrollo de la p. 66). Hoy en día, el museo que surgió de investigación y conservación de monumen- este proyecto arqueológico de largo aliento tos indígenas en ese país. En 1941, parte de presenta un guion que pretende develar la las colecciones del Museo Arqueológico de estructura de poder y dominación en la que Madrid fue la base para la inauguración del estaba inserto el pueblo mexica. Sin embar- Museo de América en la capital española go, su propósito no alcanza a sobreponer- (Vázquez, 1954, p. 5). se a la emoción heroica que las esculturas, exhibidas con dramatismo, imprimen en los ¿Qué sucedió en Bogotá durante esos visitantes, ni a acallar las voces de los guías primeros años en los que se crearon las

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 153 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)* colecciones y se fundaron las instituciones histórica han hecho aportes significativos y museos que, aunque con algunas modifi- para comprender los puntos críticos a par- caciones, aún hoy existen y organizan par- tir de los cuales se valoraron y estudiaron cialmente nuestra percepción del pasado los vestigios arqueológicos en Colombia a prehispánico? Se espera que las siguientes mediados del siglo xx; sin embargo, no se páginas ayuden a resolver estos interrogan- ha abordado a fondo el problema de las tes, a partir de la indagación en las formas distintas prácticas museográficas que los de observación, valoración y exhibición de ordenaron y las formas de valoración que lo que en ese momento se concibió como pa- ellas produjeron. En primer lugar, los traba- trimonio arqueológico,1 en dos museos que jos de Carl Langebaek y de Roberto Pineda surgieron paralelamente: el Museo Arqueo- proporcionan un cuadro más o menos com- lógico Nacional creado en 1938, con el apo- pleto de los actores involucrados en este yo del Servicio de Arqueología y del Insti- proceso, aunque sus temas de interés sean tuto Etnológico Nacional, instituciones que otros. En el caso de Pineda, prima la historia se fundieron en una sola a partir de 1945, y de los institutos etnológicos nacionales, de el Museo del Oro, que durante los primeros los conflictos y batallas de sus protagonistas años fue la colección de orfebrería del Banco y del compromiso político de estos intelec- de la República (iniciada en 1939), y que de tuales con el del indigenismo para resolver forma gradual y lenta comenzó a cumplir las las crisis de comunidades indígenas frente funciones propias de un museo, aunque ya a la pérdida de su lengua y de sus tierras desde 1943 se denominara así (Duque, 2004, (2009, 2014). En el de Langebaek, prima la pp.17-22). Con este breve análisis histórico, historia de la arqueología en Colombia, de no solamente se pretenden comprender las los conflictos entre investigadores naciona- circunstancias de ese pasado reciente del les y extranjeros, y de los debates en torno a que aún hoy somos herederos directos, sino la raza que fueron dominantes durante esas también ganar un lugar de observación que décadas, y permearon los diferentes cam- nos permita considerar críticamente las ma- pos de estudio de las culturas y sociedades neras como actualmente se presentan esos indígenas (2003, 2009, 2010). vestigios materiales ante nuestra mirada. En un plano más específico, es necesario te- Un breve estado del arte ner en cuenta las investigaciones que se han de la cuestión: la historia llevado a cabo sobre Gregorio Hernández de la antropología en de Alba, precursor de la arqueología, la et- Colombia y de los museos nología y la antropología en Colombia. En arqueológicos en Bogotá el libro Caminos de la Antropología: Gregorio Hernández de Alba (2006), Jimena Perry pre- Algunos de los autores que durante las úl- senta una biografía intelectual de este estu- timas dos décadas se aventuraron a investi- dioso de las ciencias del hombre que resulta gar sobre estos temas con una perspectiva fundamental para comprender la formación de los museos arqueológicos e institutos et-

1 En 1943, el ministro de educación, Rafael Parga, se refirió a los obje- nológicos en Bogotá, ya que Hernández de tos prehispánicos como patrimonio histórico (1943, p. 7). Alba se destacó por ser gestor y promotor

154 Daniel García Roldan de ambas instituciones. Además, el trabajo Pineda y de Barragán para esta nueva edi- de Perry resulta valioso en dos sentidos. En ción abordan la historia del manuscrito, los primer lugar, porque muestra el creciente primeros años de formación de Hernández compromiso político de este intelectual con de Alba y “el ensamblaje intelectual, cien- el indigenismo; en medio de cambios de tífico y político que puso en movimiento trabajo y de crisis laborales, Hernández de para la gestación y sostenimiento de redes Alba pasó de ser el director del Servicio de de producción de conocimiento etnológico Arqueología en 1938, adscrito al Ministerio entre 1934 y 1945” (Barragán, 2014, p. 99). de Educación, para convertirse en Jefe Ad- Estos trabajos son de gran utilidad para ministrativo de la Sección de Resguardos comprender más detalladamente, tanto en Indígenas, adscrito al Ministerio de Agri- el nivel local como global, el surgimiento cultura, en 1958. En segundo lugar, el tra- de las investigaciones y grupos vinculados bajo de Perry es relevante, pues a partir del con la investigación arqueológica y etnoló- rastreo de la vida profesional de Hernández gica en Colombia a mediados del siglo xx. de Alba, la autora también da cuenta de los Asimismo, otro aspecto valioso en los tra- momentos afortunados y difíciles en la his- bajos de Barragán consiste en las acertadas toria de los estudios de arqueología, etnolo- críticas a algunos de los estudios que se han gía y antropología en el país. Si entre 1940 ocupado de la historia de la arqueología y y 1948 una serie de intelectuales e institu- antropología en Colombia durante los úl- 2 ciones nacionales y extranjeras impulsaron timos años. el desarrollo de estas disciplinas, durante el Pasando de un plano general de la cuestión periodo de la violencia dicho desarrollo se a textos más específicos sobre la historia de vio truncado con el cierre de institutos y la los museos, es necesario mencionar los tra- persecución política de algunos de sus in- bajos de Santiago Londoño (1989) y Efraín vestigadores (Perry, 2006, pp. 63-70). Sánchez (2003) sobre la historia del Museo En la misma dirección, los estudios sobre la del Oro. En ambos casos se trata de textos vida intelectual de Gregorio Hernández de que reconstruyen cronológicamente las la- Alba se han nutrido recientemente con un bores filantrópicas de esta institución y la ensayo de Roberto Pineda Camacho y dos nobleza de las directivas del Banco de la Re- ensayos de Carlos Andrés Barragán, que pública en el contexto general del desarrollo hacen parte de la introducción de La cultura de “las ciencias del hombre”. Esta tarea, en arqueológica de San Agustín (2014). Este libro cualquier caso necesaria y significativa, re- fue la tesis escrita por Hernández de Alba sulta insuficiente, pues ni en el trabajo de durante su estadía en París como agregado Londoño, ni en el de Sánchez se lleva a cabo un análisis crítico del desarrollo histórico del Departamento de América en el Museo del museo. Esto muy probablemente tiene del Hombre y como asistente a los cursos que ver con el hecho de que en el primer del Instituto de Etnología (1938-1939); sin caso se trata de un encargo del Banco de la embargo, nunca fue sustentada ni publica- República para conmemorar los 50 años del da en vida del autor, y solo en 1978, cinco años después de su muerte, su hijo Gon- 2 Por ejemplo, de la interpretación que Karl Langebaek hace de la po- zalo la tradujo y la publicó. Los textos de lémica entre Gregorio Hernández de Alba y José Perez de Barradas.

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 155 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)*

Museo del Oro; y en el segundo, de un artí- importantes pistas para comprender que culo publicado en el boletín de esta institu- el proceso de construcción de valor de los ción. A ello se agrega que la versión digital objetos arqueológicos es de larga duración del texto de Sánchez es presentada en la pá- (pues se remonta a los comienzos de la Co- gina web del museo como una especie de lonia) y en él se entremezclan una serie de “documento oficial” en el cual el visitante prácticas contradictorias. En primer lugar, puede conocer su historia. En ese sentido, la demonización y la exotización de las cul- no es de extrañar que los textos no se dis- turas indígenas como dos caras de la misma tingan por su postura crítica. Tampoco re- moneda, que permitieron por un lado la ex- sulta excepcional que no se pregunten por propiación de objetos de culto considerados la relación que esta institución cultural ha ilegítimos y, por otro lado, su atesoramien- mantenido con el banco emisor que la hizo to y transformación en “maravillas”. En se- posible, y que carezcan de una perspectiva gundo lugar, el surgimiento de un mercado comparativa capaz de poner en relación las de este tipo de objetos, que fue inseparable prácticas de colección, valoración y exhi- de la constitución de colecciones, archivos bición del Museo del Oro con las de otras y reproducciones de estos; es decir, de la instituciones que simultáneamente estaban aparición de saberes y prácticas que si bien llevando a cabo la misma labor. parecen antagónicas, estuvieron estrecha- mente ligadas (como sucede con la guaque- Por último, están los artículos de Marcela ría y la arqueología). En tercer lugar, la na- Echeverri (1999) y Jimena Perry (2009), y los cionalización e internacionalización de esos trabajos de Clara Isabel Botero (1996, 2001, vestigios a través de exposiciones realiza- 2006, 2009, 2010). En los dos primeros ca- das durante la segunda mitad del siglo xix, sos, la premisa teórica de que la alteri­dad3 que en el contexto local representaron lo in- es irrepresentable y termina recrudecien- dígena como lo exótico en un país católico, do estereotipos y legitimando formas de mientras que en el contexto internacional dominación, ya sea de estados nacionales lo presentaron como lo propio y distintivo o de ciertos grupos sociales, empobrece la de la nación. Y finalmente, la consolidación capacidad de las autoras de realizar análi- de una comunidad “científica” que funcio- sis específicos de los relevantes datos que nó y aún funciona a través del debate y la recogen sobre las exposiciones y museos polémica, y que transforma así los objetos arqueológicos en Bogotá, entre 1938 y 1948. arqueológicos en documentos “valiosos” Otro es el caso del libro de Clara Isabel Bo- por su capacidad de servir de soporte a las tero4 titulado El redescubrimiento del pasado más diversas interpretaciones. Si este libro prehispánico de Colombia: viajeros, arqueólogos logra hacer visibles tales cuestiones, no su- y coleccionistas 1820-1945 (2006), que aporta cede lo mismo con el texto también escrito por Botero sobre el surgimiento de los mu- 3 Referida en este caso a las sociedades indígenas del pasado y el seos arqueológicos y etnográficos en Bogotá presente. (2009), reducido prácticamente a una enu- 4 Además de este libro, se encuentran algunos artículos y capítulos de meración de los actores y acontecimientos libros sobre museos arqueológicos y antropológicos en Colombia, así como una importante recopilación de documentos de la corres- que estuvieron ligados a este proceso, tími- pondencia entre Paul Rivet y José de Recasens (Botero, 2010). damente acompañada de una reflexión final

156 Daniel García Roldan de Bruno Latour sobre la importancia de Influencias y contextos las colecciones en el surgimiento de la cien- de formación: el Estado, cia y de otra de Kristoph Pomian sobre los la banca y los museos vestigios materiales, arqueológicos y etno- internacionales gráficos, como representantes visibles de lo invisible y lo desconocido. Ya se ha mencionado en este artículo que la institución que formó el Museo del Oro Más allá del hecho de que los objetos ar- fue el Banco de la República, aspecto que queológicos hayan funcionado y aún fun- no resulta extraño si se tiene en cuenta que cionen como representantes de lo invisible, desde el Renacimiento hasta la actualidad es necesario preguntarnos por las maneras ha existido una tradición casi ininterrumpi- como han sido observados, valorados y da de familias de banqueros e instituciones exhibidos, pues las condiciones de su visi- bancarias que han conformado importantes bilidad son diversas y ello implica nuevos colecciones privadas y corporativas de arte problemas. Tal es la cuestión de los casos de y objetos suntuarios. Tal como lo expone el estudio de este artículo. Empleando como exgerente del banco emisor, Miguel Urru- fuentes principales las diversas publicacio- tia, en el libro Banco de la República. 90 años nes que acompañaron los primeros años de la Banca Central en Colombia, se pueden de estas instituciones, además de algunos mencionar ejemplos sobre banqueros como documentos del archivo de Gregorio Her- Andrew W. Mellon, cuya colección fue la nández de Alba que se encuentra en la Bi- base de la National Gallery de Washington, blioteca Luis Ángel Arango y de informes o sobre J.P, Morgan quien donó una parte y fotografías que reposan en el icanh, se importante de lo que hoy constituye la co- analizarán acá cuatro aspectos concretos: 1. lección de arte medieval del Metropolitan los contextos de formación de estos museos, Museum de Nueva York, (Urrutia, citado es decir, con qué influencias y bajo el apoyo en Alonso 2013, p. 52). En palabras del ex- de qué instituciones se conformaron; 2. su gerente, quien dice desconocer la “razón historia inicial que se puede adivinar a tra- exacta” por la cual bancos y banqueros han vés de un breve repaso a sus impresos; 3. las “promovido el arte y la cultura”, el “[…] formas de concebir la museología y los obje- origen del interés del Banco de la Repúbli- tos arqueológicos en estas dos instituciones, ca es más modesto. Sus colecciones son el y 4. las representaciones de la relación entre resultado de decisiones administrativas de los objetos y el espacio geográfico, que ayu- poca monta en un principio, cuyas conse- daron a crear un orden y un sentido de las cuencias no se previeron” (p. 52). Para el colecciones. Todo ello con el propósito de caso del Museo del Oro, Urrutia cuenta un interrogar el tipo de mirada que cada uno relato que se ha repetido en varias ocasio- de estos museos construyó sobre lo que aún nes según el cual a finales de los años treinta hoy conocemos con el nombre de patrimo- llegaron a la oficina central del Banco tres nio arqueológico indígena. piezas de orfebrería, provenientes de una

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 157 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)* de las agencias regionales de compra de Aires (20 de agosto de 1942) dejan ver la oro del Banco.5 A dichos objetos se sumaron atención que le prestaron a este asunto las otros comprados a un coleccionista particu- directivas del banco emisor colombiano. lar y luego, por petición del Ministerio de Educación, la Junta Directiva decidió iniciar A pesar del abandono del patrón oro en la formalmente una colección, adquiriendo economía mundial a comienzos de 1930, los por sugerencia de Alfonso Arango, el mi- analistas de finales de la década aún con- nistro de turno en aquel momento, la em- sideraban que el metal constituía el único blemática pieza que actualmente se conoce “medio aceptado universalmente para equi- con el nombre de Poporo Quimbaya. librar la balanza de pagos entre los países” (Goldenweiser, citado en Revista del Banco Si bien no se trata de poner en duda la apa- de la República, 20 de marzo de 1942, p. 91). rente modestia de las decisiones adminis- No obstante, el comienzo de la guerra junto trativas en las que muy probablemente no con otros factores provocaron una entrada existía una conciencia plena de la posterior descomunal de este metal a Estados Unidos importancia del Museo del Oro, sí es nece- que resultaba alarmante por la posibilidad sario tener en cuenta otras fuentes para en- de que excesivas reservas en los bancos lle- tender aspectos fundamentales que giran en varan a un crecimiento desmedido del cré- torno a los inicios de la colección y que si dito y con él a “su bien conocido séquito: bien no son su única causa, sin duda con- la especulación, el aumento del costo de la tribuyen a comprender este proceso desde vida y, al final, la depresión de los valores” una óptica un poco menos simple. Uno de (Servicio de Información Panamericana, 20 los temas recurrentes en la revista oficial del de julio de 1940, p. 153, 270). Ante tal pano- banco entre 1940 y 1942 (año en el cual apa- rama, el economista Goldenweiser afirmaba: recieron por primera vez reproducciones “Su desusada actuación de los últimos años fotográficas de algunas piezas de su colec- ha hecho del oro un tema de discusión de ción de orfebrería indígena) es el de la crisis mayor interés que cuando su vista era mu- del valor del oro en la economía mundial, y cho más familiar de lo que es hoy, cuando particularmente en la economía norteame- se creía que su capacidad para producir el ricana. Artículos como “El actual proble- equilibrio económico era poco menos que ma del oro” de E. A. Goldenweiser (20 de mágica” (1942, p. 91). No se trata con ello de marzo de 1940), “Excesivas existencias de afirmar que las principales causas del inicio oro en los Estados Unidos” del Servicio de de la colección de orfebrería tengan que ver Información Panamericana (20 de julio de directamente con el problema del valor oro, 1940), “El patrón de oro” (20 de marzo de pero sin duda es necesario reconocer que 1941), “El valor monetario del oro” de John esta situación de incertidumbre que se re- G. Phillmore (20 de marzo de 1942), o “El crudeció con el inicio del conflicto europeo problema del oro en los Estados Unidos” de obligó a considerar otras formas de valor de la Revista Bancaria y Aseguradora de Buenos este metal, que aunque eran conocidas, qui- zás no habían sido tenidas en cuenta duran- 5 Desde 1923, año de la fundación del Banco de la República, y hasta 1992, esta institución controló el comercio del oro (Urrutia, citado en te los primeros años de existencia del banco. Alonso, 2013, p. 52). Así, piezas orfebres que quizás habían sido

158 Daniel García Roldan fundidas sin miramientos para ensanchar las pp. 22-24). Para ello, los museos, junto con reservas y tener una relación de paridad con todos los medios de comunicación de masas el dinero nacional comenzaron a ser vistas disponibles, jugaron un papel fundamental. con otros ojos, ante la crisis causada por las Si bien este ambiente de transformación en transacciones internacionales de este metal. No deja de llamar la atención que en los si- el contexto cultural y político local resulta guientes años esta discusión perdió su fuer- determinante para comprender la forma- za en la revista del banco, y que de igual for- ción del Museo Arqueológico y el Museo del ma las fotografías de las piezas de orfebrería Oro, también es necesario analizar algunas no volvieron a figurar en esta publicación. de las influencias que ambos recibieron de museos en el exterior. Sin duda el caso más Con respecto a la creación del Museo Ar- conocido y mencionado es el del Museo del queológico, un primer aspecto que vale la Hombre en París. Fue allí donde Hernández pena destacar es que también fue impulsada de Alba consolidó su proceso de formación por el Ministerio de Educación y que estu- bajo la influencia de intelectuales como Mar- vo estrechamente ligada con el desarrollo cel Mauss; asimismo, Paul Rivet tuvo que de la Escuela Normal Superior (fundada en abandonar París ante su inminente captura 1937), pues algunos de sus estudiantes fue- por parte de los nazis y estuvo asilado en ron posteriormente alumnos del Instituto Bogotá, donde lideró la fundación del Ins- Etnológico y miembros del equipo de tra- tituto Etnológico y trabajó de manera activa bajadores del museo. Asimismo, Gregorio durante los primeros años de la guerra, pues Hernández de Alba empezó impartiendo en 1943 partió rumbo a México. No sobra clases en la Normal para luego ocupar el agregar que tanto el Instituto como la Es- cargo de director del Servicio de Arqueolo- cuela Normal Superior fueron instituciones gía (Perry, 2006). Es necesario advertir que que acogieron a varios europeos de distintas el surgimiento de estas instituciones estu- procedencias que habían salido del conti- vo enmarcado en las transformaciones que nente por la Guerra Civil Española, por la la República Liberal implantó en el campo Segunda Guerra Mundial o por el aumento de los proyectos de extensión cultural. Tal de viajes y circulación de personas que tu- como lo interpreta Renán Silva, este periodo vieron lugar durante aquellos años. representó “una de las etapas de más alta in- tegración entre una categoría de intelectuales Además de ser un importante referente públicos y un conjunto de políticas de Estado” como laboratorio de investigación, tanto Ji- (2005, p. 22), aspecto que además estaba mena Perry como Clara Isabel Botero han ligado con un nuevo “enfoque de las rela- insistido en el carácter político del Museo ciones entre dirigentes y pueblo, que replan- del Hombre, así como en la concepción que teaba muchas de las formas tradicionales de Paul Rivet tenía de los objetos etnográficos dominio y hegemonía en el país”: la pobla- y arqueológicos como objetos de “[…] con- ción ya no se concebía desde la idea de las vicción, es decir con un contenido político” “masas pastoriles” pasivas, sino de las ma- (Botero, 2006, p. 247). Sin embargo, no se ha sas como un “sujeto activo” que, no obstan- explorado con detalle en qué consistía exac- te, era necesario educar y guiar (Silva, 2005, tamente esa militancia de la institución y

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 159 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)* además cómo se transformó prácticamente popular, Rivet se apoyó en la experiencia en un campo de batalla durante la guerra. En de Georges Henri Rivière, quien estaba fa- su reciente libro In the museum of man: race, miliarizado con los círculos artísticos de anthropology, and empire in France, 1850-1950 vanguardia, conectado con periodistas e (2013), Alice Conklin hace una investigación intelectuales y vinculado por asuntos labo- exhaustiva sobre la historia de esta insti- rales con importantes coleccionistas, como tución que nos permite entender por qué el banquero David David-Weill. Desde 1929 para los intelectuales y políticos liberales, Rivière hizo una gira por los museos nor- específicamente para Gregorio Hernández teamericanos para aprender de su organi- de Alba, este espacio fue un referente pri- zación (en algunos casos, dividida en dos mordial para concebir la dimensión política secciones, una para el gran público y otra y científica del proyecto del Museo Arqueo- para los especialistas) y a partir de 1936 vi- lógico en Bogotá. A partir de la tradición sitó los museos etnográficos soviéticos. La dominante de la antropología física concen- influencia en este caso fue decisiva pues trada en el estudio de las razas6 y de la ex- los roles científicos, educativos, artísticos y periencia francesa en las colonias, un grupo nacionales de las instituciones rusas resona- de intelectuales liderado por Rivet y Mauss ron en varios aspectos con la política fran- reaccionó desde las primeras décadas del cesa del Frente Popular, que estuvo al man- siglo xx a la intensificación del racismo, el do entre 1936 y 1938. En este punto vale la individualismo y el autoritarismo (Conklin pena subrayar cómo los rusos desarrollaron 2013, p. 4), con una perspectiva crítica que una estrategia similar a la que utilizaron los se cristalizó con la creación del Instituto de museos latinoamericanos, y crearon así una Etnología (1928) y algunos años más tarde identidad nacional a partir de grupos étni- 7 con la apertura del Museo del Hombre. cos que no eran rusos. En síntesis, el apren- dizaje de experiencias como la apertura has- Por un lado, la elección estratégica del tér- ta altas horas de la noche de las bibliotecas mino etnología alejaba al grupo liderado de los museos norteamericanos o “la noche por Rivet de una identificación con la forma como se entendía y practicaba la antropolo- etnográfica de la solidaridad” en la que gía. Por otro lado, mediante el surgimiento cientos de obreros soviéticos eran invitados del museo se hizo pública y se difundió una a hacer recorridos por los museos, asistir a visión de las razas y de los pueblos deno- cine y a espectáculos influyó en prácticas minados primitivos, que no implicaba je- que posteriormente llevó a cabo el Museo rarquías y escalas de valor, sino el reconoci- del Hombre, como la de hacer un tour por miento y la celebración de la pluralidad y la el mundo en ocho minutos (Conklin, 2013). diversidad de las culturas y sociedades hu- Con la inminencia del conflicto y la poste- manas. Para llevar este mensaje a las masas rior ocupación nazi, la politización del Mu- y hacer del museo un centro de educación seo del Hombre llegó a su límite, y fue en este periodo cuando Hernández de Alba 6 La figura dominante con respecto a esta tradición de la antropología fue la de Paul Broca (1824-1880). estuvo presente hasta que tuvo que regre- 7 Este museo se formó inicialmente con la colección del Museo Etno- sar a Colombia. En el sótano del museo se gráfico de Trocadero. imprimió de manera clandestina el boletín

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Imagen 1. Museo del Hombre, panel sobre los Incas, fotografía, B/N, 23,9 x 18,3 cm, FG-1205

Fuente: archivo del ICANH.

La Resistencia desde 1940, hasta que dos museo y el instituto fue aprovechado por de sus gestores, Anatole Lewistky y Boris quienes apoyaban al Gobierno de Vichy y la Vildé fueron detenidos y posteriormente ocupación alemana y transformado en pro- ejecutados en 1942.8 De manera paralela, paganda antisemita hasta el punto de que el discurso sobre las razas elaborado por el una nueva plaza sobre judaísmo fue crea- da en la Soborna por orden del Ministerio

8 Además las mujeres judías que trabajaban en el museo fueron dete- de Educación y Georges Montandon, quien nidas y enviadas a campos. luchó por dirigir el museo y reordenar los

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 161 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)* estudios de etnología en un sentido racis- profesional, los investigadores han igno- ta e imperialista, organizó una exposición rado hasta el momento la fuerte impresión itinerante con el título Los judíos y Francia que causaron en él los museos norteame- cuyo propósito central consistía en que la ricanos que tuvo la oportunidad de visitar población francesa fuese capaz de recono- inicialmente en su paso por Nueva York, re- cer visualmente judíos en las calles y de in- gresando de Francia en 1941 (Barragán 2014, formarse de la nueva legislación antisemita p. 134) y por una temporada más extendida (Conklin, 2013). en 1944, con el apoyo del “Smithsonian Ins- titution por medio de la Gugenheim Founda- Toda esta situación se reflejará en la prime- tion” (Perry, 2006, p. 46). Como se puede ver ra entrega de la Revista del Instituto Etnoló- en los textos sobre museología escritos por gico Nacional de Colombia, en la que Paul Ri- Luis Alfonso Sánchez y Blanca Ochoa en vet abre la publicación con su emblemático 1945, que serán analizados más adelante, a texto “La etnología, ciencia del hombre”. En pesar de que para 1944 Hernández de Alba esta especie de manifiesto, el etnólogo fran- ya se había retirado del Instituto Etnológico, cés advierte sobre la equivocación absurda su influencia aún era palpable en sus cole- de hablar de una raza pura y afirma que la gas. En su archivo existe un documento sin preocupación y el complejo de inferioridad fecha precisa con el título de “A través de un de ciertos espíritus por la diversidad étnica Museo en Norteamérica” (1948?), que por de América no tienen objeto: “Todo hom- el tono y las referencias podemos adivinar bre debe comprender y saber que, bajo to- que fue una conferencia sobre el Museo de das las latitudes, bajo todas las longitudes, Brooklyn impartida luego del regreso de su otros seres, sus hermanos, cualquiera que segundo viaje a Norteamérica. Para no in- sea el color de su piel o la forma de sus ca- bellos, han contribuido a hacer su vida más terpretar este hecho de manera individual dulce o más fácil” (Rivet, 1942, p. 5). Entre y aislada es necesario advertir que el apoyo líneas se puede adivinar que cuando Rivet al arqueólogo y etnólogo colombiano estuvo afirma que la ciencia del hombre es una “es- enmarcado dentro de una política cultural cuela de optimismo” que enseña “la frater- de buena vecindad que el Gobierno de Es- nidad, la justicia y la solidaridad”, y que el tados Unidos promovió durante la segunda laboratorio del etnólogo “debe ser una casa guerra mundial para fortalecer las relacio- de vidrio” donde “su mirada pueda con- nes con el resto del continente americano. templar todo el prodigioso esfuerzo de la Así, la circulación de intelectuales latinoa- investigación humana”, estaba ciertamente mericanos en institutos estadounidenses evocando de manera indirecta su museo estuvo acompañada de giras y estadías de (Rivet, 1942, pp. 1-5). investigadores norteamericanos en Latinoa- mérica y de exhibiciones itinerantes de arte Si bien para Hernández de Alba el Museo del latinoamericano en diferentes museos de Hombre representó “el más técnico de los Norteamérica (Sadlier, 2013). museos” (Hernández, citado en Barragán, 2014, p. 33) y la influencia de Rivet y Mauss Lo primero que vale la pena advertir es como pensadores y gestores de instituciones que los mismos aspectos que habían resul- culturales fueron determinantes en su vida tado valiosos para Hernández de Alba en

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Imagen 2. Modelos arquitectónicos de América Central construidos por Herbert Spinden en el Museo de Brooklyn, 1937 - 1 fotografía, sepia, 20,6 x 25,5 cm

Fuente: archivo del icanh. el Museo del Hombre fueron apreciados duda, la función pedagógica estaba igual- en el caso de Brooklyn, aunque aquí se le mente ligada en Brooklyn, como en el Mu- presentaron desde una perspectiva distin- seo del Hombre, a su función política. Sin ta. En ambos casos, por ejemplo, existía un embargo, aquí también existía una diferen- proyecto educativo, pero mientras el énfasis cia significativa, pues lo que se pretendía en en París se dirigió cada vez más a las masas ese caso era americanizar la población mi- obreras, en el caso de Brooklyn una parte grante que creció en ese distrito de manera importante de esta función iba dirigida a los exponencial durante los años treinta (Ros- niños, aspecto que había sido central para el sof, 2005, p. 47). Museo Arqueológico Nacional, que desde sus inicios involucró de manera activa a los en comunidad 3237. Particulares 3311. Total 10548” (Hernández 9 de Alba, noviembre de 1943, p. 8). Esto muestra que el mayor por- estudiantes de las escuelas de Bogotá. Sin centaje de visitantes al museo, al menos durante el año cuando se ofreció el dato, fueron niños y jóvenes. Asimismo, no sobra agregar 9 En el segundo Boletín del Museo Arqueológico de Bogotá se ofrece que esta inquietud ya estaba despierta en el arqueólogo y etnólogo la siguiente estadística de visitas: “Entre el 1 de julio de 1942 y al 15 colombiano, quien en 1937 había publicado unos cuentos infantiles de julio de 1943: Estudiantes no en comunidad 4000. Estudiantes sobre la Conquista.

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 163 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)*

Para formar una completa nacionali- partir 1936 y hasta 1947 (Brooklyn Museum, dad en el espíritu del niño, el Museo 2001, p. 4). Spinden, a quien Hernández de comienza por poner a su alcance y Alba se refiere en su conferencia, fue un ex- hacerle admirar todas las cosas de las perto en el estudio del arte maya, y realizó culturas indígenas (39) siendo otros ni- varios viajes por Suramérica impartiendo ños quienes explican cómo vive el in- conferencias y recolectando objetos (Rosoff, dio americano (40) y teniendo todos el 2005, p. 50). Como curador fue un defensor derecho de examinar pieza por pieza el de derribar las fronteras de jerarquización y vestido del niño indígena. (Hernández definición de los objetos artísticos. Su afir- de Alba 1948?, p. 2) mación de que “existe belleza en algodón tanto como en seda, en cobre tanto como en De hecho, mecanismos como el diorama, oro” (Spiden, 1919, citado en Rosoff, 2005, que en los últimos años ha sido objeto de p. 50) y su forma de readecuar y exhibir las fuertes críticas en el campo de la historia de colecciones de objetos americanos resultan la museología, aparecieron ante la mirada elocuentes. Tal como lo relata Hernández de Hernández de Alba como medios efica- de Alba, el salón de México reunía “lo an- ces para el educación:10 “Pues Señor, aquí tiguo y lo moderno (4), bajo relieve maya, tenemos un diorama de la vida en Egipto, cerámica y vidriería moderna, columnas mil veces más claro que un capítulo de la de iglesia misional y un santo pintado en historia del Padre Ruiz Amado en que tuve piel de búfalo”. Y el “gran salón de artes la desgracia de no poder estudiar. La cuna primitivas (5) con su alta columnata y su de la imprenta (31) con el buen viejo Gut- luz cenital” parecía alargar “las maquetas temberg, aquí está” (Hernández de Alba, de edificaciones mayas de centro-américa” 1948?, p. 6). (Hernández de Alba 1948?, p. 5), que por Otro aspecto que llamó la atención del ar- cierto habían sido encargadas por el mismo queólogo y etnólogo colombiano tiene que Spiden como parte de un ambicioso proyec- ver con la importancia que esta institución to (Rosoff, 2005, p. 50). le otorgó al arte indígena americano. Esto se debe, por un lado, a la colección que Stewart Además de la atención a la curaduría del Culin, el curador del Departamento de Et- arte indígena americano y a la labor educa- nología (1903-1929), había formado a partir tiva del museo, Hernández de Alba mostró de sus viajes por Estados Unidos (Fane et al., interés en la distribución de sus “servicios 1992, p. 23), pero sobre todo al trabajo de internos y técnicos”. La biblioteca, para el Herber Spinden, quien entre 1929 y 1950 fue gran público y los especialistas, los talleres curador del mismo departamento, renom- de los obreros carpinteros que diseñaban brado por él como Departament of Ame- los dispositivos de exhibición en el sótano, rican Indian Art and Primitive Cultures, a el laboratorio de restauración, cuyos inves- tigadores trabajaban de la mano con los pa- 10 “Los dioramas son máquinas significantes. Las máquinas son in- leógrafos y dibujantes de la editorial, y algo tervalos de tiempo en los organismos sociales que las crearon. Las de especial importancia, el estudio de foto- máquinas son mapas de poder, momentos detenidos de las rela- ciones sociales que, a su vez, amenazan con gobernar a los vivos”. grafía. Este aspecto resulta clave, ya que gra- (Haraway, 2015, p. 134) cias a esta sección el museo podía hacer un

164 Daniel García Roldan trabajo de divulgación activo de sus colec- colombiana que regresaba con él al país lue- ciones y servicios. Ya en 1928 Henri Rivière, go de recibir tratamiento médico financiado el colaborador de Rivet, se había servido de por un filántropo norteamericano; ante la esta ayuda para dar una conferencia y para pregunta de los reporteros sobre su regre- preparar el Museo del Hombre, recibiendo so a Colombia, la niña contestó con la frase una colección de 78 fotografías de los mejo- “Oh, no more Charalá […]”, con lo cual dio res museos norteamericanos (Conklin, 2013, pie al arqueólogo y etnólogo de reclamar al p. 107). Algo similar comenta Hernández de Ministerio de Educación y la Dirección de Alba, que afirma sobre el fotógrafo: “Este Extensión Cultural más recursos para que buen mozo trabaja como pocos en la am- “al presentar las culturas de los abuelos in- pliadora que va a permitir estudiar detalles dios” pudieran “las juventudes nacionales imperceptibles de un objeto, vender copias ‘sentir las emociones de antiguos triunfos de obras maestras y que me permitió hacer que ganó el hombre hacedor , el hombre esta charla iluminada” (Hernández de Alba soñador, el hombre inextinguible artista’” 1948?, 5). En síntesis, a diferencia de la crisis (Hernández de Alba 1948?, p. 6). Desafor- que había tenido lugar en el museo de Rivet tunadamente, lo que se puede rastrear en la antes y durante la ocupación nazi, la insti- historia de los impresos del museo arqueo- tución norteamericana parecía aumentar su lógico presenta un panorama distinto al que capacidad y autonomía durante la guerra. se deseaba. Esto narra Hernández de Alba en su texto:

Haciendo totalmente la guerra total, Los primeros años (1938-1953): al tiempo que en los parques se le- la historia a partir de los vantan edificaciones temporales para impresos y los debates sobre alojar soldados hombres o mujeres, en museología el mismo momento en el que el Pentá- La historia de estos museos se puede adi- gono, por ejemplo, ese gran edificio del vinar a través de un repaso a sus impresos Ministerio de la Guerra, ocupa treinta elocuentes, pues a pesar de que varios in- mil empleados; en ese mismo instante vestigadores participaron activamente en la las instituciones culturales siguen su creación y desarrollo de ambas institucio- vida activa, el investigador no levanta nes,11 los rumbos que tomó cada una produ- su vista del objeto de sus búsquedas, jeron resultados distintos. El Boletín del Mu- la cátedra permanece ocupada y el arte seo Arqueológico publicó su primer número continua expresándose. Y más aún: en febrero de 1943; se esperaba que fuera el el ritmo del estudio se ha apresurado órgano principal de difusión del museo con como si hubiera, a más de la urgencia una publicación bimestral que diera cuenta de soluciones prontas, la idea serena de de los avances de la etnología, de estudios que mañana bien pueden los brazos es- sobre “culturas prehistóricas de Colombia”, tar quietos y la idea abandonar los cere- de los nuevos objetos que llegaban al museo bros. (Hernández de Alba, 1948?, p. 2)

Hacia el final de su conferencia, Hernández 11 Gregorio Hernández de Alba, Luis Alberto Sánchez, Luis Duque Gó- de Alba cuenta una anécdota sobre una niña mez, entre otros.

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 165 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)* y de bibliografía colombiana reciente sobre a lo que se rastrea en las publicaciones su- “las materias que nos ocupan” (Hernández cedió con el proyecto del Museo Arqueoló- de Alba, 1943, p. 1). Sin embargo, dicha pu- gico, que a pesar de no contar con muchos blicación tan solo vio la luz en tres oportu- recursos, luchó a toda costa por mejorar sus nidades, quizás por la falta de recursos a la condiciones y ofrecer actividades de calidad que se refieren sus gestores y promotores, en para sus usuarios (particularmente para in- distintos apartes de los boletines: la publica- vestigadores, maestros de escuelas y estu- ción del segundo número fue en noviembre diantes); no obstante, las condiciones para de 1943, ocho meses después de la primera, su fortalecimiento no se dieron. El museo y la tercera en junio de 1944. Un poco menos pasó de estar ubicado en unas salas de la desafortunada fue la historia del Boletín de Biblioteca Nacional a ocupar un espacio del Arqueología, que tuvo 17 números, publica- antiguo Panóptico, y en 1948 quedó absor- dos entre 1945 y 1951, siendo sus primeros bido y anexado como sección del renovado dos años los más activos, tanto por la canti- Museo Nacional, que con sus “tres grandes dad y regularidad de la publicación de sus categorías (arqueológicas y etnográficas, números, como por la participación en ellos históricas y de bellas artes)” terminó de de varios investigadores con distintos enfo- ocupar el resto del edificio. “A partir de este ques: textos sobre arqueología, etnología, año, y hasta 1960, no hay un solo registro de antropología, lingüística, indigenismo, mu- entrada de piezas en los libros de registro de seología, historia y geografía, conforman el las colecciones” (Botero, 2001, p. 57). rico contenido del boletín en 1945 y 1946. A diferencia de esta historia, la de los im- En contraste con estos primeros años, los presos sobre el Museo del Oro revela otra números del 1 al 6 publicados en 1951 fue- realidad. Tal como se comentó más arriba, ron en su totalidad las investigaciones ar- la primera vez que aparecieron algunas de queológicas en el departamento del Magda- sus piezas exhibidas fue entre marzo y sep- lena de Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff tiembre de 1942 (No. 172 a 179), en la Revista realizadas entre 1946 y 1950 (Reichel-Dol- del Banco de la República, publicación entera- matoff y Dussan, 1951). Con esta reducción mente dedicada a temas económicos. Así, de autores y enfoques se diluyó ese espíritu las fotografías impresas en un papel espe- colectivo de participación y debate, presente cial que ocupan páginas enteras y aparecen en los primeros años del Boletín. No sobra acompañadas de breves leyendas cumplen agregar que la Revista del Instituto Etnoló- la función de ornamentos de la revista. El gico tuvo una historia similar, aunque con texto general que acompaña estas repro- el agravante de que su último número es un ducciones se refiere a “la colección de orfe- trabajo sobre los realizado por el brería indígena del Banco de la República” Padre José de Vinalesa (1952), acompañado (1942, p. 145). Solo en 1943 y con motivo de de la autorización de las respectivas censu- la celebración de los 20 años de historia del ras (eclesiástica y de la orden) y escrito con Banco, apareció en la misma revista la deno- un lenguaje alambicado y una retórica que minación de esta colección como Museo del hace evidente la carga ideológica de carácter Oro, aunque aún no fuese accesible para el religioso de esta investigación. Algo similar público, por encontrarse expuesta en la sala

166 Daniel García Roldan de juntas del Banco, y por estar restringido infraestructura para convertirlo en un labo- su acceso solo a personalidades representa- ratorio de pensamiento e imaginación (Bo- tivas, y sobre todo a extranjeros (Sánchez, tero, 2009, p. 204), la colección de orfebrería 2003, p. 14). El primer catálogo dedicado pasó de la sala de juntas del Banco a ocupar enteramente a las piezas fue publicado en un salón exclusivo en la nueva sede de la 1944 con el título de El Museo del Oro. Tal entidad en 1959 y posteriormente, en 1968, como lo escribe Luis Alfonso Sánchez en conquistó un espacio en el corazón de la el boletín de febrero de 1945, se trató de ciudad, con un edificio construido especial- uno “de los mejores alardes editoriales he- mente para que cumpliera, ahora sí, las fun- chos en Bogotá”, con 48 planchas a color, ciones de un museo (Sánchez, 2003, p. 23). acompañadas de dos mapas y tres textos introductorios (Sánchez, 1945, p. 89). En Si la historia de estos museos que se puede 1948, se publicó un nuevo catálogo con el adivinar a través de un breve repaso a sus mismo esquema, aunque esta vez se agregó impresos muestra tales recorridos en direc- una pintura titulada La leyenda del Dorado, ciones opuestas, indagar en las formas de un mapa arqueológico de carácter artístico concebir la museología y los objetos en estas de autoría de Luis Alberto Acuña y otros dos instituciones quizás sirva para explicar breves textos. En 1950 se publicó El estudio los debates implícitos que se desarrollaron inicial de las colecciones del Museo del Oro es- en torno a las funciones que debía cumplir crito por el antropólogo mexicano Carlos un museo de arqueología. Desde que se pu- R. Margain, y en 1953 80 masterpieces from blicó el primer Boletín del Museo Arqueológico the Gold Museum, catálogo acompañado de (1943), el texto inaugural escrito por Gre- un texto escrito por el arqueólogo español gorio Hernández de Alba ataca una visión José Pérez de Barradas, con motivo de una del museo como lugar para contemplar las exposición de parte de la colección en el piezas como un “fenómeno de mera estéti- Metropolitan Museum of Art de Nueva York. ca”; el objeto arqueológico no es “una cosa Ambas publicaciones sirvieron como base que al mirar en una vitrina nos parece más para el posterior trabajo que Pérez de Barra- o menos bella. ¡No! Esa tal cosa […] es un das realizó a partir de 1954 y que se publicó verdadero documento que al estudiarse ha en cinco volúmenes de gran formato con el de decirnos, a los hombres de hoy, lo que título de Orfebrería Prehispánica de Colombia. su artífice u obrero sintió, creía y conocía” El conjunto total de publicaciones en las que (Hernández de Alba, 1943, p. 1). Por ello, se evidencia una inversión significativa de era fundamental que las exposiciones estu- recursos económicos es el correlato de la viesen acompañadas de intermediarios, que historia inicial de esta colección, que a pesar a través de la palabra y de todo un trabajo de no estar disponible para los bogotanos de difusión hicieran que cada cosa pudiera pudo viajar a otros museos del mundo ro- “presentarnos viva y en función esa época tulando algunas de sus piezas como mas- desconocida por lejana y esos hombres in- terpiecies. Mientras el Museo Arqueológico cognitos de que nos vino hasta llegar a un luchaba por un proyecto que no fue posible: estante del Museo” (Hernández de Alba, construir un edificio para albergar su sede 1943, p. 1). Es irónico, aunque compren- al lado de la Biblioteca Nacional, con toda sible, que el mismo Hernández de Alba,

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 167 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)* encargado de escribir el texto introductorio conservación” (pp. 45-46). Para Ochoa, esto del primer catálogo del Museo del Oro (1944) implicaba que el valor de cada objeto solo afirme en un tono sutilmente burlesco que se daba por su contexto de hallazgo o por la la orfebrería indígena relación que se pudiera establecer entre él y el resto de la colección; lo obtenido en exca- […] llegó a presentar ejemplares tan vaciones podía ofrecer datos sobre aquello hermosos como los que se ven en las fo- que se habían adquirido en colecciones par- tografías y que una dama elegante hoy ticulares y las piezas exhibidas podían ser- no vacilaría en llevar como adornos lu- vir para adelantar trabajos de comparación cientes y no desdeñaría ciertamente el con nuevos hallazgos. arreglar sus cejas con una de esas ad- mirables pinzas depiladoras que nues- Esta concepción también implicaba emplear tros abuelos de estas tierras de América todos los medios posibles para la reproduc- usaron para arrancar sus pelos, buscan- ción de objetos y para su máxima capaci- do un ideal de estética del cuerpo. (Her- dad de visualización, tal como Paul Rivet nández de Alba, 1944, p. 9) se refería metafóricamente al laboratorio del etnólogo —según lo hemos citado más Dos textos sobre museología que fueron pu- arriba—, no como una torre de marfil, sino blicados en los boletines de arqueología de como una casa de vidrio (Rivet, 1942, p. 1). febrero y agosto de 1945 permiten ahondar De acuerdo con ello, se realizaron fotogra- un poco más en este problema. El primero fías, dibujos, moldes de yeso y copias de se titula Organización de Museos y fue escrito varias piezas que circularon en la ciudad y por Blanca Ochoa Sierra, encargada, junto en museos regionales (Duque, 1946, p. 262); con Edith Jiménez, de la sección de museo- asimismo, este trabajo debía estar apoyado logía del Museo Arqueológico. El segundo, por la elaboración de “maquetas, esquemas, titulado Museología, fue escrito por Luis explicaciones sintéticas, mapas, etc.” que Alberto Sánchez, quien aunque también acompañaran la presentación de los objetos. estaba vinculado al Museo Arqueológico, Todo ello apuntaba a que el conjunto gene- dedicó la mayor parte de su tiempo a la ral de la colección arrojara pistas sobre las organización, exhibición y catalogación de sociedades desaparecidas. El contacto total las piezas del Museo del Oro, así como a la de estos objetos con el entorno, así como su negociación de algunas de sus colecciones relación estrecha con vestigios humanos, es (Sánchez, 1945, p. 89). Para Blanca Ochoa decir, su presencia absolutamente cercana (1945), no había “nada más inútil ni más de la tierra y la muerte, era justamente lo muerto, que un museo” destinado “a atraer que los dotaba de vida y valor. Esta relación la curiosidad del público o a satisfacer los era la que debía reproducirse en el museo caprichos y gustos de determinados grupos a través de diferentes medios. Así, los retos sociales”, concepción que ella consideraba más urgentes de la institución consistían en “deplorablemente” la más generalizada. En la articulación de sus diferentes funciones: su lugar el museo debía concebirse como un que la excavación no estuviese separada de “organismo vivo” que sirviera como centro la conservación, y que la investigación pu- de “investigación, enseñanza, divulgación y diera traducirse en enseñanza.

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Más que un discurso de Ochoa, esta con- segundo, su defensa como custodio de las cepción se rastrea en todos los informes reliquias, centro de investigaciones científi- publicados en las revistas del Servicio de cas y centro educacional, todo ello claro está Arqueología y del Instituto Etnológico. De en función de una futura “prosperidad étni- igual manera, los museos regionales, como ca” capaz de “reconsagrar definitivamente el arqueológico de la Universidad del Cau- la nacionalidad” (Tello, 1967, pp. 105-110). ca en Popayán o el Museo de , La visión del museo como un conjunto de compartían esta política. Henri Lehmann, prácticas de conocimiento fue llevada más quien había trabajado en París con Rivet lejos por Gregorio Hernández de Alba tras y fue el cofundador y director del museo su partida a Popayán en 1946, a trabajar al arqueológico en Popayán, afirmaba que la Instituto Etnológico del Valle del Cauca. Al mayoría de los objetos “provenían de ex- ver que los caminos se cerraban en Bogotá, ploraciones y excavaciones” o a lo sumo debido a un problema con Paul Rivet al que que habían sido compradas “al pie de la se han referido varios investigadores, Her- guaca” (1945, p. 329). También consideraba nández de Alba renunció a su trabajo en la que parte de la colección estaba destinada capital. Esta situación, muy probablemente para el estudio, ya que el carácter repetiti- acompañada de una conciencia cada vez vo hacía que no fuera necesario exhibirlas más lúcida sobre la escasez de los recursos al público general. Tanto en éste como en económicos para crear instituciones cultu- los otros museos arqueológicos oficiales en rales como las que había tenido la oportuni- Colombia, no se puede ignorar la influen- dad de conocer, lo llevó a concebir proyec- cia internacional que había llegado a través tos como el de Haga un museo en su escuela, de Hernández de Alba, Paul Rivet y otros mediante el cual pretendía que con los me- intelectuales como Lehmann. Para el caso dios más rudimentarios cada maestro pro- preciso de Blanca Ochoa y Edith Jiménez, moviera la formación de colecciones entre es necesario mencionar a los arqueólogos sus estudiantes, y con ello superara la idea peruanos Julio César Tello y Rebeca Came- de que solo en las letras “se esconden los co- llón, pues como lo cuenta Marcela Echeve- nocimientos y se refugia la enseñanza”. “Si rri, luego de graduarse de la Normal, Ochoa recoger y presentar en buenas condiciones y Jiménez hicieron su especialización en las cosas dichas, será un auxiliar educativo, Arqueología en Lima y contaron con su otra ventaja que ello trae consigo es hacer apoyo (Echeverri, 2007, p. 78). La figura de apreciar y conocer mejor NUESTRAS CO- Tello, como arqueólogo indígena, fue fun- SAS, las obras de las gentes que nos prece- damental en la historia de esta disciplina en dieron…” (Hernández de Alba, s. f.). Eso sí, el Perú, y al revisar textos como “El Museo cada cosa debía venir acompañada de su de Arqueología Peruana” escrito en 1924 propia historia, para que la enseñanza fuera con motivo de su inauguración, se encuen- completa y verídica. tran varias coincidencias con respecto a lo que planteaba Ochoa en su texto: primero, En contraste con estas ideas, el artículo una crítica enérgica a la consideración de de Luis Alfonso Sánchez (1945) presenta estas instituciones como meros espacios otro panorama, pues la concepción de mu- de distracción para el pueblo y los turistas; seología que expone se vincula desde el

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 169 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)* comienzo al espacio construido: “Así como exhibición a lo que se podría llamar su pro- en la arquitectura contemporánea la edifi- pio ambiente”, mientras que en los museos cación no puede considerarse como un sim- de arte, “el objeto debía ser sustraído a cual- ple rectángulo rodeado de fachadas […], quier influencia que le impidiera mostrarse tampoco debe considerarse la constitución por sí solo” y de manera “airosa” (p. 340). del salón de museo o del Museo en gene- Si bien en este punto reconoce que los mu- ral, como una simple caja” (p. 339). Para seos arqueológicos son un caso distinto por Sánchez (1945), más que un etnólogo o un el desconocimiento general del público de arqueólogo, el museólogo debía ser “un los objetos exhibidos, concluye que la solu- artista decorador profesional”, es decir, un ción radica en la disposición de las piezas, “perito en el conocimiento del color, de la y de esta manera se aleja de la concepción luz y de la forma”, pues los principales pro- de Hernández de Alba y Blanca Ochoa, blemas del museo eran “problemas de espa- que ligaban la efectividad de la exhibición cio” y de exhibición: “el reflejo, la contraluz, a la palabra hablada y a la historia de los los fondos de color inadecuado, los ruidos, objetos. Sin duda, este texto puede consi- la desproporción de las vitrinas” (1945, pp. derarse el modelo que siguió el Museo del 339-340), etc. Con lo afirmado hasta aquí, Oro, pues cuando presentó sus piezas en las se puede pensar que el texto de Sánchez publicaciones impresas y en las vitrinas, la trataba desde una perspectiva distinta el cláusula de la sustracción del objeto de cual- problema a como lo proponía Ochoa, y no quier influencia, como medio de exaltación necesariamente opuesta. Sin embargo, es de su valor, ya no documental sino estético, necesario subrayar que desde su concep- se cumplió en ambos soportes de exhibi- ción lo más importante era el valor estéti- ción. En segundo lugar, al darle el principal co de las piezas y del lugar de exhibición, y énfasis a lo suntuario del material y a las no su valor documental y pedagógico. De técnicas de orfebrería —los “pulimientos hecho, en su planteamiento de un museo de gran belleza y delicada ejecución de los ideal consideraba necesario que todos los más complicados adornos” (Hernández de espacios estuvieran aislados unos de otros Alba, 1944, p. 4)—, se le dio entrada a estos (investigación, exhibición, administración), objetos al ámbito de las “obras maestras” de que las salas más grandes fueran ocupadas arte. Así, el valor documental que defendía por objetos “de excepcional importancia” el Museo Arqueológico, basado en la pre- por su monumentalidad y belleza, y que los misa de la conexión del objeto con otros ob- de interés “simplemente” documental pu- jetos y con su entorno y su historia, aquí se invertía, para abrirle paso a una valoración dieran pasar a salas pequeñas. Es decir, lo que se cumplía mediante su aislamiento. Es que para Ochoa era la función central, aquí curioso que al pensar ya no en los objetos se convertía en una función secundaria. individuales, sino en las colecciones, se Esta concepción del museo también crea- trastocara por completo esta forma de valo- ba unas formas de exhibición y valoración ración. Por un lado, el crecimiento de la co- opuestas de las piezas arqueológicas. Para lección del Museo del Oro se percibía como Sánchez (1945), solo los museos de cien- un logro (“más de 5000 piezas posee ya el cias naturales debían “restituir el objeto de Banco de la República” afirma Hernández

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Imagen 3. Mapa Los Macaguajes de Juan Friede

Fuente: Friede (1945).

de Alba (1945, p. 5) en el catálogo de 1944), ligado como estaba al Servicio de Arqueolo- mientras que para el Museo Arqueológico gía y al Instituto Etnológico, esta disciplina el aumento de su colección representaba era objeto de debate y desacuerdo, de eva- un peligro por el “hacinamiento de piezas” luación continua y de dudas. Un ejemplo de que amenazaba con desbordar y desinte- ello se puede rastrear entre los miembros grar la institución, de por sí desprovista de del Instituto Indigenista, que se había for- un buen local para albergarlas (Sánchez, mado de manera voluntaria y actuaba de 1945, p. 342). la mano del museo, ya que ni siquiera entre ellos había un consenso con respecto a la re- Finalmente, no obstante las divergencias presentación del espacio geográfico actual o en la concepción de la museología, ambos histórico; mientras Antonio García defendía museos decidieron darle sentido a sus co- la literatura sobre la selva escrita en el siglo lecciones a partir de su asociación con el es- xx, considerándola como una escuela de co- pacio geográfico. Sin embargo, este aparente nocimiento que anticipaba el “verdadero y acuerdo no nos debe llevar a engaños. Si bien propio camino de América” (García, 1945, p. en ambas instituciones se elaboraron y pu- 67), para Juan Friede se trataba de una ne- blicaron mapas arqueológicos, el significado fasta influencia para el país” pues impedía de la geografía en cada una de ellas es distin- “una clara visión de los problemas” que pre- to. Para el grupo del Museo Arqueológico, sentaba (Friede, 1947, p. 384).

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 171 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)*

Imagen 4. Lámina 1 se cuestionaba la fidelidad del Mapa de Lon- gitudes y de la cartografía oficial (Guhl, 1945, p. 260). Asimismo, el trabajo en terreno les había enseñado a estos estudiosos y viajeros una lección doble: por una parte, que había existido una enorme cantidad de intercam- bios y movimientos entre las sociedades prehispánicas, pues se podían hallar obje- tos en una región que pertenecían a otras bastante alejadas.13 Desde otra perspectiva, que el territorio nacional actual no se podía concebir fácilmente como una unidad, por la cantidad de obstáculos de comunicación que separaban algunos espacios de otros. Aquí resulta elocuente citar un fragmento del cuestionario etnográfico que preparó Reichel-Dolmatoff como modelo para quie- nes emprendieran expediciones: “¿cómo se abre trocha? ¿Rozándola, doblando ramas, quemando? ¿Quién cuida los caminos? ¿Hay una red fija de caminos alrededor de las viviendas? ¿Hay caminos secretos (gue- rra, caza, abstención entre suegra y yernos, etc.? ¿Cómo se marcan los caminos y las trochas? ¿Doblando ramitas? ¿Poniendo hojas o maderas en cierta forma?” (Rei- chel-Dolmatoff, s. f.). A pesar de que muy Fuente: Jiménez (1945). probablemente los mapas que se exhibían en el Museo Arqueológico tenían un ca- Este solo ejemplo sirve para entender el cli- rácter didáctico y la función de vincularse ma crítico del momento y del contexto. Al con el mapa nacional, como sucede con los revisar el Boletín de Arqueología y la Revista que acompañan los textos de divulgación del Instituto Etnológico, nos encontramos con de culturas indígenas de Blanca Ochoa y textos dedicados al tema de la toponimia12

(que mostraba cómo los variados nombres 13 “Fuera de las numerosas cuentas de collar de formas y tamaños va- que ha recibido un territorio lo dotan de riados, labrados en concha marina, y de los “fotutos” o cornetas, una profundidad histórica y lingüística) y que al decir de Castellanos “se tocaban en los regocijos y en los sangrientos trances de la guerra”, y que están indicando de forma con ensayos etnogeográficos, en los que a inequívoca relaciones culturales de los indios de estas alturas con partir de la experiencia de las expediciones pueblos de la cosa atlántica, la presencia en Sogamoso de vasijas de barro cocido con técnica y decoración peruanas, abre la consi- deración, no antes sospechada, de contactos o relaciones culturales 12 Hay textos de Juan Friede y de Gerardo Reichel-Dolmatoff sobre este con los incaicos, por intermedio de los pueblos del SW de Colombia” tema. (Silva Celis, 1945, p. 104).

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Imagen 5. La metalurgia en América según Rivet Imagen 6. Mapa arqueológico de Colombia, Luis Alberto Acuña

Fuente: Rivet (1945). Fuente: Acuña (1945).

Edith Jiménez, los mapas de excavaciones metalurgia en América, aunque en su se- arqueológicas y trabajos etnogeográficos gunda versión aparezca más bellamen- que aparecen en los boletines y las revistas te elaborado. Asimismo, en la edición de del Servicio de Arqueología y el Instituto Et- 1948 aparece un mapa artístico elaborado nológico dan cuenta de una gran diversidad por Luis Alberto Acuña, que refuerza con de estilos cartográficos; la mayoría de ellos sus imágenes la asignación de cada cultu- se ocupan de reconstruir fragmentos especí- ra a un territorio específico. Sin duda aquí ficos del territorio y prácticamente no hay en la geografía y cartografía no funcionaban estas publicaciones mapas completos del te- como ciencias problema, sino como medios rritorio nacional. Sin duda todas estas expe- de ordenamiento y estabilización. Es decir riencias llevaron a que en las cartas geográ- que no se trataba del mapa experimental ficas que fabricaba el museo se subrayara el de los etnólogos, arqueólogos y geógrafos, hecho de que se trataba del “estado actual” sino más bien del “mapa-logotipo, al ins- de las investigaciones y no de una represen- tante reconocido y visible por doquier”, del tación definitiva y cerrada del espacio. que nos habla Benedict Anderson (1993).14

Al contrario de ello, en los primeros dos 14 “El mapa-logotipo, al instante reconocido y visible por doquier, pene- catálogos del Museo del Oro encontramos tró profundamente en la imaginación popular, formando un poderoso repetido un mapa de Paul Rivet sobre la emblema de los nacionalismos…” (Anderson, 1993, p. 245).

HALLAZGOS / ISSN: 1794-3841 / Año 13, N.° 26 / Bogotá, D. C. / Universidad Santo Tomás / pp. 149-178 173 Formas de ver y exhibir el patrimonio arqueológico indígena en dos museos de Bogotá (1938-1953)*

El punto más álgido de esta estrategia fue la liquidez: es la imagen húmeda de Medusa llevado a cabo por el antropólogo mexica- que al mismo tiempo nos vuelve de piedra no Carlos Margain, quien en su estudio de (Taussig, 2013, p. 268). Es decir que el proce- las colecciones creó el término de “estilo-re- so de significación de los objetos indígenas gión” (engañoso por su pretensión de clari- podía congelarse y hacerse rígido o abrirse a dad y cientificidad) mediante el cual clasifi- una cadena infinita de sentidos y relaciones. có la colección del Museo del Oro en ocho En nuestro contexto e irónicamente opuesto grupos. En esta operación, sacó de tajo el a lo que solemos pensar, la interpretación nombre de Chiriquí para referirse a algunas de los objetos arqueológicos como obras de piezas por considerarlo inadecuado: ¿cuál arte puso en juego una serie de dispositivos es la razón de fondo que se intuye para esta de exhibición que produjeron un efecto de decisión?, el hecho de que con ese nombre aislamiento para que primara el goce estéti- se denominaba anteriormente una región co sobre la investigación científica o la fun- situada en Panamá; es decir, que todo este ción didáctica, dando como resultado una asunto de los “estilos-región” debía además especie de petrificación del significado de de separar pulcramente un conjunto orfebre las piezas orfebres. Este método que se en- de otro, recortarse y adaptarse al croquis sayó durante algún tiempo en el Museo del del mapa nacional. Es irónico que este tra- Hombre, donde por indicaciones de Rivière bajo se hubiera hecho precisamente a partir existió un salón de “los tesoros” (Conklin, de las colecciones del Museo del Oro, don- 2013) y que también fue puesto en juego de como dice Margain solo se conocía 1,5 por Spinden en Brooklyn, se dejó a un lado % de la procedencia de las piezas (Margain, paulatinamente con el advenimiento de la 1950, p. 57). crisis social y de la guerra (Rosoff, 2005, p. 51) en ambos casos. En su lugar surgió un Conclusión: dos interés cada vez más comprometido con el manifestaciones de la análisis social de los objetos en el museo de mirada alegórica Rivet, y una visión cada vez más ligada a la educación en el de Brooklyn. Por lo que Para concluir, ¿qué tipo de miradas pode- refieren las fuentes hasta ahora consultadas, mos rastrear en estos procesos de observa- en Bogotá las funciones educativas e inves- ción, valoración y exhibición del patrimonio tigativas tuvieron más peso en el Museo arqueológico en Bogotá, durante los prime- Arqueológico, mientras que en el Museo ros años de existencia de ambos museos? del Oro primó una visión artística y estéti- Sin duda, en ambos casos se trata de una ca de las piezas que exaltaba su factura, por mirada alegórica, en la que cada “cosa pue- su refinamiento técnico. A ello se añade el de significar cualquier otra”.15 Sin embargo, hecho inquietante de que la relación entre como lo advierte Michael Taussig en su li- los objetos y la geografía fue en el primer bro Mi museo de la cocaína (2013), la alegoría caso un asunto diverso y problemático, cumple con el misterio de la petrificación y mientras que en el segundo se cristalizó me- diante mapas-logotipo (el mapa artístico de

15 Esta es una de las reflexiones de Walter Benjamin sobre la alegoría Luis Alberto Acuña), repeticiones (el mapa en El origen del drama barroco alemán (1990, p. 167). del origen de la metalurgia según Rivet) y

174 Daniel García Roldan formas de ordenamiento del espacio (me- del nacionalismo. México D.F.: Fondo de diante la noción estilo-región), como la que Cultura Económica. propuso Margain. Barragán, C. A. (2014). Entre redes cientí- ficas, alianzas intelectuales y fricciones No debemos olvidar que la colección de or- políticas: Itinerarios etnológicos de Gre- febrería del Banco de la República se inició gorio Hernández de Alba (1935-1945). de manera paralela a una crisis debida a la En La cultura arqueológica de san Agustín. incertidumbre del valor económico del oro Gregorio Hernández de alba (1904-1973) (1942, p. 109). Y tampoco que en el mundo (pp. 95-99). Bogotá: Instituto Colombia- moderno del arte y el coleccionismo, debajo no de Antropología e Historia [icanh]. del manto de la “obra maestra”, viene siem- Benjamin, W. (1990). El origen del drama ba- pre agazapado el fetiche de la mercancía. rroco alemán. Madrid: Taurus. Así que tal vez esa mirada que construyó Botero, C. I. (1996). Algunas reflexiones so- el Museo del Oro y que aún hoy conserva bre la relación entre museos y patrimo- con algo de corrección y “cirugía estética” nio. Boletín de Arqueología, 11, 57-66. no sea otra que la de nuestra enajenación Botero, C. I. (2001). De la presentación a la frente al mundo transfigurado en un gran representación: el pasado prehispánico mercado en el que cada cosa nos llama y nos en el museo nacional de Colombia. En obliga a remitirnos a ella misma, con lo cual F. López Barbosa (Ed.), La arqueología, se ocultan las relaciones en las que está in- la etnografía, la historia y el arte en el mu- mersa. Si con esa pretensión de transformar seo (pp. 51-59). Bogotá: Ministerio de las piezas de orfebrería en obras de arte se Cultura. codificaba esa forma de ver, ¿qué tipo de Botero, C. I. (2006). El redescubrimiento del mirada podemos rastrear en el proyecto pasado prehispánico de Colombia: Viajeros, que anheló el Museo Arqueológico? Quizás arqueólogos y coleccionistas 1820-1945. mucho menos que una mirada científica; tal Bogotá: Instituto Colombiano de An- vez la aventura de esa generación no sea tropología e Historia [icanh], Ediciones sino la expresión encubierta de la mirada Uniandes. poética que está implicada en todo acto de Botero, C. I. (2009). El surgimiento de los volver a nombrar las cosas y de conocer una museos arqueológicos y etnográficos: vez más en ellas la vida sobreviviente. Laboratorios de investigación y espa- cios para la visibilidad, divulgación y Referencias exhibición del patrimonio arqueoló- gico y de las sociedades indígenas. En Alonso, G. (Ed.) (2013). Banco de la Repúbli- Arqueología y etnología en Colombia. La ca: 90 años de la banca central en Colombia. creación de una tradición científica (pp. Bogotá: Banco de la República. 197-219). Bogotá: Ediciones Uniandes. Acuña, L. (1945). Mapa arqueológico de Co- Botero, C. I. (2010). José de Recasens: la lombia, El Museo del Oro: 1923-1948. Bo- construcción de una tradición científica gotá: Banco de la República. en Colombia. Antípoda, 285-338. Anderson, B. (1993). Comunidades imagina- Brooklyn Museum (2001). Guide to the Re- das. Reflexiones sobre el origen y la difusión cords of the Department of the Arts of

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