Serafin Baroja 1869 Riotinto
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DOS TESTIMONIOS HISTORICOS Y FAMILIARES 1 . — LA VIDA EN LA MINA (RÍO TINTO ENTRE 1868 Y 1871) I y AS Minas de Rio Tinto, explotadas desde época remotísima, han tenido en los tiempos modernos una historia accidentada y hasta cierto punto contraria a los intereses generales de España. Pasaron así varias veces, del Estado a compañías y de compañías al Estado, sin rendir lo que debieran. Ya en 1725 se arrendaron; en 1782 volvió el gobierno español a labrarlas por su cuenta, de modo no muy satisfactorio, paralizándose casi las tareas durante la guerra de la Independencia... Mal se volvieron a explotar en tiem• pos de Fernando VII y contra la opinión de muchos y en vista de los escasos resultados obtenidos, se arrendaron, otra vez, por veinte años, desde 1829 a 1849 y por la suma de 260.000 reales anuales en los diez primeros y 310.000 en los restantes. El Marqués de Remisa llevó adelante la explotación como director de una empresa, que no fue muy aficionado a dar informaciones acerca de lo que le rindie• ron las minas, según se lee en el Diccionario de Madoz ^. Después, se hicieron otra vez unos arriendos desbarajustados, dándose una especie de triple alianza entre la Hacienda y dos empresas consti• tuidas por algunos personajes harto equívocos. Esta situación duró hasta 1862. Desde 1862 a 1872 fue el Estado el que explotó las mi• nas. .., pero en 25 de junio de 1870 ya se había acordado la venta de las mismas, nombrándose una comisión para que las tasara. Esta comisión tasó, en efecto, minas, más muebles e inmuebles, en 104.357.769 pesetas con 44 céntimos. La subasta se llevó a cabo el ' Xm (Madrid, 1849), p. 496, 6. 26 BOL,BTÍN DB LA EEAL ACADEMIA DB LA HI8TOB1A (2) 14 de febrero de 1873, adjudicándose las minas a la casa Matheson & Co. de Londres, en 92.800.000 pesetas. No voy a contar lo que ocurrió después, sino que me limitaré a dar una idea de cómo aquella época que va de 1863 a 1872 fue de gran entusiasmos y actividad técnica. Un pequeño equipo de inge• nieros fue el que llevó adelante el estudio científico de los yacimien• tos y como prueba de su ardor quedan las obras de don Lucas Alda- na ^ y don Joaquín Gonzalo y Tarín ^, entre otras. La escuela de minas había cobrado gran impulso desde que se estableció en Ma• drid y bajo el magisterio de sabios como don Casiano del Prado (1797-1866), dio unas generaciones brillantes de ingenieros, que le• vantaron el mapa geológico de España, a costa de esfuerzo y sa• crificios increíbles. A la generación nacida entre los años de 1840 a 1850 perteneció don Lucas Mallada, sabio originalísimo (natural de Huesca, 1841), al que se deben cantidad de obras de Geología y Paleontología, además de una de caráter menos especializado, ti tulada Los males de la patria y la futura revolución española, conside• raciones acerca de sus causas y efectos, la. cual produjo acoloradas controversias, porque muchos naturalistas, geógrafos y políticos la consideraron escrita con un espíritu demasiado pesimista Compa• ñero de estudios de Mallada fue mi abuelo Serafín Baroja, al que me voy a referir más en las páginas que siguen. Pero antes insisti• ré en que la visión fisiográflca de España de Mallada hubo de influir poderosamente en los hombres de la generación de mi tío Pío, como se ve en algunos escritos de éste ^ y de Azorín ®. La personalidad de Mallada era poderosa, irónica y propia para excitar la controver- * «Las minas de Río Tinto en el transcurso de siglo y medio» (Ma• drid, 1875). 3 «Descripción físico, geológica y minera de la provincia de Huelva», I, primera parte, descripción física; I, segunda parte, descripción geológi• ca. Estratigrafía. II descripción minera (Madrid, 1886-1888) en las Memorias de la Comisión del Mapa Geológico. * El libro se publicó en Madrid, 1890; la polémica tuvo lugar en la Real Sociedad Geográfica. * Pío Baroja hizo una semblanza de Mallada en sus «Memorias» (Ma• drid, 1955), pp. 759-760. Las conversaciones más abundantes con él las sitúa «hacia el final de la guerra de Cuba». 6 Azorín, «Madrid» (Madrid, 1941), pp. 112-117 (XXX, El libro de Ma• llada). En este escrito reacciona contra él. [3] DOS TESTIMONIOS HISTÓKICOS Y FAMIIJAEKS 21 sia. Todos los que le conocieron recordaban anécdotas curiosas de aquel hombrecito pequeño, escéptico y burlón que recorrió España con su martillo de geólogo, recogiendo fósiles y sacando la conse• cuencia final de que vivía en un «país ramplón». Su compañero y amigo Baroja fue mucho más optimista que él..., pero careció del entusiasmo científico de Mallada, de Egozcue, de don Casiano del Prado, etc. En otras palabras, mientras que Mallada era un hombre de ciencia que tuvo una visión triste del país, por razón de su mis• ma ciencia, Serafín Baroja era un temperamento optimista y un in• geniero de minas, que no creía demasiado en la Geología. Sin em• bargo, allá en su juventud tuvo un gran entusiasmo minero, creyó en que las Minas de Río Tinto iban a ser explotadas racional, cien• tíficamente, que los ingenieros jóvenes como él iban a tener una mi• sión grande que llevar adelante. La expresada decisión por parte del Estado de vender las minas, le descorazonó; tal vez le desilu• sionó para siempre. Cuanto más tiempo pasó después de aquella experiencia fundamental, más indiferencia manifestó por los asun• tos profesionales: pero veámosle ahora, recién llegado a Río Tinto, recién casado, con su mujer, su suegra y tan lejos de su ambiente familiar, a los veintiocho o ventinueve años de edad. II Serafín Baroja y Zornoza, nació en San Sebastián en 1840. Era hijo de un impresor. Pío Baroja y Arrieta y de Concepción Zornoza y Oyarzabal. Como resultó despejado, la familia decidió mandarle a estudiar a Madrid una carrera de prestigio: la de ingeniero. Llegó a la corte, recomendado a don Pascual Madoz, después de que su madre, sus tías, primas y demás parientes femeninos, hicieran va• rias novenas en Santa María para que el jovencito no se pervirtiese en la Babel madrileña. Las rogativas tuvieron un resultado mixto. Serafín Baroja fue un hombre honradísimo toda su vida. Pero des• de el punto de vista de la piedad familiar, vascongada, salió terri• blemente torcido..., y en esta tercedura, aun exagerada, siguieron sus descendientes. El hombre más venerado por los estudiantes de ingenieros de su época era don Casiano, hombre muy liberal y que de joven había estado preso en la Inquisición de Santiago Compos- tela. Por otro lado, el mentor del joven donostierra, don Pascual 28 BOLETÍN ÜK LA EEAL ACADEMIA DE LA HISTORIA [4] Madoz, fue el ejecutor de la segunda desamortización y uno de los pa• triarcas del Progresismo. Serafín Baroja se hizo pronto un liberal muy anticlerical; hubiera sido el modelo de ingeniero galdosiano de haber tenido un carácter más severo y tajante e inquietudes mís• ticas y metafísicas, al estilo de muchos contemporáneos suyos. Pero no: cuando volvía al rincón nativo y llegaban los días de las fiestas solemnes, el díscolo, cogía su violoncelo y tocaba la parte que le correspondiera en Santa María, misas, salves, etc., bajo la dirección de don José Juan Santesteban, «el maestro», «Maisua», o el maestro viejo, «Maisu zarra» ^. La costumbre le llevaba al templo familiar. Aún fue y volvió varias veces en diligencia a la corte en la épo• ca de estudiante y de la corte recordaba, ya anciano, anécdotas curiosas. Por ejemplo: una noche, en cierto teatro, se encontró sen• tado junto a un caballero provecto pero atildadísimo que le tomó por un muchacho de la buena sociedad madrileña y que le habló con familiaridad, de las condesas, marquesas y duquesas que veía en los palcos, mientras que el joven de provincias se sentía algo angustiado no solo por la equivocación de que era objeto, sino tam• bién porque llevaba un frac algo raido y de prestado. El anciano, que siguió tranquilo su chachara hasta el final de todos los entreac• tos, era don Francisco Martínez déla Rosa, que murió en 1862: por lo tanto, esto tuvo que ocurrir antes, cuando el famoso político y li• terato andaba ya sobre los setenta y tantos y el joven desconocido en sus veinte. Pero tuvo Baroja también amistad real con gente que brillaba en la corte, como el pianista José María Guelbenzu, pamplonés, na• cido en 1819 y muerto en Madrid en 1886, que fue hombre con mu• cha entrada en palacio en tiempos de Isabel II y se acercó, como admirador efusivo, a las celebridades populares de la capital. Así, tiempo después, don Manuel Fernández y González le podía propo• ner en la Puerta del Sol un problema ingenieril que el novelista ya tenía resuelto: « — Oye, tu, ingeniero: ¿Cómo cubrirías la Puerta del Sol? — Sería cosa difícil, don Manuel; muy difícil ¡Que va ser difícil! ¡Eso se puede hacer con un «trenzao» hombre; con un «tren- zao»! — La vida estudiantil fue grata. Los recuerdos, incluso de distur- ' Nació este músico original el 26 de marzo de 1809 y murió en 1884. [6] DOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS Y FAMILIARES 29 bios como los de 1866, que le costaron la vida a Alcalá Galiano y de cuyo berrinche callejero fatal fue testigo, más pintorescos que otra cosa ^. En esta época de entusiasmo estudiantil, allá por los años de 1865, usaba Serafín Baroja de una divisa compuesta por dos martillos, símbolo de la minería, colocados como la hoz y el martillo de los marxistas, y las voces alemanas «Gllück auf». Escri• bía por entonces narraciones humorísticas de tipo tan local que las alusiones que contienen son hoy día ininteligibles y le apuntó una vocación novelística, nunca desarrollada y nunca anulada tampoco.