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Mundoclasico.com viernes, 28 de marzo de 2003

FRANCIA Rossini en La Bastilla

JORGE BINAGHI

Ambiguo título. Adrede. Cuando las cosas van mal, --- encontrarse de pronto en el sitio que ocupó la Bastilla París, domingo, convertido en teatro de ópera, ballet y concierto hace 23 de marzo de confiar en que pese a los retrocesos que nos toque padecer 2003. Opéra de el mundo irá a más, no a menos. Que después del silencio Paris, Bastille. Guillaume Tell comenzado en 1932, justo ahora se estrene una nueva (París, sala Le producción de la última ópera de Rossini, esa tan “rara”, Peletier, 3 de agosto de 1829), libreto de V-E. de Jouy y tan “distinta”, tan “monumental”, tan “terrible”, tan llena H.Bis, música de G. Rossini. Escenografía: de futuro sin dejar de echar una mirada para nada Peter Davisont. Vestuario: M-J. Lecca. despectiva al pasado, parece confirmar la hipótesis. Pese a Coreografía: Blanca Li. Puesta en escena: Francesca Zambello. Intérpretes: Thomas las pocas ocasiones (siempre serán pocas), he tenido la Hampson (Tell), suerte de ver con relativa frecuencia el Tell, y en alguna (Arnold), Hasmik Papian (Mathilde), Wojtek Smilek (Walter), Alain Vernhes ocasión hasta mejor -en conjunto- que aquí. Pero así como (Melcthal), Toby Spence (el pescador), en o en Praga, aunque no Gaëlle Le Roi (Jemmy), Nora Gubisch hayan sido para nada los mejores, me hicieron participar (Hedwige), Jeffrey Walker (Gesler), Janez Lotric (Rodolphe) y otros. Orquesta y coro de una atmósfera que no se da en ninguna otra parte (en el de la Opera de Paris (maestro de coro: caso de la ópera de Verdi es electrizante de conmovedor), Peter Burian).Dirección de orquesta: Bruno me sorprendí a mí mismo emocionándome de un modo Campanella. muy especial con Guillaume Tell en París.Un domingo a la tarde muy temprano (casi cuatro horas de música, dígase lo que se diga no fácil), con un sol radiante, una situación pesada, y el aforo estaba al completo, el público inusualmente atento y si bien no aplaudió demasiado en el transcurso de la función hubo momentos de una atención y tensión especiales. Nunca más grande que en la breve escena final de invocación a la libertad restaurada en una naturaleza pacificada (nunca tuvo una tormenta semejante sentido en Rossini -aunque fuera sólo por esto, y no es el caso, el título sería fundamental en la historia del género). El aplauso que siguió a las notas finales fue enorme, casi un rugido (en la medida en que pude darme cuenta, visto que yo estaba haciendo exactamente eso): nunca me había dado cuenta -aparte de mentalmente y por haber leído el corto pero meduloso análisis de Fedele D’Amico en Il teatro di Rossini: ¡Cómprenlo ya si no lo tienen!- de la renovación del tema shakespiriano del hombre como microcosmos que perturba a la naturaleza con su mal obrar y que por eso mismo debe restaurar el orden en el macrocosmos. Aquí fue clarísimo desde el clima bucólico inicial en medio del desastre a la serena paz duramente conquistada del final. Shakespeare sabía que la música era el arte más apto para ponernos de acuerdo con nosotros mismos y el mundo y Rossini le da la razón. No sólo es capaz de convertir lo que parece ser un inevitable “finale primo” con su característico “crescendo” en un concertante que diez años antes de Oberto hace pensar en Verdi, no sólo escribe una obertura inédita en él y absolutamente específica.Para seguir con Verdi (y antes), nunca se insistirá bastante en el carácter de padre del protagonista ni en esa estremecedora melodía, simple y corta y tan poco “rossiniana” (cuando queremos reducir a los genios, decimos estas tonterías) que es la única aria del protagonista en el momento de tener que disparar la flecha sobre la cabeza de su hijo. Pero es que también la entrada de Mathilde con su aria de amor a la naturaleza y a un hombre es especial en la obra rossiniana y cargada de referencias posteriores: que el autor haya tenido la visión de lo que traía ese siglo, lo plasmara de modo genial y luego ya no volviera a escribir ópera - probablemente porque ese mundo que como adelantado descubría no era el suyo- es un signo claro de grandeza, inteligencia, sabiduría, comprensión y hasta resignación.Si hoy tuviéramos un Rossini … En realidad lo tenemos porque sigue teniendo sus lozanos 37 años, pero hay que servirlo bien. La Opera de París se esmeró, aunque no parece haber afinado la puntería en cada una de las opciones. Francesca Zambello ha hecho muchas mejores cosas aquí mismo, y ni los decorados la ayudaron (el del último acto fue un auténtico suplicio de publicidad cinematográfica de chocolate suizo; los otros estuvieron algo mejor, sobre todo el primero), ni algunos de los protagonistas parecían demasiado interesados en hacer creíbles su personajes. Al menos la directora comprendió que lo fundamental estaba en la música y no la estorbó: la ilustró, no siempre adecuadamente, pero no la perjudicó. En cambio, nunca he oído personalmente a Bruno Campanella tan acertado en una ópera como en esta, que es complejísima. Concertó con verdadera maestría, sus tiempos -otras veces discutibles- fueron justos y sólo faltó cierto brillo en las danzas (buena coreografía de Blanca Li, que, con algún exceso, logró hacerlas formar parte del drama) y cierta intensidad en algunos de los grandes conjuntos. La orquesta le respondió bien (salvo un desliz de los trombones en la obertura, justamente) y el coro estuvo en un gran día y los aplausos a su director lo confirmaron.El más aplaudido a telón abierto fue Marcello Giordani. Me convenció más que en su pasado Pirata, los agudos suenan menos forzados y más seguros, pero el fraseo sigue siendo trivial y en algunos momentos innecesariamente lastimero; el francés ha mejorado, pero no siempre el fiato le responde y especialmente centro y media voz se destimbran. Como artista es inexistente (por ser piadosos) y pese al empeño, el dúo del segundo acto le costó y la afinación fue el precio por unos agudos; realmente lo que mejor cantó fue su terrible aria, pero la cabaletta siguiente hizo pensar en algunos comentarios de Rossini sobre Duprez cuando éste le cantó en privado la versión con el famoso “do de pecho”.Hasmik Papian tiene voz, mucha, pero tampoco parecía muy interesada en lo que ocurría, fue incapaz de cantar piano (y “Sombre forêt”, justamente escrita para la Cinti, está llena de sutilezas y matices que aquí ni se escucharon: es más, el aria parecía aburrida y no lo es). No sé por qué, aparte del hecho de dar la versión integral, no se cortó su segunda aria: es la única que detiene la acción (más que las danzas) y pese a que las agilidades son pocas, hace falta una belcantista, cosa que Papian no es. Más cómoda y mejor estuvo con su chorro de voz -metálica y muchas veces opaca- en el gran concertante del tercer acto y en la plegaria del cuarto.Wojtek Smilek sigue cantando cada vez mejor su ‘Walter’, que ya le he oído en dos ocasiones: el bajo polaco es un elemento más confiable e interesante que algunos nombres que dan vuelta por allí. Claro que le tocó como ‘Melcthal’, el padre de ‘Arnold’, Alain Vernhes, que fue el más sonoro, de un estilo y articulación únicas y un excelente artista. Traerlo a él para la breve pero importante parte y a Janez Lotric (que en otras funciones cantará ‘Arnold’) para la aún más ingrata (y difícil) del sicario ‘Rodolphe’ hizo pensar en la Opera de París de 1830. Incluso una parte menor como la de ‘El cazador’ estuvo bien servida por Vincent Menez. El odioso ‘Gesler’ fue el más que correcto bajobarítono Jeffrey Wells, muy en carácter. ‘El pescador’ que tiene sólo una intervención de gran dificultad e importancia estuvo en las excelentes manos de Toby Spence, al que sólo hay que reprocharle -si eso es posible- un grave velado y feo, pero los saltos al agudo fueron impecables. En ‘Leuthold’, una parte aparentemente poco agradecida, se lució el timbre oscuro y el volumen de Gregory Reinhart. Optima fue la impresión que dejó Gaëlle Le Roi en otro de sus personajes de adolescente “en travesti”, tanto por la desenvoltura escénica como por la excelencia del canto de su ‘Jemmy’.Nora Gubisch -muy aplaudida, voz de gran importancia, excelente actriz, agudos un tanto estridentes- extrajo el máximo partido de la fiel esposa de ‘Tell’. Pero sin ‘Tell’ (me disculparán los adictos tenoriles) no hay gran producción de esta obra. No creo que Thomas Hampson tenga la voz ideal para la parte, y de hecho en varios momentos de fuerza tuvo que oscurecer demasiado el timbre y el agudo resultaba luego abierto o gritado en los recitativos, y no siempre se lo escuchó como sería de desear en los concertantes. Pero es un actor estupendo, un cantante inteligente capaz de convertir esas limitaciones señaladas en virtudes, un dechado de musicalidad, un lingüista notable (¡Qué francés!) y un maestro del fraseo. No tuvo ni un solo aplauso después de la mencionada y emocionante “Sois immobile”, precisamente porque logró sobrecoger, pero cuando apareció al final el clamor fue ensordecedor … y merecido (aunque yo no frecuentaría tan seguido roles que lo pueden agotar más de la cuenta muy rápido).Me gustaría cerrar esta reseña, que por el momento cierra también para mí este repentino y bienvenido año rossiniano, con la primera frase en que Hampson impactó en el primer acto -algunas medidas posterior a su primera intervención: “Es aquí donde vivieron en paz mis antepasados, donde huyo de los tiranos y oculto a sus ojos la felicidad de ser esposo, la felicidad de ser padre”. Porque del héroe nacional Rossini ha elegido la dimensión “familiar”; a ‘Tell’ no le queda más remedio que pelear para poder seguir viviendo en paz, pero también con dignidad: hay mucho que aprender todavía de esta ópera, de este autor. © 2003 Jorge Binaghi / Mundoclasico.com. Todos los derechos reservados