[II] El Reparto Colonial
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[II] EL REPARTO COLONIAL El reparto del continente africano entre las potencias europeas, página inicial del período colonizador que concluirá en la segunda posguerra mundial, se lleva a efecto durante las dos últimas décadas del siglo XIX. No obstante, en muchos casos la ocupación efectiva no será posible sino por medio de guerras que se prolongan hasta la víspera de la segunda guerra mundial. Una vez finalizada la etapa de conquistas, la geografía de la ocupación colonial sólo cambiaría sustancialmente cuando las colonias de Alemania –Togo, el Camerún, Tanganica, Ruanda-Burundi y África del Sudoeste, o Namibia– fueran redistribuidas, en virtud del tratado de Versalles, entre las potencias vencedoras (Inglaterra, Fran- cia, Bélgica, Sudáfrica), como otros tantos “mandatos” de la Sociedad de las Naciones. A mediados de los años Setenta ya eran conocidas las vías de penetración hacia el interior de África. El creciente conocimiento car- tográfico del continente, al que comerciantes, exploradores y misione- ros habían hecho sus aportes, había sido acompañado por importantes desarrollos de nueva tecnología de las comunicaciones. El telégrafo llegó a Lourenço Marques en 1879, y a Luanda en 1886. Desde los años Setenta la navegación a vapor hacía posible una notable disminución de la duración de los viajes hacia los puertos africanos más importantes, y del retorno de ellos. La investigación médica y el descubrimiento de la 167 EL LEÓN Y EL CAZADOR quinina permitían desafiar endemias hasta entonces mortales, como el paludismo. Tanto Livingstone como Stanley, y con ellos muchos otros exploradores, misioneros y comerciantes, lograron sobrevivir al palu- dismo gracias a la quinina. La tecnología militar daba a los europeos, ya desde la década de los Sesenta, una superioridad inalcanzable para los indígenas, cuyos ejércitos usaban armas tradicionales o antiguas bombardas de escasa potencia de fuego. Dos décadas más tarde llega- rían también los fusiles automáticos y las ametralladoras, auténticos instrumentos de la expansión, en el sentido de que su contribución sería fundamental para alterar el equilibrio de poder entre los europeos y las poblaciones africanas, cualquiera fuera la forma en que se organizaran. Las razones que subyacen al reparto colonial, y la explicación de por qué dicho reparto se produjo con tanta rapidez, son objeto de inten- so debate historiográfico, si bien hoy se considera ya que la búsqueda de una explicación única para un conjunto tan abigarrado de sucesos, que tuvieron lugar en ámbitos diferentes y alejados los unos de los otros, no es tan importante como los análisis que procuran subrayar la espe- cificidad de cada situación. En los años Setenta, al concluir la guerra franco-prusiana, Europa se hallaba perturbada por la disputa por la supremacía que la unificación de Alemania había desatado. El conti- nente africano con sus riquezas, en gran parte todavía desconocidas e inexplotadas, representaba un desafío para el futuro, tanto en términos políticos y de prestigio como en función de los recursos que, se pensaba, podría poner a disposición del crecimiento y el desarrollo industrial europeo. Dos tendencias, entre sí relacionadas, contribuyeron a hacer que los gobiernos se mostraran sensibles a grupos de presión internos que profesaban ideologías nacionalistas, en general críticas de las con- cepciones económicas liberales. Tales ideologías recibían el apoyo de intereses económicos que estaban a favor de la expansión imperialista en África. En el caso de Italia –país que había llegado tarde al desarrollo del capitalismo– esos intereses eran, incluso, los promotores directos de tal tipo de ideologías. La primera de las tendencias citadas fue, a partir de los años Setenta, la declinación del poderío industrial británico fren- te a la competencia de Francia, Alemania y los Estados Unidos. La otra fue el aumento del volumen de productos manufacturados, acompaña- do con la caída de sus precios. El proceso fue incentivado por el desa- rrollo tecnológico, y por el crecimiento del capitalismo financiero. Ese aumento de la competencia entre los sistemas económicos avanzados en vías de reestructuración industrial y social fue el que dio el impulso para la búsqueda de nuevos mercados y nuevas fuentes de materias pri- mas agropecuarias y mineras, y para la instauración de políticas pro- teccionistas. Francia introdujo derechos de aduana protectores en 1881, Alemania en 1879 y Portugal en 1880. Como consecuencia de ello, Gran 168 El reparto colonial Bretaña asumió cada vez más decididamente una postura de defensa de sus áreas de influencia exclusiva. Cuando los intereses económicos –en algunos casos, dotados de gran peso, como se verá respecto del Trans- vaal– venían a coincidir con otros objetivos, la anexión de nuevas áreas de influencia se volvía legítima a ojos de las mayorías en el gobierno. La expansión colonial de fines del siglo, el paso del colonialismo informal al reparto que abre la etapa imperialista, es estudiado pre- ponderantemente en el contexto de la transformación del sistema de los Estados europeos, como función de la ya madura crisis del liberalismo y del surgimiento de los nacionalismos. El discurso nacionalista ponía en primer plano las motivaciones de prestigio, dictadas por un conjun- to de razones que eran, según los grupos que las sostenían, políticas, económicas, estratégicas y hasta filantrópicas. Los nacionalistas de los nuevos Estados-nación, esto es, el Reich alemán e Italia, no dejaban de incitar a sus respectivos gobiernos en favor de las conquistas co- loniales, que consideraban esenciales para adquirir influencia en los asuntos internacionales. En Italia, por ejemplo, la maduración de una conciencia imperialista se basó en la ideología nacionalista, crítica del mero expansionismo comercial “pacífico” y propugnadora de conquis- tas territoriales por medio de acciones militares. Un papel para nada secundario como fuerza incitadora de em- presas de conquista fue el del militarismo, en cuanto ideología y tam- bién en función práctica. Así, el imperio francés en África fue producto de la acción de militares ambiciosos, como Bugeaud, Faidherbe, de Brazza, Gallieni. Los ingleses Wolseley, Kitchener y Lugard apoyaron la expansión británica en África, y la llevaron a cabo: la guerra anglo-bóer fue el broche de oro del triunfo del imperialismo británico. La obra de evangelización cumplida por misioneros de diferentes denominaciones, al igual que el firme impulso filantrópico organizado en forma de acciones concretas sobre el terreno, considerable sobre todo en ambientes anglosajones, alentaron por todas partes el esta- blecimiento del control europeo en África, pues la situación de grave deterioro político y social de las poblaciones africanas, la persistencia de lacras como la trata y la esclavitud, la expansión del islam, llevaban a considerar la presencia europea sobre todo como un deber moral y cristiano de apoyo a la evolución y el mejoramiento de la vida de po- blaciones hasta entonces marginadas de la historia de la “civilización”. La teoría leninista del imperialismo, después retomada en el ám- bito de los estudios marxistas, considera al colonialismo un fenómeno expansionista definido por las profundas mutaciones de los datos es- tructurales, económicos, sociales y políticos del sistema internacional, caracterizado por la ya consolidada primacía del capital financiero. 169 EL LEÓN Y EL CAZADOR La tendencia general de la investigación histórica ha sido la de poner en duda, si no desmentir, la tesis que considera que la colonización de fin de siglo era impulsada por la dinámica del capitalismo monopo- lista, y dependía de ella. Según eso, las tendencias expansionistas del capitalismo en el último cuarto del siglo XIX se manifestaban y eran aplicadas en razón de la rivalidad entre naciones consolidadas y nacio- nes emergentes (esto es, por razones eminentemente políticas, que eran las que arrastraban tras de sí a los intereses económicos). En esta línea de interpretación se sitúan historiadores como Wolfgang Mommsen y David Fieldhouse, que al considerar las razones subyacentes del reparto imperialista del África sitúan en primer plano motivaciones de tipo es- tratégico y diplomático, a las que los intereses económicos, aunque im- portantes en algunas áreas, quedarían supeditados71. La más conocida y difundida tesis acerca de la expansión colonial de Francia en África, sostenida por Brunschwig, desarrolla el mismo tipo de razonamiento, al considerar un factor determinante del vuelco imperialista la derrota sufrida en 1870, que según ese postulado habría sido la que movió a ciertos círculos gubernativos y militares a valerse de la cuestión colo- nial para recuperar el prestigio perdido72. Observada desde el punto de vista de las relaciones internacionales, la fiebre por el reparto territorial nos muestra a las potencias europeas –tras siglos de dominio informal, ejercido preponderantemente sobre el comercio de las regiones costeras de África– empeñadas en valerse de la cuestión colonial como instru- mento diplomático que puede permitir la descarga de las tensiones en los territorios periféricos. La colonización puede haberse verificado, pues, en función del mantenimiento del equilibrio político entre los Estados. En todos los países europeos, la expansión colonial de fines del siglo jugó, según las interpretaciones más acreditadas, un papel en 71 W. J. Mommsen, “Nationale und Ekonomische Factoren im Britischen Imperialismus vor 1914” en Historische Zeitschrift, 1968; D. K. Fieldhouse,