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cómic tecla editar clásicos nota de los editores la guerra del profesor bertenev endurance una posibilidad entre mil me acuerdo lapinot y las zanahorias de la patagonia takemitsu zamurai rosalie blum george sprott (1894-1975) dándole vueltas el sueño de meteor slim última lección en gotinga el negocio de los negocios dr. slump ultimate edition nocturno gil pupila una vida errante cómics que a mi parecer quizás hayan pasado desapercibidos (y es una pena) novedades recomendadas diciembre 09/ marzo 10 artículo POR ANTONI GUIRAL EDITAR CLÁSICOS ¿PARA QUÉ? Hasta yo que, lejos del autoengaño, debo asumir que no soy muy listo, entiendo que la permanencia de los clásicos autóctonos es una obligación moral para la supervivencia del legado cultural. Hablo de cine, de literatura, de fotografía, de pintura, de escultura, de teatro, de historieta. ¿Por qué, entonces, si con un pequeño esfuerzo puedo detectar en el mercado la existencia de clásicos de nuestro cine, nuestra literatura, nuestra fotografía, nuestra pintura, nuestra escultura y nuestro teatro tengo tantos problemas para localizar clásicos de nuestra historieta? Esperen, empecemos por el principio: ¿qué es un clásico? Un clásico es una obra que ha sentado cátedra por sus aportaciones al medio. También es una creación muy popular en el momento en que fue concebida. Y, claro, es un producto con unos cuantos años de historia encima. Arreglado, podemos seguir. Como hablamos de historieta, lo primero es señalar que lo de “unos cuantos años de historia encima” es relativo. El cómic es bastante más joven que la pintura o el teatro; no podemos hablar de muchos siglos atrás (dos, como máximo), pero sí de unos cuantos decenios (pongamos hasta cinco). La pregunta vuelve a ser: ¿por qué no disponemos de series, personajes o tebeos clásicos españoles debidamente catalogados, léase, con ediciones más o menos recientes localizables en el mercado de primera mano? Antes de responder, revisemos algunas cuestiones importantes. La Ley de Propiedad Intelectual del 11 de noviembre de 1987, que ha sido objeto de una refundición y de varias modificaciones posteriores en 1996, 1998 y 2006, establece que, de forma general, los derechos de explotación de una obra no pasan al dominio público hasta pasados 70 años de la muerte del autor; en el caso de obras colectivas, con seudónimo y anónimas, los 70 años se cuentan a partir de la fecha de publicación. En literatura es, pues, más fácil encontrar obras de dominio público, por las que los editores no deben pagar derechos de autor. En historieta es algo más difícil, ya que la “juventud” del medio sólo permitiría publicar adscrito a dominio público obras de autores fallecidos en 1940 que son muy pocos en, al menos, nuestra historia de los cómics. Por tanto, cualquier editor debe, para acceder a la publicación de los clásicos, obtener bajo contrato el permiso de los autores o de sus herederos por mucho que, a causa de la actitud inmoral de algunos editores, los historietistas hubieran firmado en su momento papeles en los que renunciaran a sus derechos. Hay, claro, otro matiz: las marcas. Una cosa es el derecho de autor, el intelectual, y otra es el derecho industrial; hubo editores que tras registrar marcas de títulos de publicaciones y de series, los han ido renovando con el tiempo, por lo que la marca (el título) es suyo. O sea que, a veces, para publicar un clásico, habría que recurrir al autor o herederos para los derechos intelectuales y al editor original para los industriales. Se complica la cosa. Y luego está el material para la reproducción. En literatura basta con disponer de un libro para escanearlo o volver a transcribirlo en ordenador. En historieta, para reeditar es necesario acceder o a los originales o a una publicación para escanear las páginas. Como durante unos 60 años los originales quedaban en manos de los editores y, hoy, o siguen en su poder o están dispersos entre cientos de coleccionistas (cuando no fueron destruidos tiempo ha), disponer de ellos es, prácticamente, una entelequia. Quedan las publicaciones impresas, relativamente más accesibles, aunque a veces muy caras y no siempre de fácil localización. Como las tintas y las imprentas de antaño utilizadas para los tebeos no eran de una calidad, digamos, suprema, nos encontramos con otra dificultad: hay que seleccionar mucho los ejemplares y realizar un trabajo de restauración a partir de los escáneres, tarea compleja y costosa. Tiempo y dinero, sencillamente. [Continúa en la página siguiente…] BIBLIOTECA CENTRAL TECLA SALA CÓMIC TECLA 31 (DICIEMBRE 09 / MARZO 10) 1 artículo POR ANTONI GUIRAL [… Viene de la página anterior] Y ahora, volvemos a la pregunta: ¿por qué no disponemos de series, personajes o tebeos clásicos españoles debidamente catalogados, léase, con ediciones más o menos recientes localizables en el mercado de primera mano? Algunas respuestas hemos aclarado, pero no todas. Es más, se me ocurre otra pregunta: ¿hay mercado para estos clásicos? Lo hubo en los decenios de los setenta y los ochenta pero, la verdad, no tengo tan claro que los haya ahora. Es cierto que algunas recuperaciones - como Esther, El Capitán Trueno, El Jabato, La familia Ulises, Joyas Literarias Juveniles o Clásicos del humor (con series de Bruguera)1 - han disfrutado de una buena acogida. Pero los citados son títulos que apenas significan un 1% de nuestros clásicos. ¿Y Roberto Alcázar y Pedrín, El guerrero del antifaz, Pumby, Cuto, El inspector Dan o Hazañas bélicas, por poner sólo cinco ejemplos muy populares en su momento? ¿Hay público para ellos? Confío en que sí, pero ni yo ni nadie puede afirmarlo con certeza. Y aquí aparece otro componente en la reedición de clásicos, reformulado en pregunta; ¿deben ser los editores privados los que se ocupen de recuperar nuestro legado historietístico? Lo harían si vieran en ello una oportunidad de negocio, por tanto, está clarísimo que no lo entienden así; entonces, ¿deberían aparecer las instituciones públicas en este segmento de la edición? Aunque algunos podrían considerarlo competencia desleal, creo que sí; es más, considero que es su obligación ante la tesitura evidente de que nadie lo está haciendo en estos momentos. De todas formas, y ante la creciente nostalgia que nos invade, la sensación es que una buena recuperación de nuestros clásicos, al menos de algunos, tendría espacio en las librerías y respuesta positiva por parte de los consumidores. Y, por favor, lo haga quien lo haga, se impone una reedición bien formulada, respetuosa con el original, bien datada y ordenada, confeccionada con consideración tanto hacia los creadores como hacia sus lectores. Ha de quedar claro que no estamos hablando de best-sellers, sino de rescatar nuestro patrimonio cultural. ¿Se entiende la diferencia? Hoy por hoy, al menos a mí, me resulta bochornosa la falta de ediciones catalogadas de nuestros tebeos clásicos. Si no los recobramos ahora, habremos perdido la partida; dentro de no mucho tiempo nadie se acordará de ellos y habremos perdido la oportunidad de reconocernos en nuestro pasado. Y no es sólo un tema nostálgico, por supuesto; el valor artístico y sociológico de estos tebeos habrá muerto también, empobreciendo todavía más nuestro legado. 1. En este esquema entra, por ejemplo, Mortadelo y Filemón, pero por tratarse de una serie viva que se ha mantenido con éxito, sería un claro ejemplo de caso aparte en la nómina de los clásicos. Con todo, conviene resaltar que sólo ahora se publicará un tomo con algunas historietas de la serie de Ibáñez realizadas antes de 1969, año en el que empezaron a aparecer sus álbumes. Por tanto, aquí también hay una clara deuda contraída. BIBLIOTECA CENTRAL TECLA SALA CÓMIC TECLA 31 (DICIEMBRE 09 / MARZO 10) 2 nota de los editores Aprovechamos vuestra atención, antes de que os adentréis en la sección de reseñas, para pedir disculpas a Francisco Naranjo, uno de nuestros desinteresados colaboradores, pues un cúmulo de descuidos por nuestra parte (totalmente involuntarios y, a estas alturas, todavía incomprensibles), han hecho que olvidáramos incluir sus reseñas en el anterior número del boletín. Mirando el lado positivo, este número 31 viene con ración doble de reseñas por parte de Francisco. Rogamos nos disculpéis el desliz. Gracias por vuestra comprensión. David Cuadrado Silvia Fernández BIBLIOTECA CENTRAL TECLA SALA CÓMIC TECLA 31 (DICIEMBRE 09 / MARZO 10) 3 reseñas LA GUERRA DEL PROFESOR BERTENEV / Alfonso Zapico Dolmen. 80 p. Color. Cartoné. 18,95 € Ante el horror de la guerra y su sinrazón, el refugio romántico de la sensatez; Bertenev, profesor de escuela desubicado, prefiere entregarse al enemigo antes que enfrentar el odio que los suyos le profesan después de hacer lo único sensato que se puede hacer ante la perspectiva de una muerte segura en el campo de batalla: echar a correr. Lo demás discurre por cauces ya codificados, se ha leído y visto muchas veces en muchos contextos, pero funciona y atrapa como si fuera la primera vez: la lenta integración del protagonista, perro verde, en un entorno que no acaba de entenderlo, pero que llega a aceptarlo con todas las consecuencias; el desarrollo de una amistad teñida de admiración; la empatía del lector. Zapico lo hace bien. Trata con cariño a sus personajes, plantea las secuencias con pulso y las resuelve con gracia. El equilibrio entre diálogo, texto de apoyo e imagen está bien conseguido. Sorprende, sobre todo, su ambición: se trata de una primera obra (aunque aquí la hayamos leído después de su siguiente aventura, Café Budapest, otra incursión en lo histórico resuelta menos en clave de superproducción y más cercana al costumbrismo) en la que se conjugan la exigencia formal propia del género (ambientación, documentación) y las necesidades narrativas de un argumento no por previsible menos exigente. Una primera obra, una primera aventura, de la que el autor sale con bien: La guerra del profesor Bertenev es una de esas historias que se leen con el placer de reencontrarse con esas formas clasicistas que nos enseñaron a todos a leer, una de esas historias que beben de una larga tradición, actualizándola con sutileza y con cariño.