DOS TESTIMONIOS HISTORICOS Y FAMILIARES

1 . — LA VIDA EN LA MINA (RÍO TINTO ENTRE 1868 Y 1871)

I y AS Minas de Rio Tinto, explotadas desde época remotísima, han tenido en los tiempos modernos una historia accidentada y hasta cierto punto contraria a los intereses generales de España. Pasaron así varias veces, del Estado a compañías y de compañías al Estado, sin rendir lo que debieran. Ya en 1725 se arrendaron; en 1782 volvió el gobierno español a labrarlas por su cuenta, de modo no muy satisfactorio, paralizándose casi las tareas durante la guerra de la Independencia... Mal se volvieron a explotar en tiem• pos de Fernando VII y contra la opinión de muchos y en vista de los escasos resultados obtenidos, se arrendaron, otra vez, por veinte años, desde 1829 a 1849 y por la suma de 260.000 reales anuales en los diez primeros y 310.000 en los restantes. El Marqués de Remisa llevó adelante la explotación como director de una empresa, que no fue muy aficionado a dar informaciones acerca de lo que le rindie• ron las minas, según se lee en el Diccionario de Madoz ^. Después, se hicieron otra vez unos arriendos desbarajustados, dándose una especie de triple alianza entre la Hacienda y dos empresas consti• tuidas por algunos personajes harto equívocos. Esta situación duró hasta 1862. Desde 1862 a 1872 fue el Estado el que explotó las mi• nas. .., pero en 25 de junio de 1870 ya se había acordado la venta de las mismas, nombrándose una comisión para que las tasara. Esta comisión tasó, en efecto, minas, más muebles e inmuebles, en 104.357.769 pesetas con 44 céntimos. La subasta se llevó a cabo el

' Xm (, 1849), p. 496, 6. 26 BOL,BTÍN DB LA EEAL ACADEMIA DB LA HI8TOB1A (2)

14 de febrero de 1873, adjudicándose las minas a la casa Matheson & Co. de Londres, en 92.800.000 pesetas. No voy a contar lo que ocurrió después, sino que me limitaré a dar una idea de cómo aquella época que va de 1863 a 1872 fue de gran entusiasmos y actividad técnica. Un pequeño equipo de inge• nieros fue el que llevó adelante el estudio científico de los yacimien• tos y como prueba de su ardor quedan las obras de don Lucas Alda- na ^ y don Joaquín Gonzalo y Tarín ^, entre otras. La escuela de minas había cobrado gran impulso desde que se estableció en Ma• drid y bajo el magisterio de sabios como don Casiano del Prado (1797-1866), dio unas generaciones brillantes de ingenieros, que le• vantaron el mapa geológico de España, a costa de esfuerzo y sa• crificios increíbles. A la generación nacida entre los años de 1840 a 1850 perteneció don Lucas Mallada, sabio originalísimo (natural de Huesca, 1841), al que se deben cantidad de obras de Geología y Paleontología, además de una de caráter menos especializado, ti tulada Los males de la patria y la futura revolución española, conside• raciones acerca de sus causas y efectos, la. cual produjo acoloradas controversias, porque muchos naturalistas, geógrafos y políticos la consideraron escrita con un espíritu demasiado pesimista Compa• ñero de estudios de Mallada fue mi abuelo Serafín Baroja, al que me voy a referir más en las páginas que siguen. Pero antes insisti• ré en que la visión fisiográflca de España de Mallada hubo de influir poderosamente en los hombres de la generación de mi tío Pío, como se ve en algunos escritos de éste ^ y de Azorín ®. La personalidad de Mallada era poderosa, irónica y propia para excitar la controver-

* «Las minas de Río Tinto en el transcurso de siglo y medio» (Ma• drid, 1875). 3 «Descripción físico, geológica y minera de la provincia de », I, primera parte, descripción física; I, segunda parte, descripción geológi• ca. Estratigrafía. II descripción minera (Madrid, 1886-1888) en las Memorias de la Comisión del Mapa Geológico. * El libro se publicó en Madrid, 1890; la polémica tuvo lugar en la Real Sociedad Geográfica. * Pío Baroja hizo una semblanza de Mallada en sus «Memorias» (Ma• drid, 1955), pp. 759-760. Las conversaciones más abundantes con él las sitúa «hacia el final de la guerra de Cuba». 6 Azorín, «Madrid» (Madrid, 1941), pp. 112-117 (XXX, El libro de Ma• llada). En este escrito reacciona contra él. [3] DOS TESTIMONIOS HISTÓKICOS Y FAMIIJAEKS 21 sia. Todos los que le conocieron recordaban anécdotas curiosas de aquel hombrecito pequeño, escéptico y burlón que recorrió España con su martillo de geólogo, recogiendo fósiles y sacando la conse• cuencia final de que vivía en un «país ramplón». Su compañero y amigo Baroja fue mucho más optimista que él..., pero careció del entusiasmo científico de Mallada, de Egozcue, de don Casiano del Prado, etc. En otras palabras, mientras que Mallada era un hombre de ciencia que tuvo una visión triste del país, por razón de su mis• ma ciencia, Serafín Baroja era un temperamento optimista y un in• geniero de minas, que no creía demasiado en la Geología. Sin em• bargo, allá en su juventud tuvo un gran entusiasmo minero, creyó en que las Minas de Río Tinto iban a ser explotadas racional, cien• tíficamente, que los ingenieros jóvenes como él iban a tener una mi• sión grande que llevar adelante. La expresada decisión por parte del Estado de vender las minas, le descorazonó; tal vez le desilu• sionó para siempre. Cuanto más tiempo pasó después de aquella experiencia fundamental, más indiferencia manifestó por los asun• tos profesionales: pero veámosle ahora, recién llegado a Río Tinto, recién casado, con su mujer, su suegra y tan lejos de su ambiente familiar, a los veintiocho o ventinueve años de edad.

II

Serafín Baroja y Zornoza, nació en San Sebastián en 1840. Era hijo de un impresor. Pío Baroja y Arrieta y de Concepción Zornoza y Oyarzabal. Como resultó despejado, la familia decidió mandarle a estudiar a Madrid una carrera de prestigio: la de ingeniero. Llegó a la corte, recomendado a don , después de que su madre, sus tías, primas y demás parientes femeninos, hicieran va• rias novenas en Santa María para que el jovencito no se pervirtiese en la Babel madrileña. Las rogativas tuvieron un resultado mixto. Serafín Baroja fue un hombre honradísimo toda su vida. Pero des• de el punto de vista de la piedad familiar, vascongada, salió terri• blemente torcido..., y en esta tercedura, aun exagerada, siguieron sus descendientes. El hombre más venerado por los estudiantes de ingenieros de su época era don Casiano, hombre muy liberal y que de joven había estado preso en la Inquisición de Santiago Compos- tela. Por otro lado, el mentor del joven donostierra, don Pascual 28 BOLETÍN ÜK LA EEAL ACADEMIA DE LA HISTORIA [4]

Madoz, fue el ejecutor de la segunda desamortización y uno de los pa• triarcas del Progresismo. Serafín Baroja se hizo pronto un liberal muy anticlerical; hubiera sido el modelo de ingeniero galdosiano de haber tenido un carácter más severo y tajante e inquietudes mís• ticas y metafísicas, al estilo de muchos contemporáneos suyos. Pero no: cuando volvía al rincón nativo y llegaban los días de las fiestas solemnes, el díscolo, cogía su violoncelo y tocaba la parte que le correspondiera en Santa María, misas, salves, etc., bajo la dirección de don José Juan Santesteban, «el maestro», «Maisua», o el maestro viejo, «Maisu zarra» ^. La costumbre le llevaba al templo familiar. Aún fue y volvió varias veces en diligencia a la corte en la épo• ca de estudiante y de la corte recordaba, ya anciano, anécdotas curiosas. Por ejemplo: una noche, en cierto teatro, se encontró sen• tado junto a un caballero provecto pero atildadísimo que le tomó por un muchacho de la buena sociedad madrileña y que le habló con familiaridad, de las condesas, marquesas y duquesas que veía en los palcos, mientras que el joven de provincias se sentía algo angustiado no solo por la equivocación de que era objeto, sino tam• bién porque llevaba un frac algo raido y de prestado. El anciano, que siguió tranquilo su chachara hasta el final de todos los entreac• tos, era don Francisco Martínez déla Rosa, que murió en 1862: por lo tanto, esto tuvo que ocurrir antes, cuando el famoso político y li• terato andaba ya sobre los setenta y tantos y el joven desconocido en sus veinte. Pero tuvo Baroja también amistad real con gente que brillaba en la corte, como el pianista José María Guelbenzu, pamplonés, na• cido en 1819 y muerto en Madrid en 1886, que fue hombre con mu• cha entrada en palacio en tiempos de Isabel II y se acercó, como admirador efusivo, a las celebridades populares de la capital. Así, tiempo después, don Manuel Fernández y González le podía propo• ner en la Puerta del Sol un problema ingenieril que el novelista ya tenía resuelto: « — Oye, tu, ingeniero: ¿Cómo cubrirías la Puerta del Sol? — Sería cosa difícil, don Manuel; muy difícil ¡Que va ser difícil! ¡Eso se puede hacer con un «trenzao» hombre; con un «tren- zao»! —

La vida estudiantil fue grata. Los recuerdos, incluso de distur-

' Nació este músico original el 26 de marzo de 1809 y murió en 1884. [6] DOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS Y FAMILIARES 29 bios como los de 1866, que le costaron la vida a Alcalá Galiano y de cuyo berrinche callejero fatal fue testigo, más pintorescos que otra cosa ^. En esta época de entusiasmo estudiantil, allá por los años de 1865, usaba Serafín Baroja de una divisa compuesta por dos martillos, símbolo de la minería, colocados como la hoz y el martillo de los marxistas, y las voces alemanas «Gllück auf». Escri• bía por entonces narraciones humorísticas de tipo tan local que las alusiones que contienen son hoy día ininteligibles y le apuntó una vocación novelística, nunca desarrollada y nunca anulada tampoco. Entre los papeles que dejó me encuentro con unos pliegos, hasta cuarenta y ocho páginas impresas, llenas de enmiendas y tachadu• ras, de una novela titulada Los pillos de la playa, fechados en 1865 ^. Pero la revolución del 68 le cogió a Baroja con la carrera termi• nada, casado y destinado a las Minas de Río Tinto. Tenía una mujer de menos de veinte años, Carmen Nessi y Goñi, nacida en 1849; con la mujer y él fue a la mina la suegra, doña Gertrudis Goñi y Alza- te. La recién casada, entera, serena, cambió de medio, sin grandes problemas mentales que resolver. Fue toda su vida una naturaleza estoica, ya que no ascética. El yerno y la suegra estuvieron más nerviosos, añorando la tierra natal, los aires del Norte, las alegrías de la pequeña ciudad fronteriza, según recordaba de mayor la re• cién casada del momento. Viaje duro era el de San Sebastián a Madrid, de Madrid a Sevi• lla, de Sevilla a las Minas. Pero no todo eran nostalgias para el joven ingeniero. Iba a unos yacimientos fabulosos, atravesando un país desconocido para él, pero famoso por lo pintoresco y en un momento de gran agitación social. Serafín Baroja acogió la «Glo• riosa» con entusiasmo y llegó a su destino ávido de trabajo. En un humilde cuadernillo dejó testimonios del viaje, de la estancia, de

8 Pío Baroja recordaba la impresión de los alborotos en el ánimo de su padre. " He aquí la portada: «Los pillos de la playa. / Novela escrita en vas• cuence / por / Tantanfirulet, / célebre tamborilero de Mizpirandienea / y vertida al castellano / por Andre Grashi. // San Sebastián. — En la impren• ta de Pío Baroja. / 1865». Otra colección aparece iniciada con esta portada manuscrita: «Noveluchas y Cuentos, / sucedidos y pasatiempos / de/S. B. Z./ Edición ilustrada con escelentes grabados / ¡en papel! // 1865, / San Sebas• tián. Plaza Nueva. N° 7». Pero lo que contiene corresponde, casi todo, a fe• chas posteriores. 30 BOLETÍN DE LA UEAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

la vida en la mina. Sobre este cuadernillo que conservo redacto las notas que van a continuación. He aquí dos dibujos de él a lápiz, con el epígrafe que sigue (flg. 1). «Casa en que habitamos en las Minas de / Río Tinto y marcha de la Caravana / en el orden siguiente. Carmen, el Gefe de la Mina de la Concepción, el médico / de Campofrío, Bartolo (el que trajo las bestias de Río Tinto), Gertrudis a su izquierda / Serafín y por últi• mo el criado del / Gefe.» La habitación no puede ser más pobre: una casa terrera de Anda• lucía, en una calle trazada a cordel, con dos huecos en la fachada: puerta y ventana. Una casa que hoy desdeñarían muchos obreros. La comitiva familiar la componen la pobre suegra doña Gertru• dis y la recién casada, montadas en muías, con jamugas y el yerno a caballo. Los demás, son gente del país que hicieron excelentes migas con los forasteros. Toda su vida tuvo Serafín Baroja fama de hombre alegre. La vida popular de Minas de Río Tinto le gustaba. En otro dibujito pequeño dejó una impresión de la plaza del pueblo (fig. 2): un pueblo andaluz, sin la frialdad que dieron luego los in• gleses a su gran explotación. Ahí están la iglesia, la fuente, las casas de dos pisos (demasiado lujosas para el pobre ingeniero), hombres, mujeres, perros, asnos, gallinas..., un pequeño mercado. Y aquí ahora (fig. 3) un aspecto del interior de la casita. Tam• poco se puede dar nada más andaluz. La puerta de dos hojas, de cuarterones al parecer, la escalera con baldosas, los cuadritos, la ventana con su poyo, las sillas y mesa modestas, limpias. La madre y la hija pasan largas horas en la casa, mientras el hombre va a la mina. La recién casada aprende de la mujeres, de alguna mucha• cha que le sirve, canciones del país, que está en plena plétora mu• sical (seguidillas, fandanguillos, sevillanas).

«Oyeme Antonio, cariño, Oyeme Antonio, Oyeme, Antonio: no le digas a nadie, no le digas a nadie, no le digas a nadie, cariño, que eres mi novio.» DOS TESTIMONIOS HISTÓEICOS Y FAMILIARES 81

Muchos, muchísimos años después, cuando la recién casada de 1869 era una ancianita próxima a extinguirse, en 1930, cantaba a un nieto de poca edad, para entretenerle, la vieja canción andaluza y otras preciosas y perdidas hoy por lo que he podido comprobar, pese a que en ocasiones más comunes cantaba en vascuence. Vivió en las Minas feliz, esperando a su primer hijo y no añoró en ellas nada. No así su madre, ni su marido, como va dicho: — Serafín, mañana es el día del Carmen: ya habrán ensayado la Salve. — «Se• rafín: ya estarán preparando la fiesta de Santo Tomás. — En tal día como hoy salen las primeras comparsas de Carnaval, o se saca a tOlentzero» . «Olentzero, begui gorri: ¿Nun arrapatudec arrai orí.»

Nostalgia de la pequeña ciudad, nostalgia vascónica, mezclada con alegrías, con efusiones andaluzas. Mucho espera la gente del pueblo, mucho esperan los mineros de los jóvenes que han venido a hacerse cargo de las minas. He aquí que se acerca el día de San• ta Bárbara: el 4 de diciembre. Llega la víspera por la noche. A la entrada de la mina hay gran concentración de hombres, mujeres y niños. Ondea la bandera. Se encienden grandes fuegos y se dispa• ran grandes chupinazos. No falta una solemne función religiosa, pese a que estamos en plena revolución (fig. 4). Asi estuvo, según dibujo de Serafín Baroja, «La entrada de la Mina la víspera de / Santa Bárbara». Esto debe fecharse el mismo año de la llegada. Y al día siguiente, de madrugada, los mineros recorren el pueblo, armados de armas de fuego y haciendo descar• gas. A la puerta de la casa del ingeniero joven, diez hombres diri• gidos por otro que empuña un sable, hacen unos disparos, a modo do salvas y dan vivas. Un dibujo, el quinto de la serie del cuader• nillo, reproduce la escena (fig. 5). Con letra típicamente decimonónica su autor indicó lo que re• presentaba: «Costumbres de Río Tinto. / El día de St* Bárbara. / Viva D. Se• rafín Baroja y su familia. / Los Mineros hacen des- / cargas en la puerta de / la casa de los Inge- / nieros victoreándolos» {sic). Pero no todo se fue en salvas. Había que poner orden en la ex• plotación de la mina: había que seguir principios científicos, dejar a un lado especulaciones de arbitristas y aun impostores y seguir 32 BOl.BTÍN DE LA EEAL ACADEMIA DE LA HISTOEIA [8) la doctrina de los geólogos, de los maestros de la Escuela de Minas en la explotación. A ello dedicó sus desvelos Serafín Baroja duran• te dos aflos. En la corta biografía que le dedican las enciclopedias de Mon- taner y Simón ^° y Espasa " se indica que él fue el que inició los trabajos de corta de Río Tinto, antes de que comprara las minas la compañía inglesa. Y de ello hay muchos testimonios, incluido el del humilde cuadernillo a que rae voy refiriendo más. En efecto, un di• bujo muy borroso de él representa el corte del yacimiento princi• pal en el que comenzó a trabajar el ingeniero recién llegado. Se ven en él hasta ocho pisos determinados, bajo una capa de 14 metros. En esta coyuntura debieron llegar de Madrid noticias estimulantes acerca de lo que pensaba hacer el gobierno con las minas: los inge• nieros jóvenes, los que trabajaban para el Estado español, iban a tener ocasión de lucirse y de desarrollar sus conocimientos en con• diciones más favorables. Un fragmento de carta que incluyó Baroja en su cuadernillo, expresa semejante estado de ilusión. Dice así:

«Mis queridos p(adres). Hace pocos días andamos fluctuando con las noticias sobre este establecimiento que vienen de Madrid. Existe un proyecto colosal, nuevo, magnífico sobre estas minas que esperamos con ansia quiera llevar a cabo el gobierno y unas veces nos da una buena noticia sobre él, que nos da alegría el hallarnos aquí y ser nosotros a quie• nes nos toque llamar la atención...» Pero las nuevas favorables se mezclaron pronto con los rumores de mal augurio. Los ingenieros siguieron adelante con sus cortes, sin embargo, y ante la amenaza de los desórdenes que se registraban por doquier se militarizaron. Serafín Baroja vino a ser así, por elección popular, teniente de voluntarios tiradores, como consta de un documento que conservo

Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias y ar• tes, apéndice 2, XXVI (Barcelona, 1907), p. 236, a. " Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, VII (Barcelona, s. a.), p. 861, b 12 (Sello que dice: «Presidencia del Ayuntam(iento) Con8tit(ucional). Minas Nac(ionale)3 de Río Tinto»): «Elegido V, por mayoría absoluta de vo• tos para la plaza de Teniente 1° de la Compañía de Voluntarios Tiradores de esta Villa, creada en virtud de acuerdo de esta Corporación Municipal y aprobación del Sr. Gob"'- Civil de esta prov", lo pongo en conocimt°" de [9] DOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS Y FAMILIARES 88

He aquí ahora una escena del interior de la mina, del momento de estallar unos barrenos (flg. 6), que lleva la indicación siguiente: «Los Barrenos. ¡¡Ardiendo en Cervantes!! Ahora el dibujo no es a lápiz. Está reforzado con tinta, una tin• ta que ha adquirido color algo pardusco con el tiempo. Un minero con típicas patillas de andaluz de la época, da el grito, mientras otros esperan, bastante tranquilos al parecer, los efectos de la ope• ración, operación arriesgada, pero mucho menos difícil que otras que hay que llevar a cabo en las profundas galerías. Otro fragmento de carta, que ilustra un dibujo, reforzado con tinta también (flg. 7) dice así: «Como en la figura que te remito se quiere representar el levan• tamiento de un plano, le darás a Isidro Errarte mis memorias, y muchas gracias por su libro que me está haciendo un gran servicio en los trabajos que estamos haciendo.» Había que dar una idea cabal de las galerías nuevas y de las viejas, sistematizar el laberinto de cortes, pruebas y catas, obte• ner ideas más claras y precisas que las existentes acerca del ya• cimiento fabuloso, déla parte explotada en la Antigüedad, etc. Pero, de vez en cuando también, se presentaban a los ingenie• ros cuestiones de carácter social. Los mineros se hallaban organi• zados de modo muy distinto, claro es, a los de épocas posteriores: mas no por eso dejaba de haber grupos que ejercían una acción coercitiva, dando al trabajo un sentido u otro..., no en beneficio de la colectividad obrera total, superior en número, o de una idea, sino en el del propio grupo. Otro fragmento de carta del cuadernillo tra• ta de las condiciones de trabajo en la mina, y dice así: «Ganan 4, 6 y 7 r. Están en cuadrillas de seis ó siete: cuando faltan dos ó tres de sus amigos se presentan los restantes a su jefe diciendo que entre los tres ó cuatro que quedan harán el trabajo de los siete, pero con dinero al contado. Si el contratista accede el tra• bajo está hecho, si nó no dan un paso más de lo que les toca. Ellos se burlan de todo el mundo, desgraciado del barrenero que baje a un pozo y le vea un chiquillo, se mea sobre él y ¡ya puede buscarle dentro! >

V. para su inteligencia y satisfacción. Dios (guarde a V. etc.) Minas de Río Tinto, 23 Agosto 1869, Leonardo Chaparro. Sr. D. Serafín Baroja.> 3 34 BOLETÍN DB LA BEAL ACADEMIA DE LA HISTORIA [10]

Obreros, capataces, ingenieros trabajaban en condiciones muy duras. A veces con el agua hasta la rodilla, pese a que ya en la explotación de época romana hubo ruedas hidráulicas elevadoras, bombas, etc. Serafín Baroja contrajo un reuma crónico, como en• fermedad profesional y vivió el resto de su vida muy atacado por él. Pero a la vez que se daban aquellas incomodidades, podían darse otras, debidas a causa muy distinta. Los ingenieros, a veces, tenían que bajar a las galerías con útiles oficinescos, cartapacios, papeles, lápices, cintas métricas y allí pasaban horas, alumbrándose como podían. Un dibujo a tinta nos representa este quehacer cotidiano en una galería bastante grande (fig. 8). Transportan mineral unos, otros parecen no hacer gran cosa, otros suben de una galería con cartapacios- La vieja lucerna, el candil de aceite, servía aun para hacer exploraciones y sondeos. Un dibujo muy borroso, a lápiz (fig. 9) figura a cierto trrabajador en una galería estrecha, con el candil en la mano: acaso se trata del propio ingeniero, cuya vida cambió de repente de modo radical. ¿Qué pasará con las minas? ¿Se llevarán adelante los grandes proyectos del gobierno provisional? Las esperanzas debieron ser grandes en 1868, en 1869: hasta la primera mitad del año 70. Y entre tanto Serafín Baroja tuvo un hijo. El acontecimiento familiar fue también acontecimiento social mayor, dentro del estrecho mun. do de la mina. Trabajaba en ella otro ingeniero paisano de Baroja, Darío Arana. Este fue elegido padrino del niño, que vino a llamarse así, Darío Baroja y Nessi. El padre, alegre, divertido, asistió un poco como espectador al bautizo de su primogénito. Pudo de esta suerte dibujar (fig. 10) la comitiva bautismal y con• signar lo que le gritaba al recién nacido un «Coro de chiquillos». «Pelón, pelón, pelón, pelón, pelón, pelón». Detrás del dibujito se lee: «Bautizo de Darío en Río Tinto. El padrino Darío Arana». Esto ocurrió a fines del año 1869 o comienzos de 1870; pero bastantes meses después, conocida ya la decisión del gobierno de vender las minas para agenciarse fondos, el 12 de enero de 1871, le nació a Baroja su segundo hijo en Río Tinto también y fue bautizado con el nombre de un hermano, del ingeniero, Ricardo, en la parroquia de Santa Bárbara, por don Antonio Muñoz Arteaga. Murió Darío Baroja a las cinco de la tarde del 22 de febrero de 1894, en , a los veinticuatro años y después de haber dado pruebas de poseer una inteligencia superior, muy fría y reflexiva; [11] DOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS Y FAMILIARICS 85 distinta en todo caso a la de los dos hermanos que le sobrevi• vieron. Pero terminemos con este testimonio de la vida en un pueblo minero hace ya cerca de un siglo. La decisión de vender las Minas de Río Tinto fue como un jarro de agua fría para los ingenieros, jó• venes y viejos. Serafín Baroja hubo de perder entonces gran parte del entusiasmo profesional. Larga fue su actividad ya que no se jubi, ló hasta 1910. Pero pasó de Huelva a Guipúzcoa, de allí a Madrid- de Madrid a , de Pamplona a Madrid otra vez, luego a Valencia, a Granada, a Bilbao, cumpliendo estrictamente con su deber, pero sin poner demasiado entusiasmo en la profesión. Pasó como ingeniero jefe de minas de Vizcaya por Bilbao, en el momento de las grandes especulaciones y todas ellas le dejaron frío. Su amor minero fueron las Minas de Río Tinto. Y de ello dejó otro testimo• nio más público y extraño que los apuntes del cuadernillo utilizado. En efecto, estando ya en San Sebastián, se estrenó una ópera de José Antonio Santesteban, hijo y sucesor del maestro de capi• lla de Santa María (1835-1906), con libreto de Serafín Baroja, lla• mada Pudente. La música es una compilación bonita de canciones, populares vascas, tratadas a la italiana. La letra está en vascuen• ce. Yo no sé si su autor tenía algunas ideas especiales acerca del vasco-iberismo. Sospecho que sí, porque, aparte de poeta vasco, fue caprichoso escritor sobre temas filológicos. En todo caso puedo afir• mar que el libreto es una prueba del amor a las minas citadas, a la par que constituye un fiasco literario, porque Serafín Baroja tuvo la ocurrencia de colocar la acción de Pudente en la época de Trajano e hizo que el jefe de las minas de la Bética, Lepido, Umbreno, Pul- vía, los capataces, los soldados, los guerreros, los músicos y las bai• larinas, que vivían en Río Tinto y sus aledaños, hablarán vascuence y cantarán canciones guipuzcoanas de los siglos XVIII y XIX. Error mayor de concepción no se puede dar. Serafín Baroja no pudo ser un gran ingeniero y como libretista fracasó Esto es lo que sacó

" DB esta obra hay: 1°) «Argumento de la ópera vanscongada Puden• te. Música de D. J. J. Santesteban. Letra de D. Serafín Baroja. Precio 15 cents.» (San Sebastián. Establecimiento tipo-litográfico de V. Iraola. Calle Legazpi, n° 5, 1894). 2°) Dos ediciones del texto en vascuence y castellano: «Almanaque bilingüe (erderaz eta eusqueraz) para el año de 1879. Pudente. Opera en tres actos» (San Sebastián. Establecimiento tipográfico de Anto- 86 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORJA [12] de su estancia en Río Tinto. ¡Cuantos como él han debido perder la fe en el trabajo, o se han desviado por acciones superiores desaten• tadas! El caso es que a fines de 1872 Serafín Baroja estaba ya en San Sebastián, donde el día de Inocentes le nació su tercer hijo^ Pío, y que durante varios años vivió allí ejerciendo actividades muy apartadas de la ingeniería. Fue, en efecto, profesor de Historia Na• tural en el Instituto, corresponsal de guerra del periódico «El Tiem• po» de Madrid, voluntario en la misma guerra y poeta en vascuen• ce y castellano. nio Baroja, 1878). Termina el almanaque en la p. 16 y sigue luego la ópera (pp. 17-79. Acto I, pp. 18-43 (con XI escenas); acto II, pp. 44-61 (con VIII escenas); acto III, pp. B2-79 (con VI escenas). Se hallan acotados los textos musicales sobre los que se compuso cada estrofa. (Véase G. de Sorrarain, Catálogo de obras eúskaras o catálogo general cronológico de las obras impresas referentes a las provincias de Alava, Guipúzcoa, Vizcaya, Navarra, a sus hijos y a su lengua... (Barcelona, 1898), p. 394 (n" 1140). 3°) «Pudente. Opera vas• congada en dos actos. Letra de Serafín Baroja. Escenas puestas en música por J. J. Snntesteban» (San Sebastián, sin año), 4°, 105 pp. (Sorrarain, op. cit.,-p. 394 (n" 1142). LÁMINA I

Fig. 2. LÁMINA II LÁMINA III

Fig. 6. LÁMINA IV

Fig. 8. LÁMINA V

Fig. 10. 1131 DOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS Y FAMILIARES 87

2. — DE LA SEGUNDA GUERRA CARLISTA

El asentamiento de Serafín Baroja en San Sebastián le hizo participar de modo activo en la vida local, y en un momento muy grave de la del pueblo vasco. Como consecuencia de la revolución del 68 y de la falta de fuerza de los regímenes posteriores, se produ• jo la segunda guerra civil, que, cual la primera, tuvo uno de los escenarios principales en las provincias vascongadas y Navarra. Serafín Baroja (fig. 1) pertenecía a una familia de liberales de villa o pequeña ciudad, de aquellas que se encontraban rodeadas, blo• queadas casi, por un campo poblado por carlistas. De niño y de jo• ven, desde 1850 en que tenía diez años, hasta 1865, poco más o menos, en las tertulias de la imprenta de su padre. Pío Baroja, vio desfilar a muchas notabilidades del país o asentadas en él: al abate Miñano, a don Nazario Eguía, don Eugenio de Aviraneta, don Mo• desto Lafuente, don Antonio Plores, don Pascual Madoz. . . antiguos afrancesados, absolutistas acérrimos, cristinos o progresistas. Aquellos hombres, después de la guerra de los siete años y de las largas luchas entre los partidos triunfantes, pudieron convivir y aun discutir sus acciones pasadas; pero el muchacho, que de mayor recordaba perfectamente cómo por los años de 1860 Eguía exponía en la tertulia referida que a su primo Urbiztondo le habían matado los masones en 1856 (aunque esto sea más que problemático) \• nía mucha más simpatía por los progresistas que iban a aquella tertulia que por los carlistas y moderados. Al final de su vida fue protegido por los de este partido don Eugenio de Aviraneta, que era primo de la abuela de la novia de Serafín Baroja. El viejo conspi• rador era, así, también visita familiar y había tenido muchas veces en las rodillas a la muchachita, siendo niña, cantándola canciones en vascuence. .. pero el abuelo de la misma niña era un progresis-

1 Pío Paroja, «El misterio de la muerte del general Urbiztondo», en Siluetas románticas (Madrid, 1934), pp. 268-269. «Obras completas», V (Ma• drid, 1948), pp. 11.55-1159. 9S BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA (14Í ta, no se si esparteriano o de otro grupo, pero lo cierto es que veía con ojos suspicaces a Aviraneta, como si se tratara de un tránsfu• go. . . Acaso el novio, por amor, en parte, siguió la misma doctrina. Avanzado ya el reinado de Isabel II, diez años después de la revolución del 54 y después de los éxitos de O'Donnell, como en otras muchas ocasiones, el país se escindió más profundamente y los distintos grupos hacían gala de su pureza y bondad y cargaban sobre el enemigo toda clase de máculas. El carlista podía echar mano de una teoría acerca de la impiedad de sus enemigos que justificaba sus violencias. El liberal podía considerarse como más a tono con el espíritu general de la época y aún especular sobre la base de una especie de misticismo laico, de moral filosófica, que hacía del liberalismo una especie de nueva religión. El mode• rado andaba indeciso. Concretamente la tierra vasca vivió en un estado de violencia reprimida, contenida, parecido al que ha existido en otras ocasio• nes hasta la revolución del 68. Después de las Cortes del 69, la guerra civil era inminente. Y no faltaron viejos jefes del Carlismo, como el general Elio, que se pusieron a conspirar en seguida. Vol• vió Serafín Baroja a su pueblo natal, después de la estancia en Río Tinto, y allí le nació su tercer hijo el dia de Inocentes del año de 1872: este niño se llamó Pío Inocencio. A costa de los dos nombres se han hecho muchos retruécanos y alguien le llegó a llamar con los años «Don Impío». Su piedad, piedad ortodoxa, fue nula. Su piedad como hombre, superior a la de lo común de los cristianos. Con respecto a la inocencia habría también algo que decir, por• que aunque un pesimista nunca pueda ser considerado como un ser inocente, inocente y muy inocente es el hombre que llega a viejo y no se resigna a admitir que la mentira es algo fundamental en el trato humano. Pero, en fin, dejemos ahora al niño recién nacido en la calle de Oquendo. La vida de Serafín Baroja, en San Sebastián, desde que llegó hasta que terminó la guerra, se dividió en varias actividades. Fue profesor de Historia Natural en el Instituto, voluntario liberal, co• rresponsal de prensa y escritor por afición en vasco y castellano. Creo que su actividad más interesante y menos conocida que otras por sus contemporáneos, fue la de corresponsal de prensa, que queda reflejada en dos órdenes de documentos dentro de sus pape• les: unos dibujos a lápiz, con escaso comentario y una serie de ar- 88 BOLETÍN DE LA BEAL ACADEMIA DE LA HISTORIA (141 ta, no se si esparteriano o de otro grupo, pero lo cierto es que veía con ojos suspicaces a Aviraneta, como si se tratara de un tránsfu• go. . . Acaso el novio, por amor, en parte, siguió la misma doctrina. Avanzado ya el reinado de Isabel II, diez años después de la revolución del 54 y después de los éxitos de O'Donnell, como en otras muchas ocasiones, el país se escindió más profundamente y los distintos grupos hacían gala de su pureza y bondad y cargaban sobre el enemigo toda clase de máculas. El carlista podía echar mano de una teoría acerca de la impiedad de sus enemigos que justificaba sus violencias. El liberal podía considerarse como más a tono con el espíritu general de la época y aún especular sobre la base de una especie de misticismo laico, de moral filosófica, que hacía del liberalismo una especie de nueva religión. El mode• rado andaba indeciso. Concretamente la tierra vasca vivió en un estado de violencia reprimida, contenida, parecido al que ha existido en otras ocasio• nes hasta la revolución del 68. Después de las Cortes del 69, la guerra civil era inminente. Y no faltaron viejos jefes del Carlismo, como el general Elio, que se pusieron a conspirar en seguida. Vol• vió Serafín Baroja a su pueblo natal, después de la estancia en Río Tinto, y allí le nació su tercer hijo el dia de Inocentes del año de 1872: este niño se llamó Pío Inocencio. A costa de los dos nombres se han hecho muchos retruécanos y alguien le llegó a llamar con los años «Don Impío». Su piedad, piedad ortodoxa, fue nula. Su piedad como hombre, superior a la de lo común de los cristianos. Con respecto a la inocencia habría también algo que decir, por• que aunque un pesimista nunca pueda ser considerado como un ser inocente, inocente y muy inocente es el hombre que llega a viejo y no se resigna a admitir que la mentira es algo fundamental en el trato humano. Pero, en fin, dejemos ahora al niño recién nacido en la calle de Oquendo. La vida de Serafín Baroja, en San Sebastián, desde que llegó hasta que terminó la guerra, se dividió en varias actividades. Fue profesor de Historia Natural en el Instituto, voluntario liberal, co• rresponsal de prensa y escritor por afición en vasco y castellano. Creo que su actividad más interesante y menos conocida que otras por sus contemporáneos, fue la de corresponsal de prensa, que queda refiejada en dos órdenes de documentos dentro de sus pape• les: unos dibujos a lápiz, con escaso comentario y una serie de ar- [15] DOS TBSTIMOSIOS HISTÓBICOS Y FAMILIARES 89 tículos escritos y compilados por él mismo referentes a las postri• merías de la guerra. La serie de dibujos empieza con uno referente a episodio poco posterior al momento en que don Carlos proclamó la guerra, a 14 de abril de 1872 ^. Aludo a la entrada y salida de don Eustaquio Díaz de Rada en Navarra, en forma de expedición militar primera, iniciada desde Ascain el 21 de aquel mes y terminada al final: pocos días antes de que por Vera entrara el mismo don Carlos ^. El dibujo tiene esta explicación (fig. 2). «Guipúzcoa. — monte Larun por donde huyó E. D. de Rada a Francia (vergüenza da decirlo*) huyendo de los carlistas» ^. Tam• bién se marca, a la derecha, el fuerte de Laboróte y a la izquierda (Mal) correnea. Rada, se encontró en efecto, a los carlistas de tierra del Bidasoa, sobre todo al brigadier Aguirre, en una actitud muy hostil, al final de un raid muy dificultoso y poco esperanzador. La vista de Larun está tomada muy de lejos, desde una playa con construcciones bastante modernas. He de advertir ahora que la primera novela que escribió Pío Baroja acerca de las guerras civiles, y que se refiere a esta segunda, es decir, Zalacain el aventurero, tiene como trasfondo, no el de una preocupación literaria ante la manera de tratar el tema de Galdós en los Episodios nacionales y menos aún una reacción antivallinclanesca como ha supuesto algún crítico poco informado y con pretensiones de sutil (cosas que van más juntas de lo que debieran), sino los recuerdos paternos, comen• tados, discutidos, no sólo por Pío Baroja, sino también por sus com• pañeros de letras, como el mismo Valle Inclán (del que conservo algún libro dedicado a Serafín Baroja) o don Ciro Bayo, que ha• bía militado algún tiempo en el campo carlista, aunque fuese en Levante. La sublevación de los pueblos vasco-navarros fue en progreso, pese a que, al comienzo, los carlistas experimentaron desastres te• rribles, que no supieron aprovechar sus enemigos. Otro de estos desastres viene a ilustrar un dibujo de Serafín Baroja. El segundo se refiere — en efecto — a la huida de don Carlos,

2 Antonio Pirala, Historia contemporánea. Anales desde 1843 hasta la conclusión de la última guerra civil, III (Madrid, 1876), pp. 627-628. 3 Pirala, op. dt.„ III, pp. 632 639. 4 En nota, con asterisco, se indica: • * palabras de Dorronsoro>. 40 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA [16] tras el descalabro de Oroquieta (fig. 3). Don Carlos había entrado en Navarra por Vera el 2 de mayo de 1872 y lanzó allí una famosa proclama ^ De Vera partió para el valle de Ulzama. Ante el avan• ce que hizo Morlones por orden del Duque de la Torre, los carlistas no reaccionaron de modo conveniente y estuvieron a punto de ser copados ®. El dibujo en cuestión, tiene este epígrafe: «Navarra». «Entrada a la Borda en la que descansó el Niño Terso en su huida de Oro- quieta con el cura de Aldaz, un médico y otras dos personas. Se halla junto al río Arga, a la izquierda del camino de Eugui a Fran• cia». «Don Carlos — dice Pirala — que pudo comprender su sitúa" ción, se retiró y con Arjona, el cura don Francisco Azpiroz y un un guía, pues no quiso más acompañantes, trepando breñas, por caminos de contrabandistas, y pisando las nieves de mayo en los Alduides ganó la frontera al día siguiente» Aparece ya en el tercer dibujo un nombre famoso aun en tierras vascónicas: el de don Manuel Santa Cruz, nacido en Eldua^^en el 25 de marzo de 1842, figura espantosa para los liberales, muy discu• tida entre los carlistas y que alcanzó largos años de existencia. Santa Cruz no fue, desde luego, un guerrillero de la talla de Meri• no o de otros de tiempos anteriores. Pero tuvo una personalidad fuerte y disolvente, porque frente a generales ordenancistas, rígi• dos y piadosos, pero poco populares, como Lizarraga, mantuvo el entusiasmo por la causa en una masa que, después, derivó hacia otras formas políticas, incluso al nacionalismo, según es bien co• nocido. Dice el pie del dibujo (fig. 4): «Guipúzcoa — Usurbil. Ermita y puente de San Esteban. Muere el comandante Osta al apoderarse de la ermita. Mandaba los car• listas el Jabonero Juan Egozcue, inquilino de mí madre. El Jabo• nero fue fusilado más tarde por Santa Cruz.» Es episodio contado por Pirala, el cual nos dice que don Luis Osta era coronel del regimiento de Luchana ^ que intentó tomar la ermita «atacando al enemigo de frente y donde quiera que lo halla-

Pirala, op. cit., 111, pp. 651-654. Pirala, op. cit., III, pp. 654-^62. Pirala, op. cit., III, p. 662. Píraia, op. cit., IV (Madrid, 1877), p. 180. 40 BOLETÍN DE LA KK4L ACADEMIA DE LA HISTOKIA [16] tras el descalabro de Oroquieta (flg. 3). Don Carlos había entrado en Navarra por Vera el 2 de mayo de 1872 y lanzó allí una famosa proclama ^. De Vera partió para el valle de Ulzama. Ante el avan• ce que hizo Moriones por orden del Duque de la Torre, los carlistas no reaccionaron de modo conveniente y estuvieron a punto de ser copados ^. El dibujo en cuestión, tiene este epígrafe: «Navarra». «Entrada a la Borda en la que descansó el Niño Terso en su huida de Oro- quieta con el cura de Aldaz, un médico y otras dos personas. Se halla junto al río Arga, a la izquierda del camino de Eugui a Fran• cia». «Don Carlos — dice Pirala — que pudo comprender su sitúa" ción, se retiró y con Arjona, el cura don Francisco Azpiroz y un un guía, pues no quiso más acompañantes, trepando breñas, por caminos de contrabandistas, y pisando las nieves de mayo en los Alduides ganó la frontera al día siguiente» ''. Aparece ya en el tercer dibujo un nombre famoso aun en tierras vascónicas: el de don Manuel Santa Cruz, nacido en Elduayen el 25 de marzo de 1842, flgura espantosa para los liberales, muy discu• tida entre los carlistas y que alcanzó largos años de existencia. Santa Cruz no fue, desde luego, un guerrillero de la talla de Meri• no o de otros de tiempos anteriores. Pero tuvo una personalidad fuerte y disolvente, porque frente a generales ordenancistas, rígi• dos y piadosos, pero poco populares, como Lizarraga, mantuvo el entusiasmo por la causa en una masa que, después, derivó hacia otras formas políticas, incluso al nacionalismo, según es bien co• nocido . Dice el pie del dibujo (flg. 4): «Guipúzcoa — Usurbil. Ermita y puente de San Esteban. Muere el comandante Osta al apoderarse de la ermita. Mandaba los car• listas el Jabonero Juan Egozcue, inquilino de mí madre. El Jabo• nero fue fusilado más tarde por Santa Cruz.» Es episodio contado por Pirala, el cual nos dice que don Luis Osta era coronel del regimiento de Luchana ^ que intentó tomar la ermita «atacando al enemigo de frente y donde quiera que lo halla-

^ Pirala, op. cit., III, pp. 651-654. « Pirala, op. dt., III, pp. 654-662. ' Pirala, o;?. c¿^, III, p. 662. 8 Pirala, op. cit., IV (Madrid, 1877), p. 180. 117] DOS TKSTIMONIOS HISTÓRICOS Y FAMILIARES 41 ra», según orden del Comandante general de Guipúzcoa: da la ac• ción como infructuosa. Hubo de acaecer el 19 de enero de 1873 ^. El campo de operaciones fundamental de Santa Cruz y su par• tida, los montes y collados de la raya de Guipúzcoa y Navarra, se hallan representados en dos dibujos (figs. 5 y 6) que Baroja debió hacer para explicar alguna acción acaecida por esta misma época o tal vez algo después. El uno a línea, el otro más matizado. En éste se lee «Guipúzcoa» y representa el valle de Oyarzun con la Peña de Aya, Arichulegui y Arrascularre. Por los collados pasaba el cura de Guipúzcoa a Navarra y de Navarra a Francia con una gran facilidad. Su capacidad de movimientos era extraordinaria; pero no parece que fueran unidos a grandes planes. Marchas, con tramarchas, subidas, bajadas, provocaban la inquietud en el país. A esto se unían procedimientos de terror. El fusilamiento del defensor de la ermita de Usurbil fue uno de sus actos inexpli• cables En entrevistas concedidas a periodistas extranjeros procuró Santa Cruz combatir la fama de cruel que había alcanzado. Ha habido varios autores modernos que le han procurado defender: pero la empresa es un poco difícil de llevar a cabo. Dejemos esto . He aquí el quinto dibujo de la serie (fig, 6) en línea, que es una vista panorámica con la Peña de Aya a la izquierda y San Marcos a la derecha, y varios puntos estratégicos señalados, sobre la bahía de Pasajes. El perfil se reconoce hoy bien, aunque de unos años a esta parte los bordes de la bahía y casi todo el trayecto que va de Irún a San Sebastián hayan perdido su antiguo encanto. Son las crestas

s Pirala, oj). cit, IV, pp. 184 185. 1° He aquí como lo narra una carta dirigida por un capitán carlista a Dorregaray (Pirala, op. cit., IV, p. 331). «Excmo. Sr. D. Antonio Dorregaray. Muy señor mío: Le escribo estos renglones para participarle el villano asesinato que ha cometido el famoso don Manuel Santa Cruz con nuestro segundo comandante don Juan Egoz• cue, a quien le ha llevado engañado a Goizueta, y allí le ha asesinado traidoramente, y la causa no ha sido otra que el no querer obedecer sus órdenes.—Siempre suyo afectísimo y seguro servidor y capitán q. b. s. m.— Arechulegui y 27 abril 1873. — Pedro María Lasarte, Jefe accidental del batallón de Oyarzan.» " PÍO Baroja, en sus «Memorias», col. cit., p. 26, hace referencia a las historias que contaba su padre de esta época. 42 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA [181 y collados que indica el dibujo puntos esenciales en los movimien• tos del Cura Santa Cruz hasta que salió para el destierro. Pero acaso las acciones mas sonadas y que tuvieron más reper• cusión para la causa carlista en esta segunda guerra, que se carac• terizó por falta de personalidades fuertes, se dieron en Navarra: en la Navarra meridional y media que tiene a Estella como centro, porque la Navarra del Ebro, la tudelana, era más bien liberal y, así, entre las tropas se hizo popular una canción que decía:

«De las seis ciudades de Navarra bella, Tudela y Corella el ejemplo dan. >

Para los carlistas, la única que daba ejemplo era Estella. Así pues, no ha de chocar que Serafín Baroja fuera desplazado hacia el Sur como corresponsal. Los hechos de Navarra debieron de llamar más la atención poco después de terminado el año 1872. El 2 de enero de 1873 entró Olio en Estella '^: pero esta entrada no fue de mayores consecuencias. Después Estella y sus alrededores desempeñaron un papel deci• sivo en la historia y en la leyenda del Carlismo. Pasó Serafín Ba• roja por Estella, sin que pueda yo ahora precisar durante que años y meses, y de ello da fe otro dibujo cuyo pié corre así (fig. 7): «Na• varra. Iglesia de San Pedro de la Rúa y palacio de los duques (o condes) de Granada en Estella. Pico de Moro de donde, se dice, cayó de los brazos de su niñera don Teobaldo, hijo de don Enrique y de doña Blanca de Navarra. Tomada desde la casa donde vivió Carlos 5° (hoy fonda.» El dibujo tiene valor documental, porque da la estructura de la iglesia y de lo que estaba pegado a ella, antes de que se efectuaran ciertas mutilaciones: antes también de que su silueta quedara estropeada. Es, pues, más que probable que los capítulos IX-XII del libro II de «Zalacain el aventurero* recojan, en parte, algunas impresiones de Serafín Baroja cuando estuvo en Estella, impresiones y recuer• dos que reforzaría años después, cuando hacia 1884 vivía en Pam• plona como ingeniero jefe de minas y tenía amistad con algunos

Pirala, o;?, clí. IV, p. 207. 119] DOS TESTIMONIOS HISTÓKICOS Y FAMILIARES 4» guerrilleros liberales de la tierra, como don Tirso Lacalle, conocido- por «El cojo de Cirauqui>. A esta misma época de su viaje a Nava• rra como corresponsal de guerra deben su origen otros dos dibujos- que llevan estos rótulos: «Navarra. Ronces valles» (fig. 8) y «Nava• rra. Barranco de Roncesvalles» (fig. 9). El primero de ellos representa al pueblo cuando tenía las casas con tejados muy empinados, de tipo pirenaico, hechos de tablillas y de pizarra. Hoy día la colegiata y otros edificios tienen tejados de zinc, más seguros pero menos artísticos. El segundo es de menos interés; da una perspectiva nebulosa del famosísimo barranco, teatro de una acción poética aun más- famosa. Mas después de este intermedio navarro los dibujos vuelven a referirse a temas guipuzcoanos, al desarrollo de la guerra en Gui• púzcoa. He aquí ahora otro (fig. 10) con este epígrafe: «Guipúzcoa. Caserío Cacotegui donde murió Ulibarri herido en la acción de Oñate, con el batallón de Mendigorria. Se halla a un corto paseo de los caños viejos de Arechavaleta». Vamos avanzan• do en el tiempo. La guerra, que pareció que iba a ser un fiasco en 1873, ardía por todas partes en 1874 y solo la torpeza de ciertas- personas muy pegadas al pretendiente pudo hacer que se perdiera del modo como se perdió. Ahora estamos en el momento de más acción de las tropas libe• rales, aunque sean acciones desconcertadas- «Guipúzcoa. Toma de San Marcos y Choritoquieta por las tropas de Loma el día 10 de Noviembre de 1874. Es herido Felipe Dugiols en el vientre» (figu• ra 11). El general Loma fue jefe conocido en el país, que actuó con varia fortuna, porque, a veces, le faltaron los subsidios más elementales. No hay que olvidar que en repetidas ocasiones el ejér• cito del Norte se encontró con problemas de 50.000 pesetas. Dugiols fue un famoso jefe de miqueletes. Estas cosas acaecían a muy poca distancia del corazón de la pequeña ciudad natal de Serafín Baroja. La guerra se hacía en los campos próximos Pero la vida no parece haber transcurrido bajo aquel hálito siniestro que ha dominado durante otras guerras civi• les y que ha comunicado su acritud a los mismos recuerdos y me-

13 Pío Baroja, «Memorias», col. cit, pp. 17-23. [20] 44 BOLETÍN DE LA KEAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

morías de ellas. Los caríistas componían habaneras y cosas por el estilo contra los liberales. Algunas de las que ya de viejo cantaba Serafín Baroja, rememorando sus años de San Sebastián y de car- listada, se hallan en el capítulo I, del libro II de «Zalacain. . . >

«Bigarren chandan adituzendet ate joca dan dan ate onduan Norbait dago ta galdezazu nordan.>

(«Por segunda vez oigo que llaman a la puerta, dan dan. Alguien hay a la puerta. Pregunta quien es»). Esto decía una voz. Y el coro respondía: «Ta gu güera, ta gu güera, gabiltzanac gora bera etorri nayean onera. Ta gu güera, ta gu güera Quirlís Carlos Carlos Quirlís ecarri nayean onera.»

(Somos nosotros, somos nosotros, que subimos y bajamos, que queremos venir aquí. Somos nosotros, somos nosotros, Quirlís Car• los, Carlos Quirlis, que queremos traerle aquí>) Estas expansiones, claro es, tenían su réplica. En vascuence lo mismo que en castellano; porque entonces hablaban vasco, dentro de las villas, las personas de la burguesía, cosa que luego dejó de ocurrir. Serafín Baroja, ingeniero, etc., tuvo sus puntos y ribetes de poeta popular y político, en grado acaso más alto que otros poe• tas vascongados y populares de su misma ciudad. Una hoja, como las que publicaban aun mucho tiempo después

11 Pío Baroja, «Memorias», col. dt, pp. 20-21. [21] DOS TESTIMONIOS HISTÓBICOS Y FAMILIARES los versolaris, acredita su antipatía hacia los carlistas y su rey. Se titula «Chapari», y se advierte: *Zaldi surien canten soñuan» (con la música de la canción del caballo blanco) Los versos, popula- rísimos de corte, empiezan así:

«Orra sei verso Carlos Zaspigarrenari Erderas Mño Terso Deitzen danari.»

En 1875 publicó también un librito, que se llama Gaci-guezac. Poesías prosaicas en vascuence y castellano con una dedicatoria a un posible nieto suyo, que suponía sería hijo de su primogénito y nacido a comienzos del siglo XX Las poesías vascas son mejo• res, sin duda, que las castellanas o españolas. Pero la explosión poética viene poco después. Los bombardeos de San Sebastián arreciaron por noviembre de 1875 y provocaron la irritación de los liberales de la ciudad; tam• bién su humor respondió a aquel acto de formas diversas. Una can• ción que yo he oído cantar a mi abuela, a mi tío Pío, a mi madre, decía: «En la casa de Munoa una granada cayó y de las trabajadoras a tres carlistas hirió.»

Castigo ejemplar. Y el estribillo corría así:

, «La primer bomba al río cayó y la segunda corta quedó y la tercera, en el bulevar, anda la gente sin novedad»

Serafín Baroja compuso dos sátiras sobre tal bombardeo; una

15 Canción de Indalecio Bizcarrondo, «Vilinch». Gran poeta lírico y satírico, víctima de la guerra, como se verá. " San Sebastián. Imprenta de Baroja. Constitución 2,1875. " P. 4 Pío Baroja, «Memorias», col. cit., pp. 20-21, con alguna variante. 46 BOLETIN llE LA KEAL ACADEMIA DE LA HISTORIA [22]

letrilla en que salen cuatro personajes carlistas de su ciudad, don Posma, doña Merma, don Fugas y Petrola. La letrilla al estilo de las de Villergas, se publicó en el periódico. Lo relativo a doña Merma dice: «Al ver lo gozosa que está doña Merma (por más que ocultarnos el gozo quisiera), al verla corriendo de ceca a la meca contando patrañas y cosas tremendas de muertos y heridas de brazos y piernas, la miro y exclamo de verla tan hueca: Atrácate, carca, mañana te pelan."

Poco después, parodiaba las coplas de Jorge Manrique, y la pa• rodia salía fechada a 4 de diciembre del mismo año. Les decía a ios carlistas, paisanos suyos:

«Los fortines y trincheras de esos cerros coronados de albos copos, ¿qué son sino ratoneras en que os tienen enjaulados como a topos?>

«Los amagos, bombardeos, excursiones y algaradas peruleras, ¿qué son sino pataleos? ¿qué son sino boqueadas postrimeras?»

Y con un dibujito a pluma, muy elemental, daba idea de lo que ocurría en la ciudad, cuando sonaba la campana y caían los «pe• pinillos». [23] DOS TESTIMONIOS HISTÓBICOS Y FAMILIABES 41

Otros recuerdos epigramáticos dejó consignados sobre la «in• surrección carlista» y sus actuaciones como voluntario:

«Haciendo guardia en el puente eché el «Quien vive» a un casero tres veces, y el majadero al «Alto», que es consiguiente subióse a un árbol de un salto, dejándome atolondrado y, al encontrarse colgado, me gritó: «Pues ya estoy alto.»

Pero aquellos pepinillos carlistas parecían provocar el buen humor de Serafín Baroja, que publicó otra composición llamada Esquileo (fechada a 29 de noviembre de 1875). Le hacía decir a un calderero reflexivo:

«cuando suena la campana í : me quedo siempre pensando i en que el bronce se compone de cobre, de zinc y estaño.»

Y a un filósofo le parecía que correr a causa de los pepinillos era placer infantil, de los más alegres y puros.. . Siempre se finge más alegría de la que hay, en verdad, en tiempo de guerra por parte de los contendientes. Pero hay guerras en que esta ficción no es posible. En uno de estos bombardeos quedó herido el poeta popular me• jor de cuantos vivían en San Sebastián: Indalecio Bizcarredondo, «Vilinch». Las desgracias se habían acumulado antes sobre el mismo. Baroja publicó dos cartas sobre su muerte en El Tiempo, de Madrid así como acerca de la gran nevada que cayó sobre la ciudad bombardeada. Podemos seguir desde estas fechas las cola• boraciones asiduas en el mismo periódico, que recogió su hijo en un cuaderno, a partir de una carta fechada en Hernani el 10 de enero de 1876, hasta otra del 26 de febrero, fechada en Beasaín, en que se da cuenta de muy curiosos detalles del final de la guerra.

" Pío Baroja, «Memorias», col. cit., pp. 18-19, dice que este periódico 1 o dirigía Cárdenas. 48 BOLETÍN DE LA BEAL ACADEMIA DE LA HISTOEIA

«La deshecha» fue más confusa que ninguna. Los carlistas se sintieron traicionados, después de haber tenido triunfos como el de Lácar, que dio lugar a aquella canción, también recogida en Zala• cain (capítulo II del libro III), de boca de Serafín Baroja, asimismo, que dice: «En Lácar, chiquillo, te viste en un tris: si don Carlos te da con la bota, como a una pelota te envía a París.»

No: no faltó alegría y un tanto de inconsciencia en un bando y otro. He aquí ahora un dibujo de Baroja que lo viene a confirmar. Ha subido a unos montes desde los que se perfila la costa guipuz- coana con Zumaya debajo: dibuja y rotula (figura 12). «Y entretanto que la música de Puerto Rico tocaba en Asquizu la sinfonía de Campanone, los carlistas tenían partido de pelota en Zumaya». Los vascos de aldea se dan a la pelota. Los de la ciudad, melómanos muchos de ellos, no desdeñan ir al bulevar o a otra parte a oir la música de moda en el momento, ejecutada por la banda de un regimiento famoso en liza. Un último dibujo de Serafín Baroja (fig. 13) se refiere a un sitio frecuentado en la niñez; «Desapareció». «Restos del Bolayocu de Santa Catalina». El San Sebastián de los años centrales del si• glo XIX va dejando paso al de la Restauración. La segunda guerra civil arruinó a la madre de Serafín Baroja, que había especulado sobre la base de que don Amadeo y su corte iban a veranear allí, del modo que veraneó luego la reina Cristina. Murió aquella señora en manos de un género de usureras que se daban en la tierra y que recibían el nombre de «marimoldaris» . Un eco de su muerte puede hallarse en el capítulo cuarto de las Aventuras, inventos y mixtifica' dones de Silvestre Paradox, de Pío Baroja porque el novelista, niño aún, asistió al expolio de su abuela muerta, cosa que le hizo impresión terrible. Aquí he de terminar estos apuntes, escritos a la vista de los di• bujos de mi abuelo. Mas he de advertir que, con ellos, hay otros

20 Ver también «Memorias», col. cit., p. 17. [25] DOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS Y FAMILIARES 49 tres más, que deben ser obra de un dibujante profesional de los varios y excelentes algunos, que fueron al Norte como correspon• sales de guerra y que, sin duda, fueron regalados por el autor al compañero de tarea, escritor. Uno, muy movido (fig. 14) representa (con letra de Pío Baroja) «La entrada del ejército en un pueblo». Este no cabe duda de que se ha dibujado muy sueltamente, del na• tural, en un pueblo de Guipúzcoa o de la montaña atlántica de Na• varra. Los soldados avanzan con sus jefes a caballo en cabeza. Tengo la impresión de haber visto en alguna revista de la época, como La Ilustración Española y Americana, un grabado sobre tema y composición semejante; pero no he repasado los años de aquella publicación donde podría hallarse, para confirmar lo que digo. El otro dibujo, mucho más movido, inacabado, representa un episodio de «la deshecha» (flg. 15): la lucha de unos carlistas en un pueblo. Detrás tiene dibujada la silueta de un miquelete, una cabe• za de carlista y un sol con una pipa. Es, sin duda, también, obra de dibujante profesional, cosa que jamás pretendió ser Serafín Ba• roja, claro es, cuyos apuntes, si alguno llegó a revistas ilustradas de la época, serían reinterpretados por dibujantes más expertos y menos candorosos. .

4 LÁMINA VI

Fig. 1. LÁMINA VII

Fig. 3. LAMINA VIII

Fig. 5. LÁMINA IX

Fia. 7. Fig. 8.

Fig. U. Fig. 10. LÁMINA XII

Fig. //)'. LÁMINA XIII

Fig. Id.