Los Caranchos De La Florida [Microform]
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AT URBANA-CHAMPAIGN September 1992 Microfilmed By MAPS The MicrogrAphic Preservation Service Bethlehem, PA 18017 Camera Operators Carmen Trinidad Patty Banko ersiiy ur iiiiiiuis i-ii Urbana-Champaig 1 408 West Gregory Drive Urbana, Illinois 61801 V Humanities > reservatlon Projec Funded in part by the TIONAL ENDOWMENT FOR THE HUMANH oductions may not be made without permi from the University of Illinois Library at Urbana-Champaign right law of the United States - Title 17, Unil í6e ' concerns the making of photocopíes ( roductions of copyrighted material. rtain conditions specified in the law, librarii are authorized to furnish a photocopy or ot tion. 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T,OQr> j—j I.V <-^ >^ -ííT^ '•^l^''^; ?.,• ^. *'«-"5^ IOS CARANCHOS Dfi lA FLOllIOA '''-'' '-.' -MWs^W^^- f-, ' BIBLIOTECA de LA NACIÓN BENITO LYNCH f (eomance campero) BUENOS AIRES 1916 Derechos reservados Imp. de La Nación. —Buenos Aires LOS CARANCHOS DE LA FLORIDA Don Francisco Suárez Oroño abre la contra- . puerta de alambre tejido que protege el come- dor contra la invasión de las moscas, da un - puntapié al perro picazo que duerme largo a - largo junto al umbral, y saliendo a la amplia galería embaldosada va a sentarse en su viejo - sillón de mimbre, en aquel viejo sillón desven- ;-. cijado por el uso y al cual, no obstante, todos -^ miran en la estancia con el respeto más pro- "^ fundo. ¡ La 6Ílla del patrón ! com- ¡ Cuántos gauchos í padres habrán palidecido en el espacio de trein- V ta años ante aquel mueble modesto, ante aquel j¡: mísero mueble, que muestra mil refacciones an- , tiestéticas ! cuántos retos, cuántos insul- ¡ y y ! * - '.'. ' " . _ 6 — tos, y cuántas cachetadas habrán resollado ba- jo el gran corredor que lo alberga Es como un solio, es como un trono, como algo inaccesible e inspirador de miedo, para to- dos los peones del establecimiento y para todos los gauchos de diez leguas a la redonda de La Florida. Cuando el patrón alunado se sienta en ese sillón, y con el rostro pálido y las cejas frunci- das ordena a algún peón, refiriéndose a otro, caído en desgracia suya por alguna torpeza : «Decile a ése que venga paca», ya hay música para largo rato y ya procura bien, todo el mun- do, apartarse de las inmediaciones de aquel tri- bunal. Don Francisco Suárez Oroño es un hombre de carácter violento, ee un hombre peligrosa- mente impulsivo ; su valor, mil veces probado en la lucha con los hombres y con las bestias, lo ha rodeado de una aureola tal de prestigio entre las gentes del pago, que sus más insignificantes ac- ciones son comentadas delante del fogón, de to- das las cocinas. Las gentes del pueblo no le quieren porque es casi un misántropo, y porque él las critica con esa intolerancia irritante que suelen tener para la gente de los pueblos pequeños ciertos hombres nacidos en los grandes centraos, a quie- nes galvaniza el orgullo de su prosapia ilustre, como un mal incurable. í»w 5=? ^ r^rtif ./ — 7 — Para don Pancho, todos son* unos ladeados, calificativo que repite con extraordinaria fre- cuencia y con el cual quiere significar : personas de poca distinción, personas de cultura escasa y de humildísima cuna. Los puebleros, con raras excepciones, le odian, como heimos dicho, pero ese odio es sordo y no se trasluce mayormente ; primero, porque don Pancho no los ve casi nunca, y después, porque el patrón de La Florida conserva en Buenos Ai- res relaciones valiosas, relaciones que le colocan en situación de imponer su voluntad cuando se le antoja y aun en las arduas cuestiones de po- lítica. Todos los caudillejos se titulan sus amigos, todos le han solicitado en alguna oportunidad servicios de aquéllos que él puede prestar y que presta, aunque desvirtuándolos siempre, en su afán de humillar con la superioridad de su va- ler. —Don Pancho—dice algún mulatillo compa- drón con voz plañidera,—el quince voy a ir a Buenos Aires para ver al doctor X. ; y como usted es amigo de él, yo quisiera que me diese una carta, a ver si así consigo... Don Pancho lo interrumpe con una sonrisa perversa dibujada en sus labios delgados, y mi- rándole en los ojos, con aquéllos los suyos pe- queñitos * y pardos, exclama : — ¡ Cómo ! . ¡ Un caudillo como usted ! . ! ! .V».'!S5i,.^f! ' — 8 — un hombre que dicen que arrastra doscientos j votos me pide recomendaciones a mí, que no val- un pito en política ? Qué cosa rica go ¡ Eí otro se corta un poco,, pero en seguida, agachando el lomo, dice lo que es tan grato al oído de su interlocutor : caudillo? don Pancho! Tengo —¿Yo, ¡ Bah, cierto pero ¿quién yo? algunos amigos, es ; soy Si no conozco a nadie en Buenos Aires ! j si i cada vez que voy allá, ando todo bollado Don Francisco Suárez Oroño vino de Buenos Aires a Dolores hace una treintena de años, a raíz de la muerte de sus padres, en compañía de sus dos hermanos mayores, Eduardo y Ju- lián ; y entre los tres adquirieron de un gaucho viejo, que vegetaba allí desde hacía medio siglo, una fracción de tierra, cuatro leguas y pico de campo bastante bajo, cuya cabecera sudeste se internaba en los montes del Tordillo. Eduardo, el mayor, tenía un hijo natural, Eduardito, como le llamaban en la familia ; niño de diez años, a quien su padre sacó del colegio para llevarlo consigo. Julián, de carácter violento y pendenciero, fué muerto por un peón al año justo de estar en el campo, y cuando aun no había comenzado la edificación de su estancia. Eduardo pobló su fracción de campo, que era la del laflo del Tordillo^ y Francisco, a quien ha- bía correspondido el casco de La Florida, nom- bro con que su anterior dueño había bautizado al establecimiento, sintiéndose aburrido, mar- chó a Europa, dejando aquellos terrones a car- go de su hermano. Cuando volvió, casado con una inglesa rubia y delicada como una creación romántica, cuan- do volvió, decimos, con aquella lady de ojos azules, cuyo retrato se ve ahora en la alcoba del viejo estanciero, Eduardo había muerto apenas hacía un mes, y su hijo Eduardito, ado- lescente, lloraba eolo en aquella gran estancia casi abandonada. Don Pancho se hizo cargo de todo el estable- cimiento ; se llevó consigo a su mujer, y Eduar- dito, a pesar de sus protestas amargas, fué en- viado a Buenos Aires y puesto a pupilo en un colegio británico. Las malas lenguas del pueblo aseguran que don Pancho mató a su mujer a disgustos, y pre- sa de unos celos tan injustificados como bárb£L- ros, mientras otras, las buenas seguramente, afirman siempre que aquélla murió víctima de una horrible enfermedad que le había contagia- do su esposo. Falsas o ciertas estas dos versiones, la cues- tión es que lady Suárez Oroño, «la inglesita de La Florida» como la llamaban en el pago, ape- nas acompañó a su marido dos años. Una no- che de invierno, mientras llovía furiosamente, mientras las lagunas y los arroyos se desborda- . - — 10 — . ban poniendQ a nado los albardones más altos y ahogando ovejas a millares, la pobre trasplan- tada murió sin más asistencia que la muy rela- tiva que podían prestarle su marido, su sirvien- ta Rosa y la torpe cocinera gaucha que entendía de daños y de yuyos. Ni el carruaje de la estancia, ni cinco chas- quis enviados uno tras otro a través de aquel desierto inmenso de cangrejales y de agua, pu- dieron traer a tiempo un auxilio facultativo ; y cuando la luz del alba mostró su faz verdosa a través de los vidrios de la ventana, ya lady Clara estaba muerta, a miles de leguas de la casa de sus padres y ante tres caras llenas de dolor, de azoramiento y de espanto ; un niño recién nacido, amoratado y flacuoho, lloraba in- consciente de su desgracia enorme. Aquel mísero chico fué rodeado por don Pan- cho de tantas comodidades y de tantos cuidados que a los cinco años era ya un hombrecillo viva- racho y perverso, un hombrecillo que cascotea- ba las gallinas y hacía aullar de dolor al crédito de su padre, el perro Limay, un hermoso animal tan dócil y suave para con su amo como feroz y agresivo para los extraños. Panchito tenía los mismos ojos azules y el mismo cabello rubio de la- difunta Clara.