CENTRO SUPERIOR DE ESTUDIOS DE LA DEFENSA NACIONAL MONOGRAFÍAS del 29 A: CESEDEN 1 CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA MILITAR

EL EJÉRCITO Y LA ARMADA EN 1898: CUBA, PUERTO RICO Y FILIPINAS (1)

MINISTERIO DEDEFENSA FICHA CATALOGRÁFICA DEL CENTRO DE PUBLICACIONES

Congreso Internacional de Historia Militar (1v. 1998. Madrid-Avila) El ejército y la armada en 1898: Cuba, Puerto Rico y Filipinas / 1 Congreso Internacional de Historia Militar. — [Madrid} : Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica, 1999. — 416 p. ; 24cm — (Monografías del CESEDEN 29). NIPO: 076-98-124-8. — D.L. M.-9619-99 ISBN: 84-7823-625-2 1. España. Ministerio de Defensa. Secretaría General Técnica, ed. II. Título III. Serie.

Las opiniones emitidas en esta publicación, son exclusiva responsabilidad del autor de la misma

Edita: Ministerio de Defensa Secretaría General Técnica NIPO: 076-98-124-8 ISBN: 84-7823-626-0 (obra completa) ISBN: 84-7823-625-2 (tomo 1) Depósito Legal: M-9619-99 Imprime: Imprenta Ministerio de Defensa lirada: 1750 ejemplares Fecha de edición: marzo 1999 EL EJÉRCITO Y LA ARMADA EN 1898: CUBA, PUERTA RICO Y FILIPINAS (1) SUMARIO

Página PRESENTACIÓN11

APERTURA15 EXCMO. SR. DON ANDRÉS MÁS CHAO General de división. Director del Congreso de Historia Militar

CONSIDERACIONES POLÍTICAS SOBRE EL 98 ESPAÑOL21 EXCMO. SR. DON ANTONIO RUMEU DE ARMAS Doctoren Historia. Director de la Real Academia de la Historia.

LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LA CRISIS DE 1898 EJÉRCITO Y POLÍTICA35 EXCMO. SR. DON MANUEL ESPADAS BURGOS Doctor en Historia.

EL PENSAMIENTO ESTRATÉGICO NAVAL. CUBA Y PUERTO RICO EN LA GUERRA HISPANO-AMERICANA DE 189859 DON PEDRO GINER DE LARA Capitán de fragata.

WAR PLANS AND PREPARATIONS AND THEIR IMPACT ON U.S NAVAL OPERATIONS IN THE SPANISH-AMERICAN WAR79 DR. MARK L. HAYES Naval Historical Center

EL DESPLIEGUE NAVAL EN CUBA. AÑOS 1897-1 898103 EXCMO. SR. DON HUGO O’DONNELL Y DUQUE DE ESTRADA Doctor en Historia. —7— Página DE LA HABANA A SANTIAGO: DECISIONES OPERACIONALES DE ESTA DOS UNIDOS PARA CUBA, 1898131 DR. GRAHAM A. COSMAS Centro de Historia Militar del Ejército de Estados Unidos.

LAS TROCHAS MILITARES CUBANAS. LA LÍNEA JÚCARO-MORÓN.... 147 EXCMO. SR. DON Luis DE SEQUERA MARTÍNEZ General de división del Ejército.

MEMORIAS DE LA MANIGUA EL 98 DE LOS QUE FUERON A LA GUE RRA171 ILMO. SR. DON EMILIO DE DIEGO GARCÍA Doctor en Historia.

VALORACIÓN DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS FUERZAS MAMBISAS EN LOS COMBATES DEL 98209 ILMO. SR. DON GUILLERMO CALLEJA LEAL Doctor en Historia. Profesor de la Universidad Europea de Madrid.

LA CAMPAÑA DE PUERTO RICO CONSIDERACIONES HISTÓRICO- MILITAR255 EXCMO. SR. DON Luis E. GONZÁLEZ VALES Mayor general. Director de la Academia Puertorriqueña de la Historia Militar.

UN ESPÍA LLAMADO WHITNEY271 EXCMA. SRA. DOÑA MILAGROS FLORES ROMÁN Doctora en Historia.

THE BIRTH OF THE FILIPINO REVOLUTIONARY ARMY IN SOUTHERN TAGALOG, LUZÓN 1898281 EXCMO. SR. DON REYNALDO C. ILETO Doctor en Historia.

LAS OPERACIONES EN LUZÓN ASEDIO Y DEFENSA DE . MAYO-AGOSTO 1898307 ILMO. SR. DON JESÚS DÁVILA WESOLOVSKY Coronel de Infantería DEM.

EL APOSTADERO DE FILIPINAS: SUS AÑOS FINALES345 DON HERMENEGILDO FRANCO CASTAÑÓN Capitán de fragata.

—8— Página LA CAMPAÑA MILITAR EN FILIPINAS: AÑO 1898375 EXCMO. SR. DON PEDRO ORTIZ ARMENGOL Embajador de España.

EL FIN DE LA GUERRA HISPANO-CUBANO-NORTEAMERICANA. CON SECUENCIAS PARA EL EJÉRCITO ESPAÑOL385 EXCMO. SR. DON MIGUEL ALONSO BAQUER General de brigada del Ejército.

CLAUSURA EXCMO. SR. DON ANDRÉS MÁS CHAO General de división. Director del Congreso de Historia Militar.

ÍNDICE409

—9— PRESENTACIÓN PRESENTACIÓN

Presentamos hoy el primer volumen de actas del Congreso Internacional de Historia Militar, El Ejército y la Armada en el 98: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Se recogen en él las ponencias presentadas en Madrid y Áviia, entre los días 23 y 27 de marzo. La Comisión Española de Historia Militar quiere, al editar las conferencias, poner a disposición del estudioso o del aficionado, los trabajos de nuestros ilustres colaboradores, contribuyendo así a la divulgación de la historia militar. Deseamos también reiterar nuestro agradecimiento a cuantas personas, instituciones y entidades apoyaron desinteresada y eficazmante los tra bajos de la Comisión y rendir un entrañable recuerdo a nuestro compa ñero, el coronel don Longinos Criado Martínez, que fue el tenaz e ilusionado vocal inspirador de este Congreso.

— 13 — APERTURA

EXCMO. SR. DON ANDRÉS MÁs ChAo General de división. Director del Congreso de Historia Militar. APERTURA

En el año que se celebra el centenario de 1898, de tanta resonancia bajo tantos aspectos de nuestra historia, culturales, políticos, económicos y de costumbres, el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas no podían estar ausentes de los actos con los que se intenta conmemorar dicha fecha; pues también para la historia particular de nuestros Ejércitos supone, como consecuencia de la guerra con Estados Unidos, el final de una etapa y el comienzo de otra; lo que reflejará don Ramón Alonso en su obra El Ejército en la sociedad española al decir: «El Ejército que tienen bajo su mando Polavieja, Weyler y Linares... es notablemente distinto al que conocerán La Cierva, Berenguer y Primo de Rivera.» En efecto, las Fuerzas Armadas que salieron derrotadas en aquella con frontación bélica, iniciaron con la entrada del siglo una transformación pro fundamente influenciada tanto por la derrota como por las repercusiones que tuvo sobre el pueblo español y su relación con los ejércitos, que las llevaría a una nueva estructura orgánica, doctrinal y muy especialmente mental, de la que surgiría el Ejército y la Armada de la primera mitad del siglo xx. Por citar sólo un ejemplo de la profundidad del cambio, puedo citar que el Ejército que inició la guerra de Cuba con una oficialidad pro gresista y totalmente inmersa en la sociedad civil, salió de ella con unos cuadros conservadores y considerándose los únicos detentadores del patriotismo, Igualmente en las mentes más claras de nuestras Fuerzas Armadas se marcó como un hito ineludible tras la derrota, la necesidad de evolucionar tomando como modelos los ejércitos más avanzados de Europa; de manera que la, corriente «regeneracionista» que caracterizó

— 17 — este periodo en otros ámbitos de la vida española también estuvo presente en el militar. Pero además de este motivo, por sí sólo suficientemente importante para celebrar un Congreso en torno a su centenario, en el que los investigado res de nuestra historia militar puedan presentar sus aportaciones sobre esta transformación y sus razones, existe otro no menos importante que se relaciona con lo que disponen las Reales Ordenanzas de las Fuerzas Armadas, cuando recuerdan en su artículo 16 que: «El homenaje a los héroes... es un deber de gratitud y un motivo de estímulo para la continuación de su obra.» Esta exigencia aparece con una dimensión verdaderamente importante en esta conmemoración, al tratarse de un conflicto en el que la derrota hizo olvidar el heroísmo del que hicieron derroche nuestros cuadros de mando y soldados, que defendieron con sin igual gallardía los últimos florones de aquel Imperio del que un día se pudo decir «que no se ponía el Sol». Cierto es que en algunos casos excepcionales su valor fue reconocido —Martín Cerezo, Eloy Gonzalo, Cervera y Vara del Rey, por citar solamente algu nos nombres, son ejemplos imperecederos— pero en muchos más sería olvidado y anónimo. Las penalidades, sacrificios y la sangre generosa que derramaron sin tasa tantos soldados, no podían quedar olvidados en esta conmemoración y si hubo errores, corrupciones, frivolidad, ignorancia y oportunismo en algunos de los protagonistas del conflicto, esto no es óbice para que se ignore la entrega generosa de la mayoría de los que formaron parte de los Ejércitos españoles en Cuba y Filipinas. Junto a ellos no se puede olvidar tampoco los sacrificios y penalidades de cubanos, filipinos, puertorriqueños y norteamericanos que lucharon y murieron por su Patria y sus ideales. Fruto de su esfuerzo fue el nacimiento de dos nuevas nacio nes de la estirpe hispana: las Repúblicas de Cuba y Filipinas y la aparición de una emergente potencia, Estados Unidos; naciones todas con las que, superados aquellos enfrentamientos, nos une hoy una fraterna amistad. Con el deseo de presentar al público español la realidad de aquel conflicto y ayudar a comprenderlo la Comisión Española de Historia Militar ha pro gramado este Congreso con el título, El Ejército y la Armada en 1898: Cuba, Puerto Rico y Filipinas, en el que durante una semana especialistas de diversos campos nos expondrán sus conclusiones sobre los diversos aspectos ideológicos, políticos y estratégicos en que lo enmarcaron, así como las características operativas y logísticas de las campañas desarro lladas en los teatros de operaciones en que se desenvolvió. Estoy seguro

— 18 — que estas jornadas serán igualmente una aportación más al espíritu de superación de aquellos conflictos, que en buena parte fueron dolorosas guerras civiles, pues españoles lucharon con Maceo y Máximo Gómez en Cuba o con Aguinaldo en Filipinas y naturales de aquellas Islas formaron parte del Ejército español, combatiendo hasta el último instante al lado de sus hermanos europeos. Por todo ello hoy, superados los recuerdos amar gos y dentro de la plena asunción de nuestra historia común que debe pre sidir este centenario, como hermanos un día enfrentados y ya reconcilia dos cubanos, filipinos, puertorriqueños, americanos y españoles podemos analizar conjuntamente el conflicto que un día nos dividió, para que al tiempo que contribuimos a un estudio más detallado del mismo, nos sirva para sacar enseñanzas que nos ayuden en este nuevo camino de paz y comprensión en el que todos queremos profundizar.

— 19 — CONSIDERACIONES POLÍTICAS SOBRE EL 98 ESPAÑOL

EXCMO. SR. DON ANTONIO RUMEU DE ARMAS Doctor en Historia. Director de la Real Academia de la Historia. CONSIDERACIONES POLÍTICAS SOBRE EL 98 ESPAÑOL

PlanteámientO general Alrededor del año 1830 pudo España hacer balance de la situación en los dominios y provincias diseminados por inmensas extensiones del conti nente americano. La independencia era una realidad insoslayable. Desde el cañón del Colorado hasta la Patagonia y desde la Amazonia a los Andes habían ido surgiendo 20 naciones libres, que estaban fijando laboriosa mente las futuras lindes fronterizas. Es preciso señalar en este momento los efectos trágicos de la guerra a muerte contra el traidor Napoleón. Por lo que respecta a América había acelerado en 50 años el proceso emancipador asumido por España como circunstancia histórica irreversible. Por otra parte la guerra napoleónica, por su carácter total, había dejado a España en ruinas, con los campos abandonados, la industria paralizada y el comercio reducido a la mínima expresión. La pérdida de las remesas en metales preciosos de Indias desequilibró hasta límites insospechados la balanza comercial y mucho más aún la balanza de pagos. Desde el punto de vista internacional habíamos pasado del rango indiscu tido de primera potencia al de secundaria. La formidable escuadra que, con dedicación y sacrificios, habían puesto a flote, los ministros de Felipe y, Fernando VI y Carlos III, estaba totalmente aniquilada. Del Ejército sobre vivían unidades escuálidas, con el peso muerto de unos cuadros de mando colmados. De la ruina del Imperio americano y asiático habían quedado como valio sas reliquias, la isla de Cuba —llamada con razón «la perla de las Anti llas»— la isla de Puerto Rico y el archipiélago de Filipinas.

— 23 — ¿Qué decisión tomar por parte de España ante la lealtad de unos territo rios americanos que abrigaban, de manera soterrada, anhelos de libertad y en última instancia de independencia? La situación política de provincias antillanas, con un centralismo más acusado que en la metrópoli y la auto ridad extralimitada del gobernador no podía conducir a nada bueno. España debió reconocer de inmediato a estos territorios un estatuto de autonomía plena, dejando a cubanos, puertorriqueños y filipinos la recto- ría de su destino. Se señalará por algunos el riesgo que entrañaba la medida, rayana en la independencia. Pero en el peor de los casos más valía alcanzar la libertad por los senderos de la paz que arrebatarla des pués de una sangrienta contienda. Una serie de interrogantes nos servirán de argumentos de peso con que respaldar, con carácter póstumo, la pretendida autonomía. ¿Podía España defender a Cuba por mar? Veamos cual era nuestro poten cial en este ámbito defensivo. La Marina de Guerra llegó a la mínima expresión en la primera mitad del siglo xix. Al iniciarse la guerra de la Inde pendencia todavía se conservaban los restos de la gran flota de Trafalgar (42 navíos, 30 fragatas, 30 corbetas, etc.), pero la absoluta paralización de las construcciones redujo en tales términos los efectivos de la escuadra que, al morir Fernando VII, las embarcaciones mayores y menores no sobrepasaban el número de 35, con una dotación de algo más de medio millar de hombres. Los primeros planes de restauración de la escuadra se ejecutan reinando Isabel II, actuando de promotores los ministros de Marina marqués de Molins y MacCrohon. Se adquirieron o construyeron diversas fragatas, destacando las que llevaban por nombres: Numancia (con casco de hie rro), Gerona, Vitoria, Zaragoza, Arapi/es, etc. Hay que hacer expresa men ción en el reinado de Alfonso XII del plan almirante Antequera que puso en servicio diversos cruceros y torpederos: Fernando el Católico, Reina Cris tina, Sánchez Barcáiztegui, Alfonso XII, etc. La tercera generación de navíos se botaron al agua durante la regencia de María Cristina, con nom bres de Vizcaya, Oquendo, Infanta María Teresa, Cristóbal Colón, etc., lla mados a sucumbir en el holocausto de Santiago de Cuba. La preparación de la oficialidad era excelente; pero las embarcaciones adolecían de poca velocidad y corto alcance de los cañones. Pese al esfuerzo realizado la Marina española era computada por los especialistas entre la octava y la décima del mundo. —24— La pregunta formulada tiene una respuesta negativa. España no podía abastecer por mar, en caso de guerra, a las islas de Cuba y Puerto Rico, y menos aún combatir con escuadras notoriamente superiores. ¿Estaba España en condiciones de defender a Cuba por tierra? Habiendo descendido nuestra Patria del rango de gran potencia, después de la gue rra contra Napoleón y la simultánea emancipación de América, la reduc ción del Ejército se impuso; y, como consecuencia de ello, la política de aislamiento acabaría por prevalecer. Durante la centuria que nos ocupa se llevan a cabo importantes reformas, pero partiendo siempre de una reduc ción de efectivos: 60.000 hombres de servicio permanente y otros 35.000 en reserva. El Ejército contaba con una oficialidad superior a sus necesi dades, como lastimosa herencia de las guerras carlistas. Sobre su prepa ración y eficiencia hubo enconadas discusiones. Desde luego en la guerra de Africa (1860) se patentizaron evidentes fallos en el planeamiento y desarrollo de las operaciones. En el concierto. europeo el Ejército español estaba valorado entre el sexto y el octavo. En la larga etapa decimonónica España se encierra en sí misma en un somnoliento aislacionismo. El Ejército cumple con la exclusiva misiva de defender las fronteras yel orden interior. La única operación militar impor tante fue la guerra de Africa (1859-1860), con un objetivo de dignidad y prestigio. No entraba en los cálculos del general O’Donnell una ocupación militar, con todas las consecuencias de sostenimiento. La conquista de Tetuán, trajo consigo una paz generosa. Las otras operaciones militares y navales, a Roma (1859) y México (1861), no pasaron de objetivos secun darios intrascendentes. Frente a la política exterior el aislacionismo de España fue absoluto, viviendo al margen de las alianzas y conflictos europeos, africanos y asiá ticos. La segunda pregunta formulada se responde por sí sola. ¿Qué garantías de seguridad podía hallar España en las normas de Derecho Internacional aceptadas en la época? Muy escasas. Durante todo el siglo xix el imperio de la fuerza se convirtió en ley. Estados Unidos se expandió hacia el Oeste a costa de la vecina México. Inglaterra, con el apoyo de la flota y escaso número de tropas auxiliares se apoderó de La India y Birmania; el Cabo, Orange, Transvaal, Rodesia, Egipto y pueblos intermedios. A remolque suyo, Francia impone su dominio sobre Argel, Túnez, Marruecos e Indo china. Alemania é Italia hubieron de conformarse con territorios menores. Rusia extendió la soberanía sobre la inmensidad siberiana.

— 25 — En resumen España navegaba a la deriva como un navío que ha perdido el timón y el piloto, sin poner trabas y cotos defensivos a las islas residua les de su antaño inmenso imperio colonial. ¿Cómo no presintieron los polí ticos, pensadores y literatos del 98 la amenaza que se cernía sobre sus propias cabezas? La venda no tardaría en caer de sus ojos. El problema político de Cuba absorbió a la sociedad española de aquel tiempo. Para la debida comprensión de los sucesos los vamos a estudiar a través de cuatro epígrafes o apartados que se titularán: «Insurrección de Cuba», «Cuba objetivo preferente de Estados Unidos’>, «Proyectos de autonomía de Cuba» y «El dramático desenlace».

Insurrección de Cuba

Los primeros movimientos insurreccionales en la Gran Antilla datan del año 1820, en paralelo con la sublevación del general Riego en Cabezas de San Juan. El gobernador, general Vives, tuvo que reprimir la conspiración de un grupo revolucionario de carácter masónico amparado con el nombre de los «Soles de Bolívar>’. El partido separatista, alentado desde Estados Unidos era ya un grave peligro cuando arribó a La Habana el gobernador don Leopoldo O’Donnell, que volvió a emplear medios represivos para desarticular a los conspira dores. Sus sucesores Roncaly, Costa y Cañedo tuvieron que combatir mili tarmente contra las operaciones capitaneadas por Narciso López, venezo lano, que había alcanzado el generalato en las filas del Ejército español. La opinión cubana aparecía dividida. De un lado estaban los incondiciona les de España, y de otro los reformistas, divididos a su vez en autonomis tas y separatistas. Durante el mando del general Lersundi se dio «el grito de Yara» (octubre del año 1868) y comenzó la guerra separatista que duró 10 años. El jefe del movimiento cubano fue Carlos Manuel de Céspedes, quien contó con la colaboración de dos valientes guerrilleros, Máximo Gómez y Antonio Maceo. Céspedes llegó a proclamar, en el año 1869, la República cubana. La lucha militar fue terriblemente dura, hasta que el general Martínez Cam pos negoció con los rebeldes «el convenio de Zanjón» (1878). Por este acuerdo se concedió una amplia amnistía y se prometieron reformas polí tico-admin istrativas.

— 26 — Antonio Maceo, que era mulato, no se adhirió al convenio y continuó la guerra hasta 1880, en que el foco rebelde quedó vencido por los esfuer zos de los generales Polavieja y Blanco. Durante esta etapa se resolvió, tardíamente, en Cuba el problema de la abolición de la esclavitud. La Ley de 23 de junio de 1870 dispuso la eman cipación gradual de los esclavos negros. Pero ni esta ley ni otras que die ron a Cuba todas las garantías de las provincias peninsulares junto con medidas de protección económica podían resolver el problema del sepa ratismo, que alentaba y dirigía desde Estados Unidos don José Martí. La insurrección se repitió en el año 1895 «grito de Baire». Al frente de los rebeldes se pusieron Antonio Maceo, Juan Valdés, Máximo Gómez y otros caudillos, mientras Martí era el director civil del movimiento, con el título de delegado del Partido Revolucionario. El buen recuerdo de la campaña anterior movió al presidente del Gobierno español don Antonio Cánovas del Castillo a depositar la más omnímoda confianza en el general Martínez Campos. La primera decisión del presti gioso soldado fue trasladarse a Santiago de Cuba para hacer frente a José Martí, Máximo Gómez y los hermanos Maceo que habían lanzado desde Monte Christi un manifiesto excitando a la revuelta. En presencia del peli gro, Martínez Campos declaró el estado de sitio en la Provincia Oriental, comenzando una guerra de guerrillas tan costosa como ineficaz. El cabe cilla José Martí murió en una escaramuza, pero los hermanos Maceo ten dieron una emboscada al general de la que pudo salir por puro milagro. Para agravar aún más la situación grupos filibusteros, transportados por vía marítima, se apoderaban de Sancti Spíritus, en la costa sur, exten diendo la rebelión a más de la mitad de la Isla. El Ejército concentrado en la Isla, que llegó a sumar 200.000 hombres, no acertaba a reducir a las guerrillas. El último plan de Martínez Campos consistía en empujar de Oeste a Este a los insurrectos, a fin de llevarlos hasta la trocha de Júcaro a Morón, donde había concentrado fuerzas importantes, acabó en abso luto fracaso. La situación militar, agravada por momentos, imponía el relevo en el mando, resultando designado el general don . El plan de este soldado tuvo como primer objetivo trasladarse en noviembre del año 1896 desde La Habana a Rubí, por la trocha de Mariel, para combatir a Antonio Maceo, que se vio seriamente castigado, forzándole a huir hasta alcanzar la muerte. Los éxitos se veían ensombrecidos por los fracasos. Máximo Gómez pudo pasar con los suyos por la trocha de Morón, que se

— 27 — reputaba infranqueable. A pesar de ello durante la primavera del año 1897 la lucha en la parte occidental de la Isla decreció, si bien en la parte orien tal continuaban dominando los insurgentes. El sistema de rigor empleado por Weyler, singularmente la orden de concentrar en las ciudades a los habitantes del campo cubano, con el fin de restar apoyos a la guerrilla, dio origen a airadas protestas. Se quiso ensayar entonces una acción paci fista, asumiendo el mando de Cuba el general Blanco (octubre de 1897). La gravedad de los sucesos, que inmediatamente sobrevendrían, dieron pie a una paralización de las operaciones militares.

Cuba objetivo preferente de Estados Unidos

La política de injerencia exclusiva de Estados Unidos en su propio conti nente arranca de la Presidencia de Santiago Monroe (1817-1825). La constitución en Europa del movimiento asociativo conocido por la Santa Alianza (1816) hizo temer a los yanquis de una inminente intervención europea para recobrar la soberanía sobre las antiguas colonias. En un famoso mensaje dirigido al Congreso en 1823, el presidente manifestó que consideraría como un caso de guerra todo intento de dominio y coloniza ción por parte de las potencias europeas en el Nuevo Mundo. La frase «América para los americanos» define esta peligrosa política imperialista, hábilmente disimulada. Las aspiraciones de Estados Unidos se vio frenada por Inglaterra durante los primeros 60 años del siglo, pues le interesaba a toda costa defender su dominio sobre Jamaica y las pequeñas Antillas. En la fecha antes señalada, 1823, el político Adams, futuro presidente, se atrevía a formular este parecer: «La anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensa ble para el mantenimiento de la integridad de la propia Unión.» En la cancillería norteamericana se pensaba en la conveniencia estraté gica de comprar la Isla a España, de la misma manera que en el año 1803 se había adquirido la Luisiana y en 1819 la Florida. La negociación diplomática se llevó a cabo subrepticiamente, con una tenacidad provocadora. La primera finta tuvo efecto en 1843. El secretario de Estado norteamericano Buchanan (el presidente por entonces era Harrison) encargó al embajador en Madrid, Saunders, la compra de la Isla antillana por 50 millones de dólares. Regía por entonces los destinos de

— 28 — España como regente el general Espartero, quien se limitó a no contestar a la propuesta. La diplomacia americana residenciada en Europa se reunió en Ostende en el año 1854 a instigaciones del presidente Taylor y del secretario de Estado W. L. Marey. Se hallaron presentes los embajadores Soulé, Mason y Buchanan. El «informe» emitido señalaba a Cuba como principal objetivo, y es todo él un atentado al Derecho Internacional. He aquí sus principales párrafos: «Creemos firmemente que debido al desarrollo de los acontecimien tos ha llegado la hora de que tanto los intereses de España como los de Estados Unidos se cifran en la venta de la Isla, y la transacción será igualmente honrosa para ambas naciones...». Más adelante la indecorosa oferta se trueca en amenaza: «Pero si España sorda a las voces de los propios intereses.., rehusase vender Cuba a Estados Unidos... entonces toda ley divina o humana justificará que liberemos ese territorio de España... » Retornado Pierre Soulé a su destino madrileño elevó la oferta de Estados Unidos a 130 millones de dólares. Era por entonces presidente del Gobierno español, por segunda vez, Espartero, pronunciándose por la negativa. En la complicada negociación, que estamos resumiendo, se impuso un compás de espera cuando Estados Unidos se vio inmerso en la guerra civil de Secesión (1861-1865). Pero así que se restableció la paz, se reprodu jeron las amenazas y coacciones. La Revolución de septiembre del año 1868, que trajo consigo el destronamiento de Isabel II, fue considerado momento propicio por la diplomacia americana. Un nuevo emisario del pre sidente Ulises Grant, por nombre señor Siekles, se entrevistó en Madrid con el general Prim, sin que la oferta fuese aceptada. Por la última fecha, 1868, la Revolución de septiembre metropolitana dejó sentir su eco en la isla de Cuba, como se ha referido anteriormente. «Los gritos de Yara y Baire» señalan los límites de una insurrección que se va a prolongar por espacio de dos décadas. La colaboración de Estados Unidos en la contienda fue total y absoluta, como si fuese un país beligerante. Los partidos anexionistas y separatis tas se constituyeron en Nueva York y otras ciudades sobre la base de natu rales incitados a la deserción y amparados como víctimas. La recluta de voluntarios se llevó a cabo con el mayor descaro. Pasaron del centenar las

— 29 — expediciones filibusteras armadas, dirigidas a los puntos de desembarco. Todo el material de guerra desde el primer machete hasta el último fusil fueron de procedencia norteamericana. Los españoles no deben olvidar nunca este conjunto de felonías que sonrojan con sólo contarlas.

Proyectos de autonomía de Cuba La organización política de Cuba en el siglo xix tenía notoria similitud con la de la metrópoli. La estructura político-administrativa de la España liberal había arraigado en líneas paralelas. Destacaba por su poder el gobernador de la Isla que era a un tiempo capitán general. Se dividía el territorio en cinco provincias con una Diputación Provincial al frente y dentro de cada una de estas unidades se agrupaban las ciudades con un Ayuntamiento como órgano rector. Otras instituciones importantes eran la Audiencia, encargada de la administración de la justicia, y la Delegación de Hacienda; por mano de la cual corría todo el sistema fiscal recaudatorio. Hay que destacar el poder omnímodo del gobernador; la dificultad en la recluta de los puestos elevados de la administración y la sistemática corruptela de la burocracia secundaria. El centralismo era un mal endémico que padecía la Isla. Piénsese que las obras públicas, los proyectos industriales, la política comercial y las activi dades económicas suplementarias se decidían en Madrid. Esta fue el arma que disparaban los separatistas para reclamar la independencia. Pero otras importantes fracciones de opinión se conformaban con la autonomía. En el momento decisivo que nos ocupa se formaron en la Isla dos partidos legales y un tercero clandestino. El primero llamado Unión Constitucional (por otro nombre Incondicionales Españoles) estaba adscrito al Partido Conservador de Cánovas del Castillo; el segundo por nombre Liberal se consideraba vinculado a Sagasta, y el tercero con el nombre de Partido Revolucionário Cubano abogaba por la independencia. Cánovas se incli naba por servir a los intereses del capitalismo, respaldando moderadas reformas. En cambio Sagasta, era defensor de la autonomía. No debe olvidarse que flotaba en el ambiente el compromiso adquirido en la paz de Zanjón (1878) de iniciar en la Isla un amplio plan de reformas político-administrativas. Fue don Antonio Maura, ministro de Ultramar durante los años 1893-1894, en un gabinete presidido por don Práxedes Mateo Sagasta, quien deten

— 30 — dió en el Congreso de los Diputados el primer proyecto de autonomía de Cuba. El ilustre mallorquín quiso convertir a la entidad geográfica Isla en el eje de la reforma. Los órganos de la autonomía serían los siguientes: la Diputación Provincial única en que quedaban fusionadas las seis Diputa ciones Provinciales, formada por 36 diputados de elección popular, y el Consejo de Administración, compuesto por las autoridades y organismos de primer rango. La Diputación era un organismo deliberante y decisorio, es decir una asamblea; en cambio el Consejo se asemejaba a una segunda Cámara o Senado. No estará de más, por la singularidad, especificar quienes estaban llama dos a formar parte del Consejo de Administración (nombre, a decir verdad, poco feliz): el gobernador general, arzobispo de Santiago de Cuba, coman dante del Apostadero, general segundo cabo; presidente de la Audiencia, coronel-decano del Cuerpo de Voluntarios y diputados provinciales que hubiesen entrado en el segundo bienio de su cargo. Completaban el Con sejo nueve vocales nombrados por el Gobierno con sujeción a estrictas normas calificativas. Maura luchó con denuedo en el Congreso contra sus encarnizados ene migos, sin lograr imprimir la menor celeridad al lento debate parlamentario. En vista de ello optó por dimitir, en espera de que otros políticos tuvieran mejor suerte. El estado de subversión de la isla de Cuba aconsejó a Sagasta a propo ner, en el año 1895, a las Cortes un segundo proyecto autonomista para Cuba, que suponía un retroceso con respecto a las líneas maestras de Maura. El encargado de articularlo y defenderlo fue el ministro de Ultramar don Buenaventura Abarzuza. Este ministro rechazó de plano la Diputación única, dejando subsistentes las seis tradicionales, con aumento notorio de funciones. Punto clave de la reforma era el Consejo de Administración, que se compondría de 30 individuos: 15 designados por el Gobierno y la otra mitad elegida, con mandato de cuatro años, por el mismo censo de las Diputaciones Provinciales. Los vocales natos del antiguo proyecto mau rista integrarían una Junta de Autoridades, con funciones asesoras del Consejo de Administración. Aunque las Cortes aprobaron el proyecto, la reforma se vio frenada por el estado de insurrección general que se extendía por Cuba como reguero de pólvora.

— 31 — Si los liberales habían fracasado en sus proyectos autonómicos el tercer plan se vería respaldado por don Antonio Cánovas del Castillo, figura máxima del Partido Conservador. El proyecto de este político se publicó en la Gaceta de Madrid por Real Decreto de 5 de febrero de 1897, cuando la Administración española se tambaleaba sobre débiles cimientos. La nota más sobresaliente del tercer proyecto autonomista era la «cubanidad» del mismo, pues se requería para el ejercicio del gobierno —salvo los mandos superiores— haber nacido en la Isla. El Consejo de Administración estaría compuesto de 35 miembros, 21 de elección popular y 9 por razón del cargo desempeñado. El cuarto y último proyecto autonomista vióse auspiciado por el presidente don Práxedes Mateo Sagasta y su ministro de Ultramar don Segismundo Moret. La situación en Cuba era verdaderamente agónica; por esta razón la Gaceta publicó por medio del Real Decreto de 26 de noviembre de 1897, la nueva Constitución de la Isla, plenamente autonómica. De acuerdo con esta importantísima norma el poder Legislativo sería ejercido por una Cámara de elección popular y un Consejo de Administración o Cámara Alta, compuesta de 16 miembros elegidos por los naturales y 18 por la Corona. El poder Ejecutivo tenía como moderador al gobernador general, siendo ejercido en efectivo por un presidente y cinco ministros: «Salvo, pues, la política internacional y la defensa del territorio, atri butos inalienables del poder soberano, en todo lo demás, incluso la vidriosa materia arancelaria, la autonomía era cabal, insuperable y omnímoda. » El 1 de enero del año 1898 tomaban posesión de sus Departamentos los nuevos ministros cubanos. Sus nombres merecen ser recordados: presi dente, don José María Gálvez; Gracia y Justicia y Gobernación, don Anto nio Govin; Hacienda, don Rafael Montoro; Instrucción Pública, don Fran cisco Zayas; Obras Públicas y Comunicaciones, don Eduardo DoIz e Industria, Agricultura y Comercio, don Laureano Rodríguez. La autonomía fue la tabla de salvación de Cuba como entidad nacional, que obstruyó los reiterados intentos de compra a España de la soberanía, con el decidido propósito de integrar la Isla en la Unión. La independencia de Cuba se afianzó con esta decisiva medida. El impacto en el ánimo del presidente MacKinley fue decisivo, por la frustración de su política anexio nista. Más adelante se insistirá en el asunto.

— 32 — Dramático desenlace

Conocemos de sobra los reiterados intentos de compra de Cuba por la Administración norteamericana; la incitación a la rebeldía de los isleños, y la descarada ayuda política y militar a la insurrección. Pues bien, esta acti tud hostil y filibustera se recrudeció durante las Presidencias de Cleveland y MacKinley. En el año 1396, siendo jefe del Gobierno de España don Antonio Cánovas del Castillo, las Cámaras norteamericanas tomaron el acuerdo de recono cer la beligerancia de los insurrectos. Esta decisión era una ofensa pública. Poco tiempo más tarde el secretario de Estado señor Olmey dirigió una nota a nuestro representante en Washington, Dupuy de Lome, expresán dole que siendo ineficaces las armas españolas para vencer la insurrec ción cubana, quizá fuera conveniente alguna declaración oficial de las con cesiones que tuviera en disposición de introducir el Gobierno de Madrid en la administración de la Isla. Ofrecía también la mediación para contribuir a la pacificación. Cánovas del Castillo protestó de la primera decisión y rechazó la asisten cia. De nuevo Cleveland volvió a la injerencia. El día 7 de diciembre de 1896 se dirigía a las Cámaras de su país por medio de un mensaje dedi cado a explicar su actitud ante el conflicto creado por la lucha armada. Con mayor precisión que en la nota de Olmey se pedía que el Gobierno espa ñol ofreciera a los isleños una verdadera autonomía, que dejando a salvo el poder soberano de la metrópoli diese satisfacción a las exigencias de los alzados contra ella. Había en el escrito una amenaza encubierta: si las cir cunstancias hacían llegar a España & extremo de probar la ineficacia de sus medios para reducir a los rebeldes, Estados Unidos pospondría la soberanía hispana a más altos deberes que no podrían dudar en recono cer y cumplir. El proyecto de autonomía de Cuba del mes de febrero de 1897 preparado por Cánovas del Castillo vino a responder a las apremiantes demandas. Una intromisión nueva se descubre en la reclamación del secretario de Estado señor Sherman al embajador Dupuy de Lome censurando las con centraciones de población impuestas por el general Weyler como base de una nueva estrategia militar. La muerte de Cánovas del Castillo, víctima del anarquismo, dio pie al embajador señor Woodford (en nombre y representación del presidente

— 33 — recién elegido MacKinley) para presentar una nueva comunicación, con minando a España para que diera seguridades de la pronta pacificación de Cuba. Poco tiempo más tarde el Ministerio Sagasta-Moret, concedía a la Gran Antilla, el 26 de noviembre de 1897, una «autonomía díena», muy. por encima de cuanto cabía sospechar. Esta medida y la jura y posesión de los nuevos ministros desconcertó al presidente MacKinley, al ver frustrado el disimulado empeño anexionista. La reacción no se hizo esperar, ofreciendo la compra de la Isla como última salida. Le tocó a la reina regente doña María Cristina escuchar en San Sebastián la indecorosa propuesta de señor Woodford, como emisario personal de MacKinley. Se ofrecía a España la venta de Cuba a Estados Unidos, con la amenaza de la intervención militar en la Isla en caso de negativa. El pre cio fijado eran 300 millones de dólares y otro millón como corretaje a favor de los mediadores en el asunto. Doña María Cristina llamó uno a uno a los más conspicuos políticos vin culados al Gobierno o a la oposición. El voto fue unánime a favor del rechazo de la vergonzosa venta con todas sus consecuencias. Así las cosas la llegada a la bahía de La Habana del crucero norteameri cano Maine «como prueba de amistad», pero en actitud desafiante, vino a añadir otro motivo de complicación a las relaciones de por sí tirantes con los americanos. En efecto, el día 15 de febrero de 1898, al anochecer, se produjo una tremenda explosión que al partir por mitad el casco del navío, comenzó a sumergirse. El accidente fue aprovechado para una formal declaración de guerra. Las vicisitudes de la misma se salen por completo de nuestra indagatoria.

— 34 — LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LA CRISIS DE 1898. EJÉRCITO Y POLÍTICA

EXCMO. SR. DON MANUEL ESPADAS BURGOS Doctor en Historia. LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LA CRISIS DE 1898. EJÉRCITO Y POLÍTICA

Vayan mis primeras palabras a expresar mi agradecimiento a los organi zadores de este Congreso Internacional de Historia Militar con que la Comisión Española de Historia Militar se suma a la conmemoración de una fecha tan clave para la historia de España como es la de 1898. Agradezco también las generosas palabras de presentación del general Andrés Más Chao, presidente de este Congreso. Y debo añadir mi emocionado re cuerdo al coronel Longinos Criado Martínez, con quien me unió buena amistad y con quien tuve numerosas conversaciones cuando, con tanto entusiasmo y dedicación, estaba trabajando en la preparación de este Congreso. Su memoria nos acompañará en estos días. El planteamiento de mi ponencia, precisamente por estar situada en esta primera jornada de trabajo, en cierto modo pórtico del Congreso, se instala en la misma línea que las pronunciadas por mi antiguo profesor y querido amigo don Antonio Rumeu de Armas. Vendrán luego las ponencias espe cíficas y las comunicaciones puntuales sobre aspectos del gran proceso que en estos días vamos a examinar. Prefiero insistir en el marco general y en las que considero líneas maestras del complicado problema nacional e internacional que tiene como centro la fecha de 1898, con unos antece dentes que enraízan en las primeras décadas del siglo xix y unas conse cuencias que se alargan al primer cuarto de nuestra actual y ya cercana a su fin centuria. En numerosas ocasiones he dicho y he escrito que si esta revisión que, con ocasión de su centenario, estamos haciendo sobre la crisis del 98, sir

— 37 — viera al menos para deshacer y superar los numerosos tópicos que en estos 100 años se han acumulado sobre esta crucial cuestión, ya nos podía mos dar por contentos. El estímulo que el propio centenario está impri miendo encamina a una reflexión historiográfica y, sobre todo, a una reac tivación de la investigación y supone desde luego un signo esperanzador. Son sin embargo, muchos los tópicos y los errores, siempre resistentes al cambio, que se siguen escuchando y leyendo en estos días, allí donde se trata el tema que nos reúne. Vayamos a las obviedades que, como punto de partida, necesitan ser subrayadas. En algún momento he escrito que «Cuba fue el árbol que ha impedido ver el bosque» (1). Al tiempo que se ha afirmado que «la cuestión filipina ha sido la cenicienta en el contexto de los estudios que se han hecho sobre el 98» (2). La mayor incidencia en España de la cuestión cubana, el apa rente mayor interés de Estados Unidos por «la perla de las Antillas», el también aparente desinterés norteamericano por los archipiélagos espa ñoles del Pacífico, están entre las razones que han contribuido a despla zar la atención de los historiadores hacia la crisis del 98 en clave cubana y olvidar o posponer una perspectiva, como es la filipina o en general la del Pacífico, que se viene revelando de primera importancia. Si la cuestión cubana pesó especialmente en España, fue en el más lejano escenario del Pacífico donde se estaba librando la gran batalla del nuevo colonialismo y donde los archipiélagos españoles —Filipinas, Carolinas, Marianas y Palaos— estaban en el punto de mira de las potencias coloniales europeas —Gran Bretaña y Alemania especialmente— como de las nuevas poten cias que en ese espacio geográfico emergían por entonces, como eran Estados Unidos y Japón (3). Hoy, para una visión global del conflicto, es preciso atender a ambos escenarios, el del Caribe y el del Pacífico, y darle a cada uno el peso que, en realidad, tuvo en el procéso. Segunda obviedad. Tanto Cuba y Puerto Rico como, especialmente, Filipi nas y los demás archipiélagos del Pacífico estaban muy lejos de España,

(1) ESPADAS BURGOS, M. «Las lecturas históricas del 98», La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, p. 703. Editorial Doce Calles. Aranjuez, 1997. (2) RIVADULLA, D. «El 98 español y sus fuentes: los fondos sobre Filipinas del Archivo Gene ral del Palacio Real», El extremo Oriente Ibérico. Investigaciones históricas, metodología y estado de la cuestión, p. 183. Madrid, 1989. (3) ELIZALDE, M. D. (Coordinadora). «La lucha por el Pacífico en 1898. Interpretaciones en torno a la dimensión oriental de la guerra hispano-norteamericana», Las relaciones inter nacionales en el Pacífico (siglo xvi,i-xx), pp. 291-315 en especial el capitán DE ELIZALDE, M. D. CSIC. Madrid, 1997.

— 38 — de la Península. La lejanía y la relativa incomunicación actuaban como realidades estructurales en su comportamiento y en sus relaciones con España. De ahí la importancia de las comunicaciones con estos territorios, el papel, por ejemplo, de la Compañía Antonio López, fundada en el año 1851 por Antonio López y López de Lamadrid, el que sería primer marqués de Comillas, y por Patricio Satrústegui, germen de la que en el año 1881 se transformaría en Compañía Trasatlántica Española, asegurando el trá fico con las Antillas españolas (4) y, desde el año 1887, haciéndose cargo de todas las líneas oficiales del Estado, tras haber comprado en el año 1884 al marqués de Campo su contrata de la correspondencia con Filipi nas. Sin olvidar que éstas habían tenido su relación con España de forma muy indirecta pues había sido la Nao de Manila o de Acapulco la que había conectado el Archipiélago con el virreinato de la Nueva España, es decir, con México hasta los años de la emancipación del continente americano. Hay que tener en cuenta, sin duda, lo que supuso la apertura del canal de Suez que acercó en más de un mes aquellos lejanos territorios del Pací fico a la Península, permitiendo una mayor presencia de peninsulares en aquellas tierras (con frecuencia penados o confinados políticos) y de nati vos de aquellas islas en España. Valga como caso paradigmático el del padre de la independencia Filipina, José Rizal, estudiante en la Universi dad Central. Estos jóvenes formados en Europa, en contacto con los movi mientos nacionalistas y con las sectas secretas, en especial con la maso nería, iban a constituir el fermento del nacionalismo filipino. A la difícil comunicación marítima se añade también el proceso de la comu nicación telegráfica, otro de los motores de progreso del siglo. Es preciso recordar el monopolio de tal comunicación por parte de determinadas com pañías generalmente británicas o norteamericanas que asegurasen la conexión con Cuba, caso de la International Oceanic Telegraph Company o de la Western Union Telegraph Company. Un decreto del mes diciembre de 1878 permitió la conexión telegráfica de Manila con Hong Kong por

(4) En los años del concierto entre la Administración y la Compañía Trasatlántica, asunto que tuvo gran eco en la prensa y en el debate parlamentario, la flota de Antonio López estaba compuesta por 29 vapores construidos entre los años 1856 y 1883, con un tonelaje total de 48.000 toneladas. La mayoría eran ya barcos anticuados, que no superaban las 9,5 millas por hora, cuando se consideraba que a esa altura del siglo «una velocidad de menos de 15 millas por hora resultaba sencillamente intolerable». HERNÁNDEZ SANDOICA, E. «Parlamentarismo y monopolios en la España de la Restauración», Hispania, número 172, pp. 597-658. 1989. De la misma autora, «La Compañía Trasatlántica española, una dimensión ultramarina del capitalismo español», Historia Contemporánea. Vitoria-Gasteiz, 1989 y «La navegación a ultramar y la acción del Estado», Estudios de Historia Social, números 44-47, pp. 105-113. 1988.

— 39 — medio de la Eastern Extension Australasia and China Telegraph Company, conexión que no se hizo realidad hasta el año 1880. A esta situación se unía otra circunstancia de tipo político como era la posi ción que ocupaban los capitanes generales después del decreto del año 1825 por el que se les había concedido facultades omnímodas que res pondía al propósito de Fernando VII de acabar con los brotes de libe ralismo, allí donde estuvieran dentro del aún amplísimo territorio de la Corona de España. Así los capitanes generales tenían casi un carácter virreinal y, de hecho, como tales virreyes ejercían su autoridad en todos los ámbitos de la sociedad colonial. Con todo lo que ello conllevaba de posi tivo y de negativo. De lo primero el papel que jugaron de modernizadores de sus respectivos territorios de gobierno, tanto en Cuba como en Filipi nas, compatibilizando su autoridad con frecuencia despótica con su papel de mecenas. Un caso muy característico, entre tantos, el del general Miguel Tacón, que: «En España pasaba por liberal, pero en Cuba estuvo muy lejos de serlo, odiaba a la oligarquía criolla, se rodeaba de comerciantes españoles, negreros en su mayoría y aunque no hacía remilgos en sacar la tajada correspondiente al capitán general en el tráfico de esclavos (100.000 pesos por año), se lanzó a una política de reforma administrativa, encaminada a establecer el orden en el campo y en la ciudad» (5). Fue además Tacón uno de los más comprometidos en el urbanismo y la modernización de la ciudad de La Habana. El «paseo Tacón» o el teatro que llevaba su nombre son, entre otros, prueba de ese interés hacia la capital cubana. Un ejemplo de esa ambivalencia entre su aparente adscripción al libe ralismo y su política represora en Cuba lo muestra su tajante oposición a celebrar en Cuba, pese a la orden recibida de Madrid, las elecciones del año 1836. Y cuando en el Departamento de Oriente, en Santiago de Cuba, el general Manuel Lorenzo se pronunció proclamando la Constitución de 1812, Tacón se apresuró a reprimir el brote liberal sometiendo a los pro nunciados. Esto le valió el título de marqués de la Unión de Cuba, años más tarde transformado en ducado.

(5) Correspondencia reservada del capitán general don Miguel Tacón con e! Gobierno de Madrid. 1834-36, p. 257. Introducción de J. Pérez de la Riva, La Habana, 1963.

— 40 — Hugh Thomas considera que, pese a todo, la gestión de estos capitanes generales tuvo valores más positivos que los del mando militar de otras naciones en sus colonias: «Hacia 1890 habían creado (o por lo menos no habían impedido que se creara) una sociedad de tipo español característica y reconocible en Cuba, razonablemente equilibrada entre negros y blancos y en la que las relaciones interraciales eran, aunque evasivas, evidente mente menos tensas que en las sociedades anglosajonas de Amé rica» (6). Sobre todo si se compara con las sociedades de Jamaica y de las demás islas de las Indias occidentales. El propio Thomas recoge el testimonio de un historiador inglés, Froude, que tras su viaje a Cuba en 1887, escribe: «Aunque los defectos de su administración sean tan grandes como se supone, los españoles han hecho más por europeizar sus islas que lo que hemos hecho nosotros con las nuestras» (7). Este alejamiento de la metrópoli y este poder omnímodo les permitía actuar por su cuenta y a desconocer o desobedecer las órdenes proce dentes de Madrid. Los ejemplos son numerosos. Tras varios meses de la Revolución del año 1868, todavía el general Lersundi mantenía la monar quía de Isabel II en Cuba. Hasta diciembre de ese año no se hacía público en Manila el triunfo de la Revolución de septiembre. Un caso muy concreto y de consecuencias muy graves fue el incidente del Virginius, en que el capitán general de Cuba actuó sin consultar con el Gobierno de Madrid —se pretextó que el telégrafo no funcionaba— y se aplicó un método sumarísimo que llevó a la inmediata ejecución de los mercenarios nortea mericanos e ingleses que tomaban parte de aquella expedición filibustera sobre Cuba, creando una enorme tensión entre Washington y Madrid (8). La posición de los capitanes generales se reforzaba a través de sus cone xiones con la oligarquía cubana, en la que se situaban fundamentalmente tres grupos: las viejas familias de hacendados, que todavía con un sistema tradicional dominaban el área de la producción azucarera pero no su comercialización; el sector de los nuevos hacendados, grandes comer ciantes relacionados con importantes grupos financieros de Londres,

(6) HUGH THOMAS, Cuba, tomo primero, p. 534. (7) Ibídem, p. 535. (8) ESPADAS BURGOS, M. «La cuestión del Virginius y la crisis cubana en la 1 República», Estu dios de Historia Contemporánea. CSIC. Madrid, 1976.

— 41 — Nueva York o París y, en tercer lugar, el sector de los hacendados que, también asentados sobre la producción y el comercio azucareros, estaban estrechamente ligados con el capital y la Administración de España. Era éste el grupo que mantenía mayor relación con el mando militar en ultramar. Una simple revisión de nombres que, sin duda, aparecerán con frecuencia en las ponencias y comunicaciones de estos días, nos lleva a figuras como Julián Zulueta, marqués de Álava; Ramón Herrera San Cibrián, conde de la Mortera; Pedro Juan de Zulueta, conde de Torre Díaz; Manuel Pastor Fuentes, conde de Bargas; Antonio Samá Urgellés, marqués de Samá, Salvador Samá, marqués de Marianao; Juan Manuel Manzanedo, conde de Manzanedo y duque de Santoña,... Casi todos ellos habían nacido en la Península o en Canarias y eran de origen modesto. Casi todos habían llegado a Cuba, donde ya tenían relaciones familiares, y su camino ascen dente en lo económico y en lo social había ido ligado al tráfico portuario. El apoyo que habían recibido del mando militar les había ayudado sobre manera: «Por aquella época —recordaba Julián Zulueta en 1856— don Miguel Tacón no dudó en conferirnos la adjudicación del suministro de armas con la certeza de que en nuestras manos su cumplimiento estaría seguro.» Julián Zulueta, primer productor azucarero en 1870, era dueño de 700 esclavos en la hacienda «Alava» y de otros 580 en la hacienda «España». Su hija Josefa Zulueta y Samá se casaría con Francisco Romero Robledo, el gran manipulador electoral de la Restauración, mano derecha de Cáno vas, cuya biografía y cuya actitud ante la cuestión cubana no se entiende sin esa estrecha conexión familiar con los intereses de la oligarquía azu carera, con la que ha sido llamada «sacarocracia» cubana. Igual se puede decir de Juan Manuel Manzanedo que en el año 1875 era el primer contribuyente de Madrid con una fortuna inmobiliaria superior a la de los Alba o los Medinaceli. Entre los numerosos edificios que tenía en Madrid, aparte de su palacio en la calle de Príncipe (actual sede de la Cámara de Industria y Comercio), había adquirido las famosas «casas del maragato», de Santiago Alonso Cordero, en la Puerta del Sol, esquina a la calle del Correo. También sería fundador del Banco Hispano Colonialo, antecesor del Banco Central, y entre sus obras de beneficencia estaría la fundación del Hospital del «Niño Jesús». —42— Constituían, pues, un grupo enormemente poderoso en el área antillana pero también en la metrópoli, donde invertían sus capitales. Su presencia era permanente en las principales concesiones de la Administración espa ñola en Cuba, mediatizando las, decisiones de los capitanes generales. Monopolizaban los más importantes circuitos de abastecimiento de la Isla. No se puede entender el proceso cubano sin atender a esa tupida red de influencias tejida por estos grupos económicos en la que estaban perpe tuamente enredados la Administración española y el mando militar. Lo más normal era la connivencia de estos últimos con aquel mundo de intereses. Fueron pocos los capitanes generales que se resistieron a las fáciles ganancias que proporcionaba el asentamiento de esclavos en la Isla. Porque ésta es otra de las realidades que conforman la cuestión ultrama rina. Era proverbial que «sin azúcar no había país» y también su corolario, que «sin esclavos no había azúcar». Es cierto que España habia firmado en el año 1817 un tratado con Inglaterra por el que se comprometía a abo lir la esclavitud en 1820. Sin embargo, tal abolición no llegaría, de hecho, hasta la década de los años ochenta. La producción azucarera estaría ligada a la mano de obra esclava, fundamentalmente negra, si bien hubo intentos de sustituirla o complementarla con mano de obra asiática, china o filipina. Esa necesidad de mano de obra esclava corresponde especial mente al siglo xix, cuando se ha pasado de la etapa preindustrial de la pro ducción azucarera, la época del «trapiche» correspondiente a los siglos xvii y xviii, a la etapa industrial del «ingenio» en que Cuba se convierte en el primer productor mundial. La producción y el comercio del azúcar vertebraron también a lo largo del siglo la sociedad cubana. Se han tipificado tres grupos, proveniente el pri mero del siglo xviii, de la época preindustrial; se irán formando los restan tes a partir del año 1820, consolidando sus fortunas en las décadas cen trales del siglo. Los primeros dominarían el área de la producción pero no así el de la comercialización. Muchos de sus miembros serían partidarios de la anexión de Cuba a Estados Unidos. Los nuevos hacendados de mediados de siglo serían también los grandes comerciantes, señores del tráfico portuario, estrechamente conectados con los grandes centros finan cieros de Londres, París o Nueva York. También entre ellos dominaría el criterio de la incorporación a Estados Unidos. Pero sería el tercero de los grupos el más importante desde la óptica y los intereses españoles. Son los nuevos hacendados, comerciantes de esclavos y productores de azú car, vinculados especialmente a la Península y defensores a ultranza de

— 43 — una Cuba española (9). Es el grupo al que pertenecen figuras de esencial importancia para la comprensión del proceso cubano, como las de Antonio López y López de Lamadrid, primer marqués de Comillas y creador de la Compañía Trasatlántica; o de Julián Zulueta, marqués de Alava, primer productor individual de azúcar en Cuba, presidente del Casino Español de La Habana y suegro de un personaje clave del régimen de la Restaura ción, don Francisco Romero Robledo, el gran manipulador electoral del sistema canovista; o el barcelonés Salvador Samá, marqués de Marianao; o Juan Manuel Manzanedo, marqués de Manzanedo y duque de Santoña, primer contribuyente urbano de Madrid donde se le conocía como el «prín cipe de los negreros», etc. Todos ellos practicaban y eran partidarios del trabajo esclavo, aún con ciertas alternativas que no tuvieron el resultado que apetecían, como la contratación de mano de obra asiática (china o fili pina) que, en ocasiones, simultanearon con la trata de negros. Este grupo se vio obligado a experimentar una reconversión tras las leyes que, al fin, abolieron la esclavitud (1880 y 1886). Entonces «los esclavis tas devinieron plena burguesía agraria y agroindustrial y la economía de la colonia entró de lleno en el capitalismo>’ (10). Porque el conflicto entre esclavistas y abolicionistas constituye otra de las líneas maestras del largo proceso. Como la hubiera en España, la reacción contra la esclavitud y contra la trata tuvo tanto en Cuba sus voceros y sus luchadores. En Cuba eran varias las actitudes sociales ante el problema. Como escribía Antonio Pirala: «Deseaban unos la abolición inmediata, incondicional de la esclavi tud; otros la gradual a corto plazo; el Partido Constitucional quería la continuación de la ley Moret a lo legal, haciéndole trampas en la prác tica, como se estaban haciendo; y la cuarta opinión o partido defen día la trata de blancos, de color o de chinos, bajo la forma de contra tos» (11).

(9) BAHAMONDE, A. y G. CAYUELA, J. Hacerlas Américas. Las éiltes coloniales españolas en el siglo xix. Alianza Editorial. Madrid, 1992. También G. CAYUELA, J. Bahía de ultramar. El control de las relaciones coloniales. Siglo XXI. Madrid, 1993. Ultimamente, de los dos autores citados, veáse la colaboración Studia Historica, volumen 15. Historia Contempo ránea, Universidad de Salamanca, 1997. Número dedicado a «Cuba y el 98», pp. 9-34. (10) PIQUERAS, J. A. «Sociedad civil, política y dominio colonial en Cuba (1 878-1 895)’, en el número citado de Studia Historica, p. 99. (11) PIRALA, A. Historia de la guerra civil.

— 44 — Pero como el mismo Pirata reconocía, la realidad era que: «La Isla se ha enriquecido con la esclavitud [...] y no veían otro ele mento de prosperidad. Una zafra más era la aspiración de muchos y no querían molestarse en hacer otros cálculos» (12). Era el dilema en que se encontraban los capitanes generales, cortar la entrada de mano de obra esclava o tomar ocasionalmente alguna medida contra ella para después seguir una política de disimulada permisividad (13). Al de los raros casos que se enfrentaron clara y abiertamente a la trata per tenecen hombres como Juan de la Pezuela, sabiendo además el rentable negocio al que se resistía: «El sueldo de gobernador de Cuba —le escribía a su hermano— es de 5.000 pesos, que se gastan todos en vivir. Lo que enriquece es el tráfico clandestino de negros, perseguido por los ingleses pero prote gido por nuestro Gobierno. Cada negro deja al gobernador una onza de 16 pesos. El año que entran muchos se arma el gobernador» (14). Eran más frecuentes comportamientos como los de Manuel Gutiérrez de la Concha, el futuro marqués de La Habana, o de los generales O’Donnell o Serrano. Durante el gobierno en Cuba de este último se calcula en 63.949 los negros introducidos en la Isla. No hay que olvidar el entronque de Serrano con los intereses cubanos a través de su matrimonio con Antonia Domínguez, condesa de San Antonio, sobrina de José Mariano Borrell, marqués de Guaimaro, dueño de varios ingenios en Cuba. En España la vía del abolicionismo tuvo creciente presencia pero no la suficiente fuerza por el mismo cúmulo de intereses que, en torno al princi pal de los negocios cubanos, anidaba en la sociedad y en el régimen polí tico de la Restauración. Sin duda el portavoz más caracterizado del aboli cionismo peninsular era precisamente un cubano, Rafael María de Labra, también el hombre más representativo de la opción autonómica para Cuba. Si desde la actitudes ante el hecho de la esclavitud pasamos a observar el comportamiento político de la sociedad cubana, similar división existía en cuanto a las opciones políticas. Fundado en 1865 como Partido Español y denominado a partir del año 1868 Unión Colonial sería esta formación el

(12) Ibídem, p. 25. (13) G. CAVUELA, J. Bahía de Ultramar, p. 236. Siglo XXI. Madrid, 1993. (14) MARQUÉS DE ROZALEJO, Cheste o todo un siglo, p. 175. Espasa Calpe. Madrid, 1935.

— 45 — núcleo originario del Partido de la Unión Constitucional, que agruparía a los defensores de una Cuba española, haciendo de la isla una provincia más de la monarquía. Desde 1878, como consecuencia de la paz de Zan jón, se convierte en el socio cubano del Partido Liberal Conservador de Cánovas. Va a ser el partido dominante en la Isla hasta el año 1897 y el que más pese sobre los capitanes generales. Como escribe José Antonio Piqueras: «Con el capitán general de su lado, el partido negrero practica el poder omnímodo concedido al gobernante. Y si el capitán general se pone enfrente, se le remueve» (15). Incluso el partido dispone de fuerza paralela como eran los Voluntarios que en más de una ocasión se impusieron a las propias decisiones del mando militar (16). Integrado por miembros de la pequeña burguesía criolla, por pequeños y mediaños hacendados y por hombres de profesiones liberales nace en el año 1878 el Partido Liberal Autonomista. Su programa apunta a la mayor descentralización posible compatible con la unidad nacional, es decir con la aceptación de la soberanía española. Como afirma Antonio Serrano de Haro: «Fue la primera fuerza política que se negaba a los estragos de la guerra, pero no a las aspiraciones patrióticas del país, tan lejos como pudieran llevarse. Veinte años de activa campaña lo constituyeron en una escuela de formación política cívica, crearon un envidiable cua dro de líderes y dirigentes, reconocidos y apreciados, y hubieran constituido un serio rival al Partido Revolucionario>’ (17). Porque esta fue la tercera opción, nacida en la década de los noventa, el Partido Revolucionario, del que sería creador José Martí, cuando las otras opciones eran ya absolutamente inviables. El conflicto cubano se articula en tres guerras, sólo una de las cuales —la última— deviene un conflicto internacional, si bien las dos anteriores tuvie ran un importante contexto diplomático internacional, tanto por parte de Estados Unidos, interesado casi desde su nacimiento en la posesión de la isla de Cuba, como por parte de las más importantes naciones de Europa inmersas o interesadas en la carrera colonial.

(15) PIQUERAS, J. A. La revolución democrática (1868-1874), p. 274. (16) DOLORES DOMtNGO, M. Opus citada. (17) SERRANO DE HARO, A. La Nación soñada, p. 631.

— 46 — Esas tres guerras, si acudimos a los nombres con que los propios histo riadores cubanos las definen, son la guerra de los Diez Años, la guerra Grande (1868-1878); la guerra Chiquita (1879-1880) y la guerra de la Inde pendencia (1 895-1 898). Son guerras que no permiten, como en ocasiones y desde nacionalismos historiográficos se ha hecho, considerarlas como «conflictos internos» ni tampoco como la lucha de un pueblo unido por su independencia contra una metrópoli, pues la realidad evidencia que cuba nos hubo en cada una de esas opciones a las que nos hemos referido, desde la españolista a ultranza a la independentista, pasando por la auto nomista, si bien a partir de 1895 la emancipación de España aglutinase a mayor número de cubanos en la medida en que las otras opciones habían perdido su viabilidad. Un análisis de esos tres conflictos, en especial de la primera y larga gue rra que se sitúa entre «el grito de Yara» y la paz de Zanjón y la que desem boca en la derrota española del 98, ofrece numerosas páginas de heroismo, de aciertos militares que cosecharon otros tantos triunfos, de experiencias y de reflexión sobre cómo afrontar una lucha tan peculiar en un escenario tan lejano y sometido a unas condiciones climáticas y oro gráficas tan distintas a las peninsulares. Pero, en su valoración global, se deja ver el persistente error con que se abordó aquella guerra y que nume rosos testimonios militares denunciaron al hilo de los acontecimientos: «En guerra como la que aquí se hace, de sorpresa y vandalismo —escribía al ministro de la Guerra un hombre de tan probada expe riencia en Cuba como el general conde de Valmaseda— que más que vencer con las armas se proponen vencemos con el incendio y la destrucción en extensos territorios desiertos, que en sus espesos, casi vírgenes montes ofrecen 1.000 guaridas ocultas, teniendo que luchar con pequeñas partidas que es menester buscarlas para batir las, el triunfo no puede ser resultado de importantes encuentros de armas, sino de un plan general de campaña» (18). Precisamente de lo que se adoleció con frecuencia, de un lado minimi zando o rebajando la gravedad del conflicto cubano, de otro desarrollando un tipo de estrategia difícilmente aplicable con resultados positivos a aquel escenario donde el principal enemigo era la manigua. «Os habéis batido

(18) Carta de Blas Villate de la Hera, conde de Valmaseda, a los ministros de la Guerra y de Ultramar, 20febrero 1871, PIRALA, A. Historia de la guerra civil, tomo quinto, p. 12.

— 47 — contra el clima», les diría el general Jovellar en una de sus arengas a los soldados, reconociendo que: «La amarilla muerte ha mermado sin piedad vuestras fila” (19). Porque, en cada una de las guerras, el clima y las epidemias fueron la prin cipal causa de las bajas españolas que para la primera guerra, sobre un total de 181.000 hombres, poco más de 81.000 murieron en la Isla, de ellos sólo el 8,5% en acción de guerra, mientras que alrededor de 25.000 fue ron repatriados, si bien un 10% murió en la travesía (20). De «sima ate rradora de soldados» calificó a Cuba Santiago Ramón y Cajal, que ejerció allí su labor de médico (21). A ese poderoso enemigo se unían unos combatientes perfectamente conocedores del terreno, que practicaban una eficaz táctica guerrillera, que: «Tenían buen cuidado de no exponerse a un fracaso presentando batalla a los españoles y se entretenían en irles cazando en montes y estorbar su marcha» (22). Ésta era también una de las causas de la duración del conflicto, un ene migo «que procuraba evadir todo encuentro si no esperaba favorable éxito». Un enemigo que vivía sobre el terreno y era sumamente resistente y austero, como reconocía el propio mando militar español (23). Paradójicamente en España, en los centros de formación de oficiales, se mantenía mayor atención hacia los escenarios y las estrategias de un posi ble conflicto europeo. Las batallas de Sedan o de Sadowa parecían ser mejores ejemplos a estudiar que la guerra real que en ultramar necesitaba

(19) Arenga del general Jovellar, 9 de junio de 1878, PIRALA, A. Opus citada, tomo sexto, p. 106. (20) El general Jovellar evaluaba en «cerca de 100.000 hombres y en 700 millones de pesos» el costo de la guerra. PIRALA, A. Escribe que España «había perdido cerca de 100.000 hombres, sin contar más de 11.000 que quedaron inútiles y cerca de 14.000 enfermos enviados a la Península», opus citada, tomo sexto, p. 111. (21) Santiago Ramón y Cajal. (22) PIRALA, A. Opus citada, tomo quinto, p. 5. (23) «Constituyendo su morada los insurrectos en el monte, construían su albergue con pal mas, ayguas, bejucos y algunas maderas, que todo lo facilitaba aquella admirable vege tación, el coco y la güira les daba vasos, platos y otros utensilios, les vestían algodones y guacacoas, cubría el yarey su cabeza y los frutos de los árboles les brindaban frugal comida y refrigerante bebida, y azúcar, miel, cera y medicinas. Alguna fruta o raíz o un trozo de caña de azúcar era el único alimento que en ocasiones tenían, llegando a tal extremo su sobriedad, que no les impedía aquella frugalidad hacer marchas constantes y asombrosas». PIRALA, A. Opus citada, tomo sexto, p. 113.

— 48 — de hombres adiestrados. Y no es que, desde el propio mando militar en Cuba, no se advirtiera de ello. «En Cuba no creo que se luciese mucho un táctico europeo», advertía «un distinguido jefe militar», según recoge Anto nio Pirala (24). Y de que ya, desde la primera guerra, se tomaran decisio nes mucho más acordes a ese tipo de lucha, como fue la apertura de una trocha, que permitiese al Ejército «avanzar siempre, haciendo que las tro pas dejasen limpio el terreno a su espalda», como opinaba el general Val maseda, impulsor ya en la primera guerra de la trocha de Morón al Júcaro, con una anchura de 500 metros trazada del norte al sur de la Isla. Preci samente «la metódica estrategia de cerco», como la califica Alonso Baquer (25), que años después aplicaría Valeriano Weyler (26), con extraordinaria dureza (27) pero también con eficacia. Bien es cierto que la propia dureza de la campaña de Weyler estimulaba la insurrección. Antonio Maceo la consideraba, en este sentido beneficiosa, pues contribuiría a decidir a los indecisos y a transformar en independentistas a los partidarios de la auto nomía. «Sólo podría haber cubanos y españoles». Y también que en las consecuencias inmediatas de la muerte de Cánovas (28) estuviera el

(24) «Por parte del Ejército se cometían grandes errores, tanto en su organización como en su instrucción europea, jamás variada durante los años de campaña, a pesar de los con tinuos fracasos en la guerra [.1. La guerra en la isla de Cuba es una pelea difícil y espe cialísima, donde los buenos oficiales tienen mucho que aprender. Seguramente que los conocimientos adquiridos en los colegios militares y la meditada lectura de las campa ñas de Viriato, el Gran Capitán, Espartero y el marqués del Duero, son muy útiles; pero más útiles serían en Cuba, si a los estudios se añadiese el conocimiento del país. En Cuba no creo que se luciese mucho un táctico europeo» (Comentario de «un distinguido jefe militar», PIRALA, A. Opus citada, tomo quinto, p. 340. (25) ALONSO BAQUER, M. «La guerra hispano-americana de 1898 y sus efectos sobre las ins tituciones militares españolas», Revista de Historia Militar, XXVII, número 54. 1983. (26) No era pues nada nuevo ni le vino a Weyler por ajenas sugerencias como a veces se ha dicho. Es cierto que este plan estaba explícito en la obra de un sacerdote, BAUTISTA CASAS, J. Titulada: La guerra separatista de Cuba (Madrid, 1896) y anteriormente en un artículo del mismo clérigo publicado en el periódico ultramontano El Siglo Futuro (12 de diciembre de 1895), en que bajo el seudónimo de Fernández de Octomuro, aconsejaba: ‘Reunidos, avecindados y conocidos los habitantes de Cuba, no darán a la insurrección los brazos y recursos que la dan [...]. Formando los pueblos, nuestras fuerzas destruirán y arrasarán todos los bohíos y prenderán y castigarán a los individuos que vaguen por los campos». (27) «Nunca podremos olvidar,io que éramos niños en aquella triste época, la dantesca visión que ofrecían las familias campesinas, los reconcentrados muriendo en las calles de La Habana, abandonados miserable y cobardemente por los ricos comerciantes y propietarios y el clero español de la colonia», LUCIANO FRANCO, J. La reacción española contra la libertad, p. 83. El cónsul norteamericano señor Lee informaba el 14 diciembre 1897 que: «de los 100.000 reconcentrados en La Habana, habían muerto ya 52.000». POUMIER, M. Apuntes sobre la vida cotidiana en Cuba en 1898, p. 132. Editorial de Cien cias Sociales. La Habana, 1975. (28) ESPADAS BURGOS, M. «La muerte de Cánovas en la prensa de los Estados Unidos», His toria y Vida.

— 49 — relevo de Weylerporel general Ramón Blanco Frenas que sustituyó el plan de Weyler por la que Miguel Alonso Baquer califica de «defensiva estratégica de tipo selectivo». Sin embargo, para esa época el escenario del Pacífico ya había dado serios problemas a España y ésta había mostrado, a lo largo del siglo, su interés por hacerse presente y ejercer sus derechos sobre territorios que consideraba de su soberanía, por derecho de descubrimiento; tal el caso de las islas Joló, sobre las que Alemania y Gran Bretaña habían puesto ya su atención (29) o los diversos intentos de creación de compañías de comercio para no perder presencia mercantil en aquella zona cada vez más dominada por ingleses y holandeses. Especial agudeza tuvo para España la crisis de 1885, cuando las Carolinas fueron centro del conflicto precisamente con la potencia que, por entonces, tenía mayor peso y pre sencia en la Europa continental, la Alemania bismarckiana, cuyo respaldo en el año 1875 a la restauración de la monarquía en España había sido clave para la viabilidad del proyecto político canovista (30). Por otro lado, en ese mismo año había concluido la Conferencia de Berlín (noviembre 1884-febrero 1885) en la que se habían puesto las bases y se habían defi nido los principios del nuevo colonialismo. Precisamente en el prólogo a la obra antes citada sobre la crisis con Ale mania por las islas Carolinas, he recordado el discurso que, tras a su asis tencia a aquellas jornadas en Berlín acompañando al embajador español conde de Benomar, pronunció en Madrid, en la sede de la Real Sociedad Geográfica, su entonces presidente, Francisco Coello de Portugal, que a su vez también presidía la Sociedad Española de Geografía Colonial. En Berlín se dio cuenta lo ajena que estaba España de las cuestiones que se estaban debatiendo y del escaso peso que sus razones tenían en el nuevo planteamiento colonial: «Mi impresión definitiva —escribía Coello— es, en general, bastante desfavorable, y si algunos resultados pueden calificarse de ventajo sos, hay muchos que no lo son, habiéndose establecido principios de que tal vez se abuse en lo sucesivo». Y refiriéndose a los derechos históricos esgrimidos por España, exclamaba: «Qué diferencia entre

(29) En la obra Las relaciones internacionales del Pacffico, el artículo de ÁLVAREZ, L. «Diver gericias y acuerdos entre España, Gran Bretaña y Alemania sobre las islas Joló», pp. 269-290. (30) Sobre la crisis de las Carolinas. DOLORES ELIZALDE, M.

— 50 — unos y otros derechos! [...]. No se concibe cómo quieren igualarse los de una larga dominación, durante siglos» (31). Todo lo que se quisiera, pero aquellos derechos históricos de descubri miento, la base en que se apoyaban potencias como España o como Por tugal, habían periclitado ante el ejercicio real de la fuerza. Y España, ni antes, ni menos en aquellos años tenía recursos para una presencia real y para un ejercicio de facto de su soberanía en aquellos distantes y dispersos territorios. Téngase en cuenta algo tan palmario, como muchas veces se ha recordado, que nunca el número de españoles en las Filipinas alcanzó el número de islas que forman aquel Archipiélago. Y no digamos de la pre sencia real de España en los otros archipiélagos de la Micronesia. Evidentemente, en la percepción española del valor de aquellos exóticos territorios, aparte una comprensible cuestión de prestigio y de defensa de los derechos que se consideraban adquiridos por razón de descubri miento, había pocas razones que contribuyesen al esfuerzo de mantener allí una presencia. La distancia era uno de sus principales condiciona mientos y en consecuencia la escasa población española que allí residía y el tenue proceso de hispanización. Al concluir la soberanía de España sobre el archipiélago de las Filipinas sólo el 10% de su población indígena sabía hablar español, la mayor parte de ellos situada en Manila, Cavite y Zamboanga: «Excepto en Manila y en algunas pocas ciudades de cierta importan cia, la acción transformadora y constructiva del régimen español fue insignificante», escribe Enrique Baltar (32). La administración seguía siendo fundamentalmente misional, como lo fuera siglos antes. La iglesia, «el convento», como se decía en Filipinas, era el centro de la vida y de la actividad de los poblados «por ejercer desde ella el párroco sus inmensos poderes político-administrativos’> (33). Desde el punto de vista económico las Filipinas parecían tener pocos atractivos

(31) Prólogo a la opus citada supra. (32) BALTAR RODRÍGUEZ, E. «El ocaso de la dominación española en Filipinas», O. Loyola Vega. (Coordinador), Cuba: La revolución de 1895 y el fin de/imperio colonial español, p. 204. Morelia (Michoacán), 1995. - (33) A veces era también el recinto defensivo. Tal fue el caso de la iglesia de Baler, construida en tiempos de fray José Urbina de Esparragosa, baluarte de «los últimos de Filipinas» en 1898. ORTIZ ARMENGOL, P. «La defensa de la posición de Baler. Una aproximación a la guerra en Filipinas», Revista de Historia Militar, número 68, pp. 82-179. 1990.

— 51 — para la Hacienda española, aunque en la segunda mitad del siglo xix y desaparecida su directa vinculación con el virreinato de Nueva España, los beneficios derivados del «estanco de tabaco» incrementaron la atención económica en España. María Dolores Elizalde ha subrayado la realidad de que no hubiera capitalistas españoles con intereses en el Pacífico y que España no tuviera colonias de poblamiento, al no existir una real presión demográfica. En último término: «España poseía unos territorios interesantes, pero no contaba con los efectivos militares suficientes para defender su soberanía, ni tenía ningún apoyo internacional que garantizase sus posesiones» (34). Si la crisis cubana, como hemos dicho, hay que entenderla en clave inter nacional, si bien sea su dimensión bilateral España-Estados Unidos la que en principio la definía, cuanto se refiere a Filipinas y a los archipiélagos del Pacífico bajo soberanía española se inscribe en un capítulo de mayor y más complejo alcance internacional, pues en aquellas latitudes coinciden y entran en conflicto intereses de viejas potencias coloniales con los nue vos y más agresivos de las que pronto serán las grandes potencias del nuevo colonialismo. Como señalaba José María Jover: «En Marruecos, en el archipiélago de las Joló y en el norte de Bor neo, en las Carolinas, en las mismas Filipinas, cuando llegó la crisis del 98, la diplomacia española no tuvo que habérselas con poderes autóctonos sino con franceses, con británicos, con alemanes, que habían tendido hasta allí los poderosos hilos de sus intereses, res paldados con barcos y cañones, defendidos con experimentados diplomáticos» (35). Entre los años 1895 y 1905 el Extremo Oriente se convierte en el centro de los intereses imperialistas europeos. Es el periodo que la historiografía anglosajona ha bautizado como The Scramble for China, la pelea por China, el formidable mercado que se ofrecía virgen a la avidez económica europea. En el espacio del Pacífico se dan cita, fundamentalmente, los intereses de Inglaterra, de Alemania y de Estados Unidos, sin olvidar, en otro nivel a Francia, y atendiendo a la potencia que, muy próxima, estaba emergiendo, el Japón de la época Meiji. Philip Foner cita, entre las obras aparecidas poco más tarde de la crisis del 98, la de J. A. Hobson, Impe rialism. A Study, publicada en 1902, donde ya se diferencia la etapa del colonialismo, como fase precedente a la del imperialismo, definida ésta como «una repentina demanda de productos extranjeros». Ya el Daily Peo pie del 14 de octubre de 1900 escribía:

— 52 — «Cuba fue simplemente el punto de apoyo de la palanca usada por los capitalistas para forzar la puerta abierta de China» (36). Empecemos por Gran Bretaña. El interés inglés por esa zona del Pacífico y, en concreto, por las Filipinas era muy claro, al menos desde mediados del siglo xix pero sobre todo en sus dos últimas décadas. Una actividad mercantil y financiera lo ponían de manifiesto. En este interés se incluía también el extenso mundo de la Micronesia, por su importante valor estra tégico, dadas las rutas utilizadas por los vapores de bandera inglesa, si bien, como afirma María Dolores Elizalde: «Los archipiélagos de la Micronesia no formaron parte de esta red de estaciones navales básicas, sino que fueron puertos que los barcos británicos visitaron muy frecuentemente en sus navegaciones por el Pacífico y a los que les interesaba tener fácil acceso en caso de necesidad, pero que no deseaban dominar» (37). Iniciada la crisis que conduciría a la guerra del 98, la mayor preocupación británica fue la de evitar una ruptura del equilibrio en aquella zona que sig nificara ventaja para cualquiera de sus contrincantes europeas o que diese tal ventaja al Japón. Es cierto que, ante el hecho de la guerra, Gran Bretaña mantendría una neutralidad muy peculiar en la medida que no disimulaba una actitud favo rable a Estados Unidos. En el llamado discurso de la «cuchara larga» (long spoon) Chamberlain defendía, como escribe Rosario de la Torre: «La necesidad británica de la alianza con Estados Unidos para evitar que el futuro de China se resolviera contra los intereses del Reino Unido.» De tal manera que, desde España, fue leído «como el anuncio de un nuevo peligro» (38).

(34) ELIZALDE, M. D. Hispania, número 183, p. 284. (35) MARÍA JovER, J. Prólogo a Agustín R. Rodríguez, Política naval de la Restauración, p. 21. Madrid, 1988. (36) S. FONER, P. La guerra hispano-cubana-norteamericana y el nacimiento del imperialismo norteamericano, 1895-1902, tomo primero, p. 379. AkaÍ. Madrid, 1975. (37) España en e/Pacífico, p. 145. (38) DE t TORRE, R. Tesis, p. 178.

— 53 — Como escribiría E/Imparcial: «La actitud de Inglaterra es tal que garantiza la certidumbre que tiene el Gobierno americano de que la Gran Bretaña no permitirá ninguna com binación europea adversa a los intereses de Estados Unidos» (39). De hecho en la política británica ante la cuestión de los territorios españo les en el Extremo Oriente confluían y se contraponían visiones y actitudes muy diversas, desde el apoyo de la reina Victoria a las razones de España, con las que coincidía su ministro en Madrid sir Henry Drummond Wolif, ocupado en buscar solidaridad con España, a estrictos observantes de la neutralidad como el subsecretario Sanderson o a posturas claramente favorables a Estados Unidos como la mantenida por Chamberlain desde el Colonial Office. Pese a la escasa simpatía que le merecían los norteame ricanos, lord Salisbury haría saber al gobierno de McKinley que no se opondría a una anexión de Filipinas, a no ser que ésta beneficiase a otra potencia, en cuyo caso intentaría para sí el control de las Islas. Así: «Aunque está demostrado que el Gobierno británico no indujo a Mckinley a quedarse en Filipinas, creemos que su actitud allanó el proceso de decisión norteamericano, facilitó en mucho su libertad de acción y determinó en gran medida la actuación de las demás poten cias, pues al ver que Gran Bretaña apoyaba a Estados Unidos en esta cuestión, comprendieron que sería imposible oponerse por la fuerza al bloque anglosajón» (40). Desde España, don Emilio Castelar, maestro de la oratoria parlamentaria y presidente de la 1 República, desde fa que tuvo que hacer frente a una crisis colonial como la del Virginius (41) en la que también confluyeron los intereses anglosajones, no sólo norteamericanos, recordaba a figuras como Gladstone y se dolía del sesgo duramente imperialista de la política inglesa: «Este colosal Gladstone a quien tanto admiraba yo en su vida y a quien tanto lloro en su muerte se ha ido para siempre de Inglaterra por no verla hoy ante todo el mundo malherida y deshonrada trás las dos infames apologías pronunciadas por Chamberlain y Salisbury en favor del despotismo universal y de la exterminadora conquista.»

(39) DE LATORRE, R. Tesis, p. 210. (40) ELIZALDE, M. D. Opus citada. (41) ESPADAS BURGOS, M. «La cuestión del Virginiusyla crisis cubana durante Ial República», Estudios de Historia Contemporánea. CSIC. Madrid, 1979.

— 54 — Se refería sobre todo al famoso discurso de las «naciones vivas» y las «naciones moribundas» que Salisbury había pronunciado en mayo en la Primrose League pero también al ya citado de «la cuchara larga” de Chamberlain. «Ya no hay títulos de posesión, ni tradiciones históricas, ni recuerdos de grandes servicios prestados a la humanidad y a la tierra para quie nes, creyéndose fuertes, arremeten feroces con sus enemigos débi les y se reparten sus propiedades, como se reparten los milanos, por más fuertes y más carniceros, las carnes del inocente palomo que han sorprendido y cazado en los aires», añadía Castelar, para quien «a pesar de las competencias americano-británicas», sus intereses eran coincidentes «vivificados por igual sangre y hablando una misma lengua» y en consecuencia «dispuestos al sacrificio y olvido de los agravios entre ellos, como a la imposición de sus históricos ideales a toda la humanidad y a todo el planeta» (42). Respecto de Alemania, surge siempre la cuestión de si Bismarck tuvo inte rés o no en los asuntos coloniales. Cuestión que ya parece perfectamente resuelta y que debe plantearse desde una periodización de la época bis marckiana, que naturalmente no es homogénea, y menos en este aspecto. Así, obras como la de Mary Townsend, Ríse and Fa!! of Germany’s Colo nial Empire, consideran que sí hubo una clara y definida política colonial por parte de Bismarck y que fue perfectamente consciente de cuanto a ella se refería o interesaba. A partir de esa afirmación, Townsend ha periodi zado en cuatro etapas la política colonial bismarckiana. Iría la primera de 1871 a 1875 y en ella no sería precisamente la faceta colonial la más desa rrollada, aunque no se pudiera hablar de anticolonialismo, sino de priori dad de otros objetivos, especialmente los europeos, que aconsejaban pos poner los coloniales para más adelante. Sería la segunda etapa la del año 1875 a 1880 y en lo colonial ya aparece en un primer plano, sobre todo en su dimensión económica de apoyo a las empresas mercantiles y a los comerciantes que operaban en los territorios del Pacífico, especialmente en las Carolinas, en Tonga, en Joló, en Samoa. El tercer periodo se extiende hasta el año 1885 y está caracterizado por un progresivo despegue la política colonial, en gran medida impulsado por las tendencias proteccionistas, cada día más presentes en la Europa de fin de

(42) CASTELAR, E. «Los discursos de Chamberlain y Salisbury», La Ilustración Española y Americana, número XXV, pp. 6-7. 8 de julio de 1898.

— 55 — siglo, y que precisaban de territorios coloniales que asegurasen mercados. A ello se añadía el peso de un poderoso nacionalismo que tenía en las colonias una de las señas de prestigio y de presencia internacionales. Por último, la cuarta etapa comienza en 1885 —año clave por tantos motivos, entre ellos la Conferencia de Berlín o la crisis de las Carolinas con España— en que el despegue colonialista de Alemania es claro y decidido. Al estudiar los roces hispano-germanos por las islas Joló, Luis Alvarez, en el trabajo antes citado, insiste tanto en los requerimientos de Guillermo 1 para que Bismarck se decidiese por una política colonial más agresiva, cuanto en las reservas de éste e incluso en su actitud respetuosa y com prensiva hacia los derechos históricos de España. Otra cosa es que los repetidos incidentes protagonizados por mercantes de bandera alemana con las autoridades españolas crearan un clima de mayor presión por parte alemana —precisamente esos incidentes provocados era lo que bus caban— en cuanto una colaboración con Gran Bretaña para, aún recono ciendo la soberanía española en aquellos territorios, dominar el tráfico comercial (43). Ha sido un tópico en la historiografía norteamericana que Filipinas estu viera fuera de los intereses nacionales de Estados Unidos y que se les viniera a las manos sin apenas haberio preparado o previsto: «Existe una historia oficiosa basada en una visión del presidente McKinley una noche de tormenta, durante la cual tuvo una visión celes tial en la que la divinidad le ordenaba una misión civilizadora en el Archipiélago —escribe Pedro Ruiz Armengol— pero contra esa alego ría figuran otros hechos: desde el año 1892 se vio el propósito nortea mericano de apoderarse de las islas Hawai, en el camino del Extremo Oriente, y se manifestó un deseo cada vez más vehemente en el mundo empresarial norteamericano de poner un pie en China» (44). Serían multitud los testimonios, al hilo de los acontecimientos, sobre el claro y vehemente interés de importantes sectores económicos de Estados Unidos por los territorios españoles en el Pacífico. El Daily People del 14 de octubre de 1900 destacaba que el objetivo «era ir adelante como una corriente del golfo y operar en las costas de China por el otro lado del mundo» (45). En el mismo artículo se afirmaba que:

(43) Sobre este tema también SALOM, J. España ante el imperalismo colonial del siglo xix, Homenaje a Antonio Domínguez Ortiz. Ministerio de Educación y Ciencias. Madrid, 1981. (44) ORTIz ARMENGOL, P. «La defensa de la posición de Baler», Revista de Historia Militar, número 68, p. 99. 1990. (45) S. FONER, P. Opus citada, tomo primero, p. 373.

— 56 — «Cuba fue simplemente el sopoçte de la palanca usada por los capi talistas para forzar la “puerta abierta” de China.» En tal planteamiento del conflicto de intereses de las nuevas potencias coloniales no se puede olvidar lo que significa la creciente presencia de un Japón en modernización y progreso, atento a lograr un equilibrio en aquel espacio ante el avance de potencias como Estados Unidos y las europeas. La transición que significa para Japón el paso de la dinastía Tokugawa a la dinastía Meiji se caracteriza por un proceso de modernización especial mente visible en la última década del siglo y que, en el plano internacional, se podría tipificar en la paz de Shimonoseki tras la guerra con China, en la que ésta, privada del apoyo de las grandes potencias, se ve forzada a ceder al poderío japonés la soberanía sobre Corea, Formosa, la isla de los Pescadores y la península de Liao-Tung. Esta paz impuesta se la ha con siderado similar a otras, también nacidas del derecho del más fuerte, que jalonan el fin de siglo. Tales la cuestión de Fachoda, el ultimátum de Por tugal, la cuestión de límites entre la Guayana inglesa y Venezuela o la pro pia solución final de la crisis cubana. Para Japón, además, se encontraban ahí las causas que conducirían años después a la guerra con Rusia, liquidada con el Tratado de Portsmouth, que le conferiría a Japón el con trol de un puerto clave como Port Arthur, además del ferrocarril de la Man churia meridional así como del sur de la isla de Sajalin. En este Japón instalado en un incontenible proceso de despegue industrial y comercial se ha señalado el conflicto interno, en el que parecía jugarse la propia identidad del país, entre unas tendencias xenófobas que veían con temor la creciente presencia extranjera y aquellas otras, que termina rían por imponerse y que, como escribe Dolores Elizalde: «Comprendieron que la única manera de construir un Japón fuerte, capaz de hacer frente a las amenazas exteriores, era aprendiendo las técnicas de Occidente y adoptando sus métodos militares.» Las colonias españolas tenían para Japón un especial interés, en primer lugar de tipo comercial, en menor y confluyente aspecto de carácter estra tégico, lo que conducía la necesidad de reforzar las rutas mercantiles con las Filipinas y los archipiélagos españoles de la Micronesia. Tampoco estaba fuera de los intereses del Japón las posibilidades que tales territo rios tenían para destinos de emigración. Para la diplomacia española en Extremo Oriente toda la segunda mitad del siglo xix tuvo entre sus objetivos prioritarios la negociación de un tratado

— 57 — comercial con Japón que permitiera el tráfico mercantil desde Filipinas, dado que se temía que Manila: «Quedase más rezagada en el movimiento mercantil por su posición geográfica excesivamente lateral en la gran vía abierta entre China y Europa.» El interés por buscar mercados a los textiles catalanes y a los vinos se completaba por el aprecio que productos venidos de aquellas tierras, como sedas y porcelanas, tenía en los países europeos. El primer tratado, fruto de la negociación llevada a cabo por Heriberto García de Quevedo, fue fir mado en noviembre del año 1868, si bien los acontecimientos políticos retrasaron su ratificación hasta abril del año 1870. A partir del año 1875, los problemas que ocuparon a la diplomacia española en Japón fueron fun damentalmente estos cuatro: 1. La renegociación de los tratados que estipulaban la libre circulación de extranjeros por el interior del país. 2. La defensa de las misiones en territorio japonés y las pequeñas comu nidades cristianas. 3. La posibilidad de obtener mano de obra japonesa que pudiera ser enviada a Cuba y a Filipinas. 4. Finalmente, la negociación sobre los intereses que Japón empezaba a mostrar sobre los archipiélagos de Marianas y Carolinas (46). De todas formas, hoy se duda de que existiera realmente una auténtica amenaza por parte japonesa, pues como estima Dolores Elizalde: «Hubo una percepción un tanto exagerada y distorsionada de la rea lidad.» Ello pudo conducir a la toma de una actitud defensiva que probablemente contribuyó a «contrarrestar cualquier posibilidad de amenaza por parte del Japón» (47).

(46) TOGORES, L. El Extremo Oriente Ibérico, p. 27. (47) TOGORES, L. Opus citada, p. 77.

— 58 — EL PENSAMIENTO ESTRATÉGICO NAVAL. CUBA Y PUERTO RICO EN LA GUERRA HISPANO-AMERICANA DE 1898

DON PEDRO GINER DE LARA Capitán de fragata. EL PENSAMIENTO ESTRATÉGICO NAVAL. CUBA Y PUERTO RICO EN LA GUERRA HISPANO-AMERICANA DE 1898

Almirante, excelentísimos señores, señoras y señores: Sean mis primeras palabras de agradecimiento a la Comisión Española de Historia Militar por haberme permitido participar en este Congreso Interna cional de Historia Militar sobre, El Ejército y la Armada en el 98: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Como español, como militar, como marino y como esposo me siento múl tiplemente halagado. Quisiera tener un recuerdo especial para el coronel don Longinos Criado Martínez del que espero que sea hoy mi mejor crítico y especial valedor. Seguro que nos estará escuchando Me permitirán que exprese en forma particular mi agradecimiento al exce lentísimo señor almirante don José Ignacio González-Aller Hierro director del Instituto de Historia y Cultura Naval que con su permanente entu siasmo me ha arrastrado, tras muchas vicisitudes, hasta este momento y lugar. Las conferencias de esta mañana, que animan mi espíritu de superación, han despertado ya el interés, en sí mismo enorme, por toda la historia que vamos a tener la oportunidad de conocer, recordar, actualizar y, sobre todo, comprender. Una historia que, a pesar del tiempo transcurrido, un siglo, todavía está lo suficientemente fresca como para que el clásico no sea capaz de trocarla en fábula. —61— «El pensamiento estratégico naval. Cuba y Puerto Rico en la guerra his pano-amricana de 1898» pretende profundizar, no en el estudio mismo de la Historia, sino en el análisis del tiempo, estableciendo los indicadores que nos precipitan a situaciones que resultan inevitables pero que pueden no ser irremediables. Realizaremos el recorrido de un camino que no es paralelo al de la Histo ria, es justamente el que la precede. La Historia andará por los caminos que el pensamiento haya abierto aunque en ocasiones, y como ocurre en la mar, los caminos son difíciles de encontrar. Tampoco en esta ocasión encontrar el camino ha sido fácil. No se trata de hablar de estrategia naval, de planes, medios y fines aun que en ocasiones lo parecerá. Porque la estrategia y el pensamiento estra tégico: «Aunque con zonas de contacto comunes, una y otro son entidades distintas en lo radical.» Como dice el almirante Álvarez Arenas, se trata de hablar del «pensa miento estratégico naval».

Introducción

Son muchos los conceptos que se acumulan en el título de esta conferen cia. Un mundo apasionante, en ocasiones oculto y un poco misterioso, el mundo de las ideas. «El pensamiento estratégico naval», tres palabras que juntas adquieren un cierto carácter de complejidad y, porque no decirlo, de complicidad, tan cargadas de connotaciones que siempre han servido para poner de manifiesto la importancia de la mar en la vida de los hombres, en el desarrollo de las naciones y en su devenir histórico. Si compleja resulta la primera parte del título, no lo es menos la segunda, Cuba y Puerto Rico. Perdidas en la mesa de negociaciones de París, al tiempo que el resto de nuestras provincias de ultramar, lo fueron antes el campo de batalla y antes aún en el de las ideas; representan la última muestra física de lo que significó para España un esfuerzo continuado de cuatro siglos en la defensa de sus ideales, en el mantenimiento de su proyecto. Aquí comenzamos por creer en las ideas y en el pensamiento que las desarrolla y aquí terminamos, en el Caribe en dos momentos finiseculares.

— 62 — La guerra hispano-americana de 1898, que marca ese término, es el resul tado final de la situación creada en esta parte del mundo, El Caribe, tras los acontecimientos derivados de la conferencia que tuvo lugar en Berlín entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885 donde se establecieron normas de comportamiento que cambiaban el sentido romántico de la época de los descubrimientos por el sentido práctico del derecho de propiedad otorgado por la ocupación efectiva, cambio que legi timaba a las naciones a tomar por la fuerza aquello que se le pudiera negar de buen grado y por lo tanto las obligaba a estar preparadas, a ser fuertes. Después de la anteriormente citada reunión y la publicación de su resul tado en el Acta General de la Conferencia de Berlín, el mundo se estaba recontigurando, estaba buscando un nuevo equilibrio forzado por la nece sidad de defender unos intereses, que veían modificada su capacidad de influir debido a los avance de las nuevas tecnologías, al desarrollo de un nuevo y más amplio intercambio comercial, a la necesidad de buscar nue vas fuentes de energía, a la utilidad de acceder a nuevos mercados. Estábamos asistiendo al nacimiento de un nuevo imperialismo, el imperia lismo de la segunda ola, el imperialismo que se consolidaba, y se justifi caba, como una necesidad de la industrialización. Este imperialismo es un nacionalismo de nuevo cuño, un nacionalismo que ha perdido su tinte romántico y parece inmerso en un baño de religiosidad, de fundamentalismo, en algo de cruzada; es el culto y el amor a la gran deza, la fuerza y el poder; es la necesidad, de aproximarse a políti cas expansionistas. Es el fundamento de las teorías de Von Treischtke, el beneficio de la guerra para construir Estados, es el adelanto de su postulado: «La grandeza de la Historia reside en el conflicto perpetuo entre naciones. » La obligación de expansionarse se sentía como una necesidad acuciante en todos los países que se encontraban en la vanguardia de una civili zación que se terminaba; de los países que querían mostrar su capacidad de liderazgo, su hegemonía en el nuevo orden que se estaba conformando en un mundo a punto de entrar en un nuevo siglo. Los espacios, los indicadores, la defensa de intereses, la necesidad de expansión y sobre todo el nuevo orden, conceptos que no podemos con siderarlos aislados de las percepciones que de ellos tengamos porque si a un concepto le quitamos la subjetividad de su percepción se le escapa la

— 63 — realidad y posiblemente la percepción, aislada de su conceptuación, no vaya más allá de una ilusión. Es por ello necesario que realicemos una abstracción mental. Es necesa rio el considerar que estamos en el siglo pasado, más que eso, es que estamos en otra civilización. Sólo percibiendo la realidad de esta forma seremos capaces de comprender y aprender.

El pensamiento estratégico No podemos profundizar hacia «el pensamiento estratégico naval» sin comenzar en el pensamiento estratégico, conjunto de ideas con el que podemos establecer el que queremos conseguir, como queremos ser, y porque lo queremos conseguir y ser. Todo ello considerado, no en un plazo más o menos largo, sino como algo a lo que queremos hacer parte inte grante e incluso consustancial de la propia Historia. Yo quiero llamarle a este pensamiento «el pensamiento estratégico nacional». Este es una eterna paradoja, unas veces luz y otras sombra, unas principio y otras fin; es al tiempo, y en el tiempo, la punta del iceberg y la base de la pirámide. Es la punta del iceberg porque por debajo de este pensamiento se desa rrollan de forma ininterrumpida, toda una serie de estrategias encaminadas a alcanzar sus postulados; estrategias que a su vez originarán movimien tos complementarios de pensamiento que servirán para elaborar estrate gias particulares y, de esa forma, ir conformando un resultado armónico de ideas, objetivos, fines, planes y medios. Es la base de la pirámide porque ese pensamiento debe de ser el más sólido, alejado de normas y modos momentáneos; asumido prácticamente como inmutable, guía de todos los poderes que se pongan en juego para conseguir conformar un gran poder nacional. Este pensamiento debe dar cabida a todos los que se generen en su interior, debe servirles de guía y, en una espiral, crecer y crecer hasta que el pensamiento inicial, el pro yecto, se quede sin energía, sea incapaz de generar pensamientos depen dientes de él. Así pues «el pensamiento estratégico naval» necesita de «un pensamiento estratégico nacional», una estrategia nacional, un pensamiento marítimo y uno militar; fundamento de las estrategias marítimas y militares, estrate gias particulares que, cuando unen en algún punto sus líneas de acción, generan «el pensamiento estratégico naval».

— 64 — No es fácil pues el encontrar, en su más rancia pureza «el pensamiento estratégico naval», lo que es evidente es que no puede existir por sí mismo, de forma exclusiva, necesariamente necesita alimentarse «del pensamiento estratégico nacional».

El pensamiento estratégico de Estados Unidos

El día 23 de marzo del año 1898, hoy hace un siglo, soplaban vientos de guerra. Una guerra que iba a enfrentar a dos naciones que necesitaban desesperadamente cambiar, España y Estados Unidos de Norteaméri ca. Cada una necesitaba cambiar por distintos motivos, pero para un mismo fin. Ambas necesitaban encontrar su nuevo puesto en un fin de siglo que, como todos, implicaba una reorganización internacional. Por eso se le ha llamado a 1898 el año del «acontecimiento internacional» en palabras de Jesús Pabón, definición que lejos de la desafortunada de «desastre» nos acerca, más realmente, a lo que ese fin de siglo significaba, un cambio general. Cambio general, como cada uno de esos finales de siglo que con tanto acierto presagian el fin del mundo, 1que certeza!; en cada uno de ellos se producía un fin del mundo, del mundo tal y como era conocido hasta ese momento. Como ejemplo no podemos dejar de recordar, aunque sea de forma enumerada, los años 1492, 1598, 1700, 1797 y 1898; finiseculares todos ellos de gran importancia para España. Aunque esta necesidad de encontrar un nuevo puesto en el orden interna cional los unía, los motivos los alejaban, en tanto Estados Unidos de Nor teamérica, emergía como una nación joven y fuerte, dinámica por tanto e inquietante, España buscaba el comienzo de un nuevo ciclo vital que la proyectara al futuro de la misma forma que encontró su proyecto hacía ya 400 años, proyecto por el que no había dejado de preocuparse y que, a la postre, tras tan colosal esfuerzo, se estaba comiendo sus últimas y esca sas fuerzas. En este punto de cosas se encuentra el fundamento del pensamiento estratégico de ambas naciones que, mientras en el caso de Estados Uni dos era claro, concreto, con una dirección única, en España no se había conseguido establecer el cómo continuar siendo lo que éramos o el cómo llegar a alcanzar lo que queríamos ser.

— 65 — Existen tres fechas claves en la Historia que marcan el establecimiento del pensamiento estratégico de Estados Unidos. El día 17 de septiembre de 1796 el entonces presidente de la Unión, Jorge Washington, oficializa, en su «Mensaje del adiós», lo que podemos consi derar el hilo conductor de la actuación de su país en el campo de las rela ciones internacionales, la inhibición en todo aquello que suponga el cami nar, por los senderos de la Historia, acompañados o acompañando a Europa; en esta ocasión se dijo: «El gran principio de nuestra actuación en lo que se refiere a otras naciones debe ser el limitarse a realizar con ellas acciones del tipo comercial evitando en lo posible las relaciones políticas. Los intere ses de Europa no tienen relación o la tienen en forma muy lejana con nuestros intereses, los motivos por los que Europa se puede ver invo lucrada en conflictos de distinta violencia son lejanos a nosotros por lo que el comprometerse con los países que la componen, en los lazos que compran las amistades y enemistades entre ellos, sería un grave error. Nuestra auténticá actuación debe ir encaminada a evitar toda clase de alianzas de forma permanente con cualquier parte del mundo extranjero.» El día 2 de diciembre del año 1823 el aislacionismo proclamado por Jorge Washington es modificado, al ampliarse a todo el continente americano, en la declaración ante el Congreso del entonces presidente James Monroe que matiza que las amistosas relaciones comerciales debían de ser las únicas a mantener por Estados Unidos con los países extranjeros: «Estados Unidos debe ser franco con aquellos países (léase Europa) con los que mantenemos relaciones (léase comerciales) y manifestar que consideraríamos una provocación, por parte de cualquiera de ellos el intentar extenderse por cualquier lugar de este territorio, (Iéase continente americano) y una amenaza a nuestra paz y segu ridad. » Esta declaración, compatible en todos sus extremos con el «Mensaje del adiós» de Washington es la piedra angular del monroísmo que tiene su jus tificación en la famosa frase «América para los americanos» cuya idea ori ginal es de su secretario de Estado John Quincy Adams que la importa a su vez de la política de lord Palmerston: «No intervenir a menos que el continente se vea afectado por esfe ras de influencia.» —66— La última de las fechas está marcada por James Knox Polk, presidente de Estados Unidos de 1845 a 1849 que quiso pasar a la Historia con algo grande. En su campaña electoral para la reelección, en el año 1848, esta bleció los conceptos necesarios basándose para ello en el llamado «Des tino manifiesto» según nombre acuñado, en el año 1845 con motivo de la guerra con México por John Louis Ósullivan editor del Democratic Review; Estados Unidos se otorgaba a sí mismo la capacidad, el derecho, e incluso el deber de intervenir hasta donde fuera necesario, y en donde lo fuera, para poder dar salida al enorme potencial del que disponían. Fue la decla ración necesaria para justificar su deseo expansionista. De esta forma se iba consolidando el pensamiento estratégico de Estados Unidos de Norteamérica, pensamiento al que adaptó todas su actuaciones desde el mismo momento en que se hacía presente.

El pensamiento estratégico español

Durante el mismo periodo de tiempo el pensamiento estratégico español sigue las mismas pautas que cuando fue establecido por Isabel la Católica en su testamento allá por el año 1504: «Mantenimiento de la unidad de empresas, el proyecto común, laactua ción y comportamiento universal junto con la España de ultramar.» La dedicación de la España peninsular a reencontrar un orden institucional hace que se pierda el proyecto del que se disponía como hilo conductor del pensamiento estratégico, desconectándose de la realidad interna cional, despreocupándose del exterior, descansando de la expansión cuando todos oteaban el horizonte buscando posiciones para la apértura de nuevos mercados. En el siglo xix se perdió algo más que todo lo que constituía la España de allende los mares, es que se perdió todo el siglo, ante la falta de ideas, de iniciativas, de inquietudes, de ambiciones, de deseos y de anhelos. Ángel Ganivet y García, cuyo aniversario de su trágica y temprana desapa rición también tiene un lugar a lo largo de este año, define en su Idearium español, en 1897, cual es la posición de España, falta de pensamiento estratégico, «estamos distraídos en medio mundo» decía el ensayista y diplomático; y perdidos en el otro medio me atrevería a añadir yo. Esta distracción tuvo importantes repercusiones, no podía ser de otra forma, en la elaboración del pensamiento subsiguiente.

— 67 — El pensamiento estratégico naval

Ya hemos dicho anteriormente que noes fácil el encontrar, en su más ran cia pureza, «el pensamiento estratégico naval». En la búsqueda de su origen por medio de aproximaciones válidas, me gusta considerar dos grandes posturas, la oriental basada en la tradición escrita y muy institucionalizada y la occidental que se fundaba en la tradi ción oral y el liderazgo. En el siglo xix el Benemoth de La Biblia ya había abandonado esa con cepción occidental y se encontraba a medio andar entre ambas; por ello la estrategia terrestre buscaba cada vez más los textos que recogían las experiencias, de las que se extraían lecciones aprendidas con posibilidad de aplicación futura, el planeamiento comenzaba a sustituir a la intuición y a la suerte, a esa suerte que Napoleón buscaba en sus oficiales de Estado Mayor. Para la estrategia terrestre, en este siglo, se hace evidente la máxima de que sólo con la valentía no se puede vencer a la suerte. Por el contrario en este mismo siglo el xix, existe un gran vacío en esa con cepción oriental aplicada al Leviatán, la intelectual no se hacía más profunda en el campo naval, pero si se hacía más ancha. Era el instinto, el ojo marinero, esa rara habilidad de los hombres de la mar para dominar dos de los elementos de la vida, el aire y el agua, lo que guiaba las acciones en el campo de batalla y pretendían que ocurriera lo mismo fuera de él. Fue necesario que la tecnología se impusiera a bordo de los buques, para que el pensamiento tomara una concepción menos basada en la tradición oral y de liderazgo y pasara a ser contemplada bajo la forma más prag mática de lo escrito, e institucionalizado. Este pensamiento, al principio, no pasa de ser una especie de reflexión en voz alta de los oficiales de las armadas que ya ven en sus carreras una nueva forma de vivir la vida menos cargadas de aventuras y más cargada de realismo. La juventud de esos oficiales, proporciona un impulso nuevo al pensamiento naval, porque perciben con más claridad que la época romántica de la navegación a vela, de los grandes lobos de mar ha pasado e intentan abrirse paso ante quienes siguen considerando a las velas los motores de los buques y al viento el combustible que los alimenta.

— 68 — Sin embargo, el desarrollo de ese pensamiento estratégico, del que tan necesitado estaban los países no es armónico y afecta a sus estrategias derivadas, el ritmo impuesto por los nuevos descubrimientos y adelantos, aplicados al entorno naval, es lento, y farragoso, es de difícil implemen tación por la falta de preparación técnica, por el temor a lo desconocido, por los costes en la construcción de nuevas unidades que se multiplican, por la indisponibilidad de efectivos para reparaciones, mantenimientos y adiestramientos, por lo insuficiente de unos presupuestos acostumbra dos a lidiar con buques de bajo costo, escasas reparaciones, fácil adies tramiento y mantenimiento y alta disponibilidad, factores todos ellos que hay que reconsiderar ante la aparición del vapor, la hélice, la coraza, las nuevas armas, factores todos ellos que exigen servidumbres que antes no existían. Las naciones empiezan a aplicar las nuevas, llamémosles modas, con timi dez, con precaución, con reparos, buscando buques modernos, rápidos, seguros, armados, protegidos, baratos, con alta disponibilidad en fin, demasiadas exigencias para los menguados recursos disponibles, no se pueden dar todas las circunstancias sobre la misma plataforma. España no es una excepción a estas reglas que combinan ritmo, armonía y principios; su aplicación se hace, desgraciadamente, de forma desequi librada, si bien el ritmo es bueno y las nuevas unidades se van incorpo rando a la flota de forma incesante, lo van haciendo de forma insuficiente para mantener el grado de disponibilidad necesario que la aplicación de los principios reclamaban, e inadecuada para enfrentarse con garantías de éxito a quienes deseaban vernos fuera de las proximidades de las nuevas áreas de influencia que se estaban conformando e imponer su papel hege mónico en ese nuevo orden del que hablábamos y que parece ser la cons tante de los fines de siglo. La Historia, la propia, puede darnos una aproximación de todo lo que se tenía que haber tenido en cuenta. Seis siglos antes de los acontecimientos que se van a producir cuando el Rey de Aragón ponía a sus artesanos a tra bajar en sus atarazanas, el resto de los dirigentes de la sociedad interna cional, entonces conformada, se preguntaban, con temor, cuales eran los propósitos del monarca, cuales sus objetivos, cuales sus ambiciones, que se decía, con quien se aliaba, a quien se acercaba, de quien se alejaba. Los postulados de la Conferencia de Berlín, antes citada, deberían haber puesto a España sobre aviso de las intenciones de todos aquellos que se reforzaban por encima de las autovaloraciones nacionales que se exten

— 69 — dían mucho más allá de donde se podía llegar con eficacia. Podemos decir que existía un fuerte déficit, las obligaciones eran mucho mayores que las capacidades. Las declaraciones de sus líderes deberían haberse tenido en considera ción prediciendo cuales iban a ser los próximos caminos de las relaciones entre Estados. tos resultados del establecimiento de alianzas, reales y fracasadas, debe rían haber prevalecido por encima de consideraciones de tipo personal, o de intuiciones institucionales, ya subordinadas, en los países más avanza dos, al establecimiento de un poder nacional basado en una suma de poderes que, se mostraba robusto, firme y resistente, proyección en el tiempo de las teorías de Castelragh: «La seguridad de cada Estado debe apoyarse en su propio sistema político y no en gobiernos extranjeros.» Las declaraciones, manifestaciones, escritos, libros, reportajes, artículos que se pubilcaban, tanto en el exteriorcomo en el interior, se deberían haber sometido a un profundo análisis que ejemplarizara el pensamiento de las clases dirigentes e influyentes, las elites dominantes, decisorias y ejecutantes respecto a lo que podría ocurrir en una parte del mundo como el Caribe geopolíticamente inadecuado a su posición geoestratégica.

El Caribe, Cuba y Puerto Rico

Estados Unidos, al fin, y tras largos años de consolidación continental, pasando por el Misisipí, por México, por Colombia, habían llegado a la ori lla del mar. Ahora tenían que ir más allá. La costa este, el Atlántico se abría ante sus ojos y les mostraba un amplio espacio en el que antes o después sabían que se encontrarían con Europa. Hacia el Sur había llegado el momento de demostrar la firmeza de su pen samiento estratégico, de su convicción nacional; e Caribe les proporcio naba la oportunidad para la que habían estado preparándose desde hacía 30 años. El Caribe es un mar mediterráneo donde el señor es el poder naval, algo que en ocasiones, y dada la especial configuración de un espacio marítimo que antes que mar fue casi un lago, se ha perdido en una nebulosa de tierra

— 70 — que, a la larga, ha terminado por pasar factura a quien no pensó sufi cientemente, en términos marítimos, acerca de este espacio. La importancia de este espacio geográfico era, enorme, su situación geo política colocaba a media Europa a las puertas de Estados Unidos, algo que no podían soportar, consentir ni admitir. La fortuna, también, venía a aliarse con ellos, las naciones fuertes po seían las islas de menor valor geoestratégico y las potencias débiles eran quienes tenían responsabilidades sobre las de mayor; en ambos casos además, la importancia político-estratégica, de cada isla era proporcional a su tamaño físico. Las islas pequeñas, las Vírgenes y las del Viento, lo eran demasiado; su mismo tamaño las hacía difícilmente defendibles; España nunca mostró demasiado interés por ellas ni tampoco Estados Unidos que ya en el año 1865 habían intentado establecer en ellas estaciones para carboneo sin resultado positivo, algo que no les preocupaba demasiado ni tan siquiera en el año 1891 cuando el secretario de Estado, Blaine, decía que aquellas islas «estaban destinadas a ser nuestras». Además, en el Caribe, se estaba construyendo el canal interoceánico, algo que para Estados Unidos representaba una vía de comunicación de capi tal importancia a la que había que dedicarle una atención prioritaria. Islas y canal constituían un todo y por lo tanto no podía considerarse a nin guno de los dos conceptos de forma aislada, quien quisiera tener el con trol de la zona debería tener el control de ambos: islas y canal, porque todas las rutas que tienen como origen a éste pasan necesariamente entre aquéllas. El istmo centroamericano, lugar de construcción del canal, es el origen de varias rutas importantes; a través del canal de Yucatán hacia el golfo de México y las bocas del Misisipí; a través del estrecho de Florida la ruta costera hacia los puertos del Atlántico Norte; a través del paso de Barlo vento la ruta oceánica hacia los puertos del Atlántico Norte; a través del paso de la Mona y del canal de Anegada, las rutas hacia Europa; por el. canal de Granada, las rutas hacia Africa y América del Sur. Su control ase guraba las rutas propias y podía permitir el amenazar las de otros. Por esto las islas mayores eran las más importantes, porque controlan los pasos más favorables para la navegación desde el canal hacia Europa y hacia Estados Unidos.

— 71 — Las islas mayores son Cuba, Santo Domingo y Haití, Puerto Rico y Jamaica. El caso de Jamaica no es significativo, por ser posesión inglesa. Su situa ción, dominante del paso de Barlovento sólo podría ser explotada con la presencia añadida en ella de una importante fuerza naval, de no ser así la magnitud de Cuba, Santo Domingo y Haití empequeñecería su valor estra tégico. Las sucesivas acciones del Gobierno inglés en la zona con la firma en el año 1850 del Tratado Clayton-Bulwer de neutralización del futuro canal, el acuerdo posterior, y su aceptación por parte inglesa del de Estados Uni dos, con Colombia del año 1870, la ausencia de comentarios a las decla raciones del presidente Heyes en su mensaje de 8 de marzo de 1880: «La política de este país es un canal bajo control americano» y la aceptación, en el año 1895, de la doctrina Monroe significaba, sin lugar a dudas, el reconocimiento de la hegemonía de Estados Unidos y el fin de Inglaterra como potencia marítima en esta parte del mundo. Las islas de Santo Domingo y Haití, lograda su independencia y fracasada su compra en el pasado, no podía ser objeto inmediato de las teorías que regían el pensamiento estratégico norteamericano dado que pertenecía ya a su área de influencia geopolítica y, con su extrema debilidad, no repre sentaba ningún tipo de riesgo a plazo para Estados Unidos, máxime cuando su influencia sobre los pasos para la navegación es limitada al ser una isla, dos Estados Aparte de esto, y dado lo importante de su posición, entre las otras tres islas mayores, intentan obtener concesiones para el alquiler de bases en el Móle St-Nicholas, Haití y en Samana Bay, Santo Domingo; sin resulta dos positivos. Cuba resulta no tener rival en importancia por su magnitud porque controla tres de las vías de comunicación, por el intento fallido de obtener la posi ción del Móle St-Nicholas en Haití. Por su situación geoestratégica y su posición geopolítica; en fin, Cuba, se convierte en el objetivo número uno de Estados Unidos deseoso de alejar de sus costas a cualquiera que no fuera americano. Intenciones que dejó claras con la anexión de Hawai y la compra de Alaska. Puerto Rico por su parte, aunque en menor medida, es tan importante como Cuba por su control sobre dos de las vías de comunicación y por su

— 72 — posición central en el arco archipelágico que cierra el Caribe por el Este, lo que la convierte de hecho en el segundo objetivo de Estados Unidos. Su importancia aumenta, al desvanecerse la posibilidad de obtener Samana Bay en Santo Domingo lo que revaloriza automáticamente la situación de la Isla considerándola tan importante respecto al canal intero ceánico y la costa del Pacífico de Estados Unidos que se interpreta como prácticamente imposible el que nadie pudiera actuar con libertad en el Caribe con una flota basada en Puerto Rico. Entre los dos, además, se efectúa una pinza sobre Santo Domingo y Haití, que relativiza enormemente su envidiable posición geográfica lo que, junto con la idea geopolítica expresada anteriormente la mantenía alejada del interés inmediato de Estados Unidos. Ambas, Cuba y Puerto Rico pertenecen a España, que se interpone, como las Islas, en los proyectos norteamericanos. El caso de una guerra contra España se convierte en un punto capital de la estrategia nacional de Esta dos Unidos manifestado públicamente, por acercarnos a esta fecha, por el presidente Cleveland que, en su mensaje anual a la nación en el mes de diciembre de 1896, admite que: «La hostilidad abierta contra España no es inconcebible.» La situación se veía de forma muy distinta desde España. En primer lugar porque España no había llegado a su expansión continental y se había tro pezado con el mar. Eso, a España le había ocurrido hacía 400 años. En segundo lugar, España no estaba proyectándose sobre el mar bus cando su expansión, la mar era su expansión misma y lejos de estar pro yectándose, España estaba retrayéndose, desde hacia 100 años. En lo que hace referencia al área geográfica que nos ocupa, el Caribe, España no necesitaba prestarle atención como lugar natural de su expan sión, poseyendo Cuba y Puerto Rico, el Caribe le pertenecía. Seguramente supo ver, no puedo creer lo contrario, todas las señales de las que hablamos y que se le estaban enviando desde la otra orilla del Atlántico; y que ya hemos comentado, señales que son las ideas mismas del pensamiento estratégico de Estados Unidos. Por si no estaban claras le habían hechó dos opciones directas de compra que no fueron atendidas, cuando 70 años antes se había vendido la Florida; incluso cuando Cuba se había ofrecido a la compra por parte de Estados Unidos; tan claro debía verlo que la propia Reina ofreció el gobierno a quien se atreviese a ven

— 73 — derlas a Estados Unidos e incluso llegó a ofrecer su renuncia si fuera nece sario para salvaguardar la constitucionalidad de tal operación. La apertura del canal interoceánico volvería a acercar todos los territorios de España. En esas circunstancias el Caribe se revalorizaba y la posesión de Cuba y Puerto Rico volvía a situar a España en posición privilegiada. La clave volvía a ser el Caribe y las Islas no podían verse sino como fac tores posibilitantes del dominio geoestratégico de la zona y piedras angu lares en función geopolítica. En cambio, y a pesar de que como hemos dicho, seguro que supo ver las señales que se le hacían desde la otra orilla atlántica, España sólo consi deró a Cuba y Puerto Rico como territorios nacionales con problemas de orden interno que había que controlar; lo que no supo ver fue, pues, el nuevo papel geohistórico que estaban llamadas a interpretar y de ahí esa falta de pensamiento o precisamente por esa falta de pensamiento. España, con un proyecto debilitado, falta de un pensamiento estratégi co no pudo elaborar en la cadena subsiguiente su «pensamiento estraté gico naval»; un pensamiento que le permitiera hacer frente, ocupando un lugar privilegiado, al cambio que se avecinaba. Como dice Joaquín Sánchez de Toca, en una tardía pero esperanzadora llamada a las conciencias, en su libro Del poder naval en España: «Y es que no teniendo voluntad ni pensamiento propio.» Frase que resume, de forma magistral, todo su libro y los «porqués» de todo cuanto nos llevó a lo largo del siglo xix a la mañana del 23 de marzo del año 1898. El día 23 de marzo de 1898 un tren de la Southern Railway circulaba pau sadamente por la costa oriental de Estados Unidos, en uno de sus com partimentos viajaba el capitán de corbeta Adolph Marix. Había salido de cayo Hueso el día anterior, el 22 de marzo. Con él viajaban los tenientes Hood, Jungen y Bowers. Todos tenían un denominador común, el Maine; unos eran oficiales del buque cuando éste se hundió en las aguas del puerto de La Habana a las 21.40 de la noche del día 15 de febrero, Marix había sido su segundo comandante y por ello había sido elegido por el secretario de la Marina como auditor en la Comisión de Investigación para determinar las causas que provocaron el hundimiento del acorazado. Con ellos viajaba algo más, las conclusiones a las que había llegado la Comisión; firmadas por todos sus componentes y aprobadas por el con —74— tralmirante Sicard, comandante en jefe de la Escuadra del Atlántico Norte. En opinión dé esta Comisión el buque se hundió por el efecto de dos explo siones la primera de las cuales fue debida a la «detonación de una mina situada bajo el fondo del buque, cerca de la cuaderna 18 y un poco hacia babor», la segunda se originó en un pañol de municiones. Esta conclusión, prácticamente la misma a la que había llegado el capitán de fragata George Converse, comandante del Montgomeiy, cuando fue inte rrogado por la Comisión en calidad de técnico experto, nO era, desde luego, y aparentemente, la que esperaba el presidente Mckinley quien deseaba alcanzar una solución no violenta con España; al mismo tiempo, para este hombre enigmático, era la conclusión que necesitaba, aquella para la que había estado preparándose desde el día 6 de marzo anterior cuando ordenó poner en pie de guerra la Oficina de Armamento, se aprobaron créditos extraordinarios, 50 millones de dólares para Defensa, la famosa Fifty Mil/ion Bit! y se creó la Junta de Estrategia Naval con el almirante Sicard Mahan y el capitán de navío Crowinshield que tendría como misión el preparar los pla nes de acción naval derivados del plan de guerra contra España que había quedado completamente listo a finales del año 1897.

La aplicación del pensamiento estratégico naval y sus consecuencias

Los planes para una guerra contra España de Estados Unidos eran distin tos de los planes para una guerra en Cuba de España. No me detendré en algo que va a ser detalladamente explicado a lo largo de este Congreso pero es obligatorio el adelantar que desde el año 1894, de la mano del capitán de corbeta Charles J. Train, al plan modificado del teniente de navío William Wurt Kimball del año 1897 todos ellos contem plaban, en aplicación de su pensamiento, al Caribe como teatro principal de operaciones, la mar como protagonista, y a la batalla decisiva como el encuentro que la decidiría. A esto se dedicaron, mostrando una coherencia sin duda apropiada a lo que querían, a lo que habían concluido después de haber desarrollado su pensamiento. La aplicación «del pensamiento estratégico naval español’, derivado de estrategias que no respondían a la realidad, también tuvo un reflejo cohe rente con la profundidad y la extensión de su contenÍdo.

— 75 — Contempladas las islas del Caribe como mera extensión territorial de la España peninsular, y únicamente como esto, el aspecto naval no fue des cuidado pero se le dio un enfoque que, si bien cierto, era totalmente insu ficiente. La planificación consideró como tarea de la fuerza naval las labores de policía, contra insurgencia y apoyo a las operaciones del ejército en tierra. El resultado fue que la estrategia naval de paz elaboró planes conducen tes a conseguir un objetivo de fuerza claramente apropiado al pensamiento pero totalmente inadecuado para la realidad. Podemos decir, que no se predijo con rigor, no se previó la evolución de la situación en, y con el tiempo necesario, y no se tomaron las medidas pre ventivas para afrontar los cambios derivados de las situaciones predichas. También podemos decir, que se partía de una situación conocida pero falló el estudio prospectivo; en su análisis tendencial, el futuro posible y el futuro deseado se confundieron eliminando de esta forma el haber dispuesto de escenarios alternativos que mostraran el futuro preferido, lo que hubiera generado estrategias válidas para aplicar en la situación que se vivía. Falló, una vez más lo repetimos, la elaboración de un pensamiento estraté gico, y en este caso más que nunca, con terribles consecuencias en lo naval. Unos datos para darnos cuenta de todo ello pueden clarificar una exposi ción ya llegando a su final, el almirante Cervera opina, en plena crisis y antes de precipitarse a la guerra, que había que emplear la fuerza en la defensa de las Filipinas, indicando que si bien el primer gran error sería fraccionar la escuadra, el segundo sería ¡enviarla a las Antillas! En el mismo periodo de tiempo, aproximadamente desde el año 1883 hasta1896, España y Estados Unidos lanzan al agua el mismo número de barcos pero el de el segundo más que quintuplica en tonelaje al de España. Y no sólo, el tonelaje, aunque y por supuesto como consecuencia de ello, y como expresa el almirante Cervera en su colección de documentos referentes a la Escuadra de Operaciones de las Antillas, la dimensión, en potencia de fuego, de las fuerzas navales de los dos países era de dos a cinco a favor de Estados Unidos. Considerando esa potencia de fuego en cantidad de metal puesto en el aire por minuto, la relación era de 1,7 a 1 a favor de Estados Unidos aun

— 76 — que en esa cantidad de tiempo la Escuadra española ponía en el aire más proyectiles que la norteamericana, 1,1 a 1. Esto nos lleva a ver que en piezas de artillería, de calibre superior a 200 mm, la proporción era de 7,7 a 1 para Estados Unidos. Estas eran las realidades un mes más tarde cuando Estados Unidos decla raba la guerra a España.

Conclusión

La mayor de las recompensas para el pensador, para el generador de pen samiento es comprobar que la solidez que le ha sabido imprimir, la pro fundidad de las ideas, la consistencia de sus argumentos han sido capa ces de proporcionar los fundamentos de una escuela. La escuela debe ser contemplada en su doble misión, por una parte el pro porcionar los conocimientos suficientes y necesarios sobre las materias que le han sido encomendadas. Por otra parte el profundizar en el pensa miento original, elaborar la doctrina que permita su difusión, accesible para todos, desarrollarla a través de los correspondientes procedimientos, supervisar su cumplimiento, modificarla dentro de la línea argumental del pensamiento que la originó, adaptarla a los cambios en ese pensamiento. En Estados Unidos «su pensamiento estratégico naval» consiguió el gran objetivo. Creó una escuela que perdura hoy día, en cuanto sigue abierta, lo que vamos a llamar la línea de pensamiento mahanista. En España «su pensamiento estratégico naval» no creó escuela pero encontró su acomodo dentro de otras que surgieron al amparo de líneas de pensamiento que generaban estrategias muy similares, como por ejem plo La Jeune Ecole, cuya pronta desaparición pone de manifiesto una menor solidez, consistencia y profundidad de ideas que la anterior y, en el caso concreto que nos tiene hoy aquí, con aquella con la que parecía no darse cuenta iba a competir en el futuro inmediato. En el campo «del pensamiento estratégico naval» esta competición inte lectual significó la consolidación definitiva de la concepción oriental basada en la tradición existente, su estudio, el planeamiento, los grupos de trabajo, las Escuelas de Guerra Naval, los Estados Mayores, el estudio de leccio nes aprendidas, la conclusión en principios de permanente actualidad y aplicación y confirmó la desaparición de la iniciativa y el liderazgo como

— 77 — factores determinantes del éxito, aunque sigan conservando una fuerte e indiscutible componente posibilitante. Estados Unidos cambió su doctrina y pasó a dotarse de una Marina oceá nica capaz de enfrentarse a cualquiera de las existentes en un combate decisivo. España mantuvo la suya y se dotó de una Marina enfocada a la protec ción del comercio y a la interdicción en apoyo indirecto a las operaciones terrestres. La distinta percepción que tanto Estados Unidos como España tenían de su propio papel en su tiempo, y para la Historia, como del protagonismo del Caribe, sus mares y sus tierras, fueron los factores determinantes de las líneas de acción adoptadas para entrentarse a la situación finisecular del siglo xix. Quiero con esto terminar como terminó entonces. La coherencia se man tuvo por ambas partes, hasta el final, y mantuvo firmes a ambos conten dientes. Y fue al final que quien basó su acción en un pensamiento más sólido, tuvo una mentalidad de resistencia mayor, frente a la famosa niebla de la gue rra, que es el mayor de los enemigos del decisor, y fue esa diferente men talidad de resistencia la que provocó la situación en la que se encontraron todos nuestros protagonistas en la madrugada del día 3 de julio de 1898. Lo que ocurrió a partir de ese momento es ya, desde luego, otra historia distinta y la oportunidad que nos brinda este Congreso manteniendo viva la memoria impedirá que aquélla se alie con el tiempo para fabular. Muchas gracias por su atención.

— 78 — WAR PLANS AND PREPARATIONS AND THEIR IMPACT ON U.S. NAVAL OPERATIONS IN THE SPANISH-AMERICAN WAR

DR. MARK L. HAYES Naval Historical Center. WAR PLANS AND PREPARATIONS AND THEIR IMPACT ON U.S. NAVAL OPERATIONS IN THE SPANISH-AMERICAN WAR

The United States Navy, much like the nation itself, was in a state of tran sition in 1898. Traditionally the navy embraced a defensive strategy with an emphasis on commerce raiding. In contrast, the navy was asked during the Spanish-American War to gain control of the waters around the Philippine lslands and the Caribbean Sea. After twenty years of rapid decline into obsolescence following the American Civil War, the navy was in the pro cess of re-equipping itself with steel warships of modern design. The impli cations of these changes for the conduct of war at sea were not lost on America’s naval leadership, who had spent the years and months prior to the war with preparing tor conflict with a European power. However, the war itself revealed the growing tactical and logistical complexities of modern naval warfare, and the U.S. Navy, like ah navies, was in the pro cess of overcoming the challenges presented by the technology of the new steel warships. The U.S. Navy had in commission over 600 vessels at the close of the American Civil War. Nearly ah of the new ships were wartime purchases, hasty constructions, or made from unseasoned timber. After the war, most were sold off or destroyed. In spite of international crises such as the Vir ginius Affair in 1873, contention with Great Britain over the Alabama Claims, and problerns with France over a projected canal in Panama, the strength of the navy continued to decline. By 1879 only forty-eight of the navy’s 142 vessehs were available for immediate service, and these were obsolete wooden or oid ironclad ships. Naval technology had stagnated in the U.S., illustrated by the fact that there was not a single high-power, long-

— 81 — range rifled gun in the entire fleet. In 1884 the U.S. Navy’s newest ships were wooden-hulled steam sloops built in the previous decade (1). Modernization began during the administration of President Chester Arthur in the early 1880s. Rapid growth in overseas markets and a foreign policy aimed at U.S. control of communications across the isthmus of Central America drove the country towards naval expansion. President Arthur addressed a receptive Congress in his first annual message when he con cluded: «1 cannot too strongly urge upon you my conviction, that every consi deration of national safety, economy, and honor ¡mperatively demands a thorough rehabilitation of the navy» (2). Two years of debate on the nature of this expansion culminated with the Navy Act of 1883, authorizing the construction of the steel cruisers Atlanta, Boston, and Chicago, and the dispatch vessel Dolphin. Congress conti nued the process by approving additional steel warships, including the New Navy’s first armored ships, USS Texas and USS Maine. Toward the end of the decade the U.S. Navy still embraced a defensive oriented strategy with cruisers designed for commerce protection and raiding. Even the armored ships under construction were designed to counter the threat of similar ves- seis in South American navies (3). It was during the administration of Benjamin Harrison (1889-93) that the navy’s strategy and policy began to change. In his inaugural address, Pre sident Harrison called for the continued and rapid construction of modern warships, and the acquisition of bases to maintain the U.S. fieet in foreign seas. Later he urged Congress to authorize construction of battleships, giving support to Secretary of the Navy B. F. Tracy’s goal of making the U.S. fleet strong enough:

(1) U.S. Navy Dept. Register of the Commissioned, Warrant, and Volunteer Officers of the Navy of the United States, lncluding Officers of the Marine Corps and Others, fo January 1, 1865 (Washington, D.C.: Government Printirig Office, 1865), 283-295 (hereinafter Navy Register). JOHN D. LONG. The NewAmerican Navy, 2 volum. (New York: Amo Press, 1979) 14. GARDINER, A. Ed., Conway’sAllthe World’s FightingShips, 1860-1905 (New York: May fiower Books, 1979), 115. (2) WALTER R. HERRICK, Jr. The American Naval Revolution (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1966), 23-25. Long, The New American Navy, 15-16. (3) HERRICK. The American Naval Revolution, 36-37. JOHN C. REILLY, Jr. and ROBERT L. SCHEINA. American Battleships 1886-1923, Predreadnought Design and Construction (Annapolis, Md.: Naval Instituted Pmess, 1980), 20-22.

— 82 — «To be able to divert an enemy’s force from our coast by threatening his own, tor a war, though defensive in principie, máy be conducted most effectiveiy by being offensive in its operations» (4). Tracy proved to be an excellent administrator, and he marshaled aliles tor his expansionist policies in both Congress and the navy, inciuding Captain Alfred Thayer Mahan. Their work bore fruit with the Navy Biii of 30 June 1890, authorizing construction of three battleships later named Indiana, Oregón, and Massachusetts. Along with the battleship Iowa, authorized in 1892, this force formed the core of a new fleet willing to chaiiengeEuro pean navies for control of the waters in the Western Hemisphere. Whiie civilian leadership and U.S. industry prepared the navy materially for an ofíensive war, a new institution, the Navai War Coiiege, prepared the service intellectually. Founded in 1884 and placed under the direction of Commodore Stephen B. Luce, the War College contributed greatly to the professionalization of the U.S. Naval Ofticer Corps at the end of the fine teenth century. Explaining to the Senate the reason for creating the institu tion, Secretary of the Navy William E. Chandler stated that: «The constant changes in the methods of conducting naval wartare imposed by the introduction of armored ships, swift cruisers, rams, sea-going torpedo boats, and high-power guns... render imperative the establishment of a school where our officers may be enabied to keep abreast of the ¡mprovements going on in every navy in the worl» (5). By the 1890s the curriculum atthe War College inciuded training problems where students drafted plans for operations in the event of war with speci fic countries under particular circumstances. Beginning in 1894 the War College, and iater speciai boards convened by the Secretary of the Navy, examined the possibility of war with Spain over troubie in Cuba. When Secretary of the Navy John Long formed the Naval War Board in March 1898, the Navy Department and the McKinley administration had the bene fit of four years of planning for such a conf lict. The first plan to emerge from the Naval War Coiiege was a paper prepared in 1894 by Lieutenant Com mander Charles J. Train who was assigned to write on «Strategy in the Event of War with Spain». Train beiieved that the first priority of the U.S.

(4) HERRICK. The American Naval Revolution, 55 and 59. (5) LONG. The New American Navy, 75-76. —83— Navy was the destruction of the Spanish fleet which should be accomplis hed at the earliest possible date. The plan called for the seizure of Nipe Bay on Cuba’s northeast coast as an anchorage and coaling station lo support a blockade of the island’s principal ports. It was expected that a Spanish expedition from Cádiz would attempt to relieve Cuba via Puerto Rico, but woutd be met by a concentrated U.S. fleet ready to defeat it (6). When the Cuban insurrection broke out the following year, the officers in charge al the Naval War College believed that it was important to under take a full-scale study of a Spanish-American conflict. They gaye the class of 1895 a «special problem» concerning war with Spain where the objec tive was lo secure independence for Cuba. The plan, submitted to the Navy Department in January 1896, called for an early joint operations against Havana. Thirty thousand regulars would be landed near the colonial capi tal from a staging area in Tampa, Florida, fifteen days after war was decla red, followed by 25,000 volunteers two weeks later. The U.S. fleet, based out of Key West, would intercepl any Spañish expedition attempting to rein force the defenders in Cuba. Such a relief attempt was expecled thirty days into the conflict (7). The Office of Naval Intelligence entered the planning effort later in 1896. Lieutenant William Kimball prepared a plan that focussed en a tight naval blockade of Cuba as Ihe primary means of persuading Spain to release control of her colony. Supporting altacks against Manila and the Spanish coasl would, it was believed, further induce Spain to negotiate an end to the conflicl. According to Kimball’s plan, only if these efforts failed to bring about peace, would Ihe army land in Cuba and operate against Havana. The Naval War College crilicized Ihe plan on the grounds thaI it dispersed U.S. naval strength te a dangerous extent, and warned that a blockade alone would be insufficient to bring Spain lo the negotiating lable. The pro posed expedition to Spanish waters was thought to be counter-productive as it might harden Spanish resolve and invite unwanted diplomatic pres sure from other European counlries. However, Captain Henry Taylor, pre sident of the War College, endorsed the idea to use Ihe Asiatic Squadron

(6) RONALD SPECTOR. Pro fessors of War; The Naval War College and the Development of the Naval Profession (Newport, R.l.: Naval War College Press, 1977), 89-90. Trask, D. F. The War with Spain in 1898 (New York: Macmillan Publishing Co., Inc., 1981), 73-74. (7) Ibídem, 74. SPECTOR. Pro fessors of War, 90-91.

— 84 — against Spanish torces in the , and this element would reappear in later plans (8). Rear Admiral Francis M. Ramsay, chiet of the influential Bureau of Naviga tion, had long been an strong opponent of the Naval War College, and it is likely that he was the one who persuaded Secretary of the Navy Hilary Her bert to convene a board in the summer of 1896 to draft a separate plan for war with Spain. Like the Kimball plan, the Ramsay Board tocused on the a naval biockade, but added the deep water ports of Puerto Rico to those of Cuba. The destruction of crops in Cuba by both sides led the Board to believe that the Spanish garrison needed to import food in order to survive. A relief torce from Spain would consume most of its coal simply in crossing the Atlantic and thus would be in no position to engage American naval tor ces. Although the present strength of the U.S. Navy was sufficient to meet and defeat any fleet arriving from Spain, the Board called for the purchase of a number of small fast steamers to enforce the biockade. Finally, the European Squadron should be reinforced by ships from the U.S. and the Asiatic Squadron, and together operate against the Spanish coast after capturing the Canary lslands as an advance base. Captain Taylor strongly dissented from the views of the Board stating that large operations in Spa nish waters were too dangerous, and that a naval blockade would not be sufficient to subdue Spanish torces in Cuba (9). Perhaps conf used by the different positions in the existing plans, the new Secretary of the Navy, John Long, convened his own War Planning Board under Commander in Chief of the North Atlantic Station, Rear Admiral Montgomery Sicard, in June 1897. Chief Intelligence Officer Lieutenant Commander Richard Wainwright was the only member who had served on the previous board. The Sicard Board endorsed the War College idea that joint operations against Havana would be necessary to end the war. There fore, the plan called for the early seizure of Matanzas, sixty miles east of Havana, to serve as a base of operations against the latter, and to deliver arms to the Cuban insurgents. Purchased or chartered merchant steamers were to be armed and sent to the Caribbean to entorce a swift and strong

(8) Ibídem, 91-93. TRASK, D. E Warwith Spain, 74-76. J. A. S. GRENVILLE. «Amencan Naval Pre parations for War with Spain, 1896-98», Joumal of American Studies (April 1968): 33-47. (9) Report of the Ramsey Board contained in Grenville, «American Naval Preparations.. . 38-41.

— 85 — biockade. This would also free the heavier ships to intercept a relief torce from Spain. The members emphasized the need for colliers to refuel the fleet on biockade rather than forcing vessels to return to coaling stations. Although the Board rejected the idea of trying to capture the Canary lslands, it recommended the formation of a flying squadron consisting of two armored cruisers and two commerce destroyers to operate on the coast of Spain in order to detain Spanish ships in home waters. The plan called for the reduction and garrisoning of the principal ports of Puerto Rico as soon as circumstances permitted. The Board also returned to the idea of using the Asiatic Squadron against Spanish torces in the Philippines. As in the previous plans, the objects of these operations were to tie down or divert enemy ships and to give the United States’ a stronger bargaining position at the peace settlement (10). When war between the United States and Spain appeared unavoidable foliowing the destruction of USS Maine in Havana harbor on 15 February 1898, the Navy Department had a salid body of plans and documents honed by four years of debate by its leading officers. Although the realities of war would force several modifications, many of the concepts laid out in the Sicard Plan were implemented: a strong blockade of Cuba; support for the insurgents; operations against Spanish forces in the Philippines and Puerto Rico; and the formation of a squadron to operate in Spanish waters. Perhaps more importantly, nearly every plan called for the purchase or charter of merchant vessels to serve as auxiliary cruisers, colliers, and transports. The data furnished in appended lists and the inspiration lo act quickly served as a basís for decision making in those crucial weeks prior to war. At the beginning of 1898 the fleet of the United States Navy consisted of six battleships, twa armored cruisers, Ihirteen protected cruisers, six steel monitors, eight oId iran monitors, thirty-three unprotected cruisers and gun boats, six torpedo boats, and twelve tugs (11). Noticeably absentfrom this list are colliers, supply vessels, transports, hospital ships, repair ships, and the large number of small vessels necessary for maintaining an effective blockade of Cuba’s numercus parIs. As the Navy Department’s war plans clearly indicated, the government would need to purchase or contract for scores of ships in the event of war with a naval power. The destruction of

(10) Report of the Sicard Board contained in Grenville, «American Naval Preparations. ..‘, 41-47. (11) Navy Regisfer, January 1, 1898, 131-133.

— 86 — the Maine propelled the department into action. Assistant Secretary of the Navy Theodore Roosevelt organized a Board of Auxiliary Vessels which, utilizing material in the department’S war plans, prepared a Iist of suitable private craft that would meet the Navy’s expanded needs. Qn 9 March Con gress passed a $50 million emergency defense appropriation bilI, and the Navy Department began to acquire vessels. By the end of the war, the navy had purchased or leased 103 warships and auxiliaries. Another twenty eight vessels were added from existing government organizatioflS including revenue cutters, lighthouse tenders, and the vessels of the Fish Commis sion. After the war auxiliary vessels such as colliers, refrigerator ships, and distilling ships became a permanent part of the fleet (12). The availability of coal was the single most important factor in determifling naval operations in 1898. A lack of coal severely limited Admiral Cervera’s options upon arriving in the Caribbean with his Spanish squadron in the middle of May, and American concerns over coaling nearly allowed him to escape from Santiago de Cuba near the end of the month. There were essentially three sources of fuel available for naval squadrons: coaling sta tions at friendly bases, neutral ports, and other ships (usually colliers). Key West served as the base for U.S. naval operations in the Caribbean. International law permitted, but did not require, neutrals to provide visiting ships of belligerents just enough coal to allow them to make it to the nea rest friendly port, but this was an option of last resort. Colliers were the most common source of fuel for vessels of the fleet biockading Cuba. Six were available to the U.S. tleet early in the war, and an additional eleven were purchased by the end. The endurance of a ship depended on a number of circumstances, such as bunker capacity, the amount of coal stored on deck, the quality of coal, how many boilers were lit, and the ship’s speed while under way. Most major warships of the U.S. fleet had an operational range in the neighborhood of 4000 nautical miles, or just over twa weeks of continuous steaming at ten knots (13). Naturally, ships’ commanding officers were reluctant to allow their bunkers to get anywhere near empty, and they availed themseves of nearly every opportunity to add to their supply of coal.

(12) TRASK, D. F. War with Spain, 82 and 86. JOHN D. ALDEN. The American Steel Navy (Anna polis, Md.: Naval Institute Press, 1972), 123-124, 382-383. (13) calculated by taking a vessel’s coal capacity and dividing it by average consumption rates found in U.S. Navy Dept., Bureau of Equipment, Reports of the Efficiency of Various Coals, 1896to 1898 (Washington, D.C.: Governmeflt Printing Office, 1906), 15-79. —87— Coaling from open Iighters in port was the quickest and most efficient means of refueling a ship. Winches set up on the warships hauled the coal on board in bags, where small carts carried them to the coal chutes leading from the upper deck directly to the bunkers. When coaling from colliers it was best to find a sheltered anchorage safe from the effects of rough seas. Coaling in the open sea with a ship alongside was always considered a dangerous evolution. Colliers were equipped with cotton-bale fenders to protect the ships when the motion was slight. However, any situation where the swell was sufficient to cause either ship to roli more than three or four degrees or rise more than one or two feet was considered too dangerous to attempt. There were many occasions when coaling at sea was simply not possible, and perhaps many more where it was considered problematic. The speed with which coal could be taken on board varied widely, most often depen dent on the weather. Qn 31 May USS Brooklyn took on coal at a rate of eigh teen tons per hour, while eight days later she achieved a rate of nearly fifty seven tons per hour. The weather rarely cooperated long enough for more than a few hundred tons to be loaded on board before rising seas called a halt to the operation (14). It is important to have an appreciation of the pro biems inherent in refueling warships of the day for a proper perspective on strategic and operational decisions made during the war. Secretary Long formally organized the Naval War Board in March 1898 to advise him on strategy and operations. Initial members were Assistant Secretary Theodore Roosevelt, Rear Admiral Montgomery Sicard (who had just arrived from command of the North Atlantic Station), Captain Arent S. Crowninshield, and Captain Albert S. Barker. By May, Captain Alfred Tha yer Mahan joined the organization. Roosevelt lefi to become a lieutenant colonel ¡n the First Volunteer Cavalry Regiment, and the Navy Department reassigned Captain Barker to command USS Newark. Although it had no executive authority, the Board exerted considerable influence on opera tions through its advisory capacity. In particular, Mahan’s views often domi nated. Following earlier war plans, the Board recommended concentrating on Spain’s outlying possessions with a close blockade of Cuba, giving the army time to mobilize sufficient strength for land campaigns in Cuba and Puerto Rico (15).

(14) ALDEN. American Steel Navy, 224. U.S. Navy Dept., Office of Naval Intelligence, Notes on Coaling War Ships (Washington, D.C.: Government Printing Office, 1899), 7-27. (15) TRASK, D. F. War with Spain, 88-89. U.S. Navy Dept., Bureau of Navigatiori, Appendix fo the Reportofthe Chief of the Bureau of Navigation(Washington, D.C.: Government Prin ting Office, 1898), 33. —88-— As the Navy Department worked with the president and the War Depart ment in developing strategy, Secretary Long began repositioning naval units in preparation of the opening of hostilities. Since January, much of the North Atlantic Squadron had been concentrated for winter exercises at Key West, Florida. The first colliers did not reach the fleet until 3 May, nearly two weeks after the blockade began. Qn 17 March the battleships Massachu setts and Texas were ordered to join the armored cruiser Brooklyn at Hampton Roads, Virginia, to form the Flying Squadron under Commodore Winfield Scott Schley. The protected cruisers Minneapolis and Columbia joined Schley’s force prior to the outbreak of hostilities. The squadron was organized to protect the U.S. coast against a sudden descent by the Spa nish armored cruisers of Pascual Cervera’s squadron, known to be con centrating in the Cape Verde lslands. The Navy Department recalled the protected cruiser USS San Francisco and Commodore John A. Howell from Europe. Qn 20 April Howell assumed command of the newly formed Nort hern Patrol Squadron, which was responsible for the protection of the coast and coastal trade from the Delaware capes to Bar Harbor, Maine. Rear Admiral Henry Erben commanded the Auxiliary Naval Force with his head quarters on shore at New York City. This command consisted primarily of eight oId iron monitors stationed at several U.S. ports (16). Assistant Secretary Roosevelt sent a telegraphic order to Commodore George Dewey on 25 February commanding him to concentrate the ships of the Asiatic Station at Hong Kong. In the event of war he was to take his squadron and destroy the Spanish ships in Philippine waters. Dewey’s command at Hong Kong consisted of the protected cruisers Olympia, Bos ton, and Raleigh, and the gunboats Concord and Petrel. The Revenue Cut ter McCu!loch joined the force on 17 April, and the protected cruiser Balti more arrived on 22 April. Dewey also prepared for future operations in a region without friendly bases by purchasing the British steamers Nanshan and Zafiro to carry coal and supplies for his squadron (17). Anticipating a showdown with Spanish fleet in the Atlantic theater, Secre tary Long ordered the battleship USS Oregón to depart from its home p011

(16) For a detailed examination of U.S. ship movements prior to hostilities with Spain see FRENCH ENSOR CHADWICK. The Relations of (he United States and Spain, The Spanish American War, 2 volum. (New York: Russell & Russell, 1968), 1, 3-2, 401, and Appendix (o the Report of (he Chief of (he Bureau of Navigation, 21-29, 37-43. (17) CHADWCK. Spanish-American War, 1, 27. Appendix (o (he Repon of (he Chief of (he Bureau of Navigation, 65-66. TRASK, D. F. War with Spain, 91-92.

— 89 — at Bremerton, Washington, for San Francisco, California, on 7 March, to begin the first leg of a 14,700 nautical mile journey to Key West. The gun boat USS Marietta made the battleship’s voyage quicker and easier by arranging for coal and supplies in South American ports along the way. The Oregón Ieft San Francisco on 19 March, under the command of Captain Charles E. Clark, and arrived at Callao, Peru, on 4 April, traveling 4800 miles in just sixteen days. The battleship departed Callao on 7 April, and arrived at Sandy Point at the southern tip of the continent ten days later. Rendezvousing with the Marietta on 21 April, the Oregón headed north, putting into Río de Janeiro on 30 April, where Secretary Long warned Cap tain Clark that Admiral Cervera’s squadron was at sea. Departing Rio on 5 May, the American battleship arrived at Bahia, Brazil, three days later. Not wishing to submerge his ship’s armor belt in case of an encounter with the Spanish squadron, Clark ordered on board only enough coal to reach Bar bados, where he arrived on 18 May. The Oregón steamed into the Ameri can base at Key West on 26 May in efficient condition and ready for ope rations against the Spanish fleet (18). Although President Mckinley continued to press for a diplomatic settlement to the Cuban problem, he accelerated military preparatións begun in January when an impasse appeared likely. McKinley asked Congress on 11 April for permission to intervene in Cuba. On 21 April, the President orde red the Navy to begin the biockade of Cuba, and Spain followed with a declaration of war on 23 April. Congress responded with a formal declara tion of war on 25 April, made retroactive to the start of the blockade. International Iaw required a blockade to be effective in order to be legal. With the absence of colliers and the Atlantic fleet divided between Key West and Hampton Roads, the American effort was initially limited to the north coast of Cuba between Cardenas and Bahia Honda, and Cienfuegos on the south coast. The U.S. fleet at Key West at the beginning of hostili ties consisted of three armored ships, three monitors, one protected crui ser, two unprotected cruisers, seven gunboats, one armed yacht, six tor pedo boats, and five armed tugs. In the early light of 22 April, Sampson’s fleet deployed from Key West to steam across the Florida Straits and begin the biockade. Sampson believed he could reduce the defenses of Havana by rolting up the Spanish fortifications from the west. However, Secretary

(18) CHADWICK. Spanish-American War, 1, 12-16. Appendix to (he Report of (he Chief of (he Bureau of Navigation, 47-56.

— 90 — Long, foliowing the advice of the Naval War Board, ordered him not to risk his armored ships unnecessarily against land fortifications in Iight of. Cer vera’s potential deployment to the Caribbean. The Navy Department was considering occupying the port of Matanzas, garrisoning it with a large mili tary force, and opening communications with the insurgents. Long wanted Sampson to keep his most powerful ships ready to escort the transports if McKinley should decide on an early landing in Cuba (19). By the morning of 23 April the advance ships of the biockading fleet were off their assigned ports. Additional vessels reinforced them over the next several days. The U.S. Navy struggled during the first weeks of the war to assemble the logistical apparatus necessary to support the biockade. Ships had to keep steam up in their boilers to pursue unknown vessels as they carne into sight. Until colliers were fitted out and sent south, most of the blockading ships were forced to return to Key West to coal. Fresh water and food were also in short supply during the early days of the war. The biockade was monotonous duty broken only by the rare capture of a Spanish vessel or an exchange of gunfire with gunboats and batteries. Alt hough the Navy Departrnent prohibited Sarnpson’s vessels from engaging heavy batteries, like those around Havana, they allowed the bombardrnent of smaller field works. Qn 27 April the New York, Purítán, and Cincinnati shelled Point Gorda at Matanzas to prevent the completion of new batte ries (20). Most encounters were only skirmishes resulting in few if any casualties. A few actions were intense, such as the one at Cardenas on 11 May when the U.S. Navy gunboat Wllmington, the torpedo boat Winslow, and the Revenue Cutter Hudson were drawn deep into the harbor by Spanish gun boats. Hidden Spanish batteries ambushed the Winslow, severely damaging her, killing ten and wounding twenty-one of her crew. While under heavy fire the Hudson towed the torpedo boat out of the harbor as the Wllmington covered the withdrawal with rapid fire against the Spanish guns (21). The U.S. blockading forces also undertook operations to isolate Cuba from telegraphic communications to Madrid via Cienfuegos, Santiago, and

(19) CHADWICK. Spanish-American War, 1, 127-1 32. Appendix fo the Reporto! the Chiefofthe BureauofNavigafion, 168, 171-72, 174-75. (20) Ibídem, 181-82. (21) Ibídem, 200-208. A. B. FEUER. The Spanish-American War at Sea; Naval Action in the Atlantic (Westport, Conn.: Praeger, 1995), 65-73. —91— Guantanamo. The most celebrated aclion of this type occurred on 11 May off Cienfuegos. Commander Bowman McCalla of the cruiser Marblehead organized the party and planned the operation to cut the underwater cables leaving the city. Marine sharpshooters and machine guns in steam cutters poured a continuous tire into Spanish positions on shore, along with gun fire support from the Marbiehead and the gunboat Nashville, while sailors in launches dragged the sea floor with grapelling hooks for the cables. The launch and cutter crews endured heavy Spanish tire for three hours and cut the two main telegraph cables (leaving a third, local une), and dragged the ends out to sea. Every member of this expedition was awarded the Medal of Honor (22). The strength of the North Atlantic Fleet and the effectiveness of the bloc kade grew as U.S. Navy vessels concentrated in the Caribbean and yards converted and armed vessels purchased by the Congressional BilI of 9 March. From the start of the blockade until the capitulation of Santiago de Cuba in mid-July, the North Atlantic Fleet added to its strength three bat tleships, one armored cruiser, one monitor, five protected cruisers, one unprotected cruiser, seven auxiliary cruisers, four gunboats, two torpedo boats, five armed tugs, six revenue cutters, nine armed yachts, two supply ships, a hospital ship, a repair ship, a distilling ship, and thirteen colliers (23). Secretary Long telegraphed Commodore Dewey at Hong Kong on 21 April informing him that the U.S. biockade of Cuba had begun and that war was expected at any moment. On 24 April, British authorities informed the com modore that war had been declared and he must leave the neutral port wit hin twenty-four hours. Dewey also received a telegram from the Navy Department, instructing him to proceed immediately lo the Philippine lslands and begin operations against the Spanish fleet. However, Dewey wanted to receive the latest intelligence from the American consul al Manila, Oscar Williams, who was expected daily. The American squadron moved to Mirs Bay on the Chinese coast thirty miles east of Hong Kong to awail a circulating pump for the Raleigh and Ihe arrival of Williams. They spent two days drilling, distributing ammunition, and stripping the ships of ah wooden articles (which could add to the damage of fires on board ship caused by enemy gunfire). Almost immedialely after Williams arrived on 27 April, the American squadron departed for Ihe Philippines, in search of the

(22) Ibídem, 75-82. Appendix to the Repon of the Chief of the Bureau of Navigation, 186-99. (23) Ibídem, 38-41.

— 92 — ships of the Spanish squadron. The consul correctly informed Dewey thai Rear Admiral Patricio Montojo y Pasaron intended to take his ships to Subic Bay. What Williams did not know is that Montojo returned to Manila after taking his squadron to Subic Bay only to discover that the defenses he had hoped to fight under were far from complete (24). Dewey sent two of his cruisers to reconnoiter Subic Bay on 30 April. Fin ding it empty, and in defiance of the reports of mines in the channel, the Americans pressed on into and discovered the Spanish squa dron near Cavite. Leaving his two auxiliaries in the bay guarded by the McCulloch, Dewey formed his remaining ships into a une and steamed in a oval pattern along the five-fathom curve, pouring a heavy fire into the out gunned Spanish force. Montojo’s gunners repuied from their ships and two 5.9 inch guns on Point, but with little effect. The Americans scored critical hits on the larger Spanish warships, setting them ablaze. After nearly two hours of fire, Dewey ordered his captains to withdraw, acting on reports that his ships were running low on ammunition (25). Dewey took his squadron five miles off Sangley Point and signaled his cap tains to come on board and report their condition. The commodore disco vered that his squadron had sustained very little damage and that he had plenty of ammunition lo continue the battle. After allowing the crewmen of his ships to enjoy a Iight meal, Dewey ordered his ships to reengage the remnants of Montojo’s shattered squadron. The Spanish admiral had pulled his surviving vessels behind Cavite into the shallow waters of Bacoor Bay to make a final stand. Hitting the Spanish ships in their new anchorage pro- ved difficult, and Dewey ordered the gunboats Concord and Petrel, with their shallow draft, to destroy them at close range. The garrison at Cavite raised a white flag at about 12:15, and the firing ended shortly thereafter. Montojo’s fleet was destroyed, suffering 371 casualties compared to only nine Americans wounded. When official word on the magnitude of the Navy’s victory reached the United States, nearly a week later, the American public heaped enthusiastic praises on Dewey as wild celebrations erupted throughout the country. Meanwhile, the U.S. squadron took control of the arsenal and navy yard at Cavite. However, 26,000 Spanish regulars and

(24) Ibídem, 65-70. CHADWICK. Spanish-American War, 1, 154-158, 166-168. (25) Reports of the Bay from commanding officers are found in Appendix to the Report of the Chief of the Bureau of Navigation, 69-93. For a detailed secondary account see CHADWICK. Spanish-American War, 1, 154-21 3.

— 93 — 14,000 militia garrisoned various points in the Philippine lslands including 9000 at Manila. Dewey cabled Washington stating that, although he con trolled Manila Bay and could probably induce the city to surrender, he requested 5000 men to seize Manila (26). Admiral Cervera had repeatedly warned the Spanish Ministry of Marine that his squadron would face certain destruction if sent to the Caribbean. Even so, he departed the Cape Verde lslands under orders on 29 April with his squadron of four armored cruisers, towing three torpedo-boat destroyers, intending to steam for Puerto Rico. To look for the Spanish squadron, the U.S. Navy Department had three tast former mail steamers, Harvard, Ya/e, and St. Louis, establish a patrol une stretching from Puerto Rico and along the Leeward and Windward lslands. As long as Cervera’s location remai ned uncertain, the strength of the U.S. fleet would be divided between Rear Admiral Sampson’s North Atlantic Fleet based in Key West and Commo dore Schley’s FIying Squadron based in Hampton Roads; the former to maintain the blockade of Cuba and the latter to guard the east coast of the United States from a sudden descent by the Spanish cruisers (27). Sampson correctly deduced that Cervera intended to make for San Juan, Puerto Rico, and he determined to deprive the Spanish fleet of the benefits of that port. Leaving his smaller ships to maintain the blockade of Cuba’s northern ports, the American admiral embarked on an eight-day journey, plagued by the slow speed and mechanical unreliability of his two monitors. The American force arrived off San Juan early on 12 May. After a nearly four-hour bombardment of the Spanish works, Sampson broke off the engagement and returned to Key West, satisfied that Cervera’s ships were not in San Juan (28). The Spanish squadron’s crossing of the Atlantic had been slowed by the need to tow the fragile destroyers. As he approached the West Indies, the Spanish admiral dispatched two of these vessels to the French island of Martinique to gain information on American movements and the availability of coal. Qn 12 May Cervera learned that Sampson was at San Juan. The Spanish admiral also discovered that the French had refused to seil him

(26) TRASK, D. F. War with Spain, 371. (27) Ibídem, 113-114. CHADWICK. Spanish-American War, 1 151. Jefferery Michael Dorwart, «A Mongrel Fleet: America Buys a Navy to Fight Spain, 1898», Warship International, 2. 1980. (28) TFIASK, D. F. War with Spain, 114-119. CHADWICK. Spanish-American War, 214-249.

— 94 — any coal. Driven by the need to refuel his ships and the desire to avoid combat with a superior American squadron, Cervera steamed for the Dutch harbor of Curaçao. He arrived there on 14 May only to be further disap pointed when the expected Spanish collier failed to arrive, and the Dutch governor authorized the purchase of only 600 tons of coal. After conside ring his options, Cervera chose to take his fleet to Santiago de Cuba where he arrived on the morning of 19 May (29). With Sampson out of touch for long periods during his return from Puerto Rico, the Navy Department on 13 May ordered Commodore Schley’s Flying Squadron to Charleston, South Carolina, in preparation to intercept the Spa nish fleet. Further orders directed Schley to Key West and a meeting with RearAdmiral Sampson. The Navy Department believed that Cervera’s most likely objective was Cienfuegos because of its rail connection to Havana. Therefore, after arriving in Key West on 18 May, Schley received orders to take his squadron, reinforced by the battleship Iowa and several small ves seIs, and proceed to Cienfuegos. On 19 May, after Schley Ieft on his mis sion, the White House received a report that the Spanish ships had run into Santiago de Cuba. The source of this information was Domingo Villaverde, an agent working as a telegraph operator in the governor-general’s palace in Havana. This connection was a closely guarded secret, so when the infor mation reached the Navy Department as an uncontirmed report, Long’s tele gram to Sampson sounded Iess than certain (30). Sampson forwarded Long’s notice to Schley along with his own decision to maintain the Flying Squadron off Cienfuegos, believing that even it Cervera had put into Santiago, he would have to bring his squadron west to deliver the munitions thought to be an essential part of his mission. USS Minnea polis and the St. Paul were sent to Santiago to confirm the presence of the Spanish squadron, and Sampson instructed Schley to keep in communica tion with them. On 20 May Sampson received a report from the assistant chief of staif at Key West confirming the previous report from Washington that the Spanish squadron had put into Santiago. He then sent orders ms tructing Schley to proceed to Santiago if he was satisfied that Cervera was not in Cienfuegos. On 21 May Sampson sent the collier Merrimac with 4500

(29) TRASK, D. F. War with Spain, 115-118. (30) Ibídem, 121-22. CHADWICK. Spanish-American War, 265-268. TRASK, D. F. ‘American Intelligence During the Spanish-American War», en Crucible of Empire; The Spanish American War and lts Aftermath, JAMES C. BRADFORD. Ed. (Annapolis, Md.: Naval Insti tute Press,. 1993), 33.

— 95 — tons of coal to Schley’s support. Two days later the rear admiral departed Key West and cruised in the Bahama Channel with a force of thirteen ships to block any attempt by Cervera to enter Havana from the north side of the Island. As additional information arrived at the Navy Department confirming Cervera’s presence at Santiago, Long and Sampson dispatched several messages encouraging Schley to proceed to that port and prevent the Spa nish squadron from escaping (31). The Flying Squadron arrived off Cienfuegos early on the morning of 22 May when Schley received the first notice that the Spanish squadron might be at Santiago. The following day he received the second. However, the initial uncertainty of the Spanish squadron’s whereabouts and the difficulty of observing ships in Cienfuegos led Schley to remain where he was. Finally, on 24 May, the commodore learned through Cuban insurgents that Cerve ra’s ships were not in port. That evening the American squadron headed east, two days later than Sampson expected (32). In his message informing Sampson of his departure Schley stated that he was concerned about having a sufficient supply of coal in his warships. The Iowa had arrived off Cienfuegos with haif her capacity, and on 23 May she took on just 255 tons more. The Texas was also short of coal, and her pro jecting sponsons made coaling at sea almost impossible. The one colher then with the squadron was insufficient to coal enough ships when the weather afforded an opportunity. Schley informed Sampson that these con cerns and his desire to coal his ships at a protected anchorage led him to choose Móle St. Nicolas, Haiti, as his next destination (33). The Flying Squadron arrived at the longitude of Santiago on 26 May, and Schley communicated with the American cruisers watching the port. Engine problems on the collier Merrimac caused the squadron to average only seven knots in its journey from Cienfuegos. The weather had been too rough to allow coaling at sea and several of his smaller vessels in addition to the Texas were running low on fuel. Rather than remaining on station with his larger ships and trusting Sampson lo supply him what he needed, Schley ordered his squadron to head west for Key West to retuel. Samp

(31) CRADWICK. Spanish-American War, 268-273, 276, 285. (32) Ibídem, 286-93. (33) Ibídem 292-93. H. W. WILs0N. The Downfall of Spain, Naval History of the Spanish-Ame rican War (London: Sampson Low, Marston and Company, 1900), 229-230. Notes on Coaling War Ships, 27.

— 96 — son, who had since returned to Key West, and Secretary Long were shoc ked when they learned of Schley’s intentions on 28 May. Making it clear that he and the Navy Department expected the Flying Squadron to remain on station, Sampson assembled his squadron and departed for Santiago. Qn 27 May the weather off the south coast of Cuba improved, and Sch ley reversed course once again, finally establishing a blockade at Santiago de Cuba on 29 May (34). Schley’s coaling problems impressed on Sampson and the Navy Depart ment the need to seize a sheltered anchorage on the south coast of Cuba, and Guantánamo Bay had already been considered. Shortly after Schley established the blockade of Santiago Sampson ordered the First Marine Battalion at Key West to embark on their transports and prepare to land in Cuba. At the same time he sent Commander Bowman McCalIa and USS Marbiehead to reconnoiter Guantánamo Bay as a possible anchorage. McCalla’s report was favorable, and on 10 June the Marine battalion under Lieutenant Colonel Robert Huntington landed, establishing a position on the east side of the outer harbor that served to protect the fleet during its coaling operations throughout the campaign (35). Having a reliable lócation to refuel so clase to Santiago proved invaluable to the blockading fleet. It allowed American captains to keep steam up in their ships’ boilers ready to pursue Cervera’s squadron when it attempted to break out. Qn the morning of 3 July, thebattleship Oregón had alI four boilers lit, giving her the speed necessary to catch the Cristóbal Colón in the running fight during the final stage of the Battle of Santiago de Cuba. This high rate of coal consumption could be maintained because the Oregón was able to refuel four times from 1 June to 3 July, once at sea and three times at Guantánamo Bay (36). Although McKinley and his advisors had intended to wait until the end of the rainy season to send a majar land expedition to Cuba, they believed that the bottling up of the Spanish squadron at Santiago afforded the U.S. an oppartunity to strike a damaging blow to the enemy’s military capability in the Caribbean. Qn 1 June Sampson received a report from Secretary Long that 25,000 men under Majar General William Shafter were preparing

(34) CHADWICK. Spanish-American War, 302-307, 321-327. (35) JACK SHULIMSON. «Marines ¡n the Spanish-American War», in Crucible of Empire; The Spanish-American War and Its Aftermath, JAMES C. BRADFOAD. Ed. (Annapolis, Md.: Naval lnstitute Press, 1993), 141 -142. (36) WILs0N. The Downfall of Spain, 299.

— 97 — to embark for Cuba from Tampa, Florida, and that the North Atlantic Fleet should convoy the troops and assist the landing near Santiago. As the navy prepared to carry the troops, Sampson took steps to tighten the blockade of Cervera’s squadron. At the onset of the campaign Sampson seized on the idea to sink a vessel in the narrow channel leading to the harbor of Santiago. His intention was to keep the Spanish ships from escaping until the army could capture the city or assist the navy in passing the forts and mines at the harbor entrance. The Naval War Board in Washington approved, and Sampson selected the collier Merrimac under naval constructor Richard Pearson Hobson for the operation. Hobson and seven volunteers took the ship into the channel during the early morning hours of 3 June. Spanish gunfire from shore bat teries shot away the vessel’s steering gear and anchor chains making it impossible for the Americans to sink the vessel in the proper location. Only two of the ten prepared scuttling charges went off, and the Merrimac carne to rest too far up the channel to pose a serious obstacle. Hobson and his men were captured by the Spanish (37). Major General Shafter’s troop transports departed Tampa on 14 June, ren dezvousing with their navy escorts the foliowing day. The expedition arrived off Santiago on 20 June and began to disembark east of the City at Daiquiri two days later. In addition to providing escort for the convoy, Sarnpson’s ships furnished fifty-two steam launches, sailing launches, whaleboats, lite boats, and cutters to help the army and its equipment ashore. Shafter expressed deep appreciation for the navy’s assistance in this matter, as the boats on the army’s transports were too few in number to disembark the expedition in any reasonable length of time (38). Sampson’s armored ships maintained a tight blockade of Santiago de Cuba, coaling from colliers in open water when the seas were calm and from colliers at Guantánamo Bay when the weather required it. On the mor ning of 3 July, Admiral Cervera attempted to break out of the American bloc kade thus precipitating the Battle of Santiago de Cuba. 0ff the entrance to the bay that morning were the battleships Texas, Oregón, Iowa, and

(37) FEUER. The Spanish-American Warat Sea, 95-111. For a first hand account of this ope ration see RICHARD P. HoBsoN. The Sinking of the Merrimac (Annapolis, Md.: Naval Insti tute Press, 1988). (38) Appendix to the Report of the Chief of the Bureau of Navigation, 676, 683-691.

— 98 — Indiana, the armored cruiser Brooklyn, and the armed yachts Vixen and Gloucester. Most of the battle was a running fight as the biockading ves- seis attempted to get enough steam up to keep up with their quarry. Foul bottoms and poor quality coal reduced the speeds of the usually swift Spa nish cruisers. Ranges were often in excess of 4000 yards: greater than the crews trained for and longer than the new rangefinders could handie. In addition, radical turns in the early stages of the battle further complicated the gunnery problem for the Americans. Smoke from the weapons’ brown powder and frequent mechanical failures further reduced the effectiveness of the U.S. Navy’s gunfire. The battleships and the Brooklyn generally registered hits when they achieved a parallel or near parallel course with the Spanish cruisers and maintained it for several minutes. Although only 1 .29 percent of American shots hit their targets, the volume of fire was suf ficient to destroy or run aground each one of Cervera’s vessels (39). The defeat of this squadron freed President Mckinley and the Navy Department to pursu other plans. In the years prior to the war, U.S. planning boards had never reached a consensus on the issue of deploying a squadron of warships to European waters. Aithough the Naval War Board had not ordinally planned such a deployment, the formation of the Spanish Navy’s Reserve Squadron resu rrected the debate. Following the departure of Cervera’s squadron to the Caribbean, the Ministry of Marine began to organize a second squadron under Rear Admiral Manuel de la Cámara y Libermoore centered around the battleship Pelayo and the armored cruiser Emperator Carlos V Alt hough it was believed by the Navy Department that this force would rein force Cervera, it heid out the possibility that the Spanish ships would head for the Philippines. Consequentiy, the monitors Monterey and Monadnock were prepared to undertake a slow and hazardous voyage across the Paci fic to reinforce Dewey’s command at Manila. On 16 June the Reserve Squadron departed Cádiz and steamed into the Mediterranean bound for the Philippine lslands (40). The Navy Department responded to the news of Cámara’s deployment by ordering Rear Admiral Sampson to detail two battleships, an armored crui

(39) FEUER. The Spanish-American Waraf Sea, pp. 169-79. CHRISTOPI-IER B. HAVEAN, Mr. A Gun nery Revoluf ion Manqué: William S. Sims and the Adoption of Continuous-aim in the Uni ted States Navy, 1898-1910 (unpublished master’s thesis, University of Maryland), 11-19. (40) WILLIAM J. HOURIHAN. «The Fleet That Never Was: Commodore John Crittenden Watson and the Eastern Squadron», American Neptune (April 1981): 93-97.

— 99 — ser, and three auxiliary cruisers to be ready to depart for Europe it the strong Spanish torce passed into the Red Sea. When the Reserve Squa dron arrived at Port Said on 26 June, Washington decided to organize tor maily a force entitled the Eastern Squadron. The command was activated on 7 July under the leadership of Commodore John C. Watson, and con sisted of the battleship Oregón, the protected cruiser Newark, and the auxi liary cruisers Yosemite and Dixie. The battleship Massachusetts was added on 9 July, the auxiliary cruiser Badgeron 12 July, and the protected cruiser New Orleans on 17 July. The navy also assembled six colliers and a refrigerator ship at Hampton Roads, Virginia, to support the Eastern Squadron’s deployment. The Navy Department allowed news of the squa dron’s formation and its intended target to be widely circulated. It was hoped that such news would torce Spain to recall the Reserve Squadron to Spanish waters (41). Cámara ran into difficulty attempting to refuel his ships at Port Said. The Egyptian government refused to selI him coal, nor would it allow the Spa nish squadron to take on coal from its own colliers while in p011. Cámara was torced to take his ships out to sea where bad weather prevented any attempt at coaling. The Spanish admiral took his squadron through the Suez Canal, into the Red Sea and began to refuel on 7 July. The delay gaye the Spanish government an opportunity to reconsider Cámara’s mis sion in light of the near certainty that American ships would enter Spanish waters. The Sagasta government made the decision to recall the Reserve Squadron to Cádiz, and Watson’s deployment was heid in abeyance for the time being (42). Even though Spain no longer threatened Dewey’s control of the situation at Manila, the Navy Department was still concerned about German intentions, especially in the Philippines where it was thought Germany might try to take advantage of the situation to increase her colonial possessions in the Paci tic. RearAdmiral Sicard and Captain Crowninshield of the Naval War Board still wanted to send Watson to reinforce Dewey. Captain Mahan dissented from this view. In the mean time, Watson’s ships were needed to support the expedition to Puerto Rico. By the time the Eastern Squadron was free

(41) Ibídem, 98-100. Appendix to the Report of the Chief of the Bureau of Navigation, 37-38. (42) HOURIHAN. ‘The Fleet That Never Was», 101-102.

— 100 — to depart the Caribbean peace negotiations were under way and Watson’s deployment was heid back for good (43). One overlooked role in the story of the Eastern Squadron is that played by the repair ship Vulcán. She was fully equipped with lathes, jacks, and small foundries for brass and iran castings. The Vulcán reported for duty off San tiago on 1 July and was stationed at Guantánamo Bay for the remainder of the war. During that time she filled 528 orders for repairs and 256 requisi tions for supplies. This work included making extensive repairs of boilers, engines, and pumps, much of it fitting out the ships of the Eastern Squa dron as it prepared for its trans-Atlantic voyage (44). It is thought that the pressure put on the Spanish government by the possible deployment of the Eastern Squadron was an important factor in starting peace negotiations in August 1898. If so, the repair ship Vulcán played a significant role in brin ging about an end to the war. The U.S. Navy provided escort and support for the army’s final two cam paigns of the war. On the afternoon of 21 July the lead forces for the inva sion of Puerto Rico got under way from Guantánamo Bay. Thirty-five hun dred men embarked in fine transports were escorted by the battleship Massachusetts as well as the Dixie, Gloucester, Columbia, and Ya!e, ah under the command of Capt. E J. Higginson. Originally planning to land east of San Juan at Playa de Fajardo, the expedition’s commander Majar General Nelson A. Miles directed the Navy to land his force on the island’s south coast. The expedition arrived off Port Guanica on the morning of 25 July. Lieutenant Commander Richard Wainwright of the Gloucester raques ted and received permission to send a landing party ashore. They soon came underfire from the small Spanish garrison, but held their position until the first army troops arrived and secured the landing place. Wainwright also assisted the amphibious landing at Port Ponce three days later by sneaking into the inner harbor the night before, gathering up a number of barges for the army touse (45). In Manila Bay, Dewey’s squadron maintained a foot hold at Cavite, opened communications with the insurgents, and provided naval gunfire support during the army’s assault on Manila on 13 August.

(43) Ibídem, 102-109. TRASK. War with Spain, 284-285. (44) WLSON. The Downfall of Spain, 437-438. (45) TRASK, D. F. War with Spain, 353-357. FEUER. The Spanish-American War at Sea, 201-214.

— 101 — Pre-war plans and preparations by the U.S. Navy contributed substantially to the American victory. Most major strategic decisions were anticipated by the Naval War College studies and the secretary’s war planning boards. Information appended to the boards’ reports on merchant ships available for purchase or charter provided a strong background for Roosevelt’s Board of Auxiliary Vessels as it sought to provide the U.S. fleet with ships such as colliers, auxiliary cruisers, and repair ships, indispensable for con ducting war. In particular, the early procurement of colliers gaye the U.S. Navy the strategic mobility to extend the biockade to Cuba’s southern ports, keep Cervera’s squadron bottled up in Santiago de Cuba, and thre aten to send a major torce to European waters. In addition Dewey’s pur chase of Nanshan and its cargo of coal permitted him to hoid Manila Bay until an American expedition arrived from across the Pacific Ocean. Secre tary Long’s pre-war orders preparing and concentrating U.S. warships in the Atlantic theater ensured material superiority over any expedition Spain might send to the Caribbean. There are several areas where more extensive preparations would have enhanced the navy’s effectiveness even further. It the U.S. had constructed specialized colliers with their own winches, like those in the British Navy, these vessels could have refueled Schley’s ships at sea more rapidly during the brief times that the weather allowed. It the navy had had plans to seize Guantánamo Bay, the Isle of Pines, or sorne other sheltered anchorage on the south coast of Cuba at the beginning of the war, the U.S. Navy would have been in a much better position to prevent Cervera from entering any port in Cuba. Stronger coastal defenses might have preven ted the public cry for warships to defend the major harbors of the United States, thus negating the need to divide the tleet between the North Atlan tic and Flying Squadrons. The overall success of U.S. naval operations during the Spanish-American War demonstrated the value of extensive peace-time preparations. In the technological warfare of the Iast one hundred years, the most important preparations have not always been the construction of major warships, but also planning for adequate logistical support and vigorous intellectual debate.

— 102 — EL DESPLIEGUE NAVAL EN CUBA. AÑOS 1897-1 898

EXCMO. SR. DON Huoo O’DONNELL Y DUQUE DE ESTRADA Doctor en Historia. EL DESPLIEGUE NAVAL EN CUBA. AÑOS 1897-1 898

La costa cubana, teatro obligado de operaciones

La configuración especial de la isla de Cuba muestra un enorme perímetro de costa en relación a su superficie total. El litoral mide unos 3.575 km de longitud de los cuales 1.715 corresponden a la zona septentrional y 1.860 a la meridional. Toda la Isla se asienta sobre una amplia plataforma sumergida pocos metros bajo las aguas y se encuentra bordeada por numerosos arrecifes, cayos e islotes que dificultan por largos espacios la navegación de buques de cierto calado. Entre estas barreras y la costa hay infinidad de fondeaderos que pueden ocultar, como lo hicieron, a contra bandistas de armas y a salineros, pues la sal se convirtió para los suble vados en artículo estratégico de primera necesidad con destino a la con servación de alimentos ya que de otra forma tenían que llevar consigo el ganado al objeto de disponer de carne fresca, lo cual dificultaba las ope raciones. Por ello, uno de los objetivos primordiales del sistema de vigi lancia costera española, además del de evitar y prevenir desembarcos de armas, será el de destruir los innumerables hornos de sal que, protegidos por atrincheramientos, construirán los mambises en la costa. Por otra parte la escasez de recursos de las zonas interiores de la Isla y la estrecha vigilancia española de otras obligaron en muchos casos a las par tidas a desplazarse hacia zonas limítrofes a las que, si no se encontraban en la costa, podía accederse por expediciones enviadas desde ella. Estas circunstancias referidas convertirían, con motivo del estallido de las hostilidades, a una flotilla fiscal de tiempos de paz en lo que pomposa

— 105 — mente se denominó Escuadra de Operaciones de Cuba en cuya compe tencia territorial se incluiría la isla de Puerto Rico, a la que sin embargo, no haremos referencia en este trabajo. Como primer cordón protector de las costas se precisaban buques de notable autonomía tamaño y poder artillero, capaces de detener incluso en aguas internacionales los mercantes expedicionarios, impidiéndoles el acceso, persiguiéndolos y alcanzándolos. La experiencia de las sublevaciones anteriores apoyadas desde el exterior y por vía marítima había puesto sobre el tapete la necesidad de contar también con una numerosa flotilla de buques de poco calado, capaces de introducirse lo más subrepticia y rápidamente posible por entre los nume rosos canales, sorprendiendo las actividades de desembarco de volunta rios y material, descartando por tanto las antiguas goletas y otros buques de aparejo bélico por su lentitud y su supeditación al viento favorable y los grandes y medianos vapores, cuya imposibilidad de aproximarse a la costa, dado su calado, y sus grandes humaredas detectoras habían hecho fracasar muchas intervenciones. El transcurso de la guerra puso de manifiesto otra necesidad que podía ser cubierta por la Marina: la de colaborar y apoyar al Ejército en las opera ciones litorales de éste y socorrer y avituallar los puertos y los puestos des tacados, con frecuencia aislados y atacados por el enemigo. Establecidas las grandes trochas de Júcaro a Morón y de Mariel a Majana, sus cabece ras litorales se convertirán en zona de especial vigilancia de las unidades, prolongándose de esta forma la línea de aislamiento y evitándose su envolvimiento por el mar. Consideradas las costas como base de operaciones, se pretendía conse guir un doble fin, suprimir la ayuda exterior de los insurrectos y atacar en profundidad y desde todo el perímetro exterior relegando al enemigo a la manigua donde su posición era muy fuerte y la posibilidad de desalojarlo de este espesísimo bosque imposible de alcanzar incluso por un Ejército de las características del destacado en Cuba, de potencial muy superior en todos los aspectos al de los sublevados, pero donde agotaría, aislado, sus limitados recursos. La acción de Marina por lo tanto llegó a ser complementaria de la política de concentración rural y abandono de grandes zonas del interior isleño. La vigilancia de las costas llevada a cabo con gran elasticidad, dándose a los comandantes amplia libertad de acción en su zona de competencia, llevó

— 106 — por otra parte a desarrollar en momentos no comprometidos, acciones par ticulares no previstas por el Estado Mayor del Apostadero, basadas en un servicio rudimentario de información local, poco articulado peró eficaz, que atendía delaciones y peticiones de socorro llevadas a cabo, tanto por los mandos comarcales y aún locales del personal militar, como del paisanaje. Dos tipos de actividades desarrollarán por lo tanto las unidades a flote dis tribuidas a lo largo de la costa. En primer lugar, las derivadas de las deci siones del alto mando de un Apostadero y Escuadra a cuya cabeza está un comandante general; un capitán de navío de primera, segundo jefe y comandante de Marina de La Habana; un jefe de Estado Mayor, también capitán de navío, un segundo jefe de Estado Mayor, capitán de fragata y algún otro jefe asignado, que según la escalilla correspondiente al mes de mayo del año 1898 eran respectivamente el contralmirante don Vicente Manterola y Taxonera; los capitanes de navío Pastor Landero y Marenco Gualtier, el capitán de fragata Rodríguez Marbán que comparte su cometido de segundo jefe de Estado Mayor con el jefe del arsenal de La Habana, y el capitán de navío Almeda y Martínez Gallegos. Al frente de cada provin cia un comandante de Marina y al de cada distrito, un ayudante. En segundo lugar, las derivadas de decisiones adoptadas por mandos subalternos, provinciales y de distrito, y en muchas ocasiones por los pro pios comandantes de las unidades, menores y apartadas, en estrechísima colaboración con la autoridad militar y haciendo uso, tanto del servicio de información de ésta, como del propio, como ya se ha indicado. Por lo que a lo señalado respecta, la organización administrativa del Apos tadero estaba constituida por seis provincias marítimas para la isla de Cuba, divididas en catorce distritos, más otras dos provincias, divididas en seis distritos para Puerto Rico. La provincia de La Habana contaba con los distritos de Matanzas, Cárde nas, isla de Pinos, Mariel, bahía Honda y Batabanó. Provincia de Reme dios; provincia de Sagua la Garande, con el distrito de Mantua; provincia de Nuevitas con el de Gibara; provincia de Santiago de Cuba, con los dis tritos de Manzanillo, Guantánamo y Baracoa; provincia de Cienfuegos y provincia de Trinidad, con los distritos respectivos de Santa Cruz y Zaza.

La actividad de las unidades a flote

Del estudio de las operaciones llevadas a cabo por las unidades se des prende que algunas están dedicadas a labores de vigilancia costera per

— 107 — manente, aunque también participen ocasionalmente en misiones concre tas, en colaboración o en solitario, mientras que otras permanecen en sus bases, muchas veces con problemas de reparaciones para los que existe una mediocre asistencia en los lugares más apartados, permanecen a la espera de misiones concretas, o bien y por último, inmovilizadas, constitu yen elementos estáticos de defensa y vigilancia en lugares conflictivos, como pontones. Desde el inicio de la revuelta, las unidades llevan a cabo una incesante vigilancia, mostrando los partes de operaciones una actividad zonal pre ferente de patrulla habitual. Para el año 1896 estas zonas son ya todo lo precisas que lo pueden ser, dada la movilidad de las fuerzas sublevadas cuyo fracaso en estacionar por parte del Ejército y la Administración espa ñoles es causa fundamental de la continuación de la guerra, y la multipli cidad de partes conflictivas. Para el conocimiento de las zonas más vigiladas son de gran utilidad los resúmenes de los partes de operaciones que por estas fechas publica la Revista General de Marina. Del atento estudio de la distribución se deduce el importante servicio prestado por la Armada; pues si bien es cierto que con anterioridad y posteriormente a estas fechas diversas expediciones consiguieron su propósito, aunque otras fueron interceptadas, no es posi ble calcular las intentonas de desembarco fracasadas por la constante vigi lancia. La mera existencia de esta cobertura guardacosta tuvo un enorme efecto disuasorio para muchos aventureros y buques que de otra forma se hubieran aprestado en Estados Unidos y otros países, de la misma manera que también lo tuvo la continua campaña de la prensa norteamericana dando una inveterada imagen de la crueldad y de la rigidez aplicada a los transgresores del régimen español en la Isla, aunque éste lógicamente no fuera su propósito. El conocimiento de las zonas naturales de costa juntamente con la activi dad real de nuestros biques reflejada por los partes de campaña nos acerca a las diferentes dificultades de su vigilancia y nos permite observar al margen de las competencias y divisiones territoriales oficiales —esas cuatro divisiones de la costa norte con cabeceras en Baracoa, Gibara, Nuevitas y Sagua la Grande y las tres de la costa sur con cabeceras en Santiago de Cuba, Manzanillo y Trinidad de Cuba— como mientras diver sas extensiones, las más conflictivas y asequibles, aparecen patrulladas por varias unidades que se cruzan y solapan o bien bojean conjuntamente la costa, otras se muestran olvidadas por los guardacostas habituales por —108— sus características que las hacen menos abiertas a la incursión, bien sea por causas naturales (peligrosidad de rompientes y mareas o de zonas anegadas y pantanosas) o humanas (zonas pobladas y con destacamen tos y puntos de observación militares) ya que tenemos que tener presente que este sistema de vigilancia se articula y complementa con atalayas en tierra. Un informe resumido de actividades, sin especificar zonas de competen cia, sino basado en cruceros efectivos llevados a cabo por las unidades operativas dedicadas en ese momento (últimos meses del año 1896) a la vigilancia costera, nos da idea del despliegue al situarlas sobre las seccio nes naturales del litoral. La costa norte puede dividirse en cuatro secciones: 1. Del cabo de San Antonio a la punta de la Gobernadora, guarnecida de una serie de cayos y bajos muy peligrosos para la navegación —hasta 60 cayos— llamados de Santa Isabel o de los Colorados, donde había varado el crucero de segunda clase Colón en el mes de septiembre de 1895, mostrando lo peligroso del empleo de unidades de notable porte y calado en este tipo de litoral cenagoso y en parte de arrecife con sólo 11 estrechos canales de acceso. Esta difícil costa es patrullada por los pequeños cañoneros Mensajero e Intrépido, que pronto serán dados de baja, muy estropeados tras unas campañas exhaustivas, y el pequeño remolcador armado Reina Cristina que, trasladado a zonas más centrales de la costa norte (Mariel) continuará activo a lo largo de todo el año 1897 y parte del 1898, hasta la evacuación de la ciudad. 2. De la punta Gobernadora al cabo de Hicacos, es una costa limpia de cayos con los puertos de Bahía Honda, Mariel, La Habana y Matanzas. En una línea exterior y alejada de tierra que les permite, tanto ver la costa sin obstáculos, como avistar mar adentro, los buques que se aproximan, patrullan el Alfonso XII y el Magallanes y para ésta y otras misiones, el Infanta Isabel y el Conde de Venadito, cuyo cometido se alarga hasta el cabo San Antonio en la sección anterior. Los dos pri meros agorarán sus máquinas por el incesante uso y permanecerán inactivos hasta el fin de la guerra. 3. De la península de Hicacos a la del Sabinal. Paralelamente a la costa se extienden archipiélagos de cayos e islas formando los grupos de Saban y Camagüey.

— 109 — Esta zona, es patrullada por la Caridad (especialmente la boca de Sagua) y el Antonio López (cayo Cruz del Padre), mercante armado que protagonizará uno de los encuentros más valerosos y efectivos contra las fuerzas navales americanas. Una gran parte de esta costa hacia el Este permanece poco y alterna tivamente patrullada por unidades cuyas actividades principales se desarrollan en los litorales inmediatos. 4. Desde Sabinal a la punta de Maisí, el litoral es limpio, escarpado y sinuoso formando los puertos de Nuevitas y Gibara hasta el cabo Lucrecia. Aquí la costa dobla al Sur formando los puertos de Banes y Nipe (el mayor de Cuba). Después la costa sigue al Este. Patrullada por el cañonero A/sedo que más tarde pasará a Cienfuegos. El Sandoval que actuará después desde Guantánamo, el Martín Alonso Pinzón y el aviso Jorge Juan que pronto quedaría inutilizado como pontón, vigilando estos das últimos una extensión respectiva de 102 y 82 millas de costa y las cañoneras Baracoa y Mercedes. En Nipe se encuentra también inmovilizado como pontón armado y depósito de víveres el cañonero Hernán Cortés, figura 1 Costa sur. Podemos dividirla en cinco secciones que siguiendo el bojeo de la Isla son de Este-Oeste: 1. Desde la punta Maisí al cabo Cruz. El litoral es limpio y escarpado y altas sierras corren a lo largo de la costa que es recta pero con los puer tos de Guantánamo y Santiago de Cuba, con mar profundo. Esta costa sur de Oriente está patrullada por el Vicente Yáñez Pinzón, artífice de la salvación de la plaza sitiada de Banes, en octubre del año 1895, cortando a toda máquina el grueso cable que cerraba el río a costa de averías y de bajas, lo que nos demuestra una vez más la movilidad de estos buques incluso fuera de zona, ya que Banes está en la costa norte, y también el Nueva España, el Marqués de Molins y el Galicia. 2. Del cabo Cruz al puerto de Casilda. La costa dobla bruscamente al Noroeste hacia Manzanillo y la boca del río Cauto donde vuelve a seguir en dirección Oeste formando el gran golfo de Guacanayabo. Terreno bajo y pantanoso rodeado de un rosario de hasta 40 cayos apartados de la costa que Colón llamó «Jardines de la Reina».

— 110 — 1 O) L.

—•111 — En la conflictiva boca del Cauto, que es navegable hasta Cauto del Embarcadero, está fondeado el Centinela. En misiones concretas de protección de convoyes fluviales se emplean diversas unidades, y buena parte de esta zona la patrulla, desde Santa Cruz el Cuba Espa ñola, mientras en el propio Santa Cruz permanece fondeado como pon tón armado el María y de Santa Cruz a Tunas vigilan el Contramaestre, el Ardilla y el Corneta. 3. Del puerto de Casilda a la bahía de Cochinos. El litoral es alto y rocoso, limpio de cayos, con el puerto de Cienfuegos, base del Diego Veláz quez que cubre una extensión de 290 millas. 4. De la península de Zapata a la de Guanahacabides. Con litoral bajo y anegadizo, y en la primera con importante sistema de cayos costeros interiores y exteriores. Del surgidero de Batabanó a Cienfuegos patru llan normalmente el Dardo y el Guardián. 5. Desde cabo Francés al cabo San Antonio de litoral pedregoso no parece ser zona especialmente vigilada por patrulleros. Otras unidades no destinadas a patrulla rutinaria, permanecen en sus bases en espera de comisiones concretas. Este dispositivo, alterado sucesivas veces en lo secundario (nombre, número de barcos y zonas de actuación) había sido posible montarlo como consecuencia del inmediato envío a Cuba de los buques dispo nibles en la Península en el momento de estallar la sublevación, cinco cruceros: Alfonso XII, Mercedes, Conde de Venadito, Ensenada e Isa bel II (que quedaría asignado a Puerto Rico) y seis cañoneros torpe deros: Nueva España, Galicia, Martín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez Pinzón, Marqués de Mo/ms y Filipinas (que se inutilizaría en el viaje). Para tareas auxiliares se incautaron algunos mercantes de menor tamaño como el Reina Cristina, el Antonio López y el Águila. Habiendo proporcionado lo disponible y resultando absolutamente insu ficiente, ya que la efectividad de la vigilancia de tan extensa costa resul taba proporcional al número de barcos utilizables, se había procedido a la construcción inmediata de nuevos buques, primando la celeridad en la entrega sobre el costo y sobre el favorecimiento de la construcción nacional. Así fueron llegando los adquiridos de Estados Unidos y que aparecen ya encuadrados en el dispositivo presentado, los Centinela, Relám pago, Dardo, Esperanza, Intrépida, Mensajera y Valiente. —112— Seis cañoneras construidas en Cádiz: las Almendares, Baracoa, Cauto, Guantánamo, Yumuri y Mayar que habían sido bautizadas con topónimos cubanos, fueron transportadas y embarcadas en mercantes. En el Reino Unido se habían encargado lanchas y cañoneros. Las pri meras, construidas en Cowes fueron: las A/erta, Ardilla, Corneta, Fra dera, Gaviota, Golondrina, Estrella, Flecha, Ligerái Lince, Satélite y Vigía. Los cañoneros Balboa, Diego Velázquez, Ponce de León, San doval y A/varado que hicieron el viaje convoyados por los cruceros que como el Marqués de la Ensenada, llegaron más tarde. Además de los citados, adquiridos o proporcionados por la Armada, se reciben otros tres buques: el Dependiente, regalado por el comercio de La Habana, el Delgado Parejo fruto de una suscripción entre la colonia española de Nueva York, y el Guardián, adquirido por un particular, don Antimógenes Menéndez. Un transporte de tropas armado, el Legazp pasará su última etapa en el puerto de La Habana.

El extraordinario aprovechamiento de un pequeño vapor

El Reina Cristina es un pequeño mercante o remolcador incautado, al mando del teniente de navío Croquer, sus bases son Mariel y el carenero de Cabañas desde que finalizado el año 1896, cesa en la vigilancia de cayos Colorados. Un somero análisis de sus operaciones entre los meses de enero y sep tiembre del año 1897 nos muestra dos circunstancias aplicables al con junto de las fuerzas navales del Apostadero en estado de operatividad; una de ellas es la enorme actividad a que son sometidas y otra la estrechísima colaboración existente entre estos barcos y las autoridades militares loca les de cuyo común acuerdo se aprueban y realizan las operaciones, correspondiendo la iniciativa generalmente al Ejército, pero a veces tam bién al propio comandante del buque que aporta transporte sobre su pro pia cubierta o escolta a otras embarcaciones, cobertura de fuego en el desembarco y progresión de las columnas por la costa, y colaboración de la propia dotación en las operaciones de tierra.

— 113 — Veamos el apretado parte de operaciones de guerra:

— El día 1 de enero hace fuego de cañón sobre un grupo de insurrectos en las proximidades del ingenio Mercedes, en ese día y al siguiente envían a tierra al mando del alférez de navío Aldereguía, gente armada de su dotación y del Ejército y tras un duro encuentro destruyen una embarcación mambí y reembarcados, echan a pique cinco embarca ciones más en río Domingo.

— El día 4 de enero desembarca en el quebrado de Marimar fuerzas pro pias y de la guerrilla local del Carenero reconociendo la zona y enta blando contacto con el enemigo y destruyendo sus salinas y sembrados.

— El día 12 de enero cubre el desembarco de fuerzas de su dotación al mando de su segundo, artilleros del fuerte «Amalia» y fuerzas de la Guardia Civil en la playa de la Herradura, sorprendiendo al enemigo a las tres de la mañana, causándoles bajas, destruyendo salinas, haciendo prisioneros y apoderándose de armas, municiones, reses, caballos, documentación, botiquín, efectos y una gran bandera de seda, reembarcando y conduciendo todo a Cabañas.

— El día 25 de enero, a petición del comandante militar de Mariel, efectúa un reconocimiento por tierra de Tinaja y Vega, organizándose una columna con fuerzas de Infantería de Marina, tropa y marineros que junto al lazareto de Mariel destruye una base enemiga.

— El día 26 de enero, sabiendo el comandante del cañonero que por los ingenios de San Agustín y Rojas vagaban partidas insurrectas, orga niza una pequeña columna al mando de Aldereguía con el refuerzo de 12 artilleros del fortín «Reina Amalia» y desembarcados en la ense nada de Rojas, destruyen un campamento enemigo, apoderándose de impedimenta y armas, haciéndole bajas y teniendo que sufrir la baja de un artillero de mar herido.

— El día 29 de enero en el río Mosquito se apoderan de un bote, soste niendo fuerte tiroteo con el enemigo al que causan tres muertos.

— El día 6 de marzo se efectúan tres desembarcos en unión de fuerzas de artillería en Constante, Herradura y Dominica, causando bajas al enemigo y destruyendo cuatro salinas, armas y municiones.

— El día 7 de marzo, practica un reconocimiento en el río Santa Ana, atra vesando su barra con los botes de a bordo, bajo el fuego de fuerzas insurrectas. Desembarcadas fuerzas de marinería para combatir al enemigo en su propio terreno, le desaloja a la bayoneta de los lugares que ocupan, repitiendo el reconocimiento el día 10, destruyendo dos campamentos y apresando armas y gran cantidad de municiones, aun que teniendo las bajas de dos marineros heridos.

— 114 — — En los días 28, 29 y 30 de marzo se practican, en unión con fuerzas del Ejército, varios desembarcos en Constante, Herradura, cayo Almansigo y Silvera, destruyendo bohíos y campamentos.

— El día 7 de mayo, en operación combinada con fuerzas de la brigada del general Suárez Inclán, se bate al enemigo apresándole 48 cajas de cartuchos máuser y más adelante, en río Mosquito, 193 cajas de car tuchos remington y máuser.

— El día 29 de mayo el cañonero apresa durante un reconocimiento prac ticado en los ríos Salado, Bemes y Guaijabón una embarcación defen dida por los insurrectos desde las alturas que dominan el río.

— El día 10 de junio se reconoce el río Santa Ana bajo el fuego de fuer zas rebeldes, que fueron rechazadas tras resultar heridos el contra maestre Hermida y un marinero.

— Los días 30 de junio y 1 de julio se reconoce la ensenada y río de Jaruco, teniendo encuentro con el enemigo al que se causa algunas bajas.

— El día 15 de julio se lleva a cabo el reconocimiento del río Banes, batiendo su orilla derecha fuerzas de Gerona y marinería armada, dis persando en Garro un grupo avanzado de la partida de Castillo, cau sándoles bajas y apoderándose de impedimenta.

— Los días 31 de julio, 1 y 2 de agosto los cañoneros Reina Cristina y Antonio López con sus dotaciones y fuerzas embarcadas de Infantería de Marina baten la costa de la provincia de Matanzas, quemando cam pamentos y haciendo prisioneros.

— El día 6 de agosto se continúan las operaciones anteriores por la costa de La Habana, con brillantes resultados y destrucción de campamen tos y salinas.

— Del día 7 al 10 de agosto continuando en compañía del Antonio López se bate al enemigo en Gibacoa, quemándose los campamentos de las lomas del Perro, Machado, Narafas y Manglar de Llerena, capturán dose armas, víveres y caballos y haciéndose eñtrega de estos efectos a la guerrilla local de Santa Cruz del Norte.

— Durante los últimos días del mes de septiembre en colaboración con los cañoneros Nueva España y Ardilla y en combinación con fuerzas del Ejército se apresan en distintos puntos de la costa una crecida cantidad de municiones, armas, un cañón de tiro rápido con sus cargas, torpedos aéreos, etc. El número de cajas entre rernington, winchester y máuser ascendió a un total de cerca de 2.000, suficientes para armar a todo un ejército, lo que nos da una idea del volumen de contrabando de guerra que pese a los desvelos de la Armada se introducía en la Isla.

— 115 — Tipos y características de los buques del Apostadero

De acuerdo con las exigencias señaladas la Escuadra del Apostadero constaba de tres tipos de buques para las tres principales misiones. En primer lugar buques propiamente de guerra, artillados para la caza y veloces para el alcance, ni demasiados grandes ni potentes ya que no tenían que oponerse a otros buques de guerra, ni tampoco pequeños ya que su cometido, el capturar barcos de grande y mediano tonelaje desti nados al transporte de ayudas para la sublevación, exige llevar a cabo operaciones mar adentro y con frecuencia aquellos mercantes están arma dos; reservándose para la Escuadra metropolitana los grandes cruceros. Para cumplir ese cometido fueron enviados a Cuba cruceros no protegidos (no tenían porque serlo ya que no se esperaba fuerte respuesta de los mercantes detenidos) de primera y segunda clase; cañoneros de gran tonelaje que recibieron la denominación de cruceros de tercera clase; y cañoneros-torpederos. Otros cañoneros menores y lanchas, con misión fundamental de vigilancia de tramos de costa, eran los ideales para internarse por entre cayos y manglares. Unos, de nueva construcción, se trajeron de España y del extranjero, otros no fueron sino adaptación de antiguos remolcadores y vaporcitos del comercio. Los cruceros servirían para misiones en alta mar, en perfecta coordinación con el servicio diplomático español que informaba de la organización de expediciones en puertos extranjeros y de sus posibles derrotas. Cruceros no protegidos de primera clase había dos:

— El Alfonso XII y el Reina Mercedes desplazaban respectivamente 3.900 y 3.090 toneladas, con 84 m de eslora, 13 de manga y 9,5 de puntal, con un calado de 6,7 m. Alcanzaban una velocidad de entre 13 y 15 nudos, con una autonomía de 4.000 millas. Carecían de cubierta pro tectriz y su artillería principal constaba de seis piezas hontoria de 16 cm; 3 de 57 mm; tres ámetralladoras y 5 tubos lanzatorpedos. Tenían una tripulación de 380 hombres.

— En agosto de 1887 se botaba en Ferrol el primero y en septiembre, en Cartagena, el segundo. En el año 1896 son enviados a Cuba, el pri mero a La Habana y el segundo a Santiago.

— Para cuando estalla la guerra no están ya en actividad. El Alfonso XII, convertido depósito de las otras unidades menores, estaba fondeado

— 116 — muy próximo al Maine cuando se produjo la explosión de éste, y le envió los primeros auxilios con sus botes. Inútil para combatir en el mar, desembarcó buena parte de su artillería para las defensas del puerto. Repatriado tras la guerra fue dado de baja en el año 1900. El Reina Mercedes en circunstancias parecidas, en Santiago de Cuba, desem barcó también su artillería. Con las restantes piezas contribuiría con el Plutón y la artillería de costa, a hundir el mercante Merrimac que pre tendió taponar la bocana el 3 de junio de 1898.

— Tras la destrucción de lá escuadra de Cervera sería hundido por su comandante en la entrada del puerto, siendo posteriormente reflotado por los americanos, mostrado como trofeo de guerra en Annápolis y más tarde desguazado. Cruceros no protegidos de segunda clase fueron los siguientes:

— Los cruceros Infanta Isabel y Conde de Venadito. Son parte de una serie de ocho que de construcción metálica y prácticamente iguales. De entre 1.150 y 1.190 toneladas, tenían una eslora de 64 m, manga de 9,70 m, puntal de 5,33 m y calado de 3,86 m. Alcanzaban una velo cidad de 14 nudos, con una autonomía a marcha económica de 2.000 millas. Sus máquinas de doble presión con cuatro calderas generaban 1.500 caballos. Tenían un aparejo de goleta de tres palos y una super ficie de velamen de 1.132 metros cuadrados. Carecían de protección y su armamento consistía en cuatro piezas ametralladoras y dos tubos lanzatorpedos. Su dotación era de 180 hombres.

— El Infanta Isabel fue el primer crucero metálico construido en España, en La Carraca, y botado en el año 1885, mientras que el Conde de Venadito lo era en Cartagena en el año 1888. Uno de sus hermanos, el Colón, enviado a las Antillas como éstos, se había hundido, como ya hemos señalado, en septiembre del año 1895 en cayos Colorados, frente a la costa de Pinar del Río, y otro, el Isabel II se enviaría desta cado a Puerto Rico. Ambos cruceros tenían su base en La Habana, con la misión de evitar en un primer cinturón defensivo la llegada de expe diciones en favor de los sublevados. El Venadito se había hecho céle bre a raíz de su captura en el año 1895, a la altura de punta Maisí, del mercante norteamericano Alliance, sospechoso de contrabando, que originó un incidente diplomático, y fue el buque que, acabada la guerra, trajo a España los restos de Cristóbal Colón para su enterramiento gra nadino, siendo dado de baja en el año 1902.

— El Infanta Isabel fue también repatriado, prestando servicio hasta su baja definitiva en el año 1926. El Marqués de la Ensenada desplazaba

— 117 — 1.045 toneladas, con 56,40 m de eslora, 9,14 de manga, 4,80 de pun tal, y un calado de 3,80 m. Alcanzaba una velocidad de 14 nudos, con una autonomía de 2.000 millas a marcha no forzada. Sus máquinas daban hasta 2.200 caballos. Tenía una cubierta protectriz de proa a popa de hasta 62 mm de espesor. Contaba con una tripulación de 156 hombres.

— Construido en La Carraca, fue botado en el año 1890, con planos de construcción ingleses. Convocó a los nuevos cañoneros de acero ingleses destinados a Cuba, y en el año 1897 realizó una visita al puerto de Nueva York. Iniciada la guerra cuando se encontraba en reparaciones, cedería parte de su artillería para defensas portuarias. Repatriado, fue dado de baja en 1900.

— El crucerito de 935 toneladas Jorge Juan, botado el 23 de marzo del año 1876 en los astilleros franceses de La Seyne, tenía una eslora de 62 m, manga de 10 m, puntal de 5,55 m y calado de 4,80 m. Alcanzaba una velocidad máxima de 11 nudos, con una autonomía de 1.690 millas. Su propulsión consistía en una máquina de 1.100 caballos, y tenía una arboladura de tres palos en brick-barca con una superficie de velamen de 1.125 metros cuadrados. Su protección era nula y su arma mento pasó de tener 3 piezas parrot de 16 cm, 2 krupp de 75 mm, uno de bronce de 8 cm y dos ametralladoras a disponer de cañones honto ría de 12 cm como piezas principales. Su dotación la componían 160 hombres.

— Era gemelo del Sánchez Barcáiztegui que, afecto al Apostadero de La Habana, se había hundido el 18 de septiembre de 1895 como conse cuencia de su colisión en noche cerrada con el vapor Conde de la Mor tera, pereciendo buen número de tripulantes y entre ellos el coman dante y el almirante del Apostadero, Delgado Parejo. Su velocidad era corta, carecía de protección y su armamento era ligero; así y todo, afecto el Jorge Juan al Apostadero de Santiago, prestó grandes servi cios, dificultando grandemente el contrabando de armas que su sola presencia evitaba.

— El día 3 de enero del año 1897, localizaba frente al golfo de los Mos quitos al mercante Moctezuma del que se había apoderado el cabeci lla insurrecto Morey, y cuando se disponía el crucero a hacer uso de su artillería, el buque insurgente fue abandonado e incendiado por sus tri pulantes que huyeron a la costa en sus embarcaciones de salvamento. Cuando estalló la guerra con Estados Unidos, estaba ya prácticamente inservible, anclado como pontón el la bahía de Nipe donde fue atacado el 21 de julio por el Annápolis, Topeka, Wasp y Leyden a los que devol

— 118 — vió el fuego hasta cuando pudo, decidiendo su comandante hundirlo antes que rendirlo. Los cañoneros torpederos destinados en Cuba fueron seis:

— El Fillpinas desplazaba 570 toneladas con una eslora de 71 m, manga de 8,25 m, puntal de 4 m y calado de 3,75 m. Alcanzaba una velocidad de 20 nudos, con una autonomía de 2.500 millas sin forzar sus máqui nas de 2.500 caballos. Su armamento estaba constituido por dos pie zas de 12 cm en el castillo y toldilla; cuatro nordenfeit de 42 mm; dos ametralladoras de 11 mm y cuatro tubos lanzatorpedos. Su dotación la componían 110 hombres.

— Se había botado en el mes de julio de 1898, construido por Vea-Mur guía de Cádiz. Entregado a la Armada llegó a La Habana el 1 de junio de 1896 pero durante la travesía sufrió serios desperfectos, teniendo que hacer buena parte de la travesía remolcado. Allí se le apreció la incapacidad de sus calderas y máquinas, quedando arrinconado hasta que declarada la guerra con Estados Unidos colaboró con su artillería principal desmontada en la batería de Velasco. Terminada la guerra se vendió en la Martinica.

— Los denominados Martín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez Pinzón, Marqués de Mo/ms, Nueva España y Galicia eran de 570 toneladas, con una eslora de 58 m, manga de 7 m, puntal de 4,22 m y calado de 3,67 m. El Nueva España llegaba a las 630 toneladas. Su velocidad alcanzaba los 18 nudos, con una autonomía a marcha económica de 2.700 millas. La potencia de sus máquinas era de 2.600 caballos. Como armamento contaban con dos piezas hontoria de 12 cm, cuatro nordenfe/t de 57 mm y una ametralladora de 11 mm, completando su poder ofensivo dos tubos lanzatorpedos a proa.

— Los dos Pinzón, el Galicia, y el Marqués de Molins se botaron en La Graña, el Nueva España se botó en La Carraca, todos en el año 1891. Para la construcción de este último la colonia española en México había hecho una importante donación. Con el bloqueo americano quedó el Galicia en Cienfuegos, pero los restantes aún pudieron pres tar servicio mientras aquél no se estrechó demasiado. Estos buques, menos el Galicia, vendido a Venezuela que lo rebautizó como Bolívar, regresaron a España donde siguieron prestando servicios hasta entrado el siglo. Cañoneros:

— El Magallanes desplazaba 540 toneladas; tenía 48 m de eslora y 4,19 de puntal, con un calado de 3,40 m. Contaba con una autonomía de

— 119 — 1,248 millas y alcanzaba una velocidad de 11,5 nudos. Dotado de máquinas de 600 caballos de potencia, tenía una superficie de velamen de 325 metros cuadrados en dos palos. Su armamento lo constituían tres piezas hontoria de 12 cm, dos ametralladoras nordenfelt de 25 mm y una de 11 mm. La tripulación era de 95 hombres.

— Se botó en Cádiz en enero del año 1884 y fue destinado a La Habana. En el año 1898 ya no contaba como fuerza naval activa, sirviendo de pontón.

— Los cañoneros de primera clase Hernán Cortés, Pizarro y Vasco Núñez de Balboa, desplazaban 300 toneladas y tenían una eslora de 47,43 m, manga de 6,58 m, puntal 3,35 m y calado de 1,90 m. Alcanzaban los 13 nudos de velocidad, con una autonomía de 2,700 millas y una potencia de 352 caballos. Su armamento consistía en dos cañones nordenfelt de 75 mm y dos ametralladoras maxim de 7 mm. Su tripulación era de 50 hombres. Fueron botados en 1895 en el astillero Clydebank de Glasgow.

— En Cienfuegos estuvo el Balboa y entre Caibarién y Nuevitas los otros dos, teniendo ocasión, una vez estallada, la guerra de intercambiar dis paros con los bien armados cruceros auxiliares norteamericanos.

— El Pizarro fue hundido en Nuevitas por su propia dotación; regresando los otros a España y tomando parte en las campañas rifeñas, siendo dados de baja en los años veinte.

— El cañonero Diego de Velázquezdesplazaba200toneladas, corría a 12 nudos y estaba artillado con dos cañones nordenfelt de 57 mm y dos revólver de 37 mm, disponiendo de una dotación de 40 hombres. Este buque, asignado a Cienfuegos, tuvo que batirse, en unión de varias lanchas, el 13 de junio de 1898 con otros enemigos muy superiores, sufriendo graves daños por lo que no pudo ser repatriado, siendo remolcado y vendido en la Martinica.

— Los cañoneros Sandovaly Alvarado sólo tenían 100 toneladas y daban 10 nudos, contando con un cañón de 57 mm y otro revólver de 37 mm. El Sandoval estaba en Guantánamo, cuando el 19 de mayo de 1898 entró en combate con varios buques enemigos entre los que se encon traba el crucero Marbiehead y ante su inevitable destrucción fue echado a pique por la dotación y posteriormente reflotado por los nor teamericanos. El Alvarado capituló con la plaza donde se encontraba, Santiago. Ambos pasaron a servir en la nueva Armada en la que con servaron sus nombres. Las lanchas denominadas cañoneras que se construyeron para Cuba fue ron en total 18, y sus características, tanto las de las seis de fabricación

— 120 — española encargadas a los astilleros Vea-Murguía y Noriega de Cádiz, como las 12 fabricadas en los astilleros ingleses de Cowes, White y Forest, eran similares, de acuerdo con las exigencias del concurso para su adju dicación de abril de 1895. Eran embarcaciones pequeñas de 21 m de eslora por 3,60 m de manga. Sus misiones por bajos y remontando las barras de los ríos imponían un calado máximo dé 1,5 m y su casco, ante las eventualidades de los posi bles roces con escollos y arrecifes era de acero Siemens-Martin con mam paros estancos. Eran capaces de mantener una velocidad de 10 nudos durante ocho horas con tiro normal y sin forzar la máquina, lo que les per mitía llegar con rapidez o retirarse, sin dar al enemigo la oportunidad de desmantelar sus campamentos o retirar su impedimenta. Su autonomía era de 700 millas, suficiente para recorrer un buen tramo de costa y regre sar sin angustia a la base. Ante la eventualidad de verse sin vapor arbola ban dos palos desmontables. Su poder militar, obligadamente pequeño frente a otras unidades, era el máximo exigible para un buque de sus características: una pieza de 42 mm nordenfelta proa, y una ametralladora maxima popa. Su dotación ron daba la veintena de hombres entre mandos, marineros y maquinistas al mando de un teniente de navío o un alférez de navío y un contramaestre. Tenían la posibilidad de llevar sobre cubierta pequeñas unidades de tropa o de Infantería de Marina y contaban con un bote para desembarcos, per maneciendo durante éstos normalmente fondeados. La proximidad a tierra que su bajo calado permitía, fue causa de frecuentes ataques por parte de las partidas emboscadas en la costa que producían frecuentes impactos en el casco y escasa obra muerta, que, no habiendo, ocasión de reparar más que los peligrosos, les daba a los pocos meses de campaña aspecto de auténticos coladores. La mayor parte de ellas fue hundida por las pro pias dotaciones para evitar que cayesen en manos del enemigo. Hasta principios del mes de abril del año 1898 las diversas unidades de la Escuadra del Apostadero de La Habana, se hallaban «de estación», con carácter no definitivo, en distintos puntos del litoral, afectas a siete divisio nes navales de las que cuatro correspondían a la costa norte y tres a la sur, figura 2. En la costa norte las divisiones tenían las siguientes cabeceras y cubrían los siguientes tramos de costa: —121— 1’ .‘- / . / /

1

-

a) u.

— 122 — — Baracoa con competencia desde punta Maisí a puerto Tánamo.

— Gibara entre Tánamo y Gibara

— Nuevitas entre Gibara y Guanaja

— Sagua la Grande entre Guanaja y Sagua la Grande

— Desde La Habana se vigilaba con buques destacados la costa entre Matanzas y cabo San Antonio. La costa sur contaba don tres divisiones:

— La establecida en Santiago de Cuba cubría entre punta Maisí y cabo Cruz.

— La establecida en Manzanillo vigilaba la costa entre cabo Cruz y Santa Cruz.

— A la que tenía su cabecera en Trinidad de Cuba correspondía hasta Pinar del Río. Entre ellas se fueron distribuyendo los buques en diferentes momentos, pero a principios del año 1898 se dispuso la concentración de los cruceros y de los cañoneros de primera clase en el puerto de La Habana en previ Sión de un conflicto armado con Estados Unidos, a fin de que el probable enemigo no encontrase las pocas unidades de algún valor combativo dis persas y se pudiese así llevar a cabo una operación conjunta. A raíz del bloqueo por las fuerzas navales americanas, las actividades de las unidades se redujeron a las imprescindibles, suprimiéndose las vigi lancias y estableciéndose nuevas bases, y poco después se dispuso defender la mayor parte de los puertos posible, quedando distribuidas las fuerzas en la siguiente forma:

— En La Habana, el crucero protegido de primera clase Alfonso XII, los cruceros no protegidos de segunda clase Conde de Venadito, Infanta Isabel y Marqués de la Ensenada; el crucero no protegido de tercera clase Magallanes; los cañoneros-torpederos Marqués de Molins, Mar tín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez Pinzón, Nueva España y Filipinas, junto con el transporte de guerra Legazpi y las cañoneras supérstites Flecha y Águila. También el Criollo, perteneciente a la Comisión Hidro gráfica y las lanchas auxiliares María, Anita, Amalia y La Perla.

— Las defensas portuarias se incrementaron con parte de la artillería de los buques inservibles, del Alfonso XII se desmontaron sus seis caño nes de 16 cm que fueron a instalarse en las baterías de la Reina y La Chorrera. Del crucero Marqués de la Ensenada se quitaron dos piezas nordenfelt de 57 mm que pasaron a la posición de Cojimar, y del caño nero Filipinas se sacaron los cañones de tiro rápido de 12 cm, mon

— 123 — tándose en la batería de Velasco. Todas estas piezas quedaron bajo el mando y fueron servidas por oficiales y artilleros de los respectivos barcos.

— Las defensas submarinas consistían en torpedos eléctricos colocados en una doble línea protectora externa e interna y otra línea más de tor pedos mecánicos Bustamante. En una plataforma flotante se montaron dos tubos lanzatorpedos.

— En Mariel, los cañoneros María Cristina y Vigía. Su puerto se protegió con una doble línea de torpedos, montándose baterías con cañones antiguos y de campaña de las fuerzas de Ejército de su guarnición.

— En Matanzas no se situaron barcos, pero se fondearon torpedos Bus tamante para su defensa.

— En Cárdenas, el A/erta, la Ligera y el Antonio López, estableciéndose defensa submarina en base a torpedos Bustamante.

— En Caibarién, el Hernán Cortés, el Cauto, el Valiente y la Intrépida.

— En Sagua, las cañoneras Lealtad y Mayarí.

— En Nuevitas el cañonero Pizarro, las lanchas Yumuríy Golondrina y el vapor incautado Humberto. Se fondearon asimismo defensas submari nas.

— En Nipe, la cañonera Baracoa y el pontón Jorge Juan. Se fondearon en la parte más estrecha de la boca del puerto 13 torpedos Bustamante del Jorge Juan.

— En Batabanó las cañoneras Ardilla, Fradera, Almendrales y Dardo.

— En Cienfuegos, el cañonero-torpedero Galicia, los cañoneros Vasco Núñez de Balboa, A/sedo y Diego de Velázquez y las cañoneras Gaviota, Corneta, Lince, Satélite y Contramaestre. Las defensas sub marinas de este puerto consistieron en una doble línea de torpedos Mattienson y Bustamante.

— En Casilda el cañonero Delgado Parejo y las cañoneras Dependiente y Guantánamo, juntamente con el pontón Fernando el Católico.

— En Manzanillo el cañonero Cuba Española, el Guardián y las cañone ras Estrella y Centinela, junto con el pontón María.

— En Santiago de Cuba, el crucero no protegido de primera clase Reina Mercedes, el cañonero Alvarado y el vapor transatlántico México.

— Del Reina Mercedes se desmontaron cuatro de sus cañones de 16 cm, emplazándose en las baterías de la Socapa y Punta Gorda, y se colo caron líneas de torpedos eléctricos Latiner Clark, protegidas por un cañón nordenfeltde 57 mm y cuatro ametralladoras, desmontados tam bién del Mercedes, que con el resto de su artillería se fondeó entre cayo Smith y la Socapa.

— 124 — — En Guantánamo, el cañonero Sandoval. Este puerto también disponía de defensas submarinas basadas en torpedos Bustamante.

— Para la instalación de las defensas submarinas se contó, tanto con los torpedos existentes en la Brigada Torpedista, como otros de lo que dis ponían los buques mayores. Desde el momento en el que comenzaron los preparativos para la defensa se ordenó que se retiraran las boyas y balizas fondeadas en los puertos y canales, aunque se sabía que el enemigo contaba con buenos prácticos entre los cubanos insurrectos, ordenándose a última hora también la concentración de embarcacio nes, transportes y pesqueros a fin de evitar el espionaje enemigo y una posible comunicación con la «quinta columna».

— Para que no hubiese embarazo en el posible combate, se ordenó qui tar las vergas de la arboladura de los cruceros, quedando los cañone ros con sólo el palo de proa, para señales. Esta actitud defensiva de concentración en los puertos no supuso sin embargo, la paralización de actividades por parte de la Escuadra española que en lo posible continuó manteniendo el contacto entre los puertos por medio de un servicio de lanchas que eludía fácilmente el bloqueo, y llevando a cabo misiones de protección de convoyes e incluso de combate.

Principales acciones

El primer encuentro que tuvo la Escuadra de Cuba con los americanos fue el combate que sostuvo el 25 de abril de 1898 la cañonera Ligera con el torpedero Cushing cerca de Cárdenas y del que se retiró el buque ameri cano escorado y con averías, resultando la cañonera ilesa. El día 8 de mayo el Antonio López, el A/erta y la Ligera batieron, ocultos en el canal de las Morlas, al torpedero Ericsson que se pudo retirar gracias a la intervención del crucero Castine, sin sufrir novedad nuestros buques. El 11 de mayo tenía lugar el combate de Cárdenas. Era una población indefensa en la que habían quedado bloqueados dentro del puerto dos lan chas cañoneras de 40 toneladas, Ligera y A/erta y un remolcador de 120 toneladas, perteneciente a la Compañía Trasatlántica, Antonio López, armado con una pieza nordenfe/t de 57 mm montada a proa. A mediodía del 11 de mayo decidieron atacar los buques bloqueadores, provistos de un práctico cubano y aprovechando la marea creciente. Entró primero el torpedero Winslow, por ser el de menor calado, seguido por el

— 125 — cúter Hudson, armado de dos cañones de 57 mm de tiro rápido y el caño nero Wilmington de 1.398 toneladas, con 8 cañones de 10 cm, 4 de 37 mm y cuatro ametralladoras, quedando fuera otro más, el Machias. Las dos lanchas cañoneras españolas se retiraron buscando refugio, en el litoral de la bahía y el remolcador por su mayor calado, se atracó al mue lle, no sólo para ofrecer el menor blanco posible, sino para salvar mejor a su gente si era destruido. A las 13.40 horas, a unos 1.500 m de la población se destacó el Wins/ow para buscar al Antonio López al que no veía, cayendo heridos el comandante y un teniente de navío. El Wiimington y el Hudson cañonearon a su vez al remol cador, no consiguiendo acallar su fuego, y pensando que este fuego soste nido no podía proceder de un solo cañón, bombardearon la ciudad. Poco después de las tres de la tarde se retiraba la escuadrilla americana, remolcado el Winslow por el Hudson. Tanto éste como el Wllmington tuvie ron averías de escasa consideración. El Antonio López fue alcanzado dos veces, sufriendo un pequeño incendio y la baja de un fogonero, agotando todas las municiones. A fin de obligar a los americanos a emplear mayores fuerzas en el bloqueo de La Habana y descongestionar otros puertos, especialmente el de San tiago, el 14 de mayo salieron del Apostadero los cruceros Conde de Vena- dito y Nueva España que rompieron fuego sobre la escuadra bloqueadora causando daños en uno de los buques enemigos, consiguiéndose el pro pósito principal. En Casilda, el día 20 de junio el cañonero Dependiente y el pontón Fer nando el Católico, salvan al vapor mercante Purísima Concepción que pro cedente de Jamaica y cargado de víveres trataba de romper el bloqueo, de la persecución y ataque de un buque americano. El día 14 de agosto el Hernán Cortés obliga a retirarse con averías al trans porte armado Man gro ve de 600 toneladas.

La repatriación de la Escuadra de las Antillas

Urgidos por el plazo impuesto por las autoridades americanas y que no admitía demora, la primera parte del viaje de repatriación de 11 pequeños buques se realizó con tiempo duro durante las 1.700 millas que por término medio necesitó cada barco desde La Habana a la isla de Martinica donde

— 126 — secompletó la escuadrilla con la llegada del Hernán Cortés que con él Galicia y otros había arribado primero a Kingston (Jamaica) con ligeras averías, reuniéndose todos en Fort de France el día 22 de enero de 1899. En este puerto se procede a llevar a cabo todas las reparaciones necesa rias para emprender la difícil travesía del Atlántico por unos buques de pequeño tonelaje, de poco andar, de malas condiciones marineras, de endeble construcción y de escaso calado, hechos para navegar entre los cayos de Cuba, y para la que no alcanzaban los radios de acción de ninguno de ellos ni aún buscando los límites continentales más próximos, ya que había que atravesar zonas de alisios frescos entre los 6° y 18° de latitud Norte, no pudiéndose contar con un andar superior a cinco millas como promedio, con tres calderas en función en los buques del tipo caño nero-torpedero y a velocidad de régimen económico los demás. Pronto se descarta de la navegación el Galicia por necesitar reemplazo total de los tubos de sus calderas y condensadores, el Filipinas, imposibi litado de movimientos propios y que había venido remolcado desde La Habana por el Patriota, y el Diego Velázquez por estarse tratando su venta. Así pues, la escuadrilla la componían el crucero de 1.000 toneladas Marqués de la Ensenada; los cañoneros-torpederos con un tonelaje de 600 Vicente Yáñez Pinzón, Martín Alonso Pinzón, Marqués de Molins y Nueva España y los cañoneros de entre 300 y 500 toneladas Magallanes, Hernán Cortés y Vasco Núñez de Balboa. Las malas condiciones de los barcos, la diferencia de tipos y la estación en que se iba a realizar convertían la travesía en arriesgada, aún contándose, corno se contaba, con dos buenos remolcadores, Rápido y Patriota, que, aunque de gran marcha, tonelaje y recursos, no estaban provistos de más medios especiales de remolque que los habituales. En un principio se pensó dirigirse a Cayena para de ahí bajar a Pará, en la boca del Amazonas y cruzar desde allí el océano, pero más tarde se deci dió como mejor la derrota propuesta por el comandante del Patriota, capi tán de fragata Barrieri, de seguir la llamada del Norte, o sea, buscar con rumbos en esa dirección el límite de la zona de los alisios, más flojos cuanto más se sube, y correr hacia el Este por los 21° de latitud, próximos a la zona de las calmas tropicales o la de los variables, para alcanzando las longitudes de 25° a 20°, bajar al archipiélago de Cabo Verde, asegu rando así la arribada si algo iba mal, o siguiendo hacia Canarias en caso de no haber problemas.

— 127 — Decidida la derrota a seguir se procedió a repostar todos los buques, lle nando no sólo las carboneras hasta los topes, sino embarcando todo lo posible en sacos, especialmente en el Marqués de la Ensenada, que embarcó hasta 50 toneladas y cada uno de los cañoneros-torpederos 40, estibándolas sobre cubierta y en otros lugares. Se acordó que cada buque auxiliar llevase constantemente dos buques de guerra a remolque, navegando los demás con sus máquinas hasta que la existencia de combustible se redujera a una tercera parte, (unas 1.400 millas andadas) para proceder entonces al relevo. Pero el Hernán Cortés y el Vasco Núñez de Balboa merecían especial cuidado y se dudaba que pudiesen resistir ya que sólo disponían de una máquina y de un genera dor; si se averiaban ello podría acarrear un gravísimo inconveniente para toda la escuadrilla que tendría que detener su marcha y buscar una solu ción para el conjunto, por ello se decidió llevar remolcados continuamente a estos buques conflictivos y dotar de una carga extra de carbón, 400 tone ladas, a los grandes buques auxiliares cuyos botes salvavidas se prepara ron para la difícil y delicada faena de dar carbón en la mar cuando fuese necesario. El día 7 de marzo zarpaba la escuadrilla al mando del capitán de navío don José Marenco Gualtier, que, como ya hemos visto, había ostentado hasta entonces el cargo de jefe de Estado Mayor de la Escuadra del Apostadero de La Habana. La puesta en movimiento del conjunto de pequeños buques despertó un gran interés entre la población y dotaciones de los buques franceses y extranjeros ya que el intento se consideraba por muchos, incluido el almi rante francés Escande, como arriesgadísimo. El viaje se realizó en 26 singladuras, jornadas de 24 horas contadas desde el mediodía, efectuándose la salida del mar de las Antillas por el canal entre las islas de Guadalupe y Antigua al principio de la tercera singladura y aprovisionándose de carbón y realizándose el primer relevo de buques remolcados, aprovechando las buenas circunstancias de mar y viento, entre la décima y undécima singladuras. En la decimosexta un descenso anormal del barómetro, la mar tendida y el cariz del cielo aconsejaron correr al Sur unas 120 millas, pudiendo así dar 48 horas después carbón con toda calma al siguiente relevo. En la vigesimoprimera se recalaba al sur de la isla de Hierro, donde en once horas se dio carbón a la flotilla y de allí se arrumbó a Santa Cruz de

— 128 — Tenerife, donde se incorporó el Magallanes, destacado dos días antes para averiguar noticias del tiempo. El día 1 de abril entraban en el puerto de Cádiz tras haber largado sus remolques el Hernán Cortés y el Vasco Núñez de Balboa, para hacerlo con toda dignidad. Las singladuras habían oscilado entre las 83 y 186 millas de recorrido; las averías fueron ligerísimas y rápidamente atendidas por las dotaciones, habiéndose conservado la formación más pertecta durante la travesía gra cias a la pericia de los comandantes y a las medidas y previsiones adop tadas por el jefe de la Escuadra y que habían sido redactadas y distribui das en forma de instrucción. Así se cerraba el triste pero honroso capítulo de la Escuadra de Operacio nes de Cuba con una indudable hazañá marinera que prácticamente ha pasado desapercibida a los historiadores.

Bibliografía

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— 129 — DE LA HABANA A SANTIAGO: DECISIONES OPERACIONALES DE ESTADOS UNIDOS PARA CUBA, 1898

DR. GRAHAM A. COSMAS Centro de Historia del Ejército de Estados Unidos. DE LA HABANA A SANTIAGO: DECISIONES OPERACIONALES DE ESTADOS UNIDOS PARA CUBA, 1898

Al emprender la guerra contra España en 1898, Estados Unidos poseía un potencial militar casi ilimitado, pero su poderío real era bastante reducido. Su Ejército y Marina, aunque recién modernizados y renovados, eran orga nismos pequeños en comparación con los de las potencias europeas, y estaban dispuestos para actuar como fuerzas policiales y defender el comercio, no para librar guerras en gran escala. De modo que el presi dente William McKinley y sus consejeros civiles y militares debieron con frontar el reto de utilizar las fuerzas existentes y las que fueron moviliza das luego de declararse la guerra, con el fin de alcanzar su principal objetivo: la expulsión de las fuerzas militares españolas situadas en Cuba, con la mayor prontitud y al menor costo posibles. Varios fueron los facto res que influyeron en las decisiones tomadas. Los planes de contingencia, los objetivos de guerra del presidente McKinley, la situación militar espa ñola, las diferencias en el grado de apresto entre el Ejército y la Marina estadounidenses, la amenaza de las enfermedades tropicales y las manio bras de la flota española fueron todos factores que contribuyeron a decidir el curso final de acción. Aún cuando las instituciones estadounidenses para el planeamiento y dirección de la guerra eran informales y rudimentarias en comparación con las que ahora existen, le permitieron a McKinley coordinar las operaciones militares y le facilitaron el logro de las metas de su política. El presidente se reunía regularmente con sus ministros de Guerra y Marina y con los altos jefes de los servicios con el fin de decidir asuntos de carácter estra tégico y operacional. Bajo su dirección, el ministro de Guerra, Russel A.

— 133 — Alger, y el ministro de la Marina, John D. Long, administraban al Ejército y la Marina a través de los jefes de Estado Mayor y ejecutaban operaciones militares por intermedio de los comandantes expedicionarios y de escua drón. En la Marina, la Escuela Superior de Guerra y, posteriormente, una junta estratégica nombrada por el ministro Long se responsabilizaban de preparar planes operacionales y de contingencia. En el Ejército, se encar gaban de estas funciones los jefes de Estado Mayor en Washington, los comandantes expedicionarios y las juntas militares especiales. Inmedia tamente antes del estallido de la guerra, los ministros Alger y Long nom braron una Junta del Ejército y la Marina cuya función era armonizar los planes y los servicios (1). Los norteamericanos contaban con una amplia variedad de información de inteligencia acerca de la situación de los españoles en Cuba y Puerto Rico, y, en menor grado, en las Filipinas. Con anterioridad a la guerra, obtuvie ron mucha información de lo que ahora llamaríamos «fuentes abiertas»: viajeros, comerciantes, exilados cubanos, estadounidenses que habían combatido en el bando de los insurrectos cubanos, periodistas y publica ciones, tanto norteamericanas como extranjeras. En el ámbito oficial, los agregados militares estadounidenses en Madrid y otras capitales rendían regularmente información acerca de las fuerzas españolas y sus operacio nes. El Departamento de Estado regularmente comunicaba al Ejército y la Marina información política y militar proveniente de sus consulados en Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Una vez iniciado el conflicto, las fuerzas militares estadounidenses establecieron contacto con los rebeldes cuba nos y comenzaron a recibir de ellos información sobre el terreno y los dis positivos españoles. Aprovechando esta información, la Oficina de Inteli gencia Naval y la División de Información Militar del Ejército, ambas establecidas en el transcurso de la década anterior, publicaban mapas, órdenes de batalla y otros estudios para información de los planificadores y comandantes (2). Habiendo observado la guerra desde su principio en el año 1895, los pla nificadores militares estadounidenses reconocieron que las fuerzas espa ñolas en la Isla, aunque numerosas, estaban mal preparadas para enfren

(1) El sistema de mando de McKinley está resumido en COSMAS GRAHAM, A. Joint Operations in the Spanish-American War, BRADFORD, JAMEs, C. (Editor), Crucible of Empire, p. 99. Annapolis, 1993. (2) TRASK, D. F. American Intelligence during the Spanish-American War, BRADFORD JAMEs, C. Crucible of Empire, pp. 23-43.

— 134 — tarse a una potencia naval y terrestre. Los 200.000 soldados regulares españoles se habían dispersado ampliamente para combatir a los 35.000 y tantos guerrilleros insurrectos. La necesidad de defenderse de las gue rrillas, juntamente con la falta de carreteras y vías férreas, le impedirían a las fuerzas españolas realizar las concentraciones necesarias para ayudar a sus guarniciones sitiadas o contraatacar fuerzas invasoras. Únicamente La Habana y San Juan, Puerto Rico, poseían fortificaciones modernas y baterías costeras capaces de rechazar a ejército convencional y una flota de la Marina. Estados Unidos, si dóminaba el mar, podía selecóionar a su antojo los puntos de ataque y avasallar a las guarniciones españolas en Cuba, una por una. De hecho, bien podría ser innecesario lanzar ataques terrestres. En una isla devastada por tres años de guerra, el Ejército espa ñol, para sobrevivir, no tenía más alternativa que importar comestibles y otros suministros. Si se disponía de suficiente tiempo, bastaría un bloqueo naval para matar de hambre a los defensores españoles (3). En sus planes de contingencia para una guerra con España en torno a Cuba, el Ejército y la Marina de Estados Unidos tomaban estos factores en cuenta. Entre los años 1896 y 1898, la Marina, que ambos servicios espe raban sería la principal fuerza ofensiva, preparó una serie de planes en los que figuraban los mismos elementos. En ellos se disponía que la flota atlántica bloquearía los principales puertos cubanos al inicio de las hostili dades, en tanto que la Escuadra asiática atacaba a Manila a fin de atraer a las unidades navales de España y entorpecer el comercio de esta nación. Mientras tanto, el Ejército debía defender las costas de Estados Unidos, organizar una fuerza expedicionaria y enviar destacamentos con armas y suministros para que los cubanos pudieran ampliar sus operacio nes. Los planificadores esperaban que el bloqueo produciría un choque decisivo con la flota española, tal como se preveía en los escritos del capi tán Alfred Thayer Mahan. Si la derrota naval, en combinación con el blo queo y la intensificación de la guerrilla, no obligaban a los españoles a reti rarse de Cuba, los planificadores recomendaban que el Ejército de Estados Unidos atacara La Habana, capital de la isla y centro del poderío militar español. A principio de abril de 1898, la Junta del Ejército y la Marina aprobaron esta estrategia, pero siguieron considerando que el ataque con tra La Habana era optativo, y debía evitarse en lo posible, ya que produci

(3) COSMAS GRAHAM, A. An Army for Empire: The United States Army in the Spanish-American War, segunda revisión reeditada, pp. 70-74. Shippensburg, PA. 1994.

— 135 — ría bajas numerosas tanto por el combate como por las enfermedades, principalmente la fiebre amarilla, que, según los norteamericanos se habían enterado, había causado estragos en las filas militares españolas en Cuba (4). Estos planes de contingencia sirvieron de base a los preparativos de gue rra iniciados en el Ejército y la Marina de Estados Unidos poco después del hundimiento del Maine, y cobraron ímpetu durante marzo y abril, cuando se hizo patente que sería difícil hallarle una solución diplomática a la cri sis. La Marina organizó algunas escuadras en el Caribe y en el Lejano Oriente, incrementó su flota con naves auxiliares y de suministro, y duplicó sus efectivos de personal. El Ejército, en este mismo lapso, dedicó gran parte de sus energías a fortalecer las defensas de los principales puertos marítimos, y a mediados de abril principió a concentrar la mayoría de sus 25.000 soldados regulares a lo largo de la costa del golfo de México en preparación para actuar como fuerzas expedicionarias. Los planes de movilización de tropas adicionales, sin embargo, se paralizaron por una prolongada disputa en el Congreso en torno al papel que correspondía a las milicias estatales de la Guardia Nacional, que fue resuelta faltando ya muy poco para la declaración de guerra. El Ejército, a la larga, subió sus efectivos a cerca de 300.000, o sea el doble de lo que el alto mando con sideraba necesario, procediendo las tropas principalmente de la Guardia Nacional y habiéndose convertido en «Voluntarios de Estados Unidos» organizados por los Estados. El reclutamiento y organización de estas tro pas no dio inicio sino hasta la primera semana de mayo y se vio afectado por escasez de equipo y suministros de todo tipo y por la carencia de comandantes y oficiales de plana o Estado Mayor con experiencia (5). La falta de preparación para iniciar de inmediato operaciones en gran escala, junto con otras consideraciones, convenció al presidente McKinley que debía adoptar una estrategia conservadora al principio de la guerra. El

(4) TRASK, D. F. The War with Spain in 1898, pp. 72-78, 88-91. Nueva York, 1981. COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 75-82. U.S. National Archives, Washington, D. C., Re cords of the Adjutant General’s office (Record Group 94), file número 198209, Memorándum, capitán AS. Barker, USN y asistente general Arthur L. Wagner, EUA, al ministro de Guerra, 4 de abril de 1898, citado a continuación como BARKER Y WAGNER, Memorándum, 4 de abril de 1898, contiene los puntos de vista del Consejo Conjunto del Ejército-Marina de Guerra. (5) Preparativos de alistamiento se encuentran resumidos en TRASK, D. F. War with Spain, pp. 80-94; y COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, capítulos 3 y 4.

— 136 — presidente, veterano de la guerra civil, reconoció que este nuevo conflicto era de carácter limitado, por lo que convenía expulsar a los españoles de Cuba con un mínimo de bajas y combate. El estallido del conflicto coinci dió con la llegada de la época lluviosa en Cuba, temporada en que la fie bre amarilla, la malaria y otros males que amenazarían a las tropas de cualquier ejército invasor, alcanzaba su punto máximo. El comandante general del Ejército, general de división Nelson A. Miles, con apóyo del cirujano general, estaba convencido que convenía posponer las operacio nes terrestres hasta el otoño, cuando el peligro de la fiebre se habría des vanecido y el Ejército estaría mejor preparado y equipado. Y por último, había que tomar en cuenta la aparente amenaza que representaba la Escuadra española del almirante Pascual de Cervera, reunida en las islas del Cabo Verde, y que contenía cuatro de las más potentes naves blin dadas de España. La presencia de Cervera obligó a McKinley a situar una escuadra naval en la costa atlántica para evitar el peligro de posibles incur siones por los españoles. Además del riesgo que esto representaba para sus propias costas, los estadounidenses se mostraban renuentes a invadir Cuba hasta que se dispersara la flota enemiga. La renuencia se intensificó cuando las embarcaciones de Cervera zarparon del Cabo Verde él 29 de abril y desaparecieron en el Atlántico, con destino y propósitos desco nocidos (6). Por todas estas razones, McKinley rechazó en los últimos días de paz una propuesta de la Marina, según la cual el contraalmirante William T. Samp son debía atacar La Habana con sus cruceros blindados y sus acorazados, que entonces se concentraban en el cayo Hueso. El día 20 de abril, en reu nión de los consejeros de guerra en la Casa Blanca, el presidente decidió que, una vez iniciadas las hostilidades, la Marina bloquearía Cuba y eje cutaría el proyectado ataque sobre Manila. El Ejército debía dedicar el verano a la organización, equipamiento y adiestramiento de su numerosa fuerza de voluntarios. Mientras tanto, las unidades del Ejército Regular reunidas en Tampa, Nueva Orleans y Mobile, realizarían incursiones sobre Cuba para hacer cuerpo de presencia y llevar ayuda a los insurrectos. De ser necesario, una fuerza expedicionaria de al menos 50.000 hombres ata caría La Habana en el otoño (7).

(6) COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 79, 95-96. (7) La propuesta de ataque de la Marina de Guerra se encuentra descrita en CHADWICK FRENCH, E. Contralmirante French Ensor, The Relations of the Unifed States to Spain: The Spanish-American War, dos volúmenes, pp. 63-64, 70-88. Nueva York, 1911. La decisión de Mckinley es examinada COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 97-98.

— 137 — Estas decisiones sirvieron de guía a las acciones iniciales estadouniden ses. El 23 de abril, luego de que el Congreso de Estados Unidos autorizó la intervención armada en Cuba, Sampson despachó embarcaciones con la misión de cerrar La Habana y los demás puertos importantes en el lado occidental de la Isla. Seis días después, luego de la declaración formal de guerra, el Ministerio de la Guerra ordenó al general de brigada William R. Shafter, de Tampa, preparar 6.000 soldados del Ejército Regular para efec tuar una expediciór contra la costa sur de Cuba. El general Miles informó a Shafter que la fuerza expedicionaria, que debía permanecer en tierra apenas unos cuantos días, tenía por finalidad servir como «fuerza de reco nocimiento» con el fin de dar ayuda y ánimo a los insurrectos y causarle a las fuerzas españolas el mayor daño posible, (a la vez que) evitaba a toda costa daños a su propio comando. Al enterarse que Cervera había zarpado del Cabo Verde, el Gobierno ordenó la cancelación de la operación y puso en marcha varias expediciones de menor escala destinadas a llevar armas y suministros a los cubanos (8). La victoria del comodoro George Dewey en Manila el primero de mayo pro dujo varios cambios drásticos en los planes de guerra de Estados Unidos. Como reacción a las primeras noticias de la victoria en el Lejano Oriente, el presidente McKinley, además de ordenar el despacho de 20.000 solda dos del Ejército en apoyo de Dewey en Manila, decidió acelerar la cam paña en Cuba. El día 2 de mayo, en otra reunión del Consejo de Guerra, el presidente McKinley ordenó a los ministros Alger y Long emprender una expedición en contra de La Habana tan pronto como pudiera reunir sufi cientes barcos y hombres. Siguiendo un plan delineado por la Junta Estra tégica del Ejército-Marina, se emprendería la invasión con la toma del puerto Mariel, unas 20 millas al oeste de La Habana, que se usaría como base para concentrar las fuerzas estadounidenses y marchar hacia la ca pital (9). Al tomar esta decisión, McKinley rechazó las objeciones del general Miles, que nuevamente advertía que el Ejército precisaba de más tiempo para prepararse y que era necesario evitar la invasión en época de lluvia. Miles advirtió, además, que sería un error desde el punto de vista militar lanzar

(8) La orden de 29 de abril es de ALGER RUSSELL, A. The Spanish-American War, pp. 115-116. Nueva York y Londres, 1901. BARKER Y WAGNER, Memorándum, 4 de abril de 1898. (9) ALGER RUSSELL, A. Spanish-American War, pp. 46-47. CHADWICK FRENCH, E. Spanish American War, II, p. 8. COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 115-116. BARKER Y WAGNER, Memorándum, 4 de abril de 1898.

— 138 — un ataque dirécto contra la guarnición española más fuerte en la Isla. Como alternativa a esto, recomendó una campaña contra las guarniciones más débiles en el este de Cuba y en Puerto Rico, que según dijo aplica rían presión sobre los españoles a un costo en vidas más bajo para Esta dos Unidos (10). Aún cuando no dejó constancia de las razones que lo impulsaron a des- cariar su anterior cautela, el presidente McKinley, ansioso por acortar la guerra, seguramente buscaba explotar al máximo el ímpetu militar y diplo mático creado por la victoria de Dewey. El contundente triunfo fortaleció la confianza de los estadounidenses en que la Marina podría derrotar a Cer vera si éste se presentaba en el Caribe, por lo que una invasión inmediata parecía ser menos peligrosa. El ministro de la Marina, Long y sus oficiales veían con inquietud la posibilidad de tener que continuar el bloqueo de Cuba inclusive durante la temporada-de los huracanes. Abogaron por una pronta invasión, aunque sólo fuera para tomar un puerto en el que sus naves pudieran reaprovisionarse de carbón, hacer reparaciones y prote gerse de las tormentas. Aún cuando la campaña principiaría durante las etapas preliminares de la movilización, habría suficientes tropas regulares para asegurar los puntos iniciales de acantonamiento, y la flota podría pro teger la marcha hacia Mariel sin dejar de cubrir La Habana, considerada el más probable destino de Cervera. McKinley pudo estar convencido que, aún cuando se retardara el ataque final contra La Habana, el estableci miento de una poderosa fuerza estadounidense en Cuba, aunado a la vic toria de Dewey y a la probable derrota de Cervera, sería suficiente para inducir a España a pedir la paz (11). MeKinley no demoró en implementar su decisión. El día 7 de mayo el general Shafter, luego de consultar con los comandantes de la Marina en el cayo Hueso, informó desde Tampa que sus tropas estarían listas el día 12 para «tomar y retener permanentemente» cualquier punto en la costa norte de Cuba. En respuesta a esto, el día 9 de mayo, el ministro Alger y el general Miles ordenaron a Shafter embarcar su fuerza lo antes posible, zarpar hacia Cuba con un convoy de la Marina, tomar las playas de Mariel, y prepararse para recibir los refuerzos que le serían enviados. Miles explicó a Shafter que el Gobierno se proponía «trasladar la totalidad de la

(10) MILES NELSON, A. Serving the Repub!ic, pp. 272-274, y The Spanish-American War»’, The North American Review, volumen 168, pp. 523-524. Mayo, 1899. (11) COSMAS GRAIiAM, A. ArmyforEmpire, pp. 114-115.

— 139 — fuerza disponible del Ejército Regular», seguida, con la mayor premura posible, de todas las fuerzas voluntarias requeridas (12). Esta orden produjo una pronta aunque desordenada concentración de tro pas voluntarias y regulares así como de suministros y naves de transporte en Tampa, que había sido seleccionado como la más importante base para la invasión debido a que poseía una rada protegida, contaba con aguas profundas y era el puerto estadounidense disponible más próximo a La Habana y Mariel. Pese esto, la operación se pospuso una y otra vez. Casi desde el principio de la movilización de los voluntarios, se puso de mani fiesto que pocos de los antiguos regimientos de la Guardia Nacional esta ban listos para entrar en acción de inmediato. El Ejército sufría de escasez de artículos esenciales debido a lo limitado de las existencias de tiempo de paz y a los atrasos inevitables en la producción y obtención de materiales en tiempo de guerra. El general Miles calculó que tomaría al menos 60 días para reunir suficiente munición para los 50.000 soldados que, según se calculaba, integrarían la tuerza atacante. Otra justificación para nuevas demoras fue la aparición en el Caribe del almirante Cervera el 13 de mayo. Esto le dio el Gobierno estadounidense una justificación para hacer lo que de todos modos hubiera tenido que hacer, o sea suspender la operación contra La Habana. No obstante, el presidente McKinley continuó dispuesto a ejecutar cuanto antes la invasión de Cuba. El Ejército y la Marina prosi guieron tos preparativos para la expedición hacia Mariel. El general Shaf ter, por ejemplo, integró a todos los Regulares en Tampa a un solo cuerpo de ejército que debía efectuar el proyectado ataque (13). El objetivo del ataque pronto cambió. El día 19 de mayo, luego de evadir temporalmente a las naves exploradoras de la Marina estadounidense, los cuatro cruceros blindados y los dos destructores de lanchas torpederas del almirante Cervera lograron entrar en el puerto de Santiago de Cuba sin ser descubiertos. Pero los norteamericanos pronto los descubrieron y el almi rante Sampson concentró la principal flota de la Marina de Guerra de Esta-

(12) U.S. ARMY, ADJUTANT GENERAL’S OFFICE, Correspondence Relating to the War with Spain and Conditions Growing out of the Same..., dos volúmenes, p. 11. Washington, D.C. 1902 (reimpreso en edición facsímile por el Centro de Historia Militar del Ejército de Estados Unidos, 1993. STANFORD UNIVERSITY LIBRARY, STANFORD, CAL, WILLIAM A. SHAFTER PAPERS, cartas, LtCol Henry W. Laton al general de división Shafter, 7 de mayo de 1898; carta, Shafter al ayudante del general, 7 de mayo de 1898; carta de Miles a Sharter, 9 de mayo de 1898. (13) COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 118-122. El plan de Shafter para el Cuerpo Regular es para ADJUTANT GENERAL, Correspondence, pp.14-15.

— 140 — dos Unidos en las afueras de Santiago con intención de atrapar a Cervera. El día 10 de junio la Infantería de Marina que formaba parte de la flota tomó posesión de la parte inferior de la bahía de Guantánamo que serviría como un punto de anclaje para las naves de guerra estadounidenses. Sampson y sus superiores en el Ministerio de la Marina preferían destruir la escuadra de Cervera, en vez de encerrarla, pero no estaban dispuestos a arriesgar las pocas naves blindadas estadounidenses en una operación destinada a penetrar en la estrecha bahía, que estaba protegida con minas y baterías de costa españolas. Por esta razón, el ministro Long pidió que se le enviará la fuerza del Ejército concentrada en Tampa con el fin de ayudar a la flota a eliminar la amenaza naval española (14). Esta situación dio a McKinley la oportunidad de alcanzar dos objetivos mili tares a la vez: la destrucción de la principal fuerza naval de España y el establecimiento de una base en Cuba. Santiago, la tercera ciudad de la Isla, constituía un blanco valioso y vulnerable. Situado unas 500 millas al este de La Habana, Santiago carecía de conexión vial con la capital, ya fuera por carretera o ferrocarril. Por esta razón, podía tenerse seguridad que los 12.000 hombres que formaban la guarnición de la ciudad no reci birían refuerzo alguno desde las puntos de concentración en la parte occi dental de Cuba. Los defensores de Santiago carecían de artillería móvil y ametralladoras, estaban escasos de alimentos y experimentaban el debili tamiento de las enfermedades. El Ejército cubano del general Calixto Gar cía, la más potente fuerza de insurrectos, controlaba el terreno elevado de la ciudad. García mantenía comunicación con los norteamericanos y estaba dispuesto a facilitar una invasión (15). El día 26 de mayo, durante una conferencia en la Casa Blanca con los ministros Alger y Long y los comandantes de los servicios militares, el pre sidente McKinley decidió posponer la operación contra La Habana y optó por atacar en Santiago y Puerto Rico. Este último escasamente había figu rado en los planes de guerra estadounidenses hasta el momento, pero el recién decidido ataque contra el extremo oriental de Cuba convirtió la inva sión de esta otra colonia española algo que lógicamente se derivaba del ataque contra Santiago, y el general Miles dio a esta estrategia su decidido apoyo. Luego de nuevas deliberaciones, el presidente ordenó que se pre

(14) CHADWICK FRENCH, E. Spanish-American War, 1, pp. 220-221, 236-307, 314-367, 378-388. ALGER RUSSELL, A. Spanish-American War, pp. 48, 62, 221-226. (15) Esas observaciones están resumidas en CO5MAS GRAHAM, A. Army for Empire, p. 174.

— 141 — pararan dos expediciones que debían emprenderse en forma sucesiva. Shafter, que recientemente había ascendido a general de división, recibió orden de trasladarse de inmediato a Santiago con todas las fuerzas regu lares disponibles y con algunos de los regimientos voluntarios mejor pre parados. Mientras se preparaba el ataque, el Ministerio de la Guerra orga nizaría una segunda expedición con unidades voluntarias situadas en Tampa, en Chickamauga, Georgia, y en inmediaciones de Washington, las cuales habían alcanzado un nivel de preparación casi satisfactorio. Buena parte de estas tropas reforzarían a Shafter; al resto le tocaría invadir Puerto Rico (16). Al pasar las proyectadas operaciones de La Habana a Cuba Oriental y a Puerto Rico, McKinley adoptó la estrategia recomendada por el general Miles. Pero, juntamente con Alger, rechazó la propuesta del comandante general en el sentido de que las primeras dos operaciones debían ir segui das, primero, por la toma de otros puertos en el noreste de Cuba y, luego, por una marcha de fuerzas estadounidenses y cubanas a lo largo de la Isla hasta La Habana. Consideraba que esto no era factible. En vez de ello, McKinley decidió revivir la operación Mariel en el otoño si la guerra no había terminado para entonces (17). Una vez puestas en marcha, las operaciones ofensivas contra Santiago y Puerto Rico prosiguieron, en términos generales, tal y cual se habían pla neado. El V Cuerpo de Ejército de Shafter, con unos 17.000 efectivos, en su mayoría del Ejército Regular, zarparon de Tampa el día 14 de junio y desembarcaron en Daiquiri y Siboney, al este de Santiago, entre los días 22 y el 25. Los cubanos del general García tomaron los puntos de desem barco para los norteamericanos, acosaron a las demás guarniciones espa ñolas en el oriente de Cuba, y prestaron a las fuerzas de Shafter servicios de seguridad y reconocimiento durante toda la campaña. En vez de atacar a los fuertes del puerto, como había propuesto la Marina, Shafter hizo mar char a sus soldados tierra adentro, hacia la ciudad de Santiago. Sus tro pas tuvieron escaramuzas con un contingente español de retaguardia en Las Guasimas el 24 de junio. El primero de julio, en el único gran choque

(16) COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 175-177, 194. El general Miles quizo inicialmente utilizar el V Cuerpo del Ejército en la operación de Puerto Rico después de capturar Santiago, pero el presidente Mckinley insistió en una expedición separada para Puerto Rico; véase ADJUNTANT GENERAL, Correspondence, pp. 263, 268-270. (17) COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire pp. 175-177. Las recomendaciones de Miles se encuentran en ALGER RUSSELL, A. Spanish-American War, pp. 49-55; y ADJUTANT GENERAL, Correpondence, pp. 261 -263.

— 142 — terrestre de la guerra, arrollaron las líneas defensivas externas en la loma de San Juan y en el Caney, sosteniendo cerca de 1.300 bajas. Con su refu gio asediado y seguro de caer en manos enemigas, el almirante Cervera realizó un valiente pero inútil intento por escapar con sus naves. La flota del almirante Sampson destruyó las naves españolas en una movida bata lla naval que duró tres horas. Luego de un sitio de dos semanas y largas negociaciones, la guarnición de la ciudad se rindió el 17 de julio, junto con varias otras guarniciones pequeñas, cuyos refuerzos y suministros prove nían de Santiago. La capitulación creó cerca de 24.000 prisioneros espa ñoles y puso en manos estadounidenses la totalidad del sector oriental de Cuba. En reacción a esta doble derrota, España inició el 18 de julio nego ciaciones para llegar a un armisticio con Estados Unidos (18). Mientras Shafter consumaba la toma de Santiago, se puso en marcha la fuerza cuya misión era invadir Puerto Rico. El primer contingente, com puesto por unos 3.400 soldados bajo el mando del general Miles, llegó a Santiago poco antes de la rendición con intención de reforzar al V Cuerpo de Ejército, pero no desembarcaron. Con estas tropas, Miles zarpó para Puerto Rico el 21 de julio, y ocupó los puertos de Guanica y Ponce el 25 y 26 del mes. Con fuerzas adicionales despachadas desde Estados Unidos, Miles pudo incrementar rápidamente sus efectivos hasta más de 17.000, o sea dos veces más numerosos que el contingente defensor de los espa ñoles. A diferencia de la expedición de Santiago, el Ejército de Miles estaba formado casi totalmente de unidades voluntarias, lo cual fue claro indicio del progreso logrado por el Ejército en el campo de la movilización. Avanzando en varias columnas, las tropas de Miles superaron al adversa rio con sus maniobras. Sufriendo cuatro muertos y unos 40 heridos, se adueñaron de toda la isla de Puerto Rico antes del día 12 de agosto, fecha en que un armisticio puso fin a la lucha (19). Aún cuando la ofensiva del Caribe fue un éxito, no todo salió a pedir de boca. La expedición contra Santiago, en especial, fue obstaculizada por la escasez de suministros, transporte terrestre y lanchones de desembarco. Como consecuencia de ello, las tropas de Shafter debieron combatir en su uniforme de lana, experimentar una escasez de raciones y utilizar proyec

(18) Las campañas terrestres y navales y el inicio de las negociaciones navales están resumidas claramente en TRASK, D. F. War with Spain, capítulos 8-11, 13-14 y 19. (19) TRASK, D. E. War with Spain, capítulo 15. COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 232- 237.

— 143 — tiles de artillería que despedían humo. En la loma de San Juan y en el Caney, el asalto lanzado por el V Cuerpo de Ejército resultó lento y desor ganizado, debido a la inexperiencia del comandante en el manejo de gran des formaciones y debido también a que el Ejército de Estados Unidos se encontraba en transición entre el orden cerrado y la táctica de orden abierto. Para fines de la campaña, las enfermedades, principalmente la malaria, había despojado a las tropas del y Cuerpo de Ejército de su capa-. cidad para continuar operando (20). La campaña en Puerto Rico se desenvolvió con mayor facilidad. Desde el punto de vista logístico, el contingente de Miles tuvo la suerte de contar con puertos amplios y con lanchones de desembarco, en tanto que los ingenieros tomaron desde un principio las medidas para resolver los pro blemas de suministro experimentados por Shafter. Con más espacio aun que el que tuvo Shafter en Santiago, Miles evadió o envolvió las posicio nes enemigas, evitando las costosas consecuencias de los ataques frontales. Por operar en tierras menos malsanas que las que tocaron a Shafter en Santiago y por no tener que confrontar la devastación que la guerra había traído a Cuba, las tropas de Miles pudieron evitar los peores efectos de las enfermedades tropicales (21). A mediados de julio, una crisis naviera estuvo a punto de paralizar la cam paña en su totalidad. La expedición de Santiago necesitaba todas las embarcaciones, principalmente los pequeños vapores costaneros fletados, que el Ejército había concentrado en Tampa. Las demoras experimentadas en la descarga de los barcos en Cuba, causadas por la escasez de naves especializadas de desembarco, impidieron el retorno a Estados Unidos de las naves que debían reforzar a Shafter y facilitar la invasión de Puerto Rico. El Ministerio de la Guerra resolvió este problema gracias a la impro visación, al préstamo de embarcaciones de la Marina, a la contratación de

(20) Los problemas logísticos y tácticos están descritos en COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 202-220. Las batallas en el Monte San Juan y El Caney de 1-2 de julio de 1898, HELLER, CHARLES, E. y STOFFT, WILLIAM, A. America’sFirsf BalI/es, 1776-1965, pp. 109-148. Lawrence. Kansas, 1986. Los problemas médicos son mencionados GILLETT MAR?, C. The Army Medical Department, 1865-1917, pp. 141-160. Washington D.C. 1995. La transición táctica del Ejército es tratada en JAMESON, PEAR?, D. Crossing the Deadly Ground: United States Army Tactics, 1865-1899. Tuscalosa, y otros. 1994. (21) La logística y táctica de la campaña son tratadas en COSMAS GRAI-IAM, A. Army for Empire, pp. 232-237. Cuanto a los aspectos médicos, GILLETT MARY, C. Army Medical Depart ment, pp. 160-164. —144— cuantas naves se ponían a la vista y a la compra de una flotilla de naves extranjeras. Además mejoró sus procedimientos para el embarque de tro pas. La totalidad del contingente que participó en la operación de Santiago se reunió y partió de un solo puerto, o sea Tampa, lo que causó gran con fusión y retrasó la carga de materiales y personal. En el caso de la opera ción de Puerto Rico, el Ejército reunió la fuerza invasora en campamentos extensos situados tierra adentro hasta que los barcos estaban listos; luego se despacharon contingentes desde varios puertos situados en la costa atlántica, y todos ellos a la larga se concentraron en Ponce (22). Siguiendo una costumbre estadounidense, el presidente McKinley evitó poner bajo un solo comandante a las unidades del Ejército y la Marina. Prefirió que los jefes del Ejército y la Marina coordinaran sus actividades a través de la consulta y la cooperación, refiriendo cualquier disputa irre suelta al presidente y a los ministros de cada servicio, a través de sus res pectivos conductos de mando. El método tuvo resultados buenos y no muy buenos. En Santiago, el almirante Sampson y el general Shafter no pudie ron ponerse de acuerdo respecto a si los fuertes del puerto o la ciudad debía ser el objetivo inicial del V Cuerpo de Ejército, y éstos, en efecto, operaron independientemente uno del otro. Sus acciones, sin embargo, fueron los bastante complementarias como para producir resultados posi tivos muy decisivos tanto en el mar como en tierra. El ¡niciarse la campaña de Puerto Rico, el general Miles tuvo una disputa con Sampson respecto a la composición de la fuerza naval que apoyaba la invasión, pero luego de que el presidente McKinley decidió el asunto en favor de Miles, los ser vicios militares optaron por colaborar y las fricciones resultaron mínimas. A nivel de trabajo, la relación interservicial resultó armoniosa y productiva. La Marina brindó al Ejército apoyo indispensable en el desembarco de las tropas en Santiago y Ponce, y apoyó las operaciones terrestres con fuego de sus cañones navales, en la medida posible, considerando las primitivas comunicaciones entre la nave y las playas y la carencia de equipo y doc trina para el fuego indirecto (23). Una vez iniciadas las operaciones, el presidente McKinley concedió a sus comandantes discreción amplia en sus decisiones. Su más importante

(22) COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 220-224. (23) Las órdenes de Shafter destacaban tanto la captura de la guarnición española como la destrucción del escuadrón de Cervera; ADJUTANT GENERAL, Correspondence, pp.18-19. CosMAs GRAHAM, A. «Joint Operations in the Spanish-American War», pp. 102-126, examina la cooperación del Ejército-Marina de Guerra en general.

— 145 — decisión en la campaña tuvo lugar después de la batalla naval de San tiago, mientras el general Shafter se hallaba enfrascado en pláticas en que se negociaba la rendición de la guarnición española. Shafter, renuente a atacar las defensas principales españolas y preocupado por las deficien cias que afectaban el suministro y por las enfermedades que minaban la salud de sus tropas, recomendó el 9 de julio que el Gobierno aceptara la oferta de su contrincante, el general José Toral para evacuar la ciudad, a cambio de un salvoconducto para que los soldados españoles pudieran llegar a la guarnición de Holguín con sus respectivas armas. El general Miles dio su visto bueno a la recomendación, luego de haber llegado a Santiago con refuerzos el día 11 del mes. McKinley rechazó firmemente la propuesta, aún cuando respondió con una contraoferta, la cual Toral a la postre aceptó, y que consistía en transportar a la guarnición de regreso a España luego de la rendición. Por intermedio del ministro Alger, McKin ley ordenó a Miles y Shafter: «Lanzarse al asalto a menos que estuvieran convencidos que la ope ración fracasaría. El asunto debe resolverse pronto.» Los comandantes estadounidenses luego comunicaron un ultimátum y se prepararon para atacar la ciudad con todos los medios disponibles. Bajo presión, Toral accedió a la capitulación toda vez que los norteamericanos aceptaran transportar a sus tropas desarmadas hasta España (24). En el planeamiento y ejecución de operaciones militares en el Caribe, el presidente McKinley y sus consejeros supieron sacarle buen partido a las ventajas que Estados Unidos tenía sobre España desde el punto de vista de su posición geográfica y sus recursos. Al mismo tiempo, tuvieron el cui dado de fijar metas factibles considerando las limitaciones de recursos militares que existían durante las primeras semanas del conflicto. Demos traron flexibilidad cuando era preciso reaccionar a nuevas situaciones, principalmente la travesía de la escuadra del almirante Cervera. Al tomar decisiones operacionales acertadas, el presidente y sus consejero supie ron superar la negatividad representada por la lentitud de que adolecían los medios de movilización del Ejército, y alcanzaron los objetivos esta dounidenses en el Caribe en poco tiempo y con pérdidas mínimas. Al menos en el planeamiento operacional, el conflicto con España resultó ser para Estados Unidos una pequeña y espléndida guerra.

(24) La cita es de ADJUTANT GENERAL, Correspondence, p.136. COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 227-232.

— 146 — LAS TROCHAS MILITARES CUBANAS. LA LÍNEA JÚCARO-MORÓN

EXCMO. SR. DON Luis DE SEQUERA MARTÍNEZ General de división del Ejército. LAS TROCHAS MILITARES CUBANAS. LA LÍNEA JÚCARO-MORÓN

A los pocos días de producirse «el grito de Yara», en el ingenio La Dema jagua, poblado del término municipal de Manzanillo, el mando de la Isla, que por entonces lo ejerce, por segunda vez, el capitán general Francisco Lersundi, y que tiene como colaboradores inmediatos a los generales Blas Villate, conde Valmaseda, y a Valeriano Weiler, entiende que tiene que hacer frente a un levantamiento, que es algo más que una algarada de carácter local. Efectivamente, el alzamiento de Carlos Manuel Céspedes, del 10 de octu bre de 1868, es el comienzo de una insurrección, que va a durar un largo periodo de tiempo, con la guerra de los Diez Años (o Grande) (1868-1878), que se prolongará hasta el año 1898, y que obligará a adoptar un amplio y detallado plan de operaciones. Por entonces, la Isla, larga y estrecha, se encuentra dividida, desde 1827, en tres Departamentos: Occidental, Central y Oriental, organizada en seis Comandancias Generales (Vuelta-Abajo, La Habana, Matanzas, Las Villas, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba), y dispone de una guarnición que en papel sumaba unos 20.000 hombres, pero que, teniendo en cuenta la lentitud de los reemplazos, las muchas bajas por enfermedad, y la gran cantidad de rebajados existentes, queda reducida, como operativos, a solamente unos 8 o 10.000 hombres. Pronto se demostraría ser insufi cientes, por lo que sería necesario el envío de tropas procedentes de la Península, pues, se ha producido ya el primer gran contratiempo, el 20 de octubre, en que se pierde la villa de Bayamo, y la revuelta es general, y se

— 149 — ha propagado fuertemente, primero al Departamento de Camagüey, y luego a todo el Oriente. Esta actitud responde a las acciones de un enemigo, que se ha constituido como una «organización armada disciplinada», orientada a los fines de un pueblo determinado, condiciones propias de un «ejército», y a los que hay que añadir dos signos fundamentales, sintomáticos de la importancia que adquiere un adversario, como son la bandera y el himno. Institución, que para junio del siguiente año, dispondría de una ley para la organiza ción de su Ejército. Por entonces los propósitos del mando se cifran, primero en la pacificación de la Isla, de la forma más rápida, y creando el menor trauma posible, pero de acción decidida e intensa, y posteriormente de su colonización, mucho más lenta y meditada.

El plan de operaciones

Para el principal de estos propósitos se concibe un plan de operaciones que responderá a un sistema de trochas y centros, y en el que el concepto de líneas militares se complementaría, en previsión de futuras guerras, con el segundo de los propósitos, con el establecimiento de unas colonias mili tares, próximas a estas líneas, formadas con personal licenciado o reser vistas, que, convenientemente organizado, pudiera ser movilizado y pasar a combatir con presteza. El plan debería contemplar, por el momento, una organización capaz de interceptar las comunicaciones entre la parte oriental y la occidental, con la que impedir la propagación de la más acusada insurrección del Depar tamento de Oriente al resto de la Isla, la más rica. En principio deberían ser, en su forma más sencilla, unas líneas, algo más que cordones de vigi lancia, que, apoyadas en algunos fortines, permitieran la impermeabiliza ción, complementando esta acción con otras móviles reducidas, de no muy largo recorrido, desde fuertes convenientemente distribuidos que les servi rían como bases de partida. Estas líneas de bloqueo deberían interceptar el paso de recursos y ele mentos con los que apoyar la acción de un enemigo interno formado por grupos de poca entidad, que nunca se concentraría en grandes masas, sino en casos excepcionales, limitando sus objetivos a realizar ataques contra poblados pequeños y a sabotajes al ferrocarril. Su manera de com

— 150 — batir no buscaba la ocupación del terreno, sino el crear la inquietud y la alarma con golpes de mano, para a continuación disgregarse en pequeños grupos, que pudieran vivir fácilmente sobre el país y marchar sin impedi mento. Por lo tanto no debería afectar a las principales poblaciones de la costa, mucho más protegidas, sin que fuera necesaria la utilización siste mática de sus antiguas fortificaciones permanentes. Para ello fue necesario dividir el teatro de operaciones en sectores, y situar en cada uno de ellos un «centro militar», constituido por un fuerte, que, con una guarnición muy conocedora de la zona de terreno asignada, pudiera, con prontitud y de forma desahogada, vigilar, informar, y en su caso com batir a un insurrecto, que, al encontrarse alejado de sus bases de partida forzosamente se debería encontrar en inferioridad. Al amparo de estos centros, cuyo número llegó a ser excesivo, se concentró el campesinado, dando lugar a la formación de verdaderos poblados. Este plan, utilizado con gran éxito durante los años 1870 al 1873, sería mantenido posteriormente durante mucho tiempo, e incluía, además, la construcción de una o varias «líneas militares», que, de la forma más con tinua posible, y, de Norte a Sur, obstacularizaran el paso de las partidas insurrectas a determinadas zonas, con lo que quedaría reducido el teatro de la guerra. Esta actitud, no debería interpretarse como de exclusiva «defensa», ni «permanente», ni «localizada», ni mucho menos de «ence rrada’>, sino más bien, que, apoyada en los fuertes, conservaría su dispo sición de «actividad»’. Esta fortificación de campaña, construida en el interior de la Isla, se carac terizaría por su carácter temporal y ligero y en muy pocos casos pocos semipermanente. Así existían unas líneas de bloqueo, para compartimen tar el teatro de operaciones, apoyándose en la costa norte y sur de la Isla, y otras, que, cubriendo sectores determinados, atenderían a su vigilancia, como las de observación, o a su defensa, con las líneas de fuertes. Este vocablo de «trochas»», encontraba el origen de su denominación en el de los caminos, atajos, cañadas o pistas, más o menos anchos, desbro zados en la maleza del terreno, únicas vías de comunicación importantes entre los diferentes poblados de Cuba. La primera de las líneas aprove charía la plataforma de la existente entre Júcaro y Morón, y de ahí queda ría su nombre. Conviene por tanto diferenciar el concepto de trochas mili tares, como línea de detención, del de las vías de comunicación, de aquellos caminos que facilitaban el movimiento de las tropas y la marcha de los convoyes.

— 151 — Las líneas militares

Podemos situar en el espacio de la Isla, de Este a Oeste, las principales líneas militares: Aserradero-Nipe, Baga-Zanja, Júcaro-Morón, Caibarién Placetas, Santo Domingo-Ranchuelo, Río Hanabana, Palmillas-Amarillas, Mariel-Majana, Jaimiqui-Mampostón y Mantua-Guane, figura 1. Si seguimos el orden cronológico en su construcción, durante la guerra de los Diez Años (1 868-1878), además de la de Júcaro-Morón, y casi simul tánea se construyó la de Baga-Zanja, figura 2, p. 154, incompleta pero más racional, para impedir el paso desde Las Tunas a Camagüey y permitir batir al enemigo entre las dos trochas. Disponía de fuertes de madera de dos pisos, los «cuadrangulares», que tan buen resultado habían dado en la trocha del Este. Su construcción resultaría menos justificada que la del Oeste, pues no parecía ser tan importante el paso de los insurrectos, ni debería servir de base de operaciones, pues sus extremos se apoyaban en puntos poco importantes, como eran San Miguel y Zanja. Según su pro yecto se extendía desde el puerto de Baga, en la costa norte, hasta el estero de Zanja, en el Sur. Su organización debería tener unos 94 km, pero se hizo solamente algo más de la mitad, unos 52 km, y la cuarta parte de la vía férrea a retaguardia. Fue construida por el Cuerpo de Ingenieros, siendo abandonada a finales del año 1870. Durante la guerra Chica (1 879-1 880) se construyeron las líneas de obser vación, que posteriormente serían fortificadas, de Palmillas-Amarilla, y de Caibarién-Camajuani-Placetas. Es a lo largo de la guerra de la Indepen dencia (1 895-1 898) cuando fueron construidas las líneas defensivas más importantes, como la línea Santo Domigo-Ranchuelo, así como la trocha Mantua-Guane, que fueron utilizadas para hacer frente a los desembarcos en la punta de Corrientes (bahía de Jicotea, y playas del Salado y de Gua nes), y arroyo de Mantua. La vigilancia contra el contrabando de armas y municiones, hasta la construcción de los fortines, había descansado fun damentalmente en la acción de las cañoneras y de los destacamentos móviles, dificultados unos, por la corriente de la Florida, y otros, por la característica pedregosa de los terrenos de la zona, denominados «dien tes de perro». La trocha Mariel-Majana, también denominada de Mariel-Artemisa, o de Arolas, nombre del general que la había construido y mandado, pues en realidad acababa por el Sur en la ciénaga de Majana. Las condiciones del terreno fueron las ideales para su construcción, pues se encontraba en un —152— 11

— 153 — Bag

Deseada

Figura 2.—Trocha Baga-Zanja (incompleta).

— 154 — estrechamiento de la Isla de no más de unos 38 km, la línea más corta entre las costas del Norte y Sur, por lo que sus flancos estaban apoyados en el mar, y las comunicaciones eran inmejorables pues además de los caminos con Guanajay y Artemisa, se disponían de dos líneas de ferroca rril, una de ellas con La Habana, con lo que los abastecimientos y eva cuaciones estaban asegurados. Su organización estaba orientada a impe dir el paso a las provincias de Matanzas y La Habana, dejando aislado a Maceo en la provincia occidental más extrempisponía de una fuerza fija, la línea militar, con más de 600 obras, y otra vil, con las columnas de persecución. Construida en el año 1895, al principio se limitó a unir, mediante una débil línea de trincheras de poco fondo y unos pocos blocaos protegidos por otra de vigilancia. La debilidad de esta línea fue motivo de que fuese atrave sada ese mismo año en varias ocasiones, fundamentalmente en los meses de marzo y julio (José Maceo y Quintín Banderas) y diciembre (Antonio Maceo). Con posterioridad, en 1896, se ampliaron y mejoraron las obras en general, con los fortines «Amigó». La fortificación no fue totalmente homogénea. El total de tropas que guarnecían la línea era de unos 12.000 hombres. La trocha Jaimiqui-Mampostón, se empezó a construir en mayo de 1897 como línea defensiva de Pinar del Río, con una sección de Ingenieros. Ubi cada en la zona de cultivos de tabacos de gran calidad de Remates. Estaba formada por fortines cada 250 m para 40 hombres, con trincheras y abrigos, protegidos todos por una alambrada. La línea avanzada de fuertes de Santiago de Cuba, pertenece también a esta época, y sin ser de la fortaleza de las líneas últimamente citadas, ya que respondía a la consideración de línea avanzada, como fue la «trocha camagüeyana» pero a diferencia de ésta con carácter.estable, se encon traba la de Los Dorados-Depósito, formada por los fuertes de la zona de ingenios que cubría uno de los frentes de Santiago de Cuba. De traza que brada, con una longitud de casi 100 km y bien comunicada por una trocha, comprendía parte de las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo. La formaban fuertes de ingenios y poblados, otros artillados, de uno y dos pisos para 8 y 25 hombres, respectivamente. Completaban la organización una serie de líneas de observación como las de río Hanabana, Placetas- Fomento, Placetas-Sp íritus y Spíritus-Pelayo. Proyectándose otras como la trocha Aserradero-Nipe, en el año 1874, con con un trazado de más de 100 km, a través de una zona muy montañosa —155— y con gran arbolado, forzósamente muy difícil en razón de la cantidad de mano de obra necesaria y del transporte de los materiales. Quedó redu cida no al concepto militar de trocha, sólo al de un camino militar que unía Aserradero en la costa con Palma Soriano, donde enviar tropas para poder operar sobre la difícil sierra Maestra.

La trocha Júcaro-Morón

La experiencia de los buenos resultados conseguidos durante los años 1869 y 1870, en la región de Las Villas, por la acción de las columnas enviadas desde las poblaciones de Ciego de Ávila y de Morón, que obligó a retirarse a los insurrectos, y la permanencia de éste en el Departamento Central, como un peligro latente, reafirmó la idea de establecer una línea militar que, apoyándose en dichos puntos, permitiera su comunicación, así como con el puerto de Júcaro, por donde entraban los abastecimientos de las tropas, figura 3. Con ello nacería un diseño estratégico, táctico y polier cético más avanzado, formado de fuertes, que dispusiesen de una buena comunicación y enlace, por lo que sería necesaria la instalación de una línea férrea y otra telegráfica. Fue la primera de las trochas, la más famosa, la de mayor importancia, y también la más costosa. Igualmente se la denominó del Oeste, así como Antigua una vez que se construyeran las restantes. Tenía por objeto la defensa de Las Villas y las comarcas de Occidente, a lo largo de 62 km. Venía a hacerse realidad una idea con la que poder per feccionar el plan militar previsto, confirmada por escrito el día 28 de sep tiembre del año 1871, pero que ya a finales del año 1869 el Ministerio de la Guerra había autorizado la organización de las trochas, y la creación de «líneas vivas» o acordonamientos. La línea discurría a partir de las serrezuelas de Camagüey y los montes de Las Villas hasta las llanuras de la costa. Unía por tanto, el puerto de Júcaro (portal o portales), por el Sur, y a Morón, por el Norte, junto a la albufera de La Leche. Aprovechó la plataforma del camino (de la trocha) de Júcaro a Morón, des pejado de maleza, que atravesaba de Norte a Sur toda la Isla en su reco rrido más corto, dándole continuidad, y siendo sitio de paso obligado para aquel que quisiese trasladarse del Oriente al Occidente. Para perfeccio narla sólo sería necesario habilitar nuevas salidas a las vías o caminos existentes, rectificar algunos trazados, así como ampliar el despeje de

— 156 — :

:

Las Villas.

. Camagüay

Figura 3.—Trocha Júcaro-Morón (1869-1870)

— 157 — maleza y arbolado a ambos flancos de la trocha. Trabajo que, por el momento, no parecía ser muy laborioso y por tanto de rápida ejecución. Pronto se demostraría lo contrario por lo insalubre de la zona, por lo que fueron muchos los muertos debido a la inclemencia del clima y a las enfer medades endémicas del trópico, además de por el esfuerzo en el servicio, pues de día trabajaban en el tajo, y por la noche tenían a su cargo la vigi lancia. Se construyó deprisa, incompleta, sin proyecto uniforme y defini tivo, e inicialmente muy mal, lo que obligó a ser mejorada casi de continuo. Como resultado inmediato, con el ahorro de fuerzas, en el año 1869, se pudo disponer de 8 a 10.000 hombres, que unidos a los existentes en la zona, permitió asegurar las poblaciones de Tuna, Bayamo, Jiguani, Man zanillo y Santiago de Cuba, del Departamento Oriental. Plazas que no se encontraban amenazadas de ser ocupadas, pero sí de su agresión, por las fuerzas insurrectas, que mantenían su principio táctico de no aferrarse al terreno como conquista, sino buscar la destrucción del enemigo. Su sis tema de lucha sería el de guerrillas, con emboscadas, favorecido por el conocimiento del terreno, moviéndose por lo general de noche para atacar al amanecer.

Su organización Preveía la construcción de fuertes, convenientemente comunicados, mediante caminos y torres ópticas, completándose más tarde con el telé grafo eléctrico y el tendido del «ferrocarril» o «tranvía», que aseguraría, con los «coches-fuertes», rapidez y seguridad en la comunicación, así como movilidad en la defensa y en la vigilancia, permitiendo asimismo la acumulación de las fuerzas para el ataque de las vanguardias y retaguar dias. AÑO 1870 Consistió en una tala de una zona de un ancho de 200-400 m, donde debe ría montarse la organización defensiva. Estaba constituida por una serie de fuertes de madera, aprovechando que había bosques inmediatos, sin modelo unificado, situados cada 1.800 m, que en principio, no eran más que bohíos, y que por supuesto no contaba con artillería. Eran más o menos grandes y estaban rodeados de una trinchera o foso, enlazados a su vez por unos pequeños fortines, con una guarnición de ocho o diez hombres, que en la época de lluvias se inundaban. Entre estos puestos militares y los fuertes se colocó una ligera e incompleta estacada del lado de Puerto Príncipe, construida con pedazos de palma o de madera mala,

— 158 — muchas veces caída y que fácilmente se pudría, que no conseguía impe dir el paso del enemigo. La falta de su control y dirección de la obra, su eje cución desacertada, con personal no cualificado, que le llegaba a dar un cáracter particular sin considerar al resto de la línea, y que incluso impro visaba su ubicación y dirección, forzosamente debería entrañar un mal resultado. Por ello habría que denominarla como una fortificación de cam paña, muy discontinua y ligera. De hecho más que detener lo único que podía hacer era dificultar su paso, estableciendo una vigilancia, en la que, a la dificultad que supondría la de un terreno tan cubierto, especial mente por la noche, pese a los escuchas, habría que añadir la falta de per sonal suficiente. Para mayor inconveniente, las posibilidades de movi miento se verían complicadas por una pobre red de comunicaciones, en la que los caminos, algunos llamados «reales», pero faltos de firme y obras de fábrica, al no encontrarse suficientemente consolidados, estaban suje tos a inundaciones por las frecuentes lluvias, y respecto a la otra vía, el tan necesario ferrocarril, éste no se terminaría hasta dos años después de concluida la guerra.

AÑO 1871 Contaba con 17 fuertes, a poco menos de 2 km de separación, colocán dose posteriomente y retrasados otros 16 en los intervalos. A retaguardia de esta doble línea de fuertes se situaron cuatro fuertes-destacamentos, con infantería y caballería, situados en Chambas, Marroquín, Lázaro López y el Arroyo de los Negros, estando unos y otros enlazados por telé grafo, figura 4, p. 160. En las partes más cubiertas de bosque se levanta ron garitones de madera a 6 y 7 m del suelo y en algunos trayectos des pejados se pusieron empalizadas o «talanqueras», estacadas y fosos. Con ello las dos terceras partes de la Isla quedaban protegidas, gracias a la guarnición de la trocha y de la zona de Las Villas, que en tiempos del gene ral Cevallos era de 16.000 hombres. AÑO 1874 El capitán general Concha, marqués de La Habana, realiza una inspección a la trocha, a la que encuentra en condiciones lamentables, lo que le inclina a considerar su posible abandono, y dedicarse a impulsar la trocha del Este. No obstante, ordena la fortificación de Ciego de Ávila y Morón, y al objeto de facilitar el enlace entre los fuertes, que se rectifiquen los cami nos, haciéndolos más traficables, y que el ferrocarril se alarge hasta Morón. La guarnición estaba compuesta por 15.000 hombres pertene

— 159 — Chambas .

Marroquín

Lázaro López .

A. Negros Q

Figura 4.—Trocha Júcaro-Morón (1871-1875).

s — 160 — cientes a la III División, aunque a finales y primeros del siguiente quedase muy mermada, lo que la llevó a suprimir el servicio de vigilancia.

AÑO 1875 Se alambra, en algunos tramos con tendido de cuatro órdenes, pero al poco tiempo es abandonada en parte y destruidos algunos fuertes con lo que la guarnición de la trocha se redujo sensiblemente, y la línea defen siva perdió importancia.

AÑO 1876 Se amplió la línea telegráfica, que hasta entonces había sido la propia para lela al ferrocarril, y el número de fortines que desplegados entre Morón y Júcaro, figura 5, p. 162, a lo ancho de una zona estratégica de unos 500 m de ancho, que se ven perfeccionados mediante el empleo de «materiales fuertes», situando:

— Al norte de la trocha, entre Ciego de Ávila y Morón, en una longitud de 34 km, hasta 36 torres de primer orden separados un kilómetro, y a retaguardia, en los intervalos, otras de segundo orden con lo que for maban una segunda línea. A vanguardia y retaguardia del conjunto se construyeron garitones a unos 40 m y, —al Sur, entre Júcaro y Ciego de Ávila—, en una distancia de 26 km, se colocaron de igual forma 27 torres de primer orden y 26 de segundo.

— La guarnición por cada fuerte era de unos 100 hombres, y con la mejora del cruce de fuegos, se pudo mejorar el apoyo a las guerrillas montadas que desplegaban a vanguardia, así como a las de la reta guardia de esta doble línea, con lo que se podrían cómodamente con centrar hasta seis columnas volantes para atender la maniobra.

AÑO 1877 A partir de este año se mejoró grandemente la trocha, alcanzando un grado de mayor permanencia pues se instalaron sobre el camino de Camagüey a Las Villas, en sus puntos claves, tres grandes campamentos (Domínguez, La Redonda y Piedras), para otras tantas columnas de 800 a 1.200 hombres, con misión, al igual que las guarniciones de Júcaro, Ciego de Ávila (punto central del despliegue) y Morón, de acudir prontamente ante la presencia del enemigo que intentase forzar la línea. No formaban una línea fija, y para que la vigilancia no cesase un momento, entre las posiciones existían partidas y rondines volantes, que recorrían los interva —161— Morón

Las Piedras

La Redonda .

• Domínguez

Figura 5.—Trocha Júcaro-Morón (1876-1878).

— 162 — los, confrontándose con el enemigo que intentase cruzar procedente de) Camagüey, con lo que mantenían de esta forma una trocha activa, que permitiría, caso de no poder rechazarlo, dar aviso.

La trocha cama güeyana Más a vanguardia, y también no sujetas al terreno se encontraban puestos avanzados de caballería en 13 secciones, de 30 o 40 hombres, en zonas próximas a cruces o salidas de caminos, a unos 10 km a oriente de la línea, lo que dio en llamarse la «trocha camagüeyana», que se relevaban frecuentemente, sin que acamparan dos noches en el mismo sitio, enla zándose para cualquier novedad con las laterales y la retaguardia.

AÑO 1878 La trocha que llegó a contar con una guarnición de 20.000 hombres, que daría durante la segunda guerra casi desguarnecida, y de hecho cerrada definitivamente hasta el año 1897.

AÑO 1894 Al objeto de mejorar la defensa, se presentó un proyecto, redactado por el capitán de Ingenieros Pastor, el día 24 de octubre, para dotar a la vía mili tar de la trocha de fácil comunicación con la costa por el Norte, mediante un ramal a punta de Burro y su muelle, único medio de poder paliar las difi cultades de embarque y la necesidad de trasbordos.

AÑO 1896 Más tarde, en abril, encontrándose de capitán general Weyler, su antiguo ayudante, el comandante de Ingenieros Gago, que había demostrado su valía en Filipinas, presentó un «Estudio de un proyecto de reconstrucción de la trocha, base para la organización de las obras», que fue aprobado, dándose como plazo de su terminación hasta febrero del siguiente año, puesto que pronto se irían a emprender las operaciones hacia Las Villas, figura 6, p. 164. A la llegada del general Weyler no existían vestigios de la trocha antigua, solamente unos pocos restos de cimentación de edificios a lo largo de la vía férrea. Igualmente habían sido destruidos los campa mentos de materiales ligeros de Domínguez, Colonias, Redonda, Sán chez, Piedra y Jicoitea.

— 163 — Moróns

• La Redonda

Domínguez •

Figura 6.—Trocha Júcaro-Morón y San Fernando.

— 164 — La fortificación Su plan abarcaba dos tipos de obras: las permanentes, que deberían sub sistir durante la paz, y las pasajeras, solamente para ser utilizadas durante la guerra. Entre los primeras se encontraban las torres, separadas un kiló metro, con guarnición prevista de paz o de guerra, cada 10 se construyó un cuartel cabecera de compañía, para la atención de las 10 torres más próximas, y con el mismo criterio se construyeron dos edificios cabecera de batallón. Para la designación de las torres, se sustituyó la clásica del nombre de un santo, o la toponímica, por el número del kilómetro en que se habrían de emplazar, desde la torre 1 a la torre 68. Asimismo, variaba la disposición de las estacadas a ambos lados del camino, que partiendo de los fortines se irían separando para encontrarse a la mitad de la dis tancia de uno a otro formando ángulo, lo que facilitaría la defensa. Dado que se preveía el establecimiento general de aparatos telefónicos en cada torre, para enlazar con sus campamentos y los inmediatos, sería necesa rio disponer de 100 servicios completos de aparatos telefónicos y de 90 km de hilo conductor. Al no cruzar la trocha ninguna vía de agua, ni existir manantiales, se tuvo que resolver tan importante problema con la cons trucción de «pozos tubulares», uno por campamento, con una profundidad de 20 a 30 m. Con todas estas mejoras, se pretendía, si no imposibilitar con carácter absoluto el paso de las partidas enemigas, por lo menos llevar a sus mayores límites las dificultades materiales. Para adquirir todo este nume roso y caro material habría que luchar, primero en los despachos de Madrid para conseguir la autorización, convenciendo al Gobierno, y luego contra los inconvenientes burocráticos de la Administración. Un fiel reflejo de estas dificultades, a las que sumar la mucha descoordinación exis tente, producto también de la distancia, fue la decisión, en el último momento, del día 5 de septiembre del general Weyler, desde Cuba, por la que solicita se suspenda la adquisición de los torpedos, y, en lo referente a la iluminación, el que se estudie la posibilidad de que el sistema de alumbrado sea eléctrico. En consecuencia, la fortificación fue reconstruida, prácticamente iniciada, por el comandante Gago, inicialmente en el mes de abril con una compa ñía y media de ferrocarriles, hasta el mes de agosto, en que recibió el fuerte refuerzo de las unidades de Ingenieros venidas de la Península, en principio 333 hombres, así como de otras de Infantería, para el despeje de la zona.

— 165 — Estaba formada a lo largo de toda la trocha por 68 torres, 75 blocaos, en los puntos entre medio de las torres, y entre cada una de ellas y el blocao se colocaron tres abrigos para escuchas, con un total de 420 garitas con aspilleras. LAS TORRES Eran hermosos y sólidos baluartes, todas iguales, menos las situadas al Norte y Sur, que al encontrarse en zonas pantanosas, necesitaron una cimentación diferente. Y así, al Norte, próxima a la laguna de La Leche, se construye la estación o paradero de San Fernando, en honor al Patrón del Cuerpo, construida sobre fango. Eran de mampostería, de planta cuadrada de 5 m de lado, con dos pisos. El piso bajo disponía de cuatro aspilleras en cada cara que le permitía la defensa en todas direcciones, mientras en el segundo había cinco matacanes en cada cara, y en él se encontraban el depósito de oxígeno para la iluminación y el aparato telefónico. La única entrada se hacía a través de una escalera que daba a la segunda planta y que se replegaba como la de los barcos. En su centro se elevaba con una altura de 14 m una armadura de madera forrada con carriles, constituyendo una especie de garita observatorio, donde estaba instalado el aparato de iluminación, que proporcionaba una luz blanca tan intensa que permitía, según las especificaciones, a 500 m del foco, la lectura sin dificultad. De hecho en las pruebas de iluminación se pudo comprobar que su alcance llegaba hasta los 700 m. El portillo de la alambrada se encontraba frente a ella, por lo que se podía fácilmente batir por el fuego. LOS BLOCKHAUS Eran de madera y con un solo piso de planta cuadrada, que se protegía con un parapeto de grava y una puerta forrada de plancha de acero, siendo la cubierta de hierro galvanizado. De los 75 construidos solamente se armaron 62, quedando los del trozo Morón a La Laguna en sustitución de las torres. LOS ABRIGOS Se construyeron para los escuchas y tenían una superficie de 4,5 metros cuadrados, con cubierta de plancha de hierro galvanizado y defendida por un parapeto, dispuestos en dos líneas, de tal modo que los de la segunda cubrieran los intervalos de los de la primera. Cubriendo los intervalos, en

— 166 — el centro, como queda dicho, se encontraban los blockhaus, y repartidas seis garitas o puestos de escucha, formando todo este conjunto la segunda línea. OTRAS OBRAS A vanguardia se dispuso de una alambrada general, con piquetes de madera, a 2 m de distancia al tresbolillo, y alambre espinoso, dispuesto en cuatro órdenes, con faldón, y los hilos tendidos sin tensarlos, cubriendo un ancho de 6 m, aprovechando durante el avance de su construcción para la colocación de los postes telefónicos. A retaguardia se construyeron hasta siete cuarteles defensivos para cabe cera de compañía, y dos para batallón, con dos pisos, de tal modo que el parapeto pudiese presentar una línea continua de fuegos, contando ade más en las proximidades de la plaza de armas, de una obra de planta cir cular muy característica, como era el tambor defensivo. El ferrocarril, paralelo a esta línea, se encontraba a unos 80 m detrás de la segunda línea, habiéndose chapeado la manigua en unos 150 m a cada lado. Asimismo se procedió a la construcción de los edificios para la fábrica de oxígeno y demás elementos para funcionamiento del alumbrado. Igualmente se aumentó el número de estaciones heliográficas, con las de Morón e isla de Turiguanó, hasta completar la red, por lo que el enlace quedaba asegurado y doblado por telégrafo óptico y eléctrico, en las líneas del camino y del ferrocarril, figura 7, p. 168. EL PERSONAL El perteneciente al Cuerpo de Ingenieros que intervino en la reconstruc ción de la trocha fue de 1.200 soldados, que, dependientes de la Coman dancia General de la Trocha, se encontraban repartidos entre las fuerzas correspondientes a las líneas de la trocha y la vanguardia, así como en los trabajos de la trocha, entre los que se encontraban nueve compañías de Ingenieros y obreros, y media de Telegrafía, dos compañías de Transpor tes, un batallón de libertos, y un número variable de confinados. Su guar nición fue practicamente la de una división.

La vulnerabilidad de la fortificación Todas han sido muy importantes y han cumplido su misión, pero ninguna consiguió un bloqueo perfecto, pues todas fueron franqueadas en alguna — 167 — I) o)co co y. 1. - 1 a, co O) Q_1Lj EcoO) co II y.- U) o) co

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— 168 — forma. Esta línea defensiva, no sería una excepción, y menos en sus pri meras épocas, en las que, a la debilidad de la obra, habría que sumar la poca experiencia de las tropas que la guarnecían. La difícil inviolabilidad de la línea defensiva, pese al poco éxito de los intentos del cabecilla Agra- monte, quedaría más tarde demostrada en numerosas ocasiones, ante un enemigo decidido y audaz, que indudablemente contaría con el apoyo y la información de sus oficiales de Ingenieros. AÑO 1874 Aunque, a principios del año 1874, las fuerzas insurrectas tenían previsto forzar el paso en fuerza de la trocha de Júcaro a Morón, para la invasión de Las Villas y posterior de la parte occidental de la Isla, ésta sólo lo fue con carácter limitado. Y así, a primeros de mayo de 1874, aprovechando la debilidad de la línea y del cordón de fuertes y avanzadas, fue atravesado por varias partidas, entre ellas la del caudillo cubano Pancho Jiménez al que acompañaban de 70 a 100 hombres, que se infiltraron por varios pun tos, como Las Vegas, Dulcenombre, Pendengoras y Derramaderos, en pequeños grupos, con intención de atacar posteriormente el poblado de Marroquín, pero con posterioridad perdería, ante el hostigamiento de las fuerzas de retaguardia, su potencia de hombres, armas y caballos, que dando disuelta. Este mismo año, y una vez llegada la época de lluvias, en la que se sus pendían las operaciones, se produce el paso del cabecilla insurrecto Carri llo, con 500 hombres, en parte dispersos, pero que le permitió con los 200 restantes dar un golpe de mano sobre Morón. Asimismo Ramón Roa a quien acompañaban 100 hombres, pudieron atravesar la trocha, distribui dos por diferentes puntos. Finalizado este periodo de tiempo, el capitán general decide iniciar las ope raciones del plan de campaña de invierno contra el Departamento Qentral, para lo que saca unidades de la trocha. En tanto, se esperan unos refuer zos que no llegan con los que sustituir dichas fuerzas, por lo que ésta queda debilitada no solamente en su la línea de vigilancia, si no también la propia línea de detención. Esta circustancia favorece a Máximo Gómez, que, en la noche del 6 de enero, penetra por diferentes puntos, con 800 de a caballo y 300 infantes, e invade Las Villas, sembrando la inquietud en todo el territorio, e intentando al siguiente día 5 la voladura de los puentes del ferrocarril con dinamita, sin éxito, pero sí el tiroteo a los trenes. Este mismo día pudo atravesar la trocha una partida formada por 200 jinetes negros y mulatos. Por todo ello el plan de operaciones español previsto —169— tiene que ser anulado, regresando a la zona de Las Villas. Esta situación hace, que, para el resto de la guerra, la trocha pierda su valor, y que aun que no sea totalmente abandonada, su guarnición sea reducida sensible mente, así como que se retrase en años la pacificación de la zona hasta el año 1877. AÑO 1875 En el año 1875, en la noche del 5 a 6 de enero, es atravesada por Máximo Gómez, pomposamente ascendido nada menos que al empleo de general de división, por varios puntos, entre los fuertes 14, 12 y 15 del Sur. AÑO 1895 El 30 de octubre de 1895, la cruza nuevamente Máximo Gómez que el 17 de noviembre ataca el fuerte «Pelayo» y el 18 el de «Río Grande», ini ciando lo que se ha llamado la «invasión del Oeste». El 29 de noviembre del mismo año, nuevamente cruzan la trocha, en las proximidades de Ciego de Avila, 1.500 hombres, que, aunque reciben el fuego desde el fuerte de «La Redonda», pudieron cortar su alambrada y forzar el paso. Para favorecer esta infiltración a Las Villas, Maceo tiene que realizar un ataque de diversión a Morón. AÑO 1896 Nuevamente al año siguiente, después del combate de Pinar del Río, se quiso intentar su paso en fuerza, en las proximidades de Guanajay, sin conseguirlo teniendo que combatirse en Jobo. El 18 de septiembre de este mismo año, paso una partida formada por 600 insurrectos, con un convoy de munición, con dirección a Las Villas, entre Concepción y Santa Teresa. A mediados del mes de octubre de 1896, cuando la trocha está reconstru yéndose Serafín Sánchez atravesó la trocha con 600 hombres, mientras Carrera y otros cabecillas siguieron la línea de demarcación, con un ingente número de insurrectos, para reunirse con Carrillo en Neiva.

— 170 — MEMORIA DE LA MINAGUA. EL98DE LOS QUE FUERONALAGUERRA

ILMO. SR. DON EMILIO DE DIEGO GARCÍA Doctor en Historia. MEMORIAS DE LA MANIGUA. EL98DE LOS QUE FUERONALA GUERRA

La abundante, y con frecuencia contradictoria historiografía sobre el con flicto hispano-cúbano de 1895-1898 nos ha mostrado múltiples panorámi cas de aquella guerra, tanto de sus aspectos estrictamente militares como de los políticos y, aunque en menos ocasiones, también de los económicós y sociales. A las obras «clásicas» dedicadas a la narración de aquella con tienda, como la de Weyler, V. Mimando en Cuba (Madrid, 1910-1911, cinco volúmenes), precedieron y siguieron multitud de trabajos, más o menos apasionados, que desde la óptica española o desde la cubana trataron de describir, las más de las veces, o de analizar, las menos, aquella conf ron tación. Esta publicística se vio incrementada por el amplio caudal de títu los producidos en el ámbito norteamericano; en particular para la etapa final de aquella pugna saldada con la intervención estadounidense (1). Dentro de la diversidad de intereses que han guiado a los autores de tales escritos hay, sin embargo, un denominador común, y casi general, que es el plano desde el que se han abordado las diferentes cuestiones. Prácti camente todos nos ofrecen visiones «cenitales», es decir desde la cúspide del protagonismo dominante de los grandes acontecimientos, del perso naje o personajes fundamentales, o bien tratando de.presentarnos las cla ves interpretativas del proceso seguido durante aquellos años en torno a

(1) A los numerosos libros.y artículos publicados habría que añadir las colecciones docu mentales, memorias, diarios, cartas, autobiografías... y por supuesto la información y comentarios de prensa, así como la producción literaria.

— 173 — la Gran Antilla. Hasta las «memorias» más divulgadas corresponden a este mismo esquema. Sin embargo, hay otra guerra, la de los protagonistas casi siempre anóni mos cuya percepción «microcósmica» puede y debe contraponerse a las apreciaciones «macrocósmicas» habituales si queremos entrar a contem plar los aspectos cotidianos, enormemente ricos y significativos, en cual quier realidad, que se pierden o difuminan en exceso desde las atalayas, antes citadas, pretendidamente omnicomprensivas. Hace casi medio siglo, en el año 1952, se publicó un pequeño libro con el título El 98 de los que fueron a la guerra, pero su planteamiento y objeti vos no pretendían realmente aproximarse al quehacer diario de los hom bres que combatieron en las Antillas. ¿Cómo vivieron la guerra aquellos soldados y oficiales que un día salieron de sus pueblos y ciudades para combatir en Cuba? ¿Cómo viajaban, ves tían, se alimentaban, pensaban y se comportaban tales hombres? ¿Cuál era su estado de ánimo al partir, a la llegada a la Isla o al cabo de sus pri meras experiencias bélicas? ¿Cuáles fueron sus reacciones ante los ata ques enemigos, la enfermedad, el hambre y las adversas circunstancias climatológicas de un medio natural tan diferente del de sus lugares de pro cedencia? ¿Qué fue de su ardor patriótico, de sus ilusiones y de sus mie dos al contacto con la realidad de la lucha en tierras antillanas? El rosario de preguntas sobre esos hombres y su peripecia cubana cabría extenderlo aún mucho más, pero con éstas o con otras cuestiones pode mos, en cualquier caso, traer al primer plano de un discurso historiográfico, «desde abajo», la vida que late en las almas y los cuerpos de los seres humanos, verdaderos agentes de una historia soterrada por los generali zaciones, necesarias sin duda, pero carentes de las emociones y pasiones de los individuos que la vivieron (2). Tal vez, sólo por este camino los conceptos, pretendidamente explicativos, se irán llenando de contenido y llegaremos a comprender aquella guerra, con sus grandezas y sus miserias, y hasta entenderemos mejor las narra

(2) Contamos como fuente para el conocimiento de la guerra, desde la perspectiva de los combatientes, con el texto del teniente MORENO, C. Apuntes en la manigua. Diario de un Oficial del lnmemoia! del Rey, 1895-1899 (inédito), excelente documento al que hemos tenido acceso por cortesía de la familia.

— 174 — ciones que, según decíamos, nos han tratado de presentar relatos más o menos justificativos o condenatorios de los diversos bandos implicados en el problema antillano. Pongámonos en la piel de uno cualquiera de aque llos combatientes y dejemos asomar su perfil sociológico, moral, político, ideológico, militar, etc., espiritual y material en suma, desde los momentos en que emprende el viaje hacia la guerra hasta el momento en que vuelve de ella.

De Madrid a La Habana: curiosidad y entusiasmo

Abordando la experiencia que nos hemos propuesto veríamos, por ejem plo, como el 1 Batallón del Regimiento de Infantería Inmemorial del Rey embarcaba en la estación de Atocha, con destino a Cádiz, en la tarde del 28 de agosto de 1895. Tres días, con paradas en Santa Cruz de Mudela, Córdoba, Sevilla y Jerez, jalonaron su camino hasta el puerto gaditano. La emoción patriótica que domina a la mayoría se reforzaba con los obse quios, músicas, aplausos y gritos de ánimo que les acompañan a su paso por las diferentes estaciones ferroviarias, a pesar de los primeros inciden tes desagradables, tres soldados han caído del tren en marcha cerca de la capital hispalense y alguno sufre heridas graves. En la madrugada del 31 de agosto llegada al muelle y subida inmediata al vapor Colón de la Trasatlántica junto con otras tropas del Regimiento de León. La travesía se anuncia larga y con las primeras horas de navegación llegan los mareos y algunas incomodidades a pesar de la tranquilidad con que discurren las horas iniciales del viaje. Aún no hay tiempo para mayores sensaciones. La curiosidad se sobre pone ya a cualquier otro sentimiento. Tras la jornada dominical del 1 de septiembre, con misa a bordo, el barco arribaría a Las Palmas al día siguiente. Unas horas desembarcados en la capital grancanaria y de nuevo al mar. Ahora sí que, proa a América, empieza a experimentarse, verdaderamente, el alejamiento del hogar y apunta fuerte la nostalgia. La singladura hacia las Antillas consume las fechas lentamente. Mientras el navío avanza se va conociendo a más compañeros y estableciendo lazos de amistad que, en muchos casos, sólo romperá la muerte. La comida es abundante, para agradable sorpresa general. Los oficiales y jefes viven «a cuerpo de rey». A las siete de la mañana se les sirven un desayuno con leche, chocolate, café, bizcochos, galletas, y a las nueve el

— 175 — almuerzo con cinco platos, dos de ellos de pescado; postre y vino; café y licores. A las cuatro de la tarde merienda de salchichón, refrescos, té o café y galletas. Apenas tres horas después, la cena con otros cinco platos, postre, caté y coñac. Finalmente, a las 10 de la noche, el último refrigerio de la jornada consistente en un vaso de leche, café o té y bizcochos. Todos contentos pues, aunque más limitada, no es mucho péor la alimentación de la tropa que cree encontrarse en «jauja». Con tal panorama gastronómico y los inevitables mareos y «bascas» queda poco tiempo para el aburrimiento. En cualquier caso, la mayoría de aquellos muchachos, procedentes de Navarra y otros puntos del interior, están sobrecogidos por la inmensidad del océano que nunca antes habían visto. Sin embargo, es difícil no sentir un cierto tedio pues tan sólo el cruce con algún vapor lejano rompe la monotonía de los días, casi vacíos de otros actos colectivos, que no sea la misa de los domingos. Lentamente se alternan las horas de calma con algún que otro fuerte empujón del oleaje. La noche en el mar tiene un aire especial, un halo de misterio que impre siona a los soldados, tan poco acostumbrados a este espectáculo. Pero no todo es agradable, o simplemente insulso. A los pocos días de navegación se produce la primera víctima mortal, antes de arribar a Puerto Rico, un soldado, embarcado enfermo, fallece y su cuerpo ha de ser arrojado al agua. Aunque se proceda con discreción para tal ceremo nia, la noticia pone un punto de preocupación en todos los militares de a bordo. No obstante aquella inquietud desaparece pronto cuando, el día 11 de septiembre de 1895, se avista tierra puertorriqueña, ya sólo se piensa en llegar cuanto antes. Misa en acción de gracias y a las calles de San Juan. Un guirigay de personas; blancos, negros, mestizos, chinos (pero no chi nas) por todas partes. Gentes «menos beatas y religiosas que las de Las Palmas de Canarias», como observan algunos. Calor, malos olores, pre cios caros y la viruela haciendo estragos completan el cuadro. Visita a la «Mallorquina» y de nuevo al barco que al día siguiente pone rumbo a Cuba. El viaje transcurre sin novedad hasta el día 14, en que cruza junto al Colón un vapor de la Compañía Herrera que saluda con su enseña española pro vocando el entusiasmo en el corazón de muchos de los futuros comba tientes. Por la tarde una fuerte tormenta tropical asombra a los pasajeros, por su violencia. Pero todo queda en segundo plano cuando en la mañana

— 176 — del 15 de septiembre, tras más de dos semanas desde la partida, se entra en el puerto de La Habana (3). ¡Por fin a desembarcar! después de recoger el armamento y los sombre ros de «jipijapa». Un gran alboroto de remolcadores, botes, lanchones y vaporcillos rodea al Colón mientras sus tripulantes repiten ¡vivas! a España y al Rey. También acuden a saludar a los recién llegados algunos amigos que llevan destinados varios meses en la Isla. La impronta de aquel reci bimiento así como la del aún más cálido que se les tributó en las calles de la capital cubana no se apartaría de la memoria de los soldados durante el resto de sus vidas (4). La sorpresa, la admiración se manifiesta a cada paso del desfile hacia la plaza del Mercado. Todo engalanado, gritería, mujeres asomadas a los balcones, banderas y gallardetes, arcos, cartelas, flores, regalos, espec táculo apasionante que ni siquiera la súbita aparición de la lluvia consigue deslucir. ¡Viva Cuba española! Se repite por doquier. Nadie piensa en otra cosa que en la victoria. La alegría parece dominar el ambiente. Hay, por todas partes, una excitación patriótica que raza el histerismo colectivo y arropa a los soldados que rematan el día con borrachera general; en la que, en grandes dosis, se mezclan el alcohol y las fuertes emociones vividas. Jefes y oficiales son agasajados ante la gran puerta del Círculo del Comer cio. Aquello semeja un país encantado, como si la guerra fuese un asunto menor que se ventilase a miles de kilómetros; y al mismo tiempo tan cerca para justificar todo aquel despliegue.

El contacto con la guerra: enfermedad y cansancio La estancia en La Habana dura poco y al otro día, en medio de nuevas demostraciones de afecto, hay que subir al tren para dirigirse a alguno de

(3) Cuatro días más tarde, el 19 de septiembre, se produjo un accidente a la entrada del puerto de La Habana en el que resultó hundido el crucero Sánchez Barcáiztegui después de chocar con el vapor Mortera. (4) Así describía la revista decenal del Avisador Cubano», Ecos de Cuba. La Habana, 20 de septiembre de 1895 el recibimiento al Batallón de Asturias, que no difería mucho de la relatada por el teniente Moreno dada al Inmemorial casi por las mismas fechas: «... abrió la marcha el bizarro batallón, que salió por obispo y recibió una lluvia de flores, de palmas,

de tabacos y cigarros, entre vivas atronadores, entre bravos y palmada ...«. Los dueños de establecimientos comerciales de la Calzada del Monte obsequiaban a los soldados. El «Café de Luz», el almacén de víveres «El Colmado», de la calle de San Ignacio, todos regalan a las tropas cigarros y bebidas.

— 177 — los teatros de operaciones. A mil leguas de sus casas van a enfrentarse a un clima asesino y a un conflicto de cuyas características apenas saben nada. La música de su tierra, plasmada en unas jotas vibrantes, refuerza en la partida los ánimos recibidos. El trayecto de la capital cubana a Colón, en la provincia de Matanzas, les muestra la belleza de «la perla de las Anti llas». Llegados a aquella urbe, las cinco compañías del Batallón son des tinadas a diferentes misiones. La III Compañía guarnece la ciudad mien tras las otras han de partir hacia los ingenios Manguito, Palmillas, San José de los Ramos, Sabanillas y Marquesita y otros, en los que se tratará de que la tropa vaya aclimatándose. El general Prats era el gobernador militar de aquella zona, en tanto que la jefatura de la Comandancia Militar de Colón correspondía al coronel don Luis Molina, del cual tenían los soldados un gran concepto. Hombre de carácter duro y firme, pero todo un caballero, amable, tino y cortés al que todo el mundo quería menos los mambises. Dormía poco, no tenía afición alguna al juego, y cuando emprendía alguna acción contra el enemigo la llevaba hasta el final. Asus subordinados les causaba tan magnífica impre sión que se decía que con pocos jefes como éste pronto habría terminado la insurrección de la Isla (5). Allí cumplieron los soldados del Inmemorial sus primeros servicios de escolta y entraron en contacto con la temible «manigua», pero aún seguían sin ver la guerra en toda su crudeza. A finales de octubre de aquel 1895, un grupo de los soldados que formaban la III Compañía debieron acudir en auxilio de uno de tantos de los fuertes diseminados por la región: el «Coya donga». La imagen de varios de los hombres que se hallaban en este des tacamento les acercó al más espantoso de los rostros de aquella guerra: el de la enfermedad. El oficial que mandaba a los que acudían al relevo tuvo que hacer notables esfuerzos para contener la penosa impresión que causaba el aspecto del teniente al que acudían a auxiliar. Aquel sujeto de larga barba, cutis amarillo y pies hinchados, cubiertos por unos trapos, pro vocaba lástima: «Esto que ves —le dijo al recién llegado refiriéndose a su padeci miento— son las “nigüas” que me comen; hace más de 20 días que me atacan, de tal modo, que no puedo conciliar el sueño ni de día, ni de noche.»

(5) Don Luis Molina, teniente coronel en 1887, participó desde el principio de la insurrección en numerosas acciones y ascendió por méritos en campaña a coronel y, en 1896, a general.

— 178 — Pero no era el único afectado; la mitad de sus hombres sufría de palu dismo. Además las paredes de tablas medio podridas que les cobijan, la falta de medicinas, la ausencia de comunicaciones y la escasez de ali mentos: «Que un chico trae a lomos de su burro cada siete u ocho días.» Contribuía a agravar la situación. No es de extrañar que, en esas condi ciones, la guarnición del fuerte se sintiese abandonada y asustada. La noche anterior han gastado la mitad de sus municiones disparando, a cie gas, contra lo que creían una numerosa partida enemiga. Resultado: dos bueyes y dos vacas muertos. Bonito modo de combatir! La forma de hacer la guerra dictada por Martínez Campos conducía a la dispersión e ineficacia de las fuerzas españolas. Al cabo de una semana se pudo constatar que por allí no hacían los insurrectos el menor acto de presencia, con lo cual regresaron a Colón los soldados del Inmemorial dejando a los defensores del «Covadonga» en su puesto hasta que fueron relevados unas semanas después. Pero en otros puntos sí daban los revo lucionarios señales de actividad con algunas acciones contra la vía del ferro carril a Matanzas. Ante el temor de algún ataque en los lugares más insos pechados se multiplicaban los servicios y el agotamiento iría haciendo mella en los soldados al cabo de sólo unas pocas semanas. Todo ello sin haber entrado realmente en combate.

Las primeras escaramuzas: miedo, valor, vida y muerte

El 5 de noviembre del año 1895 se produciría para algunos de aquellos soldados su bautismo de fuego. Un contingente de tropas del Inmemorial del Rey junto con algunos más del María Cristina, Guardia Civil y Volunta rios de Macagüa (de caballería) partían hacia el lugar conocido como Ama rillas. En combinación con otras unidades se disponían a realizar una serie de operaciones dispuestas por el general Luque y encargadas al general Prats y al coronel Molina. Organizados en tres columnas debían conver ger en torno a cayo Espino para encerrar a una partida de las de Máximo Gómez. Iniciado el avance sonaron al poco los primeros tiros en vanguardia. Ahora sí que la guerra estaba ahí, el enemigo ataca al grito de «al machete», «al machete». Una lluvia de disparos y caen los primeros muertos por todas partes. El combate se hace más intenso a cada momento y se llega a la carga a la bayoneta. Son instantes de enorme tensión y las bajas de algu

— 179 — nos compañeros próximos elevan las emociones hasta el límite. Nuevas cargas a la bayoneta y los insurrectos se empiezan a replegar pero se defienden con bravura. Los gritos de ¡Viva España! ¡Adelante! ¡Viva el Rey! se escuchan una y otra vez. La victoria parece cercana pero los mam bises contraatacan fieramente y la situación se torna difícil, hasta que un esfuerzo más permite lograr el triunfo y a última hora poner en fuga a los contrarios. La batalla de cayo Espino había sido importante puesto que los insurrec tos constituían una fuerte columna formada por miembros de las partidas de Lacret, Núñez y Quintín Banderas, Pancho Pérez, Morejón, etc. y supuso un freno momentáneo al proyecto de Máximo Gómez de invadir Matanzas. Acabada la refriega llegaba la lluvia como si quisiera lavar el horror de la muerte y mitigar la excitación por el éxito. Con todo se cuentan 27 muer tos en las filas propias (el teniente Bisbal, el cabo Cuadrado). Sobre el terreno han quedado también algunas reses que sirven para un buen ban quete, regado con vino abundante. Aquellos soldados que han superado tan dura prueba dan muestras de resignación y fortaleza mientras des cansan esperando una nueva jornada contra un adversario que aún se siente cercano. Sin embargo, no hay nuevos encuentros inmediatos y al día siguiente se recogen 42 mambises muertos, numerosas armas y baga jes, pero ningún herido. Más tarde aparecieron más cadáveres en varios puntos (6). A pesar de todo, el modo de combatir de los mambises desconcierta a los españoles. Las partidas, normalmente pequeñas, desplegadas en grandes extensiones observando los movimientos de las fuerzas del Ejército atacan únicamente cuando saben que se enfrentan a fuerzas menores, en caso contrario se retiran sin presentar batalla y sólo se dedican a tareas de hos tigamiento. Cuentan con el apoyo y la información de numerosos guajiros, campesinos «pacíficos» y ciudadanos neutrales. Aparte de los contactos directos, farolas y hogueras, por la noche, y prendas de vestir colocadas en sitíos y formas acordadas, durante el día, sirven para transmitir a los

(6) Aquella acción tuvo amplio reflejo en las páginas de la prensa habaneras. La revista decenal del «Avisador Cubano’ .Ecos de Cuba, en su número de 20 de noviembre de 1896, p. 1, escribía: «En cayo Espino, a las órdenes del coronel Molina, 250 soldados españoles se defienden de 2.400 que preparados los esperan y, después de cansarlos, los arrollan.»

— 180 — insurrectos toda clase de datos. La manigua es su refugio y salvación cuando las cosas van mal. La ventaja es grande y el peligro para nuestras tropas de verse sorprendidas es evidente. Así tendría ocasión de compro barlo a las pocas semanas el mismo Martínez Campos. La lucha se extiende por gran parte de la Isla y pronto los soldados del Rey se ven envueltos en nuevos encuentros con los insurrectos. El escenario es ahora la margen del río Hanabana, en la zona inmediata al llamado paso del Corojo, donde aquellas fuerzas, junto con voluntarios del pueblo de la Macagüa, han sorprendido a una pequeña partida de enemigos. Es el día 8 de diciembre del año 1895 y los mambises huyen dejando atrás caballos, algunas armas, comida y otros enseres. Una vez más han logrado escapar ante el desconcierto del jefe de la columna, don José Cabañas, que ordenó seguir sus huellas sin mucho éxito. En la noche, sin hacer fuego para no descubrir la presencia propia, casi en ayunas y mal cobijados en toscos bohíos, construidos a toda prisa con ramas de los árboles más próximos, se sufren las incomodidades del relente, capaz de ocasionar la temida fiebre amarilla y el vómito negro; colores éstos del negro y el amarillo poco simpáticos para los que pade cen la asechanza de tan crueles enfermedades. Pero, el cansancio vence todos los impedimentos y, después de algún rato de charla evocando la casa lejana, se duerme profundamente.

La gran ofensiva revolucionaria: en apuros

Los reconocimientos emprendidos al día siguiente no sirvieron para encon trar a los huidos y por lo tanto hubo que regresar a Colón. Sin embargo, la calma iba a durar muy poco. El día 20 de diciembre de 1895, el telégrafo anunciaba que Máximo Gómez, con más de 20.000 hombres, se disponía a invadir aquella provincia. Los partes de todos los destacamentos corro boraban el aviso. El capitán general y numerosas fuerzas llegaron desde La Habana para tratar de batir al Viejo Chino que se mostraba decidido a amenazar la propia capital de la Isla. Aunque las noticias no dejaban lugar a dudas sobre la gravedad de la situación, Martínez Campos titubeaba en salir de Colón, parecía no creer en la invasión de los mambises. Ningún socorro se enviaba a los puertos atacados por las tropas de Gómez, (destacamento de Antillas, ingenio de la Aguedita, destacamento de Jacán y tantos otros) que iban siendo aplas tados por los insurrectos.

— 181 — ¿Por qué aquel inmovilismo? Únicamente algunas columnas como la del coronel Molina, la del general Luque y la del teniente coronel Zubia salieron al encuentro de los revolucionarios, sin lograr contenerlos. Ante la marcha de los acontecimientos, el día 23 de diciembre, Martínez Campos empren dió con sus 12.000 hombres, la persecución de Máximo Gómez que se diri gía hacia La Habana. En Colón no quedaron más que los enfermos y heri dos en un hospital que tenía la peor fama porque, según decían, eran pocos los que salían de él. Con aquellos escasos y maltrechos efectivos, el ya alu dido comandante Cabañas organizó una pequeña unidad para acudir en auxilio de lo que aún quedaba de los aislados puestos que los mambises habían superado en su rápida marcha. El panorama era desolador: «Cuanto se diga es poco de los crímenes que hacía esta maldita invasión. Nada había respetado a su paso; lo mismo ingenios que pueblos, sitierias y sembrados, todo se veía incendiado y demolido, destruida su riqueza en maquinarias y obras, aplastada incluso la gente que en ellos se refugiaba.» «Algunos de estos ingenios y los sembrados de caña se salvaron durante un tiempo debido a la suma de pesos que los propietarios daban al “generalísimo Gómez”; pero después de algunas fechas llegaban otros caudillos cogiendo, al mismo dueño, otra interesante suma y así sucesivamente, hasta que el amo aburrido abandonaba su hacienda y se iba a los demonios.» Los soldados sobrevivientes de alguno de los puestos contaban horrores de loque habían sufrido para defenderse de los ataques de los grupos de insurrectos que pasaban. Algún que otro jefe de aquellos destacamentos no disimulaba el descontento por no haber recibido ninguna ayuda de Mar tínez Campos. No mucho mejor reaccionaban algunos oficiales designa dos para sustituir con unos cuantos hombres a los que ahora se relevaban. Ciertamente, la guerra empezaba a mostrar una cara poco favorable y el entusiasmo de primera hora iba dejando paso a otros sentimientos. En la Nochebuena del año 1895, los soldados de la columna llegaron al ingenio Aguedita, con un frío de diablos que obligaba a soplarse los dedos; mal protegidos por los trajecillos de aquel uniforme que no eran como para estar ardiendo. Los insurrectos se habían llevado a su paso todo cuanto pudieron y no quedó otra cosa para la cena de tan señalado día que un poco de arroz con bacalao sin apenas desalar. Transcurrió pues la velada con casi tanto hambre como frío. El día de Navidad llegaron al Zacán y supieron como los hombres de Gómez habían matado a machetazos a un cabo y cuatro soldados a los

— 182 — que sorprendieron fuera del fuerte. A poco continuó la visita a otros desta camentos hasta regresar a Colón. Allí se enteraron, a primeros de enero de 1896, del fracaso que unos días antes había tenido Martínez Campos en su encuentro con los mambises en el ingenio Coliseo. La noticia causó el lógico malestar entre la tropa que deploró su desgracia «por ser de los generales, e! más honrado de España’> (7). La contienda se tornaba incierta y el final de la guerra se veía comprometido y lejano. La evocación de la Península y de la aldea lejana que se dejara atrás, empezaba a hacerse más nostálgica y frecuente.

Contra los colaboracionistas: miserias, traición y heroísmo

Al cabo de los meses vividos en medio de las fatigas y peligros de la lucha, los bisoños soldados que habían desembarcado en La Habana, hacia tan poco o tanto tiempo, según se mirase, eran ya verdaderos veteranos. En la última decena de enero de 1896 algunos soldados de la III Compañía del Regimiento del Inmemorial de! Rey, junto con el grupo de inseparables voluntarios, fueron destinados a una misión en el pueblo de El Roque, lugar como de 300 vecinos en la misma provincia de Matanzas, a unos 2 km de la estación de Quintana, lugar en el que el mismo Máximo Gómez había pernoctado más de una vez (8). Se trataba de sustituir a su alcalde, que era un colaborador de los insurrectos, por otro de confianza. La operación no ofreció mayores dificultades pero los problemas apare cieron a la hora de designar al oficial que había de quedarse al mando de la pequeña guarnición instalada en aquella población. Iba a ser un punto muy comprometido y ninguno de los cuatro tenientes que formaban parte de la columna quería asumir el riesgo. Alguno incluso renegaba de la Ordenanza y pedía una decisión por sorteo que los otros rechazaban. La cuestión se resolvió al fin al presentarse voluntario uno de ellos pero, inci dentes como éste, eran todo un síntoma del deterioro que asomaba ya en la moral del Ejército en los últimos días de la etapa de Martínez Campos.

(7) Revista «Avisador Cubano»... 10 de enero de 1896. (8) La situación se tornaba alarmante, como reconocía ya el periódico: «Ha continuado creciendo el malestar de la opinión durante toda la decena que termina, efecto de la nueva excursión de las grandes partidas rebeldes por las provincias de Matanzas y La Habana, llegando hasta las cercanías de la capital de la Isla partidas pequeñas desprendidas de aquellas otras». Revista citada, 30 de diciembre de 1895. Por ejemplo, Máximo Gómez estuvo El Roque el 22 de diciembre de 1895.

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Apenas solventado el asunto del mando se retirá el grueso de la tropa a Colón, sin que en los días que había permanecido en El Roque se empren diera ninguna de las obras de fortificación que, a todas luces, se necesita ban. No son de extrañar las quejas de los que allí quedaban: «Ciento cincuenta hombres sin hacer nada durante diez días! ¡Qué previsión de los jefes y que pericia militar!» Con gran esfuerzo y la ayuda de algunos civiles pudieron levantarse unas mínimas defensas y comenzaron a cumplirse los servicios ordenados por el general en jefe, que era hacer un recorrido diario en torno al destaca mento, en un radio de unos 3 km, con un tercio de la fuerza disponible. Todos comprendían que esto era una locura, pero ¡órdenes son órdenes! Así pasaban los días en aquella posición, olvidada de los hombres, rodea dos de gallinas, patos, palomas, un cerdo, boniatos, maíz, arroz, etc. A primeros de febrero, del año 1896, llegó Weyler a La Habana haciéndose cargo, al instante, del Ejército de Cuba, deshaciendo lo hecho por su ante cesor (9). Quitó y renovó los cargos, dio mandos y los retirá, sustituyendo otros, muchos con arreglo a su criterio, entre estos el Gobierno de la capi tal de Cuba que lo tenía Arderius, primo de Martínez Campos, cuyo señor respetable dio mucho que sospechar y decir de su gestión. Desde entonces se quitaron los recorridos a las fuerzas que se hallaban destacadas (10). La vida en El Roque discurría tranquila. Cada vez eran más las familias que marchaban para La Habana y otras ciudades excusando que allí se encon traban más seguras. Aunque tal vez fuese porque ya no disfrutaban de la libertad de antes para admitir en sus casas a los maridos, hermanos, novios y amantes que sumados a las partidas venían a visitarlas con frecuencia. Allí la mayor parte de la población mal disimulaba sus simpatías por Máximo Gómez. El anterior alcalde, asturiano por más señas, acogía a los insurrectos heridos, los atendía y los pasaba un duro diario a cuenta del municipio. Así entre el recelo de unos y otros fueron transcurriendo los días.

(9) Revista citada, 20 de febrero de 1896. «La llegada del nuevo Gobernador General y General en Jefe, Excmo. Sr. don Valeriano Weyler y Nicolau fue un verdadero acontecimiento que llevó al litoral de la bahía, el día 10, miles y miles de almas deseosas de aclamarle y felicitarle, asegurándose que no se ha hecho jamás en Cuba, a go bernante ni caudillo alguno, recibimiento más grandioso, solemne y espontáneo.» (10) Ibídem, al frente del Estado Mayor colocó al general Ochando; destinó al general Bargés a Santiago; al general Pando, a Las Villas y al general Arolas le dio el mando de la columna que antes mandara el general García Navarro; este último y el también general Canella fueron cesados. Se prohibió desde entonces a los periodistas que acompañasen a las columnas de operaciones.

— 184 — Pero la calma duró poco en aquel sitio. Al amanecer del día 20 de marzo del año 1896 sonaron disparos, al tiempo que repicaban las campanas en signo de alarma ante la presencia del enemigo. La guarnición, después de llevar a la iglesia a los vecinos sospechosos de entenderse con los mam bises, se dispuso a la defensa frente a unos 2.000 atacantes. A pesar de haberse detenido a los más significados, otros muchos vecinos al iniciarse la refriega cogieron sus ajuares y huyeron al campo insurrecto. Rápida mente se generalizó la ofensiva que parecía imparable. El teniente que mandaba la fuerza sitiada arengó a sus hombres con gritos que parecían una aviso del final: «Españoles: por la Patria.., derramad vuestra sangre...! Viva España! Todos contestaron: Viva España!» La defensa en aquellas casas de madera era difícil. El corneta desde lo alto del campanario indicaba con sus toques el sitio por donde el enemigo concentraba sus esfuerzos. Un intento de la caballería fue rechazado a duras penas y, en su huida, los mambises retiraban a sus muertos y heri dos recogiéndolos con unos garfios. Habría pasado una hora de fuego a discreción cuando se suspendió el ataque y llegó al pueblo el cura como emisario de los insurrectos. Ofrecía, de parte de Morejón, general de las partidas, dejar vivos a los defensores si entregaban El Roque. La res puesta del teniente no pudo ser más clara: «Vaya y dígale a Morejón que ningún español sabe rendirse, y no vuelva con más misiones! El mismo oficial dirigiéndose a sus solda dos volvió a animarles gritando Viva España! Viva el Rey! IMueran todos los mambises!» Otra vez se reanudó la lucha con la infantería insurrecta cargando al machete. La situación volvió a ser apurada pero el lejano pitido de una locomotora asustó a los atacantes ante lo que creían era la llegada de refuerzos españoles y emprendieron veloz retirada. La alegría de los sitia dos se tradujo en nuevos gritos de Viva España! Habían logrado una vic toria tan extraordinaria como inesperada y sentían de nuevo la vida como algo maravilloso. Al recontar las bajas, de uno y otro lado, causaba una sensación espe cialmente terrible la muerte de una muchacha de unos 17 años, sin saber siquiera de dónde podría haber salido el disparo por el que fue abatida. Después de haber concluido todo, las casas quemadas por los asaltantes daban testimonio de la dureza del combate. A la tarde, cuando ya hacían

— 185 — poca falta, vinieron refuerzos, víveres y municiones, con todo, fueron bien venidos, y más aún el relevo que llegó un mes después (11). Vueltos a Colón, el teniente que, había dirigido la acción de El Roque, reci bió numerosos parabienes, aunque no ascenso u otro premio, y fue nom brado ayudante del coronel Molina, junto al cual intervendría pronto en otros combates. La guerra se alargaba sin que nada hiciera vislumbrar una salida. Los «héroes» empezaban a ser presa del cansancio; hasta el peli gro, compañero inseparable, comenzaba a perder su perfil. Sólo el hastío crecía al correr de las semanas; el hastío y la crueldad de aquella lucha sin cuartel.

La rebelión se extiende a otras provincias

La guerra se hacía cada vez más dura para todos. La actividad de las tro pas españolas se había multiplicado desde la llegada de Weyler, al tiempo que los insurrectos arreciaban en su empeño de dominar la Isla. Algunas zonas eran campo de continuas escaramuzas. Entre éstos ocupaba un lugar importante la provincia de Matanzas. El día 7 de mayo de 1896, la columna de don Luis Molina se topaba con la partida de Vázquez en el potrero «Reserva» (12). Los insurrectos, según su táctica habitual, huye ron al encontrarse con fuerzas superiores. Pero no pudieron escapar sin abandonar en el campo 13 muertos, un herido y un prisionero; siendo cua tro los soldados muertos y dos heridos. Los choques con los mambises eran prácticamente constantes, en una contienda que no se sabía cuando podría terminar. Las acciones se suce dían en un continuo correr hacia todas partes detrás del enemigo. El 19 de mayo las fuerzas del mencionado coronel Molina hallaron la pista de otra partida que iba camino del Potrerillo, con dirección a Motembo. Siguiendo las huellas cruzaron San Rafael, loma de Santa Margarita, el puente de

(11) Revista citada, 30 de marzo de 1896. La prensa cubana se hacía eco de lo ocurrido en El Roque y «Avisador Cubano»’ recogía un parte del general Prats en el que se señalaba como en El Roque se habían batido bravamente nuestros soldados contra las partidas de García y Morejón rechazándolas hacia Mostacilla. Quemaron varias casas y causaron un herido a la tropa y dos muertos y tres heridos entre las gentes del pueblo. El enemigo dejó un muerto y retiró otras 15 bajas. El general Prats felicitó al primer teniente del Regimiento del Reyy a los 30 soldados que componían el destacamento. (12) Revista citada, 20 de mayo de 1896. Junto a la partida de Vázquez se encontraba la de Clotilde García, atrincherada en el ingenio Soledad. —186— Sociedad, el Retiro, San Ramón y arroyo de Lima para llegar, a media tarde, al sitio llamado Polvorosa, a orillas del río Palma. El rastro, muy reciente en aquel punto, denunciaba la presencia cercana de un gran con tingente de mambises. Apresuradamente reunió el coronel a sus oficiales y les advirtió del riesgo de enfrentarse a una masa enemiga tres veces superior en número mandada por jefes expertos como Zayas, Collazo y Tamayo. No hubo el menor titubeo. Media hora después se rompía el fuego. Dos compañías del Batallón de Cuenca y una sección de Caballería del Hernán Cortés se des plegaron en orden de batalla, quedando en reserva algunos efectivos de la Guardia Civil y de la guerrilla Macagüa (13). El ataque puso a los insurrectos en desbandada hacia el lugar denominado Tienda del Capricho de Motembo, de dónde fueron desalojados por una impetuosa carga de la caballería. En la huida pudieron distinguirse varias mujeres que acompañaban a los revolucionarios. Después de más de dos horas de lucha, a los insurrectos se les contaron 15 muertos y se tuvo noti cia de que habían retirado más de dos docenas de heridos. Las tropas españolas, por su parte, tuvieron 17 heridos y seis muertos, enterrados a la vera del ya dicho río Palma. Con la noche llegó un ligero descanso interrumpido por los gritos de los heridos que, sólo al día siguiente, pudieron ser llevados a San José de los Ramos. Pero la columna prosiguió su marcha, sin más aplazamiento, dejando a sus espaldas el ingenio Sordo, el Porquera, el Punto en Blanco, el San Blas, el Dolores, el Liébana y, por último, el San Luis. Un pequeño alto, para tomar el rancho, y de nuevo el camino hacia Gamutas, siempre en persecución de la partida insurrecta. Así recorrieron San Cayetano, Angelita, Chacho Palomo, hasta la vía férrea, para regresar a Colón sin volver a ver a los huidos. Repuestas las fuerzas el teniente fue enviado como comandante de puesto al pueblo de El Zacán, el día 17 de junio del citado 1896. No cam biaba mucho el panorama respecto a la situación ya vivida en El Roque. La mayoría de los habitantes, con el alcalde y los concejales a la cabeza, eran claramente simpatizantes de los mambises. Cualquier medida adop

(13) Revista citada, 30 de mayo de 1896. Incluye un amplio relato de aquella acción en la que se distinguieron el capitán de la caballería del Hernán Cortés y el comandante del Cuenca, don Manuel López.

— 187 — tada por el oficial que dirigía la pequeña guarnición del lugarejo les servía para protestar, aunque con poco éxito pues en toda la jurisdicción de Colón mandaba el coronel Molina, tan estimado y querido por los buenos espa ñoles como temido por los insurrectos y sus cómplices. Causaba particu lar enojo a los moradores, o mejor sería decir moradoras, de El Zacán que la vigilancia extremada por el teniente Moreno impidiera a sus maridos y amantes, unidos a las partidas, volver a dormir en sus casas tranquila mente, según venían haciendo hasta entonces. La defección de la población civil a la causa española era mayoritaria en aquellos lugares. Los «pacíficos» campesinos estaban en su mayoría del lado de la revolución. La presencia de los militares españoles era vista con escaso entusiasmo y el teniente fue relevado de la comandancia de El Zacán, a pesar de haber ganado «tres rojas y una cristina>’, en diez meses de campaña. A principios del mes de septiembre de 1896, tras una semana de des canso, se reincorporó a una nueva columna, la mandada por el teniente coronel don Enrique Brualla. Vuelta otra vez a la persecución de mambi ses que se escabullían de entre las manos cuando parecían cercados. Después de fortificar el ingenio Feliz, sufriendo el hostigamiento de los insurrectos, se repitieron los encuentros en las inmediaciones de la cié naga Zapata. Marchas y contramarchas, emboscadas recíprocas, tiroteos, generalmente breves; aquella guerra de sorpresas acababa con los ner vios mejor templados. Un largo rosario de nombres resumen los avatares de unos días en los que se alternan tareas de reconocimiento y breves choques: potrero San Lucas, ingenios Dolores, Santa Sofía, San Rafael, El camino, Socorro, etc. Pero el acoso a los mambises daba sus frutos, al menos en lo que se refe ría a la provincia de Matanzas que, en los comienzos de octubre de 1896, se hallaba prácticamente libre de insurrectos.

La gran ofensiva contra Maceo

La táctica de Weyler había obtenido, sin duda, mejores resultados que la de su predecesor. Sin embargo, las partidas desplegaban aún gran activi dad no sólo en sus tradicionales bases del Este, sino también en el occi dente de la Isla. En Pinar del Río, Máximo Gómez y Maceo contaban con importantes fuerzas. —188— Las tropas españolas concentraron sus esfuerzos en aislar a ambos jefes para batirlos por separado. El día 15 de octubre el batallón del teniente coronel Brualla recibió la orden de trasladarse a la zona de Vuelta Abajo, siendo reemplazadas sus tropas en la guarnición de los destacamentos en Matanzas por voluntarios locales. El ferrocarril funcionaba a pleno rendimiento para el transporte de los con tingentes militares que se preparaban para acabar con la insurrección en la parte occidental de Cuba. Algunos puntos, como Rincón, pequeño pue blo de la provincia de La Habana, cruce de líneas, semejaban avisperos en esas fechas. Pero el lugar de encuentro al que llegaban fuerzas y pertre chos de todas las armas era Artemisa, dentro de Pinar del Río, en el cen tro de la trocha de Mariel a Frajana. En medio de aquella barahúnda en la que viejos conocidos volvían a encontrarse, cada unidad debía ser apo sentada en un espacio reservado al efecto, en tanto que el jefe de la misma se presentaba al general Arolas quien ordenaba lo que había que hacer. Era un tipo puntilloso, al que más de cuatro motejaban de «tiburón de costa», que obligaba a los soldados a sujetarse los calzones, por los tobillos, con una cinta de cuero, al tiempo que los prohibía, con la misma severidad, escupir en las aceras. Ciertamente a aquella tropa no se la alcanzaba mucho la eficacia militar de tales disposiciones pero ¡cualquiera se atrevía a desobedecer’ Más con fiaban en lo que podría significar la utilización de ametralladoras, una de las cuales se probaba entonces para defender el fuerte principal. Aunque, por encima de cualquier otro asunto, la preocupación de los soldados se cifraba en un posible, y rumoreado, ataque de Maceo. El mismo general gobernador de la plaza acabó advirtiendo a todos los jefes y oficiales de aquel peligro que se concretaría en la noche. Después de un intenso bombardeo de artillería, que causó numerosas bajas en la población civil, los mambises atacaron con descargas de fusi lería llegando a corta distancia de las fuerzas españolas gritando desafo radamente: «iAl asalto! ¡al machete! ¡Viva Cuba independiente!» La respuesta de las tropas de Arolas les paró en seco. Aquello era un gran infierno que obligó a los insurrectos a retirarse momentáneamente. Reor ganizados de nuevo volvieron a la carga con el mismo adverso resultado. Definitivamente, Maceo había fracasado en su intento de pasar la trocha por Artemisa. —189— Superada la amenaza, al día siguiente, sin tiempo que perder, las diversas unidades comenzaron a abandonar la plaza hacia sus destinos en Pinar del Río. Nuevamente al tren, sin respiro, hacia Consolación del Sur. Allí se repetiría el encuentro con varios amigos y conocidos que sirviendo en otras columnas que habían llegado antes. En el rostro de algunos de ellos se observaba el devastador efecto de la fiebre amarilla. Menos mal que al menos aquel pueblo se mostraba hospitalario y se comía bien. Pero lo bueno duró poco y el día 31 de octubre emprendían el camino a Galalón. Llegados a este lugar, fueron establecidos en un campamento de tiendas mal construidas y abierto a todos los vientos. No había gentes en muchos kilómetros a la redonda, salvo en el poblado de la Paloma. En los recono cimientos, obligados para evitar sorpresas, encontraron, cerca de la lla mada Abertura del Infierno, restos de soldados con trajes de rayadillo y blusas hechas jirones. Hallazgo macabro, testimonio de una cruenta bata lla anterior, a los que se procedió a enterrar. Unos días después, el día 6 de noviembre, se supo que Maceo estaba concentrando sus fuerzas en las lomas del Rosario y del Rubí. Así pues, se recibió la orden de reemprender el camino hacia aquel sector. San Diego de los Baños, San Cristóbal, Candelaria, etc. ¡que nombres tan sonoros iban quedando atrás! En la mañana del día 9 de noviembre, en una explanada camino de Güanejabas, formaban más de 8.000 hombres, a cuyo frente cinco generales iban a guiar el asalto a las lomas del Rosa rio. Sólo esperaban la llegada de Weyler que venía desde La Habana con más refuerzos. La columna de nuestro teniente, junto con otras unidades, entre ellas el batallón de Puerto Rico cuyo jefe era Pintos, se integró en la brigada que mandaba el general Echagüe. Ahora sí que podía verse a muchos amigos que hacía tiempo no se sabía de ellos. Iniciada la marcha, el Batallón del Rey se colocó en vanguardia. A las tres de la tarde de aquel día entraban los primeros en el valle que se extiende al pie de las lomas. No habían transcurrido más que unos minutos y ya un pequeño destacamento ene migo los hizo los primeros disparos. iVive Dios que los mambises son finos y divertidos! Apenas si hemos pisado el suelo donde residen y ya corteses y atentos nos reciben a balazos; comentaron algunos. Echagüe mandó desplegar sus tropas y al poco cayó herido, de un balazo, en brazos de su ayudante y del teniente coronel Enrique Brualla. Pero el ataque no se detuvo, aunque el batallón de este último jefe quedó sin la guía adecuada. ¡Así se escribe la historia!, etc. murmuraron varios.

— 190 — Ahora si que se trataba de un gran combate. Maceo contaba con miles de hombres. Era tal la vegetación que resultaba fácil perderse y la mayoría de los jefes habían quedado bastante detrás de las tropas de vanguardia. A la caída de la tarde se replegaron las avanzadas para formar campamento. Sin haber comido en todo el día tampoco se podía cenar, al menos caliente, pues se prohibió encender hogueras. Hacía un frío tremendo para la poca ropa de que se disponía y era imposible moverse por la vigilancia de los mambises que no habían cedido terreno a pesar del intenso fuego de artillería al que se les sometió. Al día siguiente, en la mañana del 10 de noviembre, llegó el general Wey ler con otros 9.000 hombres y numerosos cañones. Los soldados, en su acampada, sentían pasar por encima de ellos una ingente cantidad de pro yectiles disparados por aquellas piezas; bombardeo al que respondía la artillería de los insurrectos. Un duelo que no cesó en toda la jornada, hasta declinar el día, momento en que el propio capitán general pasó al ataque a la cabeza de todo su cuerpo de ejército. ¡Qué impresión causaba aquella aparición del general en jefe!

«... lo vi a dos pasos de distancia, que subía a los cerros como un soldado cualquiera, tan pequeño de estatura que al pronto se le con fundía con su cornetín de órdenes; pero tieso y arrogante como un león del desierto sacudiendo su melena! Ante el empuje de Weyler, el enemigo cedió retirándose hacia el Oeste. La persecución se produjo inmediatamente. Los 20 batallones se alterna ban en el frente y a retaguardia de la marcha. Ninguna posición era cómoda; la primera porque llevaba a choques y sorpresas constantes; la segunda porque en ella debía arrastrase la impedimenta, los heridos, los prisioneros, etc. Pero antes de continuar tras Maceo se pudo tomar un rancho caliente y enterrar a nuestros muertos que fueron muchos. Sólo en la compañía de la que hablamos hubo tres muertos y 14 heridos. A estos últimos se los evacuaba por mar, desde un pequeño embarcadero a orillas del Rubí, hacia el hospital de La Habana. El toque de «carga» de la columna Echagüe, ahora bajo las órdenes de Obregón, fue la señal para reanudar la marcha el día 11 de noviembre. Un terreno abrupto, con una vereda estrecha y empinada, más propia de cabras que de hombres, obligaba a un tremendo esfuerzo. A la cabeza, montando una jaquilla torda, un hombre de corta talla, patillas de oro a lo

— 191 — alfonsino, descuidado el uniforme, con mirada de águila, sin decir una palabra arrastraba tras de él 20.000 soldados. Uno detrás de otro, como hormigas, dando vueltas y más vueltas detrás de un enemigo que no se dejaba ver (14). Al faltar la luz del día, alto obligado buscando el abrigo de las guásimas y el calor de las hogueras. Para reponer fuerzas la «tajada» de ordenanza y ¡a dormir! Al día siguiente lo mismo, al otro igual y así hasta el 1 de diciembre en que se pudo atrapar a las fuerzas de Maceo en las lomas del Toro. Durante aquellas semanas de mal comer y dormir poco, de caminar conti nuo, andando de día y tiritando de noche, bañados por los repetidos agua ceros, llenos de arañazos por las ramas de arbustos y árboles de toda clase que se oponen al paso, atacados por el paludismo y otras fiebres, el esfuerzo de las tropas era enorme. Todo era silencio y dolor, sin que los médicos puedan acudir a tanto enfermo y casi sin medicinas. Pocas son las bromas y chacotas que se gastan ahora de aquellas con las que los soldados se entretenían habitualmente. Aquello en vez de un campamento parecía un tremendo hospital. ¡Qué vengan aquí los periodistas, los fotó grafos que recorren los salones del gran mundo! ¡Pasmados se quedarían de ver sufrir al soldado, de lo que pasa y calla por el amor a su Patria! ¿Cuándo llegaría el final? Muchos creían a su llegada a Cuba que con el numeroso ejército que España había enviado a la Isla pronto se aplastaría la insurrección. Pero, al cabo de los meses no se veía la solución. No era igual combatir en la manigua que en los cafés de Madrid, donde tanto estratega resolvía el conflicto en unos minutos. La ignorancia es uno de ios peores males que, en aquella, como en otras ocasiones, hemos padecido. Pero, en fin, el primero de diciembre se desató el que se esperaba defini tivo ataque contra Maceo en las lomas del Toro. Se avanzaba destruyendo las viviendas, arrasando los campos y cualquier posible refugio para los mambises. Los soldados pudieron comerse los animales que encontraban en los bohíos y así probar la carne después de más de cuatro semanas. Tras varios días de combate las columnas entraron en la sierra de Rangel, apretando constantemente a los revolucionarios.

(14) Revista citada, 28 de noviembre de 1896 y 10 de diciembre de 1896. Recoge extensa información sobre los combates.

— 192 — Apenas se veía a tres metros por cuanto lo impedía la abundantísima vegetación. El día 9 de diciembre, salieron de la sierra hacia San Cristóbal y allí recibieron la noticia más extraordinaria que hubieran podido esperar: «El cabecilla Maceo, alma de la insurrección ha muerto ayer por la tarde a manos de Cirujeda al intentar repasar la trocha» (15). Júbilo, alegría, contento por doquier entre los soldados. La campaña ter minaba en Pinar del Río y, para muchos, aquello parecía suponer el prin cipio del fin de la guerra. Por el momento, la tropa cantaba alegremente aquello de: «El chino Máximo Gómez y el mulato de Maceo son dos viejos socarrones que nos dan mucho mareo.» El día 14 de diciembre, con nuevos ánimos, volvieron a la manigua en pos de Ríus Rivera al que los mambises habían elegido para sustituir a Maceo.

(15) Según la mayoría de los relatos posteriores que siguen lo expuesto por el coronel A. Nodarse, el cual formaba parte del grupo que acompañaba a Maceo, el hijo de Máximo Gómez, teniente Francisco (Pancho) Gómez murió al no querer abandonar al Titán de Bronce. Así se habrían producido los acontecimientos en punta Brava: Maceo reaccionó a la sorpresa de los primeros disparos de los soldados españoles y dio algunas órdenes para hacerles frente. Después, se inclinó hacia José Miró, uno de sus subordinados, gritando «esto va bien». Entonces recibió un balazo en la cara. El coronel Nodarse intentó subir a Maceo, aún vivo, a un caballo para sacarlo de allí pero, en esos momentos, el general cubano recibió otra herida, ahora en el pecho. Acudió en su ayuda el teniente Francisco Gómez Toro, el hijo de Máximo Gómez, y junto con Nodarse cogieron a Maceo para intentar retirarlo. El ataque de las tropas españolas continuaba y Francisco Gómez recibió un disparo en la pierna. Aún herido quiso permanecer junto a Maceo y un nuevo balazo le causó la muerte. Nodarse, herido también, logró escapar. Los españoles, en principio, no reconocieron el cuerpo de Maceo qüe, posteriormente fue recogido por los cubanos y enterrado el 8 de diciembre, junto a Francisco Gómez, en un lugar llamado Cacahual, en Santiago de las Vegas. WEYLER Y LÓPEZ FUGA, V. En el archivo de mi abuelo. Biograifa del Capitán General Weyler. Madrid, 1946. Escribía en una nota al pie del original de estas Memorias que en el año 1949, en una revista que se publicaba en Madrid, (cuyo nombre no dice), apareció el relato de un ex combatiente de la mencionada guerrilla Peral en el que afirmaba que fue él quien mató a Maceo y que el comandante Cirujeda le prohibió decirlo. No parecen verosímiles las aseveraciones de aquel antiguo soldado. Sin embargo, en Abc el día 9 de diciembre de 1947 bajo el epígrafe «La muerte de Maceo» habla de la «Relación de hechos históricos de la guerra de Cuba, hace 50 años, algunos de ellos ignorados hasta el presente, por el cabo de guerrilla del Batallón de San Quintín, Victoriano Campos Fernández, natural de Melgar de Abajo (Valladolid). Según éste, el día de la acción de punta Brava iba en cabeza al mando de 10 guerrilleros y fue él quien mató a Maceo. Dice que se lo contó a su compañero Alfonso Ruiz de Grijalba, hijo del marqués de Grijalba, pero que no pudo hacerlo público.»

— .193 — Diez días de marcha por el Soroa y la Puerta de Muralla para volver el 24 a San Cristóbal sin más resultados que el intercambio de algunos tiros con pequeños grupos de dispersos. Sin detenerse apenas para racionar salie ron otra vez hacia El Lago Azul. El día de Navidad, las columnas de los generales Segura y Ochando y del coronel Alsina, infringieron durísimo castigo a la partida de Ríus Rivera en las alturas de El Brujo y El Brujito. Entre este último punto y la Soledad continuaron los movimientos en las primeras jornadas de enero de 1897, batiendo los restos de las fuerzas insurrectas tras la detención de Ríus Rivera (16). Así terminaban las ope raciones en Vuelta Abajo y parecía que los planes de Weyler se encami naban hacia el éxito, aunque crecía la idea de que los yanquis se apresta ban para cosa no buena. Al regreso a Matanzas, completada la persecución de las desorganizadas partidas con algún episodio como el del potrero de los Chivos, en Unión de los Reyes, pudieron reorganizarse las unidades que estaban práctica mente en cuadro, intentar reponer las fuerzas, los equipos y agenciarse nuevo vestuario, desechando el que se traía totalmente gastado. El día 24 de enero de 1897, Weyler viniendo desde La Habana con nume rosas tropas acampó en Bolondrón. Quedaba por hacer con Máximo Gómez lo que se había hecho con Maceo y para ello se debía buscarle en Las Villas. Entre las columnas que saldrían al encuentro de Gómez volvía a formar el Batallón del Rey, y en él los hombres que aún quedaban de los que cargados de entusiasmo, habían llegado en agosto de 1895. Unas copas, aprisa, con los viejos conocidos, y otra vez a la batalla. Los solda dos presas del cansancio de tantos combates estaban algo desconcerta dos ¿buscaba acaso un ascenso rápido el teniente coronel que ofreció voluntario al batallón?

A sangre y fuego: reconcentración y hambre

Sin haberse recuperado de los sufrimientos anteriores aquellos hombres dejaban con disgusto Matanzas para volver a la contienda en la zona más

(16) Saturnino García Pérez al frente de la III Compañía del Batallón de la Reina. Cabezada de Río Hondo. 28 de febrero de 1897 detuvo a Ríus Rivera al coronel Baracalláo y al ayudante Terry.

— 194 — occidental de la Isla. La guerra sin límites se había convertido en un espec táculo aberrante. Los más de 20.000 soldados españoles que, en cinco columnas, entraban en Las Villas tenían orden de no dejar en el campo ni un bicho viviente que diera aliento a los mambises. Al tiempo que los insurrectos hacían lo mismo. Parecía como si sobre aquellos hermosos parajes hubiese pasado Atila. Mujeres y niños sufrían especialmente del éxodo forzado. Pero no serían sólo los civiles quienes padecerían las duras condiciones de aquella guerra. El día 1 de febrero llegaba la columna central a Las Cru ces, pueblo importante camino de Placetas, cuyas casas se hallaban cerradas y los establecimientos comerciales tapiados de manera que no se podía conseguir ningún producto, ni aún alimentos. El recibimiento no po día ser más trío. Weyler mandó abrir las tiendas pero sus dueños se nega ban a vender los productos a cambio de los billetes del Banco Español de La Habana que se trataba de obligarles a aceptar. Los soldados enfadados protestaban de aquel «papel metálico» que no valía para nada y expresaban sus quejas a jefes y oficiales sin obtener solución. Los haberes que la tropa percibía en tales billetes no represen taban nada. Así que los que se jugaban la vida por la Patria tenían que ah mentarse con «billetes aleluyas». Como no había «metálico» en las cajas de los Cuerpos, tampoco los oficiales, jefes y aún generales disponían una peseta con la que socorrerse. Weyler dio órdenes severas de que se recibieran los billetes estipulando un arreglo que consistía en devaluarlos prácticamente a la mitad. Entre esto y la ocultación que seguía, pese a todo, por parte de los vendedores no había forma de comprar casi nada. El día 3 de febrero confluyeron sobre Santa Clara todas las tropas. Aque lla ciudad, una de las más irñportantes de la Isla, con calles espaciosas, edificios de mampostería, paseos, cafés, teatros y tres grandes iglesias presentaba un magnífico aspecto. Allí trataron, al menos los jefes y oficia les, de «matar el hambre» en la «Fonda del Sur». No era difícil coincidir con viejos camaradas y hacerse un sitio en la misma mesa. ¡Qué cuatro días, más espléndidos! ¡Aquello era vida! Además ascendido por fin el teniente coronel que mandaba el Inmemorial del Rey fue sustituido por el más popular comandante Orozco. Todo parecía ir bien, pero tampoco esta vez duraría mucho. Reorganizadas las tropas en columnas más pequeñas dejaron Santa Clara, siempre en dirección a Placetas, para continuar los reconocimientos.

— 195 — Después de varias semanas deambulando de allá para acá, cuando se acercaba el final de febrero del año 1897, volvía a producirse algún que otro encuentro con partidas insurrectas, como el ocurrido en el ingenio de Manacas; pero cada vez era mayor el espacio recorrido sin encontrar opo sición. El día 9 de marzo entraba la columna del coronel Maroto en Sancti Spíritus después de un mes de correrías por el monte entre guásimas y ceibas. Era la oportunidad para asearse, mudarse de ropa y, sobre todo, enterarse de las noticias que circulaban. Los ánimos de la población eran buenos por la ausencia de insurrectos y porque parecía cercano el fin de la guerra; aunque a este respecto había cierto escepticismo. La mayor inquietud provenía de los rumores, más fre cuentes por momentos, de que los yanquis querían meter la pata en la Isla, y era posible que la metiesen mientras, según los soldados, el Gobierno español no «sabía lo que se pescaba» y se dedicaba a «tocar el violón». Lo cierto es que al parecer de los combatientes se veían en Cuba cosas extrañas. No se encontraban mambises pero eran muchas las familias sospechosas de apoyar la insurrección, que se reconcentraban y había que mantenerlas cuando apenas quedaban galletas para que comiesen los soldados. Muchos jefes de columna o batallón semejaban ganaderos de oficio y pastores sin rebaño, dedicándose a perseguir reses sin tregua ni descanso, mareando a la tropa para acá y para allá. Una vez captura dos los animales se enviaban a La Habana sin retribución ninguna, mien tras los soldados apenas se alimentaban de un poco de arroz con bacalao. La miseria reinaba por todas partes y los hospitales se hallaban atestados de heridos y sobre todo de enfermós. Esto no podía mantenerse mucho tiempo. Pero no había ocasión para demasiadas reflexiones. Al día siguiente de haber entrado en Sancti Spíritus, apenas adecentados, al campo nueva mente, hacia Camagüey, famoso, entre otras cosas, por tener las mulatas más bonitas. Otra vez a las órdenes del comandante Orozco, que sabía dar confianza y cariño a sus hombres como pocos jefes. Más marchas y contramarchas; algunos que otros insurrectos en pequeñas cuadrillas; alguna familia escondida en la manigua que era obligada a reconcentrarse, algún campamento abandonado por los mambises, algunas armas, unos pocos animales, etc. lo de siempre. Hasta que el día 15 de marzo, unidos a una columna mayor mandada por el coronel Alcina toparon con una par tida en el Callejón de Suárez; en torno a un potrero del que se abastecía Máximo Gómez. En esta acción sí se causaron bastantes bajas al ene

— 196 — migo, se recogieron más de 200 caballos y unas 30 familias que fueron lle vadas a Santa Clara. Mejor suerte aún les cupo el día 28 de marzo en un enfrentamiento con la partida del negro Bemba, en Pica Pica, que quedó fuertemente quebran tada. Fueron hechos algunos prisioneros, entre ellos una mujer, y era tal la propaganda sobre la ferocidad de las tropas españolas, que todos temían ser fusilados o machetados sin más trámites. Hubo que convencerlos de lo contrario y darles algún alimento tras muchas horas de forzoso ayuno. El 31 de marzo, la columna regresó a Santa Clara.

En tareas de rutina: cansancio y desmoralización

Todos esperaban resarcirse de los apuros pasados en los días de opera ciones, pero el asunto de los billetes de papel moneda habían estrangu lado cualquier tipo de comercio. El banco no quería canjearlos por oro, plata, ni nada que se le pareciese, así es que los comerciantes, alegando que no podían adquirir géneros en el exterior con un medio de pago que nadie aceptaba, cerraron sus puertas. El descontento de los soldados era enorme hasta el punto de que se produjo algún motín, protagonizado por grupos que asaltaban las «bodegas». Sólo al cabo de unos días se llegó a un nuevo arreglo, o lo que es igual otra devaluación, para que, a la fuerza, los establecimientos despacharan algunos de sus géneros. Concluida en pocas fechas la estancia en Santa Clara y una vez aprovi sionado el batallón, salió al campo para continuar las acciones contra el Viejo Chino. Al frente de la III Compañía del Inmemorial del Rey se incor poraba al fin su capitán, tras haber permanecido emboscado con diferen tes excusas, táctica empleada por muchos oficiales y jefes para no dar la cara; aunque pronto se las arreglaría para volver de permiso. La principal actividad era ahora la concentración de las familias campesi nas que aún no habían sidci trasladadas a los puntos en que quedaban sometidas al control del Ejército. Las autoridades se hallaban preocupadas por no poder prestar la debida atención a tantas personas como llegaban continuamente, casi desnudas, sin medios para subsistir. Resultaba imposible alimentar y alojar a aquellos desgraciados, por eso en cuanto podían, muchos escapaban a la manigua, y o se sumaban a los rebeldes o acababan siendo reconcentrados nueva mente, con lo que esta tarea no terminaba nunca.

— 197 — No menos dura resultaba la recogida de ganado que se embarcaba con destino no bien conocido pero sin que el soldado recibiese otra cosa que fatigas a cambio de esta tarea. Corrían los días, loma arriba, loma abajo reconcentrando gentes y animales, arrasando cuanto se hallaba y con alguna pequeña emboscada contra los pocos enemigos que se veían. A esas alturas pasaban las jornadas sin apenas disparar un tiro. La guerra había entrado en una especie de compás de espera, muy quebrantada la insurrección, esperando Weyler la nueva campaña para completar la paci ficación de la Isla. Pero, en muchos poblados, la gente continuaba simpa tizando con la causa independentista. Mientras llegaba el tiempo adecuado para la nueva ofensiva se repetían los servicios de patrullas, que venimos refiriendo, con base en Santa Clara. Una y otra vez los mismos lugares: La Esperanza, Santo Domingo, Cabai güan (donde los soldados decían que de sus 100 habitantes, 99 eran más insurrectos que Maceo), etc. Así hasta el 21 de abril en que se reunieron las fuerzas en Sancti Spíritus, bajo el mando directo de Weyler, para din girse a La Reforma donde se suponía que estaba Máximo Gómez. La presencia del capitán general enervaba a los soldados que, por una parte sabían que ello significaba el anuncio de duras fatigas y peligros pero, por otra sentían un gran aliento y entusiasmo al verle montado a caballo al frente de las unidades, dirigiéndolas mejor que nadie. Además tenían la esperanza de que con esta ofensiva acabaría la guerra y se evi taría la intromisión, cada vez más amenazante de los yanquis.

Los prolegómenos de la campaña contra Gómez

El Viejo Chino estaba, en efecto, en La Reforma, pero al enterarse del avance de Weyler se retiró de inmediato, sin que en los días siguientes pudiera encontrársele. El día 8 de mayo regresaron a Placetas para racio narse y proseguir la búsqueda del enemigo. Al día siguiente nueva salida, formando parte de la brigada del general Segura, para San Juan de las Yeras, donde debía unirse al resto del Ejér cito. Sin embargo, tampoco en esta ocasión se encontró a Gómez y el día 19 de mayo voMeron a Placetas desde donde Weyler regresó temporal mente a La Habana. La tropa continuó hasta Sancti Spíritus tomándose unos días para solazarse. Bailamos como peones, comimos como caima nes y bebimos como truchas. Pero ya echaríamos las espinas de aquellos

— 198 — deleites con nuestro amiguito Weyler. En efecto se trataba de un breve paréntesis, pues el día 1 de junio, el capitán general retomaba la dirección de las operaciones. La agitación era grande y con tan repentinas visitas del jefe del Ejército había un jaleo de fuerzas y un lío en los batallones que nadie lo comprendía. En dirección a la trocha de Júcaro a Morón desplegó sus 20.000 hombres en 10 columnas. Una parte del Batallón del Rey se incorporó a la columna del coronel Palanca cuya ruta pasaba por Camino de Covadonga, cru zando el río Zaza, Pelayo, Jatibonico, La Reforma con la Yata, después el pueblo de Chamba y, por último, la trocha hasta Ciego de Ávila. Menudearon los encuentros con pequeñas partidas de insurrectos en tie rras de Puerto Príncipe. En Catarratas y Sabana de la Mar se sucedieron los breves y violentos combates habituales. Pero, en la Yaya se toparon inesperadamente con el grueso de las tuerzas de Máximo Gómez, de quien todos suponían se encontraba en La Reforma. Cuando parec{a que el Viejo Chino aceptaría la lucha, optó por retirarse ante la llegada de otros contingentes de tropas. Una vez más se escurrió como una anguila. La gran tormenta comenzada a poco favoreció sus planes en tanto que calaba inmisericorde a las fuerzas españolas y ponía los caminos intransitables. Con el fango hasta la cintura, mojados de arriba abajo, perdidos sombre ros y calzado, los soldados entraron el 9 de junio, en Chamba, cerca ya de Ciego de Avila. Como siempre un pequeño alto y, el día 11 de junio, al campo a cruzar parajes con el agua a las rodillas, por los que no había muestra de haber transitado nadie desde la llegada de Colón a América. Otra vez las embos cadas tendidas al enemigo o a la viceversa y, como siempre, los momen tos sublimes, del combate mostrando la bravura y pericia de algunos jefes y oficiales y la incompetencia y cobardía de otros. Incluso muchos de éstos aprovechándose de los méritos de aquéllos para hacer carrera. El día 19 de junio de 1897, cuando el batallón regresaba a Sancti Spfritus, tras unas duras jornadas, estaba caéi en cuadro, con más de 100 bajas entre enfermos, heridos y muertos. Todo ello para no conseguir casi nada en la búsqueda de la paz. Los ánimos no eran buenos. A finales del mes se reánudaban las operaciones. Ahora, en los alrede dores de Sancti Espíritus, disputando a los mambises las cabezas de ganado que todavía quedaban en los campos. Tarea ingrata puesto que los soldados no se aprovechaban de aquella carne y, a propósito de la cual

— 199 — no cesaban las quejas. ¿Para qué este servicio y desvelo? —murmuraban muchos— para destruirlo todo y no dejar qué comer —respondían otros— Lo esencial era llevar las reses a La Habana y venderlas a precios altos para engordar el bolsillo de cualquiera y enriquecer a cuatro, menos a la tropa, que mal se alimentaba de arroz blanco, pensaban todos. El día 2 de julio, 14 batallones, bajo el mando de Weyler dieron comienzo a la enésima expedición contra Gómez. Desde Sancti Spíritus, por Arroyo Blanco y después hacia el Jatibonico Sur. El día 4 de julio encontraron una partida de más de 500 hombres con los que libraron dura contienda. Otras pequeñas escaramuzas en los días inmediatos y a Sancti Spíritus de nuevo en espera, ahora un poco más larga, de reemprender la campaña.

Mal tiempo y peores ánimos

El día 11 de julio de 1897 salió el batallón de Ciego de Avila, de nuevo para Las Villas, siguiendo la ruta ordenada por Weyler, caminando por la trocha para llegar a Morón. La metereología era realmente desapacible con fuer tes tormentas de agua y granizo. Un desgraciado encuentro con el ene migo les costó 15 heridos. Dos días después, arreciando el temporal, con tinuaron rumbo a Placetas, por la orilla de la costa; tierra baja encharcada y pantanosa. Hubo que hacer alto en Piedras y acampar en las calles de este pequeño pueblo haciendo grandes hogueras para secar las ropas de los sufridos soldados. En tales circunstancias menudeaban los ataques de fiebre y vómito negro. El día 16 de julio llegaron por fin a Placetas, donde más de 150 hombres hubieron de ser ingresados en el hospital. Algún ofi cial aprovechó la ocasión y sin grandes males también consiguió quedar internado; aunque ello no le impidiese recibir el ascenso que a otros les era negado. La injusticia dejaba ver aquí una de sus caras más frecuentes e irritantes. Algún caso había llegado a convertirse en verdadera burla que, a modo de chiste, se contaba en toda Cuba. «Se encontraba un oficial de auxiliar en un Gobierno sin haberse asomado al campo desde que llegó a la Isla, que hacía ya más de un año, cuando salió una propuesta aprobada en el Diario Oficia/ concediendo a este oficial la Cruz Roja Pensionada por la acción de Palma Sola. Acertó a llegar un día a este citado Gobierno el coronel que en la acción mandaba todas las fuerzas y al saludar al teniente, por ser hijo de un general amigo, le chocó verle con una cruz que ostentaba sobre el

— 200 — pecho y le preguntó: ¿En qué acción se distinguió? En la acción de Palma Sola, contestó. ¡Caramba! —exclamó el’ coronel— ¿pues a dónde estaba usted para que yo no le viera? ¡ES extraño! ¡No tengo idea de haberle visto en la acción, ni incluido en ninguna propuesta! El oficial no sabiendo que decir contestó con este disparate: ¡En el Estado Mayor de Usía, mi coronel! Ciertamente, sin entrar a referir muchos otros casos, no parece que el Reglamento de Recompensas en Cuba fuese capaz de evitar más de cua tro abusos. Tras el descanso en Placetas, el batallón volvió a Sancti Spíritus para unirse a la brigada del general Segura y, con ella, proseguir las operacio nes durante la última parte de julio de 1897. En esas fechas se hicieron algunos estragos a las partidas insurrectas en Alza Grande y Las Nueces. Siempre con base en Sancti Spíritus, en las dos primeras semanas de agosto, se desplegaron nuevas acciones tanto para batir al enemigo como para recoger algún ganado, que ya comenzaba a escasear. El día 15, repuesto de sus bajas, todo uniformado, bien vestido y bien calzado, el batallón oía misa de campaña, por ser día de la Virgen, ofreciendo una imagen brillante. Pero el 20 salía con destino al paso del río Jatibonico del Norte para establecer un campamento en Pelayo. Una vez construido, quedó en él un servicio de vigilancia, mientras el resto de la fuerza, se dedicaba a recoger las familias y reses que aún había en aquel territorio. Hasta 1.000 cabezas a diario eran enviadas a La Habana desde los dife rentes puntos, quedando las haciendas, por este sistema, más limpias que la patena. En menos de un mes fueron reconcentradas más de 100 fami lias; recogidos varios miles de cabezas de ganado y batidos diversos gru pos insurrectos. El agotamiento provocado por aquella frenética actividad y las condiciones insalubres de la zona costaron al batallón más de 200 enfermos de paludismo, por lo que el día 13 de septiembre se volvió a Sancti Espíritus. A finales de ese mes salieron para una ‘nueva estancia en otro campa mento, de terrenos baldíos, también pantanosos y encharcados, aún peor que el anterior: el Covadonga. Pero punto estratégico para las rutas que iban a la trocha, Sancti Spíritus, Placetas, Arroyo Blanco, etc. y además, emplazamiento indispensable para el paso del río Zaza. Las tareas seguían siendo las mismas: reconcentrar «pacíficos» y recoger reses para mayor gloria de la Patria —como decían algunos, cansados de este trajín agotador y desagradable—. A nadie gustabhacer de vaquero

— 201 — ni obligar a dejar sus casas a grupos de mujeres y niños, pues los hom bres se hallaban huidos en las filas de los mambises. Impresionaba a los soldados la resignación de esas gentes, abandonando sus «ranchos» que era cuanto tenían, para ser trasladados a alguna población donde había que dejarlas morir de hambre o enfermedad por falta de recursos para atenderlas. En ocasiones el empecinamiento de algún jefe de columna en la persecu ción del ganado era mayor que el interés puesto en batir a los mambises. La tropa criticaba cada vez con más acritud aquel ir y venir detrás de unas reses de las que, una vez capturadas con gran esfuerzo, no volvía a saber nada. Tal era a los ojos de sus subordinados, la actitud de algún coronel que después de una dura jornada «ganadera» aún exigía, ya anochecido, ante la huida de alguna res, «mientras no cojan al toro no vuelvan a mi pre sencia». —

Otra política

A finales del mes de noviembre supieron que el Gobierno había concedido autonomía a la Isla poniendo en marcha grandes reformas. Junto a tal información corrían diversos rumores, no muy comprensibles. Por un lado se hablaba de ofrecer un armisticio a los insurrectos para tratar con los yanquis y por otro se decía que todas las tropas de Las Villas marcharían rápidamente a Santiago. La moral empezaba a resquebrajarse. Las críti cas a los desmanes e injusticias que algunos jefes cometían iban en aumento. Entre tanto, se repetían los encuentros con los mambises. En uno de ellos, ocurrido en el llamado Tejar de las Delicias cayeron en pocos minutos más de 20 soldados muertos y un elevado número de heridos que con sus gri tos y quejidos movían a compasión. Como siempre se vivía con el miedo a la sorpresa del encuentro con el enemigo, la tensión ante el ¿quién vive?, lanzado por algún componente de otro grupo del cual no se sabía su identidad. La respuesta ¡España! o ¡Cubita libre! Señalaba a amigos o enemigos y la reacción de alivio o el tiroteo subsiguiente ponían el colofón al encuentro. Llovía mucho y atravesar la manigua causaba verdaderos estragos. Los soldados se veían asaeteados por los mosquitos. Los enfermos eran lle vados a hombros en improvisadas camillas portadas generalmente por veteranos que, con el calzón remangado y descalzos, constituían un ver dadero canto a la abnegación y al sacrificio. El mes de diciembre del año 1897 transcurrió con idénticas trazas. Un encuentro en el lomo del Saltadero y batidas por la sierra del Sebrocal, incorporados a la brigada que mandaba el general Segura y de la que for maban parte los batallones del Rey, Saboya, Zamora y Asturias con otras fuerzas de Artillería y Caballería; se saldaron con algún que otro disgusto y no pocas bajas propias. El terreno quebrado obstaculizaba el avance detajmodo que en cuatro horas se había avanzado menos de una legua y mediMenos mal que no

— 203 — había enemigos, pero sí carencias en el racionamiento que obligaban a los soldados a aprovisionarse sobre la marcha fuese como fuese. A medida que avanzaba el tiempo, los grandes ideales, como el sentido de la Patria o el ansia de victoria, dejaban paso al más prosaico afán de sobrevivir del mejor modo posible. Comer hasta hartarse, en las raras oca siones en que podía hacerlo, fumar un cigarro, ya escasos, dormir sin aprensión, se habían convertido en las metas más comunes. La informa ción que, siempre tarde, se iba conociendo acerca de la marcha de la gue rra aumentaba las inquietudes sobre el futuro.

El año decisivo

La guerra no dejaba ver su fin. A comienzos de enero del año 1898, el batallón sufrió un revés en El Bejuco, siéndole arrebatadas unas reses que había capturado y dejando dos muertos y cuatro heridos. Las tensiones empezaban a provocar penosos incidentes entre los mandos mientras menudeaban los enfrentamientos con los mambises en Ramón Alto, Ciego Caballo y otros puntos próximos al Jatibonico. El teniente coronel que mandaba el batallón, molesto porque no sucedían las cosas a su gusto, atizaba las diferencias entre los oficiales que le eran más adictos, y a los que consideraba más distinguidos, como Méndez Vigo, La Dehesa, Alcalá Galiano, el sobrino de Azcárraga, y los de la escala de reserva. El ambiente se tornaba cada día peor. No valían para nada el arrojo y el sacrificio, para él, sólo contaba su «real camarilla» que recibía todos los honores y prebendas. Además, las noticias que sobre la marcha del conflicto llegaban a Sancti Espíritus no eran alentadoras. El capitán general Blanco a pesar de no dor mir ni descansar un momento, con las dichosas reformas no arreglaba nada y conforme pasaban los días la situación se iba poniendo peor. Por aquellas fechas, muchas de las columnas que operaban en Las Villas se dirigían a Santiago de Cuba en donde se habían concentrado las fuerzas insurrectas. Avanzaba el año 1898 y las correrías tras los mambises seguían con los caracteres de siempre. Variaban los nombres de la escena pero no la representación El Jicaral, Flores de San Juan, Arroyo Palanca, Santa Rosa, etc. y todo para nada, pues el empeño de Blanco valía de poco ya que el país, en su mayoría, para entonces no quería autonomía sino la

pendeci 204 — — La moral de oficiales y soldados decaía a ojos vistas, a pesar de sus con tinuos éxitos frente a las partidas. A finales de marzo se enteraban de las negociaciones del capitán general con diversos personajes de dentro y fuera de la Isla. La sensación de que Cuba estaba perdida crecía rápida mente. La tregua ofrecida por Blanco y las demás concesiones del Gobierno no servían para llegar a ningún acuerdo. La trópa empezaba a sospechar que al fin de tan tristes jornadas saldría con el «rabo entre las piernas» y con la terrible idea de que después de las fatigas pasadas serían recibidos con música de cencerros. ¡Qué vergüenza, Virgen Santa! Y todo por los políticos! Al regresar a racionarse una vez más a Sancti Spíritus, a primeros de abril, se enteraron del hundimiento del Maine en el puerto de La Habana y que por tal motivo Estados Unidos se disponía a declarar la guerra a España. Corrieron rápidamente versiones alarmistas que temían incluso el bom bardeo de Barcelona por la poderosa Escuadra norteamericana. ¡Pobre Patria de mi alma!, hoy te miran las naciones que envidiaron tu fortuna, sólo con cara de lástima y sólo recibes en tu agonía las bendiciones del Papa, etc. Así es el mundo. Pero, por el momento, las cosas seguían poco más o menos. Encuentros en La Lagartija, Caimán Viejo, La Sabanilla, etc. En Caimán Viejo se arre bataron a los mambises unas cabezas de ganado que sirvieron para que los soldados pudiesen comer carne después de cinco o seis meses. En uno de los últimos intentos por evitar la intervención yanqui, el general Blanco suspendió nuevamente todas las operaciones. Una medida que no podía por menos que molestar a los soldados que veían como sus esfuer zos por aislar a los insurrectos caían por tierra. Así, acampados en las afueras de Sancti Espíritus, fueron corriendo las fechas, sin entrar en la población por no haber cobrado desde enero. A la vista de tales acontecimientos poco tiene de extraño que en algún caso vacilara la voluntad de combatir hasta la muerte. En Jíbaro, el día 22 de abril, la guarnición de aquel puesto claudicaba ante el ataque de la par tida de Sancho Pérez, superior en número.

La guerra con los norteamericanos

Las fuerzas que habían actuado durante tanto tiempo ánctLEpíritus se trasladaron a Placetas mientras se paralizaban, prácticamente, —205— raciones. La intervención de los yanquis se dejaba sentir en el bloqueo con el que dificultaban los aprovisionamientos a la Isla. A primeros de julio la carestía de substancias se notaba con bastante intensidad. Los precios subieron espectacularmente y la arroba de bacalao llegó a los 5,5 duros, y ni aún así se encontraba; la de arroz, a 3 duros; una gallina igual y la arroba de fríjoles o judías a 4 duros. El pan se sustituía con boniatos, yuca y torta de maíz. Los que estaban lejos de las grandes poblaciones llega ron a padecer hambre y peor lo pasaban aún los que se hallaban en cual quier destacamento. Por los demás, a los americanos ni los vieron. El día 15 de agosto, varias semanas después de haber sucedido, llegaron noticias desde La Habana de que la escuadra de Cervera había sido hundida por los barcos esta dounidenses y de la caída de Santiago, tras los combates de El Caney y las lomas de San Juan. Aquellas informaciones produjeron el efecto de una bomba entre los hombres que llevaban tantos meses de guerra. Todos quedaron en silencio sin atreverse a decir una palabra. A lo sumo, después de mucho rato, algunos maldecían de los gobernantes de España. Sólo quedaba regresar.

La repatriación

En septiembre comenzó el movimiento de tropas hacia los puertos de Cuba para volver a la Península. El Inmemorial del Rey recibió la orden de embarcar en Cienfuegos, el día 10 de octubre de 1898, operación que se retrasaría bastantes semanas. Los mambises entraban en las pobla ciones, aunque desarmados y sin molestar a los soldados españoles que, con frecuencia, sentían todavía el impulso de atacarlos. Tampoco era mejor el sentimiento hacia los yanquis que con caras de espinaca y fumando buenos vegueros tiraban de dólares abundantes en los cafés; mientras que con sus largos capotones sudaban como cerdos. El día 1 de diciembre supieron la noticia de que Blanco había salido para España dejando al frente de los asuntos que restaban al general Jiménez Castellanos. Un mes más tarde, se hallaban en Rodas todos los batallo nes que habían operado en Las Villas y allí Jiménez Castellanos: «Después de echar una arenga a las tropas españolas formadas en la plaza que partió los corazones, manifestó a grandes voces delante d.e-losiados, que el dinero allegado con todo lo que el vendiera en Cuba perteneciente al Estado, como encargado de hacerlo, había

— 206 — de ser para honrar a las tuerzas a su mando, entregándoselo en oro, para que allá en sus hogares, cuando volvieran a España y reunidos estuvieran con sus padres, hijos y esposas guardasen un buen recuerdo del último general que mandó en la isla de Cuba.)’ Así sucedió; al romper filas se fueron abonando en oro a cada hombre las pagas que se les debían. Hasta el momento de embarcar entretenían el tiempo cantando o jugando, como mejor se podía, y comprando a los chinos algunas cosas de recuer do. Por fin, el día 24 de enero de 1899, subieron a bordo del Gran Antil/a. Atrás quedaban casi cuatro años de vida y muerte, de penas y alegrías, de añoranzas y miedos; un país hermoso y muchas ilusiones. Los soldados sentían la emoción del regreso pero algunos aún cantaban con nostalgia: «Adiós Cubita española la perla de las Antillas, con tus tantas maravillas, nos deja sin una sola.» Embarcaron también, la Guardia Civil de la Comandancia de Cienfuegos, con todas sus familias, y numerosos civiles con lo que el barco parecía un manicomio. El viaje de regreso fue muy duro, iqué diferencia con el de ida! Comida escasa, pequeñas literas para dormir; tormentas, averías, peligro inmi nente de hundimiento, etc. hasta que el día 12 de febrero de 1899 arriba ron a Santander.

— 207 — VALORACIÓN DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS FUERZAS MAMBISAS EN LOS COMBATES DEL 98

ILMO. SR. DON GUILLERMO CALLEJA LEAL Doctor en Historia. Profesor de Historia de la Universidad Europea de Madrid. VALORACIÓN DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS FUERZAS MAMBISAS EN LOS COMBATES DEL 98

Agradecimiento

Quisiera en primer lugar agradecer a la Comisión Española de Historia Militar la oportunidad que me ha brindado para poder colaborar en este Congreso Internacional de Historia Militar sobre el 98, ya que supone para mí un gran honor. Así como también el que pueda exponer mi ponencia ante ustedes en el Cuartel del Conde-Duque, un lugar tan emblemático y tan estrechamente relacionado con la historia castrense. Y en segundo lugar, también quisiera expresar mi agradecimiento por la posibilidad de poder ofrecer mi valoración sobre la participación de las fuerzas mambisas en los combates del 98. Con ello pretenderé exponer hechos históricos que acaecieron hace 100 años en aquella desgraciada guerra fraticida, una verdadera guerra civil que jamás tuvo las caracterís ticas de una guerra colonial. Hechos que por muy diversos motivos han sido a menudo olvidados, manipulados, ocultados o mal estudiados por muchos historiadores. Para ello, intentaré por todos los medios abordar el tema en cuestión con la máxima objetividad y hacer un acto de justicia como historiador. En primer lugar, hablaré de un modo general sobre los mambises antes de la intervención norteamericana, y luego procederé a la exposición de una serie de hechos que he considerado relevantes y que en su conjunto servirán para demostrarles la gran importancia que tuvo la participación de las fuerzas cubanas en los combates de la guerra hispano-cubano-norteamericana.

— 211 — La última guerra de la Independencia de Cuba (1895-1898), no fue más que la natural continuación de la guerra de los Diez Años (1868-1 878) y de la guerra Chica (1879-1880). La insurrección se vertebró en ella con capita nes veteranos de las guerras anteriores, pero con un rasgo diferenciador: las jefaturas militares en su mayoría recayeron en cubanos de cuna humilde y que ganaron jerarquía en las marchas, emboscadas y combates. Máximo Gómez, el general en jefe, de origen humilde y dominicano, tenía a su favor 1.000 combates y 100 victorias. Antonio Maceo, lugarteniente general, cubano y arriero de mozo, ganó su prestigio como patriota y mili tar con docenas de cicatrices de guerra que atestiguaban su voluntad férrea y la fuerza de su brazo. Como excepción estaban los aristócratas como: Bartolomé Masó, el marqués de Santa Lucía, Francisco Carrillo, Emilio Núñez y otros. Y tras ellos, el pueblo insurrecto, formado por blan cos, negros, mulatos y chinos. Desde los inicios de la última guerra, José Martí y Máximo Gómez se deci dieron por la destrucción de la riqueza que alimentaba el esfuerzo de gue rra español, en el caso de no ponerse al servicio de la Revolución cubana. Forzar el desempleo y la incorporación del pacífico guajiro (campesino) al Ejército cubano, eliminando la riqueza que proporcionaba trabajo al criollo, era una de sus metas: «Hay que destruir la colmena para que se vaya el enjambre», afirmaba Máximo Gómez. En tan sólo tres palabras, se sinteti zaba toda una concepción del tipo de guerra que preconizaba: plomo, tizón y machete. Allí donde no llegaba el machete, alcanzaba el plomo; donde la bala es inútil, la dinamita y el fuego son efectivos; y el desgaste moral del enemigo podría producir una victoria militar más rápida aún y definitiva que el cañón y la metralla: «El trabajo es un delito contra la revolución», tronaba Máximo Gómez en sus cartas y arengas, y añadía: “Mis tres mejores generales son junio, julio y agosto...”» Refiriéndose al crudo verano de Cuba, con sus aguaceros torrenciales y epidemias tropicales que diezmaban a las tropas españolas. En Lázaro López, localidad de Las Villas, Máximo Gómez decretó la gue rra total contra el hispano en Cuba conforme a los siguientes postulados: 1. Serán totalmente destruidos los ingenios, incendiadas sus cañas y dependencias de batey, y destruidas las líneas férreas. 2. Será considerado traidor a la Patria el obrero que preste su brazo a esas fábricas de azúcar, fuentes de recursos que debemos segar al enemigo. —212— 3. Todo el que fuese cogido in fraganti, o probada su infracción al artículo 2.°, será pasado por las armas. En el orden táctico, las unidades del Ejército cubano operaban tal como lo hacen las fuerzas irregulares en la guerra de guerrilla. Se movían intensa mente de noche para atacar por sorpresa al amanecer. Asaltaban las columnas españolas cuando éstas se desplazaban por caminos y terra plenes, y cuando formaban los cuadros para defenderse y contraatacar. Ante un ataque de los mambises, la fuerza combativa española formaba rápidamente el clásico cuadro de infantería, verdadera muralla de fusiles, con tres líneas de tiradores: tendida, rodilla en tierra y de pie. No obstante, resultaba una formación defensiva un tanto rígida y que no facilitaba el rápido contraataque. Los fuegos de apoyo de la artillería eran poco efecti vos debido a la gran movilidad de las fuerzas mambisas de asalto y al fac tor sorpresa de sus ataques. Ante esta táctica clásica del cuadro de fusilería que formaban los batallo nes de Infantería española, el general en jefe, Máximo Gómez, impuso su táctica guerrillera, basada en la mayor movilidad y capacidad de maniobra de la caballería; el asalto por sorpresa con carga al machete, la embos cada sobre las tropas de refuerzo en marcha, el hostigamiento incesante a la tropa española en campaña, impidiéndole el descanso y el sueño, y cegándole las fuentes de agua potable. Puede afirmarse, a grandes ras gos, que la guerra en Cuba era un duelo a muerte entre: el machete y el máuser, la carga al machete contra «el cuadro de infantería», los cañones de cuero y madera contra los cañones de acero y el soldado revoluciona rio contra el soldado profesional. Los mambises cargaban a caballo blandiendo sus machetes al grito ensor decedor de «ial degüello!», y caían como verdaderos demonios sobre los disciplinados cuadros españoles, principalmente en su retaguardia y por los flancos. Disparaban mientras cabalgaban, y los españoles considera ban a los mambises como certeros tiradores. Cabe destacar que la Infantería cubana siempre fue muy pequeña, mal armada, casi descalza, y siempre dispuesta a conseguir cabalgaduras para convertirse en tropa de caballería. También puede decirse que sólo Máximo Gómez, Ignacio Agramonte, Calixto García y Antonio Maceo llegaron a poseer bastante técnica y recur sos suficientes para empeñarse en combates y hasta en batallas formales contra las fuerzas españolas.

— 213 — Agramonte fue un gran organizador y jefe político-militar. Calixto García se hizo un gran experto en ataque a plazas fortificadas. Maceo, que era un táctico consumado, se destacó en el planteamiento estratégico, como se evidenció en la Campaña Invasora a Occidente (1895), y era también mag nífico en la acción táctica, como lo demuestran sus grandes victorias en la guerra de los Diez Años y en la última guerra. La defensiva era en ellos sólo casual, sólo para ganar tiempo y espacio. Siempre estaban dispues tos para el combate. Ya que los mambises se dispersaban en pequeños grupos o unidades con gran rapidez, la persecución española solía ser inútil. La adecuación física al terreno difícil, la vida frugal, el uso de la ligera cabalgadura criolla, la necesaria información proporcionada por sus patrullas y por la población campesina que le era afecta, permitía a los mambises estacionarse, mar char, desplegarse, atacar y dispersarse con bastante seguridad, logrando casi siempre en el momento crucial del combate una superioridad numé rica, aunque no de armamentos. Desde posiciones dominantes y bien protegidas, los mambises hostigaban con tiros esporádicos los campamentos y las tropas españolas en marcha, contentándose con producir molestias, cansancio y desmoralización, a cambio siempre de pocas bajas materiales. En cuanto a las columnas españolas estacionadas o acuarteladas, pequeños grupos de mambises las retaban para obligarlas a perseguirlas o al menos para ¡mpedir su nece sario descanso. Además, un objetivo táctico invariable consistía en obligar a las pesadas columnas a moverse de forma constante para diezmarlas, con bajas que les ocasionaba la fatiga, el clima y las enfermedades tropi cales, o para emboscarlas sobre caminos y terraplenes por donde tenían que desplazarse. El mando español se lamentaba con frecuencia de que los mambises constituían un enemigo invisible, que no presentaba blanco al ataque ni en la persecución, difícil de fijar o capturar y muy escurridizo; como también, de que los mambises atacaban por sorpresa y nunca eran sorprendidos, ya que la población campesina afecta velaba y vigilaba espontáneamente por ellos. Los mambises, conocedores a la perfección del terreno, demostraron ser verdaderos maestros de la emboscada. Estudiaban con cuidado el terreno eligiendo lugares de difícil paso y puntos vitales de acceso. En las embos cadas, las tropas españolas recibían descargas certeras, casi a bocajarro y por sorpresa, siempre desde posiciones ocultas y protegidas que brin

— 214 — daban al tirador criollo la confianza y la impunidad, o bien cargas fulmi nantes al machete. Cuando las columnas españolas se movían sobre caminos y terraplenes, los mambises podían emboscarse con facilidad. Además, como las pesa das columnas españolas solían adentrarse en zonas montañosas o per manecían en ellas durante días, los mambises siempre se situaban en altas posiciones dominantes, a lo largo de los caminos, vías férreas y valles, desde donde podían emboscar, hostigar y operar con cierta impu nidad y siempre con ventaja. Puede afirmarse que el control de los mambises del firme o vertiente de las aguas, las cimas de montes y montañas, así como de contrafuertes salien tes y, por tanto, dominadores para la observación y el fuego, fue lo que les permitió el poder contrarrestar la superioridad numérica y profesional de las tropas españolas durante el mando del capitán general Arsenio Martí nez Campos. La Revolución cubana resultaba imparable durante el gobierno de Martí nez Campos. En efecto, la llamada «Campaña de la invasión» por los mambises, conducida de forma magistral y con extraordinaria habilidad por Máximo Gómez y Antonio Maceo, logró atravesar la isla de Cuba de un extremo a otro. Ante el empuje del llamado «Ejército invasor» por los insu rrectos, de poco sirvieron los esfuerzos de las tropas españolas para impe dirlo, ya sea evitando o bien intentando batir las columnas mambisas que se enviaron contra ellas, ya que los españoles sólo cosecharon algunas victorias locales. En el mes de enero de 1896 quedó bien patente el estrepitoso fracaso de Martínez Campos, quien a pesar de contar con casi 100.000 hombres, demostraba su incapacidad en la dirección de las operaciones militares, no sólo para aplastar la insurrección, sino también para impedir que ésta alcanzara unas proporciones muy superiores a las que ya tenía cuando llegó a Cuba. Él mismo lo reconoció en comunicación al Gobierno y pro puso su propio relevo por el general Valeriano Weyler y Nicolau, quien tanto se había distinguido combatiendo en Cuba y en Santo Domingo. Valeriano Weyler llegó a Cuba el día 16 de febrero de 1896 y con él la gue rra experimentó un giro brusco a favor de las armas españolas, ya que abandonó de inmediato la errónea táctica de su antecesor basada en una actitud de simple respuesta a los ataques cubanos. El enérgico general español logró arrébatar la iniciativa a los mambises, a quienes acosó sin

— 215 — tregua, y transformó por completo a sus tropas dándoles una movilidad parecida a la del enemigo, capacitándolas además para poder vivir sobre el propio terreno. En consecuencia, los insurrectos cubanos tuvieron que combatir entonces a la defensiva en una guerra de desgaste que les resul taba aniquiladora. En marzo del año 1897, una vez cerrada la trocha de Júcaro a Morón, la isla de Cuba quedó dividida en dos partes: la parte oriental, donde el gene ral Calixto García lograba mantener la insurrección al contar con recursos y municiones; y la parte occidental, donde las fuerzas mambisas habían quedado prácticamente aniquiladas y sin recursos ni medios para salvar sus desembarcos, aunque partidas mambisas siguieran en las montañas de Pinar del Río y continuara el general en jefe, Máximo Gómez, con muy escasas fuerzas en Las Villas. Los propios mambises aseguraban que «el año 1897 fue el más crítico para la revolución>’ y no era para menos (1). La política de reconcentración emprendida por Weyler, consistente en trasladar las familias campesinas a ciudades y pueblos con guarnición española, supuso un rudo golpe para la guerra de guerrillas practicada por los insurrectos al quedar éstos sin el necesario apoyo logístico entre el campesinado cubano. En julio, el general Weyler empieza a concentrar sus tropas preparándose para iniciar lo que ya considera «la campaña definitiva’>. Según él, ya esta ban pacificadas: Pinar del Río (aunque quedaban núcleos de resistencia en las montañas), La Habana, Matanzas y Las Villas (pese a la supervi vencia de Máximo Gómez junto a un puñado de combatientes); quedando sólo Camagüey y Oriente. El general español pretende desembarcar tro pas en Santiago de Cuba y empujar a los mambises hacia la trocha de Júcaro a Morón para cercanos y poner fin a la insurrección. La campaña de Weyler está a punto de triunfar ante un Ejército cubano deshecho, agotado y que ya no cuenta con Antonio Maceo, su general de mayor prestigio, muerto el año anterior en Punta Brava, ni tampoco con José Martí, alma de la Revolución cubana, muerto el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos. Sin embargo, contra toda previsión, el Ejército español sufrió a finales de agosto un descalabro en Oriente al ser derrotado por Calixto García en el combate de Victoria de las Tunas, lo que sorprendió con desa

(1) GuERRERo VARONA, M. La guerra de la Independencia de Cuba, volumen primero, p. 1.454. La Habana, 1946.

— 216 — grado al Gobierno y a la opinión pública española, ya que habían pensado que la insurrección cubana estaba al borden de la derrota y tenía sus días contados. El general Calixto García, empleando algunos cañones y unos 1.200 hom bres, rindió en tres días Victoria de las Tunas, una plaza que disponía de 14 fuertes y que estaba defendida por 600 soldados de línea y 200 volun tarios, con dos cañones; sin que durante el sitio ni en los días siguientes acudiera ninguna columna española a levantar el sitio o recuperar la plaza. Se hicieron cientos de prisioneros que después serían liberados, 1.200 fusiles, 1.500.000 de tiros y 10 carretas de medicinas, formando el grueso del botín. Los mambises tan sólo tuvieron 81 bajas. Por otra parte, unos días antes, el día 8 de este mes, el presidente Anto nio Cánovas del Castillo, el más firme valedor del general Weyler, caía asesinado en el balneario de Santa Agueda, lo que transformaría toda la política española, echaría por tierra la estrategia adoptada por Weyler y supondría su relevo por el general Ramón Blanco, conocido por su carác ter conciliador. Con el cese del general Weyler termina la fase cubano-española de la gue rra. Según Emilio Reverter, que emplea fuentes militares españolas, el Ejército español disponía entonces en Cuba de 114.961 hombres, de los casi 200.000 habían sido enviados desde España. De ellos, unos 25.000 estaban hospitalizados por enfermedades o heridas y 35.000 en destaca mentos; luego quedaban más de 50.000 para realizar operaciones milita res. Para el general Valeriano Weyler, estos últimos eran más que sufi cientes para enfrentarse a los mambises que quedaban y acabar la guerra. Conviene recordar que por entonces Calixto García, que era quien más hombres tenía, envió una carta muy esclarecedora al general en jefe, Máximo Gómez, reflejando cuál era el estado de ánimo de los insurrectos cubanos ante los ataques demoledores del general Weyler: «,Cuándo podré intentar un nuevo avance y cuál será el resultado? Las fuerzas que quedan, estropeadas ya por las continuas y largas marchas y por los combates, se aniquilan ahora sacando esta expe dición (se refiere a la que planeaba en abril de 1897 y que luego sus pendió) y es indispensable concederles algún descanso...; no creo que ni el mismo Antonio Maceo, el jefe de más prestigio, el que ya una vez arrastrara de Oriente dos o tres mil hombres, pudiera mover hoy hasta Las Villas ni quinientos...; (es) imposible, a mi juicio, lle var nuevamente orientales a Occidente, y el intentarlo y disponerlo

— 217 — puede traer el mayor desorden y las más deplorables consecuen cias» (2). Tres meses después de la toma de Victoria de las Tunas por los mambi ses, en el mismo año 1897, el general Calixto García (quien fue nombrado lugarteniente general por su triunfo, al quedar vacante dicho cargo al morir Antonio Maceo) tomó otro pueblo oriental famoso por su fortificación: el de Guisa, en la comarca de Bayamo. Guisa, como Victoria de las Tunas, era un centro de aprovisionamiento y operaciones del Ejército español, y su ocupación, aparte del valioso botín que proporcionó a los mambises, tuvo un gran valor en el momento en que ocurrió: cuando el capitán general Ramón Blanco anunciaba la concesión de la autonomía (25 de noviembre de 1897). Luego, el 1 de enero de 1898, Blanco implantó el Gobierno Autonómico cubano, tan tardío como ineficaz. La debilidad del Gobierno de España para afrontar la crisis de Cuba y la actitud conciliadora del general Blanco, que pretendía acabar la guerra a través de la autonomía y el diálogo (como Martínez Campos), hicieron que la insurrección creciera de forma alarmante en Camagüey y Oriente, las dos provincias que el general Valeriano Weyler se había reservado para la «campaña definitiva». Para poder explicar hasta qué punto creció la insurrección cubana durante el mando del capitán general Ramón Blanco, podemos ofrecer las siguien tes cifras de los seis Cuerpos del Ejército cubano al final de la guerra, cua dro 1:

Cuadro 1.— Cuerpos de Ejércitos cubanos.

Cuerpos de Ejércitos Hombres

1 y II Cuerpo (Oriente: 16.150 y 13.306) 29.456 III Cuerpo (Camagüay) 4.366 IV Cuerpo (Las Villas) 9.359 y Cuerpo (Matanzas) 5.939 VI Cuerpo (Pinar del Río) 4.478 TOTAL 53.774

(2) FERNÁNDEZ ALMAGRO, M. Historia política de la España contemporánea, volumen segundo, p. 238. Madrid, 1959. —218— El día 15 de febrero de 1898 se produjo la voladura del acorazado nortea mericano Maine en la bahía de La Habana, y a pesar de la actitud conci liadora de España, de Estados Unidos le declaró la guerra. Pero antes de proceder a la valoración de la participación de las fuerzas mambisas en esta nueva fase de la guerra, conviene que hagamos tres consideraciones muy importantes: 1. Las tropas españolas que combatieron a las fuerzas aliadas cubano- norteamericanas estaban muy escasas de municiones y no podían mantener demasiados combates. 2. Si no combatieron los españoles al realizarse el desembarco nortea mericano, fue porque carecían de condiciones en la zona donde se pro dujo y por la presencia como fuerza de apoyo al desembarco. 3. Los efectivos españoles que hicieron frente a los norteamericanos esta ban en gran desventaja. El almirante Pascual Cervera, al fondear su flota en la bahía de Santiago de Cuba, provocó el desplazamiento del punto de gravedad de la guerra al lugar menos favorable para los espa ñoles; y, por tanto, más favorable para los mambises y sus aliados nor teamericanos. Precisamente, la fuerza de los mambises era mayor en Oriente. Recordemos siempre que de acuerdo con la estrategia del general Weyler, la provincia de Oriente era la zona de la Isla menos guarnecida por los españoles al ser el último reducto por pacificar (3). De este modo, de los casi 248.457 hombres que España disponía en Cuba, según el Anuario Militar de 1898, tan sólo una pequeña parte se hallaba en la zona oriental: 36.582 hombres. De éstos, tan sólo 28.218 hombres estaban a tas órdenes directas del general Linares, quien dispo nía únicamente de 13.096 hombres en la ciudad de Santiago de Cuba y sus alrededores, ya que el resto estaba distribuido entre las diferentes guarniciones de Oriente. Con todo y por desgracia ara los españoles, el general Linares no supo sacar partido a unos efectivos tan menguados, ya que de haberlos empleado bien, quizás hubieran podido frenar el avance del enemigo cubano-norteamericano. A continuación, vamos a exponer los 14 hechos que hemos elegido por su relevancia y que nos permitirán poder hacer una valoración bastante obje

(3) ALBI, J. y STAMPA, L. Campañas de la caballería española en el siglo xix, tomo segundo, pp. 541-542. Servicio Histórico Militar. Madrid, 1985. CALLEJA LEAL, 3. «La Guerra hispano-cubana-norteamericana: los combates terrestres en el escenario oriental», Revista de Historia Militar, XLI, número 83, pp. 97-98. Servicio Histórico Militar. Madrid, 1997.

— 219 — tiva de la participación de las fuerzas mambisas en la guerra hispano- cubana-norteamericana.

Hecho primero. «El mensaje a García»

Una vez iniciada la guerra hispano-cubano-norteamericana, el Gobierno de Washington decidió invadir la isla de Cuba por su parte oriental, preci samente donde las fuerzas españolas resultaban más débiles y las fuer zas mambisas más fuertes. Desde el primer momento, el apoyo de las fuerzas cubanas fue considerado fundamental para las operaciones de desembarco y de sitio de la ciudad de Santiago de Cuba, a pesar de que al final de la guerra, los militares norteamericanos tratarían de minusvalo rar la decisiva participación de las fuerzas del general Calixto García, lugarteniente general del Ejército cubano. Precisamente, las fuerzas mambisas dominaban entonces el campo oriental, y tras una serie de bri llantes operaciones ofensivas contra las ciudades más importantes del interior de la provincia de Oriente, hacían ver a Washington que resulta ban indispensables para asegurar el éxito de la intervención armada esta dounidense. Curiosamente, el primer contacto para la subordinación de las fuerzas cubanas a las norteamericanas no fue realizado por el Gobierno de Was hington, sino que partió del propio delegado del Movimiento Revoluciona rio Cubano en Estados Unidos, Tomás Estrada Palma, quien en su expo sición de intenciones dirigida al presidente William McKinley manifestó: «A fin de evitar cualquier equívoco sobre la actitud de la República de Cuba, por la presente doy a usted la seguridad más completa de la colaboración del Ejército cubano con las fuerzas militares de Estados Unidos. La República de Cuba dará instrucciones a sus generales, para que sigan y ejecuten los planes de los generales norteameri canos en campaña, y aunque mantenga su organización propia, el Ejército cubano estará siempre dispuesto a ocupar las posiciones y a prestar los servicios que los jefes norteamericanos determinen. Nuestro único fin es el arrojar de Cuba a nuestro enemigo común, lo más pronto posible. A fin de no exponer la vida de los soldados ame ricanos no aclimatados, los cubanos están dispuestos, con tal de que se les suministren armas y municiones rápidamente, a afrontar lo más rudo de la lucha en Cuba. Si la Escuadra americana tomase ciertos puertos no fortificados, para descargar por ellos armas y municiones de guerra y de boca, los cubanos con la cooperación de

— 220 — un número limitado de soldados americanos, mantendrán esos puer tos como depósitos, y desde ellos se comunicarán con el interior y equiparían millares de hombres que sólo esperan armas y pertre chos, poniendo así al Ejército cubano en pie de operar según los pla nes que más convengan a los jefes americanos. Sería conveniente que en los depósitos hubiera fuerzas de artillería americana, for mando los cubanos el resto de la guarnición.» En esta carta, el delegado Tomás Estrada Palma se abrogó así mismo el papel de jefe de Gobierno y del Ejército cubano, proponiendo de forma uni lateral la participación del Ejército cubano como auxiliar y subordinado en las operaciones militares cubano-norteamericanas. Luego, el día 11 de marzo de 1898, el Consejo de Gobierno, presidido por el general Barto lomé Masó y Márquez, aprobó esta propuesta de Tomás Estrada Palma. Sin embargo, los propios norteamericanos consideraron que resultaba indispensable el establecer un contacto directo con los altos jefes militares cubanos, prescindiendo por completo del Consejo de Gobierno, aunque éste le había facilitado su tarea al ordenarle al general en jefe, Máximo Gómez, y al lugarteniente general, Calixto García, que se pusieran a la entera disposición del Ejército de Estados Unidos. Así pues, se designó al teniente Andrew S. Rowan, (a quien la literatura estimulante y la prensa sensacionalista norteamericanas convirtieron en «héroe» nacional), para que fuera a Cuba por medio del Departamento de Expediciones cubano y fuerá portador del famoso «mensaje a García», solicitando al general Calixto García la colaboración indispensable del Ejército cubano. No obs tante, conviene señalar que la supuesta «proeza» del teniente Rowan no fue más que un episodio muy. corriente para los cientos de expedicionarios que desembarcaban en Cuba para combatir como soldados mambises. Calixto García y Máximo Gómez acataron, aunque con no pocos recelos, la orden que recibieron del Consejo de Gobierno de aceptar la jefatura del alto mando norteamericano. Días después, el 27 de junio, Calixto García escribía a Tomás Estrada Palma quejándose de que el Gobierno de Was hington no había reconocido al organismo máximo de la República de Cuba en armas, y que: «Este había muerto en manos del presidente Mckinley, desde el momento en que ha llevado al terreno de los hechos la intervención de Cuba... Pero hay aún más, y esto es hasta originalísimo: el gobierno que hasta ahora ha tenido la revolución, el Consejo de Gobierno, acepta la intervención y ordena al general en jefe y al

— 221 — lugarteniente general que se pongan a las órdenes del Ejército nor teamericano. No sólo se conforma y acepta la intervención, que es su sentencia de muerte firmada por McKinley, sino que también de hecho, si no de derecho, renuncia a la autoridad sobre los jefes del Ejército Libertador. Después de todo esto, ¿qué le resta hacer al Con sejo de Gobierno? Sólo dos cosas: o devolver sus poderes al pueblo revolucionario que lo ha tenido hasta ahora como poder supremo del Estado, o conformarse a vivir tranquilo en algún lugar tranquilo.» En definitiva, Washington no reconoció al Consejo de Gobierno cubano porque su política consistía en ignorar a las autoridades cubanas con el pretexto de que éstas estaban deficientemente constituidas (lo mismo que en Filipinas). Sin embargo, consideraba esencial el apoyo militar cubano en la campaña y por eso fue enviado el teniente Rowan con el famoso «mensaje a García». A continuación, Calixto García enviaría dos oficiales cubanos a Washington con instrucciones.

Hecho segundo. Cómo el plan de campaña norteamericano fue sustituido por el cubano

En la mañana del día 20 de junio, el convoy norteamericano que transpor taba el V Cuerpo de Ejército llegó frente a Santiago con bastante retraso y no pocas dificultadas por su mala organización. Acto seguido, el general Shafter, jefe del contingente norteamericano, conferenció con el entonces capitán de navío French Ensor Chadwick, jefe del Estado Mayor del almi rante Sampson. Chadwick tenía un plan de Sampson para someterlo a la consideración de Shafter. A grandes rasgos, consistía en que Shafter ata caría el castillo del Morro y la batería de Socapa por tierra, mientras la escuadra con este apoyo terrestre y con sus flancos libres, entraría en el canal, limpiándolo de minas y torpedos; luego, una vez dentro de la bahía de Santiago, hundiría la Escuadra española ayudando así desde allí a la toma de la ciudad, que capitularía sin remedio. De este modo, el jefe de las fuerzas navales norteamericanas pretendía reeditar el absurdo plan del conde de Albemarle en la toma de La Habana por los ingleses en el año 1762, creyendo además que el primer objetivo era la ciudad de Santiago de Cuba. Sampson creía que su plan era senci llo y efectivo, con resultados inmediatos y magníficos; no obstante, aunque lo fuera, ni él ni Shafter conocían la topografía del terreno, ni la situación estratégica, como tampoco el valor de las tropas españolas de la guarni

— 222 — ción. Por eso, aunque en un principio Shafter aceptó el plan, propuso a Sampson no hacer nada sin entrevistarse antes con el general Calixto García (4). Aquel día 20, muy de mañana, el brigadier cubano Demetrio Castillo Duany llegó con su Estado Mayor al Aserradero y se entrevistó con el general Calixto García para informarle sobre la situación de las tuerzas españolas y sus preparativos de defensa. Según el teniente Lino Dou, jefe del Estado Mayor de Castillo, éste conocía a la perfección los alrededores de Santiago y fue quien aconsejó a Calixto García que el desembarco de las tropas norteamericanas debería de efectuarse al este de la ciudad. Esta idea convenció a Calixto García y no podemos dudar de este aserto de Lino Dou, ya que el propio lugarteniente general había escrito el día 13 de junio, en Mejía (jurisdicción de Holguín), una carta al almirante Samp son que comenzaba así: «Mi opinión, conforme a la de mis subalternos que usted dice, es que el Oeste es el mejor sitio para el desembarco.» En consecuencia, Calixto García marchó con sus fuerzas sobre la parte oeste de Santiago y acampó en el Aserradero (5). El mismo día 20, a las 14.00 horas, el general Shafter y el almirante Samp son, con sus respectivos ayudantes y Estados Mayores, desembarcaron en el Aserradero y se entrevistaron allí con el general Calixto García. En esta ocasión, el general cubano pudo demostrar una vez más su gran talla como militar, exponiendo a Shafter y a Sampson un plan de campaña com pletamente distinto para el ataque y la toma de Santiago. El plan de Calixto García, a grandes rasgos, fue el siguiente: desembarcar todo el V Cuerpo de Ejército en Daiquirí y atacar Santiago por el Este, enviar fuerzas del y Cuerpo de Ejército por el Oeste al general Jesús Rabí para completar el cerco, e impedir así al mismo tiempo la llegada de cual quier refuerzo español proveniente del interior; y mientras, la escuadra de Sampson mantendría el control del mar. Se trataba, pues, de un plan sen-

(4) El día anterior, 19 de junio, Sampson se había entrevistado con Calixto García a bordo del crucero New York. En aquella entrevista, ambos hablaron sobre el plan de campaña, pero prefirieron abordar nuevamente el asunto en profundidad en cuanto llegase Shafter con el y Cuerpo de Ejército. (5) CASTELLANOS GARcÍA, G. Lino Dou, pp. 33-36 (folleto). Asociación Cultural Femenina. La Habana, 1944.

— 223 — cilIo, muy sólido, trazado con el sentido común y el aplomo del genio mili tar de Calixto García, así como con la seguridad que le proporcionaba su perfecto conocimiento del terreno y de las tuerzas españolas. Tanto Samp son como Shafter quedaron impresionados y convencidos de que aquel plan era el idóneo, por lo que inmediatamente se procedió a ultimar los detalles de su ejecución. Al día siguiente, el 21 de junio, se puso en práctica el plan cubano de la forma siguiente: 1. Al amanecer, el general Agustín Cebreco con su división mambisa mar chó sobre el noroeste de Santiago para tomar posiciones sobre los caminos al interior y evitar la llegada de tropas españolas de refuerzo a Santiago. 2. Por la noche, unos 400 soldados mambises de las brigadas de Bayamo y Jiguaní, a las órdenes directas del coronel Carlos González Clavel, embarcaron rumbo a Sigua, donde se hallaba la brigada de Demetrio Castillo Duany (quien acompañaba a González Clavel) para incorpo rarse a ella y reforzarla, y luego proceder a la ocupación del poblado de Daiquirí. 3. La escuadra de Sampson bombardearía toda la costa, sobre todo Cabañas, Aguadores, Daiquirí y Siboney. Luego, una vez tomado Dai quirí, los cubanos desplegarían una bandera cubana para que la escua dra suspendiera el fuego artillero. 4. Al mismo tiempo, y para confundir aún más a las fuerzas españolas, 10 transportes con tropas apoyados por tres buques de guerra, deberían efectuar un simulacro de desembarco frente a Cabañas; y mientras tanto, el general cubano Jesús Rabí atacaría esta posición por la reta guardia.

Hecho tercero. El desembarco norteamericano pudo resultar un desastre de enormes proporciones, pero fue un éxito gracias al apoyo de las fuerzas cubanas

El plan de Calixto García tuvo un éxito completo. Las tuerzas mambisas con el brigadier Castillo Duany y el coronel González Clavel al frente avanzaron y tomaron Daiquirí, y su guarnición evacuó sin presentar com bate (6).

(6) Un hecho histórico poco conocido ocurrió en la toma de Daiquirí. Al entrar los mambises, unas mujeres del poblado salieron a recibirlos y una de ellas entregó al teniente Remigio

— 224 — Una vez ocupado Daiquirí, se inició el desembarco norteamericano con la más absoluta tranquilidad y seguridad, tal como si se tratara de unas meras maniobras en tiempo de paz. Las tropas desembarcaron por el orden siguiente: primero, la división de Lawton; segundo, la brigada de Bates; tercero, la división de Caballería Desmontada de Wheeler; cuarto, la división de Kent; y quinto, el tercio de Caballería del coronel Rafferty. Al caer la noche, habían desembarcado 6.000 hombres; no obstante, la operación continuó hasta el día 26, en que terminó el desembarque de toda la artillería de campaña. Aquel desembarco resultó tan caótico como el embarque de las tropas y del material. Las baterías de las distintas divisiones fueron desembarca das, pero los caballos y los mulos iban en otro transporte y las municiones en otro. Incluso hubo un transporte que se alejó hasta 12 o 15 millas de la costa, por lo que fue preciso enviar a un buque de guerra para «cazarlo» literalmente. Aquella enorme confusión que reinaba en el desembarco se debió a las mismas causas del desorden que hubo en la conducción del convoy: los transportes no estaban a las órdenes de oficiales de la Armada y los capitanes mercantes actuaban por su cuenta. En fin, un desembarco desastroso que pudo tener consecuencias nefas tas; no obstante, los norteamericanos tuvieron la suerte de contar enton ces con el apoyo del general Calixto García. Si aquel desembarco caótico fue un éxito, se debió sin duda a que miles de soldados mambises cubrie ron las espaldas a los norteamericanos ante un posible ataque español, lo que hubiera provocado un descalabro de enormes proporciones. Con viene destacar que durante todo el desembarco las fuerzas cubanas de Castillo Duany y de González Clavel no dejaron de hostilizar a las tropas españolas para evitar que hicieran un ataque a Daiquirí durante el desem barco.

Castañeda varios objetos abandonados por los españoles, entre ellos una bandera. El teniente Castañeda, llevado por el entusiasmo, tremoló imprudentemente la bandera española para que pudieran contemplarla sus compañeros. Los norteamericanos, al divisar con sus prismáticos la bandera, lanzaron una andanada creyendo que se trataba de una fuerza española. Allí cayeron varios cubanos heridos y muertos, y entre estos últimos, Castañeda, quien irónicamente murió cubierto por la bandera que había estado combatiendo durante cuatro años y a causa de los proyectiles de sus propios aliados. El brigadier Castillo, ante el peligro que corrían sus tropas por el error de la escuadra de Sampson, ordenó que inmediatamente fuera izada la bandera cubana en lo alto de la torre del heliógrafo, que había sido abandonado intacto por los españoles. Acto seguido, cesó el terrible fuego naval.

— 225 — Hecho cuarto. Las tropas cubanas del coronel Enrique Thomas salvan a la Infantería de Marina norteamericana desembarcada en Guantánamo

La batalla de Guantánamo tuvo lugar desde el día 10 al 13 de junio y fue la primera que libró el Ejército de Estados Unidos en suelo cubano. Dicha batalla proporcionó la posesión de la estratégica bahía exterior de Guan tánamo y formó parte de una operación militar que concluiría el día 25 de junio con el mencionado desembarco del V Cuerpo de Ejército en Daiquirí. La bahía exterior de Guantánamo, situada a 45 millas al este de Santiago de Cuba, se hallaba defendida débilmente por un fuerte y varios blocaos de madera construidos en el pueblo de Caimanera. Al otro lado de la bahía se encontraba la ciudad de Guantánamo y en sus afueras, el poblado de Santa Catalina de Guantánamo, donde el general Pareja tenía su cuartel general con una guarnición de algo más de 5.000 hombres, en su mayoría voluntarios. Los jefes de la Escuadra estadounidense estaban muy preocupados por la proximidad de la estación de los huracanes y creyeron conveniente la con quista de la bahía exterior al pensar que ello permitiría: refugiar sus buques antes de que los fuertes vientos les causaran estragos, establecer una base para carbonear y realizar pequeñas reparaciones a los barcos que hacían el bloqueo de Guantánamo y, también, la posibilidad de esta blecer allí una cabeza de playa para el desembarco del grueso de las tro pas del V Cuerpo de Ejército. En la noche del 9 de junio, el crucero Marbiehead, al mando del coman dante Bowman McKeala, se aproximó a la costa aprovechando la oscu ridad. Al amanecer, el Marbiehead inició un bombardeo intenso sobre las fortificaciones de Caimanera, obligando a las fuerzas españolas a reple garse de inmediato a posiciones más seguras en el interior de la bahía y lejanas al alcance de los proyectiles. Por si fuera poco, hizo su aparición un acorazado de primera, el Oregón, que apoyó aquel terrible bombar deo (7).

(7) BACARDÍ Y MOREAU, E. Crónicas de Santiago de Cuba, segunda edición, tomo noveno, p. 356. Imprenta Breogán, Torrejón de Ardoz (Madrid) 1973. El día 6, ambos buques habían bombardeado las fortificaciones de Caimanera. Al día siguiente, los norteamericanos lograron cortar el cable que unía esta localidad con Santiago de Cuba, quedando incomunicada.

— 226 — Una hora después de comenzar el combate, varias lanchas desembarca ron 30 hombres pertenecientes al Batallón de marines, cuerpo especial recién creado y entrenado para misiones arriesgadas. Tras un rápido reco nocimiento, los marines regresaron al Marbiehead e informaron sobre el abandono de las fortificaciones por parte de la guarnición y su repliegue hacia posiciones más seguras, fuera del alcance de la artillería naval.

Por la tarde apareció frente a la bahía el buque Panther, sobre cuya cubierta iban 400 marines preparados para desembarcar. Luego, ya entrada la tarde, se produjo el desembarco de 800 marines al mando del coronel Huntington. Dicha fuerza invasora se dirigió a la sierra del Cuzco, que domina la bahía de Guantánamo, y de forma un tanto precipitada esta bleció un campamento en una colina, resultando ser un lugar fácilmente abatible desde las posiciones españolas más próximas.

Al anochecer, avanzadillas españolas se aproximaron a las posiciones enemigas y pudieron comprobar su precaria defensa. Acto seguido se pro dujeron continuos tiroteos en un intento inútil de desalojar a los marines. Mientras tanto, el general Pareja se dispuso a preparar a sus tropas en Santa Catalina para emprender un contraataque al día siguiente. Por entonces, unos 30 buques de la Armada norteamericana patrullaban por las costas próximas a Santiago, donde se esperaba un próximo desembarco en algún lugar de la costa. Por ello, la guarnición, al mando del general Arsenio Linares Pombo (aquel mismo día 10 logró su ascenso), compuesta por poco más de 10.000 hombres, en su mayoría pertene cientes a regimientos de voluntarios, tomó posiciones en los lugares más estratégicos a lo largo de la costa circular que rodea la ciudad y el puerto, de más de 20 km. El general Linares envió emisarios al Cuartel General de Santa Catalina, con la orden tajante de resistir a toda costa el ataque de los marines. En la mañana del día 11, los marines norteamericanos incendiaron los for tines abandonados por las tropas españolas el día anterior. Las ropas y efectos dejados por los españoles fueron quemados por temor a que estu viesen infectados, ya que aquella fuerza desembarcada sentía verdadero pánico a las enfermedades tropicales, como la generalidad de los militares de Estados Unidos. Después del mediodía, los marines completaron el desembarco bajando a tierra las piezas de artillería y pertrechos traídos en varios transportes.

— 227 — Por la tarde se reinició la lucha. Las tropas españolas realizaron sucesivos contraataques contra el campamento norteamericano y en los primeros tiroteos cayeron muertos dos marines, que fueron los primeros muertos en combate de aquella fuerza expedicionaria estadounidense. Al caer la noche, los españoles llegaron a lanzar cinco ataques sucesivos, pero los marines lograr resistir en sus posiciones.

El domingo día 12 se reiniciaron los combates con mayor dureza. Tropas españolas de refuerzo enviadas por el general Pareja desde Santa Cata lina sitiaron la colina y lanzaron un formidable ataque contra el campa mento norteamericano. Los marines tuvieron que abandonar sus posicio nes y fueron empujados hacia la playa del Este por el incontenible avance español. Al anochecer, se llegó a la lucha cuerpo a cuerpo y la situación se volvió desesperada para los marines. Allí hubieran hallado la muerte a no ser por la providencial aparición del coronel Enrique Thomas al frente de unos 100 mambises. Aquellos combatientes cubanos, conocedores a la perfección del terreno y terriblemente eficaces en la guerra de guerrillas, emprendieron una serie de contraataques por sorpresa que lograron sal var a los marines.

Una vez salvados los marines por los cubanos y cuando la batalla duraba ya 100 horas de lucha encarnizada, varios buques de guerra, entre ellos el Texas, entraron en la bahía dispuestos a resolver la situación comprome tida de sus tropas. El cañoneo fue enorme y obligó a los mandos españo les a tener que dar la orden de repliegue general para ponerse a salvo del bombardeo. Por desgracia para los españoles, las minas colocadas a la entrada de la bahía no funcionaron, pues los cascos de los buques cho caron contra ellas y no estallaron. Así pues, el día 15 de junio, cuatro días después del desembarco de los marines, las tropas de Caimanera se acuartelaron en Santa Catalina, engrosando así la guarnición de Guantánamo; todos los campos y mani guas que rodeaban la ciudad quedaron en poder de los mambises; y en cuanto al Batallón de marines, el coronel Huntington ordenó que cavaran trincheras para asegurar sus posiciones, obteniendo el dominio de la bahía exterior de Guantánamo. La pequeña base de los marines se mantuvo con dificultad en los días sucesivos, ya que a diario fue sometida a continuos tiroteos por parte de las partidas españolas que salían de Santa Catalina y de Caimanera. Por esta razón y también por tratarse de una base tan ale jada de Santiago de Cuba, el lugar fue desechado como cabeza de playa

— 228 — para el desembarco del V Cuerpo de Ejército, eligiéndose Daiquirí en su lugar por indicación de Calixto García. El propio almirante McKeala reconocería en uñ discurso que: «Los cubanos habían ido a salvarlos del pánico en que se encontra ban ellos desde su llegada, que no los dejaba respirar y que no sabía cómo agradecer en nombre del Gobierno norteamericano a los cuba nos que como una bendición del cielo llegaron en momentos preci sos para evitar un desastre a las fuerzas norteamericanas de desem barco» (8).

Hecho quinto. El desastre del combate de Las Guásimas y las injustas acusaciones del desobediente general Wheeler al obediente coronel González Clavel

El día 23 de junio, la división de Lawton, la primera en desembarcar en Daiquirí, avanzó sobre Siboney a través de un pésimo camino teniendo que marchar penosamente en columna de a dos y sin poder emplear fran queadores en aquellas impenetrables maniguas tropicales. En vanguardia marchaban las fuerzas mambisas de Castillo Duany y González Clavel, que tras la ocupación de Siboney, y tras un breve ataque de las tropas españolas por la retaguardia que sólo duró unos minutos, las persiguieron en su repliegue hasta hallarlas nuevamente parapetadas y dispuestas a combatir en las alturas de Las Guásimas junto a unos 300 hombres de la guarnición de Daiquirí que también habían sufrido el acoso de estas fuer zas mambisas. Las Guásimas era un lugar desolado en un desfiladero con varios caseríos abandonados, donde se cruzaban dos caminos que conducían desde Si boney a Santiago de Cuba. Dominado por los altos de Sevilla y por La Redonda, tomaba su nombre de un árbol típico (guásima) y bajo, pero muy tupido de ramas y hojas, y por tanto propicio para las emboscadas. Las tropas de Castillo Duany y González Clavel fueron detenidas por el nutrido fuego de las fuerzas españolas parapetadas en Las Guásimas. En ausencia de Castillo, que al mediodía había partido hacia Siboney al ser

(8) ALLENDE SAL..zAR, J. M. El 98 de los americanos, pp. 176-177. Edicusa. Madrid, 1974. BARR CHIDSEY, D. La guerra hispano-americana, 1896-1898, pp. 131-132. Ediciones Grijalbo. Barcelona-México O. F., 1973. CALLEJA LEAL, O. Opus citada, pp. 117-120.

— 229 — llamado por el mayor general Wheeler, González Clavel quedó al mando de las tropas cubanas y se limitó a sostener tiroteos sin avanzar ante la fuerte posición de los españoles. Además, para evitar un posible contraa taque español, González Clavel hizo lo que debía hacer: envió a los ofi ciales Jesús Rabí por el flanco derecho y a Belisario Rodríguez por el izquierdo, mientras él permanecía en el centro con el resto de las fuerzas. Los mambises mantuvieron esta posición durante toda la noche. Aquella misma noche del día 23, el general Linares concentró en Las Guá simas 1.500 hombres a las órdenes directas del general Rubín, que se parapetaron tras trincheras y cercas de piedra; en Sevilla había además unos 500 soldados españoles y en La Redonda otros tantos. Por esto, con las tuerzas de Siboney y Daiquirí pudo crearse un contingente de unos 3.000 soldados. Dichas fuerzas disponían además de una batería de caño nes krupp calibre 75. El general Linares ordenó tender alambradas y preparó con cuidado una emboscada. Su plan consistía en seguir la táctica de los mambises: atacar por sorpresa y oponer cierta resistencia en el desfiladero de Las Guásimas a las fuerzas invasoras para así facilitar el repliegue ordenado al grueso del Ejército español hacia Santiago. En cuanto a las fuerzas españolas estaban formadas por tres compañías del Batallón Puerto Rico al mando del comandante Alcañiz, dos compañías del Batallón Talavera y una for rnada por los soldados de Daiquirí, Siboney y Jaragua. Una vez localizada la concentración de tropas españolas en Las Guási mas, los norteamericanos cometieron el grave error táctico de creer que era necesario batirla. Severo Gómez Núñez cuenta en su obra sobre la guerra de Cuba que Wheeler encontró en el camino de Siboney: «Al titulado general Castillo y al general Lawton, que le dieron noti cias de la presencia de los españoles hacia Sevilla, y sin atender las órdenes de Shafter decidió marchar sobre ellos»(9) Sin embargo, las órdenes de Shafter eran muy claras: mantenerse en posi ción sobre el camino real Daiquirí-Siboney y no avanzar bajo ningún con cepto mientras no estuviesen asegurados los abastecimientos de las tropas.

(9) GÓt,ez NÚÑEZ, S. (capitán de Artillería). La guerra hispano-americana, tomo cuarto. Imprenta del Cuerpo de Artillería. Madrid, 1901.

— 230 — El general Wheeler, un hombre temerario e impulsivo en extremo, decidió desobedecer a Shafter y lanzar un ataque de inmediato con la cooperación de las fuerzas mambisas. No obstante, González Clavel, que había com batido el día anterior contra los españoles en Las Guásimas, se negó en rotundo a obedecer a Wheeler por haberle ordenado Calixto García que obedeciera sólo al general Lawton, jefe del desembarco y en cuya división marchaba en vanguardia. Por consiguiente, la actitud del coronel Carlos González Clavel fue correcta. Wheeler no quiso entonces esperar nuevas órdenes de Shafter, y sin con tar con las fuerzas cubanas, preparó su división para atacar al día siguiente; y al efecto, hizo avanzar la Brigada Young por la noche hasta Siboney, a donde llegó a medianoche. A las seis horas del día 24, Whee ler ordenó avanzar hacia Las Guásimas por el camino real Siboney-Sevi la a la Brigada Young con cuatro cañones ligeros y unos 460 hombres, y al coronel Leonard Wood con los Rough Ridérs, cuatro cañones ligeros y dos cañones automáticos, sobre el trillo que cruzando el valle de Las Guásimas se une en las alturas con el camino real. Poco después, el coronel González Clavel —sorprendido al ver la van guardia de la Brigada Young por la derecha, mientras que por la izquierda aparecía el coronel Wood—, les proporcionó informes y guías, y luego par tió hacia Siboney para dar cuenta al brigadier Castillo Duany de lo difícil y arriesgada que sería la operación de asalto a las posiciones españolas por parte de las fuerzas que había enviado Wheeler (10). Hacia las ocho horas, dos exploradores cubanos aparecieron por el camino. Los escuchas españoles avisaron la presencia del enemigo me diante el consabido canto del cuco (11). En ese momento, el general Rubín ordenó la primera descarga cerrada de la fusilería española, ocasionando numerosos heridos y una enorme confusión en el enemigo. El ataque español sorprendió a la unidad de voluntarios que encabezaba la penetración y que se trataba de los Rough Riders, con el coronel Wood

(10) Antes de que los jefes cubanos pudieran decir nada, se produciría la retirada de las fuer zas españolas y con ello el fin del combate de Las Guásimas. (11) Tras el desembarco de Guantánamo (10 de junio), los españoles utilizaron el canto del cuco y los ruidos de diversas aves autóctonas desconocidas por los norteamericanos para transmitir avisos y mensajes de una posición a otra. En Las Guásimas, los nortea mericanos estuvieron a punto de descubrir esta argucia por un explorador indio chero kee. Serían los exploradores indios quienes lograron descubrirla.

— 231 — y el teniente coronel Roosevelt al mando. Las avanzadas de ambas colum nas, la de Young y la de Wood, abrieron fuego casi al mismo tiempo, ini ciando su repliegue; sin embargo, una lluvia de disparos bien dirigidos les hizo retroceder. Luego, una vez superado el factor sorpresa de la embos cada, lucharon con gran decisión y firmeza. Pero lo cierto es que la acometida norteamericana fue duramente casti gada por las tropas españolas. Las descargas cerradas llegaron a ser tan voluminosas y certeras que Wheeler, desesperado, se vio obligado a enviar emisarios a Siboney en busca de refuerzos de Lawton. El general Lawton envió como refuerzos al IX de Caballería y a la Brigada Cha ifee; pero no fue necesario. Antes de la llegada de los refuerzos, el general Rubín, siguiendo instrucciones del general Linares, ordenó la retirada de las tropas españolas llevándose sus muertos, heridos y bagajes. Dicha retirada fue incomprensible fue considerada por los norteamericanos como parte de un plan estratégico del general Linares. ‘El coronel González Clavel al frente de sus tropas y de las de Castillo, per siguió a las fuerzas españolas en su repliegue y se apoderó de muchos equipos abandonados al producirse la retirada; no obstante, pese al acoso de los cubanos, el contingente español llegó a Santiago sin dificultad. Puede decirse que el combate de Las Guásimas fue el más inútil de toda la campaña y que los propios historiadores norteamericanos lo consideran un verdadero fracaso. En efecto, Wheeler no ganó absolutamente nada, ni ventajas estratégicas ni tampoco unas posiciones que no hubiera podido obtener sin combatir y sin bajas. Por otra parte, si el general Rubín con sus 3.000 hombres no hubiera recibido instrucciones de hacer la retirada hacia Santiago por parte de Linares, y hubiera resistido imitando la conducta del heroico brigadier Joaquín Vara del Rey en El Caney, el combate hubiera resultado desastroso para los norteamericanos, ya que Wheeler contaba sólo con 915 hombres; además, los refuerzos de Lawton llegaron en pequeños grupos y agotados, por lo que las bajas hubieran sido enormes y hubiera sido un rudo golpe para la moral del V Cuerpo de Ejército. Sin embargo, lo que aquí más nos importa fue la situación de los mambi ses. El coronel González Clavel fue acusado por Wheeler de cobarde, pero ni él en sus memorias (The Santiago Campaign of 1898) ni los historiado res norteamericanos han querido explicar que Wheeler desobedeció al general Shafter al decidir atacar por su cuenta a los españoles en Las Guásimas, mientras que el coronel González Clavel se limitó a acatar las órdenes de Lawton, jefe de las fuerzas norteamericanas desembarcadas,

— 232 — por orden expresa del general Calixto García. Además, González Clavel y Castillo Duany aconsejaron a los norteamericanos que no combatieran en Las Guásimas por tratarse de una posición desfavorable, pero Wheeler no hizo caso y su avance resultó desastroso (12).

El general Shafter toma las siguientes disposiciones para tomar las alturas de San Juan y El Caney Primera. La división de Lawton, apoyada por la batería de Capron, ataca ría El Caney al romper el alba del día 1 de julio. El general Lawton había estudiado el terreno con unos binoculares y había asegurado que podría tomar El Caney en sólo dos horas (tardaría trece, doce de combate!). Segunda. Tan pronto como se abriera fuego contra El Caney, la división de Caballería de Wheeler y la de Infantería de Kent, apoyadas por la batería de Grimes, situada en el monte de Él Pozo, avanzarían y se desplegarían frente a San Juan. Al llegar al claro, la caballería atacaría por la derecha y la infantería lo haría por la izquierda. Tercera. Una vez tomado El Caney, Lawton volvería sobre Santiago y ocu paría el flanco derecho de Wheeler con el apoyo de una batería, y enton ces las tres divisiones unidas atacarían las alturas de San Juan. Cuarta. La brigada independiente de Bates y dos baterías quedarían en reserva. Como el mayor general Wheeler se hallaba enfermo, su división de Caballería estaría a cargo del brigadier Sumner, con lo que el coronel Wood pasaría a mandar la 1 Brigada de Caballería en su lugar, y el teniente coronel Roosevelt quedaría al mando del Regimiento 1 de Caballería Vo luntaria (Rough Riders). Las fuerzas mambisas de las brigadas del Ramón de las Yaguas, pertene cientes a Carlos González Clavel (ahora ascendido a general), ocuparon el flanco izquierdo de la brigada de Chaifee sobre el camino de Santiago y la finca de Santo Tomás. Dichas tuerzas compuestas por 400 soldados cubanos estaban a las órdenes de los comandantes Duany e Izaguirre, ya que el general González Clavel se hallaba protegiendo a la batería Grimes con el resto de la división de Castillo, las brigadas de Jiguaní y Bayamo, y el resto de la división del Ramón de las Yaguas.

(12) CALLEJA LEAL, O. Opus citada, pp. 121-129.

— 233 — Hecho sexto. Participación de las fuerzas cubanas en la batalla de El Caney: la toma de «El Viso»

La guarnición de El Caney estaba a las órdenes del brigadier Joaquín Vara del Rey Rubio y constaba sólo de las siguientes fuerzas: tres compañías del Regimiento Constitución, 41 hombres del Regimiento Cuba, 45 guerri lleros y 50 movilizados. En total, 527 hombres, de los que 40 ocupaban un fortín de piedra llamado «El Viso». Las fuerzas españolas carecían de ametralladoras y de artillería; sin embargo, tuvieron que resistir el ataque de 15 regimientos norteamericanos con poderosa artillería y ametralla doras, con una inferioridad numérica de 1 por 10 frente a los atacantes. Las defensas de El Caney se reducían a «El Viso» y cuatro blocaos o for tines de madera, conectados entre sí por trincheras y alambradas. Por otra parte, en previsión del ataque enemigo, fueron aspilladas las casas de mampostería y la iglesia del poblado. Shafter pretendía que Lawton envolviera el poblado para cortar la retirada española sobre Santiago. Con este fin, la brigada de Ludlow se situó sobre el flanco derecho español, la brigada de Miles en el centro y la brigada de Chaffee con los mambises sobre el flanco izquierdo, que era precisamente donde se encontraba el fuerte de «El Viso». La brigada de Bates actuaba como reserva y la batería de Capron se situó a más de un kilómetro y medio a retaguardia de Bates sobre el lado sudeste del poblado, apoyada por el batallón cubano del comandante Vicente Castillo, perteneciente al regimiento de Maceo. El día 1 de julio de 1898, a las seis horas, se inició el combate con el pri mer cañonazo. La batería de Capron, emplazada durante la noche en el monte de El Pozo frente a El Caney, abrió fuego (13), intentando dirigir sus disparos hacia los blocaos de madera y las edificaciones de la vieja igle sia; pero, unos disparos resultaban largos y otros cortos, y muy pocos caían dentro del recinto, rodeado por trincheras y alambradas. Al mismo tiempo, los españoles abrieron fuego sobre las avanzadas de la brigada de Chaifee, que comprendió que el núcleo principal de resistencia era «El Viso», por lo que intentó tomarlo cuanto, antes. El avance de las

(13) Las nubes qualían por las bocas de los cañones descubrían su posición, al tiempo que indicaban a los españoles lo antiguas que eran aquellas piezas de artillería.

— 234 — tuerzas norteamericanas se produjo a las siete. Oleadas de soldados, en movimientos coordinados de ataque, empezaron a disparar sus fusiles a menos de 400 m. Al poco rato, los norteamericanos intentaron un avance, pero fue rechazado por el formidable fuego de los 500 máuser de tiro rápidode la fusilería española, que por descargas cerradas y muy rasan tes, producían numerosas bajas. Mientras tanto, la batería de Capron no cesaba de disparar sobre «El Viso», el pueblo y las trincheras. El combate era desesperado. Lawton creyó haber tomado el poblado a las ocho, pero se equivocó. Estaba frenético por aquella resistencia ines perada y por ello decidió aumentar su ataque en todo lo posible. Sin embargo, la defensa de los hombres de Vara del Rey era excelente, no dejando de disparar sobre las sucesivas oleadas de la infantería enemiga. Hacia las 9.00 se interrumpió el combate, que se reanudó a las 11.00 con la llegada de refuerzos solicitados por Lawton. La brigada de Bates entró en acción incrementando los efectivos norteamericanos a 6.600 hombres. Al mediodía, El Caney resistía y los bravos defensores españoles comba tían heroicamente frenando un poderoso ataque lanzado por la división de Lawton. A las 13.00 horas, las brigadas de Miles y Bates recibieron la orden de avanzar por el espacio que quedaba entre los generales Chaifee y Ludlow, siendo este avance rechazado con grandes pérdidas por el terrible fuego español. Una hora después, la batería de Capron avanzó su posición a cerca de un kilómetro de «El Viso» y su fuego se hizo ya efectivo. Las gra nadas Shrapuell reventaban sobre el fuerte de piedra y las trincheras con gran efectividad. Algunas agujereaban el techo de «El Viso» y traspasaban los blocaos como si fueran de papel; sin embargo, la defeñsa española continuaba enconada. El brigadier Vara del Rey, héroe de esta acción, estaba dispuesto a morir antes que rendirse, y siguiendo la tradición de la oficialidad española en los combates, se paseaba sable en mano entre el fuerte y las trincheras arengando y alentando a sus hombres y desafiando las balas enemigas. Hacia las 15.00 horas, Lawton recibió la orden terminante de abandonar El Caney y marchar sobre San Juan. Sin embargo, desobedeció a Shaf ter y furioso decidió marchar al combate con más ardor solicitando refuerzos urgentes al general Calixto García y a la brigada de Miles (II Brigada de la división de Lawton). Los dos bátalIors enviados por E. Miles fueron reforzados por batallones de Infantería cunos enviados

— 235 — por Calixto García. A esa misma hora, la artillería norteamericana, cada vez más cerca de las posiciones españolas, comenzó a barrer los muros y las trincheras de El Caney. La Infantería lanzó un fuerte ataque, lle gándose al combate cuerpo a cuerpo con la bayoneta calada ante las alambradas. Vara del Rey, herido de bala en una pierna y con un torniquete improvi sado en el muslo, seguía arengando a sus hombres a no ceder ni un palmo de tierra al enemigo. De sus 527 hombres, la mitad de ellos habían muerto o estaban malheridos. Hacia las 16.00 horas, las fuerzas de Chaffee y la división de González Clavel, protegidas por un violento fuego de artillería, se lanzaron al asalto de «El Viso», casi demolido, y las trincheras. Este avance fue detenido una vez más y esta vez al pie del fuerte, por el terrible fuego de los máuser, a pesar de contar con un efectivo seis veces superior al de los defensores. Vara del Rey, ahora herido de bala en ambas piernas, siguió dirigiendo la defensa desde una camilla llena de sangre; pero una nueva acometida tiene éxito. A las 17.00 horas, cuando los españoles tenían ya dos centenares de heri dos y escasas municiones. Las fuerzas de asalto, con los soldados mam bises del batallón de Caonao al frente, siempre en vanguardia, coronaron por fin la altura y entraron en «El Viso» en ruinas, y hallaron siete supervi vientes, 10 muertos y 11 heridos. Así pues, los cubanos fueron los prime ros en asaltar y tomar el fuerte de «El Viso». En aquel heroico combate falleció el valiente teniente mambí Franco.

Hecho séptimo. Los cubanos también fueron los primeros en tomar el poblado de El Caney Los españoles se retiraron lentamente sobre el pueblo combatiendo y se hicieron fuertes en la iglesia y en las casas de mampostería. Tomado ya «El Viso», el fuego norteamericano se concentró en El Caney, siendo rechazadas las columnas atacantes. Pero, una vez consolidada la artille ría norteamericana en «El Viso», numerosos proyectiles cayeron sobre el poblado, imposibilitando toda eficaz resistencia. En su retirada, las fuerzas invasoras tuvieron que tomar con gran dificultad la iglesia y las casas fue ron conquistadas una a una. Entre las ruinas de El Caney vibraba el alma de los soldados españles, destacándose la figura de Vara del Rey, que se agigantaba—aiíh más.

— 236 — Sintiendo que se debilitaba, Vara del Rey hizo entrega del mando al teniente coronel Puñet, quien con 80 hombres organizó la retirada. El poblado de El Caney fue por fin tomado a las 18.50 horas, entrando pri mero los cubanos por marchar siempre en vanguardia. De ahí que, los mambises fueron los primeros en entrar al asalto tanto en «El Viso» como en El Caney, ya que siempre marcharon en vanguardia (14). La retaguardia española, compuesta por unos 100 hombres al mando del comandante Juan Puñet, defendió heroicamente los escasos supervivien tes que trataron de escapar, entre los que estaba el propio general Vara del Rey y un grupo de heridos montados en acémilas que tomaron el callejón que va de El Caney a San Miguel de las Lajas, y de allí a Santiago. Este grupo daba la impresión de tropas en retirada, y por ello, al ser descubierto por fuerzas cubanas y norteamericanas, éstas concentraron sobre él un fuego certero. Vara del Rey recibió un tiro mortal en la cabeza y ninguno de ellos escapó con vida. Tras la conquista de la posición, el cadáver del heroico brigadier Joaquín Vara del Rey recibió todos los homenajes de admiración y respeto tanto por los mambises como por los norteamericanos. En cuanto al coman dante Puñet, éste mantuvo la retaguardia con gran valor, llegando por la noche a Santiago con menos de 60 hombres. Aquel día 1 de julio de 1898, la guarnición de El Caney con el heroico general Vara del Rey al frente, escribió una de las páginas más gloriosas de la historia militar de España. La defensa de El Caney quedará siempre unida a la gesta de Vara del Rey, muerto en combate a los 58 años de edad (15). Según el capitán Aníbal Escalante, Lawton tuvo que aceptar los consejos del general Calixto García: «Los consejos de nuestro jefe, son aceptados por el general Lawton y la táctica a seguir para el segundo ataque, habrá de dar fructíferos resultados. Aquella manera de avasallar fortificaciones empleadas por los mambises en Guáimaro, Tunas, Guisa y Jiguaní, habría de servir de norma a Lawton para capturar cuanto antes no sólo «El Viso», sino también el pueblo de El Caney.»

(14) El Estado Mayor del general Carlos González Clavel se componía del teniente coronel Ramiro Céspedes, jefe de Estado Mayor; el comandante Juan Mapons, jefe del Despacho; el capitán ayudante Alberto Plochet; tenientes ayudantes Pablo Torres y Rafael Estévez (muerto en acción); y los tenientes Antonio Sagar.ó y José Baldoquín. (15) El combate de El Caney ha sido muy discutido en términos de strategia militar por hallarse El Caney muy alejado de la ruta a Santiago. Sin duda, pudo se’flangueado

— 237 — Hecho octavo. Los mambises salvaron a toda la división de Kent en la batalla de San Juan En San Juan tan sólo había una compañía del Regimiento Puerto Rico. Por ello, el general Linares decidió reforzar esta tropa el mismo día 1 de julio con: dos compañías del Regimiento Talavera y una sección de Artillería krupp calibre 75 de fuego rápido, 50 artilleros para estas piezas y unos 60 o 70 voluntarios cubanos leales a la causa española pertenecientes al Cuerpo de Bomberos de Santiago de Cuba que llegaron a las 11.00 horas. En las altu ras de San Juan jamás hubo más de 450 hombres, antes de la llegada de los 450 infantes de Marina al mando del heroico capitán Bustamante, y no 1.500 hombres como mencionan los historiadores norteamericanos. Linares tenía tropas parapetadas en posiciones elevadas del camino que tenían que recorrer las tropas enemigas para alcanzar la base de las coli nas. Además, en el campo que llevaba a la falda de las colinas había ele gantes casas de recreo y mansiones de familias adineradas santiagueras que habían sido fortificadas y convertidas en reductos militares llenos de trincheras, casamatas de troncos y alambradas.

por las fuerzas norteamericanas sin producirse baja alguna. El Caney nunca debió de ser atacado a fondo, sino emplear sólo un regimiento o a lo sumo una brigada para evitar la salida de la guarnición mientras se producía el ataque a San Juan. Lo que hizo Shafter fue dividir su Ejército y enviar casi a la mitad contra este puesto avanzado, regularmente fortificado y no bien guarnecido. Siendo San Juan la posición eje, tenía que haber concentrado sus fuerzas y dirigir todo su ataque para terminar cuanto antes su ocupación y tener libre el camino a Santiago. Conviene que insistamos en que la toma de San Juan dejaba El Caney aislado por completo. Fue un grave error táctico el que Lawton no hubiera situado desde un principio los cañones de la batería Capron a una distancia adecuada de «El Viso» para batirlo con más eficacia, ya que Vara del Rey carecía de artillería para responder al bombardeo. También Lawton debió haber cargado mucho antes y con un mayor número de hombres. Los hombres de Chaffee y los mambises no eran suficientes, por lo que tuvieron que ir los de Bates, apoyados unos y otros por el resto de la división; pero nunca tan tarde. Por supuesto, ninguna fuerza abandona las trincheras donde se siente relativamente segura bajo el fuego de la fusilería y cañones de bajo calibre; por ello, debió haber cargado a fondo para desalojarla. Pero, en vez de hacer esto, estuvo haciendo fuego de fusil durante ocho horas, y cuando se decidió por ordenar la carga, fue el lógico final de la resistencia de los hombres de Vara del Rey. Al planear el ataque a San Juan y El Caney, Shafter dispuso que las divisiones de Wheeler y Kent, apoyadas por la batería de Grimes y las fuerzas cubanas de Bayamo, Jiguaní y parte de las del Ramón de las Yaguas, a las órdenes directas del general González Clavel, atacaran San Juan tan pronto como se rompiese el fuego en El Caney. Luego, una vez tomado El Caney, la división de Lawton debería de marchar sobre Santiago para completar el cerco, atacando la división de Kent por el flanco derecho español y Wheeler por el centro. Así, las tres divisiones unidas deberían de-atacar San Juan. Pero el problema ocurrió al no poder tomar Lawton El Caney en-dos horas como había asegurado a Shafter, y por ello, fue preciso movilizar tropasbre el flanco izquierdo español, lo que produjo una gran confusión.

— 238 — La batería de Grimes, usando la anticuada pólvora negra (lo que descubría su posición), rompió fuego sobre San Juan hacia las seis. La sección de Artillería española contestó al fuego artillero estadounidense con gran pun tería, obligando al enemigo a abandonar dos veces sus cañones y a tener que moverlos en distintos lugares. Shafter no lograba comprender cómo no se había ocupado aún El Caney cuando la proporción de fuerzas frente a las españolas era de 10 a 1; pero, a pesar de ello, casi a la misma hora, hizo avanzar a las divisiones de Kent y de Sumner desde El Pozo hacia San Juan. Sólo había una forma de lle gar al río Aguadores y a las lomas de San Juan: un camino selvático sin pavimentar, al borde de la manigua y cuyo estado era un lodazal por la llu via incesante. Las fuerzas de Sumner fueron las primeras en vadear el río Aguadores, ini ciando su despliegue a la izquierda de las fuerzas españolas. Al iniciarse este despliegue, las fuerzas cubanas de González Clavel, que marchaban a vanguardia de las de Kent, llegaron al vado, produciéndose una gran congestión de tropas tanto en el vado como en el camino debido a la mani gua espesa que impedía el fácil despliegue de estas tropas dispuestas también a cruzar el río. Los norteamericanos tuvieron entonces la idea fatal de izar un globo cau tivo de seda amarilla sobre este lugar congestionado de tropas. Dicho globo, orgullo del Cuerpo de Señales, llevaba dos oficiales y era manejado desde tierra por cuatro soldados. Los españoles decidieron derribar el globo cautivo concentrando el fuego de sus rifles y cañones; sin embargo, inmediatamente se dieron cuenta de que había tropas debajo del globo por los gritos e insultos que proferían los soldados, de ahí que cesaran por el momento el fuego de fusil sobre este objetivo y dirigieran sus descargas, cerradas y rasantes, sobre la espesa manigua, causando numerosas bajas en aquellas tropas apiñadas en el camino y en el vado, y que recibían inde fensas esta mortífera lluvia de plomo sin poderse defender. Una vez derri bado el globo, que cayó lentamente y del que salieron ilesos los dos ofi ciales, el fuego artillero se unió al de los fusiles, aumentando la mortandad de las filas asaltantes. Aquel fuego español resultaba mortífero, pues las trincheras españolas estaban a distancias que variaban entre 450 y 730 m del enemigo. Sin embargo, González Clavel reaccionó de inmediato y-pudo conducir a la división de Kent a través de un trillo salvador que conocían lósmambi ses. De este modo, el general cubano pudo descongestionar las tj5as

— 239 — de Kent y salvarlas de una muerte segura ante la lluvia de proyectiles españoles. Ante el número de bajas, fue preciso instalar un hospital de campaña en la ribera del Aguadores y los improvisados «cirujanos» hicieron cuanto pudie ron con el escaso material que poseían, aunque los heridos capaces de caminar regresaron a Siboney. El caos reinaba como en Tampa y en el desembarco, pero esta vez bajo el fuego de las armas españolas (16).

Hecho noveno. González Clavel restableció el fuego en el flanco izquierdo en un momento clave de la batalla de San Juan

Una vez salvada toda la división de Kent gracias a la acción providencial del general González Clavel, las fuerzas mambisas marchaban ahora a retaguardia del Regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York. Los dos bata llones de vanguardia de este regimiento, con sus anticuados fusiles Spring field, que acababan de sufrir mucho bajo el fuego español, se desorgani zaron al desplegarse y cayeron de lleno bajo las descargas cerradas españolas, realizadas ahora a menos de 300 m. Así, el Regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York rompió su cohesión, y aunque unos se refugia ron en la espesura de la manigua cercana, la mayoría se echó cuerpo a tierra aprovechando los accidentes del terreno para protegerse. Por momentos, la situación se hizo muy comprometida y, lo que era aún peor, aquel desorden podía extenderse en las filas atacantes. No obstante, Gon zález Clavel, con una serenidad y un valor extraordinarios, hizo avanzar a sus hombres y logró restablecer la línea de fuego hasta la llegada de los refuerzos norteamericanos. Precisamente por esta acción, el general Wood le felicitó efusivamente en el mismo campo de batalla. Una vez superado este momento crítico de la batalla gracias a la actuación de González Clavel y de sus tropas mambisas, los refuerzos norteameri canos no pudieron ser más oportunos y consistieron en los Regimientos

IX, XIII y XXIV de Infantería Regular (17) . El coronel Wikoff, que mandaba

(16) El V Cuerpo de Ejército carecía de cirujanos de campaña. Ya en la guerra de Secesión norteamericana, el Ejército de la Confederación contaba tan sólo con dos cirujanos, mientras que el Ejército del Norte no tenía ninguno. Entre sus múltiples carencias, tampoco disponía de veterinarios, a pesar de disponer de caballería. (17) CALLJA-L-EE, G. Opus citada, pp. 138-145. Para ser justos, debemos de señalar que el Regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York, pasado aquel momento de indecisión; se —_-portaría de forma ejemplar en el resto de la campaña.

— 240 — la brigada, cayó muerto inmediatamente; asumió el mando el teniente coronel Worth del Xlii Regimiento de Infantería, que también murió cinco minutos después; el mando recayó entonces en el coronel Liscum del XXIV de Infantería, que pronto cayó mortalmente herido; y, finalmente, tomó el mando el coronel Evans, del IX de Infantería, quien por fin pudo restablecer la línea de fuego con grandes pérdidas. En el ala izquierda, los Rough Riders de Roosevelt y un regimiento regu lar compuesto por negros, el IX de Caballería, cargaron contra la loma de la Caldera (18). En esta fase de la batalla fueron llevadas las cuatro ame tralladoras gatling, tres de ellas a cargo del teniente John H. Parker, que aterrorizaron a los españoles pues nunca habían visto unas ametralla doras de fuego tan rápido (19). Desalojados los españoles, los norteame ricanos se parapetaron detrás de la gran caldera. Los Rough Riders de Roosevelt no recibieron la orden de tomar la cima de la loma de San Juan. Lo que hizo Roosevelt, empuñando su sable y su revólver, fue escalar la sierra un poco más tarde, ya que ese día se estuvo moviendo por todas partes (20). Aquello era un verdadero infierno. Los españoles combatían en firme; no obstante, llegaron a tiempo nuevas tropas norteamericanas: el X de Caba llería Desmontada del Ejército Regular y el XX de Infantería Regular. Ante tal contrariedad, los españoles arreciaron su fuego todo cuanto pudieron, pero éste era ya contestado voluminosamente por norteamericanos y cubanos, ya que la división de Wheeler, al mando del general Sumner, una vez asal

(18) Se llamaba así porque en su cima había una gran caldera para la caña de azúcar, contra la que sonaban los disparos que provenían de las alturas: (19) Los norteamericanos llamaban coffee-grinders moIinillos de café» a sus ametralladoras gatling por su sonido característico. (20) CHDSEY, D. B. La guerra hispano-americana, 1896-1898, p. 146. Ediciones Grijalbo, Barcelona-México D. F., 1973. CHADWICK, F. E. The Relations of fhe United States and Spain: The Spanish-American War, volumen segundo, p. 81. SCRIBNER’S SONS, CH. Nueva York, 1909-1911. La batalla de San Juan se convirtió en una leyenda norteamericana, según la cual, Theodore Roosevelt encabezó la carga contra la loma de San Juan, algo que no hizo. Tomó la loma de la Caldera, un excelente hecho de armas, aunque con él hubo otros oficiales que él maliciosamente no cita en su obra The Rough Riders, la obra más leída por los norteamericanos de las muchas que se escribieron sobre el tema y que viene a ser su versión de la campaña militar. DONALD BARR CHIDSEY afirma que los lectores de este best seller pensaban que este libro debería de titularse Solo en Cuba. Roosevelt, ahora coronel (Leonard Wood había ascendido--a brigadier) a cargo del regimiento, no participó en la carga con la que se conquistó la lomde-S4p Juan, sino que llegó después. Sin embargo, lo cierto es que jamás dijo que lo hiciera nltampoco lo desmintió a los periodistas que dieron esta noticia falsa. tada la loma de la Caldera, desbordaba la loma de San Juan bajo el ejem plo de los jefes Hawkings, Wood, González Clavel, Sumner y otros muchos jefes de brigadas, regimientos, compañías y hasta sargentos, que cargaron al frente de sus unidades agitando sus sombreros, apoyados por los caño nes de la batería de Grimes y las ametralladoras del teniente Parker. En sólo nueve minutos, las ametralladoras vomitaron 10.000 proyectiles. Este avance fue realmente imponente. Las unidades estaban múy mez cladas. Allí, los soldados cubanos de González Clavel estaban mezclados con los Regimientos de Infantería y los de Caballería Regular se mezcla ban con los voluntarios. Aquella carga impetuosa ascendía por las laderas de San Juan como algo incontenible, como una marea humana que subía rápidamente. Los soldados llevaban sus fusiles en posición de porten y las cortas bayonetas kraggs brillaban como chispas de luz. Ante los disparos de las gatling, se produjo la espontánea retirada de jóve nes soldados españoles y los oficiales intentaron en vano detenerles. Por su parte, los españoles veían subir aquella oleada y disparaban con deses peración sus máuser, que chisporroteaban como un brasero agitado por el viento. Se trataba de una lucha desigual; además, los dos cañones ya no podían disparar por falta de munición, por lo que no se pudo contener el avance del enemigo y es cuando se decidió una retirada ordenada de las posiciones. La cima fue tomada por el X Regimiento de Caballería Desmontada, uni dad formada por negros, que al rebasar las trincheras fuertes de San Juan, pudieron ver la trincheras abandonadas donde quedaron muchos heridos que no podían caminar agarrados a sus fusiles y los muertos, en su mayo ría jóvenes con apenas 16 años. Aquel siniestro espectáculo impresionó a las fuerzas que intervinieron en el asalto (21). Mientras todo esto sucedía, la lucha continuaba en El Caney. Desde El Pozo, Shafter envió una nota a Lawton sugiriéndole que no se distrajera con esas pequeñas «casuchas cuadradas» y que se uniera a la fuerza

(21) La prensa norteamericana glorificó la acción del ahora coronel Theodore Roosevelt convirtiéndole en héroe nacional. Esta fue la responsable de que apareciera en la toma de la cima de la loma de San Juan, aunque realmente fue obra del X Regimiento de Caballería Desmontada. Esto le propiciaría para llegar a ser el vigesimosexto presidente de EstadosUnidos en 1901, tras el asesinato de William McKinley por un anarquista, aunqú no la tan preciada Medalla de Honor del Congreso, máxima distinción militar al valor individual. —242— principal. Pero, como explicamos, las fuerzas de Lawton estaban prepara das para el ataque y éste decidió atacar. El general Linares, que dirigía la acción desde el fuerte «Canosa», cayó gravemente herido, por lo que pidió que localizasen al general Toral para entregarle el mando de Santiago. Murieron el coronel Vaquero y el teniente coronel Lamadrid; fue herido de gravedad el comandante Arráez, ayudante de Linares, y murió el capitán Antonio. Al aparecer los primeros asaltantes sobre la meseta de la loma, los españoles se replegaron, pero al quedar al descubierto, cayeron de lleno bajo el terrible fuego norteamericano, pues su línea de apoyo se hallaba a unos 720 m de distancia sin cubierta que los protegiera. Más de las tres cuartas partes de los supervivientes caye ron allí, y los artilleros, con su capitán Antonio al mando, murieron hasta el último sin rendirse al enemigo. Cuando los norteamericanos izaron su bandera sobre las ruinas del blo cao, apareció en escena la guerrilla del Puerto Rico, enviada por Linares para apoyar la retirada. Al cargar contra los asaltantes, dicha guerrilla quedó exterminada, salvándose sólo seis o siete hombres. Los pocos supervivientes lograron llegar a «Canosa» y de allí a Santiago de Cuba con grandes esfuerzos y no pocas dificultades, ya que en su mayoría iban heridos. Una de las piezas de artillería cargada a lomo de un mulo logró ser rescatada, la otra quedó encima del mulo que la llevaba al caer la pobre bestia acribillada a balazos. Poco después, el capitán del destructor- torpedero Plutón, Joaquín Bustamante, con 450 hombres de Infantería de Marina trató de recuperar la posición perdida y esta fuerza fue rechazada con enormes pérdidas. Cuando salió de las trincheras encabezando a caballo el valiente contraataque de los marinos, recibió una descarga de plomo en el abdomen (22). Los norteamericanos, victoriosos en el combate, tuvieron que descansar sobre el terreno —como en Las Guásimas—, ya que estaban extenuados y no podían avanzar más. Podemos decir que la batalla de San Juan, en la que los cubanos tuvieron una actuación tan destacada y providencial en los dos momentos críticos mencionados, terminó sobre las 15 horas, aun-

(22) El capitán de navío Joaquín Bustamante, jefe de Estado Mayor de la escuadra deí almirante Pascual cervera, falleció poco después en el hospital militar de Santiago de Cuba, lamentando no poder estar junto a la escuadra en la batalla naval que creía ya muy cercana.

— 243 — que el fuego de fusilería continuaría por la tarde y toda la noche hasta la madrugada del día siguiente (23).

Hecho décimo. Bajas sufridas por los mambises en los combates de El Caney y las lomas de San Juan

Las bajas sufridas por los dos bandos contendientes en la batalla de Guan tánamo fueron muy escasas, y en Las Guásimas fueron: 68 del Ejército norteamericano (16 muertos y 52 heridos) y 35 del Ejército español (10 muertos y 25 heridos). En El Caney, el total de bajas españolas fue 305 hombres de un efectivo de 436, es decir, el 90% (1 general, 2 comandantes y 4 tenientes muertos y 4 capitanes y 6 tenientes segundos heridos). Por parte norteamericana fue de 461 hombres (81 muertos y 380 heridos), lo que equivalía al 7% de sus tropas (4 oficiales y 77 alistados muertos y 25 oficiales y 355 alistados heridos).

(23) Si los norteamericanos no hubieran tenido la idea tan desafortunada de lanzar un globo cautivo, es indudable que el combate no hubiera sido tan sangriento y hubieran podido efectuar su despliegue con muchas menos bajas. El resultado fue una congestión enorme y una mezcla de unidades que produjo una muerte alarmante de jefes, oficiales y alistados. Además, si Shafter hubiera reunido todo su Ejército frente a San Juan, con el apoyo de las fuerzas cubanas de Calixto García y las dos baterías, y hubiera atacado a fondo, parece más que probable que hubiera podido tomar Santiago aquel mismo día 1 de julio, pero no lo hizo. Por otra parte, el combate fue conducido en realidad por los jefes de unidades. A veces era un sargento quien daba las órdenes, como en el caso del heroico sargento abanderado George Berry, del X de Caballería, quien al caer herido el abanderado del III de Infantería, cogió ambas banderas y al frente del regimiento gritaba desesperadamente: «Alinearse por las banderas, muchachos, adelante como guía centro’». El capitán Ayres, del III de Infantería, se puso entonces delante del sargento Berry y con un sombrero en la punta del sable continuó el impetuoso avance. Precisamente, esta confusión de tropas y la falta de cohesión en el mando, fueron debidas, más que nada, a la densa manigua que no permitía a los jefes de brigadas y divisiones controlar los mandos. Pero, a pesar de todo, el espíritu y la voluntad de vencer fueron tales que la carga pudo efectuarse como si fuera dirigida por un único jefe. Otro hecho destacable es que mientras las divisiones de Kent y Sumner estaban sin órdenes, su ala izquierda estaba «en el aire»»; y, sobre todo, a pesar de que estaban siendo atacadas por disparos bien dirigidos desde las cimas de las lomas por tiradores que no se dejaban ver. Los norteamericanos cargaron contra la colina de San Juan, pero no lo hicieron corriendo tras banderas flameantes y sables brillantes, tan como han representado tantos pintores que por supuesto no estuvieron allí. En realidad, se — movieron con gran lentitud y los rifles apuntando hacia lo alto. Cuando la artillería española comenzó a disparar, detuvieron el ascenso; luego, cuando la artillería cambió la dirección de sus disparos, el X Regimiento de Caballería Desmontada logró alcanzar por fin la cima de la loma de San Juan. —244— Los norteamericanos tuvieron muchas bajas en San Juan: 1.012 bajas; es decir, el 8% del total (18 oficiales y 117 alistados muertos; 71 oficiales y 748 alistados heridos y 78 desaparecidos que murieron con toda seguri dad, ya que no hubo prisioneros). Se dio el caso de un regimiento, como el VI de Infantería, que al desplegarse frente a San Juan perdió 320 hom bres entre muertos y heridos en unos 10 minutos, o sea una cuarta parte de su total. Por parte española, las bajas fueron terribles, ya que los españoles per dieron unos 358 hombres entre los 450 que tenían al inicio del combate, por lo que sólo se salvaron 92 hombres. En cuanto a las bajas cubanas, que son las que más nos interesan aquí, no se sabe cuantas fueron en total. Sin embargo, se sabe que entre El Caney y San Juan fueron numerosas, pasando de 200 entre muertos y heridos; es decir, la cuarta parte de sus efectivos que entraron en combate. De este modo, proporcionalmente, las bajas cubanas fueron mayores a las que sufrió el y Cuerpo de Ejército, como señaló con acierto el correspon sal Stephen Bonzal.

Hecho undécimo. Los mambises fueron los que hicieron las trincheras del sitio de Santiago de Cuba

Tras la toma de El Caney y San Juan el día 1 de julio, el Ejército aliado cubano-norteamericano empleó siete u ocho días en terminar el cerco de Santiago de Cuba, formando un círculo perfecto alrededor de la ciudad. Conviene destacar que la mayoría de las fuerzas del general González Clavel fueron empleadas en la labor de hacer los kilómetros de trincheras necesarios y que serían ocupados por los norteamericanos. Mientras se hacían estas trincheras.

Hecho duodécimo. El general Calixto García completó el cerco y ocupó posiciones estratégicas del noroeste de la ciudad

Durante estos días en los que González Clavel se dedicaba a construir trincheras, el general Calixto García con el grueso de sus tropas completó el cerco de la ciudad de Santiago de Cuba por el Norte. El mismo día 2 de julio inició una ofensiva general en el sector oeste de Santiago, ocupando el poblado de Dos Caminos de El Cobre, la línea de San Luis a Santiago, los poblados de San Vicente, Cuabitas (su presa era la que precisamente

— 245 — suministraba el agua a la ciudad), las estratégicas alturas de la loma de Quintero desde las que se dominaba por completo la ciudad y, finalmente, todos los fuertes y trincheras españolas en los alrededores de Yarayó hasta las mismas aguas de la bahía y el cementerio de Santiago.

Décimotercero. Fue el general Calixto García quien convenció a Shafter para que no se retirara y procediera de inmediato al ataque final sobre Santiago de Cuba

Después de los combates de El Caney y San Juan, el general de división José Toral asumió inmediatamente el mando de Santiago de Cuba en sus titución del general Linares. Pudo comprobar aliviado que el avance ene migo se había detenido en las cimas de las colinas de San Juan a media tarde, y tanto él como su Estado Mayor creyeron que esto se debía a las numerosas bajas que habían tenido los norteamericanos. Luego, recibie ron informes de que el general Shafter se hallaba enfermo y que ni siquiera había podido dirigir los combates, así como el general Wheeler y varios ofi ciales se encontraban hospitalizados por fiebres tropicales. A pesar de las derrotas de los españoles en Las Guásimas, El Caney y San Juan, y del éxito de las acciones cubanas que completaron el cerco de Santiago, el general Shafter se hallaba preocupado en exceso por las enormes pérdidas que habían sufrido sus fuerzas, la inesperada resisten cia española, las enfermedades tropicales y el clima agotador. Había pedido la rendición a Toral; sin embargo, éste había rehusado y su nega tiva coincidió con la entrada de la columna de Escario en Santiago. Shafter, enfermo y preso de derrotismo, escribía el día 3 de julio al almi rante Sampson demandando una urgente acción naval y, entre otras cosas, le decía: «Por negligencia de nuestros aliados cubanos, Pando (en realidad se refiere al coronel Federico Escario) con 5.000 hombres (en realidad eran unos 3.000) ha entrado en la ciudad, esto casi duplica los efec tivos españoles, los he conminado a rendirse y han rehusado.» Más adelante, añade: «Mi presente situación me ha costado 1.000 hombres y no estoy dis puesto a perder más [...J. Si usted fuerza su entrada en la bahía, podremos tomar la ciudad sin mayores pérdidas de vidas.»

— 246 — Ese mismo día, el general Shafter telegrafiaba al secretario de Guerra, señor Alger, en los siguientes términos: «Nosotros tenemos cercada la posición por el Norte y por el Este, pero con una línea muy débil. Al acercarnos, nos hemos encontrado con que las defensas son de tal clase y tal fuerza, que será imposi ble tomarlas por asalto con las fuerzas que dispongo. Estoy conside rando seriamente retirarme a unas cinco millas de mi actual posición y tomar una nueva entre el río San Juan y Jardinero.» El secretario de Guerra le contestó horas después recomendándole que actuara según su criterio, pero advirtiéndole que el efecto de dicha retirada sería desastroso para la opinión pública de Estados Unidos. Totalmente desmoralizado, Shafter planteó en un consejo de guerra reti rarse de la lucha y pedir refuerzos a Washington. Sin embargo, su propia propuesta de retirada fue rechazada enérgicamente por la oficialidad: «Por considerarla peligrosa en extremo, ya que tal maniobra podría aumentar la moral del enemigo, sembrando el desconcierto en el Cuerpo Expedicionario.» Ante ello, Shafter se vio obligado a presentar allí mismo su renuncia, entre gando el mando a su segundo, el general Lawton. Tras la renuncia de Shafter, el alto mando norteamericano se sintió tan desconcertado y des valido que la joven oficialidad llegó a proponerle al general Calixto García la dirección de las operaciones militares. Ante esta situación creada por la indecisión del general Shafter, el general Calixto García decidió cónvencer a Shafter sobre las ventajas de no inte rrumpir el ataque a Santiago, ni por el Sur ni por el Este, y que él perso nalmente se comprometía a asaltar la ciudad desde la estratégica loma de Quintero. Conviene destacar que esta intervención de Calixto García no pudo ser más providencial, ya que si Shafter se hubiera retirado hacia la costa como pretendía para pedir refuerzos, esta decisión hubiera comprometido seria mente el éxito de la campaña militar cubano-norteamericana, pues el efecto moral de esta injustificada retirada hubiera sido demoledor tras haberse cosechado tres victorias consecutivas en Las Guásimas, El Caney y San Juan. Además, y esto también es muy importante, la parali zación de las operaciones que recomendaba Shafter podría haber dado a los españoles la oportunidad única de organizarse y enviar refuerzos muy considerables a Santiago; .y esto, unido a la escasez de los abastecimien

— 247 — tos y las penurias del trópico, hubieran llegado a convertirse en una terri ble calamidad para el V Cuerpo de Ejército en un sitio prolongado de la plaza. Aunque la llegada de la columna de Escario desmoralizó por completo a Shafter, los razonamientos del general Calixto García hicieron que no ordenara la retirada a la costa. Luego, cuando tuvo noticia del desastre naval de la escuadra de Cervera, cobró nuevos ánimos y también aban donó la idea de pedir refuerzos. Con todo, a pesar de las débiles defensas de la plaza, no se atrevía a lanzar sus tropas al asalto y pedía al almirante Sampson que su escuadra forzara la entrada a la bahía. Sampson le había explicado que esto le resultaba imposible sin grandes pérdidas, por lo que lo creía costoso e innecesario. El día 4 de julio, Shafter envió cinco cables a la Secretaría de Guerra y a la de Marina pidiendo de forma desesperada que se le ordenara a Samp son que entrara en la bahía de Santiago. El último de ellos decía: «La escuadra debe de entrar en Santiago a toda costa. Si !o hace así, ella puede capturar la ciudad y todas las fuerzas de la guarni ción; si no lo hace, el país debe de prepararse para esperar grandes pérdidas entre nuestras tropas. Después de conferenciar con el cón sul francés y con otras personas, he decidido no bombardear la po blación hasta recibir refuerzos, mientras tanto continuaré hostili zando La plaza desde nuestras trincheras. Yo desearía saber vuestra opinión» (24).

(24) En realidad, la situación de Santiago de Cuba era desesperante. La comida escaseaba de forma alarmante y la ración de la tropa consistía casi exclusivamente en arroz. Los hospitales estaban abarrotados de heridos y enfermos, y cundía la fiebre entre las tropas en las trincheras. El agua era mala y muy escasa, ya que el acueducto de Cuabitas estaba en manos de los mambises y se reducía en la ciudad a la de los pozos y cisternas. Así pues, la situación del soldado era muy mala: su ración reducida a pan de arroz y arroz hervido, casi sin agua (de mala calidad) y con un retraso de pagas de 11 meses; sin embargo, estaba dispuesto a morir antes que rendirse al enemigo. A la vista de la situación, Toral autorizó la salida de las mujeres y niños extranjeros y de los no combatientes, con lo que una gran cantidad de personas pudieron abandonar la ciudad y marchar a Cuabitas y El Caney. Shafter no alcanzaba a ver que las defensas de la ciudad eran casi inexistentes para una plaza de su importancia. Los gobiernos no se habían preocupado de proteger debidamente sus posesiones contra un ataque serio de un enemigo poderoso; y, como en realidad, los mambises carecían de todo y no podían aventurarse a tomar ciudades como ésta, sus defensas eran las siguientes: por el Este: la batería de Socapa, artillada con dos cañones hontoria de 16 cm y tres morteros elorza de 21 cm; y la batería baja de Socapa, artillada con un cañón nordenfelt de 57 mm. Estas piezas fueron sacadas del crucero Reina Mercedes, surto en el puerto.

— 248 — Estos cables impresionaron a los secretarios de Guerra y de Marina, por lo que consultaron con el presidente. Finalmente, John Long, secretario de Marina, ordenó a Sampson que se pusiera de acuerdo con Shafter, lle gándose al siguiente acuerdo: las fuerzas mambisas del general Jesús Rabí tomarían la batería de Socapa y las norteamericanas la del Morro; luego, con sus flancos en firme, la escuadra podría maniobrar sin el triple peligro de las baterías a los flancos, y las minas y torpedos al frente. Mien tras tanto, se ideó un canje de prisioneros el día 5 y bombardear después la ciudad en caso de que no hubiera rendición, para así esperar los nue vos refuerzos que el general Shafter pedía con urgencia a Washington.

Hecho decimocuarto. Los cubanos evitan la llegada de refuerzos españoles a Santiago y la columna de Escario llega por culpa del general Shafter

El general Toral anunció al general Shafter que, tras el canje de prisione ros, quedaría rota la tregua acordada, a lo que éste respondió: «Nuestra escuadra está a punto de actuar; y, a menos que capituléis el 9, antes del mediodía, nuestros cañones de gran calibre, bombar dearán la plaza.>’ El día 6, Toral consultó con el capitán general de.Cuba. Ramón Blanco, y éste le propuso la entrega de Santiago, si se les aseguraba la retirada a Holguín con armas y bagajes; en caso contrario, debería mantener la plaza hasta el último hombre y el último cartucho. Shafter consultó con Washington la propuesta española y el secretario de Guerra le contestó que la rendición sería incondicional, que destruyera al

Al Sur y Suroeste se encontraba el castillo de El Morro, de mampostería, muy antiguo y completamente inútil como fortaleza ofensiva o defensiva; la batería de El Faro, con cinco cañones de 16 cm, dos morteros de 21 cm, que eran de bronce y hierro y de avancarga, de muy escasa efectividad; y la batería punta Gorda, con dos cañones krupp de 9 cm, dos morteros mata de 15 cm y dos cañones hontoria de 16 cm. Dicha batería era interior y dominaba la entrada y parte de el puertó. La parte este de la ciudad estaba defendida por una alambrada y 10 fuertes de madera de tabla y piedra unidos entre sí por trincheras. En dichas defensas se montaron 15 cañones de diversos calibres, la mayoría tomados de la flota. Por último, sólo añadir que como estas defensas que se montaron para contener a los norteamericanos eran muy defectuosas y sin cubierta alguna, el desplazamiento de los cañones era muy deficiente, y en general, la línea de defensa era muy débil y defendida por tropas muy cansadas y enfermas. MEDEL, J. A. La guerra hispano-americana, pp. 62-63. La Habana, 1929. CALLEJA LEAL, G. Opus citada, pp. 146-152.

— 249 — enemigo y tomara la ciudad; y si no tenía fuerzas suficientes, recibiría refuerzos en breve plazo. En efecto, al poco tiempo llegaba a Siboney el general Nelson A. Miles con 1.500 hombres, para asegurarse del cumpli miento de las órdenes dadas a Shafter. Mientras tanto, en Santiago, la mayoría de los defensores apenas podían ponerse de pie, pues a las penalidades del asedio se unían la falta de víve res y especialmente de medicinas, cuando la mayor parte de los soldados y de la población civil estaban enfermos. Las trincheras estaban semides truidas, donde permanecían los soldados enterrados en el barro por la llu via incesante. Para mayor desgracia, la ciudad quedaba a obscuras de noche y el hedor de los cadáveres insepultos y de los caballos y animales descompuestos que yacían por las calles resultaba insoportable. El espec táculo resultaba dantesco y se temía una epidemia que agravase aún más la situación. Los días 10 y 11, la ciudad y sus defensas fueron sometidas a un intenso bombardeo por tierra y por mar, que aunque causó poco daño, demostró a los valientes defensores que estaban completamente a merced de una escuadra que disponía de cañones de largo alcance, capaces de barrer la ciudad en poco tiempo y destruir todas las fortificaciones. El día 12 llegó al campamento de Shafter el mayor general Nelson A. Miles, jefe del Ejército Regular de Estados Unidos, que iba a Puerto Rico. Miles venía con la orden de no relevar a Shafter, a no ser que estuviera físicamente incapacitado. Luego, tras inspeccionar el sitio de Santiago, dejó tropas de refuerzo y partió a la conquista de Puerto Rico. Los días 13, 14 y 15 fueron de espera mientras Toral consultaba con el capitán general en La Habana y éste con Su Majestad en Madrid sobre la rendición de la plaza. Finalmente, el día 16, la ciudad y la provincia de San tiago se rindió a las tropas del V Cuerpo de Ejército de Estados Unidos. El acta fue firmada de parte norteamericana por el general Joseph Wheeler, el general H. W. Lawton y el teniente Miley, ayudante del general Shafter; y por parte española, el brigadier Federico Escario (recién ascendido), el comandante Ventura Fontán y Roberto Mason. Los términos de la capitu lación comprendían: la rendición de todas las fuerzas españolas de la pro vincia de Santiago; el embarque de los españoles por cuenta de los norte americanos; los oficiales conservarían sus armas, y tanto ellos como los alistados, sus propiedades personales; las tropas marcharían fuera de la ciudad con honores de guerra, depositando luego las armas donde dispu siera el alto mando norteamericano. —250— De acuerdo con la capitulación, los norteamericanos habían hecho unos 30.000 prisioneros con sus armas en toda la provincia, y unos 80 caño nes (casi todos muy malos y viejos). En Santiago de Cuba había unos 10.000 hombres (2.100 heridos y enfermos en los hospitales), más de 9.000 máuser y unos 7.000 remington; y las municiones consistían en 1.500.000 de cartuchos de máuser en buen estado, y un millón de cartu chos de remington. Un día después, las fuerzas norteamericanas entra ron en «Canosa». Así se produjo la capitulación de Santiago; sin embargo, cuando se pro cede al estudio de la rendición de la plaza, surge una pregunta inevitable: ¿Por qué no llegaron las tropas de refuerzo de las guarniciones españolas de Oriente salvo la columna de Escario? Se han dado diversas interpreta ciones: según los agregados militares allí destinados y los informes oficia les norteamericanos —siempre minusvalorando la participación de los mambises en la guerra— se debió a un error táctico del mando español; mientras que para los españoles, fue consecuencia de la falta de víveres y a los pésimos caminos de entonces. Estas carencias que señalan las fuentes españolas son rigurosamente ciertas, pero la causa principal fue muy distinta y para nosotros resulta obligado explicarla. En primer lugar, conviene recordar que, una vez producido el desembarco norteamericano en Daiquirí, inmediatamente las tropas cubanas se dedi caron a distraer la atención de las fuerzas españolas ocupando todos los desfiladeros por donde Santiago se comunicaba con el interior. Según Víc tor Concas, ilustre capitán de la Armada española: «El mismo día del desembarco... quedó Santiago privado de todo recurso que recibía de su zona de cultivo, recrudeciéndose el ham bre; quedaron cortadas todas las comunicaciones, bosques, aveni das y alturas, todo cubierto por los cubanos.» En segundo lugar, veamos ahora qué fue lo que ocurrió realmente con las tropas de los generales Luque y Pareja, y con la famosa columna del coro nel Escario.

Primer escenario: Holguín Los españoles disponían en Holguín de un contingente de 12.000 hombres para reforzar Santiago. Al frente de estas tropas estaba el enérgico y exce lente general Luque, y procedían de Auras, Sagua de Tánamo y Mayarí.

— 251 — Sin embargo, el general Calixto García ordenó al general Luis de Feria que con 3.000 hombres contuviera a las tropas del general español. Además, si Luque rompía el cerco tendido por los mambises e intentaba salir por Camagüey, Calixto García había dispuesto también una división cama güeyana con el general Lope Recio al frente en Victoria de las Tunas para cerrarle el paso. El general Miles, jefe del Ejército de Estados Unidos, reconoció que el general Luis de Feria logró detener el avance de las tropas del general Luque, compuestas por 1.000 hombres, y les obligó a retirarse, cercando además Holguín. Por otra parte, tropas de refuerzo partieron de Sagua y Mayarí en auxilio de Luque, pero fueron derrotadas por el general Luis Martí, que además les arrebató dos cañones krupp.

Segundo escenario: Santa Catalina de Guantánamo En cuanto a Guantánamo, el general Pareja había recibido también la orden de partir de su cuartel general de Santa Catalina de Guantánamo con 6.000 hombres y entrar en la plaza. No obstante, el general Calixto García envió al general Pedro A. Pérez con 2.000 hombres que cerraron el paso a las tropas del general Pareja y éstas no pudieron avanzar.

Tercer escenario: la marcha de la columna de Escario desde Manzanillo Por último, cabe señalar que la única columna española de refuerzo que logró entrar en Santiago durante el sitio fue la columna de Escario, que requiere nuestra especial atención por las graves acusaciones que vertie ron los norteamericanos hacia los cubanos. Dicha columna compuesta por 3.700 hombres partió el 27 de junio de Manzanillo, cuya guarnición tenía 6.000 hombres en total. El general Shafter —con toda mala fe— culpó al Ejército cubano de no haber sabido detener a la columna española, y así lo expresó en su informe oficial: «El general García con 4 o 5.000 hombres, había sido instruido en su deber de velar por este esfuerzo, para interceptarlo, pero por algunas razones, él había dejado de hacer eso, y el general Escario (cuando entró en Santiago aún era coronel) entró en la ciudad por mi extrema derecha, cerca de la bahía.» Esta grave acusación fue recogida por el general Wheeler en su obra La Campaña de Santiago, donde sólo hace una única referencia a la partici pación de los mambises en la guerra para acusar injustamente a Gonzá

— 252 — lez Clavel de cobardía por no haberse unido a él en el combate de Las Guásimas. La realidad de los hechos fue muy distinta. El general Calixto García al saber que la columna de Escario había partido de Manzanillo el día 27 de junio, dispuso inmediatamente la formación de una columna de 2.000 hom bres al mando del general Jesús Rabí para batirla. Sin embargo, Shafter se negó en rotundo y manifestó al brigadier Castillo Duany y al coronel Carlos García Vélez, enviados a su cuartel general en Siboney por Calixto García: «Que no mandará a ninguna tropa a encontrarse con el refuerzo (español), que necesitaba todos los cubanos con sus tropas dado que ellos eran una valiosa ayuda para él; que no era prudente dividir las fuerzas ahora; que si el refuerzo llegaba a Santiago, él tendría 31.000 hombres para embotellarlos en la ciudad y que él decidida mente no movería ni un solo hombre del Ejército.» De este modo, Shafter fue el único. responsable de haber impedido el envío del general Jesús Rabí con los dos mambises. No obstante, a pesar de la orden terminante del Shafter, Calixto García. obró por su cuenta enviando al general Salvador Ríos con 1.000 hombres y que fue dura mente derrotado por el coronel español. Luego, ordenó a sus generales francisco Estrada y Mariano Lora, así como al coronel Carlos García Poey, que hostigaran la columna española todo cuanto pudieran. Así fue, la columna de Escario en su marcha heroica a través de los 200 km que separan Manzanillo de Santiago sostuvo cerca de 40 combates y escaramuzas con los mambises, sufriendo numerosas bajas y teniendo que reorganizarse dos veces. El propio general Miles lo reconoció y afirmó además que la columna de Escario libró un combate en el poblado de Aguacate con los 800 hombres del general Francisco Estrada, sufriendo 50 bajas. Puede decirse que los generales Francisco Estrada y Mariano Lora la hostilizaron de tal forma que llegó finalmente a Santiago con 3.000 hombres, sin víveres y casi sin munición. El teniente Muller, historiador de la campaña, señala: «Los insurrectos, haciendo como siempre fuego a mansalva, consi guieron retardar su marcha lo suficiente para que no llegase antes del díal de julio.» Es decir, que los mambises lograron que la columna llegara después de los combates de El Caney y San Juan.

— 253 — Pero eso no es todo. El mismo día en que la columna de Escario llegó a Santiago, el general Shafter se negó a que el general Jesús Rabí con 2.000 hombres saliera a su encuentro. Por eso, el general norteamericano fue el único culpable de ello y no el general Calixto García. Por último, tan sólo señalar que tanto Shafter como Wheeler pretendieron en todo momento desacreditar a las fuerzas mambisas de Calixto García, negando su papel relevante en la campaña y su actuación decisiva en la toma de Santiago de Cuba. Su propósito era evidente: presentar al V Cuerpo de Ejército como el único artífice de la victoria sobre el Ejército español. Como dijimos, el día 16 de julio de 1898 se rindió la ciudad de Santiago de Cuba, y al día siguiente Shafter entró con sus jefes de División y Estados Mayores, escoltados por un Escuadrón de Caballería Regular para proce der a la posesión oficial de la plaza. Dentro de esta perspectiva tan pecu liar de los militares norteamericanos podemos explicarnos la cruel para doja y la profunda humillación que recibió el general Calixto García y el Ejército cubano cuando Shatter les prohibió que entrasen en la ciudad de Santiago. Resulta interesante recordar aquí que cuando en el palacio del gobernador de Santiago de Cuba fue arriada la bandera española y en el puesto de ésta se izó la norteamericana, los mambises que estaban en el fuerte «La Socapa» se sintieron humillados e izaron la bandera cubana en señal de protesta. Sin embargo, la bandera cubana ondeó por poco tiempo, ya que Shafter ordenó que inmediatamente fuera arriada y en su lugar se izó la bandera de Estados Unidos.

— 254 — LA CAMPAÑA’DE PUERTO RICO. CONSIDERACIONES HISTÓRICO-MILITAR

EXCMO. Sn. DON Luis E. GONZÁLEZ VALES Mayor general. Director de la Academia Puertorriqueña de la Historia Militar. LA CAMPAÑA DE PUERTO RICO. CONSIDERACIONES HISTÓRICO-MILITARES

La campaña de Puerto Rico, examinada en el contexto de la guerra his pano-cubana-norteamericana, resultó ser un episodio menor opacado por la espectacular hazaña que culminó con la destrucción de la Armada del almirante Montojo en la bahía de Manila y por la no menos dramática ani quilación dé la escuadra del almirante Pascual Cervera en las afueras de la bahía de Santiago en Cuba. Ninguna de las principales figuras que cau tivaron la imaginación del pueblo americano, excepción hecha del coman dante general del Ejército, Nelson A. Miles participó en las operaciones en Puerto Rico. Sin embargo, la historia puertorriqueña del presente siglo está marcada por el resultado de la guerra, toda vez que la soberanía sobre Puerto Rico pasó de manos de España a Estados Unidos. Desde nuestra perspectiva, los dos libros más importantes escritos por his toriadores norteamericanos contemporáneos sobre la guerra, la obra de Graham A. Cosmas An Army for Empire (1971) y la de David F. Trask The War, with Spain (1981) nos ofrecen un tratamiento modesto de las opera ciones militares en Puerto Rico. La misma información es en general válida para la mayoría de las fuentes españolas. En este último caso, la crisis cubana acapara casi exclusivamente la atención tanto de la historiografía que se produce contemporánea a los hechos como de los estudios más recientes, que han enriquecido notablemente el conocimiento de esa importante coyuntura histórica para España y sus otrora colonias del Caribe y del Pacífico. En la historiografía puertorriqueña es menester des tacar como la fuente más importante la obra de Ángel Rivero Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico (1922) y de la cual existe una

— 257 — segunda edición publicada en el año 1972 por el Instituto de Cultura Puer torriqueña. Rivero, capitán de Artillería destacado en San Juan, de origen puertorriqueño, combina en su obra sus experiencias como testigo pre sencial de los ecos, con un esfuerzo investigativo serio que le permite incorporar fuentes norteamericanas, muchas de ellas relatos de los parti cipantes en la guerra. Al presente, la Crónica continúa siendo fuente indis pensable para los historiadores puertorriqueños y es realmente un clásico en lo que a la campaña de Puerto Rico se refiere. Hay dos estudios con temporáneos importantes. El primero es la obra de Carmelo Rosario Natal Puerto Rico y/a crisis de la guerra hispano-americana (1975), el más docu mentado estudio sobre el tema en donde se abordan los problemas diplo máticos relacionados con Puerto Rico, dentro del contexto general de la guerra más recientemente, Fernando Picó, publicó una interesante mono grafía, 1898: la guerra después de la guerra en la que examina en profun didad las consecuencias de la guerra en Puerto Rico según se manifiestan en el periodo inmediatamente posterior a ésta con énfasis en el problema del bandolerismo y de las llamadas «partidas sediciosas». En el presente trabajo nos proponemos abordar algunos aspectos, aún con troversibles, en torno a la invasión norteamericana de Puerto Rico. Segui damente entraremos en consideraciones relacionadas a la aplicación o no de los principios de guerra en los planes y en las acciones militares de la campaña. Para finalizar adelantaremos algunas conclusiones preliminares.

La invasión de Puerto Rico

Es preciso, al abordar el tema, retrotraemos un poco en el tiempo para examinar, someramente, las relaciones entre Puerto Rico y Estados Uni dos en el periodo anterior. Los primeros contactos ocurren en el último cuarto del siglo xviii y se vinculan al apoyo que España brinda a las colo nias rebeldes de Nueva Inglaterra en su lucha por emanciparse del domi nio británico y constituirse en una nación independiente. El puerto de San Juan, como el de La Habana, se abrió al comercio con los norteameri canos rebeldes. A comienzo de la pasada centuria, en el año 1815, el intendente Alejandro Ramírez, acreditó al primer agente comercial de la joven república (1). Alo largo del siglo Estados Unidos extendió su influen cia comercial y política sobre el Caribe hispano.

(1) Centro de investigaciones Históricas Despacho de los cónsules norteamericanos en Puerto Rico 1818-1868, tomo primero. 1982.

— 258 — Puerto Rico (2) era uno de los más importantes mercados para la manu factura americana y Estados Unidos uno de los principales compradores de la producción azucarera de la Isla. Este interés unido al valor estraté gico de Puerto Rico (reconocido entre otros, por Aifred Thayer Mahan) explica porque la administración McKinley incluyó a Puerto Rico en sus planes de una posible guerra con España (3). La situación de Puerto Rico era diferente a la de Cuba, al inicio de la gue rra, la Isla estaba en paz. La concesión de la autonomía por España en noviembre del año 1897 había satisfecho las expectativas de la elite crio lla y el corto ensayo de autonomía había comenzado (4). Los planes nor teamericanos para una posible guerra con España, formulados en el año 1896, anticipaban un conflicto naval encaminado a destruir la flota espa ñola y a bloquear a Cuba. Aún cuando la idea de invadir a Puerto Rico no se esboza hasta el día 4 de abril del año 1898, cuando ya es inminente el inicio de las hostilidades, no es menos cierto que la División de Inteligen cia del Ejército venía acopiando inteligencia sobre Puerto Rico desde 1893. Fue la Junta Conjunta del Ejército y la Marina la que sugirió la inva sión de la Isla como un medio para privar a la flota española de una posi ble base de operaciones en el Caribe. La toma de la Isla proveería a Esta dos Unidos de un punto estratégico para la defensa de los aproches al proyectado canal Isimico (5). El proponente de la invasión de Puerto Rico fue el general Nelson A. Miles, comandante general del Ejército. Éste detalló su posición en una carta al secretario de Guerra, Russel B. Aiger, fechada el día 26 de mayo de 1898, seguido al otro día por un memorando confidencial (6). Aún cuando Miles reconocía que la guerra contra España sería exclusivamente una guerra naval, la posición de Puerto Rico en la ruta marítima entre España y Cuba lo convertía en un objetivo clave toda vez que su captura cortaría la línea

(2) MARTíNEZ FERNÁNDEZ, L. Torn Between Empires. 1994. Excelente estudio que analizalos intereses norteamericanos en el Caribe hispano entre los años 1840 y 1878. (3) Ros ARIONATAL, C. Puerto Rico y la crisis de la guerra hispano-americana (1895-1898). 1975, MAHAN, ALRED THAYER, Lessons on the War with Spain. Nueva York, 1990. (Reprinted from the 1899 edition). (4) BARBOSA DE RosARio, P. El ensayo de la autonomía, San Juan, 1975. TRÍAS MONJE, J. Historia Constitución en Puerto Rico, volumen primero, pp. 90-130. (5) NOEI, A. A. The Spanish-American War 1898, p. 220. Pennsylvania, 1998. (6) Center for Military History. Correspondence Relating to the War with Sapin, volumen primero. Washington, 1993. (Reimpresión de la edición de 1902) pp. 261 -64. En adelante se citara CWS volumen y p.

— 259 — de comunicación directa entre España y la Antillas Mayor. La propuesta fue prontamente rechazada por el presidente y el secretario de Guerra quie nes habían otorgado a la expedición a Cuba una más alta prioridad (7). Roberto H. Todd, secretario de la sección de Puerto Rico del Partido Revo lucionario Cubano en Nüeva York, atribuye a las gestiones realizadas por el presidente de la sección director Julio J. Henna y por él, ante el subse cretario de la Marina, Theodore Roosevelt, el plantear la idea entre los miembros de la administración McKinley e influyentes senadores republi canos como Henrry Cabot Lodge. Rivero en su Crónica recoge la posición de Todd, sin analizarla crítica mente dando por buena la misma. Es interesante destacar que el capítulo tercero donde aparece aquella lleva por título «Cómo surgió la idea de traer la guerra a Puerto Rico» que es el mismo subtítulo que años más tarde, en el año 1938, dará Todd a una conferencia que pronunció en la Universidad de Puerto Rico sobre la invasión americana (8). Al finalizar dicha conferencia Todd hace referencia a una conversación privilegiada con el entonces presidente Theodore Roosevelt en diciembre del año 1903, y le atribuye la siguiente declaración: «Tood aunque usted queda autorizado para decir que el presidente de Estados Unidos se lo ha dicho, porque usted debe saber que nuestra etiqueta oficial no permite eso, le diré a usted que cuando el doctor Henna y usted vinieron a Washington a hablar conmigo sobre Puerto Rico, trayendo mapas y documentos, no había en el Departa mento de la Guerra ni en el de la Marina, un solo dato sobre Puerto Rico. Los que trajo el doctor Henna, fueron los primeros que tuvimos a mano y los que luego ampliamos nosotros mismos. Voy a confe sarle más: hasta aquel momento, no habíamos dado consideración alguna a Puerto Rico en nuestros planes para en caso de una guerra con España» (9).

(7) JoHNsoN, y. w. The Unregimented General: A. Biography of Nelson A. Mlles, p. 320. Boston, 1962. WOOSTER, R. Nelson A. Miles and The Twiliqht of The FrontierArmy, p. 20. University of Nebraskas Press. (8) TODO, R. H. La invasión americana: como surgió la idea de traer la guerra a Puerto Rico, p. 19. San Juan, 1938. (9) TODD, R. H. La invasión... p. 19.

— 260 — Carmelo Rosario Natal en su obra ya citada Puerto Rico y la crisis de la guerra hispano-americana dedica unas iluminadoras páginas a considera ción de este asunto. Luego de analizar la posición expresada por una serie de historiadores puertorriqueños como Loida Figueroa, Arturo Morales Carrión, Tomás Blanco, Lidio Cruz Monclova y Abelardo Casanova Prat, para mencionar algunos de los más conocidos, concluye que la decisión obedeció a los intereses puramente expansionistas de los norteameri canos y que fue el propio presidente McKinley quien a la altura del mes de mayo de 1898 determinó expandir la guerra para incluir a Puerto Rico. El destino de la Isla: «Quedaba ligado a las peripecias de la guerra y de la opinión política y popular en Estados Unidos» (10). Considero que la determinación estuvo fundamentada en la conveniencia de adquirir un territorio potencialmente valioso. Por su posición geográfica en el este del Caribe y, controlando una de las más importantes rutas de entrada y salida del Atlántico al Caribe, la Isla constituía una base ideal para proyectar el poderío norteamericano tanto en el Caribe como en el Atlántico Sur. No creo sostenible la tesis de Todd que fueron las gestiones llevadas a cabo por él y Henna las que trajeron a la atención de la admi nistración McKenley hacia Puerto Rico. No hay que perder de vista ade más, que existían consideraciones geopolíticas que dictaban la conve niencia de tomar dicha decisión. Nofi en su recién publicada obra sobre la guerra hispano-americana señala que el Estado Mayor alemán había incluido a la Isla en sus planes de contingencia de una posible guerra con Estados Unidos (11). Recuerdo que en el año 1917 Estados Unidos adquiere por compra las Islas Vírgenes, posesión de la Corona danesa jus tamente para evitar su posible adquisición por el Imperio alemán. Considerado este asunto, retornemos al tema de los preparativos para organizar la expedición a Puerto Rico. El día 4 de junio de 1898. El gene ral Miles recibe un telegrama del presidente McKiniey en el cual pregunta cuanto tiempo le tomaría preparar una fuerza expedicionaria para tomar a Puerto Rico y retenerla sin considerar las fuerzas desplegadas en Cuba bajo el mando del general Shafter (12). Miles respondió, en una comuni

(10) ROSARIO NATAL, C. Puerto Rico y/a crisis... pp. 188-205. (11) NOFI, A. A. The Spanish-American... p. 228. (12)CWSMoIumen 1, p. 263.

— 261 — cación dirigida al secretario de la Guerra, que 30.000 hombres serían sufi cientes y aprovechó para insistir en su plan original de atacar a Puerto Rico primero. Alger descartó esta última propuesta y denunció el espíritu insu bordinado del general (13). No obstante, luego de la partida de la expedi ción a Cuba comandada por el general William R. Shafter, Miles regresó a Washington donde se le solicitó que comandara una expedición a Puerto Rico, objetivo que se consideraba parte esencial de la estrategia general de la guerra (14). Las fuerzas españolas en Puerto Rico al comenzar la guerra ascendían a unos 17.000 efectivos de los cuales cerca de 8.200 eran tropas regular suplementada por unos 9.000 voluntarios, en su mayoría peninsulares. Los voluntarios estaban mal entrenados y eran poco confiables como com batientes. La situación era muy diferente a la existente poco más de un siglo antes cuando las Milicias Disciplinadas, integradas por elementos criollos, habían dado buena cuenta de sí frente a las tropas inglesas, que bajo el mando del general Ralph Abercromby, hicieron un tercer y último intento de tomar San Juan en 1797. A lo largo de nuestra historia los hijos del país habían defendido con éxito en múltiples ocasiones la soberanía de España en Puerto Rico frente a sus enemigos europeos. Más a partir del «grito de Lares» en el año 1868, el gapitán general José Laureano Sanz había iniciado el desmantelamiento de las milicias criollas y su sustitución por la Guardia Civil, un Cuerpo esencialmente de orden público y por las unidades del Instituto de Voluntarios constituido principalmente por penin sulares. Se había destruido así la capacidad de los criollos de contribuir a la defensa efectiva de la Isla. Fue esa la razón fundamental del colapso de las fuerzas militares españolas en la Isla. Luego de iniciada la guerra los únicos refuerzos que arribaron a Puerto Rico fueron 27 oficiales y 715 tro pas y dos secciones de Artillería de Montaña que llegaron el día 15 de abril con sólo 160 tiros, municiones que daban para unas horas de com bate (15). No fue hasta los primeros días de junio que el presidente McKinley, el secretario de Guerra, Alger, y el general Miles acordaron que la fuerza

(13) WOOSTER, R. Nelson A. Miles... p. 220. (14) JOHNSON, y. w. The Unregimented... pp. 324-325. (15) TRASK, D. E The War with Spain... p. 338. RIVERO. Crónica..., pp. 614-622. CERVERA, BAVIERA, J. La defensa militar de Puerto Rico. San Juan, 1898.

— 262 — expedicionaria destinada a Puerto Rico consistiera de aproximadamente unos 34.000 hombres. Miles fue designado oficialmente comandante de la expedición el día 26 de junio. La organización de la fuerza se complicó por el hecho de que fue necesario reunir las tropas en diferentes puertos, Miles recibió autorización para incluir toda las tropas acuarteladas en Tampa, a esto se añadió la división estacionada en Mobile, Alabama, comandada por el brigadier Theodore Schwan. Cerca de 16.000 voluntarios pertene cientes al 1 Cuerpo se encontraban en Chickamagua Park en Georgia y 6.000 tropas, pertenecientes al II Cuerpo se reunieron en Newport News, Virginia. Para complicar más la situación, el presidente Mckinley ordenó a Miles salir hacia Santiago de Cuba con parte de la fuerza que conformaría su expedición y con un contingente de refuerzos para el general Shafter. La situación en Cuba era crítica y el presidente le pidió a Miles que hiciera lo que fuese necesario para asegurar el bienestar y el triunfo del Ejército en la campaña cubana (16). Una vez en Cuba, cumplida su misión, Miles estaba ansioso de partir hacia Puerto Rico más su partida se vio dilatada por varias razones incluyendó malos entendidos con la Marina respecto al apoyo que ésta debía de pres tar a su expedición (17). Mientras permaneció en aguas cubanas dedicó buena parte de sus energías a planificar la campaña de Puerto Rico. Ade más, tomó todas las precauciones necesarias para evitar que sus tropas contrajeran enfermedades tropicales, algo que había causado más bajas entre las fuerzas de Shafter que la metralla enemiga (18). El día 18 de julio un telegrama del general H. C. Corbin, ayudante general y principal asesor militar de McKinley, le ordenaba proceder con las tropas que tenía consigo a bordo del Ya/e y otros transportes rumbo a Puerto Rico y desembarcar en aquellos puertos que él designara (19). Las órdenes le concedían amplia discreción pero le advertían que no recibiría refuerzos de clase alguna hasta transcurridos de cinco a siete días. El secretario de Guerra le instruyó, para que una vez efectuado el desembarco en la Isla levantara la bandera americana (20). Ya se habían iniciado conversaciones prelimi

(16) CWS volumen 1, pp. 262-263. MILLIs, W. The Martiial Spirit..., p. 237-238. Nueva York, 1931. COSMAS GRAHAM, A. Army for Empire, pp. 180-181. (17) JOHNSON, V. W. The Unregimented General..., p. 324. TRASK, D. F. The War with Spain..., p. 348. (18) TRASK, D. E. The War with Spain..., p. 347. (19) CWS volumen 1, p. 283. (20) CWS volumen 1, p. 288.

— 263 — nares de paz con funcionarios del Gobierno español. Razones políticas y militares dictaban la necesidad de tomar la Isla como medida para fortale cer la posición de Estados Unidos con respecto al destino de Puerto Rico en la mesa de negociaciones (21). Miles partió de la bahía de Guantánamo con dirección a Puerto Rico al anochecer del día 21 de julio (22).

El punto del desembarco

En los planes originales de la campaña de Puerto Rico, el punto seleccio nado para el desembarco inicial había sido el cabo San Juan ubicado en la esquina noreste de la Isla, próximo al pueblo de Fajardo. Luego de abandonar a Guantánamo, el día 21 de julio, rumbo a Puerto Rico, Miles decidió cambiar el lugar del desembarco optando por dirigirse hacia el puerto de Guánica en la costa sur, a pocas millas el oeste de Ponce, la ciu dad más importante de Puerto Rico. La decisión la discutió con el coman dante de la fuerza naval de apoyo, el capitán Francis J. Higgins, a quien finalmente convenció. Fueron varias las razones que adujo Miles para jus tificar su decisión. En primer Lugar todos los cables relacionados con el puerto de desembarco habían sido transmitidos por cables extranjeros lo que hacía suponer que las autoridades españolas en la Isla estaban ente radas de donde iba a ocurrir el desembarco. (En sus memorias, Miles afirmo que más tarde fue informado de que las fuerzas militares españolas habían estado fortaleciendo el área del proyectado desembarco). El poeta Carl Sandburg, un soldado raso del VI Regimiento de Infantería de Illinois recordaba haber leído detalles del plan, incluyendo el desembarco por el cabo San Juan en los periódicos (23). En segundo término el puerto de Guánica era una bahía profunda y contaba con facilidades excelentes mientras que el de Fajardo era una rada abierta y no existían facilidades portuarias adecuadas. El capitán Whitney, que acompañaba a Miles como parte de su Estado Mayor, había reconocido y sondeado la bahía de Guá nica durante su viaje de espionaje a la Isla (24). Un tercer elemento que influyó en la decisión de Miles fue el que la zona del desembarco, y en

(21) JOHNSON, y. w. The Unregimented... p. 324. (22) CWS volumen 1, p. 290. (23) MILES. Servin the Republic... p. 297. TRASK, O. F. The War with Spain... p. 353. WOOSTER, R. Nelson A. Mlles, p. 226. N0FI, A. A. The Spanish-American... p. 237. (24) MILES NELSON, A. Seivin the Republlc... p. 299. Afirmo que la información suministrada por Whitney trae en todos los casos precisión y veracidad valiosas.

— 264 — general todo el suroeste de la Isla era el área de más aversión a España pues era la que más había sufrido la consecuencia de los componentes del año 1887. Pero sin duda la razón fundamental era el elemento de sorpresa que favo recería a los invasores y les permitiría establecer una cabeza de playa desde donde marchan luego, por tierra en dirección a Ponce. Aún cuando Trask caracteriza a Miles como errático, en mi opinión, la decisión de alte rar el punto de desembarco fue una excelente movida estratégica ya que además de lo apuntado permitió a las fuerzas del VI de Massachusetts y del VI de Illinois, recibir su bautismo de fuego en las circunstancias más favorables posibles. Miles optó por lo que Liddle Hart llamó «el aproche indirecto» lo que le permitió obtener victorias importantes a un costo mínimo (25). El secretario de Guerra y el Departamento de Guerra resultaron tan sor prendido, como los propios españoles, cuando se enteraron de que las fuerzas de Miles habían desembarcado en Guánica. Enterado por infor mes de prensa el secretario Alger cursó un cable a Miles pidiéndole con firmara las noticias. La preocupación mayor del secretario era que las fuer zas de los generales Schwan y Wilson se encontraban en ruta hacia Fajardo. En añadidura le notificaba de la salida desde Newport News de la división del general John R. Brooke, preparada para el día siguiente, 27 de julio (26). Miles defendió su decisión como la más prudente y los resulta dos del desembarco en Guánica vindicaron el curso de acción tomada. Los españoles habían sido sorprendidos y la toma de Guánica se había logrado con facilidad y sin experimentar bajas. En su contestación al secre tario, Miles hizo un reconocimiento al capitán Higgins y a la Marina por la valiosa ayuda prestada. Para acallar la inquietud del secretario, le informó que había enviado aviso a los transportes que se dirigían al cabo de San Juan y que todas las tropas y suministros que venían en éstos se estaban dirigiendo hacia el puerto de Ponce (27). La comunicación al secretario ter minaba diciendo que las tropas gozaban de buena salud y que la moral estaba alta. Albert Gardner Robinson, un corresponsal de guerra que acompaño a una de las primeras unidades del Ejército que invadieron a Puerto Rico (y que

(25) TRASK, D. F. The War with Sapin..., p. 341. (26) CWS volumen 1, p. 320-321. (27) CWS volumen 1, p. 322. —265— permaneció en la Isla luego de concluida la campaña), criticó la operación. En su opinión, la campaña de Puerto Rico fue obra no de un ejército sino de un conglomerado de tropas. En una fuerza que era equivalente en número a la mitad de un cuerpo de ejército, había representación de cua tro cuerpos diferentes. Fue la Divina Providencia, comentó, y no la previ sión humana la que evitó que la expedición se convirtiera en un serio desastre y concluyó, «pero todo esta bien si termina bien» (28). La brigada comandada por el general G. A. Garretson e integrada por los regimientos voluntarios de Infantería VI de Massachusetts y VI de Illinois con el apoyo de unos 1.000 artilleros, ingenieros y otras tropas de servicio desembarcaron con presteza en Guánica, y para el mediodía del 25 de julio ya había 3.500 hombres en tierra. Miles supervisó personalmente la operación. Una vez tomado el pueblo, Garretson organizó un perímetro defensivo. Al anochecer, las tropas habían establecido una línea de trin cheras en torno a la población. Esa noche ocurrió un incidente en las líneas del VI de Massachusetts. El movimiento de una manada de vacas en la obscuridad de la noche provocó un intenso tiroteo por parte de las pocas y experimentadas tropas. Al día siguiente los generales Miles y Guy V. Henny, este último comandante de la división provisional de la cual for maba parte la brigada, condujeron una rápida investigación del incidente, en medio de la celebración del pueblo de Yauco por la entrada de los nor teamericanos. Como resultado de dicha pesquisa procedieron a relevar al coronel, al teniente coronel, a un comandante y a un capitán del regimiento por estar ausentes de su tropa. Estos habían pasado la noche durmiendo en los transportes (29).

Planes de campaña y problemas de comando

Los planes de campaña tanto del general Macías como del general Miles merecen buenos comentarios. No hay duda de que el comando español en Puerto Rico estaba plenamente informado del plan de invasión a la Isla casi en su totalidad. Según apunta Rivero en su obra el Servicio Secreto que el Gobierno español mantenía en Estados Unidos había suplido infor mación detallada sobre las fuerzas invasoras, sus comandantes, los puer tos de embarque y hasta el nombre de los transportes empleados (30). El

(28) ROBINSON, A. G. The Porto Rico of Today, pp. 7 y 14. Nueva York, 1899. (29) N0FI A. A. The Spanish-American... pp. 238-239. (30) RIVERO. Crónica..., p. 462 —266— Estado Mayor tenía la certeza de que Fajardo sería la zona del desem barco, lo que motivó que al considerar la disposición de las tropas, la mayoría de la fuerza veterana se mantuviera en la vecindad de la plaza fuerte de San Juan; incluso la poca artillería de campaña de que se dispo nía. Sólo algunas fuerzas fueron destacadas en Ponce y en Mayagüez pero la inmensa mayoría del territorio quedó al descubierto. Los cursos de acción posibles que tenía ante su consideración el general Macías eran esencialmente dos: concentrar toda sus fuerzas en San Juan, sede del gobierno y plaza fuerte, o establecer una defensa móvil a base de puntos fuertes en el interior de la Isla. De las dos, la alternativa más lógica parecía ser la primera, dada la limitación de fuerzas y recursos y la certeza de que no era posible esperar refuerzos adicionales. Dentro de ese esquema la defensa del interior quedaría en manos de los puertorriqueños, con lo que esa determinación podía implicar. La segunda alternativa retar daría el avance de los americanos pero conllevaba el riesgo de que las fuer zas fuesen destruidas en el proceso. Macías hizo otra cosa según señala mos anteriormente. En adición a localizar batallones en Ponce y Mayagüez, dispuso un destacamento en Caguas sobre la carretera central y otros pequeños grupos en diversos puntos de la Isla, para dar la sensación de que no abandonaría ningún territorio a merced de los americanos (31). Al producirse un desembarco por Guánica se trastornó: «Totalmente, el único plan de defensa que habían adoptado el gene ral Macías y su jefe de Estado Mayor, coronel Camó.» El comando español continúo esperando por varios días que se produjera el desembarco por Fajardo creyendo que la operación realizada por el general Miles era «una simple diversión». Para Rivero, las autoridades españolas en la Península crearon falsas expectativas de lo que podía esperarse de una guerra con Estados Unidos e inflaron el poderío y la capacidad de las fuerzas españolas para salir vic toriosos. Tal actitud llevó a España a la derrota. Rivero no analiza las razo nes del comportamiento del Gobierno español limitándose a señalar la desidia e incompetencia de algunos jefes (32).

(31) TRASK, D. F. The War with Spain... pp. 356-357. GÓMEZ NÚÑEz, S. La guerra hispano americana: Puerto Rico y Filipinas, pp. 91-96. RIvERo. Crónica... p. 462. (32) Revistas de Indias, voiumen LVII, número 211, septiembre a diciembre 1997. CASTRO ARROYO, MARÍA DE LOS ANGELES, p. 680. «A que pelear silos de Madrid no quieren».

— 267 — De las tres figuras principales en el comando español Macías, Camá y Ortega Díaz la mejor opinión de Rivero la guarda para el general segundo cabo. A este último lo describe como valeroso, de carácter franco y gene roso, aunque a veces impulsivo y rencoroso. Sus consejos e ideas fueron desentendidas. Los juicios más severos los reserva para el coronel Juan Camá, de quien dice que: «Nada hizo, nada dejó hacer; descontió de todos y de todos fue mal quisto» (33). En cuanto al plan de campaña de Miles éste consistió en el movimiento de cuatro columnas compuestas por brigadas reforzadas, que partiendo de Ponce en diferentes direcciones habían eventualmente de converger en San Juan para la batalla decisiva. Había un riesgo evidente en éste pues dividió sus fuerzas. No obstante es mi parecer que cada columna contaba con los elementos necesarios para llevar a cabo su misión. Me parece, además, que el plan era cónsono con la misiva dada a Miles de plantar la bandera, en Puerto Rico con el fin de fortalecer la posición de Estados Uni dos en la mesa de negociaciones. El avance simultáneo de las cuatro columnas permitió expandir el área dominada por las fuerzas americanas rápidamente. De las columnas la que cubrió más territorio y ocupó el mayor número de pueblos fue la brigada comandada por el general Theo dore Schwan quien operó en la zona oeste. Esta brigada, fue en realidad poco más de un regimiento reforzado y, fue la única compuesta por tropas regulares que intervino en la campaña de Puerto Rico. Partiendo del pue blo de Yauco, las tropas de Schwan ocuparon los pueblos de San Germán, Hormigueros y Mayagüez. El armisticio le sorprendió en las alturas de Las Marías en ruta a Lares. Respecto al liderato de las fuerzas americanas hay que señalar que la uni dad de mando fue un factor importante en los éxitos alcanzados. La auto ridad de Miles era incuestionable y los comandantes a cargo de las ope raciones, tanto los comandantes de brigada, como los generales Wilson, Henry y Brooke que comandaban divisiones, eran veteranos experimenta dos y dieron clara evidencia de ello a lo largo de las operaciones. El éxito alcanzado en la campaña se evidencia en el testimonio de los tes tigos de la misma. Karl Stephan Hermann, un soldado de artillería de la bri gada de Schwan quien a su retorno a Boston publicó un interesante libro sobre sus experiencias comentó que el éxito total del plan sólo se malogró

(33) RIvERo. Crónica..., pp. 495-497, 483-486.

— 268 — por la llegada de la orden de cese de las hostilidades el 13 de agosto» (34). Richard Harding Davis, el conocido corresponsal de guerra, describió la campaña de Puerto Rico como una Fete des Fleurs luego de la «pesa dilla» de Cuba. En su opinión, fue la efectividad de los generales que diri gieron la campaña lo que produjo resultados tan dramáticamente diferen tes (35).

Algunas conclusiones preliminares

Al examinar la campaña de Puerto Rico de la guerra hispano-americana saltan a la vista algunas conclusiones que ofrecemos de inmediato. En pri mer término hay que resaltar el hecho de que en Puerto Rico, el grueso de la tropa que intervino estaba compuesta de unidades de voluntarios a dife rencia de la de Cuba en que la mayoría de la fuerza eran del Ejército Regu lar. En segundo término hay que destacar que Miles aprovechó las leccio nes de la guerra en Cuba y evitó que las tropas sufrieran las limitaciones que tuvieron que soportar los miembros de la expedición de Shafter. Las tropas que arribaron vinieron provistas del equipo de suministros y mate riales necesarios para la campaña. En tercer lugar hay que destacar el excelente liderato desplegado por los comandantes que operaron bajo Miles. En cuarto lugar el general Miles y sus subalternos tuvieron que hacer frente a una situación no experimentada en Cuba y fue la de proveer para el gobierno de las áreas ocupadas. El gobierno militar establecido por Miles funcionó con éxito gracias a que mantuvieron en sus puertos a las autoridades locales existentes, siempre que éstas estuvieran dispuestas a jurar lealtad a Estados Unidos. Finalmente, como explicar el rápido colapso de la resistencia española. No hay duda que la pérdida de la guerra en Cuba y la destrucción de la flota de Cervera dejó a la fuerzas españolas en Puerto Rico sin la esperanza de recibir refuerzos y los condenó a pelear en la guerra sin ayuda externa. En segundo lugar, las dificultades experimentadas por el alto mando español tuvieron como resultado que las tropas en el frente carecieran del apoyo necesario. Por último los voluntarios, esencialmente una milicia política, sin entrenamiento y equipo adecuado, no constituyeron una fuerza militar viable que asistiera a la tropa regular aumentando el desbalance, de

(34) HERMAN, K. S. From Yauco fo/as Manas, pp. 14-15. Boston, 1900. (35) DAvis, R. H. The Cuban and Puerto Rican Campaigns, pp. 228-229. Nueva York, 1898. —269— entrada existente, entre los soldados norteamericanos y los españoles. En el lado positivo no es posible cerrar estas notas sin destacar el heroísmo desplegado por muchos de los soldados y oficiales españoles que con enorme desventaja, se enfrentaron a los soldados norteamericanos. Concluida la guerra, Puerto Rico comenzó una nueva etapa de su historia, la relación hoy centenaria con una nueva metrópoli, Estados Unidos, e ini ció una vez más la búsqueda, aún inconclusa de una solución satisfacto ria a las relaciones con su metrópoli.

— 270 — UN ESPÍA LLAMADO WHITNEY

EXCMA. SRA. DOÑA MILAGROS FLORES ROMÁN Doctora en Historia. UN ESPÍA LLAMADO WHITNEY

La modesta intervención que les presentaré durante la mañana de hoy girará en torno a un personaje poco estudiado dentro del contexto del 98 puertorriqueño; tratándose de Henry Howard Whitney, capitán de la Marina norteamericana. No con la intención de ensalsar su audaz hazaña, sino con la idea de pre sentar datos nuevos que arrojen luz al tema del desenlace de la ocupación a Puerto Rico, como resultado del cambio efectuado en el plan original de invasión de la Isla. Una exhaustiva investigación histórica, partiendo para la misma del recuento que nos ofrece el capitán de Artillería Ángel Rivero en su obra: Crónicas de la guerra hispano-americana en Puerto Rico, y que resulta imprescindible su consulta en cuanto a bibliografía puertorriqueña del 98; y en segundo lugar de los dos ejemplares originales de los mapas de Whit ney disponibles en el Archivo Militar del Castillo San Cristóbal en San Juan. La investigación comienza a dar mayores frutos al localizarse valiosa docu mentación proveniente de los Archivos Nacionales de Washington, D.C., y de la sorpresiva aparición de un mapa desconocido sobre la isla de Puerto Rico también firmado por Whitney, en los archivos de la base del Ejército norteamericano de Carlisle, en el Estado de Pensylvania. La locali zación de su expediente de ingreso en la Academia Militar del Ejército de Estados Unidos en West Point, Nueva York. Y finalmente la localización de su tumba y obituario en el Cementerio Nacional de Arlington, Estado de Virginia de Estados Unidos a pocos metros del mausoleo del general Nel son A. Miles y del monumento a los caídos en la guerra hispano-americana.

— 273 — El primero de estos mapas trata de un croquis que comprende toda la costa norte de la ciudad de San Juan, extendiéndose por el Este hasta el pueblo de Loiza. Éste aparece identificado bajo el título Sketch map City of San Juan, Puerto Rico with shoreline to Eastward, y está fechado el 28 de mayo de 1898 (1). En él se indica el estado y localización de las defensas del recinto amurallado y fortificado de San Juan. El segundo mapa, trata de un croquis general de la isla de Puerto Rico, producto del recorrido y observaciones que hace el capitán Whitney por la costa sur durante el mes de mayo de 1898. Llama la atención en él los comentarios que señala el capitán Whitney sobre los pueblos a continuación: de Ponce señala que la población es de 35.000 habitantes, que dispone de 800 regulares, de los cuales 400 son voluntarios y de esos 80 son de caballería, que cuentan con 23 rifles howit zer, que la ciudad no está provista de defensas y que el pueblo es fuerte mente antiespañol. Del pueblo de Guayama señala que se trata de un núcleo fuertemente español y que posee una buena carretera que conduce al pueblo de Cayey. Del pueblo de Maunabo; que cuenta con 5.000 personas y que era un núcleo antiespañol. De la isla municipio de Vieques señala que serviría como una buena base para los soldados y como hospital. Tras hechar un vistazo a estos dos interesantes documentos, dos pregun tas que inmediatamente afloran a nuestra mente lo son: ¿quién fue este personaje? y segundo ¿en qué estriba la importancia de estos dos docu mentos en cuanto al tema que hoy tratamos? Pues bien, el capitán Henry Howard Whitney fue la persona enviada por el Departamento de la Defensa de Estados Unidos a la isla de Puerto Rico en una misión secreta de espionaje, previo a la ocupación de la Isla el 25 de julio de 1898. El capitán Whitney tras recibir y obedecer órdenes el 22 de enero de 1898 del Departamento de la Defensa de dirigirse de inmediato a la Academia

(1) Firmado: Whitney, U. S. Navy Captain.

— 274 — Militar de WestPoint con el propósito de recibir adiestramiento sobre los últimos adelantos tecnológicos en cuanto a manejo de equipo fotográfico cón el fin de preparación de mapas. Sale el día 5 de mayo de 1898 de Cayo Hueso, Estado de la Florida a bordo del acorazado Indiana. Logra ser admitido y cambia al barco de corresponsales Anita, desde el cual presencia el bombardeo a la ciudad de San Juan el día 12 de mayo del año 1898. Tras regresar con el Anita al puerto de Carlota Amalia en la isla caribeña danesa de Santo Tomás, con la ayuda del cónsul americano, Hanna, logró introducirse en el barco mercante inglés Andarose, saliendo rumbo a la ciudad de Ponce a donde arriba el 15 de mayo. Desde aquí comienza Whitney su intenso recorrido por varios pueblos de la isla fingiendo ser un inglés miembro de la tripulación del Anda rose, otras como un vendedor ambulante de petróleo, y otras como un aficionado a la pesca pasando largas horas en las costas recogiendo datos sobre la topo grafía, localización, minado y defensas de los puertos y bahías, carácter de los habitantes, medios de comunicación, faros, carreteras, etc. Entre el 15 y 28 de mayo, según lo evidencian sus dos mapas, podemos situar al capitán Whitney recorriendo varios puertos de la Isla: el día 20 de mayo en Ponce, el día 22 de mayo en Guayama, el día 25 de mayo en la isla municipio de Vieques y el 28 de mayo en San Juan. Ello como resultado de un pago de 60 dólares que le hace Whitney al capi tán del Andarose a cambio del privilegio de bajar a tierra en todos los puer tos que tocase el barco. De esta manera logra recorrer todos los barrios de la ciudad de Ponce, la más grande ciudad de la isla de Puerto Rico, y otros barrios en las jurisdicciones de los pueblos de Arroyo, Yauco, Salinas y Guánica. Del cual particularmente informará de las favorables condiciones que ofrece para un desembarco su amplia bahía desprovista de defensas y de minado y por su cercanía a la ciudad de Ponce, ciudad identificada con una fuerte oposición al régimen español y de simpatía al yanqui. El capitán Whitney, además de contar con una preparación formal en el campo de la Información Militar y de poseer unas habilidades excepciona les según lo reflejará su expediente militar, también se puede atribuir el éxito de su «misión», al hecho de que Whitney hacíase pasar por un inglés y mantenía una estrecha relación con el cónsul americano Philip C. Hanna. Circunstancias que amortiguaron las sospechas recibidas por parte del Gobierno español de que un americano que se hacía pasar por un peno

— 275 — dista inglés había desaparecido del barco Anita en el puerto de Santo Tomás y de incluso habérsele identificado su nombre y posterior localiza ción en las cercanías del pueblo de Arroyo por un sargento de la Guardia Civil. Su osadía y abierta relación que mantenía con el cónsul norteameri cano, Hanna, impidieron que las autoridades tomaran acción en contra suya, pues no querían provocar un conflicto con Inglaterra. De esta manera vemos al capitán Whitney partiendo rumbo a la ciudad de Nueva York el día 1 de junio y rindiendo un detallado informe al presidente McKinley en la ciudad de Washington, D.C. el día 8 de junio de 1898. Más tarde y como resultado de esta exitosa misión, Whitney será ascen dido al grado de capitán y asignado a la expedición del general Nelson A. Miles para ocupar la isla de Puerto Rico. Lo preciso de la información suministrada por Whitney en términos de loca lización, distancia y tiempo de recorrido, fueron pieza clave en el plan nor teamericano para la ocupación de la isla de Puerto Rico, desenlace efec tuado en la madrugada del día 25 de julio de 1898. La información provista por Whitney surtió tal impacto que logró inducir al propio general Nelson A. Miles a alterar sus planes de desembarco según el plan acordado. En lugar de un desembarco por el Este, en Fajardo, el general Miles sorpresivamente decidió continuar hacia el Sur desembar cando en el puerto de Guánica. Tras una breve maniobra en Fajardo y toma del Faro con la intención de distraer a las autoridades españolas, quienes enterados del plan primario de invasión por este punto habían repartido la mayor concentración de sus fuerzas defensivas entre ésta y el puerto principal de San Juan. La decisión del general Miles, no nos debe sorprender del todo, puesto que coincide con la opinión de los propios españoles en cuanto a los recursos de este puerto del Sur. Tres décadas atrás en el 1863 ya se advertían sobre ello; así lo expresa el teniente coronel del cuerpo del Ejército don Sabino Gamir y Marladén, en sus apuntes sobre la defensa de Puerto Rico, y cito: «El primer grupo; Guánica, San Gennán, Cabo Rojo, Sábana Grande, Adjuntas, Utuado, Lares y Pepino, es el llamado en su día por la mayor distancia que los separa de la capital, por su proximidad a Santo Domingo por su buen puerto de Guánica, por la mala índole de sus habitantes, por su influencia política (se desconfiaba de los

— 276 — criollos) y por su mayor riqueza. Así es que debe ser vigilado por un celoso e inteligente comandante militar del Departamento de Maya güez» (2). Así también lo expresará el propio Miles en parte de su informe al secre tario de Guerra en carta fechada el día 22 de julio de 1898, dirigida al capi tán Higgison, y cito: «Nuestro punto objetivo ha sido el puerto de Fajardo o cabo de San Juan pero ha pasado tanto tiempo desde que se decidió el movi miento en tal dirección, y tal publicidad se ha dado a la empresa, que indudablemente, el enemigo está informado de nuestro propósito... » Como siempre es recomendable no hacer lo que el enemigo espera que se haga, creo conveniente después de doblar el ángulo nordeste de la isla de Puerto Rico, marchar inmediatamente a Guánica, y desembarcando esta fuerza ir sobre Ponce, que es la ciudad más espaciosa de Puerto Rico. Bien antes o después de realizar esto, recibiremos grandes refuer zos, que nos pondrán en condición de continuar avanzando en cualquier dirección u ocupar otras poblaciones de la Isla. Muy respetuosamente, Nelson A. Miles —mayor general, comandante en jefe del Ejército de Esta dos Unidos— al comandante Francis J. Higgison, comandante de la escolta naval de Estados Unidos. Y acto seguido añade el general Miles en otro mensaje al capitán Higgison: «El capitán Whitney puede ir con usted, silo desea, es el que estuvo en Ponce en junio.» Efectivamente el capitán Whitney fue enviado al Massachusetts a ponerse a las órdenes de Higgison, con sus mapas y notas, según nos informa Cdl y Toste (3). Más adelante el general Miles señala en el mismo informe y cito: «En las siguientes operaciones militares en el interior, pude ver que el conocimiento del país y los informes obtenidos por el capitán Whit ney en su peligroso viaje a través de la isla de Puerto Pico, eran en todos los conceptos enteramente exactos y de gran valor para mí en la marcha de la campaña.»

(2) COLL y TOSTE, C. Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo 2. (3) COLL y TOSTE, C. Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo 6.

— 277 — Un personaje capaz de realizar tan arriesgada misión, indudablemente debía poseer unas cualidades muy especiales. Así lo han revelado los inte resantes documentos localizados sobre ello y que afirman que se trataba de un profesional en el campo de Información Militar. Según el expediente de la Academia Militar del Departamento del Ejército de Estados Unidos, Henry Howard Whitney nace en Glen Hope, Pensyl vania, un 25 de diciembre de 1866. Fue admitido en la Academia de West Point, Nueva York el día 16 de junio de 1888 a la edad de 21 años y 5 meses. Se graduó en la Academia el día 11 de junio de 1892. Fue comisionado subteniente de la IV de Artillería. Según su expediente se le describe de la siguiente manera: «La habilidad para prestar atención y sus hábitos para ejercer sus obligaciones son excelentes. Un oficial con un futuro excelente... Responderá con efectividad a cualquier responsabilidad que se le asigne. Se le puede confiar cualquier labor que requiera buen juicio y discreción. Está cualificado mental, moral y físicamente para las labores propias de su posición.» Un informe del año 1897 presenta al capitán Whitney como conocedor de seis idiomas entre ellos el latín, griego clásico, griego moderno, francés, italiano y español. Otra peculiaridad en torno suyo reflejado en un informe fechado el día 30 de junio de 1897, lo es la publicación de un ensayo suyo titulado Adaptación del uso de la bicicleta para propósitos militares. Lamentablemente un ejemplar no nos fue posible localizar, desvaneciendo nuestras esperanzas de lograr un documento de su puño y letra que arro jase más luz sobre la campaña de Puerto Rico. Finalmente, su obituario localizado a través de los archivos del Cemente rio Nacional de Arlington, Virginia, reseñan su fallecimiento como sigue: «Henry Howard Whitney, número, 3.460 clase de 1892, murió el 2 de abril de 1949 en Madison, New Jersey, a la edad de 82 años. 32 años de servicio, brigadier general sus servicios al Ejército de Estados Uni dos y a su madre Patria estuvieron repletos de muchos actos de valor, uno de los que permitió la conquista exitosa de un país, y salvó miles de vidas sin hacer peligrar a nadie, excepto a sí mismo.» Deseo terminar esta breve exposición citando una breve reflexión en torno al personaje de Henry Whitney, originada por el propio Rivero, quien inter —278— cambió correspondencia con Whitney pasada la guerra durante el proceso de publicación del libro. Rivero termina el recuento que hace sobre Whit ney en su obra Crónicas de la guerra hispano-americana en Puerto Rico con las siguientes palabras: «Aquí no hubiera quedado piedra sobre piedra, y las pérdidas de vidas y de propiedades hubieran sido incalculables; todo este horror de la guerra fue evitado por la inteligente intervención del valeroso artillero» (4). Muchas gracias.

(4) National Archives, Washington, D.C., RG-94, Entry 2380 ACP, ADJUTANT GENERAL Correspondence.

— 279 — THE BIRTH OF THE FILIPINO REVOLUTIONARY ARMY IN SOUTHERN TALAGOG, LUZÓN 1898

EXCMO. SR. DON REYNALDO C. ILETO Doctor en Historia. THE BIRTH OF THE FILIPINO REVOLUTIONARY ARMY IN SOUTHERN TAGALOG, LUZÓN 1898

The year 1898 marks the birth of the Filipino revolutionary army, forged out of many different armed bands which attacked and captured Spanish posi tions in the course of the revolution. The first phase of the revolution, also called the Katipunan secret society phase, involved «local irregulars and iii armed partisans» (Corpuz, 270). So how were these diverse forces orga nized into a «liberating army» commanded by jefes who recognized Gene ralissimo ’s supreme command? The focus of the this paper is the southern Tagalog military command which carne under the leadership of Miguel Malvar y Carpio, a native of Sto. Tomás, Batangas. Malvar is well-known in Philippine history books as the last Filipino general to surrender to the Americans, in May 1902. In fact, upon the capture of Aguinaldo in April 1901, General Malvar assurned ove raIl leadership of the resistance to U.S. occupation. This paper traces the events leading to the formation of Maivar’s command. It looks into the popular uprising in the southern Tagalog region, the defection of the local militia, the sieges of Spanish positions in Lipa and Tayabas, and the orga nization of the Battalion Banahaw in October-December 1898. This paper also examines the social backgrounds ofselected jefes in Mal var’s command, and the bases of their leadership of a popular army. Morale, it is argued, was crucial in a situation where the enemy possessed superior weaponry and tactics, and resistance, theretore, was an imme diate life-threatening affair. Filipino officers had to portray themselves as humble figures, appealing to their soldiers to lay down their lives to save

— 283 — the Mother Country (Inang Bayan) from Spanish and U.S. oppression. These are the ritual of cultural dimensions absent in conventional military histories.

Before the Storm: The Loss of Spanish Legitimacy

The first phase of the revolution against Spain (1 896-1 897) is a complex phenomenon that is beyond the scope of this paper. Suifice it to say that by the end of 1897, the Spanish establishment, centered in the church and convento, had lost its dom inant position in southern Tagalog. In most towns the convento was either abandoned or turned into a fortress. Parish priests could no longer move about at will like lords of the reaim. For example, the Dolores priest, Father Prieto, remained in Tiaong despite his father supe rior’s encouragement to live among his rebel-surrounded flock. If the rebels enter Dolores again, he wrote his superior, «they won’t kill or harm me, but nevertheless they’ll take me along with them to the forest, and l’ll die just the same of misery and lack of basic necessities». Father Prieto was only prepared to travel to Dolores on Sundays and feastdays accompanied by soldiers, to say Mass and then return to Tiaong. Meanwhile, the principales of the southern Tagalog towns were divided and ambivalent. For example Malvar, an ex Capitán municipal of Sto. Tomás, Batangas, was leading the rebel army until his departure for Hong Kong in January 1898, while his friend and counterpart in Tanauan, Captain Nico lás González, appeared to be loyal to Spain. But circumstances, such as abuses by the Spanish army, tended to push the majority of leading fami lies to switch loyalties to the revolutionaries, or remain apathetic. As Father Méndez of San Pablo put it, «Through ah the events that have transpired here and around us, we have noticed an overwhelming coldness on the part of the inhabitants of this town, to the extent that nothing, absolutely nothing, has been done by them, leaving us alone in everything.. .» One reason for the apathy of the principales in the poblaciones was their awa reness of the shift in power from the «inside» to the «outside», the perip heries, of the towns. They had relatives in the barrios who by choice or otherwise had been swept into the revolutionary movement based in the jungles and foothills of the region. The ultimate refuge of the revolutionaries in 1897 was Mount Banahaw. They could threaten or attack nearly alI the towns in the Tayabas-Batangas Laguna border area because the mountain itself belonged to the rebels.

— 284 — One of its foothilis, Mt. San Cristóbal, known to aH as a haven of the Colo rum sects, was also the base area of the Malvar-Banaad rebel army. Skir ting the mountainside, the various rebel groups in Laguna and Tayabas could communicate with each other and coordinate their activities. And they could count on the various cofradías, and so-called asociaciones ilícitas based on the mountains to help them. The revolution of 1896-1897 made a deep impact in southern Tagalog because it connected with a deeper tra dition of resistance that had thrived outside of the pueblo centers throug hout the centuries of Spanish rule. What would later be called «guerrilla warfare» was already practiced in southern Tagalog long before it became official policy. Even though Aguinaldo and his top off icials had been exiled in Hong Kong since December 29, 1897, following the Pact of Biac-Na-Bató, fighting never really ceased in the southern Tagalog region. On February 14, 1898, the truce of Biac-Na-Bató was finaily repudiated by the Hong Kong junta, making the situation in the rural areas even more critical for Spain. Provin cial towns were garrisoned. Small detachments of cazadores and guardias civiles were constantly deployed against rebel groups which periodically descended from their mountain hide-outs to harrass the pueblo centers. But without Aguinaldo or even Malvar around, these groups acted without central direction. The situation became radically altered by the entry of the United States into the picture. The Spanish regime was already disturbed by rumors of war with the U.S. since March. At the same time, the internal threat became worse by the defection to the rebels of the 74 th regiment of native soldiers stationed in Cavite at the end of March. lmmediately, a Council of Defense was organized, headed by the Archbishop of Manila. On April 10, governor General Primo de Rivera was replaced by Basilio Augustín. How would he defend Filipinas from both the external and internal threats? On 25 April, four days after the U.S. declared war on Spain, the Junta de Autoridades, advising the governor general, recommended the enlistment of native Filipinos into the militia. It also recommended setting up an Asam blea Consultativa of Filipinos, to win their support in the coming fight with the Americans. This militia of voluntaries would be made up of former insu rrecto officers and their men. They would be armed, and given Spanish army ranks. The Asamblea would be made up of Filipinos sympathetic to the goals of the reform movement (Corpuz, 277).

— 285 — On May 1, the Spanish fleet was annihilated by Dewey’s armada. A des perate Governor General Augustín then decided to go ahead with his con troversial plan to enlist Filipino support in the defense of Manila. A militia was organized. The Asamblea was also formed and many of its 18 mem bers being Filipinos involved in the reform movement of the 1870s and 1880s (Corpuz, 278-9). By the end of May, 12,000-14,000 men had been enlisted into the militia and armed. Baldomero Aguinaldo, and Mariano Trías, ah veterans of the 1896 revolution, were appointed to the Assemjly but preferred, and obtained command appointmentS in the militia. Augustín even sought Aguinaldos support, offering him the post of chief of the armed forces of Filipinas with the rank of brigadier general in the Filipino arrny. Spain, in mid-June, offered the Filipinos a new regime which gaye them most of what they sought in the 1896 revolution. But as Aguinaldo scribbled on his copy of ’s loyalist manifesto of 31 May, Tanghali ca na-Magdalo you are too late (see Corpuz, 281).

The Defection of the Militia

According to Sastron, the blockade of Manila and the rapid disruption of land communications by the revolucionarios, made the situation of the españoles peninsulares in Luzón most critical. «In many towns, in those where the Filipino militias had taken the place of our detachments of caza dores, the revolution took place without any resistance: there was no one to offer it». But the real signal for the general uprising of the towns of Luzón against Spanish sovereignty was the «disaster» in Cavite (Sastron, 529) On 24 March, the 74 th regiment composed of Filipinos and stationed in Cavite was ordered to fight against a rebel torce but the soldiers refused to budge. Eight corporals were shot in front of the troops, and the regiment was again ordered to attack the rebels. But again they refused and were sent back to the barracks. The next day the troops of the 74th regiment deserted to the rebels with the regiment’s arms arid equipment. (Corpuz, 275). The following weeks saw the defection of more militia units organized by Governor General Augustín. Totalling sorne 12,000-14,000 men and guns, the militia became the backbone of the revolutionary arrny that Aguinaldo would organize. On May 19, Aguinaldo returned to Cavite and issued a proclarnation of war against Spáin. The fighting men at his disposal were not very different from the Katipuneros of the first phase of the revolution. The Katipunan, being a

— 286 — secret society, did not provide for a formal military structure. Local groups called sandatahanes, under pueblo leaders and Iandlords, did the early fighting. Aguinaldo’s organizational plans called for these local leaders to became de facto officers of a platoon or a company. Those who became majors and colonels or higher were men «who won their ranks through their courage and skill in the field or through their having joined the Revolution early, or through the confidence reposed in them by Aguinaldo» (Corpuz, 298-99). Aguinaldo’s decree of June 3 called for the implementation of a «state of discipline and good order». It contained provisions governing the handling of rifles, captured property and arms, the surrender of enemy detachments, and the democratic election of officers —corporals up to captains— by the soldiers. However, since there were no salaries for the soldiers, they elec ted those jefes who could arm, feed and protect them. Aguinaldo’s return gaye the scattered revolutionary armed groups and ex militia units a central Ieadership. On June 2, the Spanish commander of the Cavite torces, General Pefla, surrendered with 900 men to ex-militia lea ders Ricarte and Trias in San Francisco de Malabon. Says Corpuz, «the Spaniards surrendered to the militia that they had organized and armed» (281). Soon thereafter the militia regiments of del Pilar and Buencamino defected.

Victory in Batangas

Upon the return of Aguinaldo and his resumption of the revolution, Coronel Rodrigo Navas, the commander of the Spanish forces in southern Tagalog, ordered the concentration of ah the Spanish destacamentos in the capitais of Batangas, Laguna and Tayabas. But his plans were frustrated by the dis loyalty of the indigenous forces. At a meeting in Sto. Tomás, Navas’s rou sing speech calling for loyalty to madre España could not keep the indige nous soldiers on his side. (Sastron, 530) After a council of war in Sto. Tomás, Corone! Navas marched south towards the cabecera, Batangas city. But upon arriving at Lipa, where the last of the loyal Filipino mihitia defected at the order of the capitan munici pal of Tanauan, Nicolás González, he was stunned by the news that Teniente Corone! Blázquez and his force of 600 cazadores in the capital had surrendered. So Navas decided to defend Lipa which carne under siege by the insurrectos, who had 4,000 guns and 2 artillery pieces. Navas —287— was compelled to fortify himself in the convento of Lipa. In one of the fights, he was wounded in the arm, which had to be amputated (Sastron, 530; May, 68). The siege of Lipa, from June 7 to 18, was initially directed by General Paciano Rizal, brother of the martyred Jose. After unsuccessfully urging the Spaniards to surrender, Rizal left for the Laguna front, handing over the command of the siege torces to Arcadio Laurel of Talisay. Eventually, Eleu terio Marasigan of Calaca and a veteran of the 1896-1897 battles arrived and took over. As more and more contingents arrived, the Batangueños besieging Lipa grew in numbers to several thousand. Eustacio Mables y Chávez carne with a large force from Sto. Tomás, Anastasio Marasigan arrived from Calaca, Brigido Buenafe from Batangas, Valentin Burgos from Lipa, and Nicolás González from Tanauan (Sastron, 530; May, 69). Ultimately, the shortage of food and munitions, and concern for his 110 wounded and 80 sick soldiers, forced Navas to negotiate with Marasigan. Navas surrendered honorably. However, Sastron claims that the revolutionaries did not honor the condi tions of surrender in which it was stipulated that civilians and the wounded should not be taken prisoner (Sastron, 530). After the victory in Lipa, the Batangueño forces marched on to Tayabas in the northeast. Leading the troops were Eleuterio Marasigan, hero of the siege of Lipa, and Miguel Malvar, who had just returned from Hong Kong and was by far the most able Batangueño commander of the revolution’s first phase. Malvar’s brother-in-Iaw Mables, and Arcadio Laurel, also bed their respective armed groups to the Tayabas front.

The Siege of Tayabas

Sastron regards the defense of Tayabas as one of the most significant events of 1898 La conducta de nuestros defensores de Tayabas fue tan esclarecida igual que aquellos héroes de Baler (The conduct of our defenders of Tayabas was as illustrious as that of the heroes of Baler) (Sas tron, 534) Much praise is heaped upon the Gobernador Civil and Jefe Mili tar, D. Joaquín Pacheco y Yang uas, who concentrated 443 men in the capi tal, fortified it, and held out for many weeks against a revolutionary torce that reached 15,000 men.

— 288 — From the Filipino point of view, as well, the siege of Tayabas was highly important: it enabled the revolution’s military forces to develop its capabili ties and evoive into an organized army in southern Tagalog. Many groups of armed men and their leaders gathered together in Tayabas with the sale purpose of overwheiming the Spanish defenders, who symbolized the oid order (several Franciscan frailes were among the defenders). These local chiefs carne from the ranks of the ilustrados, principales, fanáticos and even ladrones. Those who had not done so befare would now have lo prove themseives worthy of being jefes revolucionarios. They wouid have to foliow orders from the military hierarchy. From their ranks would emerge the officers of the Battalion Banahaw. Basic concepts of warfare would also be taught to the soidiers during the 56 days of the siege. The defense of the cabecera of Tayabas was a purely Spanish affair because the inhabitants had abandoned the place compieteiy. And among the native soldiers who formed part of the Tayabas detachrnent, 43 deser ted to the ejército revolucionario during the time of the siege. Five Spa niards (peninsulares) also went over to the revoiutionaries, enticed by the native deserters and having been promised positions in Aguinaido’s army if they carne with their firearms (Ría-Baja, 300). Comandante Pacheco, undaunted by alI this, fortified the convento, ermita, tribunal, Gobierno civil and carrera publica. He destroyed the rest of the población because of the impossibiiity of extending the zone of defense. Within the defense perimi ter he gathered up rice and cattle that he could get hoid of. Sastron notes admiringiy that Pacheco foilowed ail the rules for defending a position. June 8 is ciaimed by Ría-Baja as the first day of the defense of Tayabas when the revoiutionary forces attacked the buildings of the cárcel and Gobierno Civil which were iess secure than the convento. But the Spaniards defended those buildings so fiercely that the attackers abandoned their efforts. Henceforth, day after day, there were fights of greater or iess importance. Pacheco was forced to construct covered or hidden passages which connected the buil dings in which the Spanish forces were scattered, so that they could heip each other without danger from enerny buiiets (Ría-Baja, 295). Sastron, on the other hand, dates the start of hostiiities on June 20, when a force of 300 weli-armed insurrectos aided by the inhabitants of the barrio of Muntingbayan, stormed the Spanish positions. Pacheco personaily ied a bayonet counterattack which dispersed the attackers. But hundreds more insurrectos divided into two groups mounted a fresh attack on the pobia cian on the 22nd. Again they were repuised (Sastron, 534-5).

— 289 — On June 24, an augmented revolutionary force stormed through ah the stre ets and avenues of the cabecera, completehy encircling it. They set up four pieces of artillery and thus formally began the siege of Tayabas. At this point, the Filipino forces were commanded by Eleuterio Marasigan and Melecio Bolailos. The following battle orders Bolailos issued on June 26 gives us an insight into the tactics used by the Filipino besiegers:

lnstructions Kung magkaroon ng labanan ito maquiquilala kung sa Konvento ay may bandera española ay ganito ang gagau-in: 1.0 Mag-aantay ng putok ng kañon na itatayo sa bandang Ylaya ng Mon ting bayan. 2.° Pagkaputok ng kañon ay gaganti ng isang Bombaso ang nasa Ybaba ng Monting bayan susunod ang nasa Camposantong luma bago ang nasa Compañia sa loob ng bayan ng Tayabas, at saka susunod ang nasa bahay ni Juez na Silvestre Sandoval, at kung may lugar ay pupu tok din ang nasa daang Lukban.

3•0 Pagnakaraan ang dalauang minuto na makaputok ang katapusang puesto ay sabay sabay mag rarapido na pipilitin ang lahat ng bala ay pumasok sa Konvento at sa loob ng Simbahan; ngunit, kung may mapupurohang Kastila ay isiguro ang punteria. 40 Pagkaraan ng limang minutong putukan ay ang gagau-in ay ito: aataki ang nasa bahay ni Pedro Orias, at samantalang ito, naputok ay magti tibay ng trinchera ang kolumna ni Kapitang Esteban sa Taysan. Pag katapos ay ito naman ang puputok at aataqui ito ay ang kolumna ni General Mariano Castillo ay aabance at hahanap ng mabuting lugar upang magkaroon ng efecto ang kaniangfuego. 5.° Ang lahat ng puno sa Kolumna ay magbibigay parte ng anomang novedad tuwing kalahating horas samantalang nagpuputukan. 6.° Y ultimo, Gayon mang kadalas ang putukan ay dapat ninyong tanda ang na ang ating acción ay sitiar samacatuid ay cubkubin lamang at huwag aabance ng hindi siguro. lngatan ng Dios tayong lahat ng mahabang panahon, Cuartel General sa Malaoua, 26 ng Junio ng 1898, Bolailos (PIR SD 974.14, Box 33, folder 974). The aboye document, in Tagalog, shows us the extent to which the move ments of the various groups of combatants were coordinated. Note that alt hough there is mention of «columnas», suggesting a military organization, the fact is that the names of the leaders of such columns Mariano Castillo,

— 290 — Captain Esteban-are more important. The Spaniards in the convento, church and other fortitied places, flying their flag, provide a Central focus tor the activities of the various groups of armed men, a «them» against which «we» soldiers can establish an identity as Filipinos, rather than merely followers of Castillo, Esteban, etc. We note, also, the use of cannon and dynamite explosives in addition to rifles. The final order is interesting: it reminds the soldiers that despite alI the shooting, bombing and cannona des, the aim of the operations is to sitiar, to closely surround and beseige the enemy, rather than to wantonly advance against them. The inculcation of selt-discipline and the coordination of armed groups appear to be the focus of Bolailos’ orders. The Spanish chroniclers agree that the first serious assault by the revolu tionaries did not take place until July 17. Perhaps this is because General Malvar did not arrive to take overall command of the operations until July 2. And before Malvar unleashed more assaults from his forces he sent the Spaniards an ultimatum to surrender. This, however, was not answered. On July 5, he reported to Aguinaldo that the Filipino torces were so close to the Spanish-defended buildings that the enemy could not go downstairs or even stick their necks out trom their hiding places. He was awaiting a Krupp cannon used in the siege of Lipa that G. Aniceto Oruga was transporting to Tayabas (Malvar to Aguinaldo, 5 July 1898, PIR- P3). By July 17, Malvar’s preparations were ready and the Krupp had arrived. The revolutionaries had constructed trenches, made from parts of disman tled houses, in front of the cárcel building and now proceeded to bombard it. When the walls were breached, a «bloody combat» ensued. The detenders would have succumbed had not the primer teniente D. Carmelo Pérez (foliowing Pacheco’s orders) at 2 pm moved out with his forty men and set upon the Filipino trenches on both tlanks. After some bitter fighting, the trenches were captured, including three revolutionary flags, a canon, and eleven rifles abandoned in flight. But the revolutionaries soon returned and tried to surprise the Spaniards who had captured the trenches. Their considerable numbers could have overwhelmed the Spaniards had not the Comandante emerged from the Gobierno civil building and counter-attac ked, causing numerous casualties (52 killed) among the besiegers. Only two losses were incurred on the Spanish side, but Comandante Pacheco was seriously wounded (Ría-Baja, 295-6; Sastron, 535). August 10 saw another significant battle: the Filipinos returned to attack the cárcel, again breaching the walls with canon fire. This time they were bold

— 291 — enough to use bamboo ladders (escaleras) to scale the walis. The cárcel, however, was «brillantly defended» by the captain of the Guardia Civil O. Constantino Pérez, although he was wounded. As days passed the revolutionary army continued to grow as contingents from other towns in the region arrived to join the fray. In the meantime the Spanish defenders began to weaken through hunger and sickness. Their supplies of medicine and ammunition began to dwindle. After the August 10 attack Pacheco received three messages inviting him to surrender because it would not be possible to definitively resist the attacks of the revolutiona ries, who would force the capitulation of Tayabas por hambre, by cutting off food supplies. Still Pacheco refused to surrender. He had ah the animais, even horses, kihled for food. But the meat soon ran out, and there was not hing lefi to eat except rice cooked without salt, two handfuls per day. Finally, for humane reasons the defenders decided to surrender. They sent the secretario señor Sainz de Robles to the revolutionary camp to negotiate an unqualified but honorable surrender on August 16. (Ría-Baja, 298; Sas tron, 535). The surrendering Spaniards were treated with dignity by the revolutionaries. They were allowed to march out of their positions carrying their firearms (Sastron, 536). The day before the surrender, Malvar circula ted an order to the troops concerning their treatment of the Spaniards: don’t leave your positions in the une. Treat the Spaniards decently, don’t make fun of them: «Ang mga castila ay tatratohing maigui, huag bibiroin ni tatangcain ng tankang gahasa at lubos na ipaquiquilala ang mga pagmamahal sa canila upang maipaquilala nating lahat na catagalugan na magagan dang loob tayong lahat sa mga caauay na itoy carangalan at bihis ng ating mga catapangan at bisang higaya ng pagcalalaqui. Ang magcu lang sa cautusang ito ay magcacamit ng dusa na ilalapat ng capang yarihan ipinagcaloob sa aquin ng nasabing Mag na Gral nitong ope raciones. » The Spaniards should be treated wehl, not made fun of, and not be the object of violent acts. Instead we should show our affection for them, so that we Tagalogs ah can show that we have a good heart (inner being) towards the enemy; this being the distinguishing mark of our bravery and the happy effects of manhood. Those failing to follow this order will be punished in accordance with the authority vested in me by the most honorable General of these operations (Castillo to Kapihi, l5Aug. 1898, PIR rohl 236 frame 335).

— 292 — In Maivar’s speech praising his soldiers for the valor they showed in the capture of Tayabas, he added that «the heroism of its defenders was admi red by the revolutionary army» (el heroísmo de sus defensores era la admi ración del ejército revolucionario) (Sastron, 536). Malvar’s behavior towards the surrendering Spaniards reflects his adherence to Aguinaldo’s July 30 decree concerning the Army, in Article 18 of which is stated. The commanding officer shall aboye ah things see to it that the honor of the Filipino army is raised to a high standard. Great courtesy and cordiahity toward peaceful and reputable citizens, great generosity toward the van quished, and great discipline and respect for the haw, constitute the duties of honor of any army, in whose history courage and heroic self-deniat stand outin unfading characters (in Corpuz, 301). After the surrender, the Spaniards discovered that the besieging forces had numbered sorne 15,000 men, arrned with 7,500 Mauser y Remington rifles. The Jefes said that they had fired 500,000 cartridges of various calibers, and consumed seventeen cases of gunpowder. They had used 17 dyna mite bombs, sorne of which had caused self-infhicting casualties because of their crude manufacture. They had been made by an artillery sargeant in the Spanisharmy who had deserted to the revohutionaries (Ría-Baja, 300). The significance of these facts is that it reveals the concentration of rnen, guns, munitions and chiefs in the cabecera of Tayabas during the siege. The next logical step for the top leaders was to turn these ingredients into a proper army.

The Batahlon Banahaw

Aguinaldo’s July 30 decree shows that despite his and his fellow generals’ desire to forge their fighting force into a regular army, the «Liberating Army» could never be a militaristic institution. The captains, hieutenants, serge ants, and corporais were supposed to be elected by the troops. According to Corpuz, the arrny «could never have a life apart from that of the people and the pueblos». Aguinaldo, for example, ordered that troops should be given leave for thern to return home to tend their crops (Corpuz, 302). In what other ways did the army have an existence that harmonized with the society at harge? According to the Arnerican scholar Ghenn May, in the organization of the southern Tagalog revolutionary army Malvar was allowed by Aguinaldo’s decrees to choose his own corps of officers. These appointments, nevert —293— heless, had to be confirmed by the Secretary of War. So most of Maivar’s top officers were local capitanes and wealthy patrons who became Mal var’s fellow revolutionaries in the sieges of Lipa, Batangas, Tayabas and other places. Thus Santiago Rillo, Arcadio Laurel (Talisay), Nicolás Gonzá lez (Tanauan), Melecio Bolailos (Rosario), Gregorio Catigbac (Lipa) and Cipriano López (Balayan) received appointments as Lieutenant Colonels (May, 76). May further posits that what mattered even more than revolutionary cre dentials, elite status and their background in bandit suppression, was these officers’s personal relationship to Malvar. A dozen or so of them were his classmates in the secondary school run by maestro Malabanan in Tanauan. Others were his compadres, debtors, friends, etc. In other words, Malvar’s officer corps-in the absence of military schools and a tradition of a standing army-was nothing but his personal clientele, «responsible to and dependent on him alone». This made for a deeply flawed situation, a collection of «private armies» whose warlord lea ders were beholden o Malvar alone (May, 77). One problem with May’s view is that it puts the southern Tagalog army of Malvar in the category of the «primitive» or «pre-modem» dominated by personalistic rather than rational, institutional ties. lmplicity, May posits the opposite of the Filipino army, namely the U.S. army which clashed with the Filipino forces beginning in 1899. May can thus explain the Filipino deteat in terms of lack, failure, and internal problems, rather than the obvious superiority of north American military might. Perhaps a close examination of the formation of one of Malvar’s military units can clarify or dispel some of May’s contentions about the nature of the Filipino army. Not long after the concentration of weapons and men after the Spanish defeat at Tayabas, the provincial forces were organized into the Battalion Banahaw, composed of six companies and a general staff. There are sorne details about the officer corps that should perhaps be noted: Malvar’s personal hold over the Battalion is evidenced in his phar macist brother-in-law Eustacio Mables’ appointment as Cobonel and over alI Jefe. But granted that kinship was important, the Battalion’s records refer repeatedly to Mables’ participation in armed combat, from the «first revolution» (1897) in which he played a crucial role in the liberation of Lipa, to his position as interim Jefe in the successful assault on the Tayabas garrison in 1898.

— 294 — Next in the line-up of the Battalion was Lt. Col. Buenaventura Dimaguila, 28, a native of Liliw, Laguna, and a «proprietario» by profession. Then come two Majors: Mariano Castillo, 32, of San Juan, Batangas, another proprietario; and Antonino Magsino, 35, of Unisan, Tayabas, also a pro prietario. Age, obviously, was not much of a factor at this level. But the «oId school tie» posited by May cannot be determined here. The most we can say is that these officers were all experienced in combat, knew Malvar per sonaily, and that their towns of origin represented the western, northern, southern and eastern sectors, respectively, of the Battalion’s domain. The 21 other officers from Captain down to 2nd lieutenant ranged in age from 22 to 35, with 27 being about the mean. The provinces of Laguna, Batan gas, and Tayabas were about equally represented. Aside from a Notario y Profesor and a Pro fessor y Agronómo assigned as aides to the top brass, and two Maestros at the Company level,. the rest are described as «pro prietario». One thing about all these officers is that they had ah tasted war, most having met each other in the siege of Tayabas. Out of their fairly comforta ble pasts as landowners and professionals they were now becoming «mili tar» and in 1899 and 1900 would face the real test of confronting vastly superior U.S. forces or, even more severe, playing a waiting game in the malaria-infested foothills of Mt. Banahaw. On December 13, 1898, the newly installed officers of the Battalion Banahaw recited an oath, in Taga log, to defend to their last breath the flag that symbolized the independence (kasarinlan) of the land of their birth. They swore to live up to the ideals of being a military officer (paga Militar) with a «fulI loob,» and to work for the redemption of the honor (pagbabangong puri) of their country. The lan guage of the oath cannot be treated hightly. The act of swearing before God and country cannot be subordinated to matters of self or factional inte rest in explaining the behavior of this ehite, as Glen May is wont to do. Their eventual surrender came at different phases of the war and one must first look for the pain and the suffering before concluding that U.S. promises lured thern out of the hills. Captain Victor Alfonso’s bride of one month was beginning to be familiar with that «fanatical» devotion to paga Militar which she was up against when she wrote to her beloved dueño. Even though 1 realize that it is very far from your heart (loob) to come into the town (and join me here), because of your genuine and wholehearted sacrifice for the Motherland; nevertheless, my dueño, isn’t your slight body begging for a little bit of rest? Get sorne proper medical attention so that there won’t be a relapse, and as long as you aren’t getting well don’t move —295— about too much and too fast... That’s why if you have true love for me, lis ten to my words; take them seriously, for your well being, so that in turn will not be so deeply worried, Yes, yes, 1 do know, my master, that you are in the service, and that is the life of a militar.

An Ilustrado Jefe: Norberto Mayo

One young man who took the life of a militar seriously was Norberto Mayo y Atienza, who was 25 years oid when the Battalion Banahaw was organi zed in October 1898. He is described as being of medium height and ordi nary compiexion, with a face unmarked by scars, and wearing the smali moustache and parted hair that seems to have been the tashion among the educated or upper ciass youth of his time. Mayo’s background is consistent with the general picture of lBth century Phiiippine elites. He was a mestizo, and an unusuai one al that. His great grandfather, apparently, was a former British cavairy 0ff icer who married a Batangueña named Michaela and set tied in Lipa. Presumably, the famiiy made its fortune in coifee production. Norberto Mayo was in a position to acquire an education, and thus he attended the Colegio de «San Juan de Letrán». He is described as «quite accomplished for a Filipino» and con instrucción, abie to speak and write in both Tagaiog and Spanish. Originaily from Lipa, Mayo carne to live in Tiaong at the age of 10, or around 1883. This is not surprising, for the rolling and stiil extensively woo ded terrain around Tiaong was Lipa’s «frontier» in the late l9th century. Was it the severe cholera epidemic of 1882-3 that drove his family to erni grate? Despite his origins (I reaily belonged in Lipa», he says), Mayo loo ked on Tiaong as his hometown. His brothers and sisters alI lived there: Epifanio settied in sitio Mangahan, and Luis in barrio Bula; both provided refuge for Norberto and his armed force al various times. Martin was the town Maestro (schoolteacher) and was eiected municipai counciior in 1901; naturally, he lived in the poblacion and was Norberto’s immediate contact in the municipal government. Sisters Michaela (mother of the famed natio nalist politician Claro Mayo Recto) and Amanda also lived in the poblacion and received ietters quite often from their brother in the field. Mayo apparentiy tirst joined the revoiution in 1897, but nothing is known about this phase of his career. In 1898, upon the return of Malvar from Hong Kong, he and Epitacio Martínez, led by the juez de paz Ladislao Masangcay, took care of whatever Spanish authority was left in Tiaong, and

— 296 — then went off to participate ¡n siege of the cabecera of Tayabas. «1 was only considered as a soldier at that time», he says of his career prior to the Spa nish surrender in August, 1898. Malvar remembered Mayo and Martínez participating in the Tayabas siege. In recognition of the young Mayo’s role in the fighting, and as a sign of his increasing confidence in him, Malvar appointed Mayo one of his cornmissioners in late 1898 to collect firearms. The significance of this will be discussed later. Mayo’s farnily background and education, ie. His. «ilustrado-ness» did not make him any less a figh ting man, and all these contributed to his steady rise in the ranks. Mayo appears in the first roster of the Battalion Banahaw (published in October) as a lst Lieutenant (Lt.) and Adjutant of the 2nd Company (Co.) commanded by Captain Víctor Alfonso. Mayo and Alfonso were neither townrnates nor «provincemates’>, and one wonders if it was mere adminis trative fiat that brought thern together. Alfonso, a graduate of the Ateneo Municipal, hailed from Santa Cruz, Laguna, and prior to participating in the siege of Tayabas was the Maestro of the town of Pagsanjan. During the time they served together, Mayo not only respected and obeyed his Cap tain but related to him as a dear friend to another. While in Tiaong recove- ring from a thigh wound he wrote to Alfonso, «the end of my leave of absence is fast approaching, and ever more 1 dream of the time when together we will be sharing... the delights offered by the good ladies of that pueblo» (Sariaya, where the 2nd Co. was based). How, he asks, can one still uve the life of a triar in his convent after having lived in Sariaya? Mayo the junior officer was also the personal emissary, delivering love let ters from and obtaining lanzones fruit for his Captain as well as reporting on his missions to other towns. The chief of the Western Zone, Mariano Castillo, was too distant to be approached directly, although in October 1899 Mayo sent the farnily of «our good Lt. Col. Castillo» sorne lanzones one of those ubiquitous gifts frorn subaltern to superior that signified not only respect for rank but also an expression of utang na loob (inner debt) for sorne act of kindness rendered in the past. Between Castillo and Mayo stood Alfonso. The latter was responsible to superior authority for his junior’s actions. Once, Mayo made a request of his Captain: «It you won’t become too compromised to our Jefe (Castillo)», how about extending my leave so that 1 can fin ish sorne work in the fields, and could you send over my salary for the month? A few lieutenants had direct access to higher aut hority. Hermenegildo Nadres, having carried out an order to gather sorne head of cattle in Candelaria (east of Tiaong), requested from Colonel Malo les leave to allow him to attend to his wite and newborn baby: «Respected

— 297 — sir, would you grant me a few days leave to stay at home, and l will consi der it a great utang na loob to you». Utang na loob? —the solidarity of the officer corps cannot be understood apart from this. In June 1899, two sections of the 2nd Co. under Lt. Mayo were sent toget her with the entire 3rd Co. to participate in Malvar’s defense of the Muntin lupa une against the advancing U.S. forces. In the unsuccessful Filipino attempt to halt tie U.S. drive on the Laguna capital of Calamba, Mayo was wounded in one or both thighs. He was sent to Lipa and Tiaong to recupe rate, not rejoining his Captain until the end of October. Mayo’s battle expe rience, his wounds being the proof of his valor, eventually affected his ran king in the batallion. By the time the U.S. Cavalry invaded Tayabas in mid-January, 1900, both Mayo and Alfonso heid the rank of Captain. Alfonso still had the command because, he says, he was the older of the two. By the end of January, Mayo had left the 2nd Co. to command the 4th Co. in an ambush on the Americans at sitio Taguan, jurisdiction of Tiaong, conducted jointly with the local forces under Masangcay. When the Batallon B anahaw fell apart in early 1900, Mayo returned to Tia ong to command one of its two revolutionary columns, the Columna Inde pendista, which among other tasks was assigned to protect Malvar’s head quarters in the nearby Lipa mountains.

A Non-Ilustrado Jefe: Ladislao Masangcay

Not all of the revolucionarios who liberated the southern Tagalog towns in mid-1 898 went on to join the various sieges of Spanish strongholds. Those who stayed behind to protect the home front against bandits and loyalist elements later formed the corps of local volunteers and the town police force (cuadrilleros) which operated side by side with the Battalion Bana haw. Hence the importance of figures like Ladislao Masangcay, who star ted out as revolutionary mayor of Tiaong in late 1898, defended his town against the U.S. cavalry in 1900, and later headed his own guerrilla army, the Columna Zona Oriental of Tiaong. There is no indication that Masangcay was a mestizo. Masangcay is an oId Tagalog name, which may indicate datu origins. If he owned fairly extensive lands but was not mestizo and did not achieve status through education, chances are that he was of «aristocratic» lineage. He was headman of his barrio before becoming gobernadorcillo (

— 298 — June 1898, Masangcay once again became Jefe Local of Tiaong in an election verified. by General Eleuterio Marasigan. However, after interven tion by the Republican government at Malolos, another election was held in August in the presence of a special Commissioner, Manuel Argüelles. Malolos had been flooded with complaints of incompetence, factional strife and a lack of commitment to independence on the part of elected officials. He now insisted on strict conformance to article 2 of Aguinaldo’s decree of June 18: elected officials should be men of «learning (ilustración), social standing, honorable conduct, devotion to independence.» Masangcay won again, by a smaller margin. Apparently his lack of ilustración was an incre asing liability in the new order, just as it had been for the founder of the Katipunan Andrés Bonifacio. It isstriking that Masangcay could neither write nor speak Spanish. In fact, alI of his correspondence and communications, in both his civil and military careers, was handied by a secretary, Gabino Quizon (also from an «origi nal family» of barrio Pury). Masangcay may not have known Spanish, but he was a prof icient Tagalog speaker and writer and probably used this faci lity in the crucial matter of sustaining the morale of his men. In the eyes of sorne educated Filipinos, Masangcay was not a legitimate military ofticer. Ateneo-educated and former Captain of Engineers Honorio Lanuza, for exarnple, regarded Masangcay as «a colonel of tulisans and not of insurgents» When Lanuza was chided for looking down on Masang cay, he simply replied, «1 am more instructed than he is». To the ilustrados, learning brought with it the right to influence or lead the rest of society. Age and military rank (which Masangcay had), to a person like Lanuza could be more than matched by a university degree. But he was speaking after the war, after his own humiliation at the hands of the insurrectos for his lack of commitment to his revolutionary assignments. Masangcay, on the other hand, had the talents required in a time of wartare. He lacked instrucción, but he had wealth, the prestige of being capitán (gobernadorcillo), valor, and a commitment to his revolutionary oath. The title capitán in the nineteenth century could also mean «ringleader of a band of robbers». We spoke of personal qualities such as valor and cou rage, essential to the success of a military leader. In the early stages of the republican period, there were many with wealth and education who com manded troops, but only a few like Norberto Mayo survived the trials of the American invasion in 1900-1901. Perhaps class interests led to the capitu Iations of 1900. But the language of the exchanges between the pro-Ame- —299---- rican Federalistas and los jefes insurrectos suggests the importance of courage and a strongwilI, which the ilustrados had no exálusive right to. Masangcay’s career is consistent on the subject of his daring and defiance. There are several stories of Masangcay’s defiance of the Spanish lieute nant of the Guardia Civil in Tiaong, details of which need not be detailed he re. An aspect which is sometimes overlooked in discussions of local official dom is the opportunity Captains had of controlling an armed force. Tiaong was situated in the midst of tulisan or «bandit» territory, the scene of ani mal stealing and murders. Indeed, descriptions of this part of southwestern Luzon rarely fail to mention its endemic crime problem. Around 1878, Alva rez Guerra reported an unusual situation there: «the criminality of Tiaong has produced a disconsolate outcome: thirty three criminal cases [this year] have been registered in court». The reasons for this are best treated in a separate study. To cope with the situation, Tiaong in 1878 had a force of 39 cuadrilleros in addition to a garrison of the Guardia Civil commanded by a lieutenant. The cuadrilleros, the precursor of the barrio patrols and «ron das», were native-led. ln 1890, Captain Masangcay was in charge of the cuadrilleros when he chal lenged the lieutenant of the Guardia, At most his men were armed with a couple of primitive arquebuses, but the experience of leading an armed unit would prove valuable in later years. Masangcay, in fact, would later transform the local police torce into the core of his guerrilla column. Even more signiticant is that the propertied class, particularly those who raised cattle and horses, were dependent on men like him for protection against tulisanes. Captain Masangcay could deal with tulisan chiefs on their own terms. The description of him manhandling the Spanish lieutenant, and later dodging the bullets of the Guardias, is a virtual repetition of the many stories of daring tulisan chiefs with their magical amulets. The Jefes Insu rrectos simply took over on two counts: by protecting the propertied class through their intimidating posture or incorporation of «lawless elements» into the revolutionary ranks; and by appropriating the tradition of personal valor and «inner» power represented in Masangcay and his tulisan/iadron counterparts. May has noted Malvar’s ability to incorporate so-called tulisanes and tana ticos into his army. An example is Aniceto Oruga, from Tanauan, who was well-educated at the Colegio de «San Juan de Letrán», but had gallen into trouble with the authorities and become a ladron. He was captured and

— 300 — sentenced to 20 years in prison forrobbery and cattle rustling, but in early 1897 he escaped with 25 other prisoners and soon afterwards appeared as the commander of a column in Malvar’s forces (p. 63). It was common for revolutionary commanders to forge alliance with bandit chiefs, many of whom were not really criminal elements but had merely fled from the town centers due lo conf licts with the parish priests or guardia Masangcay’s career as a civil official lasted barely a year and a half. Qn the night of January 15, 1900, the U.S. drive into Tayabas met its first obstacle in Tiaong. According to the diary of the Battalion Banahaw, «the police force and Fuerzas Perseguidores (Pursuit Forces) of Tiaong engaged the U.S. Cavalry composed of more than 100 men». The next morning, as the Ca-valry crossed Quipot bridge on the way to Rosario, «they were ambus hed by the same Tiaong police and Perseguidores». Qn the 2Oth, the rear guard of another force of around 800 U.S. Cavalry «was attacked by the Police and Perseguidores of Tiaong». It is hard to find an adjective for such hit-and-run fights (there were several more). Masangcay and his policemen had ónly 16 guns, and the Persegui dores under Esteban Hernández could count for not many more. But they were giving the Americans a rún for their money, and attracting followers in the process. In the succeeding weeks and months, as the regular Batallón Banahaw disintegrated, more guns and men would come under Masang cay’s wing. By March, he’ would be a fuli- fledged Jefe Insurrecto with the rank of Major.

Morale: The Jefes as Exemplars of Selflessness

In trying to understand why Filipino soldiers joined the siege of Spanish strongholds and later the resistance to U.S. occupation, it is not enough to allude to patron-cliént ties, as Glenn May does. In particular, we want to understand why the revolutionary armies held out so long despite a string of defeats at the hands of the Americans. The ritual transcript must be taken seriously. From the very inception of the war, the Republican govern ment and many ofticers with literary talent produced a stream of speeches, Ietters, manifestos and the like which trarisposed real events and figures to another key, one in which resistance and the possibility of death made sense. America, tor instance, wasn’t just depicted as an imperial power. In early manifestos, America was seen as a redeemer helping free the Philippines —301— from Spain. But apparently the «inner being» (loob) of this friendly power could not resist temptation. Her desire to take the Philippines was interpre ted in public proclamations as the insidious triumph of greed over honour and brotherly compassion. Just betore the outbreak of the war with the Americans the newspaper Ang Kaibigan ang Bayan, published in the repu blican capital at Barasoain, Malolos, explained the imminent threat of war in such terms: «Ang casaquiman: ltoy isang masamang hangad nang puso na nag dudulot sa tauo nang sarisaring casaman. Pag ito ang naghari sa loob nang tauo ay mauaualang agad sa ating dibdib ang mga banal na nasa; mauauala ang pag ibig puno at mula nang dilang caga lingan; lilisanin ang mga caibigan; lalagutin ang mahihigpit na taU nang pagcacamaganac at hahacbangang lahat cahit mahalagang bagay... » (Greed: this is an evil tendency of the heart that leads man to various wrongdoings. If Greed is allowed to triumph in the inner being [loob] of man, virtuous intentions will quickly disappear from our hearts; that love from which all good things spring will vanish; friends will be abandoned; the tight cords of kinship will be severed and everything, even the most sacred matters, will be trampled upon...) Then follows a summary of Spain’s descent into greed in the course of her rule and, in particular, the friars’ repudiation of the true faith through their rapacity. The end result was a fracturing of’ the relationship with Spain, the rise of contending parties leading to armed conflict and total separation. The same pattern is being replicated as war with America looms: «Ito rin namang casaquiman ang siyang naguiguing tanglau nang America sa caniyang paglacad, at caya marahil ay magbubo siya nang maraming dugo nang caniyang mga anac pag di pinatay ang caniyang tanglau. Malasin mo America ang nangyari sa Espana, sala mmm mo ang caniyang quinaratnan at ito ang aabutin mo, pag pina

yagang umusbong sa iyo ang casaquiman.. .» (This very same greed is becoming America’s guiding light in her recent actions, and if this lamp of greed is not extinguished her children will be shedding a lot of blood. America, look at what happened to Spain, imagine what has happened to her and this will be your very same tate if you allow greed to multiply further...). If Americans are seen to be motivated by greed in pursuing the war, Filipi nos who resist the better-armed enemy are seen are as having an inner

— 302 — being (loob) dedicated to caring for the suffering mother country and pro moting love and sharing among her children. This self-perception is what the string of manifestos encouraged. Leaders like Malvar, Masangcay and Mayo —or any successful military chief for that matter— were known for having a whole (bu’o) inner being, selfless, humble, and thus able to endure hardship, as well as inspire others. In order to keep up the morale of the soldiers, officers regularly reminded them that the war was a kind of moral event, a sacred mission, in which leaders were helpless without the active outpou ring of the inner being of each cornmon soldier. In his famous manif esto of April 12, 1901 General Malvar likens himself to a pilgrim-beg gar, a familiar Christ-figure, who hopes for the generosity of others: «Natantu co ang aquing di carapatan caya nga nararamdaman cong culang aco sa lacas sa pagtupad nitong mahirap na catunculan na minamatamis cong isalin sa iba, cungdi sa pag-asa sa tulong ninyong lahat, sapagca’t cung uala ¡to, ay ang magagaua co ay hindi lalampas sa magagaua ng cahuli-hulihang sundalo. Dito sa mahirap na calala gayan ay gagauin co ang inuugali ng isang magpapalimos na masqui may saquit ay lumalacad, hangang catapusan.» (1 am aware of my unworthiness, that’s why 1 feel that 1 lack the strength to assurne this difficult post, which 1 would willingly hand over to others, it not for the help that 1 hope to receive from you ah, because without it, 1 can accomphish no more than the lowliest soldier. In these difficult straits, 1 will take the attitude of a beggar who, in spite of ihlness, walks on until the end). Maivar’s proclamationS continuahly stressed the need for inner resolve. It isn’t money that counts, nor superiority in weaponry, nor the bright ideas of the educated gentry, he often reminded his army. In his final order of November 11, 1901 in response to the enemy’s new scorched-earth policy, Malvar enumerates sorne of his army’s successes in battle, despite the great odds against it, particularly the Americans’ superiority in num bers and firepower, then reminds his soldiers of where the army’s real strength lies: uala sa rnga marurunong uala sa caramihan ng gastosin ng Gobierno at uala rinaman sa maraming bilang ng baril ang ipagtata gumpay natin at icatotoclas ng ninanasang Kalayaan condi sa buhay namang pag asa natin sa isang Dios na catuid tuiran at pagcacaisa nating magcacapatid at sa tulong ng ating Patron ng Hocbo na si señor José at ano ang pasimula naman ng ating pagcabangon han gan sa mapalayas natin ang mga Castila...»

— 303 — (... Our victory, and our attainment of the Liberty we hope for, will be accom plished not through the efforts of the educated men, not through heavy Government expenditures, not through large numbers of guns, but through our fervent hope in our most righteous God, in our unity as brothers and sisters, and through the help of the Patrón of our Army —for what else made us rise up in the first place and eventually cast off the Spaniards?...). And so, continues Malvar, the soldiers should take advantage of their vic tories and the demoralization of the enemy and, with faith in God and in the Patron of the Army, attack American garrisons on the 7th or 8th of the coming month (December 1901). Faith, inner strength, morale these are doubly important because of the lack of guns and ammunition; Malvar, in fact, calls for the use of any weapon at hand, including bows-and-arrows and oid arquebuses.

Conclusion

Did the events of 1898 truly lead to the birth of a Filipino national army? Scholars like O. D. Corpuz (1989) and Luis Dery (1995) say «yes’>, alluding to the stream of circulars and decrees from Aguinaldo’s government con cerning the organization of the army, the founding of a military academy, the victories against Spanish stronghoids, and even the dispatch of expe ditions to «organize» the Visayas and Mindanao. Others like Glenn May, however, claim to have iooked beneath the surtace and recognized not a national army but a myriad of «private armies» whose chiefs were perso naily behoiden to regional «warlords». The events narrated in this paper can be read in both ways. However, per haps it is selfdefeating to work within the paradigm of the national versus the local, the institutional versus the personal, and the public versus the pri vate. There can be no doubt that in 1898 an army took shape in southern Tagalog under the leadership of General Miguel Malvar. It was an army born out of wartare and a great loss of lives, and it straddled at least three regimes Spanish, Filipino and American. Rather than seek to know the nature or essence of this army, or what it reallywas, we can instead try to understand how those who played a role in it, as officers or foot soldiers, perceived the meaning of their actions. This paper has only sketched the outlines of the birth of the southern Tagalog army; there are many more bio graphies out there, more documents out there particularly in the vernacu lar, thai can give flesh to the story.

— 304 — Sources

A. Document Collections Archivo Franciscano Ibero-Oriental, Madrid. This collection includes letters from the Franciscan curas in southern Tagalog (mainly Tayabas and Laguna) about the situation in 1896-98. Philippine Revolutionary Papers (PRP) [or Philippine lnsurgent Records, PIAl, The National Library, Manila. These are cited by box numbér and folder, in addition to folio number. A microfilm set also exists, and documents are cited by their reel number in addition to folio number. The records of the Batallon Banahaw, battle orders, and correspondence among the jefes revolucionarios are found among these papers. U.S. National Archives, Washington DC, Record Groups 94 arid 395. These include reports of the U.S. garrisons in southern Tagalog, intelligence records, and testimonies of former revolutionary chiefs. Lleto/1 7

8. Published Works CORPUZ, O. D. The Roots of the Filipino Nation, vol. 11. Aklahi Foundation. Quezon City, 1989. DERY, L.C. The Army of the First Philippine Republic, and Other Historical Essays. De la Salle University Press. Manila, 1995. LLETO, A. C. Pasyon and Revolution; Popular Movements in the Philippines, 1840-1910. Ateneo University. Quezon City, 1979 y 1997. «Toward a Local History of the Philippine-American War: The Case of Tiaong, Tayabas (Quezon) Province, 1901-02». The Journal of Histoiy (Philippine National Historical Society) 27, nos. 1-2. 1982. «Rural Life in a time of Revolution», in Lorna Kalaw-Tirol (ed.), The World of 1896. Ateneo University Press. Quezon City, 1998. MAY, G. A. Battle for Batangas. Yate University. New Haven, 1993. QuIRINO, C. Filipinos at War. Vera-Reyes. Manila, 1981. RÍA-BAJA, C. El desastre filipino; memorias de un prisionero. Barcelona, 1899. SAsTRÓN, M. La insurrección en Filipinas guerra hispano-americana en el Archipiélago, 1896-1899. Madrid, 1901.

— 305 — LAS OPERACIONES EN LUZÓN. ASEDIO Y DEFENSA DE MANILA. MAYO-AGOSTO 1898

ILMO. SR. DON JESÚS DÁvILA WESOLOVSKY Coronel de Infantería DEM. LAS OPERACIONES EN LUZÓN. ASEDIO Y DEFENSA DE MANILA. MAYO-AGOSTO 1898

Del conjunto de acciones militares desarrolladas en el Archipiélago filipino desde el 1 de mayo de 1898 hasta la culminación de la epopeya de «Baler» las que tuvieron lugar como consecuencia del asedio y defensa de Manila fueron las únicas en las que el Ejército español tuvo que hacer frente a la acción conjunta de las fuerzas norteamericanas e insurrectos filipinos con el bloqueo y cerco de una plaza amenazada por mar y tierra.

Descripción militar de la plaza

Fundada en el año 1571, Manila sufre su primera amenaza tres años des pués con el desembarco del chino Limahong al frente de 4.000 soldados en una playa del sur de la bahía y su marcha sobre la capital, maniobra que se repetirá en posteriores invasiones chinas, inglesas y norteamericanas. Tras este primer susto hay que fortificarse rápidamente y en dos meses se construye una cerca de troncos alrededor del recinto trazado por Legazpi y se pide al virrey de México el envío de carpinteros, fundidores de artille ría y maestros ingenieros para obras de fortificación que emprenderá par cialmente el gobernador iniciando la construcción de una fortaleza diseñada por el jesuita P. Antonio Sedeño para cerrar las pene traciones por las playas del Sur, y de otro fuerte que será conocido como la Real Fuerza de Santiago en el extremo sur de la orilla del río Pasig. En el año 1590 el gobernador Dasmariñas trae consigo la orden de dar a Manila un carácter puramente militar, lo que hizo con tal celo y aliento que

— 309 — al año siguiente escribió al Rey que la muralla de piedra iba muy adelan tada y le ocupa mucho tiempo expresando la necesidad de construir la Real Fuerza de Santiago más sólidamente pues el mar y el río están des gastando la punta donde aquella se asienta (1). En sus tres años de gobierno dejó la obra casi terminada y en 1594 Manila ya disponía de murallas que se describen así: «Está toda la ciudad cercada de murallas, ancha más de dos varas y media y en parte más de tres con cubos y traveses estrechos, tiene una fortaleza de sillería en la punta que guarda la barra del río, con un rebellín junto al agua, que tiene algunas piezas gruesas de artille ría que juegan al mar y al río y otras en lo alto para defensa de la barra, y un almacén de pólvoras muy guardado; su plaza dentro con pozo copioso de agua dulce, alojamiento de soldados y artillería y casa del alcaide» (2). En el año 1603 ante la sublevación de la población china se aceleró la construcción de unos baluartes en la Real Fuerza de Santiago y pese a la oposición del cabildo catedralicio para quien las fortificaciones no ser vían más que para gastar dinero se construye un foso alrededor de la muralla, desde el río a la mar. Y así en un plano del año 1671 se puede observar como toda la muralla de piedra está completa y existe una qúin cena de baluartes, mientras el agua (mar, foso o río) rodea a la muralla en su totalidad. Cuando en el año 1762 el Pacto de Familia enfrenta a España con Ingla terra aparece en la bahía de Manila una flota inglesa de 13 navíos de gue rra con cerca de 7.000 hombres embarcados. Manila guarnecida por los 500 soldados del Regimiento del Reyy 80 artilleros indígenas se enfrenta a una amenaza tan grave como la de Limahong. Los ingleses desembar can al sur de la ciudad el día 23 de septiembre sin que las baterías de San Diego y San Andrés apenas les causen daños pues durante siglos las autoridades militares no habían logrado tener sus campos de tiro limpios de obstáculos que protegiesen un avance enemigo. Con la captura de la plaza por los ingleses tras un sitio de 12 días de dura ción se pudo comprobar que pese a sus fortificaciones no había podido resistir el ataque por tierra de un enemigo desembarcado apoyado por una

(1) ORTIZ DE ARMENGOL, P. Manila Intramuros, p. 38. (2) ORTIZ DE ARMENGOL, P. Opus citada, p. 40.

— 310 — artillería naval pero que bastó que unos hombres escogidos se internasen en el país y pudiesen bloquear fácilmente la ciudad para limitar a ella las conquistas de un invasor. Después de su recuperación la plaza de Manila fue restaurada dedicán dose en el periodo de don José Basco como gobernador general gran atención a la mejora de sus fortificaciones que serán levantadas según la traza de Vauban constituyendo un recinto de cinco frentes abaluartados. El primero corresponde a la margen izquierda del río Pasig donde si guiendo su borde surge una cortina entre dos baluartes elevados en sus extremos, el de Herrerías próximo a la desembocadura del río y el de San Gabriel frente al puente de España por donde comunica la ciudad murada con los populosos barrios levantados en la derecha del río, que desem peña el papel de ancho y profundo toso. Los baluartes segundo y tercero que miran a tierra están constituidos por cortinas levantadas respectivamente entre los baluartes de San Gabriel y Dilao el segundo y entre los de Dilao y San Andrés el tercero con las puer tas del Parián en el segundo y de Recoletos en el tercero. El cuarto frente lo forma la cortina que une el baluarte de San Andrés con el de San Diego y al igual que los frentes segundo y tercero está circun dado por un foso precedido de un antefoso donde se abre la Puerta Real. El quinto frente lo constituye el frente del mar formado por una prolongada cortina entre el baluarte de San Diego y la Real Fuerza de Santiago inte rrumpida en su mitad por el baluarte del Plano, encontrándose entre éste y el de San Diego la puerta de Santa Lucía y el rebellín de San Pedro y entre la Real Fuerza de Santiago y el baluarte del Plano, la Puerta del Pos tigo y el rebellín de San Francisco. En el vértice del ángulo que forman los frentes primero y quinto se levanta la Real Fuerza de Santiago que a modo de ciudadela defiende la entrada del río. Como obras destacadas del frente cuarto aparecen la Luneta de Isabel II y la batería del Pastel, así como las del Malecón Sur y la del paseo de la Luneta poco antes del pueblo de la Ermita lo son igualmente del frente del mar. En cuanto al valor militar de estos frentes abaluartados hay que significar que el elevado caserío de materiales fuertes por su más reciente cons trucción que forman en la margen derecha del río los populosos barrios de

— 311 — Binondo, San Nicolás y Tondo inutilizan la zona del frente del río Pasig reduciendo su papel al de un simple muro de cerramiento. Asimismo las zonas polémicas de los frentes segundo y tercero están obstruidas por los barrios de Quiapo, Santa Cruz, San Sebastián y San Miguel. En análogas circunstancias se encuentra el cuarto frente en cuyas zonas polémicas están edificados los barrios de la Ermita, Paco y Malate. El frente del mar con sus obras destacadas tiene frentes despejados, pero al desarrollarse en línea recta en sus 7.000 m de longitud, su acción con tra fuerzas navales queda muy limitada, porque los barcos pueden eva dirse de sus sectores de fuego. Por lo que respecta a la construcción los muros revestidos de piedra sacada de sedimentos volcánicos son blandos y deleznables y por tanto incapaces de oponer resistencia a los proyectiles de artillería y en cuanto a su conservación, la vegetación, el tiempo y los movimientos sísmicos causaron notables deterioros nunca reparados puesto que el recinto amu rallado se consideró desde época lejana como abrigo momentáneo contra los desmanes de los indígenas rebeldes y destinado a desaparecer ante nuevos proyectos de fortificación. Los edificios militares, cuarteles, maestranzas y almacenes existentes en la plaza eran de sólida construcción pero con ligera techumbre para pre venir las desgracias producidas en los hundimientos causados por tem blores y terremotos y como las bóvedas se encontraban en estado de ruina por las filtraciones de lluvia y otras causas puede afirmarse que dentro del recinto amurallado no existían edificios a prueba de proyectiles de artille ría que evitasen o atenuasen sus efectos. Por tanto se puede afirmar que las defensas de la plaza eran deficientes en caso de tener que hacer frente a un enemigo naval provisto de buenos barcos armados con potente artillería. La populosa ciudad con más de 300.000 habitantes formando un conjunto abigarrado de tagalos, chinos, mestizos y un pequeño núcleo de españoles quedaría completamente dominada por las baterías de una flota enemiga, mientras que por el frente de tierra su organización defensiva sólo podía ser considerada como una línea de seguridad y vigilancia frente a una posible acometida de los insu rrectos. El gran perímetro de la ciudad ocupado por los barrios extremos y arraba les constituían asimismo un inconveniente para la defensa de la población. En el siglo xix la ciudad sale de sus murallas, mientras en la margen

— 312 — izquierda del río Pasig han aparecido dos centros importantes, San Fer nando de Dilao (Paco) y Ermita, la margen derecha donde estaban aque llos terrenos relegados durante siglos a los chinos muestra ya más exten sión de edificios que la propia ciudad murada, existiendo núcleos de población alrededor de las iglesias que durante decenios y decenios estu vieron en pleno campo, San Sebastián, Binondo, etc. La ciudad murada no podía evitar que esos barrios fueran invadidos y comprendiéndolo así ante la falta de obras de fortificación fuera de la plaza, el entonces capitán general don ordenó en marzo de 1898 la construcción de 15 fortines o blocaos que guardando entre sí una distancia de 1.000 m y cruzando sus fuegos a unos 500 m, cir cundaron la plaza en forma semielíptica a una distancia variable de 4 a 8 km, formando un recinto o línea exterior de unos 15 km de desarrollo entre el polvorín de San Antonio Abad por el Este y Maypajo por el Oeste con las siguientes obras y guarnición, cuadro 1.

Cuadro 1.— Construcciones de fortines o blocaos.

Hombres onesobIocaos Hombres [Fonesoocaos L 1 1.Bcao enGangangáfll 259.BbcaOen posesión de 25 2. Fortín en Cementerio de 40 Viademonte la Loma 10. Blocao del Puente de 25 3. Blocao en Camino de 25 Pandacan Balintoac 11. Blocao en la Concordia 25 4. Blocao en Calukut 25 12. Blocao en Camino de 25 Singalong 5. Sampaloc Blocao Cementerio de 25 13. Fortín en Camino de 40 6. Blocao en Sitol 25 Pineda a Singalong 7. Fortín en Camino a San 40 14. Blocao en Camino de 25 Francisco Maytubog a Singalong 8. Blocao en Cordelería de 25 15. Fortín de San Antonio 40 Venzu&a __JLd___— j

Los fortines eran de mampostería y los blocaos de madera protegidos por un parapeto de tierra. A todos se les dotó de un telégrafo de señales para banderas de día y farolas de noche correspondientes a los siguientes par tes: «Sin novedad; se ven fuerzas enemigas; el enemigo ataca; necesito municiones; el enemigo ha rebasado la línea».

313 — En cuanto al artillado de la plaza, la defensa disponía de muy reducido material en su mayor parte anticuado pues a excepción de cuatro piezas de 24 cm, de algunos obuses de 21 cm y cañones de 16 cm, las demás piezas de bronce o hierro eran del siglo pasado. En el recinto murado sólo había tres baterías armadas con piezas utiliza bles que defendían el frente que da al mar. En el exterior a la muralla y en el frente del mar se encontraban las baterías de La Luneta, del Pastel, San Pedro y Compuerta. Los cañones de 24 cm de las dos últimas baterías y de La Luneta eran los únicos que poseían proyectil perforante capaz de producir daños a barcos enemigos a la distancia máxima de 5.000 m, siempre que la trayectoria fuese normal al proyectil en el punto de choque. Según informe del Cuerpo de Artillería resultaba que en el extenso frente del mar tanto en la muralla como en la Real Fuerza de Santiago y baterías exteriores estaban diseminadas 92 piezas de las cuales sólo las cuatro de 24 cm eran utilizables en determinadas circunstancias, 31 hubieran podido causar algunos efectos en barcos enemigos en casos verdaderamente excepcionales y a distancias menores a 4.000 m y el restó de las piezas eran completamente inútiles como las 22 emplazadas en la batería de San Francisco destinada para efectuar salvas, así como las restantes piezas lo eran igualmente por su antigüedad, reducido calibre, corto alcance e inefi cacia de su proyectil; en idéntico caso se encontraban las 35 repartidas en los frentes de tierra y obras anexas. De estos datos se desprende que de las 127 piezas que artillaban la plaza sólo cuatro eran útiles para su defensa, que aún en el supuesto de ser ata cada solamente por tierra no podría aguantar los efectos de una artillería moderna. Ya en el año 1850 los PP. Agustinos Manuel Buceta y Felipe Bravo habían escrito: «Aunque todo se lograse, Manila nunca sería un punto militar que pueda defenderse por sí mismo y sin el auxilio de una potente escua dra que impida la entrada en la bahía.»

Acontecimientos previos y declaración de guerra

Ya con fecha del día 20 de enero de 1898 el agregado naval español en Washington hizo saber que en caso de conflicto bélico entre España y Esta dos Unidos lo primero en ser atacado serían las Filipinas donde a los 11 días de haberse celebrado el tedéum en acción de gracias por la pacifi caciói del Archipiélago tras la insurrección de Cavite, la provincia de Zam

— 314 — bales junto a muchos pueblos de otras limítrofes se alza en armas, produ ciéndose sin solución de continuidad los hechos de rebeldía, a las partidas que entregaban las armas en virtud del «pacto de Biac-Na-Bató» sucedían otras que se decían eran productos de nuevos reclutamientos pero que en realidad sólo representaban el reenganche de nuevos convenidos. Por otra parte a principios de marzo se encontraba fondeada en la bahía de Mirs al noreste de Hong Kong la Escuadra americana al mando del comodoro Dewey quien no asistió a la primera entrevista de los america nos con Emilio Aguinaldo, el día 16 de marzo a quien se le pidió se trasla dase a Filipinas y reanudase la guerra contra España para lo que tendría la colaboración americana. A lo largo de este mes de marzo y primeros días del siguiente Manila vivió jornadas de ansiedad, incertidumbre y confusión con noticias contradicto rias procedentes de los consulados españoles en el sureste asiático y del propio Gobierno de Madrid, como se recogen en la interpelación de los días 6 y 7 de mayo de 1902 del marqués de Estella recogida en el Diario de Sesiones del Senado: «...empiezan los rumores de la guerra. El día 2 marzo me decían nuestros cónsules de Hong Kong y Shangai que en dichas poblacio nes corrían rumores de guerra entre España y Estados Unidos aña diendo que seis barcos estadounidenses que allí hay tienen orden de ir a Manila y se preparan para algo extraordinario. Comunico al día siguiente al ministro de Ultramar lo que me han dicho los cónsules y éste me contesta el día 5 que siendo muy cordiales las relaciones con el Gobierno norteamericano, reciba la Escuadra americana en los mismos términos de cariño que a todos los extranjeros.» A mediados de marzo recibo la noticia ya de carácter oficial comunicán dome que siendo posible reyerta con Estados Unidos ponga en estado de defensa las Islas con los medios de que disponga o pueda improvisar por lo que convoqué la Junta de Defensa que entre otros acuerdos dispuso: la construcción de 15 fortines o blocaos para defender Manila de un golpe de mano si como es probable los indígenas se levantan de nuevo en armas, emplazamiento de cuantos cañones se guardan en el arsenal de Cavite y maestranza de Manila para defender la bahía del ataque de una escuadra enemiga, disolución de los cuerpos de voluntarios para darles una organi zación más apropiada a las circunstancias y el nombramiento de una Comisión Civil de Defensa compuesta del arzobispo, alcalde y gobernador civil de Manila.

— 315 — El día 26 de marzo me dice el ministro de la Guerra que actitud y nota con minatoria de Estados Unidos hace creer puede ser inevitable la guerra por lo que cuando ya iba navegando mi relevo me ofrecí como soldado para desempeñar aquí y en cualquier puesto militar que me designe el Gobierno, sin embargo, cuatro días después me contesta el Gobierno que tendían a mejorar las relaciones con Estados Unidos optimismo que parece confirmar el telegrama del día 4 de abril del ministro de Ultramar diciéndome que la mediación de Su Santidad daba esperanza de evitar la guerra. El día 9 abril entregué el mando del Gobierno y Capitanía General de Fili pinas al general Augustín recibiéndose poco después el siguiente tele grama del Gobierno: «Vista críticas circunstancias, creo conveniente continúe en el mando. Como éste ya lo había entregado de acuerdo con mi sucesor contesté: Recibido telegrama del día 9, ya entregado el mando y dado alocuciones al país. Unica solución digna para el general Augustín es que él conserve mando, yo quedaré como soldado a sus órdenes aguardando hasta la salida de otro vapor que debe ser por lo menos el día 20 quedando hasta entonces a su lado si no hay novedad y si la hubiera puede nombrar a Augustín como gobernador y capitán general de las Islas y a mi general en jefe del Ejército, pro puesta aceptada por el Gobierno según comunicado del día 11 de abril’>, día en que el general Augustín expedió un telegrama diciendo: «Si no hay guerra con Estados Unidos me sobran elementos y medios para gobernar desembarazadamente, pero si hay ruptura con dicha nación carezco de unos y otros. Si llega este caso quedará el general Primo de Rivera aquí. Como contestación a este telegrama: Visto el telegrama de ayer y no pareciendo inmediata ruptura con Estados Unidos puede ya regresar el general Primo de Rivera.» Cinco días después de este comunicado optimista el ministro de la Guerra ordena al general Augustín retire las fuerzas de Mindanao concentrándo las en las islas Visayas y Luzón lo que no podrá llevarse a cabo y el 19 de abril el ministro de Ultramar avisa de la ruptura de las relaciones diplomá ticas con Estados Unidos previniendo al capitán general que las hostilida des pueden comenzar de un momento a otro por lo que debería estar pre parado para todo. Ante ello se convocó la Junta de Defensa en la que los subinspectores de los Cuerpos dieron cuenta de los trabajos hechos que ante las contradic torias informaciones se habían ralentizado y así en la línea de blocaos y

— 316 — fortines aún no se habían chapeado los espesos bosques y manglares que tienen enfrente, ni unidos entre sí con fuertes trincheras capacés de resis tir el fuego de fusilería y de cañón. El almirante Montojo manifestó que en virtud del plan aprobado por el general Primo de Rivera, seis baterías defendían las dos bocas de entrada a la bahía de Manilé, compuestas cada batería de tres cañones de los desmontados de los barcos en repa ración y que para el combate naval sólo dispone de cuatro barcos viejos y en malas condiciones; por el general Jáudenes segundo cabo se mani festó tener preparadas tropas para rechazar cualquier ataque en la línea de blocaos, y cualquier desembarco de tropas americanas pero contando con pocos hombres para atender a tanta cosa. El día 22 de abril ya se sabía en Manila que desde el día anterior existía el estado de guerra entre Estados Unidos y España y la ciudad se prepara para la lucha contra un poderoso enemigo con la legítima esperanza de conseguir éxito en la contienda siempre y cuando los naturales filipinos se mantuviesen leales pues en caso contrario el peligro interior sería mayor que el exterior, como así ocurrió pues en la medianoche de ese mismo día Aguinaldo en secreta entrevista con el cónsul americano en Singapur accedió a la propuesta de éste de reanudar la lucha armada y ayudar a los americanos, asegurando que podrá reunir a su pueblo para reemprender la lucha y conquistar Manila en el plazo de dos semanas si le proporcionan armamento. La Gaceta de Manila del día 23 de abril al tiempo que da a conocer la rup tura de hostilidades declarando el estado de guerra en todas las Islas, con tiene además varias disposiciones de defensa como el servicio de las armas obligatorio a todos los funcionarios públicos estatales, provinciales o municipales menores de 50 años obligando asimismo a tomar las armas alistándose en los gobiernos civiles y político-militares a todo español peninsular y a sus hijos con 18 años cumplidos, siendo para los indígenas puramente voluntario este servicio. Otro decreto de igual fecha suspendía la reorganización del Batallón de Leales Voluntarios de Manila, del Escuadrón de Voluntarios y de las Gue rrillas del Casino, de San Rafael y de San Miguel, poniéndose estas fuer zas voluntarias inmediatamente sobre las armas. A las dos de la tarde del día 27 de abril la Escuadra americana tras recibir Dewey órdenes de su Gobierno de dirigirse enseguida a Filipinas y emplear el máximo esfuerzo para capturar o destruir los buques de la Escuadra española, zarpa de Mirs rumbo a Manila llevando 25.000 rifles y

— 317 — abundante munición con destino a los insurrectos para que éstos ataquen Manila por’ tierra al tiempo que la escuadra lo hacía desde la bahía. En la plaza el 27 de abril el general en jefe dictó una Orden General de Defensa que se iniciaba dando a conocer la residencia oficial del capitán general que sería la Casa Ayuntamiento donde también residiría el gene ral jefe de Estado Mayor.- Según esta orden el general segundo cabo, gobernador militar de la plaza tendría a su cargo la ciudad murada y la vigi lancia de la costa desde el Malecón hasta el fortín de San Antonio Abad como principal cometido, debiendo también mandar y vigilar todas las fuer zas de las distintas zonas. Una compañía del Batallón Cazadores Expedi cionario 11 con otra del Regimiento de Infantería 70 y dos piezas de mon taña se situaban el punto de amarre del cable telegráfico. La guardia de las puertas de la ciudad y el servicio interior se confiaban a los voluntarios del Batallón de Guerrillas excepto la de San Miguel que con dos piezas de montaña debía situarse en la isla de la Convalecencia. El servicio de las ocho baterías de plaza se cubría por el Regimiento de Artillería de Plaza y para su custodia se destinaban dos compañías, una del Batallón Cazado res 11 y otra del Regimiento Infantería 73. Al general Palacios nombrado comandante general de Voluntarios se le confería el mando de los barrios de Tondo, Dulumbayan, Quiapo, Santa Cruz, San Sebastián, San Miguel y Sampaloc situados en la margen izquierda del río Pasig, cuya vigilancia quedaba a cargo de la Guerrilla del Casino Español y de las Compañías de Voluntarios de los barrios, mien tras al general Rizzo se le confería el mando de todas las fuerzas que cubrían la otra margen del río. A estas disposiciones se añadían el que fuerzas del Regimiento de Infan tería 69 cubriesen el puente colgante mientras que el Escuadrón de Volun tarios y el Regimiento de Caballería distribuirían su fuerza entre los forti nes y los barrios cubriendo servicios vigilancia y escolta. En la boca de Vitas se colocarían dos piezas con 30 carabineros y una compañía del Regimiento Infantería 69. Las ocho piezas restantes de montaña perma necerían en su cuartel, listas para acudir donde fuese necesario, así como las fuerzas que no se mencionan. El día 30 de abril el general Augustín cablegrafía sobre la crítica situación en que están las Islas completamente indefensas por carecer de marina, fuerzas y elementos de resistencia para hacer frente a dos enemigos tan poderosos en combinación, e informa que como único recurso sigue dando armas a voluntarios movilizados.

— 318 — El Ejército en presencia

El Ejército español que haría frente a los insurrectos y al Ejército ameri cano estaba constituido de una parte por el Ejército español en Filipinas en su mayoría integrado por personal indígena y por un núcleo exclusiva mente europeo formado por los Batallones Expedicionarios. Consecuencia de los créditos del presupuesto de 1896-1897 y de la insu rrección de Cavite, el Ejército español de Filipinas estaba formado por siete Regimientos de Infantería, con dos batallones a ocho compañías, un Regimiento de Artillería de Plaza con dos batallones a cuatro compañías de plaza por batallón, un Regimiento de Artillería de Montaña con cuatro baterías de seis piezas, un Regimiento de Caballería con tres escuadro nes, un Batallón de Ingenieros con seis compañías, además de las Briga das Sanitarias y de Administración Militar, tres Tercios de Guardia Civil y Carabineros. En total 17.659 hombres de tropa combatiente de los cuales 3.054 eran europeos y 14.605 indígenas. A los primeros pertenecían casi todo el per sonal de los Regimientos de Artillería contando sólo con 133 indígenas el de Plaza y 52 el de Montaña; en el resto de unidades el tipo medio de clase europea era de seis sargentos europeos por uno indígena y seis cabos europeos por cada ocho indígenas, mientras la tropa era indígena en su totalidad. El núcleo exclusivamente europeo lo constituían el Escuadrón de Lance ros y los 15 Batallones de Cazadores Expedicionarios que junto a tres Batallones de Infantería de Marina se enviaron desde la Península entre septiembre 1896 y marzo 1897. Estos Batallones Expedicionarios estaban integrados bien por voluntarios o por sorteados procedentes de distintas unidades, Regimientos o Batallo nes Cazadores de las diversas regiones militares, así por ejemplo, el Bata llón Expedicionario número 1 cubrió sus 1.040 plazas con 40 hombres pro cedentes de 25 Regimientos y un Batallón de Cazadores desplegados en las 1, III, IV y VI Regiones Militares. A lo largo de los combates librados con tra los insurrectos hasta el mes de abril 1898 estos soldados reclutados por medio de un injusto sistema donde se permitía la sustitución y reden ción a metálico para librarse de su encuadramiento en ultramar mediante el pago de una cuota de 2.000 pesetas, muchos de los cuales aprendieron la instrucción y el manejo del arma en el barco durante el viaje a las Islas, se habían fogueado y habituado a la vida en campaña y aclimatados al

— 319 — medio tropical si bien las enfermedades en especial la malaria y la disen tería continuaban siendo su peor enemigo. A estas unidades del Ejército Regular hay que agregar la procedente de la Recluta Voluntaria cuando ante la negativa del Gobierno de Madrid por razones presupuestarias de enviar más Batallones Expedicionarios consi derados indispensables por el general Polavieja para la total pacificación de las Islas, su sustituto Primo de Rivera ideó un sistema de Reclutamiento Voluntario de Movilizados y Locales, los primeros destinados a operar en combinación con las fuerzas regulares, mientras que los segundos se dedicarían exclusivamente a la defensa de sus pueblos y al servicio de patrullas siempre dentro de su término municipal. De esta recluta voluntaria destacarán especialmente en la defensa de Manila las Guerrillas del Casino Español y de San Miguel, el Batallón de Guías y Policía Rural, Batallón y Escuadrón de Leales Voluntarios de Manila, Voluntarios de Bayambang y Batallón Movilizado Blanco de Volun tarios Macabebes. Con la firma del Tratado de Biac-Na-Bató se consideró oportuno ocupar militarmente diversas localidades de las provincias levantiscas y como consecuencia la mayor parte del Ejército español de Filipinas quedó dise minado en multitud de reducidos y distanciados destacamentos que poste riormente serán fácilmente aislados y copados por los rebeldes, reducién dose con ello los efectivos disponibles para la estricta defensa de la plaza. Por otra parte la repatriación de los enfermos, heridos, de muchos solda dos una vez cumplido su tiempo de permanencia en ultramar sin proce derse a su reemplazo, la disolución de las VII y VIII Compañías de los Batallones Expedicionarios supondrá que los efectivos totales del Ejército Regular con que contó el general Augustín para defender el Archipiélago no rebasaron los 25.000 hombres (5.000 menos de los que tuvo Polavieja) y que Manila fuese defendida por escasas fuerzas al no ser posible con seguir que a dicha plaza llegasen el resto de las fuerzas subdivididas en múltiples destacamentos. Las fuerzas en revista en la guarnición de Manila a primeros de febrero de 1898 daban un efectivo de 9.597 hombres en total a los que se sumaban 1.819 hombres de todas las armas hospitalizados, cuadro 2. A las bajas producidas en la cifratotal por fallecimientos, repatriación eu ropeos o deserción de indígenas superan los aumentos durante el primer semestre en unos 2.000 hombres aproximadamente teniendo en cuenta

— 320 — Cuadro 2.— Fuerzas de la Guarnición de Manila.

—__ ------* Cuerpo’ Europeos Indígenas Total

3.616 1.631 1 Voluntarios 72 1.300 1.372 44 197 241 1.009 235 1.234 26 213 239 49 234 263 . 148 168 316 Carabineros 40 615 655 TOTAL 5004 14593 9597

que el día 28 de agosto, o sea, quince después de la capitulación, pasa ron revista en ella 11.567 hombres de todas las armas (3). De la distribución de fuerzas y mandos para atender a la defensa de la plaza según la Orden General (Anexo, pp. 341 -343) se calcula en 10.078 los efectivos que guarnecían y defendían los distintos sectores y el recinto murado, de ellos 7.593 soldados europeos y el resto indígenas correspon dientes a los Regimientos Infantería 69, 70, 72 y 73, Batallones de Caza dores Expedicionarios 1, 2, 3, 4, 5, 6, 10 y 11, Regimiento Lanceros 31, Regimiento de Artillería de Plaza y de Artillería de Montaña, Batallón de Ingenieros, Guardia Civil y Carabineros, Batallón de Marinería, Batallón y Escuadrón de Leales Voluntarios de Manila, Tercios de Bayambang y Voluntarios de Anda Salazar, Voluntarios de la Pampanga, Batallón de Guías y Batallón de Guerrillas. Estas unidades se enfrentarán al Cuerpo Expedicionario americano de Fili pinas formado por:

— Tres regimientos de Infantería del Ejército Regular con tres batallones y 12 compañías de 106 hombres.

— Catorce regimientos de Voluntarios de Infantería (respondiendo a su concepto de considerar el mantenimiento de un fuerte ejército perma nente como perjudicial a la prosperidad y peligroso para la libertad civil, Estados Unidos prefería la llamada de milicianos voluntarios y la utili zación de las unidades de la Guardia Nacional).

(3) AYCART. La campaña de Filipinas, p. 69.

— 321 — — Tres batallones independientes.

— Cuatro escuadrones de Caballería.

— Dos baterías de campaña y seis a pie del Ejército Regular.

— Cinco baterías de campaña y una a pie de la Milicia.

— Una compañía de Ingenieros. A fines del mes de junio llega la primera expedición compuesta por unos 3.000 hombres al mando del general Anderson quien inicialmente estimará que Manila sitiada por el hambre, sin agua, con lluvias torrenciales y hom bres agotados, se rendiría sin que muriese un soldado americano. El día 17 de julio llegó la segunda expedición de tropas americanas, unos 4.000 hombres al mando del general Greene y el día 30 de dicho mes la tercera con lo que las fuerzas expedicionarias ascenderían a unos 12.000 hombres cifra muy superior a los 5.000 que según había informado Dewey se consideraban necesario para ocupar Manila. Inicialmente el general Anderson asumió el mando de las operaciones por tierra hasta la llegada del general Merritt quien asumirá el mando supremo de las fuerzas terrestres con las que se constituyen una división cuyo mando lo deéempeñaría el general Anderson compuesta por dos brigadas y una reserva. La primera brigada al mando del general MacArthur llegado con la tercera expedición la formaban el 23 regimiento de Infantería, un batallón del XIV Regimiento de Infantería, los Regimientos Voluntarios de Infantería de Dakota del Norte e Idaho y un batallón de los Regimientos Voluntarios de Infantería de Wyoming y Minnesota y la Batería Astor. La segunda brigada al mando del general Greene estaba constituida por el XVIII Regimiento de Infantería, los Regimientos Voluntarios 1 de California, 1 de Colorado, 1 de Nebraska y X de Pensylvannia, dos batallones del III Regimiento de Artillería, las Baterías A y B de Utah y una Compañía de Ingenieros. La reserva estaba formada por el Regimiento Voluntarios II de Oregón y un destacamento de Artillería de la plaza de California. En cuanto a los rebeldes filipinos merced a la ayuda americana en armas, le fue posible a Aguinaldo organizar sus fuerzas en tres cuerpos dispo niendo según los partes enviados por Augustín de 30.000 tagalos armados con fusiles máuser y remington, con abundante munición y varios cañones de campaña.

— 322 — Por tanto un ejército de unos 10.000 hombres, de ellos 6.000 en la línea exterior y el resto en la ciudad murada tendrá que hacer frente al cerco y ataque de 8.500 soldados norteamericanos y unos 12.000 filipinos.

Las operaciones. Bloqueo y sitio

En la noche del día del combate naval de Cavite, el comodoro Dewey remi tió al capitán general tres notas en las que le conminaba a parlamentar, le amenazaba con destruir Manila caso de hacer algún disparo o cualquier otra clase de demostración y le exigía en la tercera la entrega de torpedos y embarcaciones de guerra españolas de cualquier clase que fuesen bajo pena de ejecutar la amenaza, anunciando al mismo tiempo el estableci miento del bloqueo. Ante la negativa del capitán general a parlamentar o entregar embarcacio nes, ocupa El Corregidor y Cavite pero no se decide a más en tanto no se produzca la llegada del Ejército americano y el levantamiento general de los tagalos cuya colaboración considera de gran importancia para el pos terior ataque por tierra a la plaza que en tanto quedará bloqueada por mar e incomunicada con Europa y el continente asiático según comunica el capitán general al ministro de la Guerra en telegrama del día 3 de mayo: «Situación grave, aislado aquí, bloqueado sin esperar auxilios, recur sos ni indicios de España.>’ El desastre de Cavite puso en evidencia no-sólo la inferioridad del poder naval español a cuya custodia estaba confiado el Archipiélago quedando la ciudad del Pasig a merced de los adversarios sino también trajo como funesta consecuencia la desaparición de fuerza moral y del prestigio del Castila ante Aguinaldo y sus tagalos que se consideraron al instante alia dos de Estados Unidos. Ambos contendientes esperaban refuerzos; los tagalos de los norteamericanos, éstos la colaboración de aquéllos y los españoles a la escuadra del almirante Cámara. A los pocos días de establecido el bloqueo comienzan las dificultades y alteraciones en la vida urbana. Ante el temor al bombardeo de la capital los centros civiles, oficinas militares y gran parte de la población abandonan la ciudad murada yendo a instalarse a los arrabales y durante muchas sema nas Manila quedará sobre todo de noche desierta. Para hacer frente a las difíciles circunstancias surgidas tras el estableci miento del bloqueo en la tarde del día 3 de mayo se reúne la Junta de

— 323 — Autoridades que entre otros acuerdos y contra la opinión del fiscal señor Vidal y Gómez y las objeciones de los generales Jáudenes y Tejeiro decide como recurso extremo obligado por la escasez de tropas y con el fin de asegurarse la lealtad de los indígenas, la creación de las Milicias Filipinas que con reglamentación análoga a la de Canarias y Cuba tendrán la con sideración de Cuerpos Auxiliares del Ejército y la misión de sostenimiento del orden, protección de intereses públicos y privados, defensa de la ciu dad o localidad donde tuviesen su residencia. La formación de estas Mili cias que podían ser movilizadas para acudir en caso excepcional allí donde el capitán general considerase necesario su concurso no fue muy afortunada pues salvo rarísimas excepciones su lealtad sería muy breve y no darían en gran parte de los casos otro resultado que el de facilitar nue vos contingentes armados a los insurrectos a quienes por otra parte comienza a llegar armamento a través de la ayuda americana, por lo que Aguinaldo comunica el 20 de mayo a Dewey su agradecimiento al tiempo que le informa que a final de mes sus fuerzas iniciarían la guerra. El levantamiento de los tagalos en las provincias de Cavite y Manila fue como un meteoro de manera que ni uno solo de los destacamentos de los desplegados en la provincia de Cavite pudo replegarse sobre nuestras líneas avanzadas de Manila, por ello no pudieron cumplimentarse las órde nes que diera el general Augustín de concentración de las tropas disemi nadas en la provincia de Cavite para el caso en que se hiciese imposible la defensa de los lugares que ocupaban, sólo se reforzaron con tropas al mando de los tenientes coroneles Soro y Hernández los voluntarios pampangos que con el Tercio Voluntarios Anda y Salazar defendía la línea del Zapote-Bacoor que por ser paso obligado de Cavite a Manila era por donde amenazaba el mayor peligro de un ataque por tierra a Manila. El 25 de mayo el capitán general informa al Gobierno de Madrid como con testación a un cablegrama de éste manifestando que se ocupa seriamente de la situación de Filipinas: «Más que municiones artillería, necesito buenos cañones y buques de guerra para contrarrestrar los de la Escuadra americana. Con ene migo dentro y fuera estoy en situación crítica pues carezco de fuer zas para afrontar ataque por mar y tierra y los auxilios que me ofrece el Gobierno podían llegar tarde.» Ante las confidencias de un levantamiento general para fin de mes, una Orden General del Ejército dada el día 29 de mayo vino a reorganizar la defensa de Manila, cumplimentándose tan rápidamente que en la gran

— 324 — alarma experimentada en la plaza a las dos de la tarde del siguiente día ya estaba cubierta la línea de defensa exterior que según el estado de fuerza y mando que acompañaba a la orden quedó constituida en la forma siguiente:

— Partiendo de la ciudad murada y de derecha a izquierda del río Pasig se cubría por la primera línea todo el espacio comprendido entre San Antonio Abad y el Malecón del Sur. Este sector derecho al mando del general Arizmendi estaba limitado desde la Ermita hasta San Antonio Abad por la playa y desde este viejo fortín hasta el Pasig por la línea de blocaos, estando guarnecido por 1.500 hombres.

— El sector central ocupaba la línea central de los fortines estando defen dido por 900 hombres al mando del general Rizzo mientras que el sec tor izquierdo que comprendía la línea del Malecón de! Norte a Vitas estaba a cargo del general Palacios al frente de 500 hombres entre carabineros, voluntarios, marinería y artilleros del Regimiento de Plaza.

— La línea de Tambolong, Montalbán y Mariquina al mando del coronel Carbó tenía un total de 450 hombres indígenas en su mayor parte, mientras la línea de enlace entre Santa Mesa y San Juan del Monte estaba a cargo del coronel Alberdi con el Batallón de Ingenieros, tropa indígena menos la mayoría de las clases, estando guarnecida la zona de San Juan del Monte por 200 peninsulares mandados por el teniente coronel Colorado.

— Además se constituían tres columnas volantes con un total de 1.600 hombres peninsulares e indígenas, y otra columna al mando del te niente coronel Dujiols como sostén de la línea avanzada.

— Para la vigilancia de la extensísima línea de los arrabaes pues custo diaba los puentes de Paco y España y barrios de Santa Cruz, Quiapo, Tondo y Sanpaloc se formó una columna al mando del coronel Pintos e integrada por unos 400 hombres del Ejército Regular, voluntarios de las guerrillas de San Miguel y del Casino Español, cinco compañías del Batallón de Voluntarios de Marina y tres del Provisional.

— El Regimiento de Artillería de Plaza quedaba para traccionarse entre las columnas si se juzgaba conveniente y como guarnición de los cuar teles. Todas estas fuerzas sumadas a los 750 hombres que formaban la Guardia Civil veterana y a unos 2.000 hombres en su mayoría indí genas que quedaban como reserva formaban la primera línea o línea de defensa exterior, a unos 3 km de la ciudad murada. Un proyecto de construir una segunda línea que a través de un terreno muy cerrado por la vegetación y anegadizo iría entre el fortín 7 —Santa Mesa— iglesia de Tondo e iglesia de Sanpaloc, donde se situarían las reservas, no se

— 325 — realizó a excepción de algunas trincheras y la ocupación de algunos puntos por voluntarios.

— El día 2 de junio las columnas de refuerzo de los tenientes coroneles Soro y Hernández regresan con las dos piezas de artillería quedando la línea del Zapote sin artillería y encomendada su defensa casi por completo a los voluntarios de Pampanga y Milicias de Pío del Pilar. A su vez el coronel Lasala que con los destacamentos de la margen izquierda de la laguna de Bay había formado una línea defensiva desde Muntinlupa a Las Piñas al ser rodeado en Muntinlupa se ve obligado a replegarse a Taguig. El riesgo de aislamiento de Manila se recoge en el parte del general Augustín del día siguiente: «Situación muy grave. Aguinaldo consiguió levantar país día fijado. Cortadas vías telegráficas y la férrea estoy incomunicado con todas las provincias. La de Cavite levantada en masa, defiendo línea Zapote para evitar entrada enemigo esta provincia, pero viniendo también por Bulacán, Laguna y Morong será rodeada y atacada por mar y tierra esta capital careciendo de fuerzas para rechazar numerosos enemi gos. Extremaré última defensa ciudad murada. Situación se agrava por momentos y será desesperada pudiendo peligrar soberanía aún sin llegada expedición americana por poderoso apoyo escuadra a insurrección e incomunicación con resto islas para venir auxilio.» El pesimismo que refleja este parte se ve confirmado cuando con la defec ción de las tres cuartas partes del Tercio Anda Salazar, los insurrectos rompen la línea del Zapote al tiempo que el coronel Lasala con sus fuer zas se ve obligado a replegarse sobre Santa Ana, con lo que aquéllos en enormes masas procedentes de Bulacán, La Laguna y Cavite se dirigen sobre la línea exterior que ha sido dividida en tres sectores al mando de los generales Palacios, Rizzo y Arizmendi quedando fuera de ella los pue blos de Caloocán, Santa Ana, San Juan del Monte y el depósito de aguas de Santolán. Manila está cercada por todas partes. Se envían refuerzos a los sectores y se ordena construir las trincheras que sea posible y realizar una resistencia desesperada. El día 6 de junio el general Fermín Jáudenes, segundo cabo de la plaza se hace cargo de su defensa a fin de descargar de sus múltiples funciones al capitán general quien dos días después comunica: «Situación gravísima, enemigo viniendo por Bulacán, Laguna, Cavite, rodea ya esta capital. He tenido que replegar fuerzas para concentrar

— 326 — defensa línea blocaos reforzada con trincheras en intervalos, donde hace cuatro días se baten tropas a la defensiva sin relevo por care cer fuerzas. Los indígenas que organicé se van pasando al enemigo. A ciudad murada acude toda población barrios por temor desmanes insurrectos prefiriendo bombardeo.» Con la unión sobre el río Pasig de las fuerzas rebeldes venidas de Bula cán, Morong, Laguna y Cavite el cerco de Manila se completa el día 7 de junio, siendo constante desde esta fecha el fuego de fusilería y cañón sobre la línea exterior donde los ingenieros han reforzado las trincheras que enlazan los fortines haciéndose también obras de fortificación en las baterías que dan al mar y en las murallas. Con las provincias de Zanbales, Batangas, La Pampanga y la totalidad de los pueblos de la de Bulacán más próximos a Manila en su poder, Agui naldo proyecta el ataque a la ciudad, reuniendo unos 30.000 hombres a los que se unirán los voluntarios pampangos que defienden la línea exterior así como las demás tropas indígenas encargadas del sector de Vitas, lo que le permite comunicar el día 10 de junio. al presidente MacKinley: «En el plazo de diez días he capturado casi toda la guarnición de la provincia de Cavite, así como la guarnición de la contigua provincia de Batangas y mis tropas sitian Manila por el Sur y el Este, mientras mis fuerzas de Bulacán casi la rodean por el Norte» (4). El día 13 de junio las fuerzas rebeldes llegan a los arrabales de Malate y Sampaloc apretando el asedio las tropas sitiadoras mandadas por los generales Gregorio del Pilar, Antonio Recarte, Antonio Montenegro y Pío del Pilar según se refleja en el siguiente comunicado del general Augustín al ministro de la Guerra: «Sigue gravísima situación. Estrecho bloqueo y ataques por mar y tierra. Mis escasas tropas batiéndose línea blocaos, conteniendo avance enemigo que aumenta con tropas indígenas que se pasan y romperá la línea para encerrarme en malísimas condiciones» insis tiendo al día siguiente en gravísima situación. «Llegaré en breve casó extremo no quedará otra solución que sucumbir pues nuestra resis tencia está agotándose y desertan fuerzas indígenas» a lo que se respondió por el ministro de la Guerra: «En el caso desgraciado que V.E. alejará todo lo posible de una capitulación honrosa, si no fuese

(4) M. MOLINA, M. Historia de Filipinas, tomo segundo, p. 427. Madrid, 1984.

— 327 — posible entregar Manila en depósito a los comandantes de los buques extranjeros para la protección de sus súbditos y de los espa ñoles, debe pactar americanos nunca insurrectos.» En la segunda quincena de junio la situación empeoró aún más, el enemigo emboscado construía trincheras en todas direcciones teniendo que interve nir con mucha frecuencia la escasa artillería con que se contaba para defender tan extensa superficie, aprovechándose en todos sus ataques de la obscuridad de la noche y al amparo de la espesa vegetación existente se acercaban buscando conseguir la sorpresa e irrumpir por los puntos más débiles, el tiroteo duraba seis o siete horas y se repetía así diariamente. Exacerbada la lucha en los blocaos y trincheras, los centros y dependen cias militares se trasladaron nuevamente a la ciudad murada y si bien los hospitales continuaron en los arrabales ante la posible ruptura o abandono de la línea los enfermos y heridos se alojaron dentro de las murallas. Uno de los puntos preferidos por los insurrectos para el combate en estos días era la zona de San Juan del Monte buscando con gran empeño apo derarse de los depósitos que surtían de agua a Manila. Con la ocupación por los rebeldes el día 27 de junio de la casa de donde funcionaban las máquinas elevadoras del agua que llegaba por las cañerías que partían de los depósitos de San Juan del Monte surge un problema más al tenerse que limitar el abastecimiento del agua atres horas al día, y con ella y con la gran cantidad de agua de lluvia por estar en pleno temporal se nutrirían los viejos aljibes de Manila. En los últimos días del mes de junio se consideraba tan próximo el ataque a Manila por mar y tierra que se pensó en construir una zona central para albergar en ella a las mujeres y niños, mientras el capitán general comuni caba al Gobierno de Madrid: «Sigo rodeado enemigo, con gran temporal que llenan agua trinche ras y aumentan bajas heridos, enfermos y deserciones indígenas. Enemigo no rebasa hasta ahora línea blocaos que no podrá sostener en cuanto llegue expedición americana. Tengo hospitales 200 heridos y más de 1.000 enfermos. Tropas indígenas no me inspiran confianza pero las necesito.» El mes de julio se inicia con gran subida de precios y escasez de artículos de primera necesidad haciéndose sentir los efectos del cerco por mar y tie rra de la plaza. El Ayuntamiento de Manila no contando con ganado lanar ni cabrío y con dificultades para proveerse de reses vacunas tuvo que acu dir a suministrar al vecindario carne de carabao y autorizar la venta de

— 328 — carne de caballo. En los últimos días del mes ya eran insoportables los precios alcanzados por los artículos de primera necesidad como el del pan que se cuadruplicaron. Durante la primera quincena de julio los ataques contra la plaza se dirigie ron especialmente contra el sector izquierdo donde el enemigo había emplazado varias piezas de artillería, una de 8 cm. Frente a Vitas, otra también de 8 cm en la vía férrea a 200 m del blocao 1, otra en la estación de Caloocán, dando a conocer su nutrido fuego el propósito de abrir bre cha en las fortificaciones de aquel sector, estimando el general Palacios defensor de aquellas posiciones en las que contrajo la enfermedad que causaría su muerte que las líneas de invasión que el adversario proyec taba por dicho flanco eran los esteros y playa de Vitas, la carretera de Caloocán y el camino de Balintanac. El día 18 de julio el capitán general avisa al ministro de la Guerra: «Ha llegado segunda expedición tropas americanas y me anuncian bombardeo e inmediato ataque esta plaza antes que llegue nuestra escuadra que urge se presente si se trata de salvar esta situación. Sigo sosteniendo línea exterior rechazando duros y continuados ata ques insurrectos pero si americanos desembarcan carezco de tropas para impedirlo. Si americanos siguen auxiliando insurrectos en actual ataque considero imposible conservar esta plaza. Regreso escuadra y refuerzos implica renuncia a conservar la soberanía. Comprenda Gobierno la situación en que me deja cuya responsabildad no puedo aceptar. » Como respuesta el ministro de la Guerra le informa por medio del cónsul de Hong Kong el día 21 que: «Se apresuran negociaciones de paz y acordar en breve el armisti cio. Como preliminar de aquellas, interesa que V.E. siga manteniendo a todo trance soberanía en la plaza con la entereza y decisión que lo está haciendo, pues en ellos estriba gran parte solución favorable negociaciones. » Cuatro días después el general Augustín vuelve a cablegrafiar a Madrid: «Manila lleva tres meses estrecho bloqueo y dos de bloqueo y cerco por insurrectos. Todos admiran resista tanto tiempo sin auxilios con sólo defensas improvisadas pero se agotan subsistencias aunque se hizo posible aprovisionamiento. Guarnición disminuye por bajas natu rales y sólo por valor, buen espíritu, sufrimiento tropas y continuos —329— trabajos defensa he podido hasta ahora contener y rechazar enemigo y sus proposiciones capitulación. Con la escuadra y refuerzo que esperaba, roto bloqueo hubiera podido prolongar resistencia. Su regreso producirá fatal efecto elemento español que se considera abandonado y animará insurrectos. Urge si hay negociaciones paz venga enseguida armisticio para evitarlo y poder sostenerme en ella según deseo gobierno pues sólo tendré que contener a insurrectos. Estos han cortado el agua a población. Se utilizarán aljibe.» Lo que el gobernador y capitán general ignora es que el día anterior a esta convocatoria suya el Gobierno de Madrid ha resuelto su relevo ante el efecto producido por su telegrama del día 18 rehuyendo toda responsabi lidad. El mes de julio finaliza sumando el enemigo mayores elementos de com bate con fuertes ataques de los insurrectos por el sector izquierdo contra el blocao 1 y por el intervalo del 3 al 4 mientras en el derecho atacará desde las nueve hasta las 11.00 de la mañana del día 30 la parte com prendida entre los blocaos 13 y 15, viéndose gravemente comprometidas las fuerzas del Batallón Cazadores IV que guarnecían la trinchera com prendida entre San Antonio Abad y el estero inmediato al blocao 14.

Las operaciones. Intervención del Ejército de Estados Unidos

El día 22 de julio es cuando por primera vez se nota la presencia de sol dados americanos próximos a las líneas ocupadas por los insurrectos, siendo la situación de las tropas americanas a la llegada del general Merritt que asumiría el mando de las operaciones por tierra la siguiente:

— En Cavite la brigada de Anderson compuesta por el II Regimiento de Oregón, Regimientos XXIII y XIV de Infantería y destacamentos de Arti llería.

— En Parañaque la brigada de Greene con el XVIII Regimiento de Infan tería, 1 de California, 1 de Nebraska, 1 de Colorado, X de Pensylvania, III de Artillería de Estados Unidos, una compañía de Ingenieros y dos batallones de Artillería de Utah. O sea que las tropas americanas ocupaban todas posiciones de segunda línea y hasta de reserva, existiendo entre las mismas y la plaza una línea de fuerzas indígenas que les eran casi hostiles como refleja la carta que el general filipino Pío del Pilar envió al jefe de las fuerzas defensoras de Santa Ana:

— 330 — «Macati día 30 julio 1898: Mi querido amigo. Participo a Ud. que ayer fui a conferenciar con mi jefe Emilio Aguinaldo quien me dijo que lunes 2 entrante mes agosto empezarán los ataques contra Uds. de los americanos, por este motivo me encargó mi referido jete le entere a Ud. y a todos los que se cobijan bajo la bandera española de que no tenga miedo y no se desanimen, sino que por el contrario forta lezcan vuestros corazones en vuestra pelea y háganse fuertes y no retrocedan ante sus cañones. Asimismo si por ejemplo concentran todas sus fuerzas y abandonan Santa Ana y sea posible cedérmela, me estableceré en ella con mi Ejército.» Por su parte Merritt instruye expresamente a sus generales: «No haya ruptura con los insurgentes. Esto es imperativo. Puede pedirse permiso a los generales o a Aguinaldo para ocupar trinche ras, pero si esto se niega no se use de la fuerza» (5). Y valiéndose de su subordinado el general Greene, consigue que ésté con venza al general Mariano Noriel a ceder algunas de las trincheras a las tro pas norteamericanas en preparación para el ataque a Manila. El día 31 de julio los americanos creen estar ya en condiciones para el ata que a Manila, eligiendo desde el principio de sus operaciones para romper la línea defensiva el sector derecho, concentrando gran número de fuerzas enfrente de toda la parte correspondiente a los blocaos 13 y 15 y desen cadenando desde las 23.00 a las 24.30 un potente fuego de artillería a cargo de una batería de tiro rápido de seis piezas y otra de cuatro empla zadas a 400 m de nuestras posiciones avanzadas contra el fortín de San Antonio Abad, que responderá con el fuego de sus cuatro posiciones (dos cañones de montaña de 8 cm y dos de bronce de 8 cm). Tras rechazar un intento de asalto a sus trincheras los fusileros del IV Batallón Cazadores intentan abordar los puestos avanzados americanos obligando al general Greene a utilizar uno de los batallones del 1 Regimiento de California para reforzar a los de Pensylvannia y emplear otro en contraatacar sobre el flanco de los españoles que se ven obligados a replegarse. Los dos primeros días de agosto se repiten los ataques de los americanos que también son rechazados lo que unido al mal tiempo que dificulta el desembarco de municiones y de la brigada MacArthur les lleva a una tre gua los días siguientes buscando tiempo para coordinar su ofensiva por tierra con la intervención de la escuadra de Dowey.

(5) M. MOLINA, A. Opus citada, p. 438.

— 331 — El día 5 de agosto el general Jáudenes se hace cargo del mando supremo justo cuando los cónsules en Manila informaban del inminente ataque y bombardeo a la plaza y se espera de un momento a otro el ultimátum para su rendición. En su proclama al hacerse cargo del mando Jáudenes alude a las difíciles circunstancias en que lo asume y a la situación que se encon traba la plaza bloqueada por una escuadra enemiga y cercada por nume rosas fuerzas, con 1.186 enfermos de ellos 188 heridos abarrotando los hospitales que no disponían ya de camas para acoger a los muchos enfer mos que había en las fangosas trincheras con úlceras, hinchazones en los pies y fiebre. Dos días después el vicecónsul inglés entrega al general Jáudenes una nota conjunta del almirante Dewey y del general Merritt en la que se avisa, a efectos de poner a salvo la gente indefensa, que en plazo de 48 horas podrían comenzar las operaciones por mar o tierra o antes si las tropas españolas rompen el fuego, a la que contesta diciendo que no era posible hacer uso de la advertencia porque estando cercada la plaza se carecía de puestos adonde refugiar el crecido número de heridos, enfermos, mujeres y niños albergados en intramuros, donde la población que en tiempos nor males era de 10.000 habitantes se había sextuplicado. Ese mismo día 7 de agosto en previsión de la alarma que pudiera ocasio nar en el vecindario las operaciones que a partir de las 12.30 puede comenzar el enemigo, el gobernador y capitán general publica un bando dividiendo la ciudad murada en cuatro zonas, señalando los lugares-sóta nos, poternas y lienzos de la muralla donde podrían guarecerse los ancia nos, enfermos, mujeres y niños, se restringía el tránsito de carruajes por el interior de la ciudad murada declarando como únicas puertas de entrada a la ciudad la del Parián y Puerta Real, se indicaba la ubicación de puestos de sócorro y forma de recoger y evacuar a los heridos y se recomendaba a los habitantes no combatientes refugiarse en los barrios extremos bajo la protección de las fuerzas que guarnecían la línea exterior, caso de bom bardeo. Al día siguiente Jáudenes convoca la Junta de Autoridades para conocer el estado de ánimo de la población con vista a los acontecimientos que se acercaban. En la misma donde emitieron su parecer el arzobispo, presi dente y fiscal de la Audiencia, intendente de Hacienda, alcalde, goberna dor civil y secretario del Gobierno, se formuló la opinión general que la ciu dad se encontraba abatida ante la perspectiva de una resistencia estéril y que no contando la plaza con elementos adecuados de defensa se impo

— 332 — nía una honrosa capitulación antes que llegar a una rendición sin condi ciones, que el honor del Ejército está a salvo siendo digno de la mejor con sideración y del entusiasmo que produce la heroica defensa que ha reali zado y que la autoridad militar debe tener presente en el momento su premo las desgracias y víctimas que puede ocasionar un exceso de pun donor militar. Jáudenes prometió tener en cuenta dicha opinión y que daría entrada a los sentimientos de humanidad en cuanto fueran compatibles con el honor del Ejército. La apurada situación del general Jáudenes, país entero alzado en armas, población no combatiente acumulada en recinto murado, plaza defendida con débiles trincheras guarnecidas por reducidas y fatigadas tropas, con las subsistencias tocando a su fin, desde el día 5 se raciona a la tropa un día ración de galleta y otro de arroz con sal y manteca, y la certeza de no recibir más auxilio que los de la Divina Providencia la aprovechan los ame ricanos exigiéndole el día 9 la rendición de Manila y de las fuerzas bajo su mando. A la vista de este ultimátum se reunió el Consejo de Defensa cuyos voca les dieron su opinión; siete de ellos se deciden por entrar en tratos de capi tulación, tres reconocen la imposibilidad de que la plaza resista pero con sideran que la lucha debe continuar todavía en la línea exterior, otros tres vocales se limitan a decir que la resistencia debe prolongarse hasta que sea rota la línea exterior, y el propio comandante general manifiesta cate góricamente que la línea exterior no puede resistir pero opina que se luche aún para obtener ventaja en la capitulación. Por su parte reunidos este mismo día 9 los cónsules extranjeros, salvo el alemán convienen en la necesidad de rendirse, comprometiéndose el general Jáudenes a fin de evitar la total destrucción de la ciudad a que como sugiere el cónsul belga la guarnición española resista lo suficiente para salvar el honor nacional, con lo que se rechaza la intimación de ren dición, si bien en su respuesta negativa y con el fin de ganar tiempo, el capitán general solicita un perentorio plazo de tiempo para consultar con el Gobierno de Madrid la conducta a seguir, solicitud denegada por Dewey y Merritt, mientras que las instrucciones del Gobierno español fueron que se estaba negociando la paz y de un momento a otro se firmaría el proto colo por lo que era importante que al firmarse ésta Manila continuase toda vía en poder de España. Dada la inminencia del ataque el día 12 se dan órdenes para que las fuer zas encargadas de la defensa de las murallas, un total de 21 jefes, 144 ofi

— 333 — ciales, 17 asimilados y 2.827 soldados pertenecientes a los voluntarios, de la Audiencia, de Mindanao, Guerrillas, Escuadrón de Voluntarios, Artillería de Plaza, Cazadores, Regimiento 70, Sección Voluntarios del Gobierno Civil, estén en sus puestos antes del amanecer. En esta situación desesperada en la que hasta el medio ambiente parece confabularse contra la ciudad sitiada, que se ve azotada por continuas tor mentas de lluvias, contándose hasta ocho huracanes con fuertes vientos en poco tiempo, se espera la acometida del enemigo que no encontrará en su avance más que la resistencia de 2.900 hombres entre europeos e indíge nas del sector derecho repartidos en una extensión de más de 4 km sin dis poner de reservas organizadas para restablecer el combate. El sector de la derecha que ha de sufrir el primer formidable empuje del enemigo, es el que manda el general Arizmandi. Las obras de la segunda línea empezada en los últimos días de mando del general Augustín e interrumpidas no están terminadas, no se han hecho las mesetas de las trincheras y por tanto los soldados no pueden disparar ni se ha chapeado el frente de las mismas. El ataque para la toma de Manila se inició a las 6.30 de la mañana del día 13 cuando los cañones americanos emplazados a 300 o 400 m de las posi ciones defensivas rompen el fuego contra las trincheras avanzadas desde el polvorín de San Antonio Abad hasta Santa Ana especialmente contra el blocao 14 y fortines 13 y 15; poco después y sin cesar el fuego de artille ría los soldados americanos romperán un nutrido fuego de fusilería gene ralizándose el fuego del enemigo contra este sector derecho que sería reforzado con dos compañías de la columna volante del teniente coronel Dujiols. A los tres cuartos de hora sin conseguir ventaja alguna pese a la superioridad numérica de los atacantes cesa el fuego finalizando esta pri mera fase del combate sin que americanos ni insurrectos consiguiesen ventaja alguna. A las 9.00 horas la Escuadra americana que había permanecido inmóvil en la anterior fase de combate, navega rumbo a Parañaque frente a cuya costa está en línea de batalla a las 9.25 horas, de un momento a otro empezará el bombardeo de la línea de defensa. Lo que el Ejército ameri cano y los rebeldes no habían podido hacer lo hará la Escuadra impune mente sin tener una baja pues los barcos se hallan fuera del ángulo de tiro de las baterías de la plaza y en la línea sólo se dispone de cañones de montaña. A las 9.30 horas el buque insignia de la escuadra Dewey, el Olympia, ini ció el bombardeo naval con tres cañonazos señal para que las fuerzas

— 334 — terrestres reanudasen su ataque. Seis buques se sitúan en el frente com-• prendido entre San Antonio Abad, Matate, La Ermita y batería de La Luneta, otros dos fueron a colocarse frente a la Real Fuerza de Santiago; los seis primeros buques rompieron fuego sobre San Antonio Abad y la línea de trincheras que por esta parte eran batidas de flanco y por reta guardia. El general Jáudenes se trasladó con su cuartel general a la muralla cerca de la batería de San Diego desde donde presenció el cañoneo, mientras la población temiendo más a los insurrectos que al bombardeo naval se ha refugiado dentro de la ciudad murada. Las piezas de artillería del fortín de San Antonio Abad soportaron el fuego de los buques enemigos al que no podían responder por la distancia que dando enterradas entre escombros, destruido el fuerte así como los blo caos 13, 14 y trincheras que los enlazaban, replegándose sus defensores a la segunda línea que simplemente estaba esbozada con el propósito de defenderla a toda costa y proteger la retirada de las fuerzas que defendían Santa Ana y La Concordia, lo que no se consiguió pues la prematura reti rada de este primer grupo arrastró la de las fuerzas que guarnecían los blocaos 12, 13 y 14 con sus trincheras intermedias y que también habían resistido denodadamente desde el amanecer el vigoroso fuego del enemigo. La destrucción de los blocaos 13 y 14 dejó un boquete donde penetró el enemigo hasta las cercanías de Paco donde fue detenido por algunas tro pas que permitieron la retirada de las fuerzas que guarnecían la línea hasta Santa Ana y ayudaron al mismo tiempo a los que se batían en Malate pues sin ellas hubiesen sido cogidas de flanco y revés y capturadas de no emprender una vertiginosa retirada. Mientras, las fuerzas de los otros dos sectores permanecían en su sitio donde estaban clavados por la presencia hostil de los insurrectos a los que era preciso contener para impedir según la orden terminante del Gobierno su entrada en la capital. Tan pronto como se desalojó la posición de Santa Ana los insurrectos se dirigieron al puente de Ayala donde son rechazados por un destacamento del sector central, dirigiéndose hacia Nagtahan para tantear el paso del río por dicho punto, lo que también es impedido por tro pas del sector central. A las 10.30 horas cuando el fortín de San Antonio quedó destruido el almi rante Dewey ordenó a su escuadra que cesara el fuego e inmediatamente

— 335 — una columna enemiga perteneciente a la brigada de Greene traspasó las trincheras seguida por otra columna por el flanco izquierdo y atravesando Malate, La Ermita y los puentes ocupó todo el camino de Binondo, dejando en San Miguel el mayor núcleo de fuerzas mientras que la brigada de MacArthur que seguía a aquella en su avance, se posesionó de los barrios que simplemente había atravesado cubriendo el Malecón, La Luneta, acordonando Manila e impidiendo la entrada en la ciudad murada de los insurrectos, que quedaron enfrente de los otros dos sectores cuya línea no había sido rota ni llegaría a serIa hasta después de ser abandonada por sus defensores. Estaban los americanos a 150 pasos de las murallas y todavía quedaban fuerzas españolas en las proximidades de las posiciones abandonadas o en ellas mismas mientras otras fuerzas entraban en la ciudad murada. Con las tropas adversarias a las puertas de la ciudad, las fuerzas defen soras o bien batidas o totalmente aisladas en los distintos sectores, 12 bar cos haciendo frente a la ciudad a un tiro de cañón que pueden pulverizar a miles de personas indefensas guarnecidas ya en el pequeño perímetro de la ciudad murada la situación no se puede prolongar más. A las 11.12 horas el buque Olympia iza la bandera de rendición contestada con la de parlamento izada en el baluarte de San Diego, justificada por el general Jáudenes al considerar que proseguir la lucha sólo posible un par de horas, más únicamente supondría hacer que sucumbieran inmenso número de indefensos y correr el riesgo de que los insurrectos entraran en la ciudad lo que en virtud de las órdenes estrictas del Gobierno debía impe dirse a toda costa por lo que ordena que los sectores izquierdo y centro así como los puentes Ayala y Colgante continúen ocupados y defendidos hasta que las tropas estadounidenses acaben de ocupar los puntos estratégicos.

La capitulación

Al mediodía los parlamentarios americanos se reúnen en el Ayuntamiento con el gobernador y capitán general Jáudenes y los generales Tejeiro, Ariz mendi, almirante Montojo y auditor general Peña para acordar los términos de la rendición de la plaza. Aún no había finalizado la conferencia y los ame ricanos dictan órdenes, mientras que las tropas españolas que entraban en la ciudad se dirigían a sus acuartelamientos a la espera de instrucciones. Pronto se les comunica que a las cuatro de la tarde de ese día habrían de acudir a la plaza de palacio para depositar sus armas frente al Ayuntamiento.

— 336 — A las 17.30 cuando la guarnicción estaba ya desarmada y en sus acuarte lamientos se habían alojado las brigadas de Greene y de MacArthur se leyó en el salón de actos del Ayuntamiento el tratado preliminar para la capitulación del Ejército español acordado por el mayor general Merritt y el general Jáudenes que será la base para el convenio de capitulación fir mado el 14 de agosto cuyo artículo 1 dice textualmente: «Las tropas españolas europeas e indígenas capitulan con la plaza y sus defensas con todos los honores de la guerra, depositando sus armas en los lugares que designen las autoridades de Estados Uni dos y permaneciendo acuartelados en los locales que designen y a las órdenes de sus jefes y sujetas a la inspección de las citadas auto ridades norteamericanas hasta la conclusión de un tratad de paz entre ambos Estados beligerantes.» Mientras en la plaza se arriaba la bandera española izándose en su lugar la estadounidense y en la Orden General el capitán general hacía referen cia al infatigable esfuerzo de los defensores y deploraba el infortunio (Anexo pp. 341-343) los soldados españoles que cubrían los sectores izquierdo y centro continuaban combatiendo duramente en sus posiciones contra los insurrectos hasta 24 o 25 horas después de firmada la capitula ción. Los esfuerzos de los insurrectos con el objeto de ocupar los blocaos 2, 3 y 4 en Meypajo y Las Lomas fueron enormes, el coronel Carbó que mandaba a aquel sector por enfermedad del general Palacios sostuvo una brillante defensa de aquellas posiciones. En el sector centro mandado por el general Monet sustituto del general Rizzo los insurrectos atacaron en grandes masas sobre Santa Mesa, Pan dacan y Nagtahan con Sanpaloc como objetivo sin que pudieran alcan zarlo. El hecho de que la comunicación de la firma el 12 de agosto del protocolo de armisticio entre España y Estados Unidos poniendo fin a las hostilida des llegase con retraso a Manila, en fecha posterior a la firma de la capi tulación, lo intentará aprovechar Jáudenes para hacer valer los derechos de España y así el 17 de agosto dispone: «Acordado armisticio entre los Gobiernos de Estados Unidos y España y debiendo quedar organizados mientras dure esta situación todos los servicios carácter civil en las mismas condiciones y cir cunstancias establecidas por las leyes españolas y con el mismo per sonal que ha venido funcionando hasta la rendición de la plaza,

— 337 — vengo en disponer que todas las dependencias del Estado continúen en la misma forma y condiciones en que se hallaban constituidas el 12 del actual para cuyo efecto darán los respectivos jefes a sus subordinados las oportunas órdenes. » De esta forma quiere indicar que la capitulación del día 13 viene a ser nula y que la ciudad de Manila debe conceptuarse como tan sólo cedida tem poralmente por España sin renunciar a su soberanía, en vez de ser consi derada conquistada manu militan por un Ejército beligerante pues ya no lo era en esa fecha. Esta tesis resultaba ajustada a derecho según el artículo sexto del Protocolo. Pero no es éste el punto de vista de los norteameri canos que victoriosos militarmente no quieren entender de sutilezas jurídi cas y en los días sucesivos ocupan los distintos servicios y dependencias del Gobierno de la ciudad donde se establece un gobierno militar con el general MacArthur como preboste y gobernador civil-militar de Manila (6).

Conclusión

Entre las causas que condujeron a la capitulación de Manila se pueden considerar como más determinantes:

— La hereditaria negligencia de unos Gobiernos que no mostraron interés en fortificar oportunamente y dotar de los adecuados medios de de fensa un territorio que desde tiempo atrás venía despertando codicias extrañas.

— El estado de completa indefensión en que se encontraba la plaza cuando estalla la guerra con Estados Unidos consecuencia de la anti cuada traza, mal estado de conservación de sus murallas y ausencia de obras exteriores.

— La ineficacia de la artillería de la plaza tanto por su corto alcance como por la falta de precisión y rapidez de tiro de sus materiales para hacer frente a una amenaza naval, y la falte de apoyo de fuerzas navales tras el infortunado combate de Cavite.

— Las disposiciones adoptadas para restar elementos a la insurrección,

• especialmente la organización de las milicias y su armamento que posi bilitan el que los insurrectos aumentaran sus efectivos en 12.000 hom bres armados.

— Los sucesivos relevos en el escalón superior de mando con las

(6) M. MOLINA, A. Opus citada, p. 445.

— 338 — deficiencias de un plan de campaña basado en la diseminación y dis persión de efectivos en pequeños destacamentos y guarniciones que sucesivamente fueron aislados y que reconstruidos oportunamente hubieran permitido la constitución de una masa de maniobra y dotar a la plaza de los efectivos necesarios para su defensa.

— Los defectos en el trazado de la línea exterior de defensa proyectada para contener a los insurrectos y evitar una sorpresa, débil línea difícil de sostener largo tiempo no sólo por las condiciones de construcción y traza que la hacían incapaz de soportar el fuego de la artillería enemiga sino muy principalmente por su gran extensión en relación a su exigua guarnición que sin tropas que la relevase, batiéndose casi todas las noches echaría en falta a aquellas fuerzas que aisladas en las provin cias rebeldes se veían copadas y obligadas a capitular.

— La falta de una segunda línea a retaguardia de la anterior que hubiese permitido el repliegue de las fuerzas que la defendían al verse amena zadas de desbordamiento y la escasa eficacia del fuerte de San Anto nio Abad que ni impidió el bombardeo ni los desembarcos ni tampoco impidió que el enemigo marchase por la playa sobre Manila. No con tuvo a los ingleses en el año 1762 ni sirvió de obstáculo serio a los americanos en 1898.

— La aglomeración de población en el reducido espacio de la ciudad murada que aumentó las dificultades de abastecimiento y vida en la ciudad murada. Pese a estos aspectos negativos la capitulación de Manila fue honrosa no menguando en nada la digna conducta de unas fuerzas que en 105 días de bloqueo y75 de asedio demostraron saber luchar por el prestigio de sus armas. La guarnición de Manila se mostró valerosa, disciplinada ante todo género de adversidades, demostrando su valor durante el tiempo en que tras débiles fortificaciones rechazó los constantes y rudos ataques del ene migo probando su fortaleza al permanecer tres meses sin relevo en las trin cheras, aguantando los rigores de un rudo y prolongado temporal que desde el 5 de junio al día 13 de agosto se manifestó en ocho «baguíos» con fuertes vientos y copiosas lluvias que anegaban las trincheras así como la flaqueza de una insuficiente alimentación. Su espíritu y disciplina se puso a prueba cuando tuvo la certeza de que no llegarían fuerzas nava les ni auxilios de ninguna clase en su ayuda, y no obstante se mantuvo con sereno continente, consiguiendo rechazar las impetuosas acometidas de los americanos en el último día de julio y primeros de agosto, teniendo aún bastante energía para sostener el último día de la defensa una lucha desi

— 339 — gual por espacio de cinco horas en circunstancias tácticas desventajosas, soportando además el decisivo ataque de la Escuadra americana sin poder contrarrestar los efectos del fuego de sus cañones. Espíritu de unas unidades que encontró su reconocimiento con la siguiente declaración ante el Senado del que fue uno de sus generales en jefe, el general Primo de Rivera: Pues bien, ésta que fue una heroica defensa, ha pasado aquí desa percibida porque se desconoce lo que son fatigas como estar meti dos en agua 105 días haciendo resistencia y fuego día y noche con tra unos poderosos adversarios.» Merecido homenaje a unos soldados que en escaso número y casi todos ellos afectados por el paludismo, la disentería lograron resistir durante 75 días a costa de perder por todos los conceptos 34 jefes y oficiales y 2.450 individuos de tropa, o sea, una cuarta parte de sus efectivos (de ellos 300 el último día del combate) el asedio de un enemigo que les duplicaba en número.

Bibliografía

BUJAC. La guerra hispano-americana. Diario Operaciones en legajo 4, carpeta 1, caja 24 «Documentación Filipinas» en Subdirección Historia Militar, Archivo y Biblioteca. GÓMEZ NUÑEz, S. La guerra hispano-americana Martínez Campos: España bélica. Siglo XIX. MORRIS. The War with Spain. SASTRÓN, M. La guerra hispano-americana en el Archipiélago. TORAL, J. J. El sitio de Manila. Memorias de un voluntario. La Vanguardia «La guerra hispano-yanqui». VIVIAN T. With Dewey at Manila. WESLEY MERRITr. La campaña en Filipinas.

— 340 — Anexo

EJÉRCITO Y CAPITANÍA GENERAL DE FILIPINAS Manila, 14 de agosto de 1898

Soldados, Marineros y Voluntarios: Vuestro infatigable esfuerzo durante e/largo sitio y más prolongado bloqueo de esta plaza os ha hecho acreedores no ya sólo a la gratitud de la Patria sino al respeto y considera ción del Ejército americano consignados con clara elocuencia en la honrosa capitulación ya pactada y hoy formulada de la cual se adjunta copia. En ella se os conceden, conservando banderas todos los honores de la guerra pese a nuestra inevitable permanencia en el ingrato suelo defendido. Y expresado concretamente la libertad y la devolución de armas por el presente sólo depositados como condiciones predominantes de esos mismos honores, se nos señalan los derechos de los prisioneros no de otro modo que si tuviéramos los deberes. Espero que vuestro buen espíritu y cordura responderá como siempre a la disciplina que hasta hoy habéis demostrado no dando lugar a que por propios ni extraños se observan negligencias del deber que tengan que reprimirse. Sirva todo e/lo de lenitivo al infortunio que con vosotros deplora vuestro General en Jefe. JAuDENEs

ORDEN GENERAL DEL DÍA 29 DE MAYO DE 1898, EN MANILA Distribución de fuerzas y mandos para atender la defensa de esta Capital en el caso de ser atacada por mar y tierra. CIUDAD MURADA Y LÍNEA SE SAN ANTONIO ABAD AL MALECÓN DEL SUR Número 1 jetes de Torales 1 Observaciones Jefes de lineas subordinados 1Í Fuerzas hombres ,

Í 300 ] (Tres compañías Cazadores nú- Para la línea y mero4 600 1 1 Í Remonta,Marina Artillería de Plaza y 1.000 frente artillado 1 de la plaza. 100 1 Tte. C. Golo-1 Una merocompañía 75 Regimiento nú- General Ariz- bardes ¿ Una compañía Cazadores nú- 100 ) •) mendi Tte. C. Bonet mero 10 Í Cte. del 42 Una compañía Regimiento nú- 100 Para el resto de la ciudad , 500 mero 70 100 murada. Una compañía Regimiento nO- mero69 1 1 compañías Dos Leales Volun- 200 1 tarios 1

— 341 — (Continuación)

Jefes Número 1 Jefes de líneas 1 subordinados 1 Fuerzasde 1 Totales 1 Observaciones hombres J 1 LÍNEA DEL MALECÓN DEL NORTE A VITAS r Una compañía de Carabineros 1 100 1 1 General Pa- íTte. C. San1 UnacompañíaVoluntariospam- pagos 1 200 1 500Para el servicio lacios Martin Una compañía Marinería 1 200 1 de dos bate rías. Artillería de Plaza — j — J J LÍNEA DE FORTINES Y BLOCAOS Cinco compañías Cazadores nú- 1 500 1 r C. Rosales 1 i mero5 1 1 1 Dos compañías Cazadores nú- 1 200 General Rizo ( rón 900I 1 Tte. C. Man- meroil 1 zanares 1 Dos compañías Regimiento nú- 200 mero70 1 8 1 1 -‘ LÍNEA DE PUNTILUPA A LAS PIÑAS Tres compañías Voluntarios Anda 1 650 r Tte. C. Martí- Salazar 1 1 C. D. Victoria- J nez Alco ) Das compañías Cazadores nú- 1 200 no Pintos bendas mero 2 1 1930 1 Tte. C. Buen- Cazadores número 10 1 80 ¡ camino Guardia CMI — J — 1 LÍNEA DE PUNTILUPA A TAGUIO Tercio Bayamban 1400 Tte C Perez Batallón Cazadores número 10 1 100 C. Laasla oete Guatoia CMI —500

LÍNEA DE TAMBORONG. MONTALBAN Y MARIQUINA Cte. Prieto f Batallón de Guías 300 1 C. Carbó Cte. García Batallón Cazadores número 10 1 150 Cte. Caicedo L Guaia CMI — 1 LÍNEA DE ENLACE ENTRE SANTA MESA Y SAN JUAN DE MONTE Tte. C. Alberdi de Batallón Ingenieros 100 100 ZONA DE SAN JUAN DE MONTE Tte. C. Colorado Batallón Cazadores 1 número 10 200 200 COLUMNAS VOLANTES Se alojará en el Tte. C. Hernández Tres número compañías compañías Das 4 delde RegimientoCazadores 200300 500 Cuartel de la Luneta. número 75 Cuatro compañía de Cazadores 400 Se alojará en el número 11 500 Cuartel de Ma Tte. C. Soro compañías Una del Regimiento 100 } nolete. número 70 Tte, C. Iglesias Batallón { de Cazadores número 5 600 600 Idem De Meisic. ARRABALES DE MANILA Una compañía Cazadores núme- 1 100 1 ioo 1 roS 301 1

— 342 — (Continuación)

Jefes tales Observaciones 1 Fuerzas hombresNúmerode To Jefes de líneas subordinados

ARRABALES DE MANILA de tina compañía del Regimiento EnEspaña el Puente y pa- número 70 seo Magalla iooI nes. En el Puente Colgante Es s compañías número 6 200 200 tado Mayor y Hospital Cen tral. Voluntarios Miguel 250 } 250 En el Puente de Ayala. En la Escolta y Casa Correos. GueMIa del Casino 150 150 Calle del Rosado y plaza Calde rón. Santa Cruz. Cinco compañías de Voluntarios 500 500 }Queipo. Sampaloc. Tundo. Presidio y Cár cel. Tres compañías Batallón Pro- 500 500 Retén tro Zo enilla. el Tea snal j j Prisiones Mili tares.

— 343 — EL APOSTADERO DE FILIPINAS: SUS AÑOS FINALES

DON HERMENEGILDO FRANCO CASTAÑÓN Capitán de fragata. EL APOSTADERO DE FILIPINAS: SUS AÑOS FINALES

Todo trabajo historiográfico implica un necesario realce de determinados hechos, y también un silencio necesario respecto de otros, según se con sideren a unos como eficientes y a otros como inertes. La gran dificultad está en discernir unos de otros y, en escoger bien para obtener la exacta y fidedigna realidad del pasado, ya que una vez elegidos éstos adquieren tal fijeza, que los hechos relatados se transmiten inaltera bles, adquiriendo incluso carácter dogmático. Muchas deformaciones y errores históricos tienen su origen en olvidos involuntarios, y en análisis poco objetivos y parciales. Algo de esto ocurre, por no ser excepción, con algunos pasajes de la historia naval española, y así por ejemplo; el concepto del «barlovento» es para muchos autores y para la inmensa mayoría de la opinión, el principal y exclusivo culpable de nuestra derrota en Trafalgar, olvidando o desconociendo que éste tác ticamente tenía sus ventajas y sus inconvenientes, y que hubo otros fac tores fuera de la estrategia y la táctica y de la propia Marina que influyeron en el resultado de este importante suceso de nuestra historia. Algo pare cido ha ocurrido con la Marina en Filipinas, que para la mayoría de la conciencia nacional española, es únicamente el combate de Cavite, ais lando este triste episodio y olvidando quizás por ello, la labor desarrollada por la Armada a lo largo de un siglo en el Archipiélago asiático. La Marina en Filipinas, fue la institución que más españolizó, —valga la expresión— aquellas tierras, y fue la única que pudo unir aquellos disper sos territorios. La Marina fue impulsora de las ciencias, de la historia natu ral y de las obras públicas, pionera en colonización, y la que consiguió ais

— 347 — lar y vencer a la piratería malaya-mahometana, configurando el límite sur del Archipiélago, que de algún modo es como definir la nacionalidad fili pina. A estos años de intensa actividad de la Armada, dedico estos minutos con la intención de rememorar someramente los acaecimientos para mí más importantes protagonizados por la Armada, institución en que me honro en pertenecer. Haciendo cuerpo principal del tema los últimos años del siglo, en que la Marina española tuvo el control y la responsabilidad marítima del Archipiélago, pero comenzando con unos antecedentes creo necesarios para mejor comprender el difícil trance del 98. Comenzaré, empleando términos futbolísticos, definiendo el terreno de juego —las Filipinas— que aunque conocidos, nos darán una visión y pers pectiva mejores. Las islas Filipinas forman un archipiélago de cerca de 7.000 islas, confinan por el Norte y Oeste con el mar de China, por el Sur con el de Célebes, y por el Este con el océano Pacífico. Se hallan situadas entre los 4°00’ y 21°30’ de latitud Norte y 121°25’ y 133°00’ de longitud Este. Se distinguen tres grupos principales de islas; la isla de Luzón al Norte, Mindanao al Sur y separando estas dos grandes islas el grupo de las Visa yas que con la occidental de la Paragua que sigue en magnitud a las extre mas, componen una superficie total de aproximadamente 345.000 kilóme tros cuadrados. Archipiélago de constitución volcánica, con vivos y frecuentes terremotos. La mayor parte de las islas excesivamente cortadas y montañosas con altos picos que llegan a los 3.000 m en el Apo de Mindanao, ríos impor tantes y lagunas interiores, destacando Bay y Taal en Luzón y Lanao y Ligusán en Mindanao. Las costas orientales son escarpadas con pocos puertos y abrigo mientras que las occidentales son accesibles y con numerosas bahías. Llenas de bajos y de difícil navegación desde Mindoro hasta Borneo; en sentido Este- Oeste corren dos canales principales con mucho fondo; el estrecho de San Bernardino que separa Luzón del norte de Visayas y el de Surigao que separa Mindanao del sur de Visayas. A la mayor parte de las islas le rodean fajas de corales. El clima es cálido uniforme y muy húmedo con temporales del Norte durante la monzón del

— 348 — Noreste (diciembre-enero) temporales del Suroeste llamadas collas (julio-octubre) y los huracanes denominados baguíos que no tienen época fija, pero suelen tormarse normalmente en el equinocio de otoño (sep tiemb re). Filipinas constituyó para España un verdadero mundo marítimo, que si valioso era por su gran riqueza intrínseca, lo era más por su posición geo gráfica, próxima a los imperios asiáticos. Desde los primeros años de su ocupación, España tuvo que luchar con los celos de los portugueses, la codicia de Holanda y Gran Bretaña y la temible vecindad de piratas chinos y malayos que, en bien organizadas expediciones, llevaron el terror y la muerte hasta las mismas puertas de Manila. El Archipiélago no fue, inicialmente ni durante muchos años, una colonia netamente española, ya que desde su conquista, dependió directamente del Virreinato de Nueva España, y no fue hasta que se perdió la domi nación sobre México, cuando se efectúa la obligada transformación. Ésta se inicia durante el mando de Basco y Vargas, con la creación del «estanco del tabaco», que suprimió el situado en Acapulco, lo que puso a Filipinas en comunicación con la metrópoli a través del cabo de Buena Esperanza. Fue en esos momentos cuando la colonia mexicana comenzó a conver tirse en española, pero sin que la guarnecieran ni el Ejército ni la Marina propiamente nacionales. Y es que las islas Filipinas, aún a principios del siglo xix, no tenían la debida importancia para España ya que por la dependencia virreinal, sus rentas se iban a las arcas mexicanas sin bene ficio alguno para las peninsulares. Nada tuvo de particular que la defensa del Archipiélago no estuviera en armonía con el sistema general de los otros dominios de la Corona, y que en Filipinas no existiera la Marina Militar del Estado, a pesar de que sus costas se veían asoladas por los piratas malayo-mahometanos que procedentes de JoIó, Borneo y demás islas meridionales, tenían convertidas a las Islas en un campo de aventuras. Innumerables y cruentos sacrificios se daban todavía en el siglo xviii, casi en los albores del xix, pero a pesar de mal tan grave, se acudió a todo excepto en llamar a la Marina Real. La ocupación inglesa de Manila en 1762, fue un serio aviso a la indefen sión del Archipiélago, que hizo pensar a las ai.itoridades que quizás si hubiese habido una escuadra, ésta la hubiese podido evitar.

— 349 — La Marina Sutil de Filipinas En el año 1771, con el objeto de encauzar este desorden y para reprimir las incursiones de los joloanos y mindanaos, el gobernador de las Islas, Simón Anda y Salazar, determinó organizar una escuadrilla de buques, haciendo erigir en el islote El Corregidor, a la entrada de la bahía de Manila, una torre fortificada que vigilase la aproximación de los piratas a la capital. Fue esta armadilla la precursora de la organizada por el capitán de fragata Basco y Vargas que, con el nombre de Marina Sutil comenzó a prestar servicios en 1775. La Marina Sutil se organizó, y sus oficiales provinieron de los oficiales rea les de Hacienda, que también tenían a su cargo la administración del Ejér cito. Éstos, dedicados a una administración tan general, y los intereses creados por su modus vivendis, fue lo que le dio un carácter especial a esta nueva Marina y la causa principal de que vieran de mal grado la venida de la Real Armada cuando ésta llegó al Archipiélago. Las bases para su constitución las puso el teniente de fragata Gabriel de Aristizabal, que había llegado a Manila en agosto del año 1770 a bordo de la fragata de Su Majestad Católica Astrea, encargándose del arsenal y ribera del puerto de Cavite y por sus dotes excepcionales, el gobernador Simón Anda, lo nombró comandante general de Marina de Filipinas, orga nizando la primera expedición contra los piratas moros de Mindoro. En el año 1773, ascendió a teniente de navío, volvió a la Península, después de desempeñar su cargo por más de tres años, dejando puestas las bases de la Marina del Archipiélago, de la que puede considerarse su primer jefe, aunque su sucesor, el capitán de fragata Basco y Vargas., haya sido el impulsor y verdadero organizador. En julio del año 1778 tomó posesión de su cargo, como gobernador gene ral, el capitán de fragata José Basco y Vargas, durante su mando, se desa rrolla la agricultura, la industria y el comercio, creando la aduana, la inten dencia y la Real Compañía de Filipinas. Hasta su llegada, el Archipiélago había sido una pesada carga para la metrópoli, puesto que anualmente se enviaba el dinero en metálico para cubrir las atenciones de las Islas. Con el fin de librar a España de seme jante gravamen, concibió el vasto proyecto de estimular el cultivo de tabaco, estableciendo el «estanco» en la isla de Luzón. Un año después, por Real Cédula de 10 de marzo, promulgada por el rey Carlos III, se creaba, a propuesta del capitán de navío Basco, la Real Com

— 350 — pañía de Filipinas para establecer relaciones mercantiles entre España y el Archipiélago. Se concedió a la Compañía el monopolio en el comercio, con exclusión del tráfico directo entre Manila y Acapulco, y se le otorgaron multitud de privi legios, entre ellos, que sus buques arbolasen la bandera de la Marina de Guerra recién creada, llevando una contraseña para distinguirlos de los de la Armada. Manila se declaró puerto enteramente libre y franco a las nacio nes asiáticas que lo deseasen. Esta determinación, de abrir el puerto de Manila al tráfico de otras naciones y el «estanco de tabaco», produjo gran des ingresos en la tesorería filipina. El día 28 de septiembre de 1778, declaró el corso contra los piratas, deter minación que no le dio gran resultado, ya que las embarcaciones maho metanas nunca llevaban objetos de valor y, por tanto, pocos armadores se empeñaron en estas empresas. Formó cuatro divisiones navales con embarcaciones de la Marina Sutil, una en Cebú, las otras en Ib-Ib, Zamboanga y Calamianes, puntos desig nados estratégicamente para interrumpir el paso a los piratas, efectuán dose acciones militares en Mindoro, Samar, Visayas y Mindanao. En el año 1787 ascendió Basco a jefe de escuadra, y regresó a la Penín sula, haciéndose cargo del mando del Archipiélago, el 1 de julio de 1788, el también jefe de la Armada, brigadier Félix Berenguer de Marquina. El nuevo gobernador siguió la pauta marcada por su antecesor y entre otras mejoras propuso la fortificación de Manila y Cavite, y el aumento de fuerzas. Consecuencia de ello fue la formación de una compañía de bata llones y otra de brigadas de Marina para las guarniciones de los buques en corso.

La Armada en Filipinas

Aunque muchos buques de la Armada habían recorrido y visitaban el Archi piélago, no se estacionaban en él, ni entre sus misiones se encontraba la defensa naval de las Islas. Aunque por la importancia del Archipiélago, se crearon unas Ordenanzas de Marina puestas en vigor para Filipinas, basa das en las del capitán de navío Aguirre y Oquendo del año 1748. En el año 1789, el día 30 de julio, salieron de Cádiz las cobertas Descu bierta y Atrevida, al mando de los capitanes de fragata Alejandro Malas

— 351 — pina y José Bustamante que, con misión puramente científica, recorrieron las costas de América y Asia, siendo sus estudios básicos: astronomía, matemáticas, física e historia natural. Sus oficiales levantaron cartas hidro gráficas de las costas de la América española y de los archipiélagos de Marianas y Filipinas, trazando nuevos derroteros. Llegados a Manila levantaron la carta de su bahía, reconocieron el estre cho de San Bernardino, contracosta de Albay, Leyte, Samar, Mindoro, Panay, Negros y Mindanao. Puede decirse, que con esta expedición comienza verdaderamente el trabajo de la Armada en Filipinas y, en espe cial, el hidrográfico. En el año 1793, por Real Orden de 16 de septiembre, se aprobó, por el Gobierno de Su Majestad, el plan de Marquina. Entre lo más importante en el ámbito naval destacó la construcción de un astillero independiente del de Cavite, denominado «La Barraca». Ante un posible conflicto con Gran Bretaña, en agosto del año 1795, lle garon a Manila, para su defensa, las fragatas Lucía y Santa María de la Cabeza, al mando del capitán de fragata Ventura Barcáiztegui. Poco des pués llegó la María y en el año 1796 fondearon en Cavite los navíos San Pedro, Montañés y Europa, y las fragatas Fama y Pilar, al mando del jefe de escuadra Ignacio María de Álava. Habiéndose roto las hostilidades con Inglaterra, la escuadra de Álava se preparó para la defensa del Archipiélago. Anteriormente, y por Real Orden de 24 de septiembre de 1796, se dispuso la traslación a Cavite del apos tadero y astillero de San Blas de California, con el objeto, dice la citada Real Orden: «De que se forme allí un astillero capaz de poner a cubierto aquellos establecimientos de las fuerzas y de las piraterías de los mahometa nos que ocupan las islas vecinas, y auxiliar con dobles fuerzas y recursos nuestras escuadras en la América Meridional y del Asia.» Llegaron a Cavite en la fragata Nuestra Señora de Aránzazu y, junto con el personal de San Blas, lo hizo un grupo de constructores, carpinteros de ribera y calafates del arsenal de La Habana, al frente de los cuales venía el ayudante de construcción, graduado de alférez de fragata Juan Villar. La Marina Sutil y los oficiales reales directores de «La Barraca>’, recibieron con disgusto a los de la Real Armada, pues vieron que se les iba de las manos el magnífico y productivo negocio que les reportaba su cometido, poniendo muchas trabas al alférez de fragata Villar, al encargarse de «La

— 352 — Barraca», y entabláridose comunicaciones muy acaloradas entre Álava y el gobernador Aguilar. Después de un largo expediente, el personal del apostadero de San Blas pasó al arsenal de Cavite, cumpliéndose la resolución real. Álava, desde su llegada a Filipinas, vio la imperiosa necesidad de que la

- Real Armada se estableciese permanentemente y, por su constancia y empeño, el día 27 de septiembre del año 1800, se comunicó, desde San Ildefonso, la Real Orden siguiente al director general de la Armada: «Con presencia de cuanto ha expuesto el jefe de escuadra don Igna cio M de Alava, sobre la necesidad y conveniencia que resultará al servicio del establecimiento de una Comandancia de Marina en Manila y de cuanto V.E. ha informado sobre este asunto el 13 del corriente, se ha dignado el Rey mandar, conformándose con la pro puesta de V.E., que se establezca en dicha Comandancia con las ple nas facultades de mando y jurisdicción prescritas en las Ordenanzas de la Armada y Reales Órdenes posteriores; que don Ignacio de Alava tome desde luego las providencias que juzgue convenientes para arreglar este establecimiento antes de su regreso a España; y finalmente, desando Su Majestad constituir desde su principio esta Comandancia del modo mejor y más conveniente a la defensa de las islas Filipinas, a la mejora de la construcción de los buques, al cono cimiento de la hidrografía y la navegación de aquellos mares y al gobierno del arsenal de Cavite, ha nombrado para comandante de Marina de dichas Islas al capitán de fragata don Ventura Barcáizte gui, promoviéndole desde luego a capitán de navío; queriendo Su Majestad que aquel empleo se sirva en adelante por oficiales vivos de esta clase o de la de brigadieres de la Armada, debiéndose rele var cada cinco años, como igualmente el segundo comandante y todos sus subalternos.» De este modo, se creó la Comandancia de Marina de Manila, que precede al nacimiento del Apostadero, aunque con las características y funciones de éste. Álava tuvo serios problemas con el gobernador, que ya como capitán general de Filipinas, se negó a entregarle el astillero de «La Barraca» y el personal y material de la Marina Corsaria, fundándose en que la defensa interior del Archipiélago le incumbía comó capitán general, y en que la Marina Sutil tenía su reglamento especial, no afectándole, por tanto, las Ordenanzas de la Armada. —353— Álava estableció el arsenal de Cavite con escasez de medios, dictando un reglamento para el gobierno y administración del mismo, fijando como uno de los servicios más importantes y preferentes el de la hidrografía del Archipiélago. Pero por el temor constante de que los ingleses ataca ran a Manila, su escuadra no fue lo útil que debió serlo mientras perma neció en las islas, especialmente en la lucha contra los piratas moro- malayos.

El Apostadero de Filipinas

Si bien el Apostadero de Filipinas se puede considerar como tal desde el año 1800, fecha de la creación de la Comandancia de Marina, no es hasta el 4 de septiembre de 1813, en que toma posesión del Gobierno Superior de Filipinas, el brigadier de la Armada, José Gardoqui Jaraveitia, nom brado además jefe del Apostadero, cuando éste adquiere personalidad propia. La Real Orden de su nombramiento dispuso también: «Que no debiendo haber en Filipinas otra Marina que la de Guerra de la Armada, entrasen a formar parte de ella todos los buques de Ja Marina Corsaria, bajo el mando de los jefes del Apostadero que se nombrasen.» Esta disposición, que incorporaba ¡a Marina Sutil a la Armada, produjo un gran malestar a los oficiales reales de Hacienda. No obstante el Apostadero fue suprimido por Real Orden de 23 de marzo del año 1815, como consecuencia de una intriga de determinados ele mentos. Pasaron varios años para que se restableciese de nuevo la Comandancia General del Apostadero, que por petición del capitán gene ral Pascual Enrile, se formalizó por Real Orden de 2 de abril de 1827.

Primer plan de defensa del Archipiélago

El enemigo principal que España tenía en Filipinas eran los indios maho metanos, llamados «moros» por sus costumbres y religión. Eran de raza malaya, como la mayoría de los indígenas del Archipiélago y ocupaban en estos años, sin someterse a la dominación española, parte de las islas de Mindanao y La Paragua, y también la multitud de las que se extienden desde Basilán a Borneo. Pero los establecimientos en el sur de Mindanao,

—354— - y los del archipiélago de Joló y Tavi-Tavi, eran los peores y más crueles enemigos de la tranquilidad de las Islas. Ocupaban sus poblaciones, las llanuras bajas próximas al mar y las situa das en las inmediaciones de los ríos y esteros. En algunas de ellas como Cotta-Bato, residencia del sultán de Mindanao y otros puntos, tenían pequeñas fortalezas cuyas murallas estaban formadas por troncos de árbol bien unidos y rellenos de piedra y arena. Cada moro: «Era un soldado armado siempre con el cris, campilán o lanza» dice el coronel Bernaldez en su reseña histórica de la guerra al sur de Fili pinas, y continuaba: «este soldado moro es astuto, fanático por sus creencias, terco, cobarde en campo abierto o cuando descubre sere nidad y decisión en el enemigo y ve fácil la escapada; pero valiente arrojado y temerario hasta la ferocidad, cuando se considera ence rrado y sin posibilidad de fugarse, son sumamente ágiles, nadan como los peces y cruzan los manglares más espesos con suma fa cilidad.’> Sus armas defensivas eran el escudo circular, hechos de madera y forra dos de cuero y carabao; las ofensivas eran de fuego y blancas. Entre las primeras disponían de gran variedad, las armas blancas utilizadas eran la lanza, el cris, el campilán, las fisgas, los zumbilines y otros cuchillos. Las embarcaciones que empleaban para el pirateo eran los pancos, baran gayanes, vintas, pilanes, lancanes y barotos. Los pancos eran los mayo res —solían tener hasta 30 m de eslora y tres de manga— y llevaban remos colocados en dos órdenes y velas envergadas en antenas de caña, aunque también usaban aparejos similares a los de nuestras falúas, para que a cierta distancia se confundieran con ellas. Los barangayanes eran parecidos a los pancos de menores medidas, lo mismo que las vintas, pilanes y demás embarcaciones. Todas ellas por su poco calado navegaban por todas partes. Los moros estaban organizados en una especie de confederación, esta bleciendo una monarquía mixta hereditaria en una familia, entre cuyos miembros elegían al sultán; los jefes principales se denominados dattos; Cuando el Ministerio de Marina se ocupó de las cuestiones navales del Archipiélago, debido a su importancia y por ser la cuestión más acuciante la piratería de los mahometanos se preparó un plan de lucha. Conside —355— rando prioritario el establecer estaciones de fuerza sutil, y efectuar un plan de construcciones navales. En el año 1813 se encomendó en el arsenal de Cavite la construcción de seis corbetas, llegándose a cortar las maderas para la primera, que se almacenaron en dicho arsenal, pero sin seguir adelante la construcción en virtud de Real Orden que se comunicó por vía de Hacienda, aunque por el interés de entablar la correspondencia con la Península se puso la quilla del bergantín de 22 cañones nombrado Realista. Con estos antecedentes y el envío de la corbeta: «Descubierta en 1822 con el objeto de estrechar las relaciones entre la metrópoli y aquellas importantes islas, y de conducir efectos para la construcción de una fragata de 50 cañones en Cavite.» Se examinó lo relativo al sostenimiento de una tuerza naval, según las bases propuestas por el extinguido Consejo del Almirantazgo. Con el mando de la Marina en Filipinas del mariscal de campo Pascual Enrile y Alsedo, antiguo oficial del Cuerpo General de la Armada, se deter minó un plan de defensa naval, organizado para: «Guarda de las costas, protección del comercio y seguridad de los habitantes de Filipinas de la rapacidad de los mahometanos.» Plan que ordenaba establecer los seis puntos de estación de la fuerza sutil siguientes:

— En Misamis, para recorrer la parte norte de Mindanao y el estrecho de Juanico.

— En el este de Mindanao o provincia de Caraga, para extender el cru cero de las fuerzas desde el sur de Mindanao a las islas de Siragan y a toda la parte occidental de la isla.

— En puerto Mangaren de la isla de Mindoro, estando en continuo crucero de un extremo a otro de la isla por su parte occidental.

— En Antique o San José —en la isla de Panay— para cubrir toda la parte occidental de ella, y aún la de Negros.

— Al sur de la isla de Negros, debiendo cruzar continuamente entre el extremo de dicha y la de Fuegos para resguardarla de la inmediata de Mindanao.

— En Zamboanga, cruzando entre Basilán y suroeste de Mindanao, de este a oeste, entre los meridianos de las islas de Pilas y de Cocos, para impedir el paso de los moros de Joló.

— 356 — Se basó este despliegue en un control de los pasos más frecuentados por los piratas en sus correrías. Se autorizaba al comandante general del Apostadero a variar los puntos de estación si las necesidades lo requerían. Los seis puntos de estación, se cubrían con 12 lanchas cañoneras y 12 falúas, y para que estas embarcaciones fuesen relevadas, en Cavite había otras 12 de cada clase. Este plan inicial va a evolucionar a lo largo del tiempo, modificándose y variando las estaciones navales según las condiciones estratégicas de cada momento.

Vicisitudes del Apostadero (1827-1845)

Después de establecida la Comandancia General del Apostadero, bajo el mando de Enrile, se dispuso que para asesorarle se nombrase a un briga dier de la Armada que se titularía segundo comandante del Apostadero. Durante los primeros años, se inicia una rectificación de algunos puntos y situaciones de bajos para perfeccionar las cartas y planos existentes, y con el fin de dar la mayor exactitud a los trabajos hidrográficos, se destinó desde la Península una comisión para reconocer el complicado y vasto Archipiélago, poniéndose a su frente el capitán de fragata José Fermín Pavía. También se practicaron varios reconocimientos de maderas para la cons trucción naval y se dio gran impulso al arsenal de Cavite construyéndose, gracias a sus mejoras y a los auxilios enviados, la fragata Esperania. También se suceden numerosos encuentros con los piratas, que llegan a efectuar sus incursiones al norte de las Visayas, por lo que se establece una división de fuerza sutil en puerto Galera. Ante la gravedad de los ataques de los moros sobre las Visayas, las falúas que trabajan en la Comisión Hidrográfica en San Bernardino, suspenden sus trabajos dirigiéndose a efectuar sus cruceros sobre Albay, Camarines y Masbate. Esta ofensiva pirática provoca el estudio de la situación y un expediente que se inicia el día 2 de junio de 1836 para la adquisición de los vapores para el Apostadero, que desgraciadamente no culmina, sus pendiéndose la compra prevista el 12 de noviembre de 1836. No obstante, se consigue una capitulación con el sultán de Joló, Mahamad Diamalul Quirán, llevada personalmente por el capitán de fragata José María Halcón, determinándose los derechos que han de pagar las embar

— 357 — caciones joloesas en Manila y Zamboanga, y las españolas en Joló. Capi tulación firmada el día 23 de septiembre de 1836, y que produjo un acer camiento con el sultán, y cierta tranquilidad. En mayo del año 1837, la falúa número 22, el mando del capitán de la Marina Sutil, Juan Eliot, sostiene encarnizado combate con varios pancos moros sobre la isla de Silanguin. Ante hechos como éstos, que se suceden en el centro de Visayas, el capitán de fragata Halcón, jefe de las fuerzas sutiles, reconcentra a sus embarcaciones en Pangasinan e llocos, dic tando disposiciones y estableciendo cruceros en estas aguas, en el mes de marzo de 1839. En diciembre del mismo año, se funda un estableci miento militar en el sur de Masbate. En junio del año 1843, tomó posesión de la Capitanía General y jefe supe rior de la Marina, el teniente coronel del Ejército Francisco de Paula Alcalá de la Torre. Entre sus importantes proyectos figura la intención de la toma de Basilán. Era su opinión, que después de castigar a Balanguingui y Basilán, se debía caer sobre Joló, y si el sultán y dattos mantenían la hostilidad, con ducirlos a Manila, decía: «Que la operación era tanto mas urgente, cuando la época y cir cunstancias que concurren en Joló, la señalan como el punto avan zado de nuestra dominación en Asia, límite de nuestras posesiones con las de Inglaterra y Holanda.» Y el tiempo le dio la razón en sus posiciones, ya que allí donde estaba el enemigo, era donde había que ir para vencerlo, como años más tarde se hizo. A finales del año 1843, quedó separada la Comandancia General del Apos tadero de la Capitanía General. Con esta independencia, la estrategia naval en el Archipiélago adquiere un nuevo carácter, ya que todas las directivas y decretos emanados de la superior autoridad del Apostadero, van a encaminarse al objetivo principal y primordial, que es la lucha contra la piratería, es decir, dirigidas al frente sur. Por otro lado, el capitán gene ral entiende que la guerra en Filipinas es «guerra de mar» y por ello con cede importancia capital al papel de la Marina, dejándola actuar en el nivel orgánico y operativo con total independencia, aunque se sirve de ella para llevar a cabo todos sus planes estratégicos, aunque los medios de que se dispone son mínimos. Las necesidades del Archipiélago y la aparición del vapor, hacen que por —358— Real Orden del día 22 de enero de 1844, se autorice al Ministerio de Marina, Comercio y Ultramar, para construir seis vapores de guerra con destino expreso a las islas Filipinas. Se preveía desarmar las falúas desde el momento en que la mitad de los vapores pudiesen prestar servicios. La realidad fue, que estos seis vapo res se quedaron reducidos a tres: Magallanes, Elcano y Reina de Castilla, y las falúas sobrevivieron muchos años. Los vapores se adquirieron en Londres en el año 1848, y fueron los primeros buques de esta clase que hubo en Filipinas y, gracias a sus servicios, se debió la rápida transfor mación que se operó en la prosperidad de las Islas y en la represión de la piratería.

La Marina en el sur de Filipinas

Francia, al igual que Inglaterra y Holanda, tuvo siempre puestas sus miras en el sur de Filipinas, y por ello hubo frecuentes incidentes con estas potencias, siendo el más importante el que se produjo con Francia en el mes de febrero del 845, motivado por el bloqueo de la isla de Basilán por una fuerza naval francesa al mando del vicealmirante M. Cecille que pre tendía obtener satisfacción de los piratas de Maluso, que habían dado muerte a dos hombres de la fragata Sabine. El gobernador de Zamboanga protestó por el bloqueo, pero éste se llevó a cabo. Esta fuerza naval procedía de Joló, cuyo sultán había firmado un convenio de navegación y comercio con el ministro plenipotenciario de Francia M. de la Grené, y había cedido por 100.000 pesos la isla de Basi lán, cuya soberanía correspondíá a España. Mientras esto ocurría, salió de Manila para Zambanga el segundo jefe del Apostadero, brigadier de la Armada, Agustín Bocalán, a bordo de la fragata Esperanza. En Mindanao sostuvo una enérgica y activa correspondencia con el vicealmirante Cecille respecto a Basilán, quedando la resolución de la soberanía a cargo de los respectivos Gobiernos. Los buques franceses se hicieron a la mar, excepto la Sabine, que perma neció en el canal entre Basilán y Malamawi. Bocalán recorrió las islas exi giendo la sumisión de los pueblos costeros y en demanda de Zamboanga. El asunto quedo resuelto por la anulación del Gobierno francés del conve nio firmado por su plenipotenciario. En el mes de febrero de 1847, se llevó a cabo la expedición para la ocu

— 359 — pación del seno de Davaó cedido a España por el sultán de Mindanao, que finalizó en enero de 1849. La efectuó el español José Oyanguren que fundó la población de Nueva Vergara y, por Decreto de 29 de enero, se declaraba este territorio provincia con el nombre de Nueva Guipúz coa. En abril llegó el vapor Elcano con el comandante general del Apos tadero, Manuel Quesada, con cuya cooperación tomó y ocupó el fuerte «Hipo», uno de los pocos puntos que se resistían a la ocupación es pañola. Mientras se llevaba a cabo la ocupación de Davaó, se organizó por el capi tán general de Filipinas —general Clavería— una de las operaciones más duras, pero también más necesarias en el sur del Archipiélago, que ya su antecesor general Pavía había propugnado como primera solución al pro blema de la piratería: «atacarla en su propio territorio». Por ello se planeó el ataque a Balanguingui, sede principal y feudo inexpugnable de los pira tas samales, preparándose la operación con gran discreción en los últimos meses de 1848. Las fuerzas partieron de tres puntos: Manila, 110-110 y Zamboanga. De Manila lo hicieron los vapores de guerra Elcano y Reina de Castilla, en donde embarcaron tropas del Ejército. En el Reina de Castilla arbolaba su insignia el comandante general del Apostadero, José Ruiz de Apodaca, y, el distintivo del capitán general del Archipiélago. Estos buques salieron el día 6 de febreo llegando el 10 a Dapitán (Mindanao). De lb-lb lo hicieron los bergantines de transporte Constante, Guadiana y Seneja yen, convoyados por los de guerra Pasig y Ligero, y una división de lanchas y falúas de fuerza sutil, embarcando en los transportes tres com pañias del Ejército. Esta fuerza salió para Dapitán el 27 de enero, en donde se les unió el llde febrero la división de fuerzas sutiles de Zam boanga. El día 12 salió toda la expedición para Balanguingul, llegando el 15 y efec tuándose el desembarco el 16 al amanecer para atacar la cotta o fuerte, situado al norte de la isla (había otros tres denominados Sipac, Sungap y Bucotigol). El ataque y desembarco comenzó con cuatro falúas, un bote del Reina de Castilla y tres vintas de zamboagueños, al mando del teniente de navío Fernando Fernández. Otras cuatro falúas, un bote del Elcano y cuatro vm tas al mando del teniente de navío Domingo Medina formaron la segunda oleada y, y por último las lanchas de los transportes y tres botes de los

— 360 — vapores de guerra, a las órdenes del alférez de navío Claudio Montero, for maron la tercera. Los buques de guerra y las falúas batieron el fuerte, pero sin hacer mucho daño, ya que los proyectiles se empotraban en las empalizadas rellenas de arena, reforzándolas en lugar de abrir brecha, por lo que se tiró sobre el fuerte por elevación. Dice el coronel de Ingenieros Bernaldez, en su libro Reseña histórica de la guerra al sur de Filipinas, que tomó parte en esta operación con el empleo de capitán: «Fijadas las escalas al fuerte, a pesar del tiroteo de los moros, y de su desesperada resistencia y furor salvaje, y cuando ya se dudaba del éxito, se consigue penetrar en el fuerte, luchándose cuerpo a cuerpo, campilán contra bayoneta, escapándose los defensores a ocultarse en el mangle donde los persigue la compañía de reserva, tomándose el fuerte al mediodía.» Una vez tomado Balanguingui, la escuadra se dirigió al sur de la isla ata cándose y tomando los otros fuertes. Los moros dice Bernaldez: «Se defienden como fieras, la lucha es heroica y desesperada por ambas partes, muchos mahometanos por impedir que sus mujeres e hijas cayeran en poder de las tropas, les dan muerte.» El ataque a Balanguingui, tuvo una gran resonancia y fue un éxito, su influencia se dejó sentir en las posesiones holandesas e inglesas próximas, hasta el punto que el gobernador de Borneo escribió al capitán general: «A los esfuerzos enérgicos y reiterados de V.E. se debe principal mente que la audacia de estos piratas haya disminuido mucho. Por tanto V.E. ha adquirido derecho de reconocimiento del mundo civili zado y de Holanda en primer lugar.» Y fue realmente así, ya que en el año 1847 hicieron los moros más 450 cautivos, en 1848 ninguno y en el año 1849 tres. Las operaciones de las fuerzas sutiles del Sur son continuas en los años 1848 y 1849, por los ataques llevados a cabo por piratas de Joló sobre las Visayas y sur de Mindanao, respondiéndose con operaciones de castigo. Ante esta situación en noviembre del año 1850, salió de Cavite el Reina de Castilla a reclamar enérgicamente del sultán de Joló por estos atropellos, sin recibir una respuesta satisfactoria, por lo que se organizó una expedi ción para atacar a Tonquil y a Joló.

— 361 — El día 11 de diciembre salen de la bahía de Manila el vapor Reina de Cas tilla, la corbeta Villa de Bilbao y el bergantín Ligero, con 500 infantes y 100 artilleros, al mando del general Urbistondo y del comandante general del Apostadero, Manuel Quesada, arrumbando a Zamboanga y de este punto a Tonquil al que atacan el día 24. La escuadra reforzada por las divisiones navales de Visayas al mando del capitán de fragata Fermín Sánchez, y las de la Isabela de Basilán a las del teniente de navío José Escuriz, se diri gieron a Joló en donde dio fondo el día 29, saludando a la plaza con 21 cañonazos. El 30 bajaron a tierra el capitán Bernaldez y el alférez de navío Manuel Sierra acompañados del intérprete Alejo Álvarez, llevando un pliego para el sultán anunciando la llegada del capitán general. Al pisar la playa los emisarios, se arrojó sobre los oficiales la turba amoti nada y, dice en su parte de campaña el comandante general del Aposta dero al respecto: «Aseguro en mi honor y conciencia que ambos parlamentarios corrie ron riesgo inminente de muerte entre aquellos bárbaros mahome tanos. » Reunido el Consejo del sultán, no aceptó ir a parlamentar con el capitán general, por el estado de insurrección del pueblo. Los oficiales fueron devueltos en una canoa sobre la que abrieron fuego los joloanos. Aún intentó el general Urbistondo arreglar pacíficamente el incidente, pidiendo la entrega de los cabecillas del ataque, negándose a ello el sul tán por lo que se determinó atacar. Se leyó en demanda de Zamboanga, destacándose el vapor Elcano a Cebú y Manila con oficios para reforzar la escuadra, efectuándo el ataque a Joló el día 26 de febrero y ocupando el palacio del sultán Mahamad Pula tón el día 4 de marzo, donde se redactó un tratado. El día 19 se llevó éste a bordo del Elcano donde se firmó y por lo que el sultanato de Joló y todas sus dependencias quedaban incorporadas a la Corona de España.

Acciones navales y evolución del Apostadero

Con la sumisión del sultán de Joló, la frontera sur del Archipiélago se situó en las proximidades de Borneo, pues con los establecimientos de Davaó y Pollok en Mindanao, esta isla prácticamente quedó sometida a la sobera nía española en sus zonas costeras.

— 362 — Muchas acciones navales, no obstante se producen durante los años pró ximos en todo el Archipiélago combatiendo a la piratería, siendo de desta car el combate librado a principios de mayo del año 1851, en que la divi Sión de Calamianes al mando del alférez de navío Claudio Montero batió y apresó a cuatro grandes pancos moros al sudoeste de la Paragua, lamen tando las bajas del alférez de navío Otólara y del médico La Madrid. En enero de 1854 se crearon las Capitanías de puerto de Zamboanga e llocos, por la importancia comercial y marítima que hábían tomado ambos puntos, estableciendo comunicación entre ellos y Manila por medio de un buque de guerra —el vapor Jorge Juan— que se adscribió a la Compañía Peninsular Oriental. En el mes de junio del año 1854 las falúas de la nueva estación naval de Pollok, inician el reconocimiento del río Painam en Mindanao. En este mismo mes y a la vista del expediente instruido con motivo de los trabajos hidrográficos efectuados por el teniente de navío Claudio Montero (de los que forman la carta esférica de Calamianes, cayo Cuyo y Semerava), el ministro Molins comunicó al cómandante general: «Que se va a proceder a la tirada de planchas por Depósito Hidro gráfico, y por lo bien levantadas que están las cartas, se ha determi nado que se facilite al teniente de navío Montero, cuanto necesite para establecer una Comisión Hidrográfica.» Así nació oficialmente el día 27 de 1854 la Comisión Hidrográfica de Filipi nas. El teniente de navío Córdoba, jefe de la estación naval de Poliok, entabló a lo largo de 1855 magníficas relaciones con los dattos de Mindanao, ocu pantes de las orillas del río Painam, lo cual motivó que cuatro de ellos fue sen a Manila cumplimentando al capitán general. A raíz de esta visita, se dispuso que el vapor Elcano y varias falúas hiciesen el reconocimiento y exploración del río Grande de Mindanao, levantando un croquis y una memoria el teniente de navío Montero. En el mes de abril de 1857 el pailebote Nuestra Señora del Carmen, al mando del citado oficial, hizo un reconocimiento hidrográfico de la isla de Balabac previo a su ocupación, que fue la razón de que ésta se llevase a cabo. Las operaciones contra los piratas continúan durante estos años con inten sidad y como protagonistas las falúas a vela de las divisiones navales del

• Sur.

— 363 — Como operación más importante, la toma de la isla de Balabac, llave del estrecho de este nombre y de las comunicaciones entre el sur del Archi piélago y las Indias holandesas, con un tremendo valor estratégico. Ope ración que culmina con su ocupación el día 14 de enero de 1858, dándole al establecimiento militar el nombre de príncipe Alfonso. En el mes de agosto se creó la división de fuerzas sutiles de Balabac, con cinco falúas al mando de un teniente de navío, que ocupo el cargo de gobernador político militar, y se suprimió la división de Calamianes. A finales del año 1858 los buques del Apostadero eran los siguientes: vapores Jorge Juan, Reina de Castilla, Magallanes y Elcano, bergantín Escipión, y pailebotes Nuestra Señora del Carmen y Pasig. Las fuerzas sutiles estaban estacionadas en los siguientes puntos: Isabela de Basilán, PolIok, Cebú, lb-Ib, Balabac y El Corregidor. La situación en el Sur estaba controlada, pero no era optimista, por lo que se reforzó el Apostadero con la corbeta Narváez y las goletas de héli ce Santa Filomena, Constancia, Valiente y Animosa, y 18 cañoneros de hélice. La incorporación de los buques de vapor cambió la fisonomía naval del Archipiélago y hubo que redistribuir las fuerza sutiles, de acuerdo con las amenazas, geografía y posibilidades de los nuevos buques. Se establecen dos divisiones, del Norte y del Sur, cada una con cuatro subdivisiones basadas en los puntos siguientes: Sorsogón (Luzón), lb-lb (Panay), Cebú (Cebú) y Cubión (Calamines) en el Norte; y Tulayán (Joló), Isabela (Basilán) y Balabac (Balabac) en el Sur. De 1858 a 1861 los vapores Elcano, Jorge Juan y goletas Ceres y Cons tancia participan en la campaña de la Conchinchina.

Acaecimientos del Apostadero de 1861 a 1872

Las operaciones durante estos años son continuas, destacando las siguientes: ocupación de Cottabato por la División del Sur apoyadas por la corbeta Narváez, goleta Animosa y el cañonero Calamianes en mayo de 1861; combate del cañonero Panay al mando del teniente de navío Mal- campo sobre las islas Unisán el mismo mes y año y expedición al río Grande de Mindanao, llevado a cabo por la División del Sur mandada por el capitán de fragata Méndez Núñez que toma la cofta Pagalugán en sep tiembre.

— 364 — En abril del año 1862, quedó a extinguir la Marina Sutil (Real Orden del día 4). Al mes siguiente se efectúa un reconocimiento del noroeste de Borneo por la goleta Santa Filomena y el cañonero Samar mandados por los tenientes de navío Carlos-Roca y Pedriñán, que previamente operaron sobre los piratas de Tavi-Tavi, finalizando este año con la condecoración pública en Manila de las dotaciones de los cañoneros Paragua, Panay, Samar, Man veles, Balan guingui y Mactán por su valiente comportamiento en diversas acciones, y llegaron a la basílica de Atocha (Madrid), las banderas cogidas a los moros en Pagalugán. En el año 1864, se cambió la cabecera de la División Naval del Sur a Zam boánga para operar contra los piratas de Joló y Tavi-Tavi; atacandose Bon gao en el mes de febrero. En los meses de abril y mayo se efectúan ope raciones sobre la isla de La Paragua por los cañoneros Panay, Bulusán, Joló, Para gua, Pampanga, Bojeador y Filipino, goleta Santa Filomena al mando del capitán de fragata Mora. Después de estas acciones decae la actividad por los castigos infringidos a los piratas, destacando la operación que lleva a cabo la División del Sur sobre Joló en mayo de 1865. Por Real Orden de 1 de marzo de 1866, se estableció una nueva estación naval en Davaó a base de falúas a vela. Y en el año 1868 se suprimieron las subdivisiones de Calamianes y de Ib-lb. A principios del año 1872, se produjo la insurrección del arsenal de Cavite en que fuerzas de Infantería de Marina y de marinería del citado arsenal se sublevaron asesinando a varios oficiales españoles y europeos. Sofo cada la rebelión, los principales cabecillas entre los que se encontraban varios sacerdotes indígenas fueron condenados a muerte. Este suceso ha sido por su importancia, el primer brote de sentimiento independentista en Filipinas. Cuando estos sucesos se producen la Escuadra del Apostadero, se encuentra operando sobre Mindanao, Joló y Tavi-Tavi, operaciones que se llevaron a cabo durante los meses de enero y febrero del año 1872.

El Apostadero hasta 1896

A finales del año 1875, se decidió bloquear a Joló, ya que se recibían armas y pertrechos de guerra de buques de otras naciones que los

— 365 — desembarcaban como contrabando. El bloqueo lo llevo a cabo la División Naval del Sur, apresándose el vapor francés Avenir el 18 de diciembre. Como mantener el bloqueo no era la solución, se decidió atacarlo y ocu par la Isla, operación que se inició en febrero de 1876 llevada a cabo per sonalmente por el capitán general contralmirante José Malcampo. En el año 1882 se llevó a cabo la tercera expedición de castigo sobre varios puntos e islas del archipiélago de Joló, por el acoso que los «jura mentados» venían efectuando sobre la capital del sultanato. Operaciones que llevaron a cabo los buques de la División del Sur reforzados por los cruceros recién llegados de la Península Gravina, Velasco y Aragón. En estos años se prodigan las comisiones de los buques con misiones puramente diplomáticas y comerciales en el área de influencia de las Fili pinas. Así en el año 1879 será el Marqués del Duero al mando del teniente de navío de primera Melchor Ordóñez el que realice un largo viaje por Anam, Siam y Conchinchina. Al año siguiente la corbeta María de Molina establece contactos con China y Japón... Otra misión militar y diplomática la lleva a cabo el crucero Velasco al mando del capitán de fragata Butrón, haciendo reconocer la soberanía de España en las islas Carolinas y Palaos. Después se produce el incidente con Alemania por su dominio; cuestión que enf renta a las dos naciones y que se resuelve por laudo pontificio de León XIII de 17 de diciembre de 1885, por el cuál se reconoció el derecho de España sobre ambos Archipiélagos. La ocupación formal se llevó a cabo en abril del año 1887, ocupación rea lizada por los buques de la Armada Marqués del Duero y Manila, estable ciendo un gobierno político-militar en Ponapé, al frente del cual se puso al capitán de fragata Isidro Posadillo, y creándose dos estaciones navales, una en este punto y otra en Yap. En el mes de julio, es decir menos de tres meses de la ocupación de la Islas, se produce. la insurrección de las tribus carolinas en Ponapé, muriendo el gobernador Posadillo y el médico de la corbeta María de Molina, Enrique Cardona, que por su heroísmo fue condecorado a título póstumo con la máxima recompensa militar, la Cruz de San Fernando. Se envían tropas y barcos desde Manila y son reducidos los rebeldes. Se producirá una nueva rebelión, alentada por una misión metodista ameri cana que, al fin es expulsada.

— 366 — En los años finales de la década de los años ochenta, hubo una expedi ción al río Grande de Mindanao llevada a cabo por la goleta Valiente y los cañoneros Bulusán y Pampanga que atacaron por el cauce las rancherías de los moros. Los años siguientes, son de cierta tranquilidad aunque no exentos de com bates que se dan fundamentalmente en el sur del Archipiélago contra los piratas, que muy mermados en sus correrías aún mantenían su espíritu indómito y de rapiña.

La insurrección tagala

En el mes de febrero del año 1896, se encontraron unas proclamas en el salón de fumadores del vapor de la Compañía Trasatlántica, Montserrat, contra España. Dos meses después se divulgó que en casi todas las pro vincias de Filipinas se trabajaba activamente preparando una sedición, y en julio había indicios en Manila de que la subversión iba hacia delante, pero nada se hizo para evitarla pues había exceso de confianza, a pesar de los avisos recibidos por el general Blanco. En agosto se descubrieron pruebas en la logia masónica Katipunan. La insurrección nació en esta organización y se estimuló por la nueva sublevación cubana, del «grito de Baire>’, que señaló el momento oportuno para alzarse contra la dominación española. Una vez comprobada la conspiración y su gravedad, tomó el general Blanco una serie de medidas de las que dio cuenta al ministro de Ultramar por telegrama de 21 de agosto que decía: «Descubierta vasta organización sociedades secretas con tenden cías antinacionales, detenidas 22 personas, entre ellas el Gran Oriente de Filipinas, ocupándoseles muchos e interesantes docu mentos y bases de la conjura.” La noticia produjo extraordinaria consternación en Madrid y, aunque en principio se dio por abortada la conjura, el día 25 de agosto a la mediano che estalló la sublevación en Novaliches, Pineda y Caloocán. Los prime ros choques favorables a los rebeldes contribuyeron a que el movimiento de la sedición cundiese por otros lugares de la provincia de Manila. El día 30 fue atacada la capital por los rebeldes, siendo rechazados, pero la rebelión aumentó en la provincia de Cavite. A finales de septiembre llegó el primer refuerzo peninsular, un batallón de Infantería de Marina, al que luego se le unieron tres más.

— 367 — La situación fue crítica y el general Ramón Blanco fue sustituido por el general García de Polavieja, que reprimió duramente la insurrección. Entre los condenados a muerte se encontraba el célebre doctor José Rizal, con finado en el crucero Castilla y posteriormente ejecutado en la Real Fuerza de Santiago. Desde este momento, ha podido decirse que comenzó la independencia de Filipinas.

Operaciones navales contra la ¡nsurrección

Cuando se inicia la sublevación de agosto la Escuadra del Apostadero de Filipinas estaba formada por los siguientes buques; Castilla, Reina Cristina y Ulloa en el fondeadero de Cavite; Elcano, Marqués del Duero y Manila en el Arsenal; y Albay y Callao en Cañacao. Después llegaron de sus cru ceros por el Archipiélago el Velasco, Austria, Alava, Cebú, Leyte y Bulusán y por último, el Villalobos recién entregado a la Marina y, procedente de Hong Kong. Inmediatamente la Escuadra basada en Cavite inició las operaciones desembarcando las columnas restableciendo el orden en San Roque y Manila, permaneciendo los buques en su bahía hasta que finalizó el año. El día 14 de febrero embarcó el comandante general contralmirante Vicente Carlos Roca y Sansalón en el transporte Cebú, saliendo la escua dra a operar en Nay, batiendo las trincheras insurrectas con fuego de arti llería en Bacoor, Vinacayan, Cavite Viejo y Noveleta. Las fuerzas de Infantería de Marina de los dos Regimientos Expediciona rios peninsulares operaron integrados en el Ejército de Operaciones en las provincias rebeldes. Los meses siguientes continuó la Escuadra operando sobre Bacoor y la costa de Malabon con apoyo de fuego sobre las fuerzas rebeldes. En el mes de abril los pequeños cañoneros Albay, Callao, Bulusán y Leyte batieron buques rebeldes sobre Amaya, haciendo una incursión al río Pasig. En el mes de mayo operó la Escuadra en las costas de Naig y Ternate, desembarcando la columna al mando del capitán de navío Manuel Villalón, integrada en el Ejército de Operaciones. Continuaron escaramuzas y otras acciones de apoyo al Ejército, perdiendo el insurrecto terreno, hasta que el 23 de diciembre su general Aguinaldo

— 368 — • firmó con el general Primo de Rivera —sucesor de García de Polavieja— «la paz de Biac-Na-Bató» que puso fin a la insurrección en Filipinas.

El Apostadero de Filipinas en 1898

Al comenzar el año de 1898, era el comandante general del Apostadero el contralmirante Patricio Montojo y Pajarón, jefe de Estado Mayor el capitán de navío Leopoldo Boado y Montes y comandante general del arsenal de Cavite y segundo jefe del Apostadero el capitán de navío de primera clase Enrique Sostoa Ordóñez. Los buques de la Escuadra, los citados anteriormente más los pequeños cruceros Isla de Cuba e Isla de Luzón. En el resto del Archipiélago 21 pequeños cañoneros, 3 transportes y un buque hidrógrafo repartidos del siguiente modo: División Naval del Sur con cabecera en Zamboanga al mando del capi tán de navío Carlos Delgado Zulueta:

— Zamboanga: Samar y Mindoro.

— Poliok: Pampanga y Mariveles.

— Isabela de Basilán: Manileño.

— Joló: Panay.

— División de la Paragua con cabecera en Puerto Princesa al mando del capitán de fragata Ubaldo Pérez Cosío:

— Puerto Princesa: Albay.

— Balabac: Calamianes.

— El resto de los cañoneros y otros buques se encontraban en los siguientes puntos al romperse las hostilidades:

— Corregidor: Leyte.

— Río de la Pampanga: Ara yac.

— Puente Ayala (Manila): Bulusán.

— lb-Ib: Elcano y Paragua.

— Sección Naval de la Laguna de Lanao (Mindanao): General Blanco, Lanao, Almonte y Corcuera.

— Sección Naval de la Laguna de Bay (Luzón): Basco, Otolara, Gardo qui y Urdaneta.

— En el Arsenal de Cavite en reparación: el Marqués del Duero, y el General Lezo.

— En Cañacao: Argos, Cebú y Mindanao.

— En la mar: General Álava, Manila y Callao.

— 369 — La guerra con Estados Unidos

El día 15 de marzo de 1898, se reúne la Junta de Autoridades en Manila, asisten el gobernador y capitán general Agustín, el comandante general del Apostadero contralmirante Montojo, el arzobispo, y otras autoridades civiles, eclesiásticas y militares. Se lee un cable del ministro de la Guerra que expresaba: «Que la Escuadra de los Estados Unidos vendría sobre Manila y que en caso de reyerta con los americanos, obrasen con las instrucciones que tenia hechas.» La palabra «reyerta» es textual. Por la tarde del mismo día se reunió la Junta de Guerra de Marina, se dis puso alistar los torpedos para enviarlos a Subic, completar los buques de municiones, rellenar de carbón y víveres para un mes. Enviar 600 tonela das de carbón a Olangapó y la machina en piezas, así como dos lanchas de vapor al jefe de la Comisión de Subic. Al Isla de Cuba de estación en lb-Ib, se le ordenó ir a Cavite para refor zar la Escuadra, también se ordenó al Elcano de estación en Joló ir a Cavite para que no se quedase aislado en caso extremo. Se incorporo también el Juan de Austria, que estaba de comisión en el sur de Luzón. A finales de mes la Escuadra se encontraba en la bahía de Manila formada por los siguientes buques: Cristina, Castilla, Austria, Cuba y Luzón y los de menor porte Elcano, Duero y Cebú, y los cañoneros Bulusán y Leyte. El día 24 de marzo, hace hoy exactamente un siglo, envió el almirante Montojo el siguiente cable al ministro de Marina: «Para hacer el corso tengo los mejores ofrecimientos de la Compa ñía Marítima, que facilitaría sus vapores y buenos capitanes exper tos. Los torpedos son muy deficientes, se cuenta con 19 sistema mat hieson sin espoletas y con el cable inservible.» Dos días después, el 26, el almirante Montojo pasa el siguiente telegrama al ministro de Marina: «Recibidos cablegramas del ministro de la Guerra y otros particula res, manifestando que hay gran tirantez de relaciones entre el Gobierno español y el americano. Una escuadra compuesta de seis buques modernos está en Hong Kong. Estos buques vendrán al

— 370 — puerto de Manila según se asegura. Me dispongo activamente a tomar todas las precauciones, urgente envío de torpedos y buques. Buques pocos y deficientes. Espero órdenes superiores pues no tengo instrucciones.» El día 27 el ministro comunicó que no podía enviar refue.rzos por ser nece sarios en la Península. Por la tarde nueva Junta en Malacagnan, se comu nicó la inminente ruptura de hostilidades transmitida por cable del ministro de la Guerra. Se toco el tema de la insurrección adormilada pero latente, y se hizo un estudio de la defensa de Manila El comandante general comunicó a 110-110, que se tomasen medidas con ducentes a dificultar la posible entrada de los buques americanos en las silangas, que el cañonero Paragua de estación en Cebú comunicase estas precauciones a Zamboanga y a la Isabela de Basilán, y se encargó al capi tán de fragata Sidrach que estudiase la colocación de una línea de torpe dos desde la boca del Pasig a punta Sangley, ayudado por el teniente de navío Arias Navarro. El día 15 de abril el almirante de Filipinas manifiesta por cable que sólo dis pone de cuatro buques para combatir y se lamenta el tener que estar en esta situación a la defensiva, y que con dos acorazados podría tomar la ofensiva y hasta hostilizar California. Dos días después, solicita se le comunique de cuantos días seguros podrá contar para instalar nuevas baterías y traer gente de Mindanao. El ministro de Marina comunica, que en Cartagena están listos los caño nes que fueron de la Numancia y Vitoria, y que se le envían 70 torpedos Bustamante. El día 21 de abril, el ministro de Marina comunica el comienzo de la gue rra de la siguiente forma: «Sábado quedaron rotas las hostilidades. Saludo a V.E. en estos momentos supremos.» El día 23 el almirante Montojo comunica que todavía no llegaron los tor pedos y que pretende irse con la Escuadra a Subic. El domingo 24 el comodoro Dewey sale de Hong Kong para Filipinas y el 25 por la noche sale Montojo para Subic, y el Elcano se dirigió a lb-ho, cupiéndole el honor de ser el único barco que hizo una presa en la guerra,

— 371 — el vapor Savannah, que capturó el 28 de abril cuando navegaba cargado con 1.640 toneladas de carbón, procedente de Australia. Mandaba el caño nero el teniente de navío José Sánchez Corbacho. A principios de abril, estalló la insurrección en Cebú por lo que se enviaron fuerzas embarcadas en el transporte Cebú y bombardeó los reductos rebeldes el Juan de Austria, regresando a Cavite cuando quedó sofocada. La Escuadra española, después de haber buscado refugio en Subic el día 28, había regresado a su fondeadero habitual frente a Cavite, prefiriendo aceptar allí el combate dada la indefensión en que por el atraso de las obras, se encontraba el proyectado puerto militar antedicho. Como el Castilla y el Ulloa tenían las máquinas averiadas y como privarse de sus baterías hubiese sido restar elementos de defensa, decidió Montojo formas su línea en la ensenada de Cañacao con el Castilla amarrado en cuatro próximo a Punta Sangley; luego el Reina Cristina; por las amuras de este crucero el Cuba y el Luzón, por la proa el Dueroi y en el claro que quedaba por detrás del Castilla el Austria y el Ulloa, este último también amarrado en cuatro. A medianoche del día 1 de mayo entró Dewey en la bahía de Manila, arbo lando su insignia en el Olimpia. Con las primeras luces del día ambas Escuadras se avistaron y a las cinco la batería de Punta Sangley compuesta de dos piezas Ordóñez de 15 cm rompió el fuego, y a las cinco y cuarto previa señal, principió el combate nuestra Escuadra, disparando primero el Cristina que era el buque de la insignia. El resultado bien conocido, las bajas en la Escuadra española y en el Arsenal por el bombardeo posterior, consistieron en 101 muertos y 250 heridos. Finalizado el combate el Cuba, Luzón, Austria y Duero fueron a Bacoor. El Castilla y Ulloa a pique en sus fondeaderos y el Cristina incen diado y hundido. El almirante Montojo, contuso en una pierna, desembarco en el intermedio y dispuso fuesen abandonados los buques y hundidos si el enemigo rea nudaba la acción, como así se hizo. Los supervivientes de la Escuadra y Arsenal, abandonaron éste y formando dos batallones de marinería se trasladaron a Manila, ciudad que defendie ron hasta el día 12 de agosto en que se firmó el tratado preliminar de paz. Con la entrega a Estados Unidos del Archipiélago prevista en el Tratado de Paz de París, los buques del Apostadero, que no combatieron en Cavite siguió la siguiente suerte:

— 372 — Elcano en lb-ho, vendido a la Marina americana que pasó con la numeral P-30 más tarde PG-38, y terminó hundido como blanco en 1928, no sin antes participar, como protagonista principal en la revuelta china del río Yang-Tsé. El Elcano fue realmente el famoso cañonero yanqui —que en la novela y la película se llama San Pablo—que quedó bloqueado aguas arriba del río en el año 1927. Iba a volver a España junto con el Álava y los dos caño neros de las Carolinas a finales de diciembre. Las medidas drásticas de reducción de buques hicieron que el Gobierno decidiese su venta el 20 de febrero de 1900:

— Manileño, en Isabela de Basilán, vendido.

— Mariveles, Mindoro, Pampanga, Samar y Paragua, en lb-Ib, vendidos.

— Panay, en Joló, vendido.

— Albay en Puerto Princesa, vendido.

— Calamianes en Balabac, vendido.

— Leyte, en río de la Pampanga, apresado.

— Arayac, en río de la Pampanga, hundido por su dotación.

— Bulusán, en Puente Ayala (Manila), hundido por su dotación.

— Callao, apresado en su viaje de Carolinas a Manila.

— Basco, Gardoqu ,,Otalora y Urdaneta, en la laguna de Bay (Luzón) ven didos.

— Corcuera, Almonte, General Blanco y Lanao, en la laguna de Lanao (Mindanao), hundidos por sus dotaciones.

— Alava, Cebú, Manila, Quiros y Villalobos en Cavite vendidos. El triste final del ultramar filipino, terminó con esta almoneda, después de tan tos sacrificios y tanta sangre que España derramó en tan lejanas latitudes. La Armada pagó su gran cóntribución, y su ingente obra en aquellos mares no se ve empañada por los últimos desastres en las que tan gran escote tuvo que pagar. Al número aterrador de víctimas cruentas inmoladas en combates tan desafortunados como heroicos, hay que agregar el no menos lamentable de aquellos cuyas existencias minadas por el dolor y la tristeza les hicie ron rendir calladamente, sin fragor y sin lucha sus vidas. Dice el médico de la Armada, José Montaldo, en la Revista General de Marina: «El ejemplo del capitán de fragata De la Concha y Ramos, muerto no de pulmonía infecciosa, como figura en el certificado de defunción,

— 373 — sino de pasión de ánimo, de amargura, de esa depresión moral que hoy embarga a todos cuantos ostentan en su uniforme el botón de anda, que unos la resisten y otros sucumben a ella abarca a todos. Es imposible en efecto que ninguno sienta con indiferencia ese ambiente de hostilidad que envuelve hoy por todas partes a la Marina. El capitán de fragata De la Concha debió de ser de los más afectados y dolidos por tamañas injusticias, murió de pena por Filipi nas.» El capitán de fragata De la Concha, como muchos oficiales españoles era natural de Filipinas y se repatrió a España a principios del año 1899. En el Apostadero, tras la capitulación de Manila, se dio orden de regreso al almirante Montojo y capitán de navío Sostoa, que regresaron vía Hong Kong, haciéndose cargo del mando del Apostadero el capitán de navío Leopoldo Boado y Montes, que regresó con la mayoría del personal de la Armada el 6 de enero de 1899 a bordo del León XIII. El almirante Montojo, se le juzgó en consejo de guerra en Madrid, y a pesar de la brillante defensa que hizo el capitán de navío Concas, comandante que fuera del Infanta María Teresa, en el combate de Santiago de Cuba, quedó separado del servicio: «Ay de los vencidos!, dijo Concas ante el alto tribunal, pero ahora hay que agregar: ¡ay de aquellos a quienes se les envía para que sean vencidos!, pues por muchos que mueran siempre pareceran pocos para cubrir las faltas ajenas y la traición a la Patria; porque es traición llevar el país a la nulidad y a la pérdida de diez millones de habitantes, invocando romanticismos y leyendas que los hombres políticos tienen el deber de saber que no son verdad, que no son ni nunca han sido nunca la guerra, y que las naciones que han apelado a este triste recurso han acabado por desaparecer del mapa.»

— 374 — LA CAMPAÑA MILITAR EN FILIPINAS: AÑO 1898

EXCMO. SR. DON PEDRO ORTIZ ARMENGOL Embajador de España. LA CAMPAÑA MILITAR EN FILIPINAS: AÑO 1898

Supuesto que el lector conoce en alguna medida la Revolución filipina que en agosto del año 1896 se convierte en guerra abierta en las provincias tagalas de la isla de Luzón y principalmente en la de Cavite, al sur de Manila; y supuesto que el lector conoce también los hechos principales de la campaña que tuvo lugar entre ambas partes desde el aludido mes de agosto y la paz que se produjo por el llamado «pacto de Biac-Na-Bató» en diciembre de 1897, nos parece oportuno, cuando entra el año 1998, refe rirnos a la campaña que tuvo lugar hace 100 años, tras la precaria paz establecida entre el capitán general de Filipinas, el general don Fernando Primo de Rivera y el improvisado general Emilio Aguinaldo. Éste había comenzado su actuación bélica en su pueblo natal llamado Cavite Viejo, muy próximo a la pequeña península arenosa de Cavite, al sur de la bahía de Manila y donde estaba situada la vieja base naval de los españoles desde la llegada de éstos a la isla de Luzón. Aguinaldo, de fami lia de origen chino, era hijo de una autoridad municipal éh su pueblo, lo que le facilitaría su propio acceso al cargo de alcalde, tradicionalmente cono cido con el nombre de «gobernadorcillo» pero que, desde el año 1893, recibía el nombre de «capitán municipal». Emilio Aguinaldo, secretamente adicto a la organización radical denominada Katipunan (Sociedad) intentó valerse de su cargo, en agosto del año 1896, para obtener armas del gobernador español de la provincia pero no pudo obtenerlas, por sospe chas bien justificadas del citado gobernador o por no tener éste disponibi-. tidad de ellas. Aguinaldo, decidido a la acción, secundó la rebelión de los vecinos pueblos de San Francisco de Malabón y de Noveleta, reduciendo a un sargento de la Guardia Civil y a dos números de la misma en Cavite

— 377 — Viejo, para apoderarse de sus armas. Los dos guardias, filipinos, se some tieron al grupo de katipuneros, pero el sargento —no se nos precisa si español o filipino— intentó resistir y fue herido en el pecho por armas blan cas. En sus tardías memorias, Aguinaldo referirá que evitó fuera rematado. En otros pueblos de la provincia sí se registraron muertes de autoridades municipales adictas, de párrocos o frailes españoles, de guardias civiles y de personas contrarias al movimiento revolucionarios (1). La capacidad organizativa del astuto Aguinaldo levantó un improvisado Ejército en los belicosos pueblos de las provincias tagalas, con poder sobre veintitantos de ellos, poder que hubo de ser pronto compartido por dos facciones insurrectas: la que se autodenominó magdalo —que enca bezaba Aguinaldo y que recordaba a María Magdalena, santa patrona de Cavite— y la denominada magdiwang, que predominaba en los pueblos de la zona: Noveleta, San Francisco de Malabón, Naic, Ternate, Bailén, lndang, etc. (2). Las dos facciones revolucionarias iniciaron una lucha polí tica por el poder, en la que Aguinaldo se autotitulaba «Teniente abande rado Hong Hukbong Revolucionario» (del Ejército Revolucionario). El regreso a Manila de las fuerzas españolas que actuaban en Mindanao frente a los levantiscos mahometanos o «moros» y, sobre todo, la llegada desde la Península de 25.000 soldados, con sus mandos, entre los meses de septiembre y diciembre de 1896, supuso la recuperación de las provin cias tagalas del sur de Luzón entre enero y mayo del 97, según precisa el historiador J. Manuel Sastrón en sus libros La insurrección en Filipinas y Disposiciones del gobierno revolucionario de Filipinas (3). Ambos tendrían que ser recogidos y ampliados en otro más extenso que constituirá la prin cipal obra de Sastrón La insurrección en Filipinas y guerra hispano-ameri cana en e/Archipiélago (4). El conocimiento del terreno, además de las ¡dentidades políticas y étnicas con la población, fueron eficazmente aprovechadas por Aguinaldo para, al tener que abandonar la provincia de Cavite, infiltrarse, con sus fuerzas divi didas en pequeños grupos, en el mazizo montañoso que forma en sus cen tro la isla de Luzón y tratar de reorganizar en él la resistencia desde Biac

(1) B. SAULO, A. «Emilio Aguinaldo» Phoenix Publishing House ¡nG, p. 94-95. Quezon City, 1983. (2) E ZAIDE, G. The , pp. 121-1 36. Manila, 1954. (3) SASTRÓN, M. El primero impreso en Madrid. 1895, el segundo en Cavite en 1898. (4) SASTRÓN, M. Opus citada, p. 606. Madrid, 1901.

— 378 — Na-Bató. Sus querellas con Andrés Bonifacio —fundador del Katipunan y autotitulado «El Supremo>’, que después del infructuoso intento en un suburbio de Manila en agosto e 1896, había huido y acabado por refu giarse en el territorio del sector magdiwang— concluyeroh en una lucha abierta entre ambas facciones, de resultados de la cual los hombres más próximos a Aguinaldo acusaron a Bonifacio de obstrucciones al ideal común, de intentos de erigirse en jefe en contra de Aguinaldo y, en conse cuencia, un consejo de guerra castigó una intentona armada en la que Bonifacio quedo seriamente herido en la cabeza, fue condenado a muerte, fue supuestamente indultado por Aguinaldo en atención a su condición de fundador del Katipunan, pero los hombres de Aguinaldo, en un traslado de presos, fusilaron, en un bosque, a Bonifacio y a un hermano de éste (5). Polémica nó extinguida. ¿Debería ser Bonifacio el héroe nacional número uno por fundador y propulsor del radical Katipunan desde 1892? ¿0 Agui naldo, que sostuvo una guerra de 16 meses contra los españoles, entre agosto del año 1896 y diciembre del año 1897 y la reemprendió bajo la pro tección norteamericana a partir de mayo de 1898? O José Rizal, gran cabeza intelectual, burgués ilustrado, autor de libros, médico e historiador con imagen de humanista, y fusilado por los españoles en diciembre de 1896? La elección entre las tres figuras la efectuaron los norteamericanos y fue tajante e inapelable durante más de medio siglo: había que eliminar a Bonifacio, proletario racista, antiblanco, hombre de acción (en teoría). Había que eliminar a Aguinaldo, astuto chinico, que hizo armas contra Estados Unidos y hubo de ser hecho prisionero en una audaz acción de un «comando» (6).

(5) Desde entonces controversia no concluida acerca de los méritos del «Supremo» político y del jefe militar de la resistencia. Responsabilidades de éste por la muerte de Bonifacio, asunto que divide a los historiadores filipinos. El ejecutor de Bonifacio fue el «general» Mariano Noriel, hombre muy próximo a Aguinaldo. Noriel, a su vez, fue condenado a muerte y ahorcado por un tribunal en 1915 con otros compañeros. Conocemos el libro The Killing of General Noriel por AMzI B. KELLY, que trata de esclarecer uno más de los violentos y turbios episodios de la Revolución filipina y de los aparatos judiciales en funcionamiento, libro por el cual Kelly fue encarcelado. (6) Acción que dirigió, por cierto, un madrileño llamado Lázaro Segovia, soldado de fortuna que actuó al servicio de los nuevos ocupantes. Aguinaldo —situado en el ostracismo por los norteamericanos—, con un haber mensual de 500 dólares, y residiendo pacíficamente en su feudo local de Cavite Viejo como gloria nacional, complicó su relación con los norteamericanos al «aceptar la invasión japonesa», la «independencia» que éstos les daban, al felicitar a los japoneses por la conquista de corregidor, etc. En la liberación de• 1945, la fuerza inconmensurable de Estados Unidos y su saber político, trató al sempiterno enemigo Aguinaldo con guante blanco.

— 379 — Pasamos la hoja acerca de la campaña del Cuerpo Expedicionario espa ñol en Filipinas en el año 1897, que hemos relatado en otros trabajos, con cluida con la paz de Biac-Na-Bató, núcleo de la resistencia de Aguinaldo hasta el día 20 de diciembre del citado año. Aguinaldo obtuvo que su plana mayor —Artacho, Noriel, Ricarte, Llanera, Belarmino, Lukban, Alejandrino, etc., todos ellos principales figuras de la Revolución como improvisados jefes del Ejército— aceptasen el exilio en Hong Kong —reciente colonia inglesa, de podo más de medio siglo de existencia— recibiendo cada uno de los 27 exilados una indemnización económica que el capitán general de Filipinas, don Fernando Primo de Rivera, comenzó a entregar, pero que no fue completada en vista de que Aguinaldo no efectuó la distribución acordada y guardó —con evidente celo patriótico— la suma total para pre parar una nueva campaña contra España. Con ello ganaba tiempo y, desde Hong Kong y Singapur, conectaría con los norteamericanos, que lle vaban muchos años mostrando sus deseos de apoderarse de Cuba, empresa en la que era posible mostrasen deseos de apoyar a una Filipina descolonizada (7). Sobre el intervencionismo norteamericano es muy reciente y documentado el libro Apuntes sobre la relación diplomática hispano-norteamericana 1763-1895 de José Manuel Allendesalazar (8) y un relato —muy accesible y representativo, de la perspectiva norteamericana— es el de Gore Vidal, traducido al español (9). El día 31 de diciembre del año 1897 el capitán general, don Fernando Primo de Rivera telegrafiaba a Madrid, al Ministerio de la Guerra, confiando en

(7) Unas fuentes informativas muy solventes, y fácilmente accesibles, son, entre otras, la Historia política de la España contemporánea de FERNÁNDEZ ALMAGRO, M. Madrid, 1959; en especial los capítulos «Guerras de ultramar» y «Hacia el desastre», pp. 229-633. (8) Madrid Ministerio de Asuntos Exteriores, 1996. Subraya esta reciente obra que el natural entendimiento que debiera haberse producido desde el siglo xviii en los dos poderes vecinos en América del Norte, no tuvo lugar por la «sospecha» española de que Estados Unidos iba a ser un continuador de la histórica rivalidad de Inglaterra contra España. Los norteamericanos, por su parte, adoptaron los prejuicios y los estereotipos antiespañoles, reforzados por la imagen de debilidad creciente que España ofrecía a lo largo del siglo xix. (9) Otros autores muestran que el problema político en Cuba fue utilizado a fondo por Estados Unidos, que finalmente utilizaron ellos mismos una geopolítica imperialista. Entre ellos, es fuente fácil y bien accesible para el lector español que desee conocer una perspectiva norteamericana del conflicto, el libro del conocido escritor norteamericano ViDAL, D. Empire, novela histórica que muestra el impulso imperialista de Theodore Roosevelt, de su prensa, de Cabot Lodge, de Mahan, de Mckinley y de la opinión pública establecida en aquel país para preparar su expansión. Existe traducción al español: Imperio. EDHASA. Barcelona, 1988.

— 380 — que el levantamiento tagalo de Aguinaldo había concluido. Su Memoria diri gida al Senado anteriormente así se lo había hecho desear (10). El asesinato de Cánovas, jefe del Gobierno, por un anarquista italiano, en el mes de agosto del año 97, había supuesto —tras una breve interinidad de pocas semanas desempeñada por el ministro más antiguo, un nacido en Manila— que el poder pasara a manos del envejecido don Práxedes Mateo Sagasta, con un nuevo ministro de Estado (Exteriores) don Pío Gullón, y en el de Guerra, el general Correa, desde octubre del año 97. Este general permaneció en ese Ministerio hasta marzo de 1899, pero Gullón fue sustituido en mayo de ese año por otro titular, el duque de Almi dovar. Hemos de dar cuenta brevemente de los acontecimientos militares de 1898, año iniciado con los festejos por la esperanzadora «paz de Biac-Na Bató». Aunque ésta no fuera en realidad sino una tregua conseguida por Aguinaldo al haberse encontrado a finales del 97 en situación militar muy difícil. Las provincias de la isla de Luzón no estaban sosegadas. En la de Zam bales y en la de Nueva Écija se produjeron levantamientos indígenas en el mes de marzo, que implicaban muertes violentas de españoles —religio sos, hacenderos, familiares de éstos y elementos filipinos— afectos y asal tos a los puestos de la Guardia Civil indígena, lo que suponía unos cente nares de muertos y heridos y el envío de columnas de socorro cuando esto era posible. En el mes de abril la insurreccción se extendió a las provincias de Bulacán y la Pampanga, al norte de Manila y, lo que constituía una alarma mayor, a la isla de Cebú, una de las de más presencia hispana y donde la única posibilidad de defensa era el viejo castillete fundado por Legazpi tres siglos antes (11). El envío de una pequeña fuera desde Manila había despejado la situación política —con la inminente intervención nor teamericana que alentaba la insurrección— y el relevo del capitán general Primo de Rivera por el recién llegado don Basilio Augustín, el día 10 de abril de 1898. El día 21, Estados Unidos declaró la guerra a España. El día 23 la Gaceta de Manila daba cuenta de ello al país y se publicaban las pri meras medidas para hacer frente a la nueva situación.

(10) PRIMo DE RIVERA. Memoria dirigida al Senado por el Capitán General D. Fernando Primo de Rivera, agosto 1898. Madrid, 1898. (11) SASTRÓN, M. La insurrección filipina y guerra.... pp. 337-362.

— 381 — En el terreno diplomático consideramos un excelente estudio el titulado El 98. Acontecimiento internacional (12) donde se resumen las posiciones históricas de España y de Estados Unidos en torno a Cuba; las de Gran Bretaña, Alemania, Francia, Japón, Austria, Hungría, Italia, además de el Vaticano, y las evoluciones internas de aquellos de las que resultan dos posiciones en conflicto: Estados Unidos quería dominar en Cuba —bajo una fórmula u otra— y exigía que España se la vendiera. España, y en su casi totalidad sus ciudadanos, rechazaba efectuar la venta y prefería la guerra, aunque las cabezas enteradas conocían que ésta iba a ser catas trófica, como así fue. ¿Hubiera sabido Cánovas evitar la guerra y abrir paso a una autonomía que Estados Unidos no tendrían más remedio que aceptar? Enigma inso luble cuando el asesinato de Cánovas y su sustitución por el envejecido y agotado Sagasta no pudo impedir que el impulso imperialista de Estados Unidos se manifestase y decidiese aprovechar la explosión del barco de guerra Maine —por accidente nada ¡nf recuente en buques de guerra de la época convertidos en polvorines carentes de total seguridad— y su deci Sión de expansiones territoriales. En aguas de Cavite la fuerza de los siete buques norteamericanos (20.350 toneladas, 48.390 caballos de fuerza) se impuso a los cinco buques espa ñoles (10.110 toneladas, 11.200 caballos de fuerza) con una artillería, la americana, muy superior (13). El arsenal de Cavite, muy dañado por el cañoneo norteamericano, pidió parlamento al quedar indefenso y aceptase la evacuación que imponía un emisario de Dewey, el jefe de la Escuadra americana. El arsenal quedó desguarnecido en el anochecer del 1 de mayo y fue ocupado y saqueado por turbas tagalas lógicamente inclinadas a sacar partido de la nueva situación. La plaza de Cavite fue evacuada en la mañana siguiente, que dando a merced de la insurrección filipina por no ocuparlo seguidamente la marinería norteamericana de desembarco (14). La amenaza mayor se centró en la posibilidad de que Manila sufriese un borbardeo de la artillería naval norteamericana, amenaza que se formuló y

(12) PABÓN ‘‘ SUÁREZ DE URB!NA. Conferencia pronunciada en la Escuela Diplomática de Madrid, el día 3 de abril de 1952. Publicada en el libro Hacia el 98 por dicha Escuela en 1997, Cuadernos número 12. (13) SASTRÓN, M. La insurrección filipina y guerra... p. 384. (14) Ibídem, p. 402.

— 382 — que constribuyó a las dificultades que supuso el bloqueo de la ciudad donde centenares de mujeres y niños habían buscado refugio en los numerosos buques alemanes y franceses que fondeaban en la gran bahía de Manila, apoyo que no recibió la población civil por parte de otros países (15). Un buque de guerra alemán condujo al capitán general Augustín, después de capitular Manila, al puerto «neutral» de Hong Kong. Las fuerzas norteamericanas, capitulada Manila el 13 de agosto, desem barcaron en el arsenal de Cavite a Aguinaldo y a su estado mayor, en el cañonero Mc-Cullonch el día 19 de mayo, con el encargo de que reorga nizasen su Ejército y se pusiera a las órdenes del mando norteamericano, rodeando Manila, pero sin tratar de tomar la ciudad, misión que realizarían las tuerzas de desembarco que se esperaban de Estados Unidos (16). Aguinaldo, instalado en el arsenal como fuerza auxiliar, comenzó su labor política como «gobierno dictatorial de Filipinas», con decreto y medidas encaminadas a ocupar el poder que le tuera permitido, levantando guerri llas y ocupando posiciones en la provincia y haciendo prisioneros españo les —militares o civiles— donde éstos pudieran ser habidos. Lógicamente sus fuerzas se basaron principalmente en las deserciones de soldados y guardias civiles filipinos que se adaptaban a la nueva situación. Comen zaba otro problema mayor, de nuevo signo: las penalidades de esos miles de prisioneros, concentrados por las tuerzas tagalas ante la inexistencia de fuerzas norteamericanas antes de la llegada de las primeras de éstas; y las decepciones recibidas de algunos elementos filipinos que habían sido hasta entonces personalidades adictas a la Administración española (17). En otro lugar, los ejemplos de fidelidad de elementos y familias que habían constituido tradicionalmente un nexo hispano filipino con siglos de anti güedad y que siguieron entonces siéndolo como testimonio de realidades sociales que no existieron en ninguna otra colonia europea en Asiá. Aguinaldo, firme en su actitud de patriota filipino, que le honra, proclamó el día 12 de junio de 1898 la independencia de Filipinas, desde el balcón de su casa en el pueblo de Cavite Viejo, dando a conocer su bandera y su himno, acto al que había invitado al almirante Dewey, que no asistió, pero sí algunos de sus oficiales, disimulando éstos su preocupación y alarma.

(15) Ibídem, p. 413. (16) B. SAULO, A. Opus citada, p. 220. (17) SASTRÓN, M. Opus citada, p. 432.

— 383 — Se intensificaban los mutuos recelos de los tagalos y de los norteameri canos, que no tardarían sino unos meses en manifestarse en una guerra devastadora que se iniciaría el día 4 de febrero del año siguiente (18). Las primeras tropas norteamericanas de desembarco llegaron desde Cali fornia a la bahía de Manila a mediados del mes de julio del año 1898 y avanzaron hacia Manila, cuyas defensas exteriores atacaron ya en el mes de julio, capitulando la plaza ante las fuerzas vencedoras del encuentro naval que había incomunicado a Filipinas de la metrópoli. A las fuerzas de Aguinaldo no les fue permitido entrar en la ciudad, por acuerdo entre los nuevos ocupantes y los capitulados. Coincidía el interés de ambos por una serie de motivos: la ciudad se rendía a las fuerzas de Estados Unidos; éstas no reconocían a los filipinos sino como tuerzas auxiliares y no como un aliado; los españoles preferían en todo caso, la presencia de tropas regulares, sujetas a disciplina militar, que a fuerzas irregulares revolucio narias que, en general, no conocían leyes de guerra y habían cometido f re cuentemente «actos muy opuestos al respeto de las vidas y haciendas de los capitulados» (19). Los norteamericanos no estaban dispuestos a reco nocer a una Filipinas independiente. Después del desastre naval de Cavite se fueron levantando, en las sema nas sucesivas, otras provincias de la isla de Luzón, con diversos episodios de resistencias o capitulaciones, en Morong, Tayabas, Camarines, Caga yán e llocos, a medida que la situación hacía posible el levantamiento de partidas rebeldes. Entre estos episodios diversos se ha de mencionar el de Baler, que alcanzó universal renombre por el libro de oficial que man tuvo la defensa de su posición durante once meses (20). Sastrón relata en su obra la ocupación de las islas Marianas por los norte americanos (21), y en el capítulo final se refiere al Tratado de París, que concluía la denominación española en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

(18) Estados Unidos no reconoció esa declaración de independencia de 1898 y, por su parte, señalaron a los filipinos la fecha simbólica del 4 de julio de 1946 como la de su concesión de independencia. Hay que señalar la dignidad de la nación filipina para en cuanto le fue posible, no acatar la designación norteamericana y establecer el 12 de junio de 1898 como «Día de su Independencia» y ello desde el año 1962, por Ley del presidente D. Macapagal. (19) SASTRÓN, M. Obra citada, p. 514. (20) MARTiN CEREZO, S. E/sitio de Baler. Guadalajara 1904. Y varias ediciones sucesivas. (21) SA5TRÓN, M. Obra citada, pp. 545-549.

— 384 — EL FIN DE LA GUERRA HISPANO-CUBANO-NORTEAMERICANA. CONSECUENCIAS PARA EL EJÉRCITO ESPAÑOL

EXCMO. SR. DON MIGUEL ALONSO BAQUER General de brigada del Ejército. EL FIN DE LA GUERRA HISPANO-CUBANO-NORTEAMERICANA. CONSECUENCIAS PARA EL EJÉRCITO ESPAÑOL

El periodo 1898-1 917 marca en la política militar española un periodo de reflexión sobre la organización del Ejército que, a su vez, estuvo dominado por una intensa voluntad de reforma, o mejor dicho, por un vigoroso empeño de regeneración. El análisis pormenorizado de la regeneración militar española —entién dase regeneración del Ejército de Tierra, en particular— püede empren derse sobre los datos ofrecidos por los intelectuales de condición militar de la misma época. El balance apunta hacia la europeización, es decir, hacia la toma de conciencia de algún modelo europeo entre los tres mejor cono cidos, el francés, el alemán o el británico. La polémica resulta interesante pero, en síntesis, donde verdaderamente se reflejaron los resultados fue en la actividad de los Gobiernos del citado periodo de reflexión 1898-1 91 7. Es exactamente de lo que vamos a ocuparnos: 1. En la posguerra. 2. En la quiebra del 1917. La nota que resalta más nítidamente es el triunfo del corporativismo tanto en las Armas como en los Servicios. La característica más digna de ser destacada es la implicación del Ejército desde 1906 en la política europea de protectorado sobre el norte de Áf rica (Conferencia de Algeciras). La consecuencia de más trágicas consecuencias llegó en 1917 con ocasión del movimiento contestatario de las Juntas Militares de Defensa. Las consecuencias para el Ejército de España de la derrota militar de 1898 se produjeron años más tarde según un sinuoso proceso de cambios que, en principio, éonviene localizar en la cabecera del poder Ejecutivo.

— 387 — De modo esquemático y meramente indicativo me atendré a las resolucio nes emanadas de cinco binomios de nombres —un presidente (civil) del Consejo de Ministros y un ministro (militar) de la Guerra— como persona lidades que, de hecho optaron por alguna forma de regeneración para el Ejército. Adelantaré que sus esfuerzos apenas encontraron entusiasmo en los profesionales de las armas, si bien, por disciplina, los secundaron durante algún tiempo. La referencia a las 10 figuras de la vida oficial española implicadas en el cambio de posguerra no agota el tema, porque otros muchos militares de carrera, a través de la prensa periódica de carácter profesional se mani festaron de mil modos diferentes a favor y en contra de las reformas anun ciadas. Pero insisto, estas opiniones nunca fueron equivalentes en resul tados prácticos a las medidas que se incoaron desde los cinco binomios cívico-militares que vengo señalando como decisivos: 1. En el año 1899, el último año del siglo xix, las dos personalidades que asumen la urgencia del cambio son Francisco Silvela y Camilo Pola vieja, unidas por la simultaneidad de sus apelaciones a una España que se había quedado sin pulso. Sus manifiestos regeneradores apuntaban tanto a cambios en la vida nacional como en la estructura regional del territorio metropolitano. 2. Entre los años 1901 y 1903,, incluyendo como efemérides central el comienzo central del reinado efectivo de don Alfonso XIII, vuelven a ser protagonistas Práxedes Mateo Sagasta y Valeriano Weyler, reunidos ahora en un afán de enmienda del anterior mal entendido entre ambos, fechado en el mes de octubre de 1897. Aquéllo había sido interpretado como una grave incompatibilidad, no tanto de dos personas, como del poder civil y del mando militar. 3. Desde el año 1904 los nuevos protagonistas son Antonio Maura y Arse nio Linares replegados, uno y otro, sobre la noción de «revolución desde arriba». Operan, entonces, en brazos del Partido Conservador, cuya jefatura ha abandonado Silvela. 4. Entre los años 1910 y 1912 las nuevas directivas pasan a las manos de José Canalejas y Agustín Luque que, de momento, anuncian la origina lidad del sentido regenerador característico del Partido Demócrata Liberal respecto a sus lejanos antecedentes del sexenio-revolucionario 1868-1874. 5. A partir del año 1913 el horizonte de lo posible queda profundamente afectado por la doble atmósfera de guerra abierta en Europa Central y de crisis subterránea de estabilidad en el norte de Áf rica. Lo esencial de

— 388 — las decisiones de interés militar se vincula al binomio conde de Roma- nones-Dámaso Berenguer. Se actúa bajo el signo de un peculiar libe ralismo que se pretende heredero del democratismo de Canalejas, recientemente asesinado. El telón de fondo de todas las proposiciones estuvo, durante las cinco bre ves situaciones apuntadas, en la memoria de lo acaecido en Cuba, Puerto Rico y Filipinas entre los años 1895 y 1898. No debe olvidarse que a lo largo de todo el siglo xix, la gobernación de todas las Islas de ultramar había estado casi sistemáticamente en manos de mandos militares de la más alta graduación. Ni tampoco debe desconsiderarse el dato de que las sugerencias a favor de una implicación civil —entiéndase de los prohombres de los grandes partidos del turno canovista— nunca habían tenido éxito. Se habían redu cido a la disputa de las carteras de Estado o ultramar en inevitable con flicto con los designios ultramarinos del correspondiente ministro de la Guerra, un militar de carrera. Nada tiene, pues, de extraño que el conjunto de las decisiones de las 10 personalidades que venimos considerando representativas de la voluntad de cambio, —Silvela-Polavieja; Sagasta-Weyler; Maura-Linares; Canale jas-Luque y Romanones-Berenguer— esté marcado por los recuerdos de una anterior implicación de todos y cada uno de ellos en la doctrina ultra marina. Ahora bien, lo que después de la firma del Tratado de París (1899) se res peta como firme e intocable es el ro/del Ejército, —y también de la Marina— en el marco de la Monarquía Constitucional dispuesta para la elevación al trono de don Alfonso XIII. Este ro/de servidor leal de un sistema debía que dar tal como lo había dibujado Cánovas del Castillo en la fase fundacional del régimen de la Restauración (1876).

Polavieja, Weyler, Linares, Luque y Dámaso Berenguer en los programas de regeneración nacional

La selección de estos cinco nombres de ministros de la Guerra como insig nes representantes del regeneracionismo militar consiguiente a la derrota del «98» es todo menos arbitraria Los cinco generales que, entre otros tantos, ocuparon la cartera de Guerra en el ínterin 1898-1 917 despertaron esperanzas tanto en las personálidades políticas (que como presidentes

— 389 — del Consejo de Ministros solicitaron su colaboración) cuanto en las bases con acceso a la opinión. N4ótese, sin embargo, que la relación Silvela-Polavieja fue efímera por demás. Sólo alcanzó a unos meses del año 1899. Nótese, también, que la e relación Sagasta-Weyler se interrumpió por la muerte de Sagasta en el año 1903 y que Weyler también sería ministro de la Guerra con gobiernos de significación liberal tales como el de Montero Ríos (23 de junio de 1905) y el de Vega de Armijo (4 de diciembre 1906 hasta 25 de enero 1907). Obsérvese que la relación Maura-Linares se inicia en el año 1904 y que sigue abierta en la grave crisis de la Semana Trágica de Barcelona que culmina el 25 de octubre 1909. Consecuentemente, su mayor innova ción orgánica —el Estado Mayor Central y la Junta de Defensa Nacional— padecería alteraciones que se estabilizan con el binomio Dato-Ramón Echagüe en el año 1915. Obsérvese también que la primera designación de Luque Coca no procede de José Canalejas sino de Segismundo Moret, en línea con el «invento» constituido por los restos del partido fusionista liberal bajo el rótulo de Izquierda Dinástica (tutelada por el viejo general José López Domínguez). Y nótese y obsérvese, a un tiempo, que la cola boración Romanones-Berenguer es anterior al gobierno García Prieto que hace a don Dámaso por primera vez ministro de la Guerra el 5 de diciem bre de 1918.

Francisco Si/vela-Camilo Po/a vieja Francisco Silvela, el sucesor de don Antonio Cánovas en la jefatura del Partido Liberal-Conservador, se ofrece en el año 1899 como un hombre nuevo con alguna capacidad para alterar los modos de actuación de su mentor político. Como jefe de Gobierno toma la decisión de poner al frente de la cartera de la Guerra al «general cristiano», Camilo Polavieja, una figura particularmente grata para la Reina Regente, en el horizonte de su reconocida integridad moral. Francisco Silvela había atravesado los años de la guerra de Cuba (1895- 1898) en una posición de espera, a cierta distancia de la toma de decisio nes. Su figura política, —más finamente intelectual que eficazmente polí tica— en muy poco se había visto implicada en los intereses ultramarinos, ni siquiera a través de sus cargos en la Administración del Estado. Su designación como presidente del Consejo de Ministros emanaba un signi ficado neutral del que carecían otras figuras del partido de Cánovas, neta mente colonialistas en sus pretensiones tanto públicas como privadas. La posibilidad de que fueran inaugurados unos modos de gobernar, dirigidos

— 390 — sin rubor «hacia otra España» quedaba explícita en su imagen de hombre capaz de devolverle el pulso perdido. El general Camilo García de Polavieja, por su parte, había sido uno de los militares más implicados en la conducción de las operaciones militares en Cuba y ello, antes y después de «la paz de Zanjón». También se había dis tinguido en la dirección política (gobernación) tanto de Cuba como de Fili pinas. Hoy conocemos que, en su correspondencia con otro general, Ramón Blanco, fechada en 1878, ya se había manifestado tempranamente partidario de la apertura de un proceso de autonomía que, a su juicio, debería desembarcar plácidamente en una independencia. Su clara victo ria en la llamada «guerra Chica» de los años «ochenta» no desmintió esa voluntad aceleradora del proceso autonomista aunque, pocos años más tarde, su enérgica actuación en las islas Filipinas, frente a Rizal, a quien ordenó ejecutar, le devolvió a la postura más generalizada entre sus com pañeros de armas, que era la de no dejar insurrección armada alguna en ultramar sin que le siguiera una fulminante réplica militar. El famoso «Mani fiesto Polavieja», que la gente asimiló al contenido del artículo «España sin pulso» de Silvela, dejaba ver como lógica su incorporación al Gobierno régéneracionista como ministro de la Guerra a las órdenes de Silvela. El regeneracionismo de Polavieja estaba polarizado sobre una idea muy simple: el desarrollo de las unidades de Cazadores de Montaña. La prensa ironizó la cuestión dándoles el mote de «alpinos de Polavieja». En Cuba y en Filipinas habrían obtenido un excelente resultado para apagar de raíz las insurrecciones, en términos relativos a las unidades de línea, las uni dades ligeras de Infantería, es decir, todas aquellas donde el hábito de la iniciativa queda depositado en los mandos de baja graduación. Por razones de índole económica, que no dejaba de recordar el Ministerio de Hacienda, la regeneración del Ejército no podía llegar de fuertes inver siones en armamento y material pero sí, —como alternativa a las restric ciones del hacendista Villaverde— quizás pudiera acelerarse en base a la alianza del sano espíritu de una joven oficialidad, formada en las renova das Academias, y del sacrificio de unas tropas, cuyo origen rural les supo nía habituadas a vivir a la intemperie sus planes de instrucción. La convivencia en armonía de Silvela y Polavieja sólo duró unos meses. En realidad, el destino de una y otra biografía se estaba cerrando simultá neamente para ambos personajes. Y cuando Alfonso XIII suba al trono, ninguno de los dos dispondrá de verdaderas oportunidades para reiterar la oferta de sus propósitos. —391— Práxedes Mateo Sagasta-Valeriano Weyler La extraña coincidencia en un mismo gobierno de los nombres de Sagasta y Weyler propicia más de un sabroso comentario. Sagasta había asumido, tras la muerte de Cánovas,—es cierto que hubo un breve «ministerio- puente» a cargo del general del Cuerpo de Estado Mayor Azcárraga— las etapas más duras de la confrontación bélica con Estados Unidos en ambos océanos, el Atlántico y el Pacífico. Weyler, por su parte, había encarnado precisamente el mando del Ejército de Operaciones en Cuba hasta ser drásticamente destituido por Sagasta. Los nombres de Sagasta y Weyler, —en agudo contraste con los del bino mio Silvela-Polavieja— significaban el retorno al primer plano de la memo ria de la tragedia que ya se denominaba «desastre». ¿Podía alguien ima ginárselos juntos en un gabinete que, además, era el que tenía que clausurar la Regencia de María Cristina e iniciar el reinado de don Alfonso XIII? La respuesta sólo admite contenidos del más puro estilo regeneracionista. Sagasta y Weyler se prestaban al alimón a compartir las responsabilida des del pretérito porque se suponían idóneos para marcar un camino nuevo sin incurrir en las ilusiones del último canovismo. Y es que el mayor riesgo para la estabilidad de la Monarquía restaurada venía de la posibilidad misma del choque violento entre unos militares que sólo querían hablar de responsabilidades políticas y unos políticos, que sólo querían hablar de responsabilidades militares. El reencuentro, nada fugaz por cierto, del veterano jefe del partido fusionista liberal con el no menos veterano capitán general, mitificado todavía por un sector del Ejér cito, significaba una invitación a la serenidad y una apelación al realismo. Sagasta y Weyler se respetaron mutuamente en cuantas situaciones de gobierno hubieron de convivir. Weyler sobrevivió un cuarto de siglo a Sagasta; pero entre ambos trazaron a contracorriente un esquema moder nizador de las Fuerzas Armadas cuya clave estaba en la dedicación reite rada de los cuadros de mando al ejercicio de la profesión. El fantasma de una posible ruptura cívico-militar, —o mejor dicho, el de la resistencia militar al cambio— apareció bajo la forma de un excesivo empobrecimiento en el género habitual de vida de la mayor parte de la ofi cialidad. La previsible irritación de sus miembros se hacía más notoria si desde los medios de opinión (civiles o militares) se agudizaban las dife rencias entre unos Cuerpos —los facultativos— con opciones pará otras

— 392 — actividades y unas Armas —las generales— sin más opciones que el des tino a guarniciones periféricas, mejor remuneradas (a la larga) o más pro tegidas en lo social (de entrada). En definitiva, la regeneración militar por la vía de una reforma de mera observancia de los reglamentos, (que terminaron recomendando Sagasta y Weyler) apenas significó nada para la preparación técnica de un Ejército más moderno, aunque, ¡eso sí! Generó una reforma en el género de vida de los oficiales.

Antonio MauraArsenio Linares La primera arribada de Antonio Maura al poder, ahora en la cabecera del Partido Conservador, recordaba a las gentes el sentido municipalista de su anterior gestión en la cartera de Ultramar, cuando todavía militaba en las filas del partido de Sagasta. Se daba, pues, juego a una tendencia que favorecía las reconsideraciones de lo anteriormente vivido, cuando la isla de Cuba aún no estaba en guerra. Maura podía y debía aplicar al territorio nacional hispano las ideas descentralizadoras que había querido ensayar en ultramar para mejorar de este modo la participación ciudadana en la vida política regional y municipal. El general Arsenio Linares, su ministro de la Guerra, también disfrutaba de un pretérito referido a Cuba, cuya culminación había sido un heroico comportamiento como general en jefe de las unidades que mejor resistie ron el empuje norteamericano en torno a la ciudad de Santiago. Una grave herida le había dispensado de la asunción por él mismo como gobernador del cierre de las hostilidades con las fuerzas norteamericanas desembarcadas. Maura, al parecer, quería una política que tuviera por conductores a gene rales, en principio, con experiencia de mando y de administración en Cuba o Filipinas, pero menos cargados de responsabilidades de alto nivel que los nombres ya quemados (o fallecidos) de Calleja, Martínez Campos, Weyler, Blanco y Polavieja. No le valía, ni si siquiera, esta última figura, entonces objetada desde todas las izquierdas dinásticas, quizás por la misma razón. Y eligió a Linares —un general de Infantería— como minis tro poniéndole cara a una reforma de la estructura de la Defensa Nacional que fuera capaz de superar los comportamientos corporativos que tanto daño le hicieron a su antecesor Weyler (de Estado Mayor) durante su mando en Cuba.

— 393 — La fórmula regeneradora del binomio Maura-Linares pasaba por la crea ción de dos nuevos organismos, ambos mixtos, de diferente nivel, la Junta de Defensa Nacional y el Estado Mayor Central. En la Junta de Defensa Nacional, Maura hace coincidir para situaciones de emergencia a ex presidentes del Consejo de Ministros y a altos mandos militares y navales. Con el Estado Mayor Central, inmerso en el Ministerio de la Guerra, Maura, pretende dar entrada al hábito de una razonable pre paración del país para la guerra a medio plazo, que fuera entendida por hombres, tanto del Cuerpo de Estado Mayor como de los ótros Cuerpos facultativos y de las Armas generales con capacidad de pensamiento. Substituía a una Junta Superior de Táctica, que nunca había rebasado los límites de la técnica y lo ignoraba todo de la estrategia. Si, técnicamente hablando, la reforma política de Maura había querido ser una «revolución desde arriba», la regeneración militar consiguiente era una invitación a reflexionar juntos que también se programaba «desde arriba», no tanto para el seguimiento de las operaciones en curso como para la imaginación de operaciones en proyecto. A nadie se le ocultaba que Maura, junto a Linares, estaba ofreciendo a la Corona, en torno a la composición mixta de la Junta de Defensa Nacional, —de hecho apenas operante— un embrión de gobierno de excepción legalizado para las situaciones de quiebra de las instituciones del Estado. Y tampoco se ignoraba que en torno al Estado Mayor Central se le ofrecía al Ejército una estructura, primero, vuelta de espaldas a lo político, pero con vocación hacia los valores permanentes que el Ejército debía proteger, en segundo lugar.

José Canalejas-Agustín Luque La enérgica protesta que se reflejó en el grito «Maura, no» tras la grave cri sis de 1909 (síntesis de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona y de la emboscada del barranco del Lobo junto a Melilla) abrió las puertas del poder a Canalejas, aunque no lo hiciera inmediatamente. El nuevo binomio Presidencia-Guerra pasó a cargo de Canalejas-Luque, dos nom bres, uno civil y otro militar, también estrechamente vinculados a las inci dencias de la guerra de Cuba en sus momentos más graves. Canalejas había padecido graves críticas con ocasión del escándalo del maletín de documentos que, robado de su habitación de un hotel, condujo al ceñe del embajador de España en Washington en fechas no demasiado

— 394 — alejadas de la voladura del Maine. Luque había sufrido notables censuras con ocasión de la pérdida por tropas a sus órdenes de la ciudad cubana de Victoria de las Tunas, en las semanas que llenan el hueco entre el ase sinato de Cánovas y la destitución de Weyler. Cuando Canalejas forme su único gobierno, habían transcurrido algo más de 10 años desde el desenlace de aquella guerra, pero la aproximación de Canalejas al ámbito de las instituciones militares habían tenido singular fortuna. Muchos de sus escritos y de sus discursos o prólogos mostraban una particular deferencia hacia los valores de la profesión de las armas. El encuentro de Canalejas con el general Luque Coca puede, pues, expli carse por el afán de ambos para mantenerse cerca de los sectores de la oficialidad del Ejército menos afines a los ideales monárquicos con los que ambos habían tenido mucho que ver. Lo cierto fue que el binomio Canalejas-Luque vería yugulada su gestión por el asesinato del político ferrolano en diciembre de 1912. Ambos se habían esmerado por corregir lo que entendían era causa de tantos males: la irregularidad y la arbitrariedad en la aplicación de las normas, en sí mis mas injustas, para la prestación del servicio en filas. Canalejas abordaba la regeneración del Ejército a través de la implantación, sin excepciones anómalas, del servicio militar universal y obligatorio. Puede decirse que en la actitud, primordialmente ética, de José Canalejas se percibía una objeción grave al concepto mismo de «revolución desde arriba», que todavía defendía el defenestrado Maura desde su obligado ostracismo. Pero puede decirse también que la colaboración de un gene ral como Luque en nada favorecía la modernización orgánica del aparato ministerial o la modernización técnica de las unidades más potentes. Incluso cabe añadir que entre 1910 y 1912 este ministro, general de Infan tería como Linares, optó por una orgánica y una técnica que se pretendía de espaldas al conflicto europeo en ciernes, el franco-alemán. Luque se limitó a sugerir a Canalejas unas especializaciones en las Armas genera les (Infantería y Caballería) únicamente concebidas para servir con efica cia la doctrina del Protectorado de Marruecos.

Conde de Romanones-Dámaso Berenguer La última oportunidad regeneracionista que cabe incluir en la estela de las consecuencias para el Ejército español del «desastre» hay que contem plarla en torno al aparente acuerdo entre el político liberal, conde de Romanones y el joven general de Caballería, Dámaso Berenguer, primero

— 395 — subsecretario (1918) y al punto ministro de la Guerra (1919) en la mme diatez de su cargo de Alto Comisario de España en Marruecos (1920). Por razones de edad, los hombres nuevos de los gobiernos que siguieron de cerca las vicisitudes de la Gran Guerra (1 914-1 918) guardan cada día menor memoria de los acontecimientos de Cuba y Filipinas. No era el caso de Berenguer, de clara ascendencia y nacimiento cubanos. En este quinto binomio, Romanones-Berenguer, los nombres representativos aparecen algo desequilibrados. Romanones opera en el horizonte militar de las tareas de protectorado por pura inercia europeísta y siempre a favor de la postura que Inglaterra aconsejaba para España. Berenguer, en cambio, lo hace en profundidad, a partir de sus personalísimas vivencias cubanas, que eran también las de sus más íntimos familiares y ancestros. Sin el asesinato de Canalejas es más que probable que en estos años, relativamente tranquilos para España, de la Gran Guerra se hubiera pro ducido con Canalejas el pleno acuerdo con don Dámaso que, sin duda, no llegó a coronarse con Romanones. Pero esto es sólo una apreciación per sonal. Berenguer entiende la regeneración del Ejército sobre la base liberal de una neta separación entre lo que corresponde a la política y lo que atañe a la milicia. A los políticos les convienen las relaciones internacionales y las alianzas estabilizadoras, también y sobre todo, para la conjuración de los conflictos coloniales en alza, —los que nacían en brazos de la redistribu ción del área islámica del continente africano entre potencias europeas—. A los militares, —léase al Ejército Regular o Milicia— les concierne llevar más lejos que nunca la especialización o la diversificación de las unidades para cometidos antagónicos: fuerzas de policía versus fuerzas de choque; fuerzas regulares indígenas versus tropas coloniales, etc. La teoría de Romanones llegó a hacerse compatible con la práxis de Berenguer durante la Gran Guerra y se ganó el aplauso de los gobiernos todos, incluso el de concentración liberal de García Prieto o el de unidad nacional de Maura. Pero ni una ni otra llegaron a calar en las bases socia les ni se generalizaron hacia la totalidad de los mandos del Ejército. El binomio Romanones-Berenguer identificaba regeneración de España con adiestramiento militar para funciones de protectorado. Ni que decir tiene que más allá del área de influencia de estas dos personalidades, las propuestas distintas de reforma se multiplicaron de manera caótica. El símbolo final de las disparidades de criterio serán las Juntas de Defensa

— 396 — de 1917, expresión relativamente clara de las últimas consecuencias para el Ejército español de lo que ya se llamaba «derrota militar» de España en ultrramar. Y es que en el año 1917 las cinco propuestas legales incoadas por los ministros de la Guerra, Polavieja, Weyler, Linares, Luque y Berenguer (éste todavía in pectore) podían ser contempladas como una sola pro puesta regeneradora. Las cinco políticas propuestas eran compatibles y tenían razones a su favor. Pero lo que no se produjo, quizás por falta de un periodo abierto de reflexión político-militar, fue el esfuerzo para su pon derada síntesis. Porque era bueno, como quería Polavieja, que se cuidaran las capacida des operativas de las unidades ligeras de Infantería (Cazadores de Mon taña); era imprescindible, como deseaba Weyler, que se regularan las con diciones sociales y económicas del sector militar de la sociedad española en trance de modernización; era oportuno, como requería Linares, que hombres de condición política y de profesión militar se comprometieran en las directrices de la defensa de España; era necesario, como exigía Luque, que se cortaran de raíz las arbitrariedades y los abusos en torno a la pres tación del servicio militar y, finalmente, era obligado, como reclamaría luego Berenguer, que se optara, también en las Armas generales (mf ante- ría y Caballería) por la vía moderna de las especialidades que, a su vez, se tenían que ajustar pragmáticamente a la naturaleza de los conflictos bélicos verdaderamente dados. Los cinco presidentes del Consejo de ministros de la Monarquía Constitu cional de don Alfonso XIII, que compartieron con Polavieja, Weyler, Lina res, Luque y Berenguer sus preocupaciones en orden a la regeneración de nuestro Ejército, tenían las ideas bastante claras. Justo es reconocerlo: Ni Silvela, ni Sagasta, ni Maura, ni Canalejas, ni Romanones eran unos políticos incompetentes. O, en su caso, antimilitaristas declarados u ocul tos. A mi juicio, lo que explica la escasa efectividad de sus pretendidas reformas (o mejor, meras reorganizaciones) se sitúa, de una parte, en una escasa percepción de la prioridad del bien común sobre los problemas par ticulares y, de otra, en una débil conceptuación intelectual de la naturaleza del problema militar verdaderamente dado para España en las dos déca das consiguientes a la conmoción producida por el «Desastre del 98».

— 397 — CLAUSURA

EXCMO. SR. DON ANDRÉS MÁS CHAO General de División. Director del Congreso de Historia Militar. CLAUSURA

Excelentísimos e ilustrísimos señoras y señores, señoras y señores: Llegamos finalmente a la conclusión de este Congreso Internacional de Historia Militar, El Ejército y la Armada en 1898: Cuba, Puerto Rico y Fili pinas. Durante cinco días hemos podido escuchar brillantes e interesantes disertaciones sobre diversos aspectos, unas veces generales y otras con cretos, de la guerra hispano-norteamericana y de las campañas desarro lladas en los últimos territorios españoles en América y el Pacífico previas y durante este conflicto. Historiadores e investigadores españoles, nortea mericanos, cubanos, puertorriqueños y filipinos, unidos en fraterna amis tad, hemos trabajado estos días para conocer, esclarecer y divulgar ese periodo de nuestra historia común que nos enfrentó en un cruel conflicto bélico, convencidos que del conocimiento vendrá la comprensión de aque llos sucesos y su superación. Es cierto que ciudadanos de nuestros paí ses, en defensa de unos ideales de justicia, legalidad, independencia o libertad, que cada parte implicada en el mismo creyó era preciso defender, se enfrentaron entonces en una cruel guerra y sacrificaron muchas veces hasta su propia vida en defensa de algo que creían estaba por encima de ella. Hoy superados aquellos motivos de enfrentamiento queremos que este Congreso sea una muestra más de la unión en paz y libertad que existe entre todos los que nos enfrentamos en 1898. El lunes por la mañana los profesores doctores Rumeu de Armas y Espa das nos encuadraron el momento histórico en que se desarrolló, presen tándonos los motivos y circunstancias que llevaron primero al enfrenta miento entre españoles europeos y ultramarinos, —creo sinceramente que

— 401 — en esos momentos se les podía llamar a todos así— buscando aquéllos mantener una unidad que nació en el siglo xvi y que les hacía ver aque llos territorios como parte integral de España y éstos romper los lazos que les unían a la Madre Patria, concluido el proceso de su formación para lle gar a la independencia. Más tarde este conflicto derivaría inevitablemente, como explicaron muy bien tan eminentes investigadores, al enfrentamiento bélico con Estados Unidos de Norteamérica, sin estar España preparada a nivel político, económico ni militar para hacer frente a tan poderoso enemigo. Esa misma tarde los ponentes capitán de fragata Giner de Lara, doctor Mark L. Hayes y doctor don Hugo O’Donnell nos hablaron de los diversos aspectos navales del conflicto hispano-norteamericano en Cuba, de esta forma la visión española y americana se confrontaron para darnos una visión más completa de lo sucedido y de las razones que llevaron a la derrota naval de Santiago de Cuba. El martes el doctor Graham Cosmas nos ilustró sobre el planeamiento operativo terrestre norteamericano para la conquista de la Gran Antilla y con el general de división De Sequera Mar tínez tuvimos ocasión de conocer aquellas obras admirables de ingeniería, aunque en mi opinión no tan buenas soluciones militares, que fueron las trochas, mientras el doctor De Diego nos daba a conocer las vicisitudes y el sentir de los combatientes españoles y el doctor Calleja nos presentaba la importancia de la aportación cubana en este conflicto, obscurecida muchas veces por el peso decisivo de Estados Unidos en ella. El miércoles, además de tener la oportunidad de pasear por la amurallada Avila de los Caballeros, patria de aquel culmen de la espiritualidad y la mística que fue Teresa de Jesús y de uno de nuestros más importantes medievalistas don Claudio Sánchez de Albornoz, pudimos conocer la evo lución y consecuencias del conflicto en la lealísima isla de Puerto Rico a través de las ponencias del mayor general US Army, González Vales y la doctora puertorriqueña doña Milagros Flores, prologadas por la comunica ción y el magnífico rector de la Universidad Católica de Avila que nos ilus tró sobre el duro cambio que representó para los naturales de la pacífica Boriquen el paso de la cultura española a la anglosajona. Ayer jueves se dedicó al conflicto en el Archipiélago filipino. Con las exposiciones del doc tor don Reynaldo C. lleto, del coronel Dávila Wesolovsky, del capitán de fragata Franco y del embajador de España, don Pedro Ortiz Armengol, pudimos comprender mejor esa parte del conflicto del 98 y sus antece dentes casi desconocida para los españoles en general, pues preocupa dos por lo sucedido en Cuba, se puede decir que la guerra en Filipinas es

— 402 — la gran olvidada de este periodo. La formación del Ejército filipino, el sitio de Manila, las vicisitudes del Apostadero naval de Cavite y los detalles de la campaña del 96, con una vívida descripción de algunos de sus protago nistas, fueron las interesantes aportaciones de los ponentes. En el día de la clausura hemos tenido la suerte de escuchar la brillante. exposición del general don Miguel Alonso Baquer que, con su acostum brada claridad, nos ha presentado las consecuencias que tuvo para el Ejército la derrota del 98 a través de la actuación de cinco binomios, pre sidente de Gobierno-ministro de la Guerra; los cuales intentaron reformar el Ejército de acuerdo con sus propias concepciones de las causas de la derrota, pero al ser aspectos parciales del problema, no pudieron llevar a cabo el cambio decisivo que hubiera sido necesario. No quisiera terminar este resumen de lo que han sido estos días de exposiciones sobre aspec tos militares del conflicto del 98 y sus antecedentes, sin hacer mención de las interesantes comunicaciones que se han ido presentando a lo largo de ellos, que junto con las no leídas y que se publicarán en el Libro de Actas, forman un conjunto de aportaciones de alto nivel para el estudio de las guerras de independencia de Cuba, Filipinas e hispano-norteameri cana; así mismo quisiera hacer mención del magnífico concierto sobre música de la época que ayer tuvimos ocasión de escuchar, interpretado por la Música del Grupo del Cuartel General del Mando Aéreo del Centro, agradable aportación, junto con su plena colaboración en todo momento, del Ejército del Aire a este evento. Llegados a este momento como conclusión de lo dicho y resumen de los temas de este Congreso quisiera hacer unas reflexiones personales sobre la trascendencia del conflicto, sobre las consecuencias que tuvo la guerra para el encaje de la «sociedad o familia militar» dentro de la sociedad española en general y finalmente sobre el protagonista español principal de este conflicto. Sobre el primero de los puntos citados, creo que debe destacarse la trascendencia del conflicto en el ámbito internacional con la definitiva incorporación de Estados Unidos al concierto de la «grandes potencias», no solamente por su control del área caribeña al dominar las islas de Puerto Rico y Cuba, objetivo histórico esta última de este país casi desde su fundación, sino también al asentarse definitivamente en el Pací fico con el control del espacio filipino y de la isla de Guam que, junto con el dominio de las Hawai, le daba una posición privilegiada en este océano. También es importante reseñar el nacimiento con más o menos inmedia tez al concierto de países independientes, como resultado de este con flicto, de dos nuevas naciones de estirpe hispana, Cuba y Filipinas, raíces

— 403 — de las que nunca renegaron pese a su enfrentamiento con la España de su época, ni José Martí ni el doctor Rizal padres fundadores de su inde pendencia, como lo atestiguan muchos de sus escritos. En este punto también hay que señalar que el conflicto que enfrentó espa ñoles, cubanos y filipinos fue verdaderamente una guerra civil, pues si los ejércitos de Maceo y Máximo Gómez se nutrieron muchas veces de espa ñoles peninsulares o de sus hijos, o en el de Aguinaldo lucharon numero sos soldados desertores de los Batallones Expedicionarios y en su estado mayor figuraron como coroneles dos capitanes españoles, también en los Ejércitos de España se incluían muchos nativos de aquellas tierras, blan cos, negros, mulatos, tagalos o de otras etnias del Archipiélago, que derra maron su sangre en defensa de la bandera rojo y gualda que un día habían jurado defender hasta la última gota de su sangre. El que ahora les dirige la palabra tiene a orgullo haber tenido un abuelo materno cubano de naci miento que combatió por España y vino a acabar sus días como teniente coronel de Artillería en los campos africanos de Melilla en el año 22. Con respecto a la repercusión que la derrota del 98 tuvo en la relación sociedad civil-sociedad militar es importante señalar por un lado el retorza miento de la tendencia hacia el conservadurismo de los cuadros de mando, —iniciada ya tras el sexenio revolucionario— a causa de la postura tomada por los partidos de izquierda, principalmente los extraparlamentarios, en relación con las responsabilidades y su critica a la forma de desarrollarse las operaciones y el reclutamiento; protesta esta última verdaderamente lógica pues, en función de la redención a metálico y la sustitución, sólo habían ¡do a Cuba y Filipinas los pobres y marginados, pero de la que no era culpable el Ejército, ya que la mayoría de sus cabezas más capaces habían protestado muchas veces contra un sistema pensado para proteger a los hijos de la burguesía, entre los que se contaban los políticos. Pero además de esta evolución sociológica se producirá algo mucho más grave, como es el progresivo aislamiento de los cuadros de mando, núcleo de lo que podemos llamar la sociedad militar, de la sociedad civil, llegán dose casi a una ruptura entre ambos; los motivos serán, además de los citados anteriormente, la actitud de los partidos y grupos nacionalistas cada vez más antiespañola y antimilitar; el intento de la mayoría de los políticos, fuera cual fuera su ideología y partido, de descargar la respon sabilidad de la derrota exclusivamente sobre los mandos militares y por último, creo sinceramente que existió, un sentimiento de humillación y ver güenza por la derrota. Todo ello llevaría a una ruptura total entre ambos —404— colectivos, pudiendo decirse en mi opinión, que llegaron a ser completos desconocidos uno para otro, pues aún, las personas que se decían aman tes de los Ejércitos y sus tradiciones no conocían su realidad más que a través de lecturas ocasionales y en todo caso de su experiencia en el ser vicio militar, donde la relación jerárquica con los cuadros de mando dificul taba su conocimiento; de aquí vino el cuché de la falta de cultura, aliena ción y de frivolidad que durante mucho tiempo retrató a los oficiales ante la población civil. Otras consecuencias importantes tuvo la derrota del 98 en relación con la posterior Campaña de Marruecos del año 1909: en primer lugar el rechazo popular a esta nueva guerra cuando aún estaban frescos los sufrimientos de los sucesos de Cuba y Filipinas; pero también a nivel operativo y tác tico existieron repercusiones importantes que aumentaron los sacrificios y bajas en las operaciones que se llevaron a cabo en aquellas tierras africa nas. Por un lado se desecharon las experiencias obtenidas en tantos años de guerra contra los insurrectos, quizás por considerar que la derrota se debía a no haber seguido los modelos doctrinales europeos; por ello, aun que muchos de los oficiales que intervendrían en Marruecos habían parti cipado en las guerras de Cuba y Filipinas —Marina, Sanjurjo, Millán Astray, Silvestre y Berenguer pueden se algunos nombres paradigmáticos—, no se puede hablar de una proyección de las enseñanzas de aquel conflicto en las campañas marroquíes. Así dirá don Dámaso Berenguer en su libro La guerra en Marruecos: «Muy cerca de nosotros en nuestras campañas de Cuba teníamos un curso completo de táctica de marchas de donde pudimos haber sacado preciosas enseñanzas para las campañas de Marruecos, pero no supimos hacerlo.» Por otra parte al intentar organizar unidades de Regulares Indígenas y más tarde operar con ellas, el citado general se encontró con una fuerte oposi ción: «Como no recordar —nos dirá— los recelos que despertaron nues tras primeras unidades, la continua desconfianza de los mandos en ellas que llegó a excluirnos de sus campamentos.» Esta postura tiene sus raíces, en mi opinión, en el recuerdo de la deser ción masiva de los Regimientos Indígenas filipinos en los últimos momen tos de la guerra, tras la derrota de Cavite, después de haber servido leal mente a lo largo de toda la campaña, en una ‘situación de absoluta dispersión en pequeños destacamentos, mal encuadrados, con la expe

— 405 — riencia de las promesas incumplidas que se les hicieron en diversos momentos de su desarrollo y especialmente con el temor que si triunfaban los rebeldes, ellos y sus familias sufrirían las consecuencias de su fideli dad a España, motivos que reunidos les dieron motivos suficientes para tomar aquella decisión. Para finalizar estas palabras creo que nada es mejor que recalcar las vir tudes del prototipo del combatiente español en estas campañas: «el humilde soldado de filas». En efecto, si hacemos rápidamente un repaso por nuestra historia militar, encontramos que en nuestros Siglos de Oro los arquetipos del combatiente fueron «los capitanes de aquellos señores sol dados de los Tercios Viejos» que los llevaron a la gloria y la victoria por los campos de Europa; en el siglo xviii los protagonistas de los combates lo serán los «regimientos o batallones» reunidos, porque los soldados son una masa anónima instruida con una férrea disciplina que les hacía com batir con ciego valor en un bloque, donde se perdía la individualidad; en la guerra de la Independencia encontraremos al «guerrillero», audaz, indivi dualista, conocedor del terreno y sin instrucción militar, pero capaz por sus cualidades y patriotismo de combatir y vencer a los generales del mejor ejército de la época; finalmente en las guerras carlistas el modelo a consi derar serán «los cuadros de mando» que, a fuerza de valor heroico y ejem plo, arrastraron a sus hombres al combate y a la muerte, llegando en ooa siones desde su comienzo como soldados hasta las más altas cumbres del generalato. Al pensar, dentro de este desfile singular de arquetipos en los distintos tiempos de nuestro acontecer histórico, en el hombre que debe represen tar al combatiente de aquellas desgraciadas guerras que nos hicieron per der nuestras últimas posesiones de ultramar, creo que su mejor represen tación es, como he dicho antes, «el soldado de filas». Estos desconocidos soldados demostraron un valor no por callado menos heroico, que causo asombro a sus propios enemigos, y junto a ello una capacidad de sufri miento inigualable, teniendo que combatir al mismo tiempo que luchaban al clima tropical, las enfermedades y las carencias logísticas que desgra ciadamente fueron una vez más numerosas en estas campañas. Sin embargo, lo superaron todo con un espíritu de sacrificio que pocos paran gones tiene en la Historia Universal de los Ejércitos. Por todo ello este anó nimo soldado quedará para siempre en nuestros anales como el prototipo de lo más admirable de aquel Ejército que sin culpa tuvo que apurar las heces de la derrota.

— 406 — Nada queda ya por decir, salvo que contra tantos infundios y descalifica ciones que entonces y ahora se hacen a los hombres que protagonizaron el triste episodio del 98 y aun reconociendo los graves fallos de determi nados altos mandos españoles en su planteamiento y resolución, el valor y la entrega de nuestro Ejército en Cuba y Filipinas fue digno de su tradi ción e historia: «Este fue el espíritu del soldado español que luchó en Cuba y Filipi nas, su pérdida no se les puede achacar pues combatieron más allá de lo imaginable por su Bandera y por mantener aquellas tierras para España, aunque ellos no comprendieran las razones por las que tan tos otros jóvenes se libraban de aquella terrible guerra pagando dinero; si a pesar de ellos se perdieron, sólo se puede sentir admira ción por su valor y pena por el sacrificio inútil que realizaron por su Patria. » Queda clausurado el Congreso Internacional de Historia Militar, El Ejército y la Armada en 1898: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

— 407 — ÍNDICE

Página SUMARIO

PRESENTACIÓN11

APERTURA15

CONSIDERACIONES POLÍTICAS SOBRE EL 98 ESPAÑOL21 Planeamiento general23 Insurrección de Cuba26 Cuba objetivo preferente de Estados Unidos28 Proyectos de autonomía de Cuba30 Dramático desenlace33

LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LA CRISIS DE 1898. EJÉRCITO Y POLÍTICA

EL PENSAMIENTO ESTRATÉGICO NAVAL. CUBA Y PUERTO RICO EN LA GUERRA HISPANO-AMERICANA DE 189859 Introducción62 El pensamiento estratégico64 El pensamiento estratégico de Estados Unidos65 El penamiento estratégico español67 El pensamiento estratégico naval68 El Caribe, Cuba y Puerto Rico70 La aplicación del pensamiento estratégico naval y sus consecuencias 75 Conclusión77

— 409 — Página WAR PLANS AND PREPARATIONS AND THEIR IMPACT ON U.S. NAVAL OPERATIONS IN THE SPANISH-AMERICAN WAR79

EL DESPLIEGUE NAVAL EN CUBA. AÑOS 1897-1 898103 La costa cubana, teatro obligado de operaciones105 La actividad de las unidades a flote107 El extraordinario aprovechamiento de un pequeño vapor113 Tipos y características de los buques del Apostadero116 Principales acciones125 La repatriación de la Escuadra de las Antillas126

DE LA HABANA A SANTIAGO: DECISIONES OPERACIONALES DE ESTA DOS UNIDOS PARA CUBA, 1898131

LAS TROCHAS MILITARES CUBANAS. LA LÍNEA JÚCARO-MORÓN.... 147 El plan de operaciones150 Las líneas militares152 La trocha Júcaro-Morón156

— Su organización158

— La trocha cama güeyana163

— La fortificación165

— La vulnerabilidad de la fortificación168

MEMORIAS DE LA MANIGUA. EL 98 DE LOS QUE FUERON A LA GUE RRA171 De Madrid a La Habana: curiosidad y entusiasmo175 El contacto con la guerra: enfermedad y cansancio177 Las primeras escaramuzas: miedo, valor, vida y muerte179 La gran ofensiva revolucionaria: en apuros181 Contra los colaboracionistas: miserias, traición y horoísmo183 La rebelión se extiende a otras provincias186 La gran ofensiva contra Maceo188 A sangre y fuego: reconcentración y hambre194 En tareas de rutina: cansancio y desmoralización197 Los prolegómenos a la campaña contra Gómez198 Mal tiempo y peores ánimos200 Otra política203 El año decisivo204 La guerra con los norteamericanos205 La repatriación206

— 410 — Página VALORACIÓN DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS FUERZAS MAMBISAS EN LOS COMBATES DEL 98209 Agradecimiento211 Hecho primero. «El mensaje a García»220 Hecho segundo. Cómo el plan de campaña norteamericano fue susti tuido por el cubano222 Hecho tercero. El desembarco norteamericano pudo resultar un desas tre de enormes proporciones, pero fue un éxito gracias al apoyo de las fuerzas cubanas224 Hecho cuarto. Las tropas cubanas del coronel Enrique Thomas salvan a la Infantería de Marina norteamericana desembarcada en Guantámano 226 Hecho quinto. El desastre del combate de Las Guásimas yIas injustas acusaciones del desobediente general Wheeler al obediente coronel González Clavel229

— El general Shafter toma las siguientes disposiciones para tomar las alturas de San Juan y El Caney233 Hecho sexto. Participación de las fuerzas cubanas en la batalla de El Caney: la toma del «El Viso»234 Hecho séptimo. Los cubanos también fueron los primeros en tomar el po blado de El Caney236 Hecho octavo. Los mambises salvaron a toda la división de Kent en la ba talla de San Juan238 Hecho noveno. González Clavel restableció el fuego en el flanco izquierdo en un momento clave de la batalla de San Juan240 Hecho décimo. Bajas sufridas por los mambises en los combates de El Caney y las lomas de San Juan244 Hecho undécimo. Los mambises fueron los que hicieron las tricheras del sitio de Santiago de Cuba245 Hecho duodécimo. El general Calixto García completó el cerco y ocupó posiciones estratégicas del noroeste de la ciudad245 Hecho decimotercero. Fue el general Calixto García quien convenció a Shafter para que no se retirara y procediera de inmediato al ata que final sobre Santiago de Cuba246 Hecho decimocuarto. Los cubanos evitan la llegada de refuerzos espa ñoles a Santiago y la columna de Escario llega por culpa del general Shafter249

— Primer escenario: Holguín251

— Segundo escenario: Santa Catalina de Guantámano252 — Tercer escenario: la marcha de la columna de Escario qesde Manza nillo252

— 411 — Página LA CAMPAÑA DE PUERTO RICO. CONSIDERACIONES HISTÓRICO- MILITAR255 La invasión de Puerto Rico258 El punto del desembarco264 Planes de campaña y problemas de comando266 Algunas conclusiones preliminares269

UN ESPÍA LLAMADO WHITNEY271

THE BIRTH OF THE FILIPINO REVOLUTIONARY ARMY IN SOUTHERN TAGALOG, LUZÓN 1898281 Before the Storm: The Loss of Spanish Legitimacy284 The Defection of the Militia286 Victory in Batangas287 The Siege of Tayabas288

— lnstructions290 The Batallon Banahaw293 An Ilustrado Jefe: Norberto Mayo296 A Non-ilustrado Jefe: Ladislao Masangcay298 Morale: The Jefes as Exemplars of Selflessness301 Conclusion304

LAS OPERACIONES EN LUZÓN. ASEDIO Y DEFENSA DE MANILA. MAYO-AGOSTO 1898307 Descripción militar de la plaza309 Acontecimientos previos y declaración de guerra314 El Ejército en presencia319 Las operaciones. Bloqueo y sitio323 Las operaciones. Intervención del Ejército de Estados Unidos330 La capitulación336 Conclusión338 Anexo341

EL APOSTADERO DE FILIPINAS: SUS AÑOS FINALES345 La Marina Sutil de Filipinas350 La Armada en Filipinas351 El Apostadero de Filipinas354 Primer plan de defensa del Archipiélago357 Visicitudes del Apostadero (1827-1845)359

— 412 — Página La Marina en el sur de Filipinas359 Acciones navales y evolución del Apostadero362 Acaecimientos del Apostadero de 1861 a 1872364 El Apostadero hasta 1896365 La insurrección tagala367 Operaciones navales contra la insurrección368 El Apostadero de Filipinas en 1898369 La guerra con Estados Unidos370

LA CAMPAÑA MILITAR EN FILIPINAS: AÑO 1898375

EL FIN DE LA GUERRA HISPANOCUBANO-NORTEAMERICANA. CON SECUENCIAS PARA EL EJÉRCITO ESPAÑOL385 Polavieja, Weyler, Linares, Luque y Dámaso Berenguer en los progra mas de regeneración nacional389

— Francisco Si/vela-Camilo Polavieja390

— Práxedes Mateo Sa gasta-Valeriano Weyler392

— Antonio Maura-Arsenio Linares393

— José Canalejas-Agustín Luque394

— Conde de Romanones-Dámaso Berenguer395

CLAUSURA399

INDICE409

— 413 — RELACIÓN DE MONOGRAFÍAS DEL CESEDEN

1. Clausewitz y su entorno intelectual. (Kant, Kutz, Guibert, Ficht, Moltke, Sehlieffen y Lenia). *2. Las conversaciones de desarme convencional (CFE). *3 Disuasión convencional y conducción de conflictos: el caso de Israel y Siria én el Líbano. *4• Cinco sociólogos de interes militar. *5 Primeras Jornadas de Defensa Nacional. *6. Prospectiva sobre cambios políticos en la antigua URSS. (Escuela de Estados Mayores Conjuntos. XXIV Curso 91/92). 7. Cuatro aspectos de la Defensa Nacional. (Una visión universitaria). 8. Segundas Jornadas de Defensa Nacional. 9. IX y X Jornadas CESE DEN-IDN de Lisboa. 10. Xl y XII Jornadas CESEDEN-IDN de Lisboa. 11. Anthology of the essays. (Antología de textos en inglés). 12. XIII Jornadas CESEDEN-IDN de Portugal. La seguridad de la Europa Central y la Alianza Atlántica. 13. Terceras Jornadas de Defensa Nacional. *14. II Jornadas de Historia Militar. La presencia militar española en Cuba (1 868-1 895). *15. La crisis de los Balcanes. 16. La Política Europea de Seguridad Común (PESC) y la Defensa. 17. Second anthology of the essays. (Antología de textos en inglés). 18. Las misiones de paz de la ONU. 19. III Jornadas de Historia Militar. Melilla en la historia militar española. 20. Cuartas Jornadas de Defensa Nacional.

— 415 — 21. La Conferencia Intergubernamental y de la Seguridad Común Europea. 22. El Ejército y la Armada de Felipe II, ante el IV centenario de su muerte. 23. V Jornadas de Defensa Nacional. 24. Altos estudios militares ante las nuevas misiones para las Fuerzas Armadas. 25. Utilización de la estructura del transporte para facilitar el cumplimiento de las misiones de las Fuerzas Armadas. 26. Valoración estratégica del estrecho de Gibraltar. 27. La convergencia de intereses de seguridad y defensa entre las Comunidades Europeas y Atlánticas. 28. Europa y el Mediterráneo en el umbral del siglo xxi.

* Agotado. Disponible en las bibliotecas especializadas y en el Centro de Documentación del Ministerio de Defensa.

— 416 — PUBLICACIONES

9788z,c236251 DBPcI DBFENSA Colección Monografías dei CESEDEN