4 Conmishermanos
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AQUÍ, CON MIS HERMANOS LOS TRABAJOS DE HÉRCULES Hijo de Júpiter y Alcmena, Hércules nació de los amores que tuvo un día lo eterno con el tiempo. Júpiter acarició, en el pecho de Alcmena, dos relojes, y Hércules fue amamantado por una clepsidra de leche. Estaba Hércules aún en la cuna –empeñado en el primero de sus trabajos: existir– cuando Juno, su enemiga, le envió dos serpientes para que le matasen. Al principio, el niño tebano tomó los cascabeles de las serpientes como una de sus sonajas, una de esas alcancías en que los mayores coleccionan ruido. Pero al descubrir en uno de los áspides una mirada inyectada de veneno, al comprobar que la línea más corta entre el peligro y su cuerpo era una serpiente, con torpeza, porque su mano daba apenas los primeros ademanes, arrojó hacia los cuellos de sus invasoras una jauría de huellas digitales, hasta hacer de las víboras dos lianas, una frente a la otra, dos rieles en que por fin hizo que se descarrilara la amenaza. Ante la abestiada, deben alzar cabeza músculos racionales. Cuando se afirma el hombre, los animales tienen que inclinar la cerviz ante su fuerza: hasta los monos poseen, frente a él, neuronas hincadas de rodillas. No basta, no, cargar en nuestro fardo silogismos. O fumar cigarrillos de dialéctica. U organizar guerrillas de argumentos. O ser doctor en citas y poner a nuestra propia lengua entre comillas. Se precisa también alzar en brazos la blindada energía del vigor, que se materializa en esas grietas (que a toda fortaleza debilitan) por donde se derrama, avergonzada, la derrota. Hércules, hijo de un dios y una mortal, lucía entre sus tejidos una que otra célula eterna. En su cabeza no sólo había huesos efímeros, temporales izquierdos o derechos; también aquellos, frontales, que encaraban lo eterno. Como hijo de un dios y una mortal, Heracles era un héroe. Y en todos sus trabajos, safari de demonios, encontró la justicia el brazo armado, armado de poder y de esperanza. Oigamos, pues, la historia del tebano. Acérquense mis hijos, ven mi amada. Rodeen, bien atentos, a mi pluma. 369 PRIMER TRABAJO Hércules descendió hasta los infiernos, al sótano del ser, al inconsciente del conjunto de adobes habitables, a la bodega, en fin, donde se apiñan las cosas más oscuras. Quería comenzar con este viaje su colección de sombras. Aunque cerró sus párpados, como si le pagara dos monedas a Caronte –la cuota requerida para poder codearse con los Hades–, no los sufría muertos, clausurados, colgando las miradas ya perdidas telarañas al centro de sus cuencas. Mas al bajar, de pronto lo detiene el triádico gruñido de un candado. La trinidad de perros que agresiva la entrada. Mira entonces Heracles la feroz, la renuente cerradura, célula de jauría que se pone a roer en vez de huesos las llaves más confiadas. Hércules advirtió que el cancerbero, la tapia que sostiene, repelente, la hilera de cristal de sus colmillos, cuidaba, can al fin, con sus cabezas tres jardines distintos: los Hades –tribunal, sala de espera del reloj con que mide un dios su tiempo, balanzas que examinan el sentido de orientación que tuvo cada planta–, el Tártaro –lugar de los suplicios, de torturas sin fin como si reencarnara alguna cárcel 370 de la América nuestra en ultratumba–, y los Campos Elíseos donde los corazones llevan a apacentar a sus latidos a la palabra paz... Hércules descendió hasta los infiernos y retó al cancerbero a que midiesen sus fuerzas, con la regla de vencer o morir, con la amenaza de ver quién recibía finalmente en su sien el centímetro asesino. Realizó esta proeza para que no haya nadie que le impida arrojar a ultratumba al enemigo, regalarle una cuota de estertores y escamotearle el pulso hasta dejarlo con los ojos en blanco, en el blanco en que da por fin lo negro. 371 SEGUNDO TRABAJO I Con el león de Nemea, se oye subir en el pueblo la marea de oraciones la cúspide de aflicciones que en su saliva levanta la arrodillada garganta. Todo mundo está escondido en su casa a piedra y todo lo que sirve a la clausura. Todo se halla recluido. Recluido a miedo y lodo. Hasta se hace el ojo ciego de una hormiga, frente a la llave enemiga, el que fue un ojo hasta ayer de cerradura. Todo mundo está escondido de tal modo, que la gente da al olvido, disfrutando las mercedes de un cuarteto de paredes, hasta el vergel que rodea a cada casa en Nemea. Si de par en par abierta alguien dejara la puerta del su audacia, el león simularía león de circo romano que, en devorando a un cristiano (al sonar, de la desgracia, los claros, claro, clarines), se la pasa el santo día eructando querubines. 372 II Hércules se hizo joven y maduro, celebrando el cumpleaños de sus músculos, desde que eran minúsculos en el embrión, preñado de futuro, que en el vientre de Almena esperaba, paciente, la novena nalgada natural del calendario para soltar a gritos, con fiereza, la letra con que empieza siempre el existencial abecedario. Llevaba en su carcaj flechas sabuesas a quienes daba a oler siempre lo blanco para hallar, atinando, el paso franco en las heridas esas que le dan, a la victima que corre por huir en la torre de un castillo en el viento que se viene con todos los suspiros que retiene. Más la piel de la fiera, insobornable, hacía que los dardos, los empeños de penetrar lo que era impenetrable, quedaran achatados, aguileños como botín de guerra que se incauta el fracaso, el revés, los rotos sueños, al fúnebre sonido de una flauta. Al fracasar los picos de sus dardos, pensó en arma diversa: en el taller de añicos del mazo; mas la adversa e indestructible piel, que es un escudo del animal desnudo, agusanó de grietas a ese mazo en el instante mismo del mazazo. Hércules se lanzó entonces al cuello de la fiera a espigar bajo su brazo la flor intermitente del resuello. El león de Nemea dio señales, con las fosas nasales 373 tapiadas por la asfixia, de que el trance definitivo estaba ya al alcance de las manos del héroe. Y el felino estaba de ser polvo ya en camino... 374 TERCER TRABAJO I Se aproxima. Se escucha el cerdo en pie de lucha de un jabalí iracundo que amaga a todo mundo. A ese cerdo no había que darle margaritas de confianza. Tenía la afición de hacer citas con la muerte, el cadalso o el paso dado en falso. II Hércules en sus puños se hizo fuerte. Se atrincheró en su tórax y dio muerte a toda indecisión conciliadora. Contempló su reloj. Vio si le había llegado al jabalí por fin la hora. Ante ese masculino Jabalí poderoso, Hércules preparó su jabalina, y la puso en camino, como una alada esencia femenina, de dar en su destino: el jabalí amoroso que se queda lamiéndose la nada que nace de su carne lastimada. 375 CUARTO TRABAJO Las amazonas, desde pequeñas armadas hasta los dientes de leche. Las amazonas, que tenían por muñecas puñales a los que hacían su ropa interior de sangre. Las amazonas, que poseían la regla de ofrecer como tributo sus rojas mensualidades al vampiro dominante. Las amazonas, escudadas tras los senos de blindada contextura, que partían tras la lucha como flores purulentas –con pus en vez de rocío– hacia el campo de matanza. Las amazonas, que rechazaban al hombre, porque ama zonas prohibidas de sus cuerpos delicados. Las amazonas, que eran ángel de la guarda del sistema canceroso, que eran dulce compañía del orden, que eran guardianes que arrojaban el "¿quién muere?" a todo el que se acercaba. Las amazonas, que eran soldados ausentes de la hombría necesaria para volver su armamento –como tiro que incubase las entrañas descontentas de una rebelde culata– contra el poder. Femeninas, las armas que utilizaban, carecían de testículos y marchaban contoneando culatas que eran más bien alcancías prostitutas que esperaban su moneda. El tebano se hizo fuerte. Levantó en ristre su furia. Buscó en la caballeriza la mitad de su centauro. Devoró con las espuelas caudales de geografía. Se acercó a las amazonas, las hizo retroceder hasta las zonas del miedo. Se dividió en dos personas. Comenzó a multiplicarse. Formó un ejército entero. 376 Entonces, en las ciudades, nacieron los campanarios. Se oscurecieron los cielos con parvadas de sonidos. Y en hombros de la victoria se paseó por todas partes la cuarta de las proezas realizadas por el héroe. 377 QUINTO TRABAJO La espantosa fiera, de siete serpientes-cabezas dotada, de siete cabezas como una semana racional entera, esculpía tristezas, golpetear de dientes, sembraba agonías, puñados de nada. La hidra amenazante siempre estaba pronta (no tenía un áspid, es claro, de tonta) de luchar a muerte con cualquier viandante. Confiada, sabía que cada serpiente se subdividía si era cercenada por una saeta o por una espada mostrando un complejo digamos de horqueta. El héroe tebano avanzó resuelto. Levantó la mano y al cortar de golpe todas las cabezas, miró las flaquezas que la hidra escondía: pues ya no podía, al sentir el tajo mortal de la espada, duplicar su nada. 378 SEXTO TRABAJO Si el gorjeo que enmiela la garganta del ave, es alpiste que canta, ambrosía en partículas que vuela, las carnívoras aves, genocidas, el nubarrón cargado de mordidas, no desnudan un canto precisamente dulce o dulcinante que sea la esperanza y el encanto del caballero andante, si no gruñen más bien, dan arañazos de notas al oído, embadurnan su cántico del ruido que es heraldo feroz de los zarpazos.