AQUÍ, CON MIS HERMANOS

LOS TRABAJOS DE HÉRCULES

Hijo de Júpiter y Alcmena, Hércules nació de los amores que tuvo un día lo eterno con el tiempo. Júpiter acarició, en el pecho de Alcmena, dos relojes, y Hércules fue amamantado por una clepsidra de leche. Estaba Hércules aún en la cuna –empeñado en el primero de sus trabajos: existir– cuando Juno, su enemiga, le envió dos serpientes para que le matasen. Al principio, el niño tebano tomó los cascabeles de las serpientes como una de sus sonajas, una de esas alcancías en que los mayores coleccionan ruido. Pero al descubrir en uno de los áspides una mirada inyectada de veneno, al comprobar que la línea más corta entre el peligro y su cuerpo era una serpiente, con torpeza, porque su mano daba apenas los primeros ademanes, arrojó hacia los cuellos de sus invasoras una jauría de huellas digitales, hasta hacer de las víboras dos lianas, una frente a la otra, dos rieles en que por fin hizo que se descarrilara la amenaza. Ante la abestiada, deben alzar cabeza músculos racionales. Cuando se afirma el hombre, los animales tienen que inclinar la cerviz ante su fuerza: hasta los monos poseen, frente a él, neuronas hincadas de rodillas. No basta, no, cargar en nuestro fardo silogismos. O fumar cigarrillos de dialéctica. U organizar guerrillas de argumentos. O ser doctor en citas y poner a nuestra propia lengua entre comillas. Se precisa también alzar en brazos la blindada energía del vigor, que se materializa en esas grietas (que a toda fortaleza debilitan) por donde se derrama, avergonzada, la derrota. Hércules, hijo de un dios y una mortal, lucía entre sus tejidos una que otra célula eterna. En su cabeza no sólo había huesos efímeros, temporales izquierdos o derechos; también aquellos, frontales, que encaraban lo eterno. Como hijo de un dios y una mortal, Heracles era un héroe. Y en todos sus trabajos, safari de demonios, encontró la justicia armado, armado de poder y de esperanza. Oigamos, pues, la historia del tebano. Acérquense mis hijos, ven mi amada. Rodeen, bien atentos, a mi pluma.

369 PRIMER TRABAJO

Hércules descendió hasta los infiernos, al sótano del ser, al inconsciente del conjunto de adobes habitables, a la bodega, en fin, donde se apiñan las cosas más oscuras. Quería comenzar con este viaje su colección de sombras. Aunque cerró sus párpados, como si le pagara dos monedas a Caronte –la cuota requerida para poder codearse con los Hades–, no los sufría muertos, clausurados, colgando las miradas ya perdidas telarañas al centro de sus cuencas.

Mas al bajar, de pronto lo detiene el triádico gruñido de un candado. La trinidad de perros que agresiva la entrada. Mira entonces Heracles la feroz, la renuente cerradura, célula de jauría que se pone a roer en vez de huesos las llaves más confiadas.

Hércules advirtió que el , la tapia que sostiene, repelente, la hilera de cristal de sus colmillos, cuidaba, can al fin, con sus cabezas tres jardines distintos: los Hades –tribunal, sala de espera del reloj con que mide un dios su tiempo, balanzas que examinan el sentido de orientación que tuvo cada planta–, el Tártaro –lugar de los suplicios, de torturas sin fin como si reencarnara alguna cárcel

370 de la América nuestra en ultratumba–, y los Campos Elíseos donde los corazones llevan a apacentar a sus latidos a la palabra paz...

Hércules descendió hasta los infiernos y retó al cancerbero a que midiesen sus fuerzas, con la regla de vencer o morir, con la amenaza de ver quién recibía finalmente en su sien el centímetro asesino. Realizó esta proeza para que no haya nadie que le impida arrojar a ultratumba al enemigo, regalarle una cuota de estertores y escamotearle el pulso hasta dejarlo con los ojos en blanco, en el blanco en que da por fin lo negro.

371 SEGUNDO TRABAJO

I

Con el león de Nemea, se oye subir en el pueblo la marea de oraciones la cúspide de aflicciones que en su saliva levanta la arrodillada garganta.

Todo mundo está escondido en su casa a piedra y todo lo que sirve a la clausura. Todo se halla recluido. Recluido a miedo y lodo. Hasta se hace el ojo ciego de una hormiga, frente a la llave enemiga, el que fue un ojo hasta ayer de cerradura. Todo mundo está escondido de tal modo, que la gente da al olvido, disfrutando las mercedes de un cuarteto de paredes, hasta el vergel que rodea a cada casa en Nemea.

Si de par en par abierta alguien dejara la puerta del su audacia, el león simularía león de circo romano que, en devorando a un cristiano (al sonar, de la desgracia, los claros, claro, clarines), se la pasa día eructando querubines.

372 II

Hércules se hizo joven y maduro, celebrando el cumpleaños de sus músculos, desde que eran minúsculos en el embrión, preñado de futuro, que en el vientre de Almena esperaba, paciente, la novena nalgada natural del calendario para soltar a gritos, con fiereza, la letra con que empieza siempre el existencial abecedario.

Llevaba en su carcaj flechas sabuesas a quienes daba a oler siempre lo blanco para hallar, atinando, el paso franco en las heridas esas que le dan, a la victima que corre por huir en la torre de un castillo en el viento que se viene con todos los suspiros que retiene. Más la piel de , insobornable, hacía que los dardos, los empeños de penetrar lo que era impenetrable, quedaran achatados, aguileños como botín de guerra que se incauta el fracaso, el revés, los rotos sueños, al fúnebre sonido de una flauta.

Al fracasar los picos de sus dardos, pensó en arma diversa: en el taller de añicos del mazo; mas la adversa e indestructible piel, que es un escudo del animal desnudo, agusanó de grietas a ese mazo en el instante mismo del mazazo.

Hércules se lanzó entonces al cuello de la fiera a espigar bajo su brazo la flor intermitente del resuello. El león de Nemea dio señales, con las fosas nasales

373 tapiadas por la asfixia, de que el trance definitivo estaba ya al alcance de las manos del héroe. Y estaba de ser polvo ya en camino...

374 TERCER TRABAJO

I

Se aproxima. Se escucha el cerdo en pie de lucha de un jabalí iracundo que amaga a todo mundo. A ese cerdo no había que darle margaritas de confianza. Tenía la afición de hacer citas con la muerte, el cadalso o el paso dado en falso.

II

Hércules en sus puños se hizo fuerte. Se atrincheró en su tórax y dio muerte a toda indecisión conciliadora. Contempló su reloj. Vio si le había llegado al jabalí por fin la hora.

Ante ese masculino Jabalí poderoso, Hércules preparó su jabalina, y la puso en camino, como una alada esencia femenina, de dar en su destino: el jabalí amoroso que se queda lamiéndose la nada que nace de su carne lastimada.

375 CUARTO TRABAJO

Las amazonas, desde pequeñas armadas hasta los dientes de leche. Las amazonas, que tenían por muñecas puñales a los que hacían su ropa interior de sangre. Las amazonas, que poseían la regla de ofrecer como tributo sus rojas mensualidades al vampiro dominante. Las amazonas, escudadas tras los senos de blindada contextura, que partían tras la lucha como flores purulentas –con pus en vez de rocío– hacia el campo de matanza. Las amazonas, que rechazaban al hombre, porque ama zonas prohibidas de sus cuerpos delicados. Las amazonas, que eran ángel de la guarda del sistema canceroso, que eran dulce compañía del orden, que eran guardianes que arrojaban el "¿quién muere?" a todo el que se acercaba. Las amazonas, que eran soldados ausentes de la hombría necesaria para volver su armamento –como tiro que incubase las entrañas descontentas de una rebelde culata– contra el poder. Femeninas, las armas que utilizaban, carecían de testículos y marchaban contoneando culatas que eran más bien alcancías prostitutas que esperaban su moneda.

El tebano se hizo fuerte. Levantó en ristre su furia. Buscó en la caballeriza la mitad de su centauro. Devoró con las espuelas caudales de geografía. Se acercó a las amazonas, las hizo retroceder hasta las zonas del miedo. Se dividió en dos personas. Comenzó a multiplicarse. Formó un ejército entero.

376 Entonces, en las ciudades, nacieron los campanarios. Se oscurecieron los cielos con parvadas de sonidos. Y en hombros de la victoria se paseó por todas partes la cuarta de las proezas realizadas por el héroe.

377 QUINTO TRABAJO

La espantosa fiera, de siete serpientes-cabezas dotada, de siete cabezas como una semana racional entera, esculpía tristezas, golpetear de dientes, sembraba agonías, puñados de nada. La hidra amenazante siempre estaba pronta (no tenía un áspid, es claro, de tonta) de luchar a muerte con cualquier viandante. Confiada, sabía que cada serpiente se subdividía si era cercenada por una saeta o por una espada mostrando un complejo digamos de horqueta.

El héroe tebano avanzó resuelto. Levantó la mano y al cortar de golpe todas las cabezas, miró las flaquezas que la hidra escondía: pues ya no podía, al sentir el tajo mortal de la espada, duplicar su nada.

378 SEXTO TRABAJO

Si el gorjeo que enmiela la garganta del ave, es alpiste que canta, ambrosía en partículas que vuela, las carnívoras aves, genocidas, el nubarrón cargado de mordidas, no desnudan un canto precisamente dulce o dulcinante que sea la esperanza y el encanto del caballero andante, si no gruñen más bien, dan arañazos de notas al oído, embadurnan su cántico del ruido que es heraldo feroz de los zarpazos.

Son aves divorciadas del ambiente de mansos animales y de gente; a flor de pico tienen la ponzoña que al instante de hablar se les derrama, y royen pedacitos de carroña en la verde oficina de su rama.

Hércules las miró; supo al momento que no eran despreciables las bombas de rasguños inflamables que soltaban al viento.

Trocitos de masacre, muñones de aeroplanos, las miró conquistar acre tras acre los próximos lugares, los lejanos, como un taller movible de agonías. Hércules las miró. Tomó la aljaba de buenas punterías que nunca abandonaba. Rápido, astuto, parco

379 en todo pensamiento dilatorio, le murmuró kilómetros a su arco, tras de ver cuán distante se encontraba el objeto de su riña, el grupo amenazante del canceroso viento de rapiña...

El reloj, en su entraña, proporciona el claustro en que el tic tac se halla tendido (minúsculos amantes de Verona) en sus dos ataúdes dividido. El tiempo de las aves llega al punto crítico del velorio, y un fúnebre cucú, negro, mortuorio, severo, cejijunto, anuncia que en su viaje un dardo justiciero se ha clavado en cada ave feroz, que la desgarra, y hace que se desprenda del ramaje, como nuevo enemigo derrotado, la lluvia torrencial de la chatarra.

380 SEPTIMO TRABAJO

Media luna las armas de su frente para eclipsar la vida de la gente y formar un pleamar de sangre, lloro y gritos de dolor, existe un toro a tan sólo un disparo de escopeta de la ciudad de Creta.

Toro de aquella raza que al mirar algo nuevo por la cuesta, hace que en su cerebro parta plaza la cólera que corre hacia la testa para abrirle el paréntesis del cuerno a todo lo moderno.

Hércules acudió. Miró la furia frente al inerme pueblo y su penuria de eficaz armamento.

Dudó por un momento.

Se puso pecho tierra para espiar el más débil movimiento del animal voraz. En pie de guerra fue su musculatura.

Empezó de este modo la aventura que Hércules terminó, como abigeo, al readquirir la fe en su propio brazo, tras de ver, satisfecho su deseo, que en el toro de miura es veneno el ceñirse de su lazo.

Y cargóse a sí mismo de trofeo.

El júbilo fue tanto que la gloria le puso zancadillas al olvido, y aquí está este poeta haciendo historia,

381 alzándole al tebano, frente al tiempo vencido, la empuñada victoria de su mano.

382 OCTAVO TRABAJO

Caballos carnívoros que devoran trozos de dragón, vomitan la entraña inflamada. Quizá más que potros son los animales las piezas, la carne de una pesadilla.

Hércules lo sabe.

Y se hace el jinete duro, dominante que monta las olas rebeldes, el agua llena de coraje, y obtiene remansos de las tempestades.

Los potros exhalan, con su último aliento, un postrero chorro de muertas luciérnagas.

383 NOVENO TRABAJO

Da en los Establos de Augias pesadumbre ver que la podredumbre se adueña del poder y la basura hace su dictadura. Mirar que la inmundicia maloliente es la eminencia negra del ambiente. En medio de esta cloaca donde el bajel del asco siempre atraca, y en que inclusive el polvo es la figura que asume la limpieza perseguida, hasta emerge de la ubre de la vaca la leche atardecida. Impenetrable casi a la blancura, dejando sin palabras a la aurora, la leche es el rincón de donde aflora la nata que se vuelve la clausura o la tapa de un bote de basura. El establo era entonces un castillo en paredes de estiércol levantado, donde toro, novillo, vaca, en fin, todo el ganado no podía formar la crema, el queso, sin patas de alacrán, ojos de sapo, y la leche salía, sucio harapo, por el abierto grifo de un absceso. Nadie entonces lo duda. Hay que buscar a Heracles y su ayuda. Mostrarle que es urgente desfacer este entuerto, aunque en la empresa quede herido o muerto, pero erguida y triunfal la heroica frente en que el amor fraterno embadurne los óleos de lo eterno.

Escribirle a sus músculos y astucia, al tábano marxista que lo acucia, a la táctica egregia en que encarna por pasos su estrategia,

384 en fin, a su locura que me cura, te cura y que lo cura.

Escuchen: que les hablo de un momento crucial en la existencia de Hércules: llevar hasta el Establo de Augias la efervescencia y el acuático estruendo de un cauce en que lo pulcro va corriendo.

Arrojado, , estrechó entre sus brazas la corriente del Alfeo, serpiente vencida, como ayer una tras una derrotó a dos serpientes en su cuna.

Con astucia, vigor y alevosía, el héroe aventajó, como si fuera una serpiente más, en sangre fría a la acuática fiera.

Tomó el jabón las riendas. Y las gotas se sintieron entonces a sus anchas esfumando las costras y las manchas. En medio de la espuma había flotas de boñiga, bogando con el lodo, en el mar proceloso y cantarino, tan puro y cristalino que lágrimas de Ariel lo forman todo.

Hércules no ignoraba que el trabajo de convertirse en épico estropajo era entre sus faenas, la más dura, creadora de dolor y desventura. Pero "manos a la obra", ojos al sueño", lanzo todo su empeño en limpiar el establo, el mundo infecto desde el lodo y la miasma hasta el insecto.

Hércules descansó. Miró un ganado, ganado a la limpieza, que, porfiado, se dejaba ordeñar, hora tras hora, se chorro inagotable de la aurora.

385 DECIMO TRABAJO

Nada más codiciable que la cierva que luce la cornamenta de como si fuese a ser toreada por un dios. Como si fuese un toro que, con su adorno ornado, le pone a la osamenta natural del venado los cuernos. Esa cierva mueve patas de bronce, pedestal que nos muestra, en medio del estaño (que le suelda la prisa que siempre la secuestra) el cobre de esconderse, como un autoconsciente, pudoroso tesoro, veloz como la flecha, la cólera, el meteoro.

Hércules la siguió, durante un año entero, buscándole en aquellas regiones escondidas, hasta formar sus plantas un anuario de huellas. Para poder pescarla, y regalarle al coro de personas, los cuernos de la abundancia en oro, decidió construirle, por la vega o la pampa, el hipócrita espacio que fabrica una trampa.

Enterró, en consecuencia, disfrazada con ramas, con hojas, con arcilla imprevista, terrible, la peor zancadilla...

386 DÉCIMO PRIMER TRABAJO

Como si fuera el amo verdadero del San Pedro bestial, del cancerbero, Gerión era un gigante formado por tres cuerpos, vigilante de un rebaño riquísimo de reses que engordaba, los días con los meses, hasta llenar el cántaro con esa cremosa leche obesa, que le pinta un bigote encanecido al que de ella ha bebido.

Gerión tenía almacenes de dulzura, cajas fuertes de leche, la blancura ovalada de huevos en camino de abrazar, en el plato, el comestible acote del tocino que le pone celadas al olfato.

Tenía (dedos de ángel) ciertas bolas de queso en recipientes, cacerolas, guardadas bajo llave en el armario. Poseía jamones, longaniza y todo el inventario de una desintegrada vaca suiza.

Mientras Gerión montaba vigilancia cuidando su heredad, una trompeta Soltaba con denuedo el alfiler sonoro que interpreta la salida de un cuerno de abundancia con su traje de luces hacia el ruedo.

Ante tanta riqueza sustraída de la gente de todo el vecindario, Heracles decidió brindar su vida, si fuera necesario, para matar el monstruo genocidia.

387 Le dio entonces la orden a sus puños de que cerraran filas. Preparó con ponzoñas sus rasguños. Aceró sus pupilas. Mató toda posible escapatoria de ese monstruo acosado, y guardó en su pulmón, eternizado, el olor que despide la victoria.

388 DÉCIMO SEGUNDO TRABAJO

El último trabajo. La voluntad de lucha de nuestro héroe toma forma de cúspide, de cima, o asume bajo el cráneo todo el cielo, el combustible azul de sus pasiones. Sabe que hay un dragón que nunca duerme –despierta pesadilla para todos–, vigilando en la luz la mina aérea de la rama que da manzanas de oro, manzanas que no están, ya no, cubiertas por el oro ancestral de la discordia, y que tientan por eso al hombre nuevo, al Colón de otro mundo.

Hércules avanzó valientemente. Para hacerse, después de cruenta lucha, de esas manzanas de oro, era preciso lucir entre las piernas dos enormes esferas de oro fino...

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