EUGENIO VELASCO LETELIER VISION DE EUGENIO VELASCO LETELIER VISION DE CUBA INDICE

1. Frente a Castro 8

2. Cuadro político 19

3. Panorama económico 23

4. Los »C J).R.« 38

5. Los Tribunales Populares 42

6. El Derecho de Propiedad 45

7. La Universidad de La Habana 47

8. La profesión de abogado y los estudios de Derecho 56

9. Los cursos dirigidos 63

10. Instituto Cubano del Libro 67 (Versión taquigráfica de la char- la dictada por el Decano don Euge- nio Velasco en la Escuela de Cien- cias Políticas y Administrativas a su regreso de Cuba). A XX CCEDIENDO al pedido de profesores y alumnos, asumo la grata responsabilidad de hacer una exposi- ción objetiva de lo que vi y observé en Cuba durante dos semanas, en calidad de invitado oficial de la Universi- dad de La Habana junto con otros decanos y autorida- des

) 7 ( mi misión en La Habana, dedicaré especial atención a cuanto se refiera a la enseñanza universitaria en el área de las ciencias sociales, que fue motivo de muy particulares averiguaciones, a veces hasta la majade- ría. Conservo .las notas que, cuidadosamente, tomé en cada entrevista.

l. Frente á Castro

COMIENZO por relatarles la sostenida con el "Co- mandante" Castro, como se le llama habitualmente en Cuba en el trato oficial. El vocativo corriente es el de »Comandante«, mientras que en el comentario y en la calle se le llama a secas y casi familiarmente »Fidel«. La preparación y realización de la entrevista, así como las circunstancias que la rodearon, corresponden a la experiencia de cuanto extranjero logró verlo y son, por consiguiente, demostrativas de una actitud reiterada y que se inspira en causas que no se ocultan y que el pro- pio Castro proclama: el temor a que se atente contra su vida. Por ello, toda reunión con Castro es sorpresiva, inesperada hasta el último momento y efectuada en sitio y hora desconocidos para el interlocutor. En la primera visita de las autoridades univer- sitarias cubanas al Hotel Nacional, en que se nos ubicó, a las pocas horas de nuestra llegada, se nos dio a conocer

) 8 ( el programa de actividades por desarrollar durante nuestra estada y se nos pidió amablemente que sugirié- ramos los cambios y variaciones que nos parecieren convenientes. La reacción fue espontánea y unánime: todo estaba perfecto pero habríamos deseado ver en la agenda una entrevista con el Primer Ministro. El Rector se excusó diciendo que lo lamentaba muy de veras, que se había considerado esa ¡dea pero que a las pesadas tareas de siempre, el Comandante tenía que agregar la recepción y atención de jefes de Esta- do y autoridades del mundo socialista que habían co- menzado a arribar con motivo de un nuevo aniversario del asalto al Cuartel Moneada, hoy Fiesta Nacional de Cuba. Castro carecía en absoluto de tiempo pero, de todos modos, haría un intento de obtener audiencia, aunque nos rogó que no nos hiciéramos muchas ilusio- nes. Esto ocurría el viernes 17 de julio a las diez de la noche, horas después de nuestra llegada a La Habana. Al día siguiente muy temprano viajaríamos en »gua- guastf —como simpáticamente llaman los cubanos a los buses— de la Universidad, hacia Pinar del Río, a unos 180 kms. hacia el poniente, para visitar y conocer la reforma agraria en esa hermosa y rica zona, la nueva organización del servicio médico en el campo, las es- cuelas rurales, los jardines infantiles, los centros de in- vestigación. Regresaríamos a la capital el domingo 19 por la tarde, para asistir a las 20 horas a una comida

) 9 ( oficial que nos ofrecía el Rector en la Casa del Proto- colo. Nada más podríamos saber, en consecuencia, de nuestra solicitada entrevista, hasta el regreso.

Ese domingo a mediodía los buses corrían de vuel- ta a La Habana. Se hizo un alto para almorzar en un her- moso paraje —Soroa— convertido hoy en restaurante y centro turístico, y antes famoso por su orquideario particular. Hacía calor y llovía torrencialmente. A los postres vimos llegar a uno de los típicos Alfa-Romeo que usan las altas autoridades. Son todos iguales. De él descendió uno de los Vicerrectores de la Universidad, encargado de las relaciones públicas. Traía un recado del Rector y nos pedía apresurar el almuerzo para seguir de inmediato a La Habana, pues el Rector tenía urgencia en conversar con nosotros y nos esperaba a las 17 horas en sus oficinas de la Ciudad Universitaria. Había el tiempo justo para alcanzar a llegar a esa hora, siempre que partiéramos rápidamente y marcháramos sin interrupciones.

Con cierta impertinencia derivada de mi extra- ñeza y curiosidad, le pregunté si había ocurrido algo inesperado y grave que exigiera esa reunión, ya que estaríamos con el Rector poco más tarde, como invita- dos suyos en la comida de la Casa del Protocolo. Contestó lacónicamente que no tenía ninguna otra información que no fuese el mensaje ya dado. Insistió, sí, en la conve- niencia de salir inmediatamente.

) 10 ( Subimos presurosos a las »guaguas«, sin que mu- chos concluyeran el café. El aspecto de todos era peculiar: tenidas depor- tivas muy livianas: un pantalón delgado y una camisa abierta de manga corta, ajados por las largas horas de estar sentados en los buses y por caminar a campo travie- sa; sin habernos afeitado ese domingo y varios muy de- macrados por angustiosas molestias intestinales. El agua era, de una u otra manera, la causa de ambos hechos: no la había en los moteles a la temprana-hora •en que nos levantamos y la bebimos cruda durante la víspera. Apenas pasadas las cinco de la tarde, después de rodar en medio de tropicales chubascos y de haber afrontado las paradillas inevitables que exigían los en- fermos del estómago, las «guaguas® entraron al parque que circunda el edificio de la Rectoría en la Ciudad Universitaria de La Habana. Recién había escampa- do y el pavimento permanecía mojado y la atmósfera tibia y húmeda. Milicianos vigilaban las rejas de entra- da. Una eufórica exclamación del »compañero(< chofer sacudió nufestra modorra: «Chicos, me parece que van a ver a Fidel«. Consultado de inmediato, explicó que estaba allí la guardia personal de Castro, lo que anuncia- ba su presencia en la Rectoría. Eran los milicianos que habíamos divisado metralleta en mano. Efectivamente, Fidel nos esperaba junto al Rector. Hechas las presentaciones del caso y sin mayores ex-

) 1 1 ( plicaciones, pasamos a una pieza en que sólo había una gran mesa rodeada de sillas. Parecía una sala de con- sejo. ¡A qué dudar que todos estábamos gratamente sorprendidos y nerviosos! Tomamos asiento presididos por Castro. Noté que los profesores cubanos que nos acompañaban y hacían de guías, habían desapa- recido. Sólo quedábamos los chilenos y el Rector, que no participó verdaderamente en la conversación. Es- cuchaba en silencio, preocupado de atender una máqui- na grabadora y de tomar, cada cierto tiempo, fotogra- fías desde distintos ángulos, las que después nos pro- porcionó graciosamente. Castro comenzó hablando en voz baja y casi con timidez, después de algunos segundos de expectación. Tomó un pequeño block y un lápiz que había sobre la mesa frente a cada asistente y comenzó a jugar con ambos. Dijo algo sobre la civilización incásica y sus vinculaciones con los araucanos. No tenía claro cuál había sido la influencia de ella sobre éstos ni hasta dónde se había extendido. Hizo preguntas y se siguie- ron varias acotaciones de profesores chilenos. De ma- nera insensible pasó del tema aborigen a las riquezas naturales de Chile. Lenta pero progresivamente, su palabra se hacía más segura y más briosa. Habló del sali- tre, del cobre, de la agricultura de Chile y de las obras de regadío hechas y por hacer, de las posibilidades de intercambio comercial con Cuba. Entró a la revolución cubana; analizó sus antecedentes y causas; aludió al

) 1 2 ( imperialismo, al bloqueo, a la tarea desarrollada y a los planes pendientes, etc. Todos comenzamos a sentirnos embrujados por su atractivo personal, su fe, su mística, su fuerza interior, su poderosa inteligencia, su verba fácil y espontánea con el sello característico de la en- tonación cubana, su memoria increíble para las citas y las cifras, su simpatía, su sólida preparación ideoló- gica, su gran sentido de comunicación con los interlo- cutores. El diálogo pasó poco a poco a transformarse en monólogo rara vez interrumpido. Hacía como que quería escuchar opiniones pero pronto percibimos que se sentía más a gusto háblando que escuchando. Hasta diría que las preguntas y observaciones no le caían bien, salvo cuando él las había provocado o bus- cado. Pero esucharlo efa un deleite del más alto interés. Nadie se dio cuenta de cómo el tiempo se esfumó. Mientras hablaba, le observaba atentamente. -El manejo de sus manos y brazos es el de un actor. Sus movi- mientos forman parte inseparable de la voz y de la ex- presión. Castro habla con todo, con el gesto, con el cuer- po, con el alma, con el corazón. Sus manos grandes pero largas y finas, de aspecto aristocrático y muy sobria- mente cuidadas, acarician su barba o se levantan indi- cando el cielo o bajan abruptamente y señalan puntos imaginarios. No están quietas un instante. A los pocos minutos sacó un inmenso habano, más largo que lo corriente, de incomparable aroma. Lo

) 1 3 ( tomó entre los dedos de su mano izquierda y siguió así largo rato mientras continuaba. Lo dejó después sobre la mesa y tomó entonces una cajita de fósforos; extrajo uno y lo mantuvo en la mano derecha mientras con la otra sostenía la caja y hacía como que iba a encenderlo. Pero seguía hablando y gesticulando. Al cabo de un tiempo, dejó los fósforos y volvió a tomar el cigarro, pero la charla no se interrumpió. Varios minutos en la misma actitud para un nuevo intento de encender el fósforo, que tampoco ejecuta. La exposición lo absorbe. El cigarro se agita en una mano y los fósforos en la otra. Al cabo de más de media hora, hace un alto y lo enciende; lo chupa embelesado, pero sigue hablando y el cigarro parece una herramienta indispensable de su mímica. Se apaga y ni lo percibe. Cuando más tarde se da cuenta, inicia un nuevo ciclo, largo y ritual, de sus curiosos es- fuerzos no finalizados para encenderlo. Al cabo de varias horas, no ha dado al cigarro más de dos o tres chu- padas. Y, mientras lo mantiene entre los dedos de su mano izquierda, con la derecha traza nerviosas rayas que simulan palabras apenas insinuadas en el pequeño block. Después de rayar dos o tres renglones escritos, vuelve rápidamente la hoja y embiste contra una nueva. No quedó tema humano y divino por tratar. Pero, naturalmente, el tema central fue Cuba y su revolución. La desmertuzó con abierto sentido crítico. Sus análisis descarnados sobre la burocracia incapaz y sobre la escasez de elementos humanos que le imponía con fre-

) 1 4 ( cuencia la obligación de atender tareas subalternas, fueron realmente objetivos y francos. Más tarde com- prenderíamos que nos expuso anticipadamente mu- cho de lo que diría a la semana siguiente en su histórico discurso de la Plaza de la Revolución, el 26 de julio, que contuvo una cruda autocrítica a la marcha del proceso que dirige sin contrapeso. Sus referencias a las relacio- nes internacionales de Cuba y al juicio que le merecen jefes de estado socialistas y occidentales, así como ciertos gobiernos de uno y otro confín, fueron tan cru- dos e incisivos que a menudo hizo alusión al carácter privado y amistoso de la entrevista para reclamarnos absoluta reserva acerca de lo que decía. Sólo le vi perder la tranquilidad en el juicio y la ponderación, en varias oportunidades, al aludir a la CÍA, a los »gangsters«, a los »asesinos« y a los »bandidos«, epítetos todos que son para él sinónimo del gobierno norteamericano. Es físicamente imposible resumir una conversa- ción de doce horas —no hay error, como algunas caras parecen indicarlo, fueron DOCE horas, como ya lo verán— en que se abordaron las cuestiones más disími- les. Además, carecería de interés. Aludiré a aque- llas que deba mencionar en esta charla, al referirme a la materia respectiva. Repito que estábamos todos embebidos y el tiem- po transcurrió imperceptiblemente. Súbitamente Cas- tro miró la hora en su gran reloj pulsera, de acero, con esfera negra y sedantes verdes y rojos, exactamente

) 1 5 ( igual al que llevan los Ministros y el Rector, y expresó su extrañeza porque eran ¡las once de la noche! y nos suponía cansados y aburridos. Arriesgué a decir que estábamos encantados y que la única preocupación era la invitación del Rector para comer a las ocho, o sea, que estábamos ya atrasados en tres horas. En broma y en forma simpática reprochó al Rector por no haberle advertido del atraso ni haberle enviado invitación. Nos miramos desconcertados y recordamos que se nos pre- vino que la comida era elegante y que debíamos ir «vestidos", vale decir, con temo y corbata. Breve cambio de opiniones y el Rector sostiene que a esa hora ya no queda sino ir tal como estamos. Alguien invita a Castro a la comida y éste consulta sonriente al Rector si le per-, mite asistir. Entre carcajadas se levanta la reunión y caminamos presurosos a nuestras »guaguas«. Castro sube a su Alfa-Romeo acompañado del Rector y de »un verde oliva« metralleta en mano. Parte el vehículo entre dos Alfa exactamente iguales, uno que le prece- de y el segundo que le cuida las espaldas. En cada uno, el chofer y cuatro milicianos debidamente armados. Más atrás salen nuestros buses y aunque marchamos rápido, la comitiva del Comandante se nos adelanta y llega primero a la Casa del Protocolo. Nos aguardan allí unas treinta personas vestidas como corresponde a una comida oficial en cualquier país del mundo, todos ellos decanos, directores, pro- fesores universitarios y sus esposas. Deben estar allí

> 16 ( desde las ocho y son ya las once y media. No pueden ocul- tar su sorpresa por la presencia de Fidel y por el aspec- to de sus colegas chilenos, sus invitados de honor, con sucias tenidas deportivas, sin chaqueta ni corbata y con una barba de dos días. La Casa del Protocolo es una hermosa mansión, situada en lo que fuera elegante barrio residencial, lujosamente amoblada y rodeada de bien cuidado y ex- tenso jardín con piscina. Constituye un tratamiento excepcional para una delegación universitaria el ser recibida allí, porque según se nos informa, está ahora destinada a la atención de huéspedes ilustres, jefes y ministros de estado o personalidades políticas de relieve. La comida es a la americana, de pie. El buffet es excelente y abundante. Hay una sola mesa puesta, en la terraza que da al jardín junto a la piscina. Allí toma asiento Castro rodeado de algunos de los chilenos. Que- do a un lugar de por medio con él. Observo que durante toda la comida dos fornidos milicianos »verde oliva«, con la metralleta al cinto, permanecen detrás de su silla. Fidel reanuda la charla pero ahora en una más am- plia gama de materias, que exceden los temas pura- mente políticos. Pronto su palabra se impone y todos los asistentes comienzan lentamente a rodear la mesa para oírle. Se Explaya con gran simpatía y buen humor. Refiere sabrosas historias sobre sus progenitores es-

) 17 ( pañoles. Alude también a la política interna de Chile con increíble conocimiento y dominio. Demuestra estar muy bien informado y altamente interesado en ella. Enfatiza que Chile es un caso particular dentro de Lati- noamérica y que no puede compararse a ningún otro. Reconoce la seriedad del funcionamiento libre y de- mocrático de la institucionalidad chilena y atribuye el fenómeno a la burguesía nuestra, a la que considera excepcionalmente progresista y honesta y que respeta lealmente las reglas del juego político que ella misma ha impuesto, aun cuando su resultado pueda serle ad- verso. Las horas pasan con rapidez. Cerca de las cinco de la madrugada, la conversación no decae pero la verdad es que el cansancio comienza a hacer presa de nos- otros. Nos hemos levantado dos días seguidos a las 6 de la mañana para viajar todo el día en bus o hacer largas visitas a pie y llevamos ya casi doce horas con Fidel, todo sin solución de continuidad. De improviso, uno de los decanos chilenos cae al suelo con fatiga. Yace pálido y sin sentido. Hay varios médicos presentes, entre ellos los decanos chileno y cubano que lo atienden de in- mediato. Por estar cerca de Fidel, escucho que llama a uno de sus guardias personales y le ordena traer la ca- milla de la ambulancia. A los escasos minutos vuelve el, miliciano seguido de dos enfermeros que traen ufta ca- milla. Se llevan al decano acompañado de un médico chileno de la comitiva. AI día siguiente sabremos que

) 18 ( fue conducido a una clínica pequeña pero muy bien montada, donde le hicieron toda clase de exámenes, incluyendo un electrocardiograma. Por suerte, sólo se ha tratado de una lipotimia aguda, esto es, de una baja violenta de presión. Cuando ha vuelto la calma, no me contengo y le pre- gunto al Comandante si la ambulancia a que ha hecho referencia está a su servicio permanente y me responde con absoluta franqueza y naturalidad: »¡Sí, chico, el asesinato de Kennedy demostró que ello es necesario. Los gusanos y la CÍA darían cualquir cosa por elimi- narme y debo tomar mis medidas. El auxilio médico in- mediato puede ser decisivo en la emergencia de un aten- tado. Siempre la ambulancia, con médico y todo lo in- dispensable, está cerca de mí!«. El accidente del decano y su partida en circuns- tancia tan inesperada, han enfriado el ambiente y la larga entrevista con Castro toca a su término.

2. Cuadro político

EN CUBA sólo existe un partido político: el Partido Comunista, del cual Castro es el secretario general y cuyo Comité Central lo forman los ministros de estado y altos funcionarios, como el Rector de la Universidad. En consecuencia, el Gobierno y el Partido se confunden hasta identiñcarse.

) 1 9 ( No hay en Cuba un parlamento ni organismo algu- no que ejerza funciones legislativas en forma separada del Ejecutivo. Por el contrario, esta tarea corresponde también al Gobierno y/o al Comité Central del Partido mediante simples acuerdos que se adoptan en el Con- sejo de Ministros y que se traducen en leyes que se publi- can en la Gaceta Oficial. La numeración de ellas parte con la Revolución, en 1959. Hasta la fecha, la legislación se ha limitado a resolver las situaciones de hecho presentadas y a tomar las medidas económicas, sociales, laborales, educa- cionales o políticas que los postulados marxista- leninistas hacían impostergables, pero aún no se ha intentado la institucionalización del nuevo orden con leyes que tengan un carácter definitivo dentro de un conjunto sistemático. No hay, por ejemplo,, una nueva Constitución Política, ni una nueva estructura del Poder Judicial, ni un Código Civil, Penal o de Procedi- miento diferentes. Todos han sufrido modificaciones parciales en aquellos puntos en que era inevitable, o bien, algunas de sus instituciones han caído en desuso y son hoy letra muerta como consecuencia de esas mis- mas reformas o de aquellas medidas. Por poner un ejem- plo, en el Código Civil siguen vigentes los • contratos de hipoteca y de fianza, pero la reforma agraria, la re- forma urbana y la estatificación absoluta y total de la industria y el comercio, los hacen del todo inaplica- bles. Subsisten sólo como ejemplos históricos inertes

) 20 ( de una estructura jurídico-económica de otra épo- ca en la vida de Cuba. Primero el propio Castro, en la larga entrevista a que aludí, y más tarde las autoridades y profesores de la Escuela de Ciencias Jurídicas, explicaron que la experiencia de estos once años les aconsejaba no dar todavía ese paso. Estiman que aún el proceso no está su- ficientemente decantado. Las rectificaciones y modi- ficaciones que una y otra vez han debido introducir prác- ticamente en todas las áreas, señalan que es menester esperar más para una institucionalización definitiva de la nueva Cuba. Una comisión de expertos, formada especialmen- te por profesores universitarios, elabora los nuevos Códigos sin mayor premura. El Decano de Derecho me dijo con espontaneidad que la tarea era mucho más difícil y compleja que lo imaginado y que la idea pri- mitiva de tener a lo. menos un Código preparado para la recién pasada Fiesta Nacional, era imposible de rea- lizar quizás por cuánto tiempo. ¿Cómo se estructura el Partido Comunista y cóníó se llega a ser militante de él? Olvidémonos, desde luego, de nuestra concepción de partido político como asociación voluntaria de ciudadanos que comparten una misma ideología. Ya dijimos que el Partido Comunista en Cuba es el único aceptado y constituye parte esencial de la estructura del Estado, hasta confundirse con el Gobierno, que ejer-

) 21 ( ce las funciones ejecutivas y legislativas. Por lo mis- mo, al P.C. no se ingresa por la vía de presentar una soli- citud con tal propósito. Ser militante del Partido es una distinción que se recibe y no el resultado de una volunta- ria decisión política. En toda organización de —y se esti- ma que es tal toda fábrica, industria, comercio, oficina, escuela o entidad cualquiera en que un grupo de indivi- duos laboran en conjunto— se realizan periódicamen- te largas sesiones de estudio y autoanálisis acerca de sus componentes, considerando en especial su capa- cidad, sentido de la responsabilidad, cumplimiento del deber, iniciativa, compañerismo, formáción ideo- lógica y espíritu revolucionario, para llegar a elegir, en votación democrática y directa, a un grupo selecto —cuyo número depende de las dimensiones de la res- pectiva comunidad— de «trabajadores ejemplares". Estos "trabajadores ejemplares'' tienen el privilegio de pasar a militar en el Partido y, además, son los que eligen a las autoridades o dirigentes de su organización. Existe, como más lo veremos, todo un sis- tema para que en la Universidad se logre dar a estos «tra- bajadores ejemplares'' una formación ideológica y de manejo político adecuada a su condición de líderes. 3. Panorama económico

EN EL PLANO de la actividad económica en general, hay una completa y absoluta estatifícación. El Estado es el único empresario, industrial, comerciante y profe- sional en Cuba. Puede afirmarse que todos los habitan- tes adultos del país, de ambos sexos, son funcio. .rios del Estado cubano. Hasta las actividades más insigni- ficantes están bajo el dominio del Estado. Los carame- los, los chocolates, los chupetes helados, son fabricados por industrias estatales. El almácén de la esquina, la carnicería, la pequeña tienda de cosas domésticas, el restaurante, la cafetería, el cine del barrio, pertene- cen al Estado. El comercio minorista fue íntegramen- te estatificado y, según me decía un profesor de dere- cho, en la mayoría de los casos se designó al antiguo propietario para que continuara a la cabeza del peque- ño establecimiento, ahora como administrador en nombre del Estado y sujeto, por lo mismo, a un sueldo mensual por su tarea. Supe de una excepción pintoresca que me relató mi colega Decano como curiosidad: la única actividad particular que aún subsistía, correspondía a un grupo limitado de propietarios de camiones. Estos eran muy antiguos y había una falta total de repuestos para su reparación por ser de marcas norteamericanas, de mo- do que sólo el ingenio y la acuciosidad de sus due-

) 23 ( ños hacían posible que siguieran funcionando. Fren- te a la seria escasez de vehículos de transporte, se deci- dió no estatificarlos porque en tal caso con seguridad no habrían podido continuar prestando servicios. Este cuadro tiene otra faceta de altísimo interés: en Cuba existe un racionamiento drástico, total, sin concesiones —excepto las escasísimas salvedades que mencionaré— de todo cuanto se pueda adquirir: los alimentos, los muebles, la ropa —incluyendo las más íntimas prendas—, los zapatos, los artefactos eléc- tricos, los cigarrillos, los fósforos, el »rouge« para los labios, todo, absolutamente todo, está racionado. Me atrevo a decir, en términos simples pero gráficos, que todo cuanto hay en el país para el uso y consumo de los habitantes, sea de origen nacional o importado, ha sido repartido entre ellos por partes iguales. Cada ciudada- no tiene su "carta de abastecimiento", esto es, una tar- jeta de racionamiento con el detalle de cuanto puede adquirir en el mes. Lo que no aparece en la tarjeta no puede, lisa y llanamente, ser comprado ni adquirido a título alguno. La »carta« es igual para todos, salvo pequeñas diferencias que no tienen importancia. Por ejemplo, una persona puede adquirir un temo cada cierto número de meses y un decano de Facultad, tiene derecho a un terno más en el año porque tiene que cumplir actividades sociales de representación. Las mujeres reciben una cantidad de géneró para vestidos que ellas mismas deben confeccionarse pero la esposa

) 24 ( de un funcionario importante tiene acceso a un metra- je suplementario por idénticas razones. Como se ve, son excepciones que no alteran la línea fundamental de que todos reciben lo mismo. El racionamiento está bien organizado y funciona con eficiencia. Es muy posible que haya mercado ne- gro, aun cuando es categóricamente negado por las autoridades. No me siento en condiciones de dar una opinión al respecto. En tan poco tiempo y en las circuns- tancias-de mi viaje, es imposible saberlo. J^os invitados extranjeros son una casta privilegia- da frente al racionamiento: en los hoteles que se les asigna —que denotan todavía el lujo y esplendor que tuvieron— el menú es bueno e ilimitado. Se puede comer y beber cuanto se desee —los extras deben ser paga- dos— y hay también para ellos cigarros y cigarrillos sin tope. En uno de esos hoteles, hay una tienda sólo para extranjeros en que pueden adquirir cosas nacionales e importadas, incluyendo whisky escocés, sin limita- ción alguna p«ro pagaderas en dólares. Este racionamiento total e igualitario ha produ- cido efectos curiosos y del más alto interés. El dinero carece casi de valor en Cuba y sirve solamente, además del pago de las cosas incluidas en la »carta de abasteci- miento", para usos muy determinados. El salario mí- nimo es de $ 8o mensuales y se nos dijo —naturalmente que no nos fue posible comprobarlo— que alcanza pa- ra cubrir la tarjeta de racionamiento de un ciudadano

) 25 ( y la de uno o dos hijos menores. Parecería, así muy a primera vista, que el poder adquisitivo de esos $ 8o es semejante al de nuestro »sueldo vital«. Hay, además, un sueldo máximo que es de $ 640 al mes, o sea, exac- tamente ocho veces el mínimo. Entre ambos extremos hay muchos tramos intermedios. Como Uds. ya deben vislumbrar, el individuo que gana S 200 o $ 500 al mes, invierte $ 80 en comprar lo que contiene su »carta de abastecimiento" y muy poco tiene que hacer con el resto, según se verá. Le pregunté un día a mi colega Decano, con quien trabé buena amistad, cuál era la remuneración de su cargo y me contestó que una de las más altas de la admi- nistración, pues la jerarquía universitaria tiene gran consideración: el Rector se equipara en sueldo al Pre- sidente de la República y al Primer Ministro; y los de- canos, a los demás ministros de estado. Pero, me agre- gó, ello tiene escasa significación ya que cubierta las necesidades fundamentales, copada la tarjeta, el di- nero poco sirve. Y para evitar todo malentendido, su versión no era de crítica negativa sino más bien de orgu- llo revolucionario. En la tantas veces mentada entrevista con Castro, éste aludió al tema en examen y expresó su esperanza de que pronto hubiese sólo dos o tres tipos de remune- ración y que, una vez instaurado el verdadero socialis- mo, el dinero careciese de toda significación. ¿Qué se puede hacer con el dinero que resta después

) 26 ( de adquirido todo lo que contiene la »carta«? ¿Ahorrar- lo? No tiene sentido guardar billetes inútiles. ¿Deposi- tarlo en una cuenta corriente? Tampoco; es ocioso. Las respuestas son pocas y a ellas paso a referirme. Una la encontramos el primer día que salimos a ca- minar por las calles del centro de la ciudad, a las pocas horas de nuestro arribo a La Habana. De inmediato nos llamó la atención el número de »colas« que obser- vamos por doquier. Serían más o menos las siete de la tarde y en las esquinas o a mitad de cuadra, encontrába- mos con desusada frecuencia, »colas« y más »colas«. ¿Qué ocurría en la capital? ¿De qué se trataba? Pron- to supimos la explicación: a las 18 horas se abren los cines y los restaurantes, todos, como dije, del Estado. A los primeros se puede ir sin limitaciones, cuantos ve- ces uno quiera, pagando, por supuesto la entrada. Son rotativos y las carteleras anunciaban, aparte de docu- mentales y cintas cubanas, una película japonesa y »Z«, que tuvo gran éxito, la famosa película de Gravas. En los restaurantes se puede comer y beber libremen- te dentro de un menú más o menos standard, que no es caro y allí el racionamiento desaparece. Junto con abrirse los cines y los restaurantes, se forman en to- dos ellos ordenadas »colas« de quienes desean un momento de solaz o comer y beber más allá de la »carta«; y, muy especialmente, de quienes hallan allí la oca- sión de dar algún destino útil al dinero que excede del monto de la carta referida. En los restaurantes sólo

) 27 ( pueden permanecer los que tienen asiento en las mesas. Los demás deben esperar afuera que se produzca un hueco y así avanza la cola. El público se ha disciplina- do y se espera pacientemente charlando o leyendo. En interminable renovación de parroquianos, las co- las subsisten hasta la medianoche. Los »helados« tienen en Cuba un significado y una popularidad desconocida entre nosotros, como lógi- ca consecuencia de un clima ardiente y húmedo que re- clama líquido y frescor. Son, sin duda, excelentes, y dan origen a las colas más largas y permanentes, ya que se mantienen durante el día entero. Los helados son también de libre adquisición y permiten, pues, aprove- char el dinero y gastarlo al margen del racionamiento. El excedente puede ser también utilizado en las va- caciones anuales. El turismo interno y popular está ad- quiriendo gran desarrollo y se organizan viajes colec- tivos a las playas o a la montaña a precios razonables. Hay posibilidades de veraneo y descanso a distintos ni- veles de comodidad y de lujo. He aquí, entonces, otra buena ocasión para gastar el dinero. Pero, fuera de toda duda, la excepción al raciona- miento que más me impresionó —y creo que la reac- ción de todos los chilenos fue la misma— es la relativa a los libros. Se pueden comprar cuantos libros se desee, sin racionamiento alguno y los hay en gran cantidad y a precios increíblemente bajos. Pero por lo mismo que es éste un aspecto de inmenso interés y que presen-

) 28 ( ta caracteres muy peculiares, lo analizaré más ade- lante y en forma separada. Los cubanos en general expresan estar satisfe- chos con la revolución y estiman que las clases más des- validas han mejorado su nivel de vida. Por eso la apo- yan. Creo que la opinión no es forzada y me parece que hay antecedentes que la explican sobradamente. Esta que relato ha sido mi primera visita a la isla del Caribe. No puedo, pues, comparar basado en mis pro- pias observaciones. Pero hay datos objetivos de gene- ral conocimiento y argumentos muy simples y claros que permiten afirmar que el cuadro que les he expues- to tan sucintamente, importa en verdad mejoría para los sectores de más bajos ingresos. En 1959 tenía Cuba un ingreso per capita in- ferior al de Chile y con una distribución interna mucho más injusta. La inmensa mayoría de los habitantes —como en tanto país más subdesarrollado que el nues- tro en América Latina, en Africa y en Asia— la consti- tuía un proletariado empobrecido, fundamental- mente un campesinado con trabajos de temporada en la »zafra« y en el extremo opuesto, una burguesía de escaso número pero poderosamente enriquecida, con fortunas desconocidas entre nosotros, ligada en forma estrecha a las grandes inversiones norteamericanas en el país, corrompida y venal y de influencias políti- cas sin contrapeso. En el centro, una clase media desco- lorida, de poca significación, de limitada cantidad y de

) 29 ( poca influencia cultural y política. Después de cada cambio de gobierno o de un golpe de estado, los polí- ticos desplazados o desterrados llegaban siempre a radicarse a Miami, en los más fastuosos palacios y con millonarias cuentas en dólares para »resistir« el destierro. De esta burguesía, la inmensa mayoría emigró a Estados Unidos y ya no vive en su patria. Cerca del me- dio millón de personas ha salido de Cuba en estos on- ce .años y de esta cantidad, sin duda alguna que la mayor proporción corresponde a aquélla. ¡Ha aban- donado a Cuba cerca del 5% de su población total! Si todo aquello de que dispone Cuba en materia de abastecimiento ha sido distribuido igualitaria y forzadamente entre sus habitantes, es obvio que en los primeros tiempos tiene que haberse producido un alza en las condiciones de vida de las grandes mayorías desamparadas, puesto que hoy reciben lo que corres- pondía antes muy favorecidamente a la plutocracia y también las relativas mayores disponibilidades de la clase media. Y adviertan que no es sólo el racionamiento iguali- tario —que impide que un cubano peque de gula y que otro muera de inanición— ya que hay otros factores que han contribuido asimismo a esa mejoría de las capas más postergadas. Se ha organizado un servicio médico nacional que antes no existía y que comienza a prestar servicios en lugares alejados, sobre todo en

) 30 ( el campo, donde era imposible lograr asistencia mé- dica en cientos de kilómetros a la redonda, aunque fuera con pequeños y modestos policlínicos. Y, a pro- pósito, un paréntesis pintoresco: en una reunión en que se nos explicaba la estructuración del servicio, los in- mensos obstáculos que están salvando, su creciente extensión, la falta de médicos —dramática en los pri- meros años por el éxodo masivo de yarios miles— ya en vía de superación y otras cuestiones semejantes, uno de los médicos chilenos se expresó en términos que, junto con la admiración por la tarea observada, envolvía un claro e injusto menosprecio por lo que en Chile tenemos al respecto. El profesional cubano que daba la explicación, acotó con sorpresa que el modelo seguido en Cuba era el Servicio Nacional de Salud de nuestra patria y que estaban conscientes de que nece- sitaban muchos años de progreso para acercarse al nivel chileno de eficiencia. La educación ha sido también preocupación esencial del gobierno revolucionario. La ha desarro- llado y fomentado y es hoy gratuita en sus tres niveles: primario, secundario y superior. Los dos primeros son prácticamente suficientes para atender la demanda de todos los niños y en ellos se da también a los estudian- tes desayuno y almuerzo gratuitos. En los tres niveles se provee al alumno, sin costo alguno para él, de todo los textos que necesita para su enseñanza y formación. En los pequeños poblados campesinos y en las in-

) 3 1 ( dustrias, las guarderías y los jardines infantiles co- mienzan a desarrollar sus valiosas tareas y un plan ha- bitacional levanta edificios colectivos de vivienda para el pueblo. Sin cifras a la vista ni datos estadísti- cos, pero juzgando objetivamente lo que vi en La Haba- na y en la provincia de Pinar del Río, me parece que el ritmo de nuestros planes habitacionales y su extensión son muy superiores y más vastos. Insisto en lo que vi y aprecié. No estoy dando un jui- cio de valor sobre estas materias ni sobre la situación política, social y económica o el desarrollo de Cuba dentro del actual régimen. Es claro que tengo mi opi- nión muy categórica, pero esta charla nada tiene que ver con ello. Relatar los hechos que comprobé, no signifi- ca un pronunciamiento ni a favor ni en contra. Cada uno puede sacar sus propias conclusiones. Porque el problema es, desde luego, muy complejo. Me explico a través de algunas preguntas elementales, que no contestaré: ¿esta mejoría es pasajera y efímera o es la primera etapa de un proceso firme y estable? ¿es el tope de un progreso que tiene allí su límite o es el primer peldaño del avance hacia una sociedad que significará mayor bienestar real para todos? ¿es ella la base de un verdadero desarrollo del país o, por el contrario, se constituirá en obstáculo para ese des- arrollo? Responderlas es entrar al campo de las espe- culaciones a través del prisma doctrinario y económi- co de cada uno. En vez de hacerlo, prefiero citar al-

) 32 ( gunos conceptos del famoso discurso de Castro el 26 de julio en la Plaza de la Revolución, que demues- tran cómo es de compleja la cuestión. No tengo a la ma- no el texto de ese discurso, pero lo recuerdo bien y estoy seguro de seguir con fidelidad las ideas del Primer Mi- nistro. Confesó Fidel con franqueza e hidalguía mu- chos errores en que la revolución había incurrido y dijo que él asumía toda la responsabilidad. En forma más histriónica que dramática, ofreció al pueblo su cargo; y sobre la materia expresó que en los primeros meses de la revolución habían esperado con ingenui- dad que la sola instauración de un régimen marxista- leninista promovería el desarrollo de la economía y de la sociedad cubanas, pero que la experiencia les había demostrado duramente que no era así, que en cualquier sistema político era indispensable, para lograr el desarrollo, recurrir a las mismas medidas que eran inevitables: grandes inversiones en la formación de nuevas empresas productoras, adquisición de ma- quinarías y equipos que el país no está en condicio- nes de producir, planificación racional de la actividad económica con fijación de prioridades y formación de profesionales y expertos de primera categoría en las diversas áreas, lo que no es fácil y, en todo caso, de- mora bastantes años. Agregó con la misma franqueza que debido a este error y a otros, la revolución no ha avan- zado en el desarrollo del país, adelantando que la producción global de 1970 sería seguramente menor

) 33 ( qüe la del 69, lo que importaba un grave retroceso que había que analizar con realismo y crudeza para en- mendar rumbos. Sin embargo, insisto en que hoy la mayoría del pue- blo se siente en Cuba satisfecha con la revolución. Ya hemos dicho que las capas más bajas de la sociedad viven mejor en lo material y parece no importarles en gran medida aquellas cuestiones de principios que para nosotros los chilenos son fundamentales. Que no haya libertad política, que no haya elecciones, que estén proscritos los partidos políticos, que exista so- lamente la prensa del gobierno, que igual ocurra con la radio y la televisión, y tantas otras cosas similares, da la impresión de que no les inquietan. No me atrevo a hacer declaraciones categóricas al respecto por la brevedad y circunstancias de mi viaje, pero me inclino a pensar que esta primera impresión corresponde a la realidad. Y no puede parecer extraño si recordamos antecedentes de hecho de la historia cubana y nos sus- traemos a la tentación de hacer comparaciones con Chile. Es imposible comparar situaciones tan disími- les. Un pueblo sin tradición cívica, con escasa o ningu- na participación en la vida política, observador im- potente de la deshonestidad y de la inmoralidad de quienes hicieron con frecuencia de cabezas en esa actividad, víctima de odiosas y sangrientas tiranías, ¿qué tiene de extraño que reaccione como lo he expli- cado?

) 34 ( El ambiente anímico del proletariado parece ser bueno. Porque además de lo ya dicho, una hábil tarea de »concientización,( le hace sentirse partícipe autén- tico de su gobierno y de la revolución, tiene el convenci- miento de que cada cubano interviene directamente en las decisiones de su propia comunidad y, por inter- medio de ellas, en las de alto nivel. El tratamiento social es absoluta y totalmente igualitario y ello produce na- tural e indisimulada satisfacción. Y lo grande es que se ha logrado espontaneidad y llaneza en ello. El voca- tivo »compañero« se usa con exageración pero no en forma afectada y corresponde a una realidad. El ascen- sorista, el chofer, la camarera del hotel lo dan y lo reci- ben sonrientes y con plena conciencia de que para ellos importa un reconocimiento a su calidad humana y de respeto al oficio que desempeñan. Hay genuina igualdad. El trato prepotente de superioridad o de amable pero rebajante paternalismo, han desa- parecido. Hay una igualdad en el respeto recíproco, acompañada siempre de buenos modales. Por otra parte, el orgullo patrio y el sentido de la nacionalidad se han robustecido. Varios factores se han conjugado para ello, aparte de los ya mencionados que juegan también en este aspecto un papel importan- te. El pueblo cubano cree en verdad que es la de un movimiento revolucionario que, tarde ó temprano, se impondrá en toda América Latina y cree, asimismo, que su heroica actitud, concita por ahora la odiosidad

) 35 ( de los gobiernos burgueses y reaccionarios y de los tiranos militares, que acosan a Cuba comercial y eco- nómicamente. Piensa, por supuesto, que la situación de esas naciones es similar a la que ellos conocieron hasta 1959. Y al frente de esta avalancha anticuba- na —estiman— está el imperialismo norteamericano con su asalto a Bahía Cochinos, frustrado por la va- lentía del pueblo, por la visión y genio de Castro y por la ayuda militar soviética, con su fracasado e inhuma- no bloqueo a la isla para someterla por el hambre y la desesperación. Si algo puede afirmarse sin temor de errar sobre esta materia, es que la actitud norteameri- cana ha sido el mejor aliado de Castro para consolidar el frente interno, agrupando tras el Gobierno incluso a quienes han discrepado de su posición marxista-leni- nista pero que han sentido la necesidad de actuar soli- dariamente en defensa de su país, y para exacerbar el orgullo patriótico frente a la agresión extranje- ra expresada no sólo a través del ataque físico sino también de la intención de cercarlos por hambre. Piensen Uds., además, que estas circunstancias han sido conocidas por la única vía posible para el hom- bre medio, la radio, el cine y la T.V. oficiales y compren- derán entonces mejor cómo han producido el efecto a que aludo, haciéndolo arraigar eji profundidad. Y para concluir esta parte, otra anécdota que es ilus- trativa: con motivo de la enfermedad de uno de los miem- bros de la delegación, conocí a un médico del servicio

) 36 ( nacional, un hombre de unos sesenta a sesenta y cinco años, evidentemente de la vieja guardia, muy fino y muy culto, que daba confianza profesional de inme- diato por la forma segura, experta y eficiente con que procedía. Cuando logré con él alguna relación huma- na más estrecha —la que busqué con ahínco, natu- ralmente— me contó confidencialmente su caso: era un médico de prestigio y de enorme clientela; gana- ba el dinero a manos llenas; vivía en una gran casa y te- nía un automóvil para él, otro para la señora y un terce- ro para los hijos adultos; viajaba continuamente a Es- tados Unidos, tanto para perfeccionarse como para descansar. Era profesor de la Facultad de Medicina. Cuando triunfó la revolución, como la inmensa ma- yoría de sus colegas, tuvo un primer impulso de emi- grar a Miami, donde le esperaba una vida atractiva co- mo médico y plena de comodidades en lo personal y familiar, aunque dejara atrás sus haberes en Cuba. Pero meditó en que sería un eterno desterrado; en que jamás volvería a su patria, a la que amaba entraña- blemente; en que la atención médica que dispensaba con satisfacción, jamás sería para sus compatriotas sino para ciudadanos de otro país, y se sintió traidor y desleal dejando Cuba. De acuerdo con su mujer, plan- teó abiertamente su pensamiento a las autoridades respectivas y, concertado con ellas, decidió correr el al- bur de quedarse. De los tres autos, entregó dos al Estado y le autorizaron a conservar el tercero; hubo de renun-

) 37 ( ciar a la cátedra universitaria, materia que trataré más adelante en sus aspectos generales; se le respetó su casa, de la cual habitan hoy sólo una parte puesto que no tienen personal y ellos mismos tienen que hacer el aseo y la comida; y se incorporó al servicio médico en un cargo no directivo, a prestar servicios exclusivos de médico. No participa ni en política ni ?n gestión algu- na que importe tomar decisiones de ninguna especie. Es médico ciento por ciento que atiende allí donde le mandan y gana su sueldo que le permite copar la »tarje- ta«. Es muy cuidadoso de no inmiscuirse siquiera en conversaciones políticas o en intercambiar ideas aje- nas a la medicina pura. »Se le ha dejado tranquilo'', para usar casi exactamente sus palabras. No se le per- sigue ni se le hostiliza, pero jamás podrá asumir otras responsabilidades, porque no es marxista-leninista.

4. Los »CJ).R .«

DESDE nuestra primera entrevista con Castro oímos hablar de los C.D.R. (»cedeerre« como lo escribe la pren- sa cubana), sigla de los Comités de Defensa de la Revo- lución. Más tarde, en la Universidad, en los diarios, .en > la calle, en la conversación privada, los Bcedeerre« y los ocedeerreístas«, como se llama a sus dirigentes, estu- vieron en el tapete, casi siempre para oír de su eficacia

) 38 ( y utilidad, pero a menudo en un tono que dejaba traslu- cir preocupación si no temor. Repito que fue Castro quien primero citó la palabri- ta. Se comentaban datos de población y producción en Chile ty Fidel reconoció que la información estadística en Cuba era casi inexistente, añadiendo que pensaba en la elaboración de un censo general para dentro de poco. Ante la observación de que la experiencia chile- na indicaba que un censo general era de larga y cuida- dosa preparación, Castro replicó que Cuba era tal vez el único país del mundo que podía darse el lujo de efec- tuar un censo en un plazo breve porque muchos datos es- taban en permanente comprobación y revisión a través de los »cedeerres«. Explicó, entonces, que en cada man- zana de cada ciudad, pueblo, villorrio o caserío, lo mismo que en el campo, los vecinos elegían democrá- ticamente a una directiva encargada de realizar útiles tareas de interés general junto con mantener a las gen- tes alertas en contra de los «gusanos» y de los «contra- revolucionarios" —de ahí su nombre— y que para ello todos los C.D.R. mantenían una completa información, continuamente puesta al día, sobre los habitantes de cada manzana, precisando quiénes y cuántos vivían en cada habitación, en qué trabajaban, qué hacían, qué vinculaciones tenían y cuáles eran sus actividades en pro de la revolución. Por medio de largas conversaciones, en las que, como dije, tomé notas que conservo, por el conocimien-

) 39 ( to personal y directo de colegas profesores apremiados por el »turno« que esa noche les tocaba en el »cedeerre«, por la visita a la directiva de un C.D.R. presidido por una mujer muy modesta, casi analfabeta pero inteligente y comunicativa, puedo afirmarles que el C.D.R. es la "célula del activismo social y político que interviene en toda la vida de la comúnidad«, según definición tex- tual que dio un destacado abogado que hoy enseña ciencia política y que fue el más entusiasta informante sobre el tema, y que sus principales funciones son: a) su- pervigilar que todos los habitantes de la manzana y de- pendientes, por tanto, del respectivo C.D.R. estén en condiciones de atender sus necesidades alimenticias sin problemas. Toda dificultad acerca de las »cartas de abastecimiento'* o de otra cuestión cualquiera, debe ser de inmediato puesta en conocimiento de la respec- tiva autoridad; b) ejercer funciones similares en rela- ción a los niños y comprobar que todos cumplen las obligaciones escolares sin inconvenientes; c) interve- nir en la distribución de las viviendas si algún vecino se muda; d) controlar y denunciar los casos «antisocia- les", como prostitución y vagancia; e) vigilar la activi- dad política de los vecinos y ejercer la »policía revo- lucionaria« a su respecto, denunciando toda actitud sospechosa o anturevolucionaria, y f) intervenir en la preparación de todo acto de masas del Partido o del Gobierno, respondiendo de la movilización de los afi- liados al C.D.R.

) 40 ( Todos los días, desde que cae la noche al amane- cer, en cada manzana los vecinos están obligados a hacer turnos para vigilancia policial armada y control de toda actitud de sospecha. Como les dije, los colegas univer- sitarios tenían que cumplir escrupulosamente. Nadie se escapa.

La dirigente de C.D.R. que mencioné, espontá- nea y extrovertida, con evidente satisfacción y orgullo resumió la tarea más importante de los »cedeerres« cuando, al contestar una consulta, se llevó el dedo índi- ce derecho hacia el ojo y haciendo el gesto universal en estos casos, dijo sonriente: "¡Ojo, mucho ojo con los "gusanos" y los "traidores anturevolucionarios"!«. En vísperas del grandioso acto de masa! —»meet- ing« en nuestro lenguaje corriente— del 26 de julio en la Plaza de la Revolución, caminábamos en la tarde por un barrio cercano al hotel, en el centro de la ciudad, en que los edificios eran antiguos y venidos a menos, to- dos muy similares, de dos pisos, que hace cincuenta años debieron ser probablemente buenas casas de habita- ción, con las puertas de calle simétricamente espaciadas —al estilo de Huérfanos o Agustinas abajo— y nos llamó la atención un cartel impreso pegado en cada una con indicación de los adultos y de los niños que, de esa casa, iban al día siguiente a la Plaza de la Revolución. El blan- co con la cifra respectiva estaba llenado a mano, con tin- ta, en gruesos caracteres. Los C.D.R. cumplían su tarea de movilizar a la ciudadanía para oír a Fidel.

) 4 1 ( 3. Lo* Tribunales Populare*

SE ME DIJO en la Facultad de Ciencias Jurídicas que la estructura del Poder Judicial se ha mantenido sus- tancialmente como en 1959. Existe la misma jerarquía básica que entre nosotros: jueces de letras, Cortes de Apelaciones y un Tribunal Supremo. Claro está que las designaciones de los magistrados se hacen de acuerdo con las normas revolucionarias, o sea, por el Gobierno y el Comité Central del Partido. Un solo tipo de tribunales estables ha sido creado por el nuevo régimen: los Tribunales Populares. La verdad es que me llevé una sorpresa cuando oí, leí y vi funcionar un tribunal popular. Nada tienen que ver con la versión que se había difundido en Chile con- fundiéndolos con los tribunales revolucionarios que funcionaron en 1960 y siguientes y que juzgaron y con- denaron delitos políticos. Se trata de tribunales colegiados que reemplazan a los que antes se denominaban en Cuba "jueces correc- cionales» y ejercen justicia de menor cuantía. Absor- ben la competencia que entre nosotros corresponde más o menos a los juzgados de policía local, a los jueces de distrito y a los jueces de subdelegación, pero con exclu- sión de los accidentes del tránsito. Su jurisdicción es, en consecuencia, mixta: conocen de asuntos civiles de poca monta y, en lo criminal, de faltas y delitos menores.

) 42 ( En cada barrio se elige por votación directa a los in- tegrantes del respectivo tribunal, en asamblea que ge- neralmente se celebra al anochecer en un lugar público, como plaza o parque. Cada tribunal se compone de cin- co miembros, pero en una primera votación se eligen siete. Estos siete son sometidos, durante tres meses, a cursos rápidos de entrenamiento y preparación, dicta- dos por abogados, sobre conocimientos generales de derecho y normas de administración de justicia. Al tér- mino del cürso suelen constatarse deserciones de quie- nes no se sienten capaces o no entienden las materias o no gustan de la función judicial. Si hay cinco que han concluido satisfactoria- mente el curso, casi siempre son ratificados en una se- gunda votación y entran a ejercer sus tareas. Si los siete concluyen, habitualmente en la segunda oportunidad se elige a los cinco con mejores calificaciones. Si son menos, deben elegirse nuevos postulantes. Para ser miembro de un tribunal popular es me- nester tener 18 años de edad a lo menos, haber conclui- do sexta primaria y poseer antecedentes morales inta- chables, aparte de la consabida vocación revoluciona- ria a toda prueba. Los tribunales populares tienen asesoría letrada permanente que les proporciona el Ministro de Jus- ticia. ¿Cuál es su procedimiento y cómo actúan? Reci- ben las denuncias de los particulares o de la policía como

) 43 ( cualquiera de -nuestros tribunales de la misma jerar- quía y practican de inmediato una pequeña investi- gación sumaria administrativa para ubicar a los testigos y obtener la mayor información posible sobre el hecho investigado. Después la causa se ve en público, en la calle o en la plaza —cada tribunal tiene su lugar habitual y conocido para estas audiencias— donde se oye a los tes- tigos, se interroga a las partes, se dan a conocer los otros antecedentes acumulados y se pregunta si alguien de los presentes puede aportar algún dato útil. Termina- da la audiencia, el Tribunal delibera y falla de inme- diato. La sentencia se da a conocer allí mismo al pú- blico. Estas audiencias tienen lugar una vez a la semana y en cada una se ven dos, tres o cuatro causas. Depende de su dificultad y extensión. En general asiste bastante público. Como a las ocho de la noche no hay mucho que hacer en el barrio y el espectáculo suele ser entretenido, especialmente porque los asistentes casi siempre cono- cen a las partes o a los testigos. Es interesante decir algo acerca de las sanciones que aplican estos tribunales. La multa está proscrita por las razones que obviamente derivan de las explica- ciones que antes di sobre el racionamiento y el valor del dinero. En casos graves y calificados aplican penas pri- vativas de la libertad. Pero lo verdaderamente curioso radica en las llamadas "sanciones educativas» que no están ni pueden estar especificadas en la ley y que, en de-

) 44 ( finitiva, se crean por la imaginación y libre arbitrio del tribunal. En vez de una explicación más o menos densa sobre su naturaleza y finalidad, estoy cierto de que algu- nos ejemplos tomados de la realidad les permitirán for- marse una idea cabal acerca de estas penas. Como en todas partes del mundo, hay una disposi- ción municipal que obliga al vecino a barrer la vereda en la parte que da frente de su casa. Pues bien, un vecino rea- cio a cumplir esta obligación y denunciado por varias personas que probaron que, no obstante los numerosos requerimientos, mantenía la vereda inmunda pues ja- más barría, fue condenado a barrer la vereda a lo largo de toda la cuadra durante una semana. Dos muchachos tuvieron una riña en el interior de un cine, lo que motivó la interrupción de la función. Fueron condenados a no poder asistir al cine del barrio durante un mes.

6. £1 Derecho de Propiedad

¿QUÉ HA OCURRIDO en Cuba con el derecho de domi- nio sobre los inmuebles? Tema interesante y comentado con frecuencia sin mayores antecedentes reales, a fuer- za de imaginación. Lo abordo en seguida en forma su- cinta. En el Código Civil siguen vigentes los artículos relativos al derecho de dominio, pero en la realidad poco

) 45 ( queda de él. Para una mejor comprensión, distinga- mos entre la propiedad rural y la propiedad urbana. La primera reforma agraria fue de muy corta du- ración. Seguía una línea ponderada, por llamarla de alguna manera, en que se contemplaba la expropiación de predios con pago de indemnización en ciertos casos y con posibilidad del propietario de mantener determi- nada extensión en su poder, dadas y cumplidas tales o cuales exigencias. Pero en la segunda reforma agraria, el dominio privado sobre la tierra prácticamente des- apareció y pasó a manos del Estado. Dicen que hay toda- vía pequeños propietarios, pero existe consenso en que pronto desaparecerán. Al presente, trabajan en conjunto con las explotaciones vecinas, que son estata- les, y venden su producto al único comprador posible: el Estado. En la propiedad urbana, la situación es más clara: se ha respetado el dominio sobre la casa habitación en que realmente se vive y se permite, además, al mismo propietario, conservar otra casa en un lugar de descan- so o veraneo. Pero, insisto, para quienes eran dueños de ella o ellas antes de la revolución. Todo lo demás ha si- do incorporado al dominio estatal. Nadie puede hoy día en Cuba —como derivación lógica del régimen econó- mico que resumí— construirse privadamente su casa. Sólo el Estado construye dentro de planes nacionales o regionales, y los departamentos o casas correspondien- tes son entregados a los obreros que laboran en la indus-

) 46 ( tria o en la faena agrícola de que se trata para que los habiten; fiero sin que se les transfiera o constituya domi- nio, el que sigue en poder del Estado. No es, entonces, difí- cil colegir que la situación del dominio privado de los pro- pietarios a que me referí, está sin duda limitada en el tiempo y es, por esencia, transitoria. Algún día esas cons- trucciones serán inservibles y el propietario no podrá rehacerlas. Es, en mi opinión, una hábil solución para concluir con el dominio privado sobre la propiedad ur- bana pero sin violentar demasiado a los actuales due- ños. Se me explicó que ellos podían legalmente ven- der sus casas a quien estuviese dispuesto a darle el mis- mo destino, esto es, a habitarlas realmente, pero en ese caso deben ofrecerla primero al Estado y si éste no la necesita, puedan en libertad de vender. Por supuesto que el Estado se la compra, pero en el valor en que el pro- pietario la adquirió, cualquiera que sea el tiempo trans- currido. Sin embargo, como Uds. comprenderán todo esto es teórico porque, ¿quién desearía deshacerse de la casa que habita para tener en seguida el problema adicional de recibir un dinero que no le presta utilidad alguna? La única posibilidad lógica sería la de vender para irse de Criba, pero en este caso no se le permite ha- cerlo. 7. La Univcriidad de La Habana

REFIRAMONOS ahora en forma particular a la ma- teria que constituyó el motivo de preocupación y de

) 47 ( consulta fundamental en mi viaje a la Isla del Caribe: la Universidad de La Habana y sobre todo, lo relacio- nado con los estudios de ciencias sociales. La Universidad, al decir de los propios profeso- res cubanos, se mantuvo marginada del proceso revo- lucionario durante más o menos un año y medio. Cas- tro triunfó el i° de enero de 1959 y todo siguió funcio- nando como antes hasta mediados de 1960. Fue en esta época cuando se inició una segunda revolución, la uni- versitaria. Sectores estudiantiles y académicos se to- maron escuelas y facultades —tal como en Chile, Uds. ven que el sistema no es exclusivo nuestro— para exigir la incorporación de la Universidad al movimiento marxista-leninista que comenzaba a imponerse en el país. Se creó así lo que llaman Bla nueva Universi- dad«, término tampoco desconocido entre nosotros. Pero cosa curiosa, esta »nueva Universidad»' tiene las mismas estructuras que aquí recién hemos sus- tituido por estimarlas arcaicas: tiene escuelas en que se imparte docencia e institutos dedicados a la inves- tigación científica y las escuelas e institutos de un área determinada del saber humano constituyen una Fa- cultad. Pero, como consecuencia natural del sistema político imperante en Cuba, la Universidad es un orga- nismo más del Gobierno y del Partido Comunista. La autonomía de que nos enorgullecemos y que ha sido de- fendida en Chile por todas las tiendas políticas y con gran vehemencia por los marxistas, no existe ni tiene

) 48 ( sentido en Cuba. Interrogado Castro sobre ella, contes- tó con un chiste: «Hemos conseguido algo más impor- tante —dijo riendo—., hemos conseguido que el Gobier- no sea autónomo respecto de la Universidad«. Las autoridades se eligen en la misma forma que antes explicamos para las fábricas y para cualquiera comunidad de trabajadores. Como la Universidad es considerada una comunidad más de esta especie, debe seguir las mismas reglas: los trabajadores —y por tales debemos entender en el caso presente, a los profeso- res, investigadores y empleados administrativos— eligen a sus «trabajadores ejemplares»», los cuales a su vez designan al «bureau político« que tiene la respon- sabilidad de la orientación académica y política de la escuela, instituto o facultad de que se trata. No hay li- bertad académica ni hay pluralismo ideológico. Y no es ésta una suposición mía sino una realidad clara y ob- jetiva que los profesores cubanos reconocen, expli- can y justifican. Para ser profesor universitario, es preciso ser marxista-leninista. De otro modo, simple- mente no se puede hacer clases en la Universidad. Me explicaba mi colega Decano que, al producirse el movi- miento revolucionario dentro de la Universidad, en 1960, la Corporación entró de lleno al proceso general del país. Como Uds. recordarán, fue entonces cuando la revolución castrista derivó abiertamente hacia el marxismo. Todos los profesores universitarios debie- ron definirse frente a este hecho. Los que expresaron su

) 49 ( adhesión al giro marxista-leninista, pudieron conti- nuar en la Universidad; los otros tuvieron que renun- ciar. Pero, como no se trataba de una simple declaración formal sino de algo mucho más profundo, como era la certeza de que los llamados a formar a los jóvenes eran verdaderamente revolucionarios y, por lo mismo, lo harían dentro de la doctrina marxista, los que pres- taron su adhesión fueron sometidos a un severo proce- so de calificación por el Comité Central del Partido y sólo quedaron en la Universidad los que pasaron la prueba por ser garantida mente luchadores marxista- leninistas. Algunos de los que se habían apresurado a comulgar con la revolución, también debieron presen- tar sus renuncias a pesar de todo. En la Facultad de De- recho quedó un académico, que es el actual Decano; en la Escuela de Ciencias Políticas otro, que es hoy su Director; y en Medicina quedaron solamente cuatro profesores. La Universidad se vio prácticamente des- poblada. Pero quienes quedaron y son hoy cabezas vi- sibles de la »nueva Universidad", son marxistas y en- señan en función de formar generaciones de marxistas. Nuestros conceptos, pues, de libertad de cátedra, o de libertad académica o de pluralismo ideológico, care- cen de todo sentido en Cuba. Los estudiantes se organizan paralelamente a los «trabajadores», o sea, a los académicos y empleados, en una estructura separada pero dentro del mismo pa- drón. Quiero decir que los estudiantes eligen en sus

) 50 ( respectivas escuelas o institutos a los «compañeros ejemplares**, quienes pasan a formar parte de la Juven- tud Comunista y designan a su Bureau Político, vale decir, a los dirigentes estudiantiles. La Universidad de La Habana, aparte de sus fun- ciones propiamente universitarias de docencia e in- vestigación, desempeña importantes tareas de co- laboración con el Gobierno. Diversos .centros de in- vestigación, por ejemplo, en materias agrícolas o animales, son dirigidos por profesores universitarios que trabajan allí con sus alumnos, pero pertenecen a organismos del Gobierno y tienen una dependencia compartida entre la Universidad y la Administración Pública. Visitamos varias estaciones experimentales de mucho interés en que se hacen valiosos estudios para diversificar y mejorar la producción de cítricos, de chirimoyas y para lograr la mezcla de vacunos eu- ropeos (holandeses) con cebúes y obtener un bovino de calidad que se adapte al clima de la isla. El ganado de este tipo prácticamente se extinguió en Cuba durante los primeros años del triunfo de la revolución, pues se le sacrificó sin control ni límite para afrontar el blo- queo norteamericano. Se comieron hasta los más selec- cionados reproductores. Se desarrolla hoy un impor- tante esfuerzo para la recuperación del ganado. En todos estos aspectos y en otros como la construcción de edificios y colectivos, la Universidad y el Gobierno tra- bajan mancomunados, casi confundidos, y muchos

) 51 ( estudiantes de los últimos años o egresados, hacen sus prácticas en estas labores de interés general. Como Uds. comprenderán, la Universidad ha tenido que volcar sus esfuerzos en estos años a formar su planta de académicos que, repito, casi desapare- ció. Por lo mismo, llama de inmediato la atención la gran juventud de la mayoría de los profesores. Son todos muchachos recién recibidos que han debido afrontar prematuramente la responsabilidad de enseñar. Se buscó a los mejores egresados que, además, fueren probados revolucionarios y con ellos se ha improvisado el cuerpo docente que encabezan los escasos maestros que sobrevivieron a la calificación antes referida. Y es preciso reconocer qué todo ello lo están ha- ciendo con gran tesón, con inmenso entusiasmo y con la mayor seriedad. Están ya comenzando a superar una situación que es insostenible para toda Universidad: prescindir de la noche a la mañana de la inmensa ma- yoría de su capital académico. Pero, por lo mismo, el nivel actual de la enseñanza y de la investigación no pueden ser satisfactorios. Como ejemplo de las dificultades afrontadas y de la tenacidad con que se las trata de vencer, cito el caso de sociología. En 1960 no quedó ni un solo sociólogo en la Universidad. Buscaron entonces a jóvenes profesio- nales o egresados de carreras afines que tuviesen inte- rés en dedicarse a la sociología y formaron con ellos un »Departamento de Sociología»*. Es el único »depar-

) 52 ( tamento« que tiene la Universidad y se le da este nom- bre para enfatizar el sentido especial de sus labores, diverso de todas las escuelas e institutos: no imparte docencia ni realiza investigaciones sino que busca for- mar apresuradamente una nueva generación de soció- logos para satisfacer las necesidades académicas de la propia Universidad en las diferentes escuelas e insti- tutos que contemplan o debieran, mejor dicho, con- templar esta disciplina en sus planes de estudios. Conoci allí a la Directora, una muchacha muy joven y atractiva recibida pocos años atrás de psicóloga, a un abogado, a un profesor de historia y a un antropólogo. Trabajan mancomunados en un esfuerzo colectivo de estudiar, enseñarse recíprocamente, discutir temas predeterminados, fijarse planes de lecturas y contro- lárselas unos a otros. Se asignan tareas, se señalan pe- queñas investigaciones y todos hacen, en fin, de pro- fesores y alumnos al mismo tiempo. Demás está que lo repita: todo ello dentro de la línea ideológica oficial y tras la formación de sociólogos marxistas.

Dentro de las áreas que nuestra Facultad cultiva, hay una Escuela de Ciencias Jurídicas y una Escuela de Ciencias Políticas. Ambas forman parte de la Fa- cultad de Humanidades. La Escuela de Servicio So- cial fue suprimida. En los primeros años de la revo- lución universitaria se estimó que la profesión de asis- tente social no se justificaba dentro de la sociedad marxista-leninista. Si su norte consiste en participar

) 53 ( en el proceso de cambios, en activarlo y coadyuvar con él, ¿qué sentido tiene en un país que realizó todos los cambios violenta y rápidamente y es ya una sociedad socialista marxista? Evidentemente, ninguno.

Esta información se me dio en una conversación muy cordial con algunos colegas de la Facultad. No pude evitar una opinión contraria desde el punto de vista académico y científico. Con la mayor pruden- cia posible, expliqué que no podíamos partir del su- puesto ingenuo de que existiera una sociedad perfec- ta, en que todo había llegado a tal grado de excelencia que nada merecía una rectificación; una sociedad estática, sin posibilidad alguna de cambio. La inter- vención abrió el camino a un debate más abierto, siem- pre cordial y por último se reconoció que la medida ha- bía sido una de las muchas tomadas con precipitación y que había ya opiniones en el sentido de reabrir la es- cuela. Se reconoció también que en las fábricas, en el campo, en todas partes, encuentran problemas pro- pios del asistente social y que ahora deben ser afronta- dos simultáneamente por psicólogos, sociólogos o abo- gados, con multiplicación inútil de esfuerzos y dis- pendio de energías.

La Escuela^ de Ciencias Políticas presenta carac- teres muy curiosos e interesantes. Me atrevo a decir que más que una escuela universitaria propiamente tal, es la escuela de ideólogos marxistas-leninistas pa-

) 54 ( ra las funciones de liderazgo político en el proceso re- volucionario. El Plan de Estudios es de cuatro años y destaco algunas de sus disciplinas: Historia de las formacio- nes precapitalistas; Economía n (El capital, de Marx); Filosofía Marxista; Pensamiento Político H (De la xi Internacional a Lenin); Teoría Política i (Le- nin y Mao); Economía III y iv (Imperialismo y Neo Im- perialismo, Militarización de la Economía yanky (sic)); Teoría Política III (Pensamiento político cubano contemporáneo y problemas teóricos del pe- ríodo de tránsito). Es ésta la única escuela de la Universidad de La Habana que tiene reglas propias y distintas en cuan- to a su ingreso. En todas las demás, como es habitual, se matriculan los estudiantes que llenan los requisitos exigidos, pero en la de Ciencias Políticas, no. Este año se fijaron treinta plazas para el Primer Curso y los treinta postulantes fueron señalados por el Go- bierno y por el Comité Central del Partido. Se buscan funcionarios y líderes del Partido que se destacan por sus virtudes revolucionarias y condiciones poten- ciales de líderes, tomando también en consideración sus aptitudes en relación con los servicios en que se les piensa destacar una vez recibidos. Por consiguien- te, hoy día no puede estudiar Ciencias Políticas en la Universidad quien lo desee y se crea con vocación para ello, sino tan sólo quienes son seleccionados para

) 55 ( este efecto por el Gobierno y el Partido tras la formación de ideólogos y líderes futuros.

8. La profesión de abofado y lo* eitudio* de Derecho

EN CUANTO a nuestra profesión, a la abogacía, es sin duda indispensable restablecer la verdad de lo ocurrido en Cuba porque entre nosotros han circulado muchas versiones qué, según comprobé, poco o nada tienen que ver con la realidad. He llegado a escuchar hace algunos meses y de labios de un profesor que decía tener la más absoluta seguridad sobre la veraci- dad de su información, que la Escuela de Derecho ha- bía sido suprimida en Cuba porque no querían saber nada con los abogados,, a quienes consideraban poco menos que unos parásitos. Es efectivo que en los primeros años de la déca- da del sesenta se produjo una notoria baja en el núme- ro de postulaciones para estudiar derecho, pero ja- más la escuela dejó de funcionar ni jamás pensaron en suprimirla. Y esta situación se justifica plenamen- te si Uds. piensan en que el sistema implantado en Cuba limita sobremanera las posibilidades de ejerci- cio libre de la profesión, que era en Cuba, como lo ha sido en Chile, una de las metas principales que el pos- tulante tenía in mente al matricularse en la Escuela. En el campo patrimonial no se celebran contratos

) 56 ( de gran significación y que, por lo mismo, necesiten de asesoría legal; las transferencias de inmuebles también han desaparecido; las garantías no tienen sentido, en consecuencia. Y litigios derivados dé pro- blemas de esta especie, naturalmente que tampoco los hay. Los problemas laborales escapan de la órbita propia de un abogado liberal porque el único emplea- dor es el Estado. Quedan los asuntos criminales y las cuestiones de familia. Pero en los últimos años se ha producido un repunte de la abogacía en un plano dis- tinto, novedoso, y hoy están preocupados por la baja matrícula, que, no obstante, aumenta año a año. Se trata de la asesoría legal que reclaman todos los organismos de Gobierno, lo que equivale a decir, cuan- ta organización, ministerio, repartición pública, in- dustria, sindicato o comunidad cualquiera que exis- ta en Cuba, pues he repetido y reitero que todo es del Estado. En la propia tramitación burocrática, en las relaciones legales que necesariamente existen entre unos y otros organismos, en las vinculaciones de los sindicatos con sus empresas estatales y en muchísi- mas otras situaciones semejantes, es indispensable el consejo, la redacción, la fórmula legal. Y tienen gran déficit de ellos pues la mayoría de los profesionales de prestigio abandonaron el país y, como ya dije, es muy lento su reemplazo. Para estimular el estudio del Derecho y posibi- litarlo a los trabajadores, se han ideado los «cursos di-

) 57 ( rígidos", a que me referiré pronto y que son del más alto interés. Sobre el contenido de los programas, ocioso es decir una vez más que la orientación es siempre la mis- ma: formar profesionales marxistas para una socie- dad marxista. No vale, pues, la pena hacer un análisis científico de ellos que pudiese ser útil para nosotros. Me detengo, sí, en la enseñanza del Derecho, en la metodología didáctica, y lo primero que debo expresar es que, en sus líneas generales, emplean los sistemas de enseñanza activa que hemos implantado en los últimos años. Los alumnos trabajan en jornada completa y otro tanto ocurre con los profesores. El que estudia Derecho no puede hacer otras cosas al mis- mo tiempo. Hay seminarios, trabajos colectivos de investigación, foros, clínicas jurídicas. Pero más interesante es señalar las cosas novedosas por lo di- versas: Se mantiene la clase magistral en muchas disci- plinas —sin perjuicio de las tareas complementarias en que el alumno debe participar activamente— y con un carácter sin duda prioritario. No es una charla ininterrumpida en que el profesor habla y habla y el es- tudiante escucha y escucha, sino que matizada con diá- logos y consultas que el propio profesor provoca. Y justifican con énfasis esta idea: el Derecho es una cien- cia abstracta que reclama de explicaciones y orienta- ciones previas del maestro, antes de que el alumno

) 58 ( pretenda siquiera estudiar por su cuenta. Además —arguyen— la abogacía exige claridad en la exposi- ción, poder de síntesis y capacidad de análisis, correc- ción al expresarse y no puede haber mejor manera de cultivar y enseñar estas virtudes que a través de la lección de un maestro que las exhibe y las practica. Los exámenes finales han sido restablecidos. Se les suprimió en un comienzo, como entre nosotros, pero la experiencia les llevó a su reposición. No les cabe duda de que es indispensable para una buena formación. Pero la calificación final resulta de pon- derar justamente el trabajo del año y el examen. Todo el esfuerzo no puede depender sólo de éste, ni tampoco es posible festinar los estudios promoviendo a quien ha hecho estudios mediocres y en el examen demuestra no estar preparado ni maduro. Para mí fue una ver- dadera satisfacción personal porque es exacta- mente el punto de vista que sostuve sin éxito en nuestra reforma. Y sigo pensando que la supresión total del examen fue prematura y perjudicial. El examen final puede ser escrito u oral. Es a la propia comisión examinadora a quien corresponde decidir la forma, en el momento mismo de constituir- se. Apreciando la naturaleza del trabajo realizado y de los controles hechos en el año, así como el carác- ter de la disciplina de que se trata, al comenzar el exa- men comunica a los estudiantes si será oral o escrito y su resolución es inapelable.

) 59 ( ¿Cómo se evalúa el esfuerzo y el rendimiento del alumno? No es fácil de explicar sin un pizarrón, pero haré un intento porque me pareció muy interesante y justo y —repito— coincide con lo que es mi opinión particular. ¡Ojalá algún día lleguemos a algo pare- cido! Desde luego, debo expresarles que la manera de evaluar el año y la calidad y cantidad de los controles, queda al libre arbitrio del profesor, pero con una li- mitación importante: al comenzar el curso, en la pri- mera reunión, el profesor está obligado a detallar cui- dadosamente el paln de trabajo y no puede después alterarlo. En principio, el trabajo del año vale 60% y el examen, 40%. Pero esto no es absolutamente rígido y ad- mite fluctuaciones que me parecieron sabias y atina- das. Me explico: la nota mínima para ser aprobado es de 70 y se alcanza por la suma de ambos factores se- ñalados. Pero según el porcentaje anotado, la nota del trabajo del año se califica entre 1 y 60 y la del exa- men, entre 1 y 40. Si en la evaluación del año un alum- no ha obtenido, por ejemplo, el máximo, que es 60, le bastará un 10 en la nota del examen final, ya que suma- dos estos 10 a los 60, le dan el mínimo de 70. Si, por el contrario, tiene una baja calificación en el trabajo anual, 30 por ejemplo (entre 1 y 60), deberá obtener el máximo en la nota del examen (40 entre 1 y 40) para sumar el mínimo de 70. Finalmente, si en el curso del

) 60 ( año sólo logró un 20, ya está reprobado y no es admiti- do a examen, puesto que aun obteniendo el máximo, 40, siempre quedaría bajo el mínimo de 70. Y una ob- servación interesante: si tiene el máximo en la eva- luación del año, 6o, siempre debe rendir examen y debe alcanzar a lo menos un 10 para reunir los 70. No es posible, pues, el abuso prenicioso que comienza a proliferar entre nosotros, del alumno que con una buena nota en el año se »farrea« —como ellos mis- mos dicen— el examen de manera injusta y dañina. También tienen el sistema de créditos reciente- mente adoptado en nuestra Facultad, con modalida- des muy parecidas, y la división del año académico en semestres, al igual que aquí.

Hasta hoy no tienen en Cuba el problema de la selección para el ingreso a la Universidad. El que ha concluido los estudios secundarios y llena las exigen- cias, se matricula en la carrera que desea, sin trabas ni problemas. La excepción es, como expliqué y por razo- nes muy diversas, la Escuela de Ciencias Políticas. No hay un máximo de plazas en los primeros años.

Cuando nosotros hicimos la pregunta sobre el tema, costó un poco que nos entendiéramos porque hablábamos lenguajes distintos. Se trataba de un pro- blema que les es desconocido. Pero después de una instructiva conversación, se hizo luz y quedó claro el por qué el problema les es ajeno, junto con crear en los

) 61 ( colegas cubanos la angustia de comprender que a cor- to plazo lo tendrán en términos semejantes a Chile. Antes de la Revolución castrista, la educación secundaria no estaba desarrollada, en términos de dar abasto a todas las exigencias potenciales del país en educación. Luego, el número de egresados de ella no era mayor que las plazas posibles en los primeros años de las carreras universitarias. La revolución —nos dijeron— ha dado gran impulso a la educación en todos los niveles y, por lo mismo, el número de es- tudiantes secundarios y futuros candidatos a la Uni- versidad, ha aumentado en forma extraordinaria. Pe- ro el mayor flujo de postulantes se producirá solamen- te en dos o tres años más, cuando lleguen al final de los estudios los cursos verdaderamente numerosos. Hasta hoy sólo lo han hecho los que siguieron el ritmo pre- revolucionario y el problema aún no se ha planteado. Pero de inmediato se interesaron en conocer cómo hemos afrontado en Chile el problema que se les viene encima. En Medicina tuvieron dificultades hace algu- nos años, pero en sentido inverso al nuestro. Como dije, al comienzo de la revolución emigraron más de 3.500 médicos, esto es, un altísimo porcentaje de todos los médicos cubanos. Fue una verdadera prue- ba para el país. La Universidad hizo un esfuerzo ex- traordinario para estar en condiciones de dar cabida en esa especialidad —que es siempre la más cara por

) 62 ( los equipos, laboratorios e implementos que nece- sita— a cuantos estudiantes quisieran estudiarla y, al mismo tiempo, inició una intensa campaña de promoción de vocaciones y entusiasmos para atraer a ella el mayor número posible. Se llegó, así, a recibir hasta 1.200 alumnos en primer año de Medicina en la promoción que se inició en 1963 y que recientemen- te, después de siete años de estudio, ha dado a Cuba un número algo menor de nuevos médicos. De los 1.200 se recibieron unos 1.000, lo qué es un resultado brillante. Pero ya están conscientes de que a este ritmo no pueden continuar y que en pocos años más tendrán que disminuir mucho las matrículas en Medicina y, seguramente, que realizar también una selección si los candidatos, como es probable, exceden de las plazas que se considere socialmente útil conservar.

9 Loa cuno* dirigido*

Y VOLVAMOS a la abogacía, nuestra profesión, para referirme a un punto nuevo que me pareció de alto interés y que ya anticipé: los llamados «cursos dirigidos*. Dado el régimen político imperante y el siste- ma económico implantado, es difícil que en Cuba los jóvenes puedan dedicarse exclusivamente al estudio sin participar, de un modo o de otro, en labores pro-

) 63 ( ductivas. Se ha buscado, por lo mismo, la manera de dar ocasión a los trabajadores de hacer estudios univer- sitarios, sin dejar de trabajar y sin menoscabo, al mis- mo tiempo, de la eficiencia y nivel de los estudios su- periores. Resultado de estas preocupaciones ha sido la crea- ción, en el área jurídica, de los "cursos dirigidos" y el éxito obtenido hasta hoy —aún cuando ninguna pro- moción ha terminado todavía— abre la perspectiva de ampliarlos a otros campos. ¿En qué consisten estos «cursos dirigidos»? Yo diría, en nuestro lenguaje, que es una especie muy perfeccionada de lo que, hasta hace algunos años, llamábamos "alumnos libres«, que no tenían obli- gación de asistir a clases y que se sometían a otro tipo de trabajos de investigación e interrogaciones escritas para su control de rendimiento. Entre nosotros fueron muy pocos, poquísimos, los que aprovecharon el sis- tema. Para la gran mayoría sólo fue una trampa en que involuntariamente caían pensando en estudiar y dar las pruebas en su oportunidad, mientras que las exigencias del trabajo y la falta total de requerimientos por parte del profesor, les llevaba a postergar las pruebas indefinidamente y a fracasar en un porcenta- je superior al 90%. El programa del «curso dirigido" es exactamen- te el mismo del «curso regular«, pero se desarrolla en cinco años en vez de cuatro, que es la duración de

) 64 ( este último. Los alumnos que en él se matriculan y que, obviamente, trabajan todo el día, reciben tareas y trabajos personales que efectuar dentro de dos meses. Se les señalan obras o capítulos concretos que leer, investigaciones que realizar y materias que estudiar. Se calcula que el interesado puede cumplirlas con un esfuerzo diario adicional después de su trabajo y haciendo otro tanto los sábados y domingos. En Cuba no se trabaja el día sábado. A los dos meses, los alum- nos se reúnen con sus profesores en los diversos luga- res que se Ies ha asignado. Como hay matriculados de todo el país, estas reuniones se realizan en diversos puntos del territorio, aprovechando el local de escue- las o establecimientos públicos. La reunión bimensual dura dos días, un sábado y un domingo, en que se tra- baja intensamente. Se controlan las lecturas seña- ladas, las investigaciones hechas y se hacen clases para explicar o aclarar las materias más complejas, para absolver las consultas de los alumnos y se les in- terroga sobre las materias que se Ies asignaron. Se hacen seminarios y foros con participación del grupo. El domingo en la tarde se hace una evaluación y los que son aprobados reciben nuevas tareas, lecturas y tra- bajos para los próximos dos meses, al cabo de los cuales tendrán otra reunión de sábado y domingo. Me aseguraba el Decano que los resultados han sido plenamente satisfactorios. El rendimiento no difie- re sustancialmente del de los cursos regulares y la aco-

> 65 ( gida ha sido extraordinaria, al extremo de que en el Pri- mer Año del curso regular había sólo 25 alumnos ma- triculados y en el «curso dirigido« más de 400. Y para el país significa aprovechar la capacidad de trabajo de esa juventud y economía en profesores y locales. Relativamente al libre ejercicio de las profesiones, teóricamente no ha sido prohibido, pero en el hecho las circunstancias lo han proscrito. Los caso.s de excepción que aún quedan, deberán desparecer muy pronto. Todavía es posible encontrar una plancha de un médico, de un dentista o de un abogado que mantiene su bufete. Son los escasos viejos que se quedaron en Cuba y a quienes —repito— no se les prohibe mantener su estu- dio. Pero la verdad es que constituye una actitud mirada con muy poco simpatía porque no es precisamente «re- volucionaria». La mejor prueba de ello es que todos los jóvenes que han egresado de la Universidad después de 1960, cualquiera que sea la carrera, han agregado a su juramento de estilo, en forma «espontánea», la promesa de no ejercer la profesión en forma libre por motivo al- guno y de hacerlo sólo al servicio del Estado. Por supuesto que no es únicamente la inmensa maquinaria administrativa, económica y social de un estado marxista-leninista la que necesita de abogados. También son indispensables para resolver los proble- mas penales, las cuestiones de familia o los problemas sucesorales que crea el fallecimiento de una persona. Para este aspecto de la abogacía, los profesiona-

) 66 ( les están inscritos en el Ministerio de Justicia y mantie- nen sus oficinas comunes en edificios del centro de la ciudad, que fueron nacionalizados. Todos reciben suel- do del Estado y tienen el deber de atender y defender al cliente que el Ministerio les envíe y de hacerlo, natural- mente, en forma gratuita, pues para eso les paga el Esta- do.

10 Instituto Cubano del Libro

VEO QUE me he extendido más de lo presupuestado y me imagino que estarán cansados. Voy pues a terminar con un tema que ya anuncié y que es, asimismo, de sumo interés. Hay una sola editorial y es, como Uds. supondrán, del Estado. Se llama el Instituto Cubano del Libro. Este Instituto publica una cantidad elevadísima de toda clase de textos, desde los de estudio necesarios para to- dos los niveles de la enseñanza —que, como dije antes, se entregan gratuitamente a los alumnos— hasta litera- tura, obras de Filosofía, científicas, médicas, etc. Tie- ne magníficas maquinarias y equipos de impresión, muy modernos y amplios, que fueron requisados a fir- mas norteamericanas establecidas en Cuba. Es evidente que ocupan lugar destacado los libros de carácter ideo- lógico, marxistas por supuesto, tendientes a concien ti- zar a las masas. En esas imprentas, para que Uds. apre-

) 67 ( cien su calidad, se imprimieron en una época The Rea- der's Digest y Life para Latinoamérica. Algunas de sus ediciones son de 'tal calidad, que no tienen que en- vidiarle a buenas obras europeas. Según nos explicó el propio Castro en la larga entrevista que les relaté al comenzar, al inicio del bloqueo norteamericano, en las universidades pasaron grandes aflicciones porque, además de la carencia de profesores también ya mencionada, no tenían textos de estudio para la enseñanza superior, sobre todo en las areas científicas, en que siempre habían utilizado libros importados, como en ingeniería y medicina, por ejemplo. La crisis se resolvió con la dictación de una ley, de la cual Fidel se expresaba con gran satisfacción y orgu- llo, que proscribió en Cuba el derecho de autor, estable- ciendo que toda producción literaria, artística, cien- tífica o de cualquier naturaleza, es patrimonio de la humanidad y, por lo mismo, puede publicarse o repro- ducirse libremente. Y Castro agregaba con no disimu- lada sorna, que la medida, aparte de ser indispensa- ble 'y urgente para Cuba, era justa y equitativa puesto que había en ella la reciprocidad adecuada, o sea, en Cuba se pueden publicar libremente las obras dé cual- quier autor mundial y Cuba acepta, lógicamente, que las obras de sus autores sean publicadas en el extranjero sin pagar .derechos. Dictada esta ley, fácil fue conseguir en Europa y

) 68 ( traerlos por mano en algunos casos, ejemplares de los textos que se requerían con urgencia y todos fueron rápidamente reproducidos en Cuba fen la cantidad ne- cesaria. Con su simpatía habitual, Castro se refería a los »libros fusilados« aludiendo a aquéllos traídos de Europa y Estados Unidos y reproducidos en Cuba sin pagar derechos. Como la editorial única, el Instituto Cubano del Libro, es del Estado y forma parte de la inmensa maqui- naria burocrática cubana, no persigue obviamente fi- nes de lucro ni tiene tampoco preocupaciones funda- mentales de costo y financiamiento. Luego, el precio de los libros se fija en razón de su naturaleza, del papel que se les quiere asignar y del mayor o menor interés que haya en su divulgación. Los textos de estudio —como ya lo dije— son gratuitos para los estudiantes y muy baratos para el público. Las obras de concientización tienen, de igual modo, precios absurdamente bajos. Estoy cierto de que en ningún país del mundo es posible conseguir obras originales de Marx o Engels, en magníficas edicio- nes, a los precios de Cuba. Si pudiésemos hacer conver- siones más o menos aproximadas, diría que en Chile ño costarían más de E° 3 o E° 5. Algunas obras literarias son más caras y hasta es posible que alguna se venda a un valor superior a su costo de impresión. Los fondos que el Instituto necesita para esta ta- rea, son proporcionados, naturalmente, por el Fisco.

) 69 ( Si a este sistema agregamos lo que dijimos hace rato, en el sentido de que el libro es una de las muy pocas cosas que en Cuba no están sujetas a racionamiento y se pueden comprar libremente, comprenderán Uds. fácil- mente que el libro ha adquirido una difusión muy gran- de. Cuba debe ser, sin lugar a dudas, uno de los países en que más libros se venden en relación al número de habi- tantes. Es corriente que se tiren ediciones de 20.000 o 30.000 ejemplares, cantidad fabulosa para la pobla- ción de Cuba. Como referencia relativa puedo decirles que en la Editorial Jurídica de Chile —claro que no es la única del país, pero de todos modos la cifra es indica- tiva— habitualmente las ediciones son de 2.000 o 3.000 ejemplares. Los cubanos tienen enorme interés en llegar con su grandiosa producción editorial a otros sectores de habla hispana y saben que ello es muy difícil. En casi todos los países sudamericanos se prohibe la entrada del libro cubano. Yo llevaba una misión del Consejo de la Editorial Jurídica para estudiar en Cuba y México la posibilidad de colocar nuestros libros y provocar un intercambio. Hubo acuerdo en principio para efectuar un trueque de libros chilenos por libros cubanos, ejem- plar por ejemplar de igual naturaleza y categoría, con prescindencia del precio o del costo, porque en tal caso, por las razones que di, no habría posibilidad alguna de negociación. Sin embargo, me temo que el problema de los "libros fusilados»' llegue a ser una valla insalvable,

) 70 ( puesto que Chile reconoce el derecho de autor y es parte en diversas convenciones internacionales sobre la ma- teria.

LES AGRADEZCO la larga paciencia con que me han escuchado y como broche final quisiera por un se- gundo salirme de la pauta objetiva que me tracé y emitir un solo juicio global: he vuelto de Cuba más asentado aún, si ello fuese posible, en mi posición ideológica de siempre. Creo en un socialismo democrático como úni- ca solución a tanta injusticia social y económica; y creo también, más que nunca, en la democracia, en la libertad, en el respeto al hombre y a sus derechos esenciales. Y he comprobado que el marxismo aherroja la libertad y esclaviza al hombre invocando como pretexto la solu- ción económica y la justicia social, que sólo así podrían alcanzarse, y tampoco consigue lo que dice buscar. El profesor Eugenio Velasco Letelier —ex Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile— viajó a Cuba en julio de 1970, invitado por la Universidad de La Habana. Esta obra es la versión revisada de una de las charlas que dictó a su regreso, en la Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas de nuestra Universidad, sobre sus experiencias y apreciaciones de la situación cubana. En un lenguaje franco y desprejuiciado, el profesor Velasco ofrece una interesante visión de Cuba revolucionaria que, no obstante los meses transcurridos, conserva una palpitante actualidad, en la medida en que los aspectos del proceso cubano que analiza no han sido hasta ahora modificados sustancialmente.

EDITORIAL UNIVERSITARIA