Vision De Cuba Eugenio Velasco Letelier Vision De Cuba Indice
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EUGENIO VELASCO LETELIER VISION DE CUBA EUGENIO VELASCO LETELIER VISION DE CUBA INDICE 1. Frente a Castro 8 2. Cuadro político 19 3. Panorama económico 23 4. Los »C J).R.« 38 5. Los Tribunales Populares 42 6. El Derecho de Propiedad 45 7. La Universidad de La Habana 47 8. La profesión de abogado y los estudios de Derecho 56 9. Los cursos dirigidos 63 10. Instituto Cubano del Libro 67 (Versión taquigráfica de la char- la dictada por el Decano don Euge- nio Velasco en la Escuela de Cien- cias Políticas y Administrativas a su regreso de Cuba). A XX CCEDIENDO al pedido de profesores y alumnos, asumo la grata responsabilidad de hacer una exposi- ción objetiva de lo que vi y observé en Cuba durante dos semanas, en calidad de invitado oficial de la Universi- dad de La Habana junto con otros decanos y autorida- des <de la Universidad de Chile. Advierto que, en con- formidad con lo convenido, sólo se trata de una simple relación de hechos, lo más objetiva posible, en la cual omitiré juicios y valoraciones subjetivas. Traigo, como es natural, una opinión muy clara acerca de la revolución cubana y de sus realizaciones a la luz de mi posición ideológica y de mi propia formación. Pero no hemos pensado en un foro ni en abrir debate acerca de la revolu- ción dirigida por Castro. Es, sin duda, de interés que Uds. conozcan también lo que aprendí de fuentes de infor- mación indiscutibles y de lo que comprobé por mí mis- mo. Con estos antecedentes, cada uno podrá elaborar su propio juicio, así como alterar o mantener el que ya tenga. Puedo, sí, garantizarles que estoy cierto de no ser desmentido, porque nada de lo que yo exponga es fruto de la imaginación, de la suposición o derivación de presunciones más o menos débiles, sino realidad con- creta conocida »de visu« o de fuentes informativas ofi- ciales y del más alto nivel, como el Primer Ministro Fidel Castro, el Rector de la Universidad de La Habana, Vicerrectores, Decanos, Directores de Escuelas, pro- fesores, líderes estudiantiles. Y dada la naturaleza de ) 7 ( mi misión en La Habana, dedicaré especial atención a cuanto se refiera a la enseñanza universitaria en el área de las ciencias sociales, que fue motivo de muy particulares averiguaciones, a veces hasta la majade- ría. Conservo .las notas que, cuidadosamente, tomé en cada entrevista. l. Frente á Castro COMIENZO por relatarles la sostenida con el "Co- mandante" Castro, como se le llama habitualmente en Cuba en el trato oficial. El vocativo corriente es el de »Comandante«, mientras que en el comentario y en la calle se le llama a secas y casi familiarmente »Fidel«. La preparación y realización de la entrevista, así como las circunstancias que la rodearon, corresponden a la experiencia de cuanto extranjero logró verlo y son, por consiguiente, demostrativas de una actitud reiterada y que se inspira en causas que no se ocultan y que el pro- pio Castro proclama: el temor a que se atente contra su vida. Por ello, toda reunión con Castro es sorpresiva, inesperada hasta el último momento y efectuada en sitio y hora desconocidos para el interlocutor. En la primera visita de las autoridades univer- sitarias cubanas al Hotel Nacional, en que se nos ubicó, a las pocas horas de nuestra llegada, se nos dio a conocer ) 8 ( el programa de actividades por desarrollar durante nuestra estada y se nos pidió amablemente que sugirié- ramos los cambios y variaciones que nos parecieren convenientes. La reacción fue espontánea y unánime: todo estaba perfecto pero habríamos deseado ver en la agenda una entrevista con el Primer Ministro. El Rector se excusó diciendo que lo lamentaba muy de veras, que se había considerado esa ¡dea pero que a las pesadas tareas de siempre, el Comandante tenía que agregar ahora la recepción y atención de jefes de Esta- do y autoridades del mundo socialista que habían co- menzado a arribar con motivo de un nuevo aniversario del asalto al Cuartel Moneada, hoy Fiesta Nacional de Cuba. Castro carecía en absoluto de tiempo pero, de todos modos, haría un intento de obtener audiencia, aunque nos rogó que no nos hiciéramos muchas ilusio- nes. Esto ocurría el viernes 17 de julio a las diez de la noche, horas después de nuestra llegada a La Habana. Al día siguiente muy temprano viajaríamos en »gua- guastf —como simpáticamente llaman los cubanos a los buses— de la Universidad, hacia Pinar del Río, a unos 180 kms. hacia el poniente, para visitar y conocer la reforma agraria en esa hermosa y rica zona, la nueva organización del servicio médico en el campo, las es- cuelas rurales, los jardines infantiles, los centros de in- vestigación. Regresaríamos a la capital el domingo 19 por la tarde, para asistir a las 20 horas a una comida ) 9 ( oficial que nos ofrecía el Rector en la Casa del Proto- colo. Nada más podríamos saber, en consecuencia, de nuestra solicitada entrevista, hasta el regreso. Ese domingo a mediodía los buses corrían de vuel- ta a La Habana. Se hizo un alto para almorzar en un her- moso paraje —Soroa— convertido hoy en restaurante y centro turístico, y antes famoso por su orquideario particular. Hacía calor y llovía torrencialmente. A los postres vimos llegar a uno de los típicos Alfa-Romeo que usan las altas autoridades. Son todos iguales. De él descendió uno de los Vicerrectores de la Universidad, encargado de las relaciones públicas. Traía un recado del Rector y nos pedía apresurar el almuerzo para seguir de inmediato a La Habana, pues el Rector tenía urgencia en conversar con nosotros y nos esperaba a las 17 horas en sus oficinas de la Ciudad Universitaria. Había el tiempo justo para alcanzar a llegar a esa hora, siempre que partiéramos rápidamente y marcháramos sin interrupciones. Con cierta impertinencia derivada de mi extra- ñeza y curiosidad, le pregunté si había ocurrido algo inesperado y grave que exigiera esa reunión, ya que estaríamos con el Rector poco más tarde, como invita- dos suyos en la comida de la Casa del Protocolo. Contestó lacónicamente que no tenía ninguna otra información que no fuese el mensaje ya dado. Insistió, sí, en la conve- niencia de salir inmediatamente. ) 10 ( Subimos presurosos a las »guaguas«, sin que mu- chos concluyeran el café. El aspecto de todos era peculiar: tenidas depor- tivas muy livianas: un pantalón delgado y una camisa abierta de manga corta, ajados por las largas horas de estar sentados en los buses y por caminar a campo travie- sa; sin habernos afeitado ese domingo y varios muy de- macrados por angustiosas molestias intestinales. El agua era, de una u otra manera, la causa de ambos hechos: no la había en los moteles a la temprana-hora •en que nos levantamos y la bebimos cruda durante la víspera. Apenas pasadas las cinco de la tarde, después de rodar en medio de tropicales chubascos y de haber afrontado las paradillas inevitables que exigían los en- fermos del estómago, las «guaguas® entraron al parque que circunda el edificio de la Rectoría en la Ciudad Universitaria de La Habana. Recién había escampa- do y el pavimento permanecía mojado y la atmósfera tibia y húmeda. Milicianos vigilaban las rejas de entra- da. Una eufórica exclamación del »compañero(< chofer sacudió nufestra modorra: «Chicos, me parece que van a ver a Fidel«. Consultado de inmediato, explicó que estaba allí la guardia personal de Castro, lo que anuncia- ba su presencia en la Rectoría. Eran los milicianos que habíamos divisado metralleta en mano. Efectivamente, Fidel nos esperaba junto al Rector. Hechas las presentaciones del caso y sin mayores ex- ) 1 1 ( plicaciones, pasamos a una pieza en que sólo había una gran mesa rodeada de sillas. Parecía una sala de con- sejo. ¡A qué dudar que todos estábamos gratamente sorprendidos y nerviosos! Tomamos asiento presididos por Castro. Noté que los profesores cubanos que nos acompañaban y hacían de guías, habían desapa- recido. Sólo quedábamos los chilenos y el Rector, que no participó verdaderamente en la conversación. Es- cuchaba en silencio, preocupado de atender una máqui- na grabadora y de tomar, cada cierto tiempo, fotogra- fías desde distintos ángulos, las que después nos pro- porcionó graciosamente. Castro comenzó hablando en voz baja y casi con timidez, después de algunos segundos de expectación. Tomó un pequeño block y un lápiz que había sobre la mesa frente a cada asistente y comenzó a jugar con ambos. Dijo algo sobre la civilización incásica y sus vinculaciones con los araucanos. No tenía claro cuál había sido la influencia de ella sobre éstos ni hasta dónde se había extendido. Hizo preguntas y se siguie- ron varias acotaciones de profesores chilenos. De ma- nera insensible pasó del tema aborigen a las riquezas naturales de Chile. Lenta pero progresivamente, su palabra se hacía más segura y más briosa. Habló del sali- tre, del cobre, de la agricultura de Chile y de las obras de regadío hechas y por hacer, de las posibilidades de intercambio comercial con Cuba. Entró a la revolución cubana; analizó sus antecedentes y causas; aludió al ) 1 2 ( imperialismo, al bloqueo, a la tarea desarrollada y a los planes pendientes, etc. Todos comenzamos a sentirnos embrujados por su atractivo personal, su fe, su mística, su fuerza interior, su poderosa inteligencia, su verba fácil y espontánea con el sello característico de la en- tonación cubana, su memoria increíble para las citas y las cifras, su simpatía, su sólida preparación ideoló- gica, su gran sentido de comunicación con los interlo- cutores. El diálogo pasó poco a poco a transformarse en monólogo rara vez interrumpido.