Justas ensoñaciones. Estudio jurídico de los Sueños de Quevedo

Marta Mundo Guinot

Romanska och klassiska institutionen / Department of Romance Studies and Classics Examensarbete master 30 hp / Master’s Thesis 30 credits Spanska / Spanish Masterprogram i litteraturvetenskap, inriktning spanskspråkig litteratur (120 hp) / Master’s Programme in Literature, Specialisation in Spanish Literature (120 credits) Hösttermin 2020 / Autumn term 2020 Handledare/Supervisor: Juan Carlos Cruz Suárez English title: Just dreams. A legal study of Quevedo's Sueños.

Justas ensoñaciones. Estudio jurídico de los Sueños de Quevedo

Marta Mundo Guinot

Resumen

Los Sueños de Quevedo es una obra satírica que contiene una incisiva crítica social, de la que no escapa la realidad jurídica de la época. Con la ayuda que prestan los puentes metodológicos generados con la combinación de las ciencias literaria y jurídica, en este trabajo de investigación interdisciplinar se analiza el componente jurídico presente de forma dispersa en esta narración ficcional de naturaleza satírica, estudiando su contenido y forma de presentación en base a la clasificación que se propone de los elementos de carácter jurídico. Mediante su comparación con fuentes documentales jurídicas de la época y con el filtro que proporciona el pensamiento pluridimensional filosófico y doctrinal del autor, se pretende además una aproximación a las circunstancias histórico-jurídicas de finales del siglo XVI y principios del XVII, así como, a la visión que tiene Quevedo de la misma y la valoración que otorga a la administración de justicia y a la justicia misma, contribuyendo con ello al mejor conocimiento de la obra literaria, de su creador y de la época en la que se escribió.

Palabras clave Los Sueños, Quevedo, Literatura y Derecho, género satírico, justicia, administración de justicia, pensamiento filosófico, pensamiento político y jurídico, Siglo de Oro español.

Just dreams. A legal study of Quevedo's Sueños

Abstract

Sueños by Quevedo is a satirical work that contains an incisive social criticism, from which the legal reality of the time does not escape. This interdisciplinary research analyzes the legal component present in Quevedo’s fictional narrative with help from the methodological bridges built between the literary and legal sciences. In this paper a proposed classification of the legal elements is used as the basis for analysis of Sueños’ content and form. By comparing the results with legal documentary sources of the time and with the filter provided by the author's multidimensional philosophical and doctrinal thought, an approach to the historical-legal circumstances of the late sixteenth and early seventeenth centuries is also reached, as well as, Quevedo's view and assessment of the administration of justice and justice itself in his contemporary society. The analysis contributes to a better understanding of Sueños, its author and the time in which it was written.

Key Words Sueños, Quevedo, Law and Literature, satire, justice, administration of justice, philosophical thought, political and legal thought, Spanish Golden Age.

Índice

Listado de abreviaturas ...... 1. Introducción ...... 1 1.1. Breve aproximación a los Sueños de Quevedo ...... 2 1.2. Estado de la cuestión ...... 5 1.3. Metodología de investigación y materiales ...... 6 1.4. Objetivo y preguntas de investigación ...... 8 1.5. Estructura del trabajo de investigación ...... 8 2. Marco teórico ...... 9 2.1. Marco jurídico histórico teórico ...... 9 2.2. Formas del pensamiento desengañado en la narrativa de Quevedo ...... 14 3. Análisis ...... 19 3.1. Distinción en categorías de los elementos jurídicos que aparecen en la obra ...... 19 3.2. Presentación de los elementos jurídicos de Sueños ...... 20 3.2.1. El Sueño del ...... 21 3.2.1.1. Elementos jurídicos centrales en El sueño del Juicio Final ...... 21 3.2.1.2. Elementos jurídicos funcionales en El sueño del juicio final ...... 29 3.2.1.3. Elementos jurídicos de apoyo en El sueño del Juicio Final...... 30 3.2.1.4. Valoración complementaria en El sueño del juicio final ...... 31 3.2.2. Sueño del Infierno...... 35 3.2.2.1. Elementos jurídicos centrales en el Sueño del Infierno ...... 35 3.2.2.2. Elementos jurídicos funcionales en el Sueño del Infierno...... 45 3.2.2.3. Elementos jurídicos de apoyo en el Sueño del Infierno ...... 45 3.2.2.4. Valoración complementaria en el Sueño del Infierno ...... 46 3.2.3. Sueño de la Muerte ...... 49 3.2.3.1. Elementos jurídicos centrales en el Sueño de la Muerte ...... 49 3.2.3.2. Elementos jurídicos funcionales en el Sueño de la Muerte ...... 57 3.2.3.3. Elementos jurídicos de apoyo en el Sueño de la Muerte ...... 58 3.2.3.4. Valoración complementaria en el Sueño de la Muerte ...... 61 3.2.4. Valoración del componente jurídico en El alguacil endemoniado y en El mundo por de dentro ...... 65 3.2.4.1. Valoración del componente jurídico en El alguacil endemoniado ...... 65 3.2.4.2. Valoración del componente jurídico en El mundo por de dentro ...... 77 4. Conclusiones ...... 81 Bibliografía ...... 88 Anexo I: Cuadros de clasificación de escenas ...... 94

“La justicia, por lo que tiene de verdad, andaba desnuda, ahora anda empapelada como especias” Quevedo Los Sueños, 1628

“los Sueños son la expresión genial de un ideario complejo” Jauralde Pou “Circunstancias literarias de los Sueños de Quevedo”, 1983

Listado de abreviaturas

DA Diccionario de Autoridades

DB~e Diccionario Bibliográfico electrónico

DLE Diccionario de la Lengua Española

DPEJ Diccionario Panhispánico del Español Jurídico

L. I, Tít. V, Lib. III Libro I, Título V, Libro III (ejemplo de cita en la NR)

n.p. Nota al pie

NTLLE Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española

NR Novísima Recopilación de 1805

RAE Real Academia Española

s.p. Sin paginación

TLCE Tesoro de la Lengua Castellana o Española

v. gr Verbi gratia

vid. videre, véase

1. Introducción

Una de las obras de mayor envergadura de Francisco de Quevedo (1580-1645) es Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo (en adelante Sueños) (1627). En ella, cada estrato social de la España de Felipe III y Felipe IV se ve criticado mediante el recurso a la sátira y la burla propias de este autor, denunciando la corrupción generalizada que se había extendido en la sociedad española del Siglo de Oro. En la crítica que realiza a oficios y estados, se centra en aquellos con los que su estamento más se relaciona (baja y media nobleza), y se interesa especialmente por los oficios profesionales (Estruch 1991: 10-11). Entre ellos, oficios como los que se desarrollan en el ámbito jurídico no escapan a la lengua mordaz del madrileño. La crítica de Quevedo, que va más allá de los sujetos y alcanza al mismo sistema social y político, ofrece una visión particular de una sociedad de un tiempo y un pensamiento concretos. Así, el pensamiento y sistema jurídico de la época también tienen un espacio en esta obra maestra. Quevedo es un escritor y pensador neoestoico, desengañado y escéptico, con un ideario singular, que Ynduráin califica como “la peculiar concepción quevedesca del mundo” (1954: 10).1 Hay en Quevedo una idea desfavorable acerca de la condición humana, una visión o un pensamiento que ahonda en la miseria de ésta, y que Quevedo denuncia y señala en muchas de sus obras (Ynduráin 1954: 14-15). Es quizá éste el que lo empuja hacia lo que Ynduráin califica de “su constante actitud satírica y censoria” (1954: 15), si bien este crítico parece entender que, al contrario, es esta actitud la que provoca que Quevedo sólo perciba los aspectos negativos de la vida. Quizá es un proceso circular de retroalimentación. En este marco, Quevedo es un mundo de contrastes, en el que lo sagrado y a lo mundano tienen un tratamiento diferenciado, siendo lo primero la elección que “en última instancia” hace el autor, “mientras que se nos muestra desengañado de cuanto es temporal” (Ynduráin 1954: 8). La primera edición (editio princeps) de los Sueños se publica en Barcelona en 1627 bajo el título Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo. La obra está compuesta de cinco partes: El sueño del Juicio Final, El alguacil endemoniado, Sueño del Infierno, El mundo por de dentro y Sueño de la Muerte. En ella, Quevedo incorpora su visión de la realidad sociopolítica de la época, que tamiza a través de su propio pensamiento que recibe las influencias de las filosofías neoestoicas, moralistas, escépticas, iusnaturalistas, de la doctrina cristiana y de sus ideales conservadores y tradicionalistas. Como expresa Jauralde (1983: 126) “los Sueños son la expresión genial de un ideario complejo”2. La obra de los Sueños se inserta en el mundo cambiante del Barroco, cuya estructura político-social tiende a fortalecer el poder de la monarquía, apoyándose en un Estado de carácter moderno, donde las condiciones económicas, bajo una profunda crisis, se reforman en pos del capitalismo. En este contexto, la decadente sociedad barroca ha perdido sus valores morales esenciales y el panorama jurídico es un laberinto incomprensible y corrupto, con un complejo sistema jurisdiccional de niveles superpuestos y su conglomerado de normas contradictorias y abarrotadas de

1 Es necesaria una precisión acerca de dos autores que comparten apellido. Según la obra de que se trate, se encuentra escrito como Ynduráin o como Induráin. Ambas versiones corresponden a ambos maestros, Francisco y Domingo, por lo que se ha optado por ser fiel a la forma con que se firma cada estudio en cuestión. 2 Martín apunta que el estatuto social de Quevedo (entre la nobleza y la hidalguía), su educación (humanismo, religión ortodoxa y formación filológica) y sus experiencias vitales “constituyen las raíces ideológicas, estéticas y prácticas que explican las formas y los contenidos de la crítica, moral y política, a los abogados, letrados y demás gente del Derecho, en la obra en prosa de don Francisco de Quevedo” (2013: 19).

1 glosas y comentarios. A Quevedo lo acompaña el pesimismo al contemplar su tiempo, y descarga en las sátiras sus más ácidas burlas al sistema jurídico y, en especial, a la administración de justicia de su tiempo, cuyos representantes se convierten en figuras objeto de crítica mordaz. Se muestra la inmoralidad y la corrupción que recorre las entrañas del mundo jurídico, a la que se condena al fuego infernal, y se plantea una justicia divina más cercana al castigo que al perdón, por ser las penas de los condenados reflejo de sus pecados (Induráin 1967; Cacho 2003). Según Ynduráin, esta obra no habría de leerse de manera literal, pues, Quevedo “ha cargado la dosis de lo cómico hasta el disparate” (1954: 13). Sin embargo, “sólo a través del análisis del lenguaje puede accederse a la reconstrucción de los sentidos o significados que una obra del pasado transmitió en el momento de su circulación en una cultura histórica determinada” (Schwartz 1998: 15).3 Esto es especialmente aplicable a Quevedo, cuyo manejo exquisito del lenguaje es un arma afilada que va más allá de la aparente significación de las palabras. Así, acercarnos a la letra nos permite ver un mundo de metáforas, juegos de palabras, antítesis hiperbólicas, dobles intenciones, que esconden una severa crítica al mundo jurídico. La lectura cercana de las letras y la visión alejada de la construcción ficcional nos ayuda a desentrañar la palabra y el mensaje que del mundo jurídico de la época y de su pensamiento nos ofrece Quevedo.

1.1. Breve aproximación a los Sueños de Quevedo Quevedo comenzó a escribir los Sueños alrededor de 1605 y se publicaron por primera vez en 1627 en Barcelona (Astrana 1940: 63; Schwartz 2000: 248). Esta obra crítico-satírica pretende la crítica moral y el castigo de los representantes de oficios y estados y la reprensión de vicios en la sociedad de la época. Esta crítica social moral y de reformación de costumbres que se persigue con los Sueños exhibe una pretensión pedagógica de cambio de moralidad mediante la presentación de los vicios que acusan los tipos sociales (Martín 2013: 23-24; Estruch 1991: 9). No obstante, también se construyen imitando, en su temática y en su estilo, composiciones clásicas y neolatinas, con el fin de tratar temas de carácter filosófico de una manera cómica (Schwartz 2000: 248).4 El primero de los sueños de Quevedo se vino a titular El sueño del Juicio Final y en opinión de la crítica se concibió de forma independiente, naciendo posteriormente la idea de reunir los distintos sueños en una obra conjunta (Jauralde 1983: 125; Valdés 2016: 226). Este primer Sueño de Quevedo, que posteriormente recibió el título actual, se convirtió en el punto de partida de un grupo de sátiras en prosa que se organizaría en el conjunto de los Sueños de las ediciones de 1627 (Schwartz 2000: 248). Así, pueden también interpretarse las menciones que se recogen en los prólogos de los sueños posteriores al primero. En cuanto a la narración se refiere, cada uno de los cinco sueños contiene una narración autónoma e independiente de las restantes, pero cuya significación crece a medida que se van añadiendo sueños, creándose un todo unitario de mayor complejidad semántica. En El sueño del Juicio Final, el narrador sueña que, con el sonar de la trompeta de un ángel, los muertos salen de sus tumbas para acudir al juicio

3 A propósito de la dedicatoria en El alguacil endemoniado, Valdés comenta que Quevedo, bromas aparte, siente el deber moral de escribir lo que piensa, y lo que dice, incluso en voz del diablo, es “muy digno de tener en cuenta” (2016: 232). 4 La autoridad a la que iba dirigida la crítica satírica desconociendo o ignorando las fuentes clásicas y neolatinas censuraron “su recreación del estilo característico de muchas sátiras menipeas, el «spoudaiogeloion», que permitía tratar cómicamente temas y cuestiones de enjundia filosófica” (Schwartz 2000: 248).

2 de Dios, donde se procede a la revisión de los pecados de figuras,5 oficios y vicios, que implicará su salvación o su condenación. En el discurso de El alguacil endemoniado, el narrador entra en la iglesia de San Pedro buscando al licenciado Calabrés, al que encuentra realizando un exorcismo a un alguacil poseído por un diablo. El diálogo que se entabla entre el narrador y el demonio constituye la narración de este discurso, donde se describe el infierno y el lugar que ocupan toda suerte de estados y oficios (médicos, letrados, enamorados, sastres, mercaderes, genoveses, mujeres hermosas, jueces, etc.) y donde el diablo, paradójicamente, ofrece sermones a la manera de predicador. En el Sueño del Infierno, hallándose el narrador en “un lugar favorecido de naturaleza por el sosiego amable” (172), ve bifurcarse dos sendas, a las que después se identifica como la senda del cielo (el camino de la virtud y del bien) y la senda del infierno (camino del pecado y del mal). La narración ficcional se centra en la descripción de los caminos, principalmente el del infierno, y de sus caminantes, en un desfile interminable de almas que llegan al infierno mismo, donde continúa el retrato satírico de los que allí se alojan. En El mundo por de dentro, en el que más se ataca la apariencia de la realidad, la voz narrativa, guiada por el anciano Desengaño, visita la calle mayor del mundo, la de la Hipocresía, por donde desfilan figuras que aparentan honras y virtudes, objeto de elogio por parte del narrador, pero a las que el Desengaño descubre como lo que en realidad son en todos sus vicios y pecados. Finalmente, en El Sueño de la Muerte, el narrador cae dormido para encontrarse con la Muerte, que lo lleva a las regiones de ultratumba, donde los difuntos, personajes de la cultura popular, presentan sus quejas ante el tribunal y audiencia de la Muerte y en presencia del narrador, como representante de los vivos. Por último, es necesario incorporar un breve comentario al somnium y a si los sueños que componen la obra que tratamos siguen esta modalidad onírica. Lo que Martínez (2014: 26-30) denomina modalidad del sueño ficticio (somnium) contiene un relato cuyo autor finge haber tenido mientras dormía una ensoñación con ciertas vivencias de las que informa al lector (siguiendo la definición de Miguel Avilés, citado por Martínez 2014: 23). Este crítico repasa los distintos posicionamientos de la crítica acerca de si la fórmula del sueño ha de considerarse un género con larga tradición, un subgénero o modalidad literaria, o un artificio o recurso, pero opina que tratarlo como modalidad literaria eludiría las complicaciones resultantes de la complejidad que le es inherente (Martínez 2014: 26-30). Cualquiera que sea la calificación que se defienda, Martínez (2014: 30-55) incide en que la narración onírica cuenta con una larga tradición, una estructura arquetípica (preocupación inicial del soñador, su abandono al sueño, entrada en el mundo imaginado y regreso a la vigilia) y una serie de elementos que la integran, entre otros, la función de “literaturización” (dotar de un marco artístico a un texto que podrían calificarse de tratado científico o moral), la “ambigüedad” y la “irresponsabilidad inconsciente”, (por quedar justificada la imposibilidad de dominio de lo soñado por parte del soñador), y el “desinterés interesado” (la intención de distanciamiento del autor).6 Así, esta modalidad onírica puede utilizarse como medio para presentar ideas controvertidas. Para Schwartz (2000: 249), el sueño ficticio podía considerarse un instrumento eficaz para transmitir mensajes contra ideológicos y Quevedo pudo inspirarse para su primer Sueño satírico en los somnia de otros humanistas, como el Somnium de Juan Maldonado (1532), inspirado asimismo en el Somnium

5 Ynduráin explica las “figuras” de Quevedo, citando un pasaje de fray Luis de Granada, siguiendo a San Pablo: “Las cosas de esta vida tienen poco ser, pues el Apóstol no las quiso llamar cosas verdaderas, sino solamente figuras, que no tienen ser, por donde aún son más engañosas” (1996: 476). 6 En cada uno de los sueños se aclara si el texto se considera sueño o discurso y así se los denomina. Sin embargo, cuando se menciona en general si se trata del primer sueño, del segundo, etc., se escribe “sueño”, por la facilidad de remisión al orden de los sueños y porque, según pone de manifiesto Valdés, el propio Quevedo alude al papel preponderante de los sueños y, por ello, “no está mal que así sean recordados y sea esa la impresión general que el lector se lleve, del mismo modo que ha pasado en la historia de la recepción de la obra” (2016: 244-245).

3 Scipionis de Cicerón, en el Somnium Vivis de Juan Luis Vives (1520), y en el Somnium. Lusus in nostri aevi criticos, de Justo Lipsio (1581). Bajo esta consideración y atendiendo asimismo al texto del propio sueño, tanto respecto del primer sueño, como del último, no hay duda de su pertenencia a la modalidad del somnium. Los restantes “sueños” requieren un comentario aparte, si bien la conclusión final habría de ser, siguiendo a la crítica, su no consideración de sueños. En el segundo, El alguacil endemoniado, se produce un cambio del modelo literario, del somnium al coloquio (Arellano 1999: 15, 39), presentándose el texto en forma de diálogo. Por su parte, a pesar de que Quevedo titula el tercer “sueño” como Sueño del Infierno, en el “Prólogo al ingrato y desconocido lector” lo denomina discurso (“Este discurso es el del infierno” (170)) y lo titula asimismo “Discurso” cuando, tras los prólogos, da inicio al mismo. La crítica vacila respecto a su inclusión en esta modalidad. Martínez (2014: 72) señala que el Sueño del Infierno presenta dudas sobre su posible calificación como ficción onírica (lo que no sucede en El mundo por de dentro, excluido de este universo) y cita a Nolting-Hauff, que reconoce que “el texto «no es, pese a su acción marginal alegórico-surrealista, un sueño en sentido propio», aunque sin pasar por alto el hecho de que sea precisamente aquí donde «surja la figura de un acompañante o guía procedente de la literatura de visiones, que falta en los ‘sueños’ propiamente dichos»”. En el prólogo al lector7 de El mundo por de dentro, Quevedo sólo trata expresamente de sueño el primero de sus escritos: “no contento con haber soñado el Juicio ni haber endemoniado un alguacil, y últimamente escrito El infierno, agora salgo sin ton y sin son […] con El mundo por de dentro” (272). Y finalmente, en el prólogo “A quien leyere” del sueño final, Sueño de la Muerte, denomina los textos “discursos”, si bien juega con la idea de que son sueños y, consecuentemente, juega con el lenguaje en este sentido:

He querido que la muerte acabe mis discursos como las demás cosas […]. Este es el quinto tratado […]; no me queda ya que soñar, y si en la visita de la muerte no despierto, no hay que aguardarme. Si te parece que ya es mucho sueño, perdona algo a la modorra que padezco ,y si no, guárdame el sueño, que seré sietedurmiente de las postrimerías. (308-309)8

En el presente trabajo se analiza la primera edición de los Sueños, publicada en Barcelona en 1627 bajo el título Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo,9 si bien existen otros dos testimonios fundamentales de la tradición impresa de Sueños: la edición de Zaragoza de 1627, impresa bajo el título Desvelos soñolientos y verdades soñadas, y la edición de Madrid de 1631, de título Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio. De acuerdo con la crítica, no es posible valorar qué versión se acerca más al original o a la voluntad de Quevedo (Arellano 1999: 12; Estruch 1991: 21; González 1999: 168), puesto que las modificaciones que se incorporan en cada edición responden a circunstancias variadas, entre otras, la censura de la época y la práctica reiterada del autor de rehacer sus escritos (González 1999: 157). Sin embargo, la crítica considera que las ediciones posteriores a la príncipe “tienen como última fuente la edición barcelonesa de 1627” (Arellano 1999: 47-48) y que, si bien, oficialmente, Juguetes de la niñez es la última voluntad

7 “Al lector, como Dios me lo deparare, cándido o purpúreo, pío o cruel, benigno o sin sarna” (271-272). 8 Arellano apunta el significado de ”guardar el sueño” como “cuidar de que a alguno no le despierte” (1991: 309, n.p. 12). Sin embargo, el DA también recogía “guardar” como “defender” y como “preservar alguna cosa del daño que le puede sobrevenir” (DA, 1734), de forma que puede entenderse la dilogía del término “guardar” (en los significados expuestos), así como la dilogía del término “sueño”, en el sentido del acto de dormir, somnus (DA, 1739), y en alusión al propio texto, que sigue la modalidad onírica del somnium, y que contiene aquello que se ha soñado (“sucesso, ó especies, que en sueños se representan en la imaginación. Lat. Somnium”, DA, 1739). De esta manera, Quevedo pide al lector que cuide de que no se le despierte y que defienda sus escritos. 9 La versión de Sueños manejada en este trabajo de investigación es la edición comentada de Ignacio Arellano (Cátedra, 1991).

4 de Quevedo, “en lo íntimo de su conciencia no fué así” (Cejador 1916: XXI).10 Por estas razones, y dadas las limitaciones espaciales de este trabajo de investigación, se ha optado por delimitar el objeto de estudio a la primera edición de los Sueños.

1.2. Estado de la cuestión Son “numerosos” (Schwartz 1998: 20) los trabajos que versan sobre el pensamiento político, social, económico, filosófico, moral y religioso de Quevedo. Entre ellos, se ha escrito desde una perspectiva general, como en el Homenaje a Quevedo (1996) –que contiene estudios de Ettinghausen, Maravall, Gacto, García de la Concha o Ynduráin–, o como Astrana (1940) o Ynduráin (1954), y desde una perspectiva más concreta, como el de Schwartz (2000) sobre las influencias de Lipsio y el neoestoicismo en la sátira de Quevedo. Contienen además un análisis más profundo del pensamiento jurídico de Quevedo, combinado con los anteriores, por ejemplo, Aguirre (1947), sobre Quevedo en su faceta de jurista, y Ruiz (1984) sobre el legado doctrinal de Quevedo, su pensamiento jurídico, además del político y filosófico. También la literatura y el pensamiento literario de Quevedo han sido objeto de un considerable número de estudios, de los que pueden mencionarse, por su relación con el presente trabajo, Schwartz (2006), que trata la política y literatura en Quevedo, Cacho (2003) acerca de las fuentes literarias, obras y tradiciones, de la obra de Quevedo y la posible influencia de Anton Francesco Doni en los Sueños, Jauralde (1983) sobre el contexto literario que rodea los Sueños, y Ettinghausen (2009) que se centra en la censura de esta obra. Asimismo, de las influencias y fuentes de las que beben los Sueños, en relación con la sátira, la sátira menipea y con la modalidad o recurso al somnium, se ha escrito en general sobre la sátira de los Sueños (Nolting-Hauff 1968), sobre las similitudes entre el Somnium de Lipsio y el Sueño de la Muerte (Andrés 2013) y sobre la sátira menipea en la obra de Quevedo (Valdés 2006). No pueden faltar los estudios introductorios a las ediciones comentadas o anotadas de los Sueños, como la de Arellano (1999), de Estruch Tobella (1991), de Induráin (1967), Cejador y Frauca (1916), que contienen asimismo análisis breves o ejemplificadores de las circunstancias que rodean los elementos jurídicos de esta obra. De manera más concreta, abarcando temas relacionados con la sociedad y el Derecho en la obra de Quevedo, Berumen (1952) compara la sociedad española según se presenta en general en la obra de este autor con la que se refleja en los escritos de las Cortes de Castilla; y Alonso y Garriga (2014) se acercan al régimen jurídico que tenía la abogacía en la Castilla de los siglos XIII a XVIII, con la mención de ejemplos que incluyen la obra de Quevedo. Desde una perspectiva de temáticas más específicas, centradas en aspectos propios de la justicia y de la administración de justicia reflejada en los Sueños, Schwartz atiende a la metáfora y la ideología en torno al mito de la diosa de la Justicia Astrea, la idea clásica y su reelaboración en manos de Quevedo (1987), presenta las fuentes desde las que se genera la imagen de las barbas de juristas, letrados y jueces en la obra de Quevedo (1982) y se centra en la visión satírica del letrado en Quevedo afirmando la reescritura del tipo satírico tradicional en el contexto de la época y del pensamiento quevedesco (1986). También Patricio (2008), con el propósito de afirmar el carácter temporal de la literatura de Quevedo, se acerca a

10 Acerca de estas ediciones, véase Arellano (1999), que edita y anota los tres testimonios de la tradición impresa de Sueños, con las principales alteraciones observadas en cada una de ellas; Estruch (1991), que estudia y anota los Sueños, escogiendo la edición príncipe para los cuatro primeros sueños y la edición de Desvelos para el último; o Cejador (1916), que hace un repaso a estas cuatro ediciones y otras publicaciones intermedias.

5 la sátira a letrados y médicos por pertenecer éstos a una época y a un entorno sociopolítico concretos. Además de su mención en obras más generales, otros oficios jurídicos, como los procuradores, han merecido también la atención individualizada de la crítica especializada, como Gaudin (2017). Finalmente, varios son los estudios que se han enfocado, de manera a la vez amplia y detallada, en la materia jurídica y en la realidad de la administración de justicia. Por un lado, Gacto (1996, 2007) estudia la administración de justicia en las fuentes literarias y en la obra satírica de Quevedo, escogiendo escenas y fragmentos relevantes que le permiten una aproximación a la realidad jurídica del momento y al mundo jurídico que se refleja en los Sueños y otras obras quevedescas, y centrándose especialmente en la corrupción de las profesiones representantes de la justicia de la época. A éste hay que añadir la obra de Martín (2013), que retrata la figura del jurista en el conjunto de la obra de Quevedo, en paralelo con las circunstancias históricas, la vida del autor y su ideología (principalmente desde una perspectiva sociopolítica), deteniéndose en pasajes concretos de los Sueños y de escritos variados, satíricos o no, desde sus inicios literarios hasta el momento de su muerte. Aunque, como puede observarse, el componente jurídico de los Sueños y el pensamiento jurídico de Quevedo no han sido olvidados por la crítica especializada, su tratamiento ha sido parcial, bien por incluirse en obras generales más amplias que no le han podido dedicar la profundidad requerida, bien por centrarse únicamente en aspectos o categorías concretas, sin aproximarse a la obra de los Sueños como conjunto unitario. En el presente trabajo de investigación se pretende cubrir este vacío, abordando, desde una perspectiva holográfica, tanto el detalle como el conjunto; desde la constatación de la presencia de lo jurídico en los Sueños, su descodificación literal y metafórica en el marco del género satírico, de la modalidad del somnium y de la artificiosidad ingeniosa propia de Quevedo, hasta su confrontación con la realidad jurídica de la época y su presentación ficcional moldeada por el pensamiento pluridimensional de su autor.

1.3. Metodología de investigación y materiales En este estudio pretende establecerse un diálogo interdisciplinar entre el discurso literario y el discurso jurídico. Si bien el Derecho y la Literatura son esferas diferenciadas de la actividad del ser humano, entran en contacto y se interrelacionan de forma que, según recuerda White (2011: 11) a propósito de los orígenes del llamado “law and literature movement” en Estados Unidos en los años 70, el estudio de literatura necesita del derecho, del mismo modo que el derecho necesita de la literatura. Dado el interés surgido por el Derecho como generador de puentes teóricos y metodológicos con otras disciplinas (Pérez, 2006: 135), el discurso jurídico se constituye, así, en herramienta teórica que permite el estudio de productos culturales y literarios de una manera relativamente novedosa, permitiendo al mismo tiempo, un conocimiento más amplio de los fenómenos sociales reflejados en la literatura. El estudio de la obra literaria desde la perspectiva jurídica permite observar de qué manera se infiltran los aspectos jurídicos en el tejido social y se hacen visibles en la cultura española a través de obras culturales y literarias, como la que se analiza en este trabajo en particular. Schwartz (1986: 27) reconoce la necesidad de ubicar el texto literario en su contexto histórico y social, aunque no siempre resulta sencilla, especialmente en el Barroco, la tarea de reconocer la relación que se entabla entre la realidad extratextual y el propio texto, ni tampoco la manera en que se refleja o la objetividad con que se hace. Consecuencia de esto y del diálogo interdisciplinar entre el discurso literario y el discurso jurídico que se pretende establecer, el apartado teórico ha de contener necesariamente un estudio preciso de la teoría jurídica, si bien delimitado por la obra literaria, de forma que es el texto literario de los Sueños el que va a dar la pauta de qué aspectos jurídicos han de ser tratados en este

6 trabajo. Por un lado, es imprescindible acercarse al mundo jurídico desde una perspectiva histórica, en particular el pensamiento y el sistema jurídico del siglo XVII, dado que tanto el texto literario como su autor se ubican en un contexto histórico-jurídico de características muy concretas. Sin embargo, resulta asimismo interesante el estudio de ciertas categorías jurídicas generales, como, por ejemplo, la justicia, tanto desde el punto de vista de la filosofía del derecho como del derecho aplicado, así como su evolución en el tiempo. De esta forma puede valorarse el texto literario dentro de un marco temporal y conceptual más amplio, que permita al lector acercarse de forma consciente al descontento y la denuncia quevedesca del mundo jurídico, manifestada a través de la sátira. Además de este primer pilar teórico, es necesario acercarse a otro tema que ha de servir igualmente de base para el posterior análisis de la obra de Quevedo. Se trata del complejo pensamiento de Quevedo, donde se estudia su ideología, los temas que conforman su repertorio mental, las filosofías que lo inspiran, su posicionamiento particular frente a la vida. El particular enfoque de este autor condiciona el tratamiento que se le da al tema jurídico y, con ello, el análisis y las conclusiones que del mismo se pueden extraer en este trabajo. De una manera concreta, en este trabajo se estudian los rasgos que presenta lo que podemos denominar el tema jurídico en la obra. Para ello, se analizan las menciones concretas en la obra a los diferentes aspectos relacionados con el tema jurídico en términos tanto abstractos/filosóficos (Justicia, Equidad o Derecho, entre otros) como prácticos/aplicados (leyes, aplicación de la justicia, juicios, jueces, letrados, condenas, etc.). Se analiza asimismo la manera como se presenta el tema jurídico en la obra desde el punto de vista valorativo del autor. Quevedo hace uso en esta obra del género de la sátira, de la modalidad del somnium y de recursos concretos a la ironía, a la doble intención, a la exageración, entre otras herramientas lingüísticas, que han de tenerse en cuenta a la hora de analizar el texto, pues le dan una peculiar imprimación a su significado ulterior. De esta manera, es posible también apreciar en qué forma refleja Quevedo las categorías del sistema y del pensamiento jurídico de la época, y con ello, la propia valoración del autor. El análisis requiere un estudio detallado del lenguaje del que se sirve Quevedo para poder realizar la necesaria interpretación de la expresión lingüística en relación con sus presupuestos históricos de producción y recepción, según se pone de manifiesto por Schwartz (1998: 22). Por ello, es fundamental acercarse a los significados que nos proporciona la propia época en sus repertorios léxicos y refraneros (el Diccionario de Autoridades de 1726-1739, el Vocabulario de refranes y frases proverbiales de Gonzalo Correas de 1627 o el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española, entre otros). No pueden olvidarse tampoco los conjuntos normativos de la época, fuente directa de los contenidos jurídicos y judiciales vigentes, que permiten conocer el ordenamiento, el sistema y el pensamiento jurídico de primera mano (aunque la inclusión de un precepto concreto en una norma jurídico-positiva no implica necesariamente su cumplimiento efectivo por parte de la sociedad). Por ello, las fuentes literarias que hablan del mundo jurídico son tan relevantes cuando se trata de una época distante en el pasado, pues trazan un puente entre el deber ser y el ser social y jurídico real. En este trabajo de investigación se hace alusión principalmente a las leyes contenidas en la Novísima Recopilación por razones prácticas (lenguaje, claridad y acceso al original),11 de las que se escogen las normas que proceden de normativa previa al siglo XVII, con el fin de asegurar la vigencia de las mismas en la época de la redacción de los Sueños por Quevedo.

11 Se maneja un facsímil original de 1805 puesto a disposición del público por la Biblioteca Jurídica Digital de la Agencia Estatal Boletín Oficial del Estado.

7 Finalmente, un análisis holográfico de la obra permite estudiar el detalle dentro de un todo y observar el todo desde el detalle, de forma que la parte nos ayuda a comprender el todo y el todo le da sentido a la parte. Dado que la extensión del trabajo es limitada, se ha considerado necesario escoger, en base a la trascendencia del componente jurídico y de su presentación, tres de los cinco sueños que lo componen (El sueño del Juicio Final, Sueño del Infierno y Sueño de la Muerte) con el fin de analizar en profundidad cada escena en la que se incorpora el elemento jurídico y completarlo con una valoración sumaria conjunta que incluye, entre otros aspectos, el pensamiento del autor. De los otros dos sueños (El alguacil endemoniado y El mundo por de dentro), cuya narración sigue el patrón general de los anteriores, se realiza en todo caso esta valoración sumaria incorporando ejemplos concretos de especial relevancia. Así se pretende en este análisis, estudiar las alusiones de fragmentos concretos, pero ponerlo en relación con la totalidad, no sólo de cada sueño como texto autónomo, sino con la totalidad de los cinco sueños en su conjunto (en tres de ellos con mayor profundidad). De esta manera, es posible alcanzar un significado coherente que permita indagar en el mensaje satírico, irónico, burlesco de cada escena, y que a su vez ofrezca una visión completa de la idea que recorre la obra al completo en relación con “lo jurídico”.

1.4. Objetivo y preguntas de investigación En este trabajo de investigación se parte de la hipótesis de que la obra los Sueños de Quevedo contiene menciones a elementos relacionados con el mundo del Derecho que nos permiten acercarnos al sistema y pensamiento jurídico de finales del siglo XVI y principios del XVII y a la visión que del mismo posee su autor. La dispersión de estos elementos jurídicos y su naturaleza variada supone un obstáculo a la comprensión del mundo de la justicia que tiene reflejo en la narración ficcional. El objetivo de este trabajo es el estudio detallado del contenido jurídico de los Sueños, acercándonos a las circunstancias histórico-jurídicas de la época en la que se escribe la obra, para así comprender mejor la obra y, por ende, también a su autor, desde la posición que la perspectiva jurídica ofrece. Con ello se pretende dar respuesta a un conjunto de preguntas que se generan en torno a: 1. ¿Cuáles son los elementos jurídicos visibles en el texto y cómo se presentan? 2. ¿Cómo se refleja en el texto la realidad y el pensamiento jurídico de la época? 3. ¿Cómo percibe Quevedo el mundo que rodea lo jurídico y desde qué premisas filosóficas, ideológicas o doctrinales se abordan en la narración los temas relacionados con la justicia y con la administración de justicia? 4. ¿Imprime el autor una valoración desigual a los elementos de naturaleza jurídica, y, en su caso, en qué términos?

1.5. Estructura del trabajo de investigación Para llevar a cabo el objetivo propuesto, este trabajo de investigación presenta, en primer lugar, un marco teórico, que se apoya en dos pilares. Por un lado, un marco histórico-teórico donde se desarrollan las categorías jurídicas del sistema y del pensamiento jurídico que han de servir de apoyo al análisis literario. Por otro lado, un segundo pilar teórico que recoge el pensamiento de Quevedo en su narrativa ensayística, en particular en relación con su faceta de escritor satírico y pensador neoestoico, desengañado, escéptico y cristiano, con un ideario y visión del mundo singular. A continuación, el análisis literario se lleva a cabo mediante el estudio de la obra literaria de Sueños de Quevedo. La parte analítica de este trabajo se estructura en atención a la clasificación tripartita que se

8 plantea para el estudio de los elementos jurídicos contenidos en la obra, analizando tres de los cinco sueños que forman parte del conjunto de los Sueños (El sueño del Juicio Final, Sueño del Infierno y Sueño de la Muerte) en función de las categorías de esta clasificación. De esta forma, cada uno de estos tres sueños contiene dos secciones fundamentales, la primera, de identificación, clasificación y estudio de los elementos jurídicos concretos que se insertan en las escenas del sueño que se trate, y una segunda en la que se realiza una valoración complementaria de tales elementos en el conjunto del sueño y bajo el prisma más subjetivo del pensamiento de su autor. Como se ha comentado, las limitaciones que plantea la extensión máxima del trabajo no permiten incluir el análisis detallado de dos de los sueños (El alguacil endemoniado y El mundo por de dentro). Sin embargo, puesto que todos siguen un patrón narrativo muy similar, en base al esquema analítico propuesto para los otros tres, se presenta la valoración del sueño a un nivel algo más detallado (en comparación con la valoración homóloga de los tres anteriores) que incluye el detalle de los ejemplos jurídicos más significativos. Finalmente, se presentan las conclusiones más relevantes que nos permiten responder a las preguntas planteadas como objetivo de este trabajo de investigación.

2. Marco teórico

El presente trabajo de investigación se asienta especialmente sobre dos pilares fundamentales que conforman el marco teórico sobre el que descansa la parte analítica. Dado el carácter interdisciplinar que presenta este estudio y que relaciona dos disciplinas diferenciadas como son la literaria y la jurídica, este apartado tiene como finalidad el desarrollo, por un lado, de un marco histórico-teórico de carácter jurídico, y por otro, de un marco teórico acerca del pensamiento de Quevedo en su narrativa . El marco jurídico histórico-teórico tiene como objetivo proporcionar una perspectiva detallada de las circunstancias históricas de naturaleza principalmente jurídica, que constituyen no sólo el trasfondo sobre el cual se desarrolla la narración ficcional quevedesca objeto de estudio, sino que es asimismo objeto de la sátira contenida en ella. Con ello se pretende delimitar la materia jurídica en tanto sea relevante para el análisis de la obra literaria y, especialmente, en aquellos aspectos relacionados con el pensamiento jurídico de finales del siglo XVI y principios del XVII y con las propias categorías jurídicas generales que conforman el ordenamiento y sistema jurídico vigente en la época. El segundo pilar teórico lo constituye el pensamiento filosófico, político, jurídico-social de Quevedo, en el que se presentan diferentes aspectos de su particular visión desengañada, escéptica, neoestoica y cristiana del mundo, enraizada en el moralismo y escepticismo del Barroco, así como su empleo de recursos lingüísticos como la sátira.

2.1. Marco jurídico histórico teórico Es necesario partir de la observación de que los elementos jurídicos de la obra de los Sueños de Quevedo reflejan especialmente el sistema jurídico penal y procesal de finales del siglo XVI y principios del XVII. Piénsese, por ejemplo, que en El Sueño del Juicio Final se desarrolla en esencia un proceso judicial (si bien de carácter divino), o que el objeto de burla principal en el ámbito jurídico son oficiales y oficios relacionados con la administración de justicia (jueces, escribanos, letrados, procuradores, alguaciles, etc.). Realizado este apunte, se pasa a ofrecer una perspectiva general del panorama jurídico, especialmente penal y procesal, existente en la época en que se escribieron los Sueños.

9 Los sistemas jurídicos y sus respectivas teorías jurídicas, especialmente en lo que concierne al Derecho penal, han variado de manera considerable en función de la época y del tipo de organización de la sociedad y del Estado. En la actualidad, y desde la perspectiva de un Estado de Derecho, no se concibe un Derecho penal que no sea garantista de los derechos y libertades fundamentales. Esto no siempre ha sido así. Un hito trascendental en su desarrollo fue la publicación del ensayo jurídico De los delitos y las penas de Cesare Beccaria en 1764.12 El Derecho penal del denominado Antiguo Régimen (previo a la Revolución Francesa) estaba caracterizado por estar al servicio del poder absoluto de los soberanos, por la ausencia de garantías para el súbdito, por la confusión entre religión, moral y derecho, y por su arbitrariedad (Orts y González 2017: 113).13 Ésta es la época en la que se escribieron los Sueños de Quevedo. De acuerdo con Fernández, “[a]nalizar la cultura jurídica hispánica de la época moderna, equivale a desentrañar una cultura de esencia jurisdiccional” (2017: 82). Así, el Derecho penal del siglo XVII pertenece al Antiguo Régimen y está anclado en una sociedad estamental regida por la monarquía absoluta. El ius puniendi (poder punitivo) corresponde en exclusiva al rey, que describe en sus leyes penales qué es delito y qué pena merecen sus autores, delegándolo en instituciones dependientes del poder real, que aplican las leyes y ejercen este derecho penal de castigar, rechazando otras formas de satisfacción o castigo privados, como la venganza privada (Tomás y Valiente 1969: 24, 205). En esta época, en una monarquía absoluta, la palabra del rey es ley. Quod principi placuit, legis habet vigorem (lo que place al príncipe, tiene fuerza de ley) reza el Digesto.14 Legislar y juzgar son poderes concretos del rey,15 y la monarquía de la Edad Moderna usa la ley penal como instrumento, por un lado, de imposición de su autoridad y, por otro, de protección del orden sociopolítico establecido (Tomás y Valiente 1969: 24, 375). Se trata de un Derecho penal real. Sin embargo, la explicación no es tan sencilla. El monarca ostenta la soberanía del Estado y el poder del Estado es el poder real, pero este poder político se ejerce a través de un conjunto de instituciones (Tomás y Valiente 1983: 263).16 En opinión de Tomás y Valiente (1969: 13), entre los siglos XVI-XVIII hay un factor cohesionador esencial, cual es la monarquía absoluta, que rige una sociedad estamental que se mantiene esencialmente inalterada, al igual que la legislación penal y sus fines y conceptos fundamentales, que apenas sufren cambios durante estos tres siglos. Pero no es únicamente el Derecho penal, sino que la normativa jurídica en general permanece sin grandes cambios, generando un complejo entramado de normas, cuyos intentos de codificación se logran finalmente con la llamada Nueva Recopilación de 1567 y la Novísima Recopilación de 1805.

12 Del original Dei delitti e delle pene. Su publicación se enmarca en la época de la Ilustración; movimiento que, junto con la industrialización y las revoluciones burguesas, dio pie al nacimiento del Derecho penal liberal garantista (Orts y González 2017: 112, 243). 13 La crítica a este sistema se formuló por algunos ilustrados, como Montesquieu (Gutiérrez 2003: 327; Orts y González 2017: 113), pero fue Beccaria quien dio coherencia y estructura a las ideas y principios que constituirían la base de un Derecho penal garantista (principio de legalidad, de proporcionalidad, de igualdad, la abolición de la tortura y de la pena de muerte, entre otros) (Delval 1994: 14-15; Beccaria 1994: 29-105). 14 El Digesto es una compilación de obras jurídicas publicada por el emperador Justiniano en el 533 d.C. 15 El rey era el titular originario del poder. Lo podía delegar o transferir parcialmente a funcionarios o nobles, de manera temporal o perpetua, pero sin renunciar a la potestad suprema inherente en él (Correa 2017: 58). 16 En un plano teórico, el debate entre la idea del rey soberano absoluto y del rey sometido al Derecho no estaba cerrado. Muchos juristas y teólogos defendían la máxima tomista del sometimiento del monarca al Derecho, mientras, en contra, jugaba la teoría del derecho divino de los reyes, cuyo poder procedía y había sido entregado directamente por Dios; si el príncipe ajustaba su conducta a la ley divina, la ley natural y el derecho de gentes, cumpliendo con la razón y justicia, sería un rey justo y no un tirano, pero el problema residía en acotar el poder absoluto con unos límites jurídicos positivos que trascendieran la esfera moral (Tomás y Valiente 1983: 32-43).

10 La Recopilacion de las Leyes destos Reynos, conocida comúnmente como Nueva Recopilación, se promulgó en 1567 por Felipe II y compila normas de la legislación precedente, como el Espéculo, el Fuero Juzgo, el Fuero Real, las Leyes de Estilo, el Ordenamiento de Alcalá, las Leyes de Toro, las Pragmáticas Reales y los Autos Acordados promulgados hasta el momento de la aprobación de esta recopilación (Cabello 2010). Por su parte, de acuerdo con la portada de la propia Novísima Recopilación de las leyes de España, ordenada por Carlos IV y publicada en 1805, ésta consta de doce libros, “en que se reforma la Recopilación publicada por el Señor Don Felipe II en el año 1567 […]: Y se incorporan las pragmáticas, cédulas, decretos, órdenes y resoluciones Reales, y otras providencias no recopiladas, y expedidas hasta el de 1804”. Por otro lado, la monarquía española “era la monarquía católica por antonomasia” (Tomás y Valiente 1982: 21). En el siglo XVII se dan dos formas de interpretar el mundo que han pasado invariables desde la cultura de la Edad Media y que mantienen una relación en ocasiones difícil de deslindar: por un lado, una religiosidad institucional, que se fundamenta en un Dios que premia o castiga y que persigue la salvación del hombre; por otro lado, un sentido religioso popular/folklórico, más pragmático por orientarse a la solución de problemas más inmediatos, arraigado en un animismo tradicional y cuya esencia se mueve entre lo sagrado y lo profano (Sanz 2009: 46-47). En esta religiosa sociedad moderna, no hay tampoco una división clara entre el orden religioso y el orden civil. La doctrina científica17 pone así de relieve la raíz religiosa del pensamiento jurídico español, en el que las normas morales de la doctrina cristiana se infiltran en la teoría jurídica y los actos delictivos se califican asimismo como pecados por ser contrarios al orden civil y natural, al rey y a Dios (Correa 2017: 60-63). Por ello, en la Edad Moderna, los elementos que integran la noción de delito son tres: pecado (elemento religioso), daño común (elemento social) y ofensa a la víctima (Tomás y Valiente 1969: 242-243).18 El componente económico es igualmente relevante. Tomás y Valiente (1969: 44-46), a quien se sigue en este párrafo, expone que hacia finales de la década de 1570 se inicia el declive económico que se convertiría en una grave y larga crisis de la economía castellana que se alargaría hasta la segunda mitad del siglo XVIII, donde el respeto por la ley real disminuye y aumenta la delincuencia y los abusos en los responsables de combatirla. Como contrapeso, la ley penal y la jurisprudencia se convierten en instrumentos extremadamente severos de defensa del poder y del orden establecidos. Esto coincide con la expansión del Estado moderno y el afán de la monarquía absoluta de gobernar todas las facetas de la sociedad (política, economía, moral, costumbres), de proteger la ortodoxia religiosa y la estructura social, y de preservar, entre otras cosas, el orden público; todo ello mediante “unos medios de gobierno torpes, mal organizados y en gran parte podridos por una visión patrimonial y egoísta del ejercicio de los cargos públicos” (Tomás y Valiente 1969: 46). En este contexto, el ordenamiento jurídico se ha convertido en un denso cúmulo de normas procedentes de siglos anteriores que resulta ininteligible para los legos. Aquel Derecho sencillo, nacido de usos y costumbres tradicionales, accesible sin necesidad de estudios, se convierte en un ordenamiento jurídico complejo, culto y regido por la inseguridad jurídica, donde glosas y comentarios de los doctores en leyes (variados y jerarquizados) son más importantes que las propias normas (Gacto 2007: 530). El Derecho común es un derecho superior, pero incomprensible y, con sus disposiciones ambiguas, contradictorias

17 En Derecho se suele emplear el término “doctrina”, “doctrina jurídica” o “doctrina científica” para referirse a las opiniones de los teóricos de la ciencia jurídica. 18 Reminiscencia que pervive de la cultura medieval a pesar del nuevo y unificado orden jurídico (Correa 2017: 62). La importancia de lo civil y lo religioso, indisoluble en la sociedad y en la construcción monárquica cristiana de la época, “también se estaba dilucidando” (Aranda 2014: 17).

11 y susceptibles de interpretaciones variadas, requiere de la intervención de una nueva clase profesional innecesaria en épocas anteriores, los juristas (Gacto 2007: 529-531). En este periodo transicional de redefinición,19 no sólo el ordenamiento jurídico en sí, sino el conjunto del sistema jurídico es complejo. El panorama político y jurídico de la sociedad de la época se caracterizaba por la pluralidad y superposición de jurisdicciones, corporaciones y privilegios y por la hipertrofia normativa, la intervención de expertos, provocaban la dilación de los procesos judiciales, su excesiva onerosidad y contribuían a la arbitrariedad judicial (de Dios 2001: 71; Fernández 2017: 81). Parte de la doctrina, sin embargo, apunta lo positivo del intento de juristas y teólogos de la época de tratar de explicar este orden político y jurídico (de Dios 2001: 71), y de los importantes avances que se dieron en los procedimientos de la justicia hispánica desde el siglo XVI, en comparación con el periodo anterior (Correa 2017: 54).20 También Lorenzo (2006: 225-231) señala que la Corte española del siglo XVII ha sido valorada por los historiógrafos muy negativamente por su corrupción, ineficacia, arbitrariedad, burocracia innecesaria que convierte en ineficaces las instituciones, etc., aunque, en su opinión, fue un siglo de enorme trascendencia en cuanto al desarrollo de la burocracia moderna, por el hecho de que normalizó sus formas documentales y procedimientos administrativos, formalizando el expediente administrativo moderno; el triunfo del “concepto moderno de gestión burocrática”, en el que la legalidad formal reemplazaría la oralidad. A pesar de ello, la desaprobación social de la justicia es innegable. Quevedo no es el único en cuyos textos se incluye una crítica social en este sentido. Baste aludir el Lazarillo de Tormes, El coloquio de los perros de Cervantes, Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán o algunas letrillas satíricas de Góngora (Patricio 2008: 61). La sociedad coetánea también clamaba contra el sistema de justicia y contra el funcionariado, y las Cortes presentaban continuas y reiteradas quejas y peticiones al monarca para que pusiera remedio a una situación insostenible (Fernández 2017: 81; Lorenzo 2006: 230; Alonso y Garriga 2014: 293, 303; Tomás y Valiente 1969: 154, 161-169, entre otros). La concurrencia de dos factores (normativa inadecuada y funcionarios inmorales) es lo que, de acuerdo con Gacto (2007: 538), provoca dos disfunciones que conducen a la desconfianza justificada del pueblo en la administración de justicia y funcionamiento de los tribunales: desigualdad de trato según la posición social y capital de cada persona, y la duración extrema de los litigios. Como contrapartida, también hay otras voces que señalan la necesidad de tomar con cautela las críticas de los contemporáneos, entre otros, a los juicios arbitrarios. Si bien se documentan casos de jueces que abusan de su potestad, de la manipulación de los juicios por parte de los pleiteantes o de la arbitrariedad en favor de los intereses reales, según Fernández (2017: 83), gran parte de los pleitos muestran la labor restauradora del orden vulnerado. El arbitrio judicial fue un instrumento necesario, un remedio para salvar los defectos del sistema jurídico y judicial, en su complejidad y superposición de planos (Fernández 2017: 83; Gacto 2007: 519). Tampoco hay que olvidar que la imagen que la sociedad tiene del sistema jurídico y judicial se construye sobre las experiencias de los que han participado en el mismo. La percepción normalmente negativa del sistema se debe a dos razones: la necesaria subjetividad (valoración) de los intermediarios, el legislador y el juez, que han de convertir el Derecho en justicia, y

19 Los siglos XVI y XVII son un “periodo de redefinición de la administración y centralización del Derecho en el marco del avance de la «estatización» y laicización progresiva de las atribuciones jurídicas de la justicia del rey” y, como tal, existe indefinición y superposición de jurisdicciones (Correa 2017: 55). 20 Los “pleitos civiles, en los tribunales reales y con especialistas de la ley, garantizaban a las partes en conflicto un proceso basado en leyes, un procedimiento determinado, testigos, pruebas y una sentencia”, pero resultaba en exceso oneroso llevar las causas adelante y “no siempre la justicia reparaba el daño ocasionado al ofendido” (Correa 2017: 54-55).

12 la insatisfacción irremediable de al menos una de las partes en la resolución de conflictos por parte de la administración de justicia (Fernández 2017: 83; Gacto 2007: 513). Aunque, como puede observarse, existen elementos positivos que merecen mención, la valoración general del sistema jurídico, y en concreto la organización de la administración de justicia, no ofrece un saldo favorable. En este sentido, es necesario constatar las principales características del sistema institucional de administración de justicia penal y del proceso penal castellano en los siglos XVI-XVIII, que resultaban en la escasa garantía de justicia de las condenas penales (se sigue a Tomás y Valiente 1969: 198-200): 1. la parcialidad del juez, por un lado, por ser el que indaga los hechos, suministra pruebas y sentencia, y por otro, por su interés en una resolución condenatoria del proceso, porque su bajo salario se complementa con la participación en el importe de las penas pecuniarias, 2. inexistencia de presunción de inocencia, apuntando la teoría de los indicios y su valoración (pruebas) a la presunta culpabilidad del reo, 3. inferioridad procesal del reo por el secreto parcial de las actuaciones y la distinta valoración de las pruebas según fueran favorables o perjudiciales para el reo,21 4. menores garantías procesales probatorias para determinados delitos considerados más perniciosos por la política penal, 5. arbitrio judicial de excesiva amplitud22 (indeterminación de penas, falta de justificación de sentencias23, libertad de interpretación del derecho), 6. organización confusa y solapada de las instituciones de la administración de justicia penal. Finalmente, es necesario dar unas pinceladas complementarias a dos de los componentes concretos de este sistema jurídico, ya mencionados, y que reciben un tratamiento satírico acerado en la obra que se analiza. La desaprobación social de la justicia se refleja en dos aspectos diferenciados, como señala Gacto (2007: 514), en la inmoralidad de los profesionales del derecho, y en los defectos y excesos del proceso judicial, como ceremonia ritual. Por un lado, desde los tiempos de los Reyes Católicos se da un ascenso de los juristas a puestos de la administración del Estado, con el fin de lograr administrar y centralizar el poder de la monarquía neutralizando el de la alta nobleza (Chen 2002: 231; Schwartz 1986: 45-46). Asimismo, el aumento en la complejidad del expediente conllevó también un aumento de los oficiales y entidades que intervenían en los procedimientos y del experto conocedor de los procedimientos y capaz de escriturar los documentos apropiadamente (Lorenzo 2006: 226). A ello se une el incremento de pleitos constatado en los siglos XVI y XVII, que condujo a la especialización de la profesión jurídica de los funcionarios, encargados de los aspectos administrativos y procesales de los juicios (Correa 2017 56). Sin embargo, esta promoción de los juristas no viene acompañada de medidas idóneas para su incorporación. Las exigencias requeridas para decidir sobre la capacitación del individuo que ocuparía el cargo se subordinaron al interés político y económico, lo que condujo a la

21 Como ejemplo, la confesión de culpabilidad es definitiva, pero la aseveración reiterada de su inocencia obtenida bajo tortura no lo es. La tortura era esencial en el proceso inquisitivo como medio de provocar la confesión, por lo que Tomás y Valiente (1969: 172-173) considera que las críticas que se hicieron en pleno humanismo habrían de haberse dirigido no sólo contra ella, sino contra el sistema procesal penal en sí. 22 Fernández (2017: 82) señala que la discrecionalidad del magistrado para la resolución de controversias no debía ser caprichosa, puesto que en teoría las facultades intelectivas del juez le permitían discernir lo justo en el caso concreto dentro de los límites del ordenamiento. 23 “El sigilo de la sentencia” en palabras de Fernández (2017: 81).

13 patrimonialización de los empleos, y a su vez a la venalidad y el acrecentamiento (Ybáñez 2006: 561, 570-582).24 Citando a Kagan, Correa (2017: 56) presenta la clasificación del funcionariado que integra los tribunales reales: jueces (ordinarios, pesquisidores y de comisión), oficiales o secretarios de justicia (escribanos, notarios, contadores relatores y alcaides, porteros receptores), consejeros legales (procuradores, solicitadores, abogados). La imagen que de ellos tiene la sociedad, como se ha dicho, no resulta favorable y se les acusa de un proceder ineficaz, inmoral y corrupto. Este actuar, no generalizado pero frecuente, tenía reflejo en el marco legal, que trataba, sin éxito, de ponerle freno (Gacto 2007: 536). En lo que corresponde al proceso judicial, en Castilla, éste podría iniciarse por medio de la pesquisa, por denunciación o por acusación (Tomás y Valiente 1969: 157-163. Se sigue a este autor en este párrafo). La pesquisa era la investigación que se realizaba de oficio por parte del juez para la averiguación de los delitos y de sus autores. Había varios tipos de pesquisa, la general y secreta (en principio prohibida) y la particular o especial. Era el modo normal de iniciarse el proceso en relación con un delito recientemente cometido. Esta pesquisa podía además iniciarse por el juez ordinario del lugar o por jueces pesquisidores o jueces de comisión con poder (especialmente, s. XVI y XVII).25 Por su parte, la denunciación consistía en comunicar a la justicia la comisión de un delito y del autor del mismo. El denunciante-delator podía ser cualquiera, incluso oficiales en el ejercicio del cargo (como alguaciles). La iniciación del proceso por acusación se daba esencialmente en los delitos privados y comenzaba con la presentación de una querella por la parte ofendida, que se comprometía a probar las alegaciones de culpabilidad contra el acusado.26 Tomás y Valiente (1969: 158-159) expone las fases del proceso inquisitivo (varía la fase inicial para el proceso que se inicia por denunciación). El escribano, por orden del juez, abre el proceso por inquisición con el fin de esclarecer un delito conocido. Si tras las primeras indagaciones realizadas por el juez (“información sumaria”) se encuentra un sospechoso, se le encarcela y, con frecuencia, se le embargan los bienes (actuaciones hasta aquí secretas para el sospechoso). El juez continúa la búsqueda de pruebas contra el reo (interrogación de testigos, confesión del reo). Interrogados los testigos, se le facilitan al reo sus nombres para que pueda presentar “repulsas”. Finalmente, se publican los testigos y las pruebas restantes, se procede a la acusación formal y al escrito de defensa,27 se pronuncia sentencia de tormento (para lograr la confesión de culpabilidad del propio acusado o de sus cómplices) o sentencia definitiva (normalmente, condenatoria).

2.2. Formas del pensamiento desengañado en la narrativa de Quevedo Para comprender la obra de Quevedo, es necesario primero conocer su pensamiento, su posición frente a la vida, su posición ideológica, porque como señala Ynduráin (1954: 10) existe una “peculiar concepción quevedesca del mundo”, que condiciona la lectura que pueda darse a sus escritos. Quevedo se ve dominado por sus propios ideales morales, éticos, culturales y políticos, que condicionan esa visión

24 “Si bien es cierto que en Castilla no estuvo autorizada legalmente la venta de oficio de justicia, también lo es que sí se vendían los oficios menores o subalternos (escribanías, varas de alguaciles…), y que el ambiente general, favorable a la visión patrimonial del oficio o cargo, era propicio a la admisión de ese beneficio o lucro de los jueces, entendido como ingreso complementario de sus menguados salarios” (Tomás y Valiente 1969: 167). 25 Sobre el actuar corrupto de los jueces, sus excesos y afán codicioso, las quejas de las Cortes al rey son reiteradas. 26 También el juez, con frecuencia, procedía de oficio contra los delitos privados, sin expresa petición de la parte ofendida; con ello, la diferenciación entre delitos públicos y privados perdía su sentido práctico (Tomás y Valiente 1969: 160). 27 En los procesos judiciales, las partes actúan a través de procuradores y letrados (Correa 2017: 56).

14 suya de la realidad, dado que en gran medida su propia idea de justicia (e incluso de lo jurídico) se ve contagiada por esa posición cristiana, escéptica, neoestoica y tradicionalista que domina toda su obra. Quevedo sigue además un ideario político-moral que ha sido calificado por historiadores y crítica como complejo y contradictorio.28 Ettinghausen se hace eco de la crítica que declara “la necesidad de reconocer y afrontar la multiplicidad de Quevedo como algo irreducible” (1996: 28) e Ynduráin apunta, acerca de la organización dual de su pensamiento, la “relación dialéctica, como oposición de contrarios más que de distintos”, de elementos dependientes y complementarios que integran una realidad completa; una “organización de la realidad en parejas de términos y conceptos entre los que se establece una implicación bilateral [… y que funcionan] dentro de un contexto, de un sistema de valores claramente definido” (1996: 475-481). Sobre su personalidad literaria, dice Astrana que “aparece complejísima, multiforme y plurifacética” (1940: 21).29 Tampoco es posible comprender los escritos quevedescos sin atender a las circunstancias históricas e ideológicas de la época barroca en la que se inserta, especialmente en relación con los Sueños en su calidad de obra satírica, de la que Schwartz señala que las sátiras quevedescas se construyen “sobre la referencia a sucesos y personas, a creencias y opiniones, que sólo pueden descodificarse en relación directa con su vida [de Quevedo] y con el complejo entramado ideológico del siglo en el que le tocó existir” (2000: 227). Parte de esta aproximación histórica se ha hecho en el apartado anterior. Baste añadir aquí algunos detalles. Finales del siglo XVI y principios del XVII coincide con un periodo de transformaciones en el ámbito político, socioeconómico y cultural trascendentales para el pensamiento político, jurídico y social, entre los que cabe mencionar el nacimiento del Estado soberano, el debilitamiento e incapacidad de la institución monárquica, la expansión de una economía capitalista, una gran crisis socioeconómica, el contacto con culturas y pueblos nuevos que replantean las relaciones humanas en términos universales, la mayor divulgación de los medios de expresión del pensamiento mediante la imprenta, o la creciente decadencia y desmoralización existente en todos los órdenes (Ruiz 1984: 27, 35). Desde una perspectiva ideológica, el pensamiento filosófico-jurídico, político y teológico europeo presenta tres movimientos doctrinales relevantes: el Renacimiento, que rescata doctrinas clásicas como el aristotelismo, el platonismo y neoplatonismo, el estoicismo o el escepticismo; la Reforma, con su consiguiente tendencia antihumanística; y la Contrarreforma, con una síntesis de pensamiento humanista y escolástico. A ello hay que añadir una subjetivación del derecho natural en contraste con la objetivación del iusnaturalismo clásico (Ruiz 1984: 44-45). En la España del siglo XVII, en el contexto de una monarquía católica “paladín de la Contrarreforma”, la relación entre política y ética integraba una doctrina mayoritaria de base eminentemente tradicional y moralista (Tomás y Valiente 1982: 22). Se dan así tres líneas de pensamiento político español del Barroco, moralismo, tacitismo y casuismo, donde en base a la primera los eticistas consideran que, en la política, la “buena y verdadera razón de Estado” estriba en que el Estado ha de someterse a la religión, la fe y la moral católica, y donde la conciencia moral sería así el límite al poder absoluto del Príncipe (Tomás y Valiente 1982: 24-25).30

28 Por todos, Ettinghausen (1996: 28) y Schwartz (1998: 15-16). 29 Este apartado no pretende ser una guía exhaustiva del complejo pensamiento de Quevedo, sino ofrecer sólo unas líneas generales que permitan fundamentar el análisis propuesto de los Sueños. 30 Tomás y Valiente (1982: 25) ejemplifica estas ideas con mención a Política de Dios, gobierno de Cristo de Quevedo, cuyo planteamiento refleja la idea de que los reyes han de someterse a la voluntad y mandamientos de Dios, pues de lo contrario serán castigados por la historia (bajo el nombre de tiranos) y por el propio Dios juzgador.

15 Con este trasfondo barroco, Quevedo posee una “constante actitud satírica y censoria” (Ynduráin 1954: 15) hacia un mundo en el que considera huidos los valores esenciales y donde la apariencia reina rodeada de falsedad y engaño. La razón es el medio para desenmascarar el engaño y las falsas apariencias del mundo y Quevedo recurre a una actitud moralista y satírica, de rasgos pesimistas, para ponerlas al descubierto (Ynduráin 1954: 18-20). Sin embargo, el conocimiento por medio de la fe es superior al conocimiento racional, de igual forma que éste es superior al conocimiento sensible a través de los sentidos, por lo que Quevedo, con una actitud pesimista pero siempre ortodoxo, se refugia en su estoicismo cristiano para enfrentarse a un mundo, que ve como “un juego de ser y aparentar” (Ynduráin 1954: 18-19, 29). El pensamiento de Quevedo es una combinación compleja de diferentes filosofías y doctrinas de difícil compartimentalización, donde, en opinión de Astrana (1940: 147-148), no puede ignorarse la relación íntima existente entre su pensamiento político, ético y filosófico. En referencia a las interpretaciones de Rothe y Ettinghausen de un elogio de Lope de Vega a Quevedo, son muy explícitas las palabras de Schwartz sobre la imagen que Quevedo quiso proyectar desde su juventud: “humanista erudito, de simpatías neoestoicas, que se había convertido ya en escritor satírico de renombre” (2000: 258). En este sentido, también Ruiz plantea la dificultad de deslindar las teorías filosóficas, teológicas, morales y políticas de Quevedo, dado que “sus doctrinas morales iban encaminadas a depurar la política y sus doctrinas políticas trataban de orientar moralmente al pueblo español en todas sus esferas sociales” (1984: 44-45). Quevedo, como pensador político que trató en detalle la política interior y exterior de su tiempo, se inspira en la Escolástica y Patrística, en clásicos como Séneca y Tácito, en los humanistas del Renacimiento, y en especial, en Justo Lipsio (Astrana 1940: 147-148). En este espíritu político, que Astrana (1940: 163) considera en esencia patriota, nacional y tradicionalista, la crítica ha visto una de sus grandes contradicciones. Un significativo tradicionalismo defensor de los intereses monárquicos y de actitud conservadora, que se vio en parte matizado por estudios de finales de los años 90 que ponían de relieve una cierta convivencia entre el conformismo y la actitud de protesta o crítica al sistema (Schwartz 1998: 17-21). Años antes, Aguirre pudo haber hallado la clave, al señalar que Quevedo, como tratadista político, “crea el ensayo político” y concibe un plan general de política fija basado en principios morales y jurídicos, donde defiende que “el poder real es divino en su origen, sagrado e inviolable en la persona y absoluto en su acción”, pero donde los monarcas son “jornaleros” y el reinar es una tarea que no puede descuidarse (1947: 11-13). En el ámbito político, Quevedo fue, además de pensador, un participante activo en los problemas de su tiempo. Le importa la filosofía aplicada a los problemas de conducta, y no el saber por el saber, ni la filosofía especulativa; y por ello, como admirador de Séneca y de los estoicos, en el tratado España defendida y los tiempos de ahora (1609) contrapone a la “puntillosa erudición, pegada a la letra” que practican los humanistas extranjeros, “los estudios que entre nosotros atienden más al espíritu y a su aplicación humana” (Induráin, 1967: 14-15).31 Lo que no se discute es la estrecha vinculación entre política y moral en el pensamiento de Quevedo. Moralista apasionado (Ettinghausen 1996: 32), la política, para este autor, “es moral aplicada al Estado y a la sociedad” (Schwartz 2000: 255). Sin embargo, lo que Ynduráin considera “ese constante preocuparse por lo moral” (1954: 9), Schwartz lo matiza señalando que “no puede afirmarse con certeza

31 Como “objetor y activista político” lo ve Ettinghausen, que apunta una serie de constantes, gracias a las cuales pueden explicarse algunas de las aparentes contradicciones, entre ellas, “su sentimiento de la vida como una milicia continua” como el “anverso y reverso de una sola actitud militante, comprometida, angustiosa, e intrépida” (1996: 32).

16 que esta visión [visión del mundo regida por principios éticos reconocibles presente en las obras quevedescas] se presente con una consistencia lógica absoluta” (1998: 16, cursiva de la autora). Los moralistas del siglo XVI acercaron las ideas estoicas a la ética cristiana; labor asumida por Quevedo, que se inspiró en Séneca, cuyos principios y máximas habían pasado al lenguaje ético-cristiano de la época, convirtiéndose en el más destacado representante del senequismo en España (Schwartz 1996: 621; Astrana 1940: 127). Este hombre político y moralista es un seguidor comprometido del neoestoicismo,32 y aplica la filosofía estoica en un marco de convicciones cristianas, fusionando así ideas neoestoicas y cristianas. Una de las constantes en la obra de Quevedo es la presencia de ideas y actitudes estoicas (Ettinghausen 1996: 27; Schwartz 1998: 16). En este marco, la influencia del flamenco humanista Justo Lipsio (1547-1606), su neoestoicismo activo, síntesis singular de estoicismo y de cristianismo platonizante, y su obra Politicorum, fueron decisivos para el pensamiento de Quevedo (Ruiz 1984: 55; Schwartz 2000: 230).33 Según Schwartz (2000: 238-239), la doctrina no se ha fijado suficientemente en el hecho de que el interés de Quevedo por la filosofía neoestoica evolucionó pareja a la internalización de los principios del humanismo lipsiano. Los humanistas como Lipsio consideraban que en el pensamiento estoico el sabio había de cultivar la virtud, quedando vinculados así los principios filosóficos de la Stoa y de la doctrina cristiana en esa unión que desde principios del XVI habían promovido Erasmo y el humanismo cristiano (Schwartz 2000: 234). Con esta actitud, neoestoica y cristiana, se enfrenta Quevedo a una sociedad corrupta y necia que ha perdido los valores morales. Pero el espíritu ideal ético de Quevedo habrá de recurrir necesariamente al género de la sátira, deshaciendo engaños y falsedades y revisando los valores más aceptados (Induráin 1967: 15-16). De esta forma, existe un Quevedo filósofo, moralista, estoico y creyente, y un Quevedo burlesco y satírico (Ruiz 1984: 56); una dualidad que Ettinghaussen apunta en su obra y que a lo largo del tiempo ha clasificado sus obras en “serias” y “no serias” (1996: 34). En el siglo XVII, la sátira se convierte en el modelo de difusión ideológica preferido por los humanistas para divulgar su crítica sociopolítica y religiosa, así como los ideales de su moral (Schwartz 2000: 259).34 Así, los escritos satíricos de Quevedo no son tratados de historia, pero contienen una visión crítica de la política y sociedad de su tiempo (Schwartz 2000: 228). Tanto es así, que Astrana (1940: 137) comenta que el crítico y el satírico van siempre unidos en Quevedo. Gracias a un manejo extraordinario del lenguaje, Ynduráin alabará al autor áureo, diciendo que “tuvo en grado agudísimo el don de la sátira” (1954: 46). Quevedo satírico se encuentra desalentado frente al panorama político y social decadente que critica y que trata a su vez de educar moralmente. Sus “ojos escépticos” ven “la mentira y el engaño en los hombres, en las cosas, en las ideas” (Induráin, 1967: 16). Por ello se observa también en su obra un escepticismo que procede de las escuelas clásicas. A propósito de El mundo por de dentro, apunta

32 Acerca de la filosofía de la Stoa, señala Ynduráin que “es ética antes que nada, buena para tiempos difíciles; enseña a sufrir con ánimo sereno y a despreciar los bienes, la vida incluso, y se basta con la satisfacción de la virtud […]; les falta el amor de Dios y al prójimo y conciben el curso de los acontecimientos sujeto a un determinado providencialismo” (1954: 29). Desde la perspectiva neoestoica, la moral de la Stoa habría de ser “guía y modelo de vida, que ayudase a soportar los males públicos y privados; debía de ser fuente de consuelo y de aprendizaje, como se había establecido en el estoicismo romano imperial” (citando a Lagrée, Schwartz 2000: 232). 33 Schwartz apunta que el pensamiento ecléctico de Quevedo refleja las teorías lipsianas, de forma que este autor se definiría “como Lipsio, estoico, en cuestiones de ética, y cristiano, por su respeto a las Sagradas Escrituras” (2000: 230). 34 El género satírico permitía fusionar discursos de temática variada (históricos, filosóficos o literarios) en textos distintos, un diálogo, un poema o una mezcla de prosa y verso (Schwartz 2000: 247).

17 Robbins (1998: 43, 56) que están presentes ambas formas de escepticismo, el académico y el pirronismo, pero que el escepticismo quevedesco es (como lo es en parte también para otros moralistas de su tiempo), no tanto una filosofía como una estrategia mediante la cual poder desengañar al individuo en su reclamación de conocimiento, revelando la naturaleza transitoria, temporal y carente de valor del mundo y devolviéndolo a un Dios en el que reside la verdad, accesible a través del desengaño. No hay pues una incertidumbre total, dado que para Quevedo este escepticismo está moldeado por los ideales estoicos y por la fe, y su particular desengaño permite acceder a la verdad (Robbins, 2007: 57-58). Desengañado de todo lo que es temporal, Quevedo muestra su preferencia por lo sagrado frente a lo mundano (Ynduráin 1954: 8). Por último, es necesario aproximarse de forma más detallada al pensamiento de Quevedo respecto de la justicia y del orden jurídico, teniendo en cuenta que Quevedo cursó estudios de Derecho en la Universidad de Alcalá (Aguirre 1947: 9) y tenía “merecida fama de hábil corredor y gestor de pleitos” (Martín, 2013: 166). Así pues, su conocimiento del mundo jurídico no es superficial y, consecuentemente, el tratamiento que da al componente jurídico en los Sueños no habría de suponerse lego, sino complejo y erudito. Se sigue la exposición de Ruiz de la Cuesta (1984: 246-262), que ofrece una perspectiva general de las ideas de Justicia, de Derecho y de su aplicación en Quevedo y en su época. Un breve apunte inicial, en palabras de Aguirre: “Poder robusto y Justicia intacta. He ahí el ideal de Quevedo” (1947: 14-15). Como valor ético, la Justicia es un valor fundamental, de carácter imperativo absoluto, que constituye la condición primera para la validez de los demás valores y como tal ha de traducirse en un conjunto de postulados imprescriptibles de carácter universal e inmutable en la existencia humana, siendo así fuente de normas y de inspiración como fenómeno humano inextirpable del pensamiento y del sentimiento humanos. En este sentido, se produce una dialéctica entre el aspecto objetivo y el subjetivo de la justicia (como complementarios), donde el hombre ha de pretender la instauración de un orden justo (Ruiz 1984: 247-248). La concepción moral de la justicia en Quevedo se apoya, entre otros, en el postulado irrenunciable de la dignidad moral del ser humano como valor supremo inspirado por el Derecho al establecer la jerarquía de valores que permite la equidad y proporcionalidad en las relaciones tanto interpersonales como entre el individuo y la colectividad (Ruiz 1984: 262). La libertad y la razón participan también, junto con la verdad y la justicia, como valor ético supremo, en el ideal político de Quevedo, y Ruiz lo confirma en un esclarecedor fragmento de La Fortuna con seso y la hora de todos: “La pretensión que todos tenemos es la libertad de todos, procurando que nuestra sujeción sea a lo justo, y no a lo violento; que nos mande la razón, no el albedrío […]” (1984: 249).35 Además, la contraposición entre justicia y violencia supone una constante esencial que configura el pensamiento jurídico de Quevedo, de forma que la Justicia ha de valerse de la verdad (y no de la espada) y el Derecho ha de tener como fin la solución no violenta de los conflictos (Ruiz, 1984: 249). Por tanto, Quevedo no criticaba el Derecho. Todo lo contrario, defendía el Derecho siempre que se entendiera como realización de la Justicia, y, con ello, un Derecho cuyo fin sería la implantación de la justicia (en términos de equidad) en las relaciones de convivencia social. El pesimismo de Quevedo se producía al comprobar en la sociedad en la que vivía la inexistencia de aquel orden justo, la presencia de actuaciones legales pero injustas y la ausencia de justicia en estas relaciones interhumanas (Ruiz

35 Es un pasaje donde precisamente un letrado presenta una propuesta “en nombre de todos”, hecha, según Ettinghausen, en “extraordinarios términos utópicos […], abogando por la libertad, la paz, la justicia, la dignidad, la igualdad, el buen gobierno, y el entendimiento entre plebeyos y nobles” (2017: 118).

18 1984: 253, 261). Por ello, para Quevedo, siguiendo la línea de pensamiento de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, el Derecho equivale a Justicia (si el Derecho no es justo, no existe), y siguiendo la idea iusnaturalista de la época, la Ley positiva sólo podía calificarse como tal si permitía la realización de la justicia, y con ello, la realización de criterios de igualdad y proporcionalidad en las relaciones interhumanas (Ruiz 1984: 250-251).

3. Análisis

3.1. Distinción en categorías de los elementos jurídicos que aparecen en la obra Como se ha puesto de manifiesto anteriormente, con el fin de responder las preguntas de investigación formuladas, el análisis de la obra ha de contener necesariamente una delimitación del contenido jurídico que aparece en la obra Sueños de Quevedo. En una primera aproximación, los elementos jurídicos incluidos en el texto parecen36 ser un conjunto de piezas de contenido variado, en su mayoría burlesco, dispersas sin orden específico. No sería de extrañar que el autor decidiera de manera consciente dar tal tratamiento a los elementos jurídicos –tanto en lo que respecta a su contenido, como en relación al orden que siguen–, pues, con carácter general, uno de los rasgos del estilo de Quevedo en esta obra es el recurso al desorden, al desbarajuste, a la confusión con la intención de crear un panorama onírico que aumente la sensación de desorientación en el lector. Arellano señala, además, en este sentido, que “la misma acumulación de tipos y figurillas de toda clase y condición […] provoca la típica sensación del caos grotesco, amén de responder a una de las condiciones de la satura, ‘mezcolanza’ a cuyo género pertenecen, grosso modo, los Sueños” (1999: 17).37 Sin embargo, en palabras de Induráin, “el barroco [sic] desprecia lo espontáneo y persigue lo artificioso” (1967: 17), por lo que es preciso revisar si este desorden aparente no es un recurso buscado. Como punto de partida, en este trabajo se ha considerado necesario realizar una clasificación de los elementos jurídicos contenidos en la obra, distinguiéndolos en tres diferentes categorías, con el fin, por un lado, de facilitar el análisis de los mismos, y, por otro, de dilucidar la existencia o no de un cierto orden preestablecido.38 Una primera categoría básica en la que se clasifican los elementos jurídicos en este estudio es la categoría de los elementos jurídicos centrales. Se trata de conceptos, instituciones, figuras o aspectos de carácter jurídico (tanto de naturaleza abstracta o ideal, como concreta) que son objeto de burla y crítica directa, y que contribuyen a conocer el pensamiento jurídico de la época en la que se escribieron los Sueños y

36 En los Sueños, la apariencia es un aspecto clave objeto de crítica severa por parte de Quevedo, por lo que, en este trabajo, se presta atención a lo que en un principio puedan “parecer” los distintos elementos. 37 Induráin considera que la composición ilógica en que se desarrollan “las acrobacias de pensamiento y expresión” responden naturalmente al estado de ensoñación (1967: 10). También Cejador justifica en “el soñar” la falta de “hilo que se trabe las escenas [y la falta de] unidad de composición” (1916: XI). Estruch, por su parte, considera que las críticas y burlas contra vicios, defectos físicos, nacionalidades y razas, profesiones, etc., están dispersas sin orden ni concierto y tienen como “hilo conductor […] las peculiares obsesiones de Quevedo” (1991: 12). Jauralde justifica la falta de organización y de estructuración argumental de la visión, “prosa expresionista e intuitiva que se mueve desaliñadamente”, entre otros, en la intención de transmitir un mundo caótico y desordenado propio del sueño inconexo y absurdo (1983: 123-124). 38 La intención no es refutar las observaciones de los críticos en cuanto a la existencia e intencionalidad de ese desorden general, sino examinar la existencia de un cierto orden (o, si se prefiere, una vinculación consciente de ciertos elementos de variada categoría) dentro de tal desorden general.

19 su sistema jurídico (como ordenamiento jurídico y como organización de la administración de justicia), así como, la posición y juicio que ofrece su autor al respecto. Una segunda categoría la componen los elementos jurídicos funcionales, que contribuyen a conocer el sistema jurídico desde un punto de vista más práctico y aplicado. Sin embargo, se trata de elementos que no son necesariamente objeto de burla por parte del autor porque no se pretende con ellos criticar la realidad jurídica. El texto no les da una valoración determinada, pues su función, más práctica, se destina principalmente a presentar un escenario o un trasfondo jurídico. En ocasiones, algunos de los elementos jurídicos del texto pueden ubicarse en cualquiera de estas dos primeras categorías, por lo que el criterio delimitador decisor se basa en si el elemento en cuestión es objeto de la burla directa de Quevedo o si no existe esta clara y directa intención satírica. En el primer caso, el elemento pertenece a la primera categoría; en el segundo, a la segunda. Por último, una tercera categoría la componen los elementos jurídicos de apoyo. En esta categoría se diferencian dos subcategorías. Por un lado, los elementos que el autor utiliza como herramienta para hacer observaciones, en su mayoría jocosas, respecto de otros sujetos o elementos no jurídicos. Por otro lado, los elementos lingüísticos de naturaleza jurídica (terminología jurídica, citas, voces o frases latinas jurídicas, etc.) que utiliza Quevedo a lo largo del texto, que contribuyen al conocimiento del lenguaje jurídico de la época y pueden contribuir a la crítica del pensamiento jurídico, del sistema jurídico o de otros elementos, jurídicos o no, presentes en la obra.

3.2. Presentación de los elementos jurídicos de Sueños Arellano apunta, respecto del Sueño del Infierno, que no hay una “descripción «paisajística» del infierno, sino una construcción satírica y burlesca centrada en las figuras humanas” (1999: 16-17). Es más bien una descripción caricaturesca, con pinceladas “de tipo impresionista”, según la “descripción sintáctica del estilo de Quevedo en Sueños” observada por Induráin (1967: 19). Se trata, así, de “brochazos” en una serie de pinturas que se suceden sin atadero, aspecto que se relaciona con “el soñar” (Cejador 1916: XI) o de “pequeñas viñetas que individualizan casos concretos más o menos típicos y chistosos” (Jauralde 1983: 123).39 En esta descripción impresionista, tampoco presenta Quevedo una “descripción paisajística” de la Justicia, ni del pensamiento y sistema jurídico de la época. El “elemento jurídico”, tratado de manera general, se construye a base de brochazos impresionistas de naturaleza satírica que salpican principalmente las figuras caricaturizadas que se mueven en un escenario jurídico impreciso. El tema jurídico aparece de forma temprana en los Sueños. En el prólogo “Al ilustre y deseoso lector” de El sueño del Juicio Final, Quevedo justifica sus escritos y la veracidad de los mismos a través de la cita al “doctísimo jurisconsulto” y mediante una crítica encubierta al sistema jurídico, en concreto a los jueces, pues él (como autor del texto) no es “parcial” ni “aceptador de personas”, sino que “a todos dice verdad clara y lisa” (84-8540). El Diccionario de Autoridades definía aceptador como “el que admite y recibe alguna cosa: el que escoge, elige, privilégia, y favorece à unos mas que à otros por algun motivo […] ò afecto particular” (DA, 1726). Como comenta Arellano (1991: 84, n.p. 25), la “aceptación de

39 Martínez (2014: 49), a propósito de la estructura arquetípica que puede observarse en los relatos oníricos, señala que, en la reproducción del sueño ficcional, el entorno en el que se desarrolla el relato es el elemento menos aprovechado, por ser el único del que se puede prescindir cuando se trata de la combinación de los tres componentes necesarios para la narración: el escenario, los personajes y la temática. 40 La cita a los Sueños se realiza indicando entre paréntesis las páginas donde se encuentra el texto citado.

20 personas” constituía el vicio del juez de juzgar con parcialidad en función de la condición de la persona juzgada. De esta manera, Quevedo advierte al lector de que éste no va a tener queja, pues él, como autor del texto, defiende la verdad, y se distancia de aquellos a los que el lector considera sustancialmente parciales y corruptos, los jueces. Aunque breve, esta primera aproximación al tema jurídico ofrece, por un lado, un primer indicio de la realidad cotidiana que se vive en el siglo XVII: la queja que seguro siente el lector (sociedad) frente a una justicia parcial y corrupta; situación que, como comenta Gacto (2007: 511), se da con frecuencia en la sociedad aurea.41 Por otro lado, la referencia al jurisconsulto que precede en la frase y la referencia posterior “todos le quieren y nadie por su casa”,42 refuerzan el trasfondo jurídico de este fragmento y vinculan, como se verá más adelante, dos valores esenciales en el pensamiento quevedesco: la verdad y la justicia. Tras este primer encuentro, Quevedo trata el tema jurídico de forma variada. Abordando por orden los tres sueños El sueño del Juicio Final, Sueño del Infierno y Sueño de la Muerte, y siguiendo la clasificación que se ha propuesto más arriba, se presentan a continuación las escenas de los distintos sueños que contienen elementos jurídicos.

3.2.1. El Sueño del Juicio Final

3.2.1.1. Elementos jurídicos centrales en El sueño del Juicio Final

El primero de los sueños es El sueño del Juicio Final, donde uno por uno se mencionan los oficios relacionados con la administración de justicia: escribanos, corchetes, jueces, abogados, sayones, procuradores y alguaciles (según el orden en que van apareciendo). Intercalados entre una amplia variedad de figuras y oficios de diversa naturaleza, se les dedica una observación o crítica jocosa de carácter breve, de forma que, a modo de las pinceladas impresionistas que observa de manera general Induráin (1967: 19), se va construyendo la imagen caricaturesca de cada figura relacionada con el sistema jurídico. Como se ha comentado en la parte teórica, la normativa jurídica, incluidas las normas que regulan estos oficios, apenas sufren cambios a lo largo de varios siglos. La Novísima Recopilación de 1805, recogiendo normas de reinados anteriores, dedica el Libro V a las “Chancillerías y Audiencias del Reyno: sus ministros y oficiales”, donde muchos de sus títulos reglamentan la formación, funciones, obligaciones y otras particularidades del desempeño de estos oficios. El ordenamiento jurídico positivo.43 sin embargo, no siempre refleja la realidad cotidiana en la que se aplica; de ahí que, como apunta Gacto, las fuentes literarias ofrezcan una información complementaria a lo que él denomina “Derecho oficial” (2007: 510). La desaprobación social de la justicia en la literatura del Siglo de Oro tiene dos frentes, por un lado, reprochar la inmoralidad atribuida a los oficiales de justicia, y, por otro,

41 Apunta Gacto “que hubo un submundo jurídico sembrado de fraudes y de artificios para burlar la ley que no hubiéramos siquiera podido sospechar a la vista sólo de los textos legales” (2007: 511). 42 En referencia al refrán “Justicia, justicia, mas no por mi casa”, como apunta Arellano (1991: 84, n.p. 26), Correas lo recoge en su Vocabulario de refranes. El Vocabulario de refranes y frases proverbiales de Gonzalo Correas se cita de manera frecuente en este trabajo, como fuente de conocimiento de la realidad cotidiana de la época. Si bien se desconoce la fecha original de la obra, se menciona la existencia en Salamanca de un manuscrito original de alrededor de 1627 (Hernando 2009: 142-146). La edición que se maneja en este trabajo es la segunda publicada por la RAE en 1924. 43 Como Derecho positivo se entiende el conjunto de normas jurídicas que están vigentes en un determinado lugar durante un determinado periodo de tiempo. Es el Derecho vigente, establecido en normas jurídicas; noción que se opone al Derecho natural, como conjunto de normas o principios primarios de carácter ético-jurídico de validez universal y que existen con independencia de la voluntad humana (DPEJ, 2020).

21 denunciar los defectos intrínsecos en las ceremonias procesales (Gacto 2007: 514). Quevedo, como uno de los representantes más insignes de esta literatura áurea, es uno de los promotores de estos esquemas críticos. En general para todas las figuras y oficios que se describen, la burla se consigue a través de distintos recursos, entre los que se pueden observar metáforas, juegos de palabras, dilogías, antanaclasis (equívoco), homonimia, antítesis, ironía, sarcasmo, recurso a la hipérbole (exageración), a lo grotesco, uso de adjetivos o complementos que favorecen una representación despectiva (sucia, deforme, viciosa, etc.) de la figura a la que acompañan. Sobre los recursos lingüísticos que utiliza Quevedo en los Sueños, la crítica ha señalado algunos en particular que afectan también a la forma de presentar los elementos jurídicos. Entre ellos, se menciona el “recurso de poner las cosas al revés, desvelando así su auténtica naturaleza” y el “esquematismo” como recurso más allá del recurso estilístico, por tocar tópicos de amplia circulación, materia de conversaciones cotidianas, preocupación de las autoridades (Estruch 1991: 11-12); un “código contrastivo/negativo propio de la función pragmática de la ironía para destacar lo ridículo […] ya que en la sátira priva la descalificación y la burla de algo o de alguien” (Chen 2002: 234, en relación con la sátira dieciochesca); la hipérbole ridícula (Induráin 1967: 21); o la burla a “blancos tangenciales” (sin dejar el objeto de burla principal) que se realiza mediante asociación de ideas (Valdés 2016: 234).44 En la Edad Media, el escribano es aquel que tiene por oficio público hacer escrituras con autoridad real o de magistrado, y “tiene exercicio de pluma”45 (DA, 1732). En concreto, los escribanos estaban encargados de redactar sumarios, actas de acusación, autos, sentencias y otra documentación similar, y su papel durante el proceso alcanzó una importancia esencial, al sentenciar los jueces en base a (la versión de) los documentos que aquéllos redactaban de las actuaciones procedimentales (Gacto 2007: 521). Entre todos los administradores de justicia, el escribano es “el más odiado”, pues su testimonio es fundamental en su función de “fundamentar los procesos verbales de los delitos [… por lo que] es preciso andarse con cuidado con él” (Hernando 2009: 150). Con este trasfondo, el escribano es una de las figuras que más críticas satíricas recibe en los Sueños de Quevedo. En El sueño del Juicio Final, se les acusa de fraude y de mentir incluso en los aspectos más vitales: “Y que vía un escribano que no le venía bien el alma y quiso decir que no era suya por descartarse della” (95); “y ellos respondieron a voces, pensando que disimularían algo, que no eran sino secretarios” (122).46 Se les trata también de oportunistas egoístas y ladrones cuando “una gran chusma de escribanos andaban huyendo de sus orejas, deseando no las llevar por no oír lo que esperaban, mas solos fueron sin ellas los que acá las habían perdido por ladrones” (96), o en la escena en la que unos escribanos ven que se salvan algunos ladrones y entran en tropel para ver si se salvan también ellos (121). En general, la culpa de los escribanos alcanza la categoría del ser, pues la condena les llega por el simple hecho de serlo: “Estos, Señor, la mayor culpa suya es ser escribanos” (122). Su inmoralidad alcanza incluso para usarlos en una burla a Judas, Mahoma y Lutero, los cuales estuvieron “tan cerca de atreverse a entrar en juicio […], animados de ver salvar a un escribano, que me espanté que no lo hiciesen” (122). Escena que, como muchas otras, logra la burla a través de la comparación absurda. La sociedad de la época no es ajena a esta imagen del escribano como desalmado y ladrón, y buen ejemplo de ello es el refranero popular, que recoge el Vocabulario de refranes y frases proverbiales de Correas de 1627, y entre los

44 Se irán viendo estos recursos a medida que se tratan las diferentes escenas. 45 Se advierte en la definición del oficio el uso de la “pluma”, instrumento para el ejercicio de su profesión, que, como se verá, es “excusa” metafórica reiterada para la burla de Quevedo. 46 Posteriormente, en El mundo por de dentro, el personaje alegórico, Hipocresía, comentará la hipocresía de los nombres, también en relación con este oficio: “a todo escribano, secretario” (282).

22 que se recita: “Escribano y difunto, todo es uno”, sobre el que Correas comenta que ninguno tiene alma;47 o “Escribanos, alguaciles y procuradores, todos son ladrones”, por la “[o]jeriza que se les tiene” (Correas 1924: 206). El corchete era el “agente de justicia que se encargaba de prender a los delincuentes” (DLE, 2020), esto es, ciertos ministros que tenían los alguaciles para “llevar agarrados” a presos y delincuentes (DA, 1729). Como se verá más adelante, esta función de “prender” justifica los juegos de palabras de la obra entre estos oficiales y los broches,48 pero, en este primer encuentro, Quevedo se ocupa únicamente de presentar de forma despectiva a una figura, considerada de baja ralea incluso por una prostituta: “[una pública ramera] se quiso esconder entre una caterva de corchetes, pareciéndole que aquella no era gente de cuenta aun en aquel día” (98-99). Como observa Arellano (1991: 99, n.p. 33), el Diccionario de Autoridades definía la gente o persona de cuenta como “Gente o sugeto de distinción, suposición, grado, o autoridad” (DA, 1729). El autor juega asimismo con la acepción que recoge este mismo diccionario sobre el “Día de la cuenta”, Día del Juicio Final, pues “se ha de tomar la cuenta de su obrar a todos los hombres” (DA, 1729). Por otro lado, la connotación despectiva se refuerza por el uso del sustantivo “caterva”, que implica, también en sentido peyorativo, una cierta cualidad de desorden y de poco valor (DLE, 2020): “sin orden, ni concierto” (DA, 1729). En este primer sueño, a los corchetes se les da por condenados, “no es menester nada más” (130). La actitud del texto frente a éstos transmite el menosprecio y la poca importancia, pues no merecen siquiera el tiempo de mostrar sus faltas. En El sueño del Juicio Final, los jueces no parecen atraer demasiada atención, si bien, como pone de manifiesto Fernández, en la Edad Moderna, la cultura jurídica hispánica, esencialmente jurisdiccional, el magistrado era protagonista por su saber prudencial, al declarar el derecho y la justicia, interpretando las realidades conflictivas sometidas a su consideración mediante “un proceso de transformación de la equidad –una realidad objetiva y abstracta– en principios de justicia concretos” (2017: 82). Los jueces son los responsables más significativos de la actuación procesal, por definir el derecho mediante sus sentencias, pero ostentan asimismo una trascendental “función ejemplarizante adicional” frente al resto de los oficiales judiciales (Gacto 2007: 514). Esta idea se recoge en la Novísima Recopilación que considera que “[l]a recta administracion de justicia es inseparable de la integridad y limpieza de los Jueces; por cuyo motivo les está prohibido […] el recibir dones ni regalos […] de los que tuvieren pleyto ante ellos, ó […] pudieren tenerle” (L. IX, Tít. I, Lib. XI, NR). En este primer sueño, se les menciona una única vez, aunque esta desatención crítica a los jueces no tiene más que un carácter aparente, por su contenido aquí y su evolución posterior:

Y vi a un juez que lo había sido, que estaba en medio del arroyo lavándose las manos, y esto hacía muchas veces. Lleguéme a preguntarle por qué se lavaba tanto y díjome que en vida, sobre ciertos negocios, se las habían untado, y que estaba porfiando allí por no parecer con ellas de aquella suerte delante la universal residencia. (100)

El acto de lavarse las manos –se aluda o no a Poncio Pilato, que siendo Prefecto de Judea se lavó las manos en el proceso contra Jesús49– implica de por sí la limpieza de algo previamente sucio. Es además

47 “Porque si el uno no tiene alma, el otro es desalmado. ¿En qué se parece el escribano al difunto? — En que no tiene alma” (Correas 1924: 206). 48 El corchete era una suerte de broche que se componía de macho y hembra, hecho normalmente de alambre y cuyo uso era el de abrochar alguna cosa (DA, 1729). 49 A propósito de un soneto de Quevedo, comenta Schwartz que “la acción de lavarse las manos, sucesiva a la de untar, […] produce la asociación juez=Pilatos que, unida a la relación juez=Judas, completa la visión del tipo como hiperbólicamente nefasto” (1987: 103-104). A diferencia del soneto, en este fragmento de los Sueños no hay mención directa a Pilatos ni a Judas,

23 algo muy sucio, por el hecho de que este juez repite el acto “muchas veces”, y parece que los intentos son vanos, requiriéndole tenacidad por encontrar fuerte resistencia, pues “estaba porfiando”.50 El juego entre el significado literal y el figurado de lavarse las manos permite asimismo la dilogía en la acción previa de “se las había untado”, en el sentido literal que conlleva la necesidad física de lavárselas, y en el sentido metafórico de corromper o sobornar (DA, 1739). También la cultura popular de la época recoge la expresión “untar las manos”, que Correas comenta como “sobornar y cohechar al juez o a otro con dádivas” (1924: 655). En este sentido, señala Schwartz que el sintagma lexicalizado untar (las manos) es de uso generalizado en la época y aparece con frecuencia en los textos literarios contemporáneos (1987: 102-103).51 Al final de la frase se incluye también un juego dilógico en “universal residencia”, sobre la que Arellano comenta que, por un lado, se refiere al juicio universal, y por otro, a que el Juez supremo “pide cuentas, toma residencia” a un juez corrompido (1991: 100, n.p. 40).52 La venalidad de los jueces es una de las críticas más severas y reiteradas que Quevedo hace sobre la corrupción presente en la administración de justicia. Los letrados y abogados53 son una de las figuras objeto de mayor ataque por parte del autor. La crítica considera que esto se debe al continuo pleito en el que Quevedo estuvo inmerso por el señorío de la Torre de Juan Abad (Estruch 1991: 15; Aguirre 1947: 14; Martín 2013: 19), pero hay que destacar que la actuación de muchos abogados, desde la baja Edad Media, se caracterizó por la falta de competencia y responsabilidad, y por el abuso y malicia en el desarrollo de sus funciones (Gacto 2007: 534),54 dando lugar a una crítica consolidada en la tradición popular (Schwartz 1986: 30). Esta crítica literaria propone analizar la sátira del letrado no como cliché, sino como “tipo” satírico fuertemente convencionalizado, y como “sociotipo”,55 de forma que Quevedo, conservador y defensor de la nobleza, critica el afán de lucro y el enriquecimiento de los letrados (y otras profesionales liberales), y su ascenso social y dentro de la Administración consecuencia de las nuevas formas económico-sociales promovidas por el estado moderno (Chen 2002: 233; Schwartz 1987: 110-111; Schwartz 1986: 29-30). Con el fin de poner freno a los excesos de los abogados, que ya desde el siglo XIII venían siendo denunciados por las Cortes, los Reyes Católicos promulgaron las Ordenanzas de abogados y procuradores, en Madrid, el 14 de febrero de 1495, con el que se les otorgaba un estatuto jurídico.56 Con carácter general, en las Ordenanzas de abogados de 1495 vigentes durante siglos, se mandaba a tribunales y jueces apremiar a los abogados al cumplimiento de leyes y ordenanzas en el desarrollo de

pero la relación juez=Pilatos y la connotación negativa puede ser igualmente aplicable, teniendo en cuenta además que, como comenta Arellano (1991: 109, n.p. 77), Pilatos es favorito en la sátira de Quevedo. 50 Porfiar se define como “intentar con tenacidad el logro de algo para lo que se encuentra resistencia” (DLE, 2020). Lo recogía también el DA como realizar repetidamente una acción para lograr algo que se resiste (DA, 1737). 51 Schwartz (1986: 31-33) lo relaciona igualmente con la Danza de la muerte castellana del siglo XV, con la que comparte núcleos semánticos, en este caso, en relación con la prevaricación del juez. 52 Residencia era la “revisión que se hacía del desempeño de un funcionario de la Corona durante su encargo” (DPEJ, 2020). El DA concreta que era la cuenta que se tomaba a un juez, u otra persona que ostentaba un cargo público, de la administración de su oficio durante el tiempo que lo ostentó (DA, 1737). 53 Letrado y abogado se usan indistintamente como sinónimos (DA, 1734). 54 Las Ordenanzas de Madrid de 1495 son conocedoras de tal realidad y toman medidas para sanear el oficio y exigir responsabilidades por daños y perjuicios ocasionados por malicia, descuido o impericia en la actuación de los abogados; medidas vigentes durante siglos, pero cuya aplicación fue infrecuente (Gacto 2007: 534). 55 Chen (2002: 229) perfila la noción de “sociotipo” como una figura reelaborada históricamente (con origen en el estereotipo, que fija una concepción o imagen simplificada del grupo), con un valor ideológico añadido, y en la que se encuentra un conjunto de rasgos constitucionales de un grupo de individuos que son el producto de una elaboración social de carácter identitario, de manera que pertenecen al orden del sujeto cultural. 56 Estas ordenanzas son un reglamento detallado, incluso casuístico, que contiene rigurosas obligaciones y prohibiciones para los abogados (Ortuño 1997: 96).

24 los juicios, con el fin de que “las partes hayan y alcancen cumplimiento de justicia lo mas brevemente que ser pueda sin costas y dilaciones”.57 Estas ordenanzas estuvieron vigentes durante siglos y se recogieron en las compilaciones normativas posteriores, la Nueva Recopilación de 1567 y, ya en el siglo XIX, en la Novísima Recopilación de 1805. En esta última recopilación, el Título XXII del Libro V está dedicado a “De los Abogados”, recogiendo casi íntegramente las normas que se habían dictado tres siglos antes por los Reyes Católicos y que desarrollaban su estatuto jurídico. A pesar de las intenciones de las normas vigentes, la burla al abogado en este primer sueño juega precisamente con la contraposición entre la función del abogado y el ideal de una justicia justa, recta. Dos escenas son claves. En la primera, un abogado que saca la cabeza de su tumba para preguntar qué sucede, se vuelve a meter “más ahondo” diciendo que “eso me ahorraré de andar después, si he de ir más abajo” (101). La imagen caricaturesca del letrado comienza a perfilarse: consciente de su actuar inmoral, desdeñando la justicia, y de carácter irrespetuoso58 y holgazán. El Día del Juicio Final se denomina de diferentes maneras a lo largo del primer sueño (el día del Juicio, el día de la ira, etc.), pero resulta esclarecedor que, cuando se trata de la crítica al abogado, se escoja la expresión “justo juicio de Dios”, en referencia a una justicia (justa) que, como en la vida terrena, por oposición, los abogados ignoran y menosprecian. La segunda escena se desarrolla ya en el propio juicio, donde un abogado es condenado “porque tenía todos los derechos con corcovas” (124). Se recurre en esta escena a un juego de opuestos recto-torcido que implica una clara referencia a la corrupción de los abogados y, por ende, también de la justicia; si bien la imagen es además muy visual, representando un abogado físicamente contrahecho con un bulto en la espalda o el pecho.59 Se juega aquí, de una manera muy plástica, por un lado, con los derechos del abogado60 y, por otro, con el sentido literal de corcova, como “corvadura de cualquier cosa, o bulto que altera su forma normal exterior” (expresión en desuso, DLE, 2020), que remarca asimismo una anomalía, una deformación, sensorialmente repelente, y con el sentido figurado de corcova, como defecto que produce una desviación de algo que deja de hallarse en su estado natural o que pierde las condiciones que le son inherentes, como lo es, en este caso, la cualidad de justa y recta, de la justicia.61 Así, ambas escenas hacen énfasis en el actuar inmoral y corrupto del letrado, que desprecia la justicia. Otro de los ministros de justicia objeto de burla en los Sueños son los sayones, verdugos que, como oficiales subalternos de la administración de justicia en la Edad Media (DLE, 2020) ejecutaban “la pena de muerte, ú otra à que eran condenados los reos” (DA, 1739). A éstos los coloca junto a los judíos y los filósofos en un juego de palabras donde, según Arellano (1991: 104, n.p. 57), la nariz se consideraría signo de ingenio y discreción, y los sayones (judíos y filósofos), aun teniendo narices muy largas, no pudieron ver que sus acciones no llevaban a la salvación. La crítica a los procuradores sigue el mismo esquema de burla breve que los anteriores. El procurador de la Edad Media tenía por oficio defender a la parte que le había otorgado poderes en el pleito que se

57 L. XV, Tít. XXII, Lib. V, NR. 58 La sociedad de la Edad Media, profundamente religiosa, debió de entender el hecho de que el abogado desoyese una llamada divina tan relevante como la de comparecer ante Dios, como una acción de carácter irreverente. 59 La corcova se definía como “el bulto que se levanta sobre las espaldas a los que son contrahechos o lisiados del espinazo o del pecho, porque algúnos tienen este defecto, assí en este, como en las espaldas” (DA, 1729). 60 Parece referirse a la conducta “derecha” del abogado o conforme a derecho, que por estar torcida implica una actuación en vida de carácter inmoral y corrupto. Uno de los ejemplos que presenta el DA respecto de “corcova” es “GUEV. M. A. lib. 1. cap. 41. No todo aquel que es derecho en las espaldas, es recto ni derecho en las obras: porque a la verdad, peor es tener una corcova en las costumbres, que tener quatro corcovas en las espaldas” (DA, 1729). 61 Como se verá más adelante, Quevedo hace uso en numerosas ocasiones del juego de opuestos recto-torcido con la significación de justicia-injusticia, si bien con imágenes y metáforas variadas.

25 juzgase en tribunales y audiencias haciendo las peticiones y otras diligencias oportunas para lograr su pretensión (DA, 1737). La Novísima Recopilación recoge el estatuto jurídico de los procuradores en el Título XXXI del Libro V, cuyas leyes proceden de las Ordenanzas de Medina de 1489, las Ordenanzas de abogados y procuradores de 1495 (ambas dictadas por los Reyes Católicos) y de otras normas aprobadas en el siglo XVI. En éstas se regulan diferentes aspectos del desarrollo de la profesión de procurador, como el acceso, el apoderamiento, la actuación respecto de las peticiones, así como respecto de escrituras, poderes y dinero que reciben de las partes, o la remoción de los procuradores inhábiles, entre otros. La, cuanto menos, deficiente actuación de los procuradores en los tribunales, como la de los abogados, fue también objeto de desasosiego en la Edad Media y reivindicación constante de las Cortes a los monarcas (Gacto 2007: 534; Ybañez 2006: 559-561). La imagen que la sociedad tenía de ellos empeoró durante los siglos XVI y XVII, y se les juzgaba como si fueran funcionarios públicos con responsabilidades cívicas severas y no como profesionales particulares que habían costeado su derecho a ejercer la representación judicial mediante el pago de elevadas sumas de dinero (Ybañez 2006: 569).62 En El sueño del Juicio Final, la desvergüenza es la falta de la que se acusa a los que desempeñan esta función oficial, pues “[a]ndaban contándose dos o tres procuradores las caras que tenían y espantábanse que les sobrasen tantas habiendo vivido descaradamente” (105). El juego de palabras sigue vigente en la actualidad. Por un lado, la persona de dos caras es aquella persona hipócrita, que actúa con falsedad, con doblez,63 y, por otro, vivir “descaradamente” implica desvergüenza, insolencia, falta de respeto (DLE, 2020); de modo que los procuradores, habiendo actuado con doblez (con tantas caras) y con descaro (sin caras), se sorprenden de que les queden tantas todavía. El lector coetáneo de Quevedo no habría tenido problema en descifrar este juego, ya que en el Siglo de Oro abundaban los refranes y proverbios donde el término “cara” era usado en este sentido. Así, por ejemplo, “cara con dos haces”, que se comenta como “los doblados y falsos, que muestran uno y obran otro” (Correas 1924: 106); o el “hombre de dos caras”, en referencia a “el fingido” (Correas 1924: 594).64 El alguacil, como oficial de justicia, tampoco queda libre de condena en los Sueños. El Diccionario de Autoridades definía este cargo como el “ministro de justícia con facultád de prender y traher vara alta de justícia” y explicaba las diferencias existentes entre los distintos tipos de alguaciles, entre ellos, el alguacil mayor de una ciudad o villa, el alguacil mayor de los Tribunales, y el alguacil menor y ordinario, al que se refiere el uso común de la lengua (DA, 1726). La normativa vigente en la época también regula las funciones de estos oficiales: las Partidas (Partida Segunda, Título IX, Ley XX) y otras normas compiladas en la Nueva Recopilación de 1567 y la Novísima Recopilación de 1805. En los títulos XVIII y XXXIII del Libro V de esta última, recogiendo la normativa de los siglos anteriores, se regula el oficio “De los Alguaciles mayores de las Chancillerías” y “De los Alguaciles de las Chancillerías y Justicias del Reyno”, respectivamente. En estos se establecen las obligaciones de los alguaciles, entre las que se encuentra: jurar “de hacer bien y fielmente sus oficios”, obedecer a los alcaldes “en todas las cosas que tocaren al oficio de la Justicia, ansí en la execución de ella y en el prender”, y ser “diligentes en prender

62 La profesionalización del oficio se dio cuando la concesión de estos apoderamientos se asumió por la Corona en 1562, que posteriormente decidió su determinación numérica e introdujo su enajenación como forma de acceso a la profesión (Ybañez 2006: 568-569). Con la implantación de la procuraduría del número (en la que se limita el número de nombramientos), este oficio pasa a integrar la categoría de los considerados nobles (con jueces, abogados o regidores) por ser oficio concedido por el monarca, que tras crearlos, los enajenó con carácter oneroso, vitalicio y renunciable; lo que conllevó la práctica del traspaso, las ventas (prohibidas por las normas, pero admitidas en la práctica), herencias o dotes (Arregui 2004: 421-424). 63 El DLE sigue incluyendo un gran número de locuciones en este sentido: “de dos caras” o “cara con dos haces”, en referencia a la persona que da una opinión distinta en función de la situación o del interlocutor, o a la “persona que procede con doblez”; o “hacer a dos caras”, como “proceder con doblez” (DLE, 2020). 64 No son las únicas referencias: el “desuellacaras”, “dícese al desvergonzado” (Correas 1924: 560); o “es un descarado, es una descarada; es un desollado”, que remite al anterior, “por desvergonzado” (Correas 1924: 583).

26 á las personas que por los Jueces y Alcaldes les fuere mandado, que los lleven presos á las cárceles públicas que para ello fueren diputadas”.65 La precisión de estas normas no parece reflejar la realidad cotidiana manifestada en la literatura. Quevedo satiriza sobre esta figura en varias escenas breves. La primera, donde a un maestro de esgrima se le caen los testimonios por descuido “y fueron a un tiempo a levantarlos dos diablos y un alguacil, y él los levantó primero que los diablos” (111). El juego entre “levantar testimonios” y “levantar falsos testimonios”, como acusar falsamente, lo pone también de relieve Arellano (1991: 111, n.p. 82); acción en la que es más rápido el alguacil que los propios demonios (cualidad que no hace sino favorecer la descripción caricaturesca despectiva de esta figura). En la segunda escena, la culpa de los alguaciles, como la de los escribanos y los corchetes, alcanza la categoría del ser y la condena les llega sin más por el hecho de serlo: “Llamáronlos [a alguaciles y corchetes] y fue de ver que asomaron al puesto muy tristes y dijeron: –Aquí lo [sic]66 damos por condenado; no es menester nada” (130). Como puede apreciarse, El sueño del Juicio Final va repasando uno a uno los oficios que se desempeñan en relación con la administración de justicia. Cuando, al final del sueño ya parece que se ha dado por concluida la revisión de culpas –“Con esto se acabó la residencia y tribunal” (132)–, todavía queda una crítica final especialmente dedicada a letrados, escribanos y alguaciles (a los que se añade un avariento, un médico y un boticario).

y vi en una cueva honda (garganta del infierno) penar muchos, y entre otros un letrado revolviendo no tanto leyes como caldos; un escribano comiendo solo letras que no había querido solo leer en esta vida; todos los ajuares del infierno, las ropas y tocados de los condenados, estaban prendidos, en vez de clavos y alfileres, con alguaciles… (132)

Los juegos de palabras en este fragmento varían. La frase hecha “revolver caldos” la comenta Correas en su Vocabulario de refranes como “meter en cuestión y cizaña; revolvedor de caldos, el que revuelve y enmaraña pleitos y cosas” (Correas 1924: 436). Así lo observa Arellano, que considera que el juego es incluso más complejo basándose en la homonimia de ius-iuris como “derecho, justicia” y como “caldo, salsa” (1991: 132, n.p. 163) (también Martín 2013: 39).67 Respecto al escribano comiendo solo letras no se ha encontrado base en el refranero que pueda argumentar la burla, pero puede entenderse que este personaje, en vida, no sólo había estudiado (había leído) para adquirir su oficio, sino que también había escrito las letras (había ejercido el oficio de escribir) y, sabiendo que el texto recoge una crítica, que también las había tergiversado (se las había comido68). De esta forma, daba a los documentos de las actuaciones procedimentales la versión que más le convenía, influyendo así en la sentencia que dictaría el juez y contribuyendo con ello a una administración de justicia injusta. Finalmente, respecto del alguacil, se juega con el doble sentido de “prender” delincuentes y “prender” la ropa como un alfiler. El Diccionario de Autoridades recogía una definición general y una particular referida expresamente a este tipo de actuación de carácter policial: “Asir, agarrar o tomar alguna cosa” y “assegurar alguna

65 L. I, L. II y L. III, Lib. V. La Ley IV incluye también, por ejemplo, la prohibición de prender alguna persona sin mandamiento de juez, salvo que se hallare cometiendo delito. 66 Parece tratarse de un error en el uso del pronombre anafórico, corresponde un plural. 67 Se llegaron a dictar normas para evitar la dilación de los pleitos causada por estos abogados enmarañadores. Como ejemplo, la orden de no admitir ciertas recusaciones: “Para evitar los graves perjuicios que se experimentan por la facilidad y abuso de admitirse en los Juzgados ordinarios de estos Reynos recusaciones vagas de Abogados Asesores, dilatando por este medio malicioso la breve expedición de las causas” (L. XXVII, Tít. II, Lib. XXI, NR). 68 La expresión ”comerse letras” existe en la época, como puede apreciarse en la explicación que da Correas a varios de los refranes contenidos en su Vocabulario de refranes: por ejemplo, “[l]a gracia está en comerse letras y juntar partes” (Correas 1924: 98).

27 persona, privándola de la libertad. Tómase regularmente por poner a alguno en la carcel, por delíto cometido o otra causa” (DA, 1737). Este juego metafórico basado en una de las principales funciones de los alguaciles, que sirve además de base para la condena concreta del alguacil, se reitera en otros fragmentos de los Sueños.69 Si bien la burla satírica de los oficios relacionados con la administración de justicia es la parte central en éste, y en los restantes sueños, no puede pasar desapercibida la mención a la propia justicia, que ayuda a perfilar este primer encuentro con el panorama jurídico de la obra y, por ende, de la época. Como se ha visto, la imagen de la justicia es presentada, de manera indirecta, a través de la descripción caricaturesca de los representantes de la misma: como consecuencia de la corrupción de los oficios relacionados con la administración de justicia, la propia justicia es defectuosa y corrupta. Sin embargo, es necesario subrayar que se trata de El sueño del Juicio Final, donde no sólo se presenta la justicia “terrenal” (la aplicada por la administración de justicia), sino también la justicia divina, impartida por el Juez supremo. Para el pensamiento de la época y, especialmente, para un Quevedo profundamente religioso, la justicia procedente de Dios es inherentemente justa. Y así se refleja en la obra. Como se pone de manifiesto a lo largo de este trabajo, en los Sueños contrasta la visión corrupta (torcida) de la justicia terrenal, con la rectitud de la Justicia divina. En este primer sueño, se ponen, de manera indirecta, las primeras pinceladas a esta idea, por ejemplo, a través de la expresión del “justo juicio de Dios” (101), al que el abogado, conscientemente corrupto, rehúsa acudir. Se realzan así los opuestos: justicia divina–justicia terrenal, justa justicia divina–corrupta justicia terrenal. La rectitud de la justicia divina, sin embargo, se manifiesta de manera mucho más evidente –si bien como herramienta para la crítica de otro personaje– en la escena en la que “[v]ino un caballero tan derecho que, al parecer, quería competir con la misma justicia que le aguardaba” (127). Uno de los personajes objeto de la burla habitual de Quevedo y de otros satíricos, es el del que se hace pasar por caballero (Arellano 1991: 127, n.p. 144).70 El juego de palabras “derecho-recto-justo” utilizado aquí para burlarse del que fingía ser caballero (que iba no sólo “derecho”, sino “tan derecho”), permite presentar la Justicia divina (“la misma justicia que le aguardaba”), en términos superlativos, pues, por ser procedente de Dios, no puede ser más recta (justa). Así iba de recto el pretendido caballero, en una frustrada equiparación que raya en lo absurdo –hipérbole ridícula que observa en otros pasajes Induráin (1967: 21)–, al querer competir un presuntuoso caballero, que ni siquiera lo es, con la propia divinidad. Finalizando con este apartado que analiza los elementos jurídicos centrales de El sueño del Juicio Final, hay que poner de relieve que la crítica literaria observa, con carácter general, una crítica social algo más superficial en los dos primeros sueños –en comparación con la mayor profundidad ideológica que presenta el Sueño del Infierno–, recogiendo tópicos de amplia circulación, temas de conversación cotidiana y cuestiones de preocupación de las autoridades (Estruch 1991: 11, 13-14). La crítica burlesca que se hace al mundo jurídico, aunque muy acerada en este primer sueño, participa también de este carácter más ligero (sin que ello implique despreciar el logro estético).71 Si bien debe analizarse cada

69 Cacho (2003: 127, 132-133) conjetura la posible influencia en este pasaje de Anton Francesco Doni (como intermediario entre Dante y Quevedo), puesto que el sistema de imposición de penas sería una deformación satírica del que rige en el infierno dantesco (ley del talión o contrapasso), donde las penas son iguales al mal producido. 70 El fragmento continúa “traía un cuello tan grande que no se le echaba de ver si tenía cabeza” (127). A principios del siglo XVII, como medidas para frenar los gastos excesivos producidos por el lujo que repercutían en un estado social lamentable en el que únicamente había dos clases, la de los muy ricos y la de los muy pobres, el Consejo de Felipe III sugirió reducir los gastos excesivos en el lujo, entre otras medidas, respecto “de los cuellos, que era exorbitante” (Diego y León 1915: 132-133). 71 Valdés comenta que el primer sueño habría sido creado como pieza para destacar como poeta ingenioso en la corte y señala la opinión de Jauralde acerca del “carácter ligero” del mismo, aunque es necesario añadir el fondo moral y el verdadero reto

28 obra atendiendo a su coyuntura histórica y biográfica, puede entenderse que Quevedo se incline por esta concreta manifestación crítica (concisa, incisiva, popular), pues considera a su lector coetáneo conocedor de la realidad jurídica corrupta que vive la sociedad del momento, no necesitando (tal lector) mayor detalle para comprender la burla a los oficios relacionados con la justicia.

3.2.1.2. Elementos jurídicos funcionales en El sueño del juicio final

Este primer sueño es posiblemente el que presenta un escenario de elementos jurídicos funcionales más integrado, pues se reproduce esencialmente la “representación” de un proceso judicial, en este caso, ante el Juez supremo, Dios, donde se enjuicia a los acusados (94-132). De nuevo, el escenario jurídico no es completo, sino que está integrado de imágenes parciales dadas a modo de brochazos. Contrasta asimismo la falta de crítica sarcástica, que funciona a un tiempo de pausa “equilibradora” entre ataque y ataque (a los oficios y otros personajes y vicios), y como mecanismo de intensificación de las propiedades opuestas puestas bajo la lente de la sátira. La ausencia de una crítica mordaz contra los elementos que componen esta categoría se justifica, como se ha mencionado, en la valoración desigual que Quevedo da de los aspectos “terrenales” (aparentes y corruptos), fruto del pensamiento escéptico y desengañado de la época y del autor, frente a los aspectos “divinos”, fruto de un sentimiento religioso profundamente arraigado. Un claro ejemplo de esta oposición es el tratamiento diferenciado que se da a los abogados, objeto de severas críticas cuando se trata de los abogados terrenales, a diferencia de los ángeles custodios que actúan como abogados, ajenos a la burla satírica del autor. Con la temprana expresión “era cosa de juicio” (94) y mediante el recurso a la dilogía, además de una clara referencia a la razón (entendimiento), introduce la idea de que se trata de un proceso judicial (aun cuando en la narración nadie es capaz de percibirlo como tal en este momento inicial). A partir de este momento comienza la exposición intermitente de diversos aspectos del procedimiento judicial. Por un lado, los sujetos participantes en el proceso intervienen en diferentes momentos narrativos. Se presenta el Juez supremo, ante el cual se apostan el resto de personajes:

Todos en general pensativos [ante Dios]: los justos en qué gracias darían a Dios, cómo rogarían por sí, y los malos en dar disculpas. Andaban los ángeles custodios mostrando en sus pasos y colores las cuentas que tenían que dar de sus encomendados, y los demonios repasando sus tachas y procesos; en fin todos los defensores estaban de la parte de adentro y los acusadores de la de afuera. (106)

Se introducen las partes procesales en juicio: los abogados defensores, cuya acción la desempeñan los ángeles custodios o de la guarda, y la parte de la acusación, asumida por los demonios, todos ocupando sus puestos específicos. Se van presentando asimismo los “encomendados” a los ángeles custodios, de los que deben dar las cuentas, y de los que los demonios repasan sus tachas (esto es, los acusados); así como, otros oficiales judiciales, como un diablo que representa “un oficial algo moreno [que] le preguntó qué nuevas tenía de su alma” (112), que es un funcionario del tribunal según Arellano (1991: 112, n.p. 85); y un “ministro” (114), cuya función no está clara. De acuerdo con Arellano (1991: 114, n.p. 92), que cita el Diccionario de Autoridades, el texto se refiere a un juez empleado en la administración de justicia que sentencia pleitos o causas. Sin embargo, la mención que se hace de este ministro en el texto es muy vaga (únicamente introduce por su nombre a los despenseros), y en este proceso divino, el juez sentenciador no es otro sino Dios. Por ello, en este caso, “ministro” podría hacer referencia a la primera

estético, que logra alcanzar “la perfección y coherencia estética entre propósito, contenidos y estilo de la sátira. Ahí reside el logro estético” (2016: 226-227).

29 de las acepciones del Diccionario de Autoridades, donde se define como “[e]l que sirve y ministra a otro alguna cosa” (DA, 1734), considerando además que tal ministro presenta o sirve los despenseros. Asimismo, se dan pinceladas sobre algunos de los momentos procesales en el desarrollo del juicio, por ejemplo, la referencia a los “pasos” en las que los ángeles custodios muestran las cuentas de sus encomendados, y que, según comenta Arellano (1991: 106, n.p. 61), se refiere a las diligencias que llevan a cabo los abogados defensores y que se ejecutan, según el Diccionario de Autoridades, en la prosecución de algún negocio u dependencia. También el orden en que intervienen las partes: nombramiento de los acusados, intervención de los abogados ángeles de la guarda y los abogados Evangelistas, tras los que se da principio a la acusación, al exponerse los cargos y pruebas contra los acusados, el descargo de los abogados defensores y, para finalizar la frase “se acabó la residencia y tribunal” (132), con la que se da por concluido el proceso. Ya solo queda la voz del narrador que observa ascender a Cristo con los dichosos y, mirando la garganta del infierno, ve los penares de los que han sido condenados. El Libro XI de la Novísima Recopilación está dedicado por entero a los juicios civiles, ordinarios y ejecutivos, y el Libro XII a los procesos penales (además de a los delitos y sus penas). En las leyes contenidas en estos dos libros se compila la normativa de los siglos anteriores,72 y se detallan los diferentes aspectos y fases de los procesos judiciales, tanto en los juicios civiles, como en las causas criminales. Asimismo, en el sueño, hay otros comentarios que reflejan el sistema jurídico, no ya sólo procesal, sino como ordenamiento jurídico de la época, en particular, en lo relativo a las penas que corresponden a ciertos delitos. En la escena satírica breve en la que los escribanos andan huyendo de sus orejas, se dice “mas solos fueron sin ellas los que acá las habían perdido por ladrones” (96). En general, en la Edad Media, estaban justificadas ciertas penas de mutilación de partes del cuerpo, según el tipo del delito. Quevedo hace alusión a la que corresponde a los ladrones. En los hurtos, por ejemplo, señala Zambrana, se combinaba, a veces, “la amputación de manos con la de orejas, como sucedía en el Fuero Real donde se castigaba el hurto con una pena pecuniaria y, de forma subsidiaria (cuando el ladrón no podía pagar), con la amputación de las orejas o de éstas y el puño derecho si lo hurtado tenía un valor superior a 40 maravedís” (2005: s.p.). Con el tiempo, las penas de mutilaciones corporales fueron reduciéndose, quedando ya pocas menciones en la compilación normativa de 1805.73

3.2.1.3. Elementos jurídicos de apoyo en El sueño del Juicio Final

En El sueño del Juicio Final, los elementos que el autor utiliza como herramienta para hacer observaciones, en su mayoría jocosas, respecto de otros sujetos o elementos no jurídicos, no es muy abundante. Los ejemplos que se encuentran en este primer sueño ya han sido comentados en apartados anteriores, por lo que su mención será breve. Se trata básicamente de tres pasajes: por un lado, en la cita al jurisconsulto y la mención de que el autor no es “parcial y aceptador de personas” (84), que pretende la justificación del texto y su veracidad; por otro, la irónicamente insólita escena en la que la salvación de un escribano hace creer incluso a Judas, Mahoma y Lutero que también ellos tienen posibilidades; y,

72 Procedente principalmente de normas como el Fuero Real promulgado por Alfonso X, el Ordenamiento de Alcalá de 1348 de Alfonso XI, las Ordenanzas de Medina de 1489 o las de Madrid de 1502, dictadas por los Reyes Católicos, las Leyes de Toro de 1505, entre otra ordenanzas, pragmáticas y normativa variada promulgada a lo largo de los siglos XV a XVIII. 73 En la NR quedan pocos ejemplos de penas de mutilación, como la de cortar la mano del que “sacare cuchillo ó espada en la nuestra Corte, para reñir y pelear con otro” (L. V Tít. XXI, Lib. XII, procedente de normas del siglo XIV).

30 por último, la crítica al fingido caballero, que utiliza la comparación absurda de la pretensión de rectitud de éste para enfatizar la rectitud de la justicia divina (127). Por su parte, son más abundantes los elementos lingüísticos de naturaleza jurídica que utiliza Quevedo a lo largo del texto, y que contribuyen al conocimiento del lenguaje jurídico de la época. Entre ellos, cabe mencionar el término carga (“los médicos se quedaron con carga de dar cuenta de los difuntos” (106)). Una de las acepciones del Diccionario de Autoridades precisa que se trata de “[e]l cuidado y obligaciones que uno contrahe, por razon de su estado, empleo o oficio y a que debe atender precisamente para su cumplimiento” (DA, 1729). En la actualidad, este término se utiliza en el proceso judicial, especialmente en referencia a las obligaciones que pesan sobre cada una de las partes, como puede ser, la carga de la prueba, que corresponde en principio a la parte que alega. En este sentido podría entenderse en el pasaje del sueño. Como elemento jurídico hay que incluir también el juego dilógico con el verbo pasar (108), entendido como morir y como momento en el que los litigantes pasan frente al escribano ante quien se otorgan los instrumentos o escrituras (citando el DA, Arellano 1991: 108, n.p, 69). Hoy, la expresión “pasar a disposición judicial”, en derecho procesal, corresponde al momento de pasar a la tutela del juzgado para que se tome declaración al detenido sobre los hechos que se le imputan y se resuelva su situación personal de libertad o prisión (DPEJ, 2020). Siendo un proceso (aunque divino), en el sueño podría interpretarse un momento similar. Asimismo, los ángeles abogados comienzan a dar descargo (122). Descargo se definía como la “satisfacción de las obligaciones de justícia, y desembarazo de las que gravan la conciencia” (DA, 1732). En el Tesoro de las dos lenguas francesa y española de Oudin, de 1607 y en el Tesoro de las tres lenguas francesa, italiana y española de Vittori, de 1609 se dice de este término que “il [s]e prend außi pour excu[s]e”.74 75 Así, en esta escena, los ángeles abogados defienden a los acusados (escribanos); pero, incluso siendo abogados divinos, no encuentran “excusas” justas suficientes que justifiquen la conducta inmoral de los escribanos, por lo que éstos son condenados, salvándose muy pocos. Finalmente, como se ha mencionado, se incluye también el término residencia en la escena donde el juez se lava las manos (100) y en la conclusión del proceso (“se acabó la residencia” (132)). La “residencia” era la “[r]evisión que se hacía del desempeño de un funcionario de la Corona durante su cargo” (DPEJ, 2020). Este término se definía más concretamente como “la cuenta que se toma un Juez a otro, o a otra persona de cargo público, de la administración de su oficio, de aquel tiempo que estuvo a su cuidado” (DA, 1737). Así, según Arellano (1991: 100, n.p. 40), el Juez supremo pide cuentas a un juez corrupto. Por su parte, la frase (casi) final del sueño, “Con esto se acabó la residencia y tribunal”, puede implicar que no sólo se han juzgado sujetos y oficios “privados”, sino también otros (cargos y oficios) que son de carácter público. Hay otros términos jurídicos, de significado equivalente al actual: confesar, levantar testimonio o condenar, que, por tratarse de un proceso judicial, se reiteran a lo largo de la narración.

3.2.1.4. Valoración complementaria en El sueño del juicio final

Con ayuda de las tres categorías que componen la clasificación que se ha propuesto, se han estudiado las escenas que incorporan elementos jurídicos en El sueño del Juicio Final, analizando en profundidad los significados, literales y metafóricos, las implicaciones derivadas, y la relación con el pensamiento

74 Como un tipo de excusa se toma este término jurídico en la actualidad, considerando que el descargo en el Derecho procesal está contenido en la declaración del imputado donde éste “niega, explica o justifica los hechos” que sirven de base para formular los cargos penales en su contra (DPEJ, 2020). 75 En el presente trabajo, el texto antiguo (en la mayoría de las ocasiones en castellano) se ha adaptado en relación con la grafía ſ que se transcribe como [s].

31 del autor y principalmente con la realidad jurídica de la época. En este apartado, que se ha denominado “valoración complementaria”, se pretende completar el análisis realizado, resaltando las ideas, reflexiones o características más relevantes que pueden extraerse del mismo y profundizando asimismo en la relación entre este sueño y el pensamiento de su autor, así como dar sentido al texto como unidad y en el conjunto de la obra,76 (no ya sólo a cada escena en concreto, como se ha hecho previamente en el apartado anterior). Los elementos jurídicos centrales –como figuras, instituciones o conceptos de naturaleza jurídica que reflejan el pensamiento y el sistema jurídico de la época y a los que se dirige la sátira y crítica directa de Quevedo–, son, de entre las tres categorías de elementos, los que más abundan no sólo en este sueño, sino también en los restantes. En concreto en este primer sueño, componen esta categoría especialmente los oficios de justicia, que pasan uno tras otro en un repaso que recoge casi todos los oficios (a salvo de la mayor o menor atención que se les dedica). Considerando que este primer sueño se concibió como un texto autónomo e independiente de otros (la idea de unir varios sueños y discurso parece haberse gestado con posterioridad), parece lógico considerar que el autor quisiera hacer un repaso general al panorama jurídico. En relación con los elementos jurídicos funcionales, este primer sueño es posiblemente el que presenta un escenario de elementos más integrado, pues se representa esencialmente un proceso judicial ante Dios. No hay una presentación exhaustiva de este proceso, como no hay una “descripción paisajística” de los restantes elementos, en parte debido a la propia modalidad del somnium, pues los sueños carecen de esa conexión completamente lógica de elementos. Sin embargo, pueden apreciarse algunos momentos, elementos personales, y otros datos del proceso que se corresponden con la realidad judicial de la época. A lo que se puede añadir alguna mención sobre el propio sistema penal, como son la alusión a las penas corporales correspondientes a ciertos delitos. Los elementos jurídicos de apoyo no son muy abundantes, pero contribuyen a la crítica, normalmente satírica y cómica, de otros elementos no jurídicos mediante la alusión a diferentes aspectos de los elementos jurídicos: a una cualidad esencial del elemento jurídico (como la rectitud de la justicia, la inmoralidad o culpabilidad manifiesta de un oficial de justicia, o su conducta delictiva). Por ello, aunque no se trate de una sátira directa a estos últimos, la burla general de los primeros se extiende en parte también a ellos.77 Lo más significativo de esta categoría es el más abundante uso de elementos lingüísticos de naturaleza jurídica, que relacionados esencialmente con el sistema y el proceso judicial (tema de fondo de este sueño) contribuyen a dar coherencia y cohesión al conjunto de la narración. La sátira a los oficios relacionados con la administración de justicia que se hace en este primer sueño es un tema recurrente en la obra de Quevedo. Perteneciente a los “temas obsesivos centrales” (Arellano 2020: 48), este crítico comenta algunos rasgos comunes de la sátira de oficios y estados de su poesía satírica: entre otros, su procedencia popular, su forma literaria heredada de la Danza de la muerte medieval y la actualización de la sátira según un sistema de valores barroco, en general, defensor del orden monárquico nobiliario, y de un sistema expresivo propio del siglo XVII. Estos rasgos son igualmente aplicables a la prosa satírica de los Sueños. La sátira tiene aquí un carácter breve, en principio superficial (o ligero) y de rasgos populares que se dirige en su mayoría a producir una risa espontánea en el público lector, conocedor de los ingredientes presentados. En estas burlas breves se critica la conducta moral de los sujetos, así como su actuación corrupta como oficiales representantes de la justicia

76 A medida que se tratan los sueños, el sentido conjunto de la obra los Sueños se hará más evidente. 77 En este caso, no respecto de la justicia, de la que se alaba su rectitud, su cualidad de justa.

32 (combinación que se comenta más abajo). A propósito de los letrados en general en la obra de Quevedo, señala Patricio que quizá no reflejan individuos reales78, pero sí “las tensiones sociales entre los intereses políticos de esos individuos y la ideología del autor y de las clases dominantes” (2008: 62). Haciendo un repaso general a cada uno de estos oficios, pueden extraerse las siguientes burlas y críticas. A los jueces se les ataca principalmente su actuación nefasta en relación con el cohecho. Su venalidad es además grave y requiere de una “limpieza” profunda y reiterada. Esta conducta corrupta realizada en el ejercicio de su cargo es además susceptible de ser revisada por instancias superiores mediante la residencia. Los letrados, conscientes de su actuar inmoral, de carácter irrespetuoso, y holgazanes, desdeñan la justicia. Es la suya una conducta inmoral y corrupta que produce corcovas, esto es, que tuerce la justicia haciéndola injusta. En relación a los pleitos, son enmarañadores (revolvedores de caldos).79 Por su parte, a los procuradores se les acusa de desvergüenza, insolencia y falta de respeto. Son hipócritas y falsos, y proceden con doblez y con descaro. El de escribano es un oficio que recibe un fuerte ataque. Su inmoralidad es comparable a Judas, Mahoma y Lutero. Son oportunistas, egoístas, ladrones y desalmados. Se les acusa de fraude y de tergiversar las letras de sus escritos, mentirosos en el ejercicio mismo de su oficio de fedatarios. Su mayor culpa es ser escribanos. También a los alguaciles se les condena por el hecho de serlo y se les ataca y condena por las funciones que desarrollan en el ejercicio de su cargo;80 por acusar falsamente y por prender. A los corchetes se los menosprecia por ser de baja ralea y no ser gente de cuenta, y se les da por condenados sin más menester. Finalmente, los sayones no tienen ingenio ni discreción porque no ven que sus acciones no llevan a la salvación.81 La conducta es el aspecto principal objeto de sátira, mientras que a la apariencia de estos oficiales apenas se les dedica unas alusiones metafóricas, como las corcovas de los derechos de los letrados, las narices muy largas de los sayones y los procuradores sin caras (descarados). Por otro lado, estas burlas breves se reparten en la narración a base de brochazos dispersos, sin que se observe un orden específico y voluntario, consecuencia de la modalidad del somnium y de la necesidad de crear un ambiente caótico y grotesco. Esto último, sin embargo, no es tan claro en este primer sueño, probablemente porque a diferencia de los demás sueños, en éste, el elemento diabólico e infernal no es tan relevante, y la presencia divina, fundamental, no quiere rodeársela de connotaciones negativas más allá de lo necesario. A pesar de esta ausencia expresa de orden general, puede apreciarse la vinculación de ciertos elementos o categorías; vinculación que puede producirse, bien por la simple adición (secuencias continuas de elementos vinculados), o bien por compartir contenido satírico en una misma escena simple o fragmento compuesto. Esta unión de elementos, por repetirse en sueños posteriores, acaba convirtiéndose en un componente característico de implicaciones semánticas representativo de la sátira de los oficios de justicia en los Sueños. En el caso de El sueño del Juicio Final, la “ligereza” de la sátira mantiene esta vinculación principalmente en una simple suma continua de componentes, pero que adquiere relevancia semántica por reiterarse en los sueños posteriores (tanto en el tipo de vinculación sencilla como en la más compleja). En el primer sueño, se trata mayoritariamente de la conexión basada en el orden de aparición o en la mención conjunta que se establece, por ejemplo, entre los abogados,

78 Idea que comparte Martín (2013: 169-170). 79 Schwartz (1986: 30-31), al tratar la crítica a jueces y letrados asentada en la tradición popular, remite también a la Danza e la muerte castellana del siglo XV, donde pueden encontrarse “ciertos núcleos semánticos” en la caricaturización de estas profesiones (falsedad, prevaricación, deseo de enriquecimiento, etc.), que, como se verá, completan el retrato de estos profesionales a medida que se suceden los sueños. 80 El castigo se corresponde con sus funciones (ejercidas de forma inmoral y corrupta), por lo que, éstas, además de ser base para su condena al infierno, lo son para su castigo. 81 Solicitadores y relatores se dejan sin mencionar, quizá, no porque sus culpas sean menos, sino porque sus funciones se realizan igualmente por otros oficios ya incluidos, los procuradores y los escribanos.

33 escribanos, alguaciles y los médicos, boticarios y avarientos. Sin embargo, entre escribanos y ladrones, se añade también una conexión más profunda basada no sólo en el orden sino también en la participación de ambos en la construcción semántica de la sátira, adquiriendo la categoría de los escribanos las cualidades intrínsecas de la de los ladrones. En lo que corresponde a la justicia, no se produce una discusión filosófica de gran calado, aunque se intuyen ya ciertos rasgos que en los restantes sueños acabarán por convertirse en relevantes características de las líneas de pensamiento quevedesco entorno a este tema.82 Por un lado, consecuencia del juicio justo de Dios, la justicia (divina) es inherentemente justa y recta, donde los elementos que la componen, como los abogados defensores (ángeles), están claramente exentos de crítica. Hay además una vinculación expresa entre lo justo y lo divino. En contraposición, todo lo temporal y terrenal, incluida la justicia humana, está torcida, es corrupta y defectuosa, principalmente por reflejo de la moral y la conducta de sus representantes (oficiales de justicia). Esta idea puede justificarse no sólo por la ferviente religiosidad de Quevedo, sino también porque, como apunta Ruiz (1984: 256), Quevedo considera fundamental la función de juzgar, lo que implica, que no merece crítica en sí misma, sino en relación con el sujeto que la ejercita, cuando éste lo hace vulnerando las normas morales y jurídicas. En este sentido, adquieren un papel importante el juego dilógico de opuestos que contrapone el campo semántico literal y metafórico de derecho-recto-justo y el de corcovado-torcido-injusto. Este juego, que aparece por primera vez en la escena del abogado de los derechos con corcovas, se refuerza posteriormente en la idea de la rectitud de la justicia con la que el pretendido caballero quiere competir, de forma que lo que en principio se refiere a un oficio jurídico corrupto se generaliza después (en este sueño y en los siguientes83) para abarcar a la justicia como noción compleja.84 Por último, unas consideraciones finales que completan las ideas presentadas en este primer sueño. En primer lugar, respecto de los letrados, la crítica literaria ofrece una justificación a este afán de burla satírica de estos oficios. La burla satírica que recibe la figura del letrado en las obras literarias del Siglo de Oro se asienta, según Gacto (2007: 529-531), en las consecuencias que trae consigo el nacimiento e impulso del Derecho común, con cuya implantación se transforma un derecho tradicional anterior (basado en prácticas consuetudinarias conocidas por el pueblo) en un derecho técnico, que, plagado de glosas e interpretaciones realizadas por los jurisconsultos, requiere de doctores juristas para su comprensión. A esto habría que añadir, como apunta Chen (2002: 231-233), que el impulso que se dio a los juristas desde los tiempos de los Reyes Católicos –que pretendían neutralizar el poder de la alta nobleza frente al de la monarquía, con el fin de implementar una nueva concepción de Estado– provoca un enfrentamiento (reflejado en la literatura aurea) entre los letrados y nobleza, los primeros por representar los grupos en ascenso en los puestos de poder, los segundos por ver sus intereses y poder menguados. Quevedo rechaza la burguesía ascendente que se aprovecha de la economía precapitalista y desplaza a los nobles en el servicio a la monarquía (Patricio 2008:61). Así pues, a Quevedo lo impulsaría no únicamente su deseo de crítica social de una casta jurídica corrupta y prevaricadora, escudada en un derecho incomprensible para el pueblo, sino también una necesidad de defensa de su pensamiento tradicionalista conservador opuesto, como señala Schwartz (1986: 45-46), al ascenso de los juristas,

82 Se deja por ello la precisión de estas líneas para los sueños que siguen. 83 Por ejemplo, el mal juez que “por dar gusto no hizo justicia, y a los derechos que no hizo tuertos los hizo bizcos”; el letrado que hurta con el entendimiento y da malo y torcido a la ley (ambos en El alguacil endemoniado); o las velas retorcidas de los jueces pesquisidores del camarín de Lucifer (Sueño del Infierno). 84 Schwartz (1986: 35-36) ve estos recursos a la antítesis y polisemia de torcer-derecho una representación literaria del tipo satírico ya mencionado que aparece asimismo en Crotalón y que es consecuencia del afán de lucro.

34 representantes del grupo social de burócratas instruidos, que desplazan a la nobleza para ocupar los puestos de la administración del Estado y de la Justicia en la nueva economía. En segundo lugar, de acuerdo con Ynduráin (1954: 17-18), el mundo de apariencia es sometido por Quevedo a un examen moral (no práctico o experimental). Es difícil ver una delimitación clara en este sentido cuando se trata la sátira de Quevedo a las profesiones jurídicas. Desde luego, la valoración moral del autor hacia los oficios de la administración de justicia es clara (inmorales, desalmados, etc.), pero la inmoralidad de la que los acusa tiene también un origen práctico (que Quevedo ha experimentado de primera mano), procedente de la conducta, del actuar, de estos sujetos. La actuación ineficiente, defectuosa o delictiva, de los oficiales de justicia tiene una clara referencia a la ya comentada corrupción reinante en la administración de justicia en los siglos XVI y XVII. Quevedo critica el actuar inmoral de estos sujetos, pero también sus prácticas delictivas. Sin embargo, esta separación que desde la actualidad puede resultar más clara (obligaciones morales frente a obligaciones impuestas por las normas jurídico- positivas) no es tan evidente en esta época, debido a que el componente moral (y religioso) está esencialmente incorporado en la noción de delito. Además. Schwartz manifiesta que el catálogo de vicios y pecados castigados por Quevedo en su obra procede de “las colecciones de loci commune y topoi de materia predicable que fueron compilados a lo largo de la Edad Media para los predicadores” (1986: 620). Esta observación también es aplicable a los vicios y pecados castigados en los Sueños. Sin embargo, cuando se trata de los oficios de justicia, si bien también se recurre al sermón (baste ver El alguacil endemoniado), la crítica no se basa sólo en la falta de virtudes y en los vicios de los que éstos hacen gala (conducta moral), sino también en esa actuación práctica delictiva que desarrolla el oficial en ejercicio concreto de sus funciones y que atenta contra las normas jurídico-positivas. Y las funciones “malejercidas”, como se ha dicho, son base para su condena al infierno, y además para su castigo (“adaptación” satírica de la teoría retributiva de la pena). Como primer sueño, en El sueño del Juicio Final se ponen los cimientos a ideas, aspectos y vínculos que, respecto de los elementos principales, se irán repitiendo a lo largo de los Sueños.

3.2.2. Sueño del Infierno

3.2.2.1. Elementos jurídicos centrales en el Sueño del Infierno

En el Sueño del Infierno, el narrador, testigo presencial de los sufrimientos a los que son sometidos los condenados, hace una visita guiada a las galerías infernales mediante la ficción del descenso, que comienza en el bivium de dos sendas que conducen a dos lugares diferentes (Arellano 1999: 15-16; Valdés 2016: 233).85 La senda de la derecha, que lleva a la salvación, es el camino de la virtud, de la vida y el bien, lleno de baches y dificultades, y poco transitado; la senda de la izquierda, que lleva al infierno, es un camino llano, muy concurrido de gentes alegres, muchos de los cuales van cómodamente sentados en carruajes o a caballo. Este segundo discurso (tercer “sueño”) sigue el esquema de los dos anteriores, con la presentación en escenas salteadas de figuras, oficios y vicios. Arellano subraya, con carácter general, la “intensa sensación grotesca de caos” que refleja este sueño, como rasgo de la satura a la que pertenecen los Sueños, así como la ausencia de cualquier tipo de orden estructurante, salvo alguna sección en la que “los condenados siguen ciertos criterios de comunidad” (1999: 17). Así sucede con los oficios que representan la administración de justicia terrena, a los cuales la sátira del autor aborda en ocasiones de

85 Quevedo combina la tradición clásica con la de la Biblia en este tradicional bivium (citando a Nolting-Hauff, Martínez 2014: 71).

35 forma aislada, en ocasiones de forma conjunta. Son, en cualquier caso, burlas jocosas de carácter breve y popular dirigidas, como advierte en el “Prólogo al ingrato y desconocido lector”, a “vicios […]; descuidos [… y] algunos oficiales sin tocar la pureza de los oficios” (170-171). Como se verá, sin embargo, hay una gran diferencia entre lo que el autor propone inicialmente y lo que después hace, pues la crítica a la actuación de los “malos” oficiales se convierte en realidad en una sátira a los oficios.86 Hay además un mayor número de situaciones en las que se ve involucrada la justicia, como noción en sí y no como resultado de la representación de los oficios de la administración de justicia. Si bien la mayoría de los ataques a los elementos jurídicos se presentan en forma de burlas breves, hay un cierto trasfondo filosófico en la línea de El alguacil endemoniado y un mayor grado de abstracción consecuencia de una estructuración y relación semántica más compleja de estos pasajes sencillos. En el Sueño del Infierno, el primer colectivo jurídico atacado por la burla breve de Quevedo es el de los letrados y los jueces. La ironía es en este fragmento firme aliada de la crítica. El narrador decide salir del “tan trabajoso” camino de bien y la virtud, donde la gente es “tan seca y poco entretenida”, para iniciar el camino de la izquierda, donde ve “un acompañamiento tan reverendo, tanto coche, tanta carroza cargada de competencias al sol en humanas hermosuras, y gran cantidad de galas y libreas, lindos caballos, mucha gente de capa negra y muchos caballeros” (174-175). Queriendo “ir con buena compañía” (175) se ve arrastrado al medio del camino:

No podré encarecer qué contento me hallé en ir en compañía de gente tan honrada, aunque el camino estaba algo embarazado, no tanto con las mulas de los médicos como con las barbas de los letrados, que era terrible la escuadra dellos que iba delante de unos jueces. No digo eso porque fuese menor el batallón de los doctores, a quien nueva elocuencia llama ponzoñas graduadas, pues se sabe que en sus universidades se estudia para tósigos. (175-176)

Puede observarse como la narración de este estado de ligera alegría encuentra de repente una oposición, una cacofonía escénica, iniciada con la conjunción concesiva “aunque”,87 donde, por un lado, resulta que el camino está obstaculizado (“algo embarazado”88) y donde ciertos oficios son presentados mediante metáforas militares, alusiones a venenos y calificativos como “terrible”, en su doble sentido de terrorífico y de desmesurado. Es un caos grotesco el que se comienza a perfilar. De este modo, se presentan dos bandos opuestos, que conviven bajo el juego de la ironía, si bien en un desequilibrado grado de aceptación (el narrador desecha la parte negativa, donde es necesario leer la ironía): por un lado, una alegría muy material y totalmente despreocupada, llena de “cosas” lujosas y hermosas donde todo son “bailes y fiestas, juegos y saraos” (175); y por otro lado, el tumulto de gentes, implícitamente no “tan honradas” como aparentaban, por su capacidad mortífera y venenosa. El uso de metáforas militares “sugiere[…] la capacidad destructiva de estos oficios, verdaderas máquinas de guerra desde la perspectiva satírica (Arellano 1991: 176, n.p. 29). Así, los doctores en medicina y los doctores en leyes se comparan no sólo en su cantidad, sino también en su capacidad dañina.

86 Ya al comienzo del discurso, en el camino hacia el infierno apunta “aquí sobraban mercaderes, joyeros y todos los oficios” (175). 87 La sensación que provoca en el lector es la de que el narrador se despreocupa y acepta ese inconveniente “menor”, dado que las fiestas y el ir acompañado de tal gente honrada y alegre es obviamente mucho mejor. 88 Puede apreciarse el juego entre “algo”, como cantidad pequeña indeterminada, que ofrece además una sensación ligera de despreocupación o indiferencia (en algo tan grave como el camino al infierno), y “embarazado”, que se definía como “impedir, detener, retardar, y en cierto modo suspender lo que se vá a hacer o se está executando. Este verbo parece se formó de Embrazar, pues al que le embarazan, detienen y impiden, casi le atan […] los brazos para que no obre (DA, 1732), ofreciendo así una sensación cargada de connotaciones opuestas al primero término.

36 Se inicia asimismo la presentación caricaturesca, no sólo moral sino también física, de los letrados, a los que se describe, no sólo con barbas, sino con unas barbas tan pobladas que obstaculizan el camino más incluso que las mulas de los médicos.89 La exageración contribuye a la comicidad, y la imagen de un camino abarrotado de mulas y barbas fomenta ese desorden caótico y grotesco característico de la sátira de Quevedo en los Sueños. Previamente menciona también el narrador “mucha gente de capa negra”, que alude a los “funcionarios de la burocracia aurisecular, que vestían de negro, con capa y gorra, a menudo los letrados” (Arellano 1991: 175, n.p. 22). El Diccionario de Autoridades cita asimismo este pasaje de Quevedo para aclarar la explicación de “Hombre, o gente de capa negra”, a la que, con carácter general, define como “la gente ciudadana, decente, bien nacida y criada, que por tal se estíma entre los demás vecinos” (DA, 1729). En contraste con el reinado anterior, Felipe IV puso de moda vestir de negro (traje, capa, calzado y sombrero) como signo de distinción; si bien, en general existía un “desenfreno de vestir y de costumbres” (Diego y León 1915: 144, 157), que la normativa trató de remediar, sin mucho éxito.90 El color de la capa reflejaba asimismo la condición social del individuo: paño negro para el ciudadano, paño pardo para el labrador o trabajador (citando el TLCE de Covarrubias, Lasmarías 2009: 133, 141; y Puerta 2008: 77).91 Los letrados llevaban “capa larga”, que llegaba hasta el suelo, y que hecha de paño u otro género, usaban también otras personas por razón de su estado y empleo, como prelados o ministros (“capa larga, o de luto”, DA, 1729).92 Se diferenciaba de éstos el “ministro de capa y espada”, consejero que vestía traje cortesano, y no toga, y que, por no profesar leyes, sólo tenía voto en los procesos consultivos del gobierno (DA, 1729). También en la normativa de la época se hace referencia puntual a los “hombres de capa negra” que pueden asistir en defensa de las partes (L. VI, Tít. XXVII, Lib. VII). Esta crítica breve inicial a letrados (y, tangencialmente, de los jueces) tiene un cierto carácter introductorio que ayuda a la descripción general del camino del infierno. De esta manera, se empieza a dibujar para el lector el camino de la izquierda. Desde una perspectiva sensitiva, hay un jolgorio despreocupado que se torna en alegría superficial y aparente, y que esconde una maldad escondida que emerge en la sensación de desorden y caos grotesco. Para un cristiano y estoico como Quevedo, es el camino que lleva a la condenación eterna. A esta burla introductoria le siguen las demás críticas breves a los restantes oficios de la administración de justicia. No existe un orden aparente. Se critica a escribanos, alguaciles, jueces, corchetes y jueces pesquisidores, de manera individual o en grupos, a veces en una sola ocasión, a veces en diferentes escenas. Con carácter general se ataca la corrupción de la administración de justicia al tratar “las justicias”, que pueden entenderse, según Arellano (1991: 178, n.p. 43), como los funcionarios de justicia. “Justicias” como Iustitia ministri, ministros que ejercen la justicia (DA, 1734). La escena y los juegos de palabras con “justicias” y “llevar” tienen cierta complejidad: “Las justicias llevan tras sí los negociantes, la pasión a las mal gobernadas justicias, y los reyes desvanecidos y ambiciosos, todas las repúblicas” (178-179). Esta frase tiene tres componentes, con tres sujetos (justicias, pasión y reyes) y

89 La mula era la montura habitual de los médicos. La NR. recoge la prohibición de andar en mulas de paso a cualquier persona, salvo a médicos y cirujanos (L. III, Tít. XV, Lib. VI). 90 La NR constata que “se ha procurado remediar el abuso y desórden de los trages y vestidos, por que junto con consumir vanamente muchos sus caudales, […] ofenden las buenas costumbres, y por ello se han publicado diversas leyes y pragmáticas” (Ley I, Tít. XIII, Lib. VI, NR). 91 “La capa española en el siglo XVII era muy usada, ya lisa o con cuello y capucha. También la capa corta […]. Se hacía de belludo y de colores generalmente oscuros, así como en diversas estaciones era también de paño, más larga, perdiendo su rigidez para doblarse” (Diego y León 1915: 137). 92 El tratado Geometria y Traça del oficio de los sastres de Francisco de la Rocha, de 1618, recoge los patrones de las garnachas “de paño”, “de raxa”, “de seda” y “de chamelote” “para Letrado” y las indicaciones necesarias para su confección (Rocha 1618: 121-125).

37 tres verbos, dos de los cuales han sido omitidos, pero cuya omisión no impide hacer un juego mediante antanaclasis: el primero de los sujetos es “las justicias”, que siendo los ministros de justicia llevan tras de sí (preceden) otro grupo de personas, los que ejercen de negociantes. La vinculación entre uno de los oficios relacionados con la justicia y el oficio de los comerciantes93 no parece fortuita y puede encontrarse en otros lugares de los Sueños, como en El alguacil endemoniado, donde los mercaderes comparten lugar en el infierno “junto a los jueces que acá los permitieron” (161) y son cosecha del juez “porque de cada juez que sembramos cogemos […] cinco mil negociantes” (162). Schwartz observa esta unión al analizar las obras del autor áureo, donde metáforas, metonimias o isotopías generan superposición de imágenes, que implican la asimilación del juez con el comerciante, o “contextos intercambiables para ambos tipos” (1987: 108-109). Tras esta primera frase, el verbo “llevar” puede entenderse asimismo como verbo de la frase siguiente “la pasión [lleva] a las mal gobernadas justicias”, jugándose con los significados de “justicias” y de “llevar”. En el primer caso, “justicias” se referiría, no ya al ministro de justicia, sino a la aplicación de justicia (que estando en plural se aludiría a cada concreto acto de aplicación de la justicia) y “gobernar” se interpretaría en el sentido de administrar, de modo que el significado del grupo nominal sería “la mala administración de justicia” (en el sentido tanto de mal gestión de la justicia, como en su referencia a la corrupta administración de justicia). En el segundo caso, el verbo “llevar” posee diversos significados que podrían dar significado a la frase: como “producir”, “inducir y atraher a otro a que siga alguna opinión, dictamen”, “guiar o conducir”, “manejar”, o “entrar a posseer alguna cosa” (DA, 1734). Por su parte, “pasión” alude en esta escena a la “parcialidad” del juez respecto de uno de los pleiteantes (Arellano 1991: 178, n.p. 44).94 De esta manera, el significado de esta premisa implicaría que la parcialidad (del juez) produce, induce o conduce a la corrupta administración de justicia.95 La idea de los ministros de justicia como comerciantes de la frase anterior se refuerza en esta segunda mediante la idea de que la justicia está sujeta a una arbitrariedad con la que puede comerciarse. Si bien la tercera parte de este conjunto tiene un carácter más político que de crítica a la propia administración de justicia, puede interpretarse como conclusión de los dos enunciados anteriores: “y los reyes desvanecidos y ambiciosos, [llevan] todas las repúblicas”. Los reyes están relacionados en general con la justicia por ser fuente normativa y titulares supremos de la justicia que aplican oficiales judiciales. Para Quevedo, la soberanía está en el monarca, vicario de Dios en la tierra, pero reinar es una tarea que implica obligaciones que no pueden descuidarse, o el resultado puede ser dañino para la república (Aguirre 1947: 12-13).96 No pueden descuidarse ni siquiera teniendo “buenos ministros”, pues Quevedo “[comprende] que «la voz de la adulación, que con tiranía reina en los oídos de los príncipes […], suele halagarlos con decir que bien pueden echarse a dormir (quiere decir, descuidarse) con los ministros. Esto es engaño, no consejo»” y concluye en relación a la justicia que “«cumplir el Rey toda Justicia […]

93 Mercader y negociante se entienden como sinónimos, pues ambos se definen por sus actividades de tratar y comerciar (DA, 1729, 1734, respectivamente). 94 Las Cortes de 1576, en una petición al rey sobre el abuso de los jueces que castigaban a los reos y ejecutaban sus sentencias negándoles la apelación, escribían: “Con lo cual vienen a quedar en sólo el arbitrio y parecer de un hombre, y éste apasionado, las vidas y honras de los súbditos de Vuestra Magestad” (Tomás y Valiente 1969: 154). 95 No es la única interpretación posible. Si se atiende al significado de “justicias” como en la primera parte, como oficiales de justicia, podría entenderse también que la parcialidad del juez –que es jerárquicamente superior a los restantes oficiales de justicia, que expide mandamientos que estos últimos han de cumplir y que supone un ejemplo de conducta para sus subordinados– induce a los oficiales de justicia a un actuar corrupto. 96 Aguirre mantiene que la política “le ha demostrado [a Quevedo] que «buen Rey y malos ministros es cosa dañosa para la república»”, pero incluso con “buenos ministros” un rey no puede “descuidarse”, pues “reinar no es para él entretenimiento, sino tarea”; y así, “marca a los reyes su itinerario y valientemente le dice al indolente Felipe IV: «Los monarcas sois jornaleros, tanto merecéis como trabajáis» […]. «Los malos Reyes se van al infierno por el camino real»” (1947: 12-13).

38 es hacer todo su oficio»” (citando a Quevedo, Aguirre 1947: 13). Por ello, en esta frase de los Sueños, son los reyes adulados97 y ambiciosos los que en realidad acaban guiando (como acepción de “llevar” (DA, 1734)) a la sociedad política98 a este estado de total corrupción en la administración de justicia.99 Así, se cierra esta crítica, breve por la extensión de sus frases, mas no por su significación. El escalafón más alto de la aplicación de la justicia corresponde al juez, como sujeto en el que recae la obligación, y responsabilidad, de proveer justicia, y como figura de autoridad. Por ello, Quevedo se mofa de su actuación corrupta e inmoral, de una manera irreverente y grotesca: “Pues mal juez fue, y está entre los bufones, pues por dar gusto no hizo justicia, y a los derechos que no hizo tuertos los hizo bizcos” (192). El juego jocoso viene de la escena anterior, donde el narrador visita unas bóvedas heladas donde se alojan los bufones, truhanes y juglares, que “como se condenan otros por no tener gracia, ellos se condenan por tenerla, o por quererla tener”.100 En esta crítica al “mal juez”, Quevedo es coherente con la advertencia que hizo previamente al lector de que su reprensión alcanzaba no al oficio en sí, sino al oficial de actuar deshonesto. La ubicación de este juez en las galerías infernales entre los bufones se justifica en el juego entre “dar gusto” y “tener gracia”, que comparten campo semántico cuando se interpretan como producir satisfacción, contento, deleite, alegría. “Dar gusto”, sin embargo, es parte también de un juego dilógico, donde, por un lado, posee el significado anterior (que justifica su pertenencia al colectivo de los bufones) y, por otro, manifiesta el actuar corrupto del juez al beneficiar (“dar gusto”) a una de las partes y, así, ser culpable de un delito de cohecho por aceptar el soborno de aquélla (se asume que la parcialidad del juez no sería gratuita). El juego de palabras continúa en lo que Arellano (1991: 192, n.p. 112) califica de “juego […] fácil”, entre lo tuerto, torcido, acción injusta (que se opone a derecho, justicia) y el tuerto en referencia a los ojos, esto es, bizco. El juego de opuestos recto/derecho-torcido/injusto no es una novedad y se ha observado ya en los sueños anteriores. Correas, en su recopilación de refranes del 1627, incluye varios refranes en los que opone los términos tuerto-corcovado-derecho en el ámbito jurídico. Por ejemplo, conteniendo la expresión “hacer tuertos” incluida en la crítica de Quevedo: “Con tales derechos se hacen los cogombros tuertos” (Correas 1924: 124). A esto se añade lo grotesco, la anormalidad, la desfiguración, que afecta a un órgano tan vital para el ser como son los ojos para ver, que, en este contexto, puede interpretarse tanto físicamente como con capacidad para percibir, descubrir, comprender la verdad. A esto se añade que es precisamente el juez (autoridad a la que se le suponen altas virtudes) el autor de tal macabra acción, la mutilación de los derechos (cada derecho lesionado en los actos concretos de aplicación de la justicia que son los juicios). Esta imagen, a los ojos del lector, acaba despojando al juez de toda dignidad. Ésta es la caricatura de un juez corrupto, indigno y bárbaro, merecedor de todo castigo infernal. Visto esto, el juego de palabras e imágenes no actúa ya sólo a un nivel superficial. Además, es posible encontrar una justificación más profunda a este juego, si se atiende a la idea del derecho, de la justicia, como la que termina tuerta o bizca. A partir de finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento

97 Arellano (1991: 179, n.p. 45) precisa terminológicamente “desvanecidos” como soberbios, quizá en base a la acepción de “desvanecer” del DA. Sin embargo, también según esta acepción, se trata de una vanidad inducida por la adulación de otro “con desproporcionadas y excessivas alabanzas” (DA, 1732), por lo que consideramos más claro utilizar en este contexto el término “adulados”. 98 En referencia a la definición de república de Bodino, Tomás y Valiente señala “definición de la república (esto es de la sociedad política)” (1982: 43). 99 Quevedo juega con los distintos significados no sólo de “justicias”, “llevar” o “pasión”, sino también de “gobernar” (en estas frases, “mal gobernadas justicias” y reyes como gobernantes), que ya viene de la frase inmediatamente anterior a ésta: “Van por un camino discreto, por no dejarse gobernar de otros, y los necios, por no entender a quien los gobiernan, aguijan a todo andar” (178). 100 Zeugma del que advierte Arellano (1991: 191, n.p. 108). “Tener gracia” puede entenderse en un sentido religioso como el favor concedido al hombre por Dios para su salvación, así como capacidad para hacer reír (DLE, 2020).

39 se desarrolla, lo que González (2016: s.p.) denomina una lucha por la venda en los ojos de la Justicia. Este autor estudia la representación de la Justicia a lo largo del tiempo y establece ocho tradiciones que se desarrollan desde la antigua Mesopotamia hasta la actualidad (González 2016, 2017). En la segunda y tercera tradición, como cambio a la mirada clarividente de la Justicia presente en la primera tradición, se incorpora la venda en los ojos de la Justicia como elemento alegórico de significado dispar. De acuerdo con este autor, la Justicia aparece por primera vez con una venda en los ojos, en una ilustración de la obra satírica y moralista de Sebastian Brant Das Narrenschiff (La nave de los necios, 1494) (González 2017: 22). La implicación negativa que la venda adquirió en un principio como señal de locura y necedad y como crítica frente a jueces injustos, se transformó a finales del siglo XV en símbolo positivo de imparcialidad e igualdad de todos ante la Ley (González 2017: 22-25).101 La elección de Quevedo del sentido de la vista para su crítica a los jueces no resulta así tan casual. Las lecturas se suman y, presente el autor la Justicia como clarividente o cubiertos sus ojos con la venda (como símbolo positivo o incluso negativo), el hecho de que la justicia quede tuerta y bizca es, en definitiva, despojarla de sus valores más esenciales. La idea de una imparcial y equitativa justicia mutilada por el “mal juez” se refuerza finalmente en la imagen de la desigualdad de derechos (no todos son iguales ante la ley), pues unos acaban tuertos y otros bizcos. Más fácil es el juego que ya se ha observado en sueños anteriores en la metáfora de los alguaciles y corchetes respecto de soplar/delatar, y que vuelve a repetirse en este discurso: “se estaban abrasando unos hombres en fuego inmortal, el cual encendían los diablos en lugar de fuelles con corchetes, que soplaban mucho más, que aun allá tienen este oficio ellos y los malditos alguaciles; por soplar, daban crueles voces” (195). Como delatores los presenta Quevedo y como “fuelles” los representa. Este oficio, el de soplar, lo hacen perfectamente (“allá”, en vida, y en el infierno) pues son fuelles que soplan mucho más (que los fuelles normales). A esto se añade una carga negativa por el uso de los calificativos “malditos” y “crueles”. Esta sátira a los corchetes, mediante la metáfora soplar/delatar, se retoma posteriormente en otras dos escenas breves separadas entre sí. La primera se realiza mediante la burla a los ensalmadores, a los que mandan “al cuartel de los porquerones, que viven de lo mismo”, pues los unos y los otros “anda[n] siempre soplando” (237). El porquerón es el corchete o ministro de justicia que prende delincuentes y malhechores para llevarlos a la cárcel (DA, 1737). La burla se crea de nuevo mediante el orden de alojamiento de los condenados en el infierno y sigue asimismo la vinculación del oficio de corchete y alguacil con los ladrones, pues de los ensalmadores “se dijo ‘hurtan que es bendición’, porque con la bendición hurtan” (236-237). En la segunda burla breve, a propósito de la sátira a los alquimistas, se descalifica de nuevo a los corchetes tratándolos de viles y delatores: “y si la piedra filosofal se había de hacer de la cosa más vil era fuerza hacerse de corchetes, y los cocieran y distilaran si no dijera otro que tenían mucha parte de aire” (242). Así se continúa con la imagen de estos oficios en relación con el soplar y el aire, lo que induce a considerarlos delatores, actividad que es causa principal de su condena eterna y fundamento de su castigo. Su comparación a “la cosa más vil”, además de poder relacionarlo con los oficios serviles, degrada su condición de ser a ojos del lector, justificando su castigo, por ser despreciable, infame e indigno (acepciones de “vil” (DA, 1739)). En el Sueño del Infierno, además de estas críticas breves dispersas en la narración, se incluye también una escena algo más extensa compuesta igualmente por burlas relativamente breves a algunos oficiales de la justicia corruptos (letrados, escribanos y alguaciles) y a la justicia. En general, puede decirse que

101 Con la obra del maestro alemán Hans Gieng, Gerechtigkeitsbrunnen (Fuente de la Justicia), que representa la Justicia de ojos vendados, se inicia un nuevo modelo iconográfico en Berna en 1543 (González 2016: s.p.; 2017: 24-25).

40 la crítica va dirigida a la justicia aplicada (a la justicia terrenal), pero no puede considerarse una sátira general a los oficios responsables de la administración de justicia puesto que los jueces no se hallan entre ellos (si bien estos ya son objeto de crítica). Así, parece continuarse con la advertencia inicial al lector de que la reprensión satírica tiene por objeto, no los oficios en sí, sino la actuación corrupta de algunos oficiales. Sin embargo, ya en la primera escena se satiriza en torno a “muchos malos letrados”, lo que, por un lado, presenta una burla limitada, pero, por otro, la contradice, por referirse a un elevado número.102 Este fragmento algo más extenso que los anteriores se compone en realidad, como se ha dicho, de escenas cortas, pero que permanecen unidas entre sí, formalmente, por sucederse una tras otra, y, materialmente, por contener ciertos elementos que las interrelacionan y recorren la escena en su conjunto: principalmente, letrados y mujeres en una escena, con pleitos y prostitutas de la siguiente; un hilo subyacente de corrupción en forma de ladrón/robo (los ladrones que se encuentran frente a las prostitutas, el narrador que escucha a alguien nombrándolos, el “volar”, que significa en germanía “robar”, “gato”, en el sentido de ladrón, o el “levantar” como robar103); o el hecho de que saquen a los letrados del infierno en una escena y también a los alguaciles en otra, aunque por diferentes razones. En la primera de estas escenas breves que componen el fragmento más extenso se critica a los “malos letrados” y sus “malos pareceres” (dictámenes104):

y topé muchos demonios en el camino con palos y lanzas, echando del infierno muchas mujeres hermosas y muchos malos letrados. Pregunté que por qué los quería echar del infierno a aquellos solos, y dijo un demonio porque eran de grandísimo provecho para la población del infierno en el mundo las damas con sus caras y con sus mentirosas hermosuras y buenos pareceres, y los letrados con buenas caras y malos pareceres, que así los echaban porque trujesen gente. (225)

Al juego de palabras que hace Quevedo entre los “buenos pareceres” (aspecto) de las mujeres y los “malos pareceres” (dictámenes u opiniones) de los letrados, se une el juego de antítesis buenos-malos, que se repite en relación a las damas “con sus caras y con sus mentirosas hermosuras” y los letrados “con buenas caras”. Schwartz apunta al contraste que se describe “entre la apariencia exterior de idoneidad y competencia de los letrados y sus malévolas intenciones” e identifica al letrado con “aquel que encubre con máscara de hombre sabio su natural codicioso e injusto”, siendo su máscara, “la barba y pelos largos y vestidura que simbolice su posición en la sociedad” (1982: 244-245).105 La caricatura de los letrados va completándose, con su aspecto amable y honrado (pero hipócrita) y su actuación perniciosa. Sin embargo, un rasgo que permite mantener la crítica al mismo tiempo en un estado superficial, tanto en esta escena, como en otras dispersas a lo largo de los Sueños, es el uso frecuente del calificativo “malo”, sin que llegue a precisarse su sentido específico (corrupto, negligente, incompetente, ignorante, u otros). La amplitud de posibilidades hace que el lector de la época pueda reconocerse fácilmente en la situación y apruebe la necesidad de recriminación y de condena infernal.

102 La sensación de multitud se incrementa por la reiteración de “muchos” (muchos demonios, muchas mujeres, muchos letrados), que a la vez se convierten en turba (desordenada y confusa) por las circunstancias que los rodean, los palos y lanzas que usan los demonios para echa a mujeres y letrados. El caos es de nuevo característica descriptiva. 103 Precisiones terminológicas de “volar”, “gato” y “levantar” (Arellano 1991: 226, n.p. 268, y 227, n.p. 269 y 270). 104 “Parecer” se define como “dictamen, voto o sentencia” (DA, 1737) y también en el sentido de aspecto (DA, 1737). Por su parte, dictamen es un opinión o juicio particular (DA, 1732). 105 Esta representación de los letrados la explica Schwartz (1982) en relación con la imagen clásica de filósofo barbudo y la barba como signo de sabiduría, que en Quevedo se convierte en “marca falaz [que] funciona paradigmáticamente para focalizar en el contraste máscara engañosa de la sabiduría – ignorancia y venalidad, la crítica del letrado”.

41 La burla a los letrados da paso a una singular mención a la justicia. La transición se acompaña de ciertos elementos conectivos, ya planteados, la prostituta y el pleito, y sigue así con las mujeres y con el derecho, si bien pasa de un plano más práctico (crítica a la actuación de los letrados) a uno algo más abstracto (justicia terrenal pero no concretado en un oficio):

Pero el pleito más intrincado y el caso más difícil que yo vi en el infierno fue el que propuso una mujer condenada con otras muchas, por malas, enfrente de unos ladrones, la cual decía:

–Decídnos, señor, ¿cómo ha de ser esto de dar y recibir, si los ladrones se condenan por tomar lo ajeno y la mujer por dar lo suyo? Aquí de Dios, que si el ser puta es ser justicia, si es justicia dar a cada uno lo suyo, pues lo hacemos así, ¿de qué nos culpan? (226)

La observación de que se trata de “el pleito más intrincado y el caso más difícil” no es trivial. Con el juego de “dar a cada uno lo suyo”, lo justo de la justicia y el sexo de la prostituta,106 no se pierde la comicidad. Se juega igualmente con la exageración y lo grotesco al comparar la justicia, que debería ser una de las virtudes más puras, con la prostituta, dudosamente pura desde una perspectiva cristiana. Sin embargo, la defensa que alega la prostituta en el “pleito” parece razonable, puesto que la justicia dé a cada uno lo suyo, parece lo justo.107 Aunque la prostituta pretenda la redención por su alegada afinidad con la justicia, la equiparación tiene el efecto contrario: transferir la visión negativa de la primera a la segunda, en un plano ontológico:108 es una justicia, la terrenal, inmoral, indecente, que se acuesta con quien paga. En definitiva, corrupta.109 Les llega el turno a los escribanos y a los alguaciles. Tras la alusión más abstracta de la justicia, se retoma la burla jocosa y más ligera a estos dos oficios (y oficiales). Se trata de la conclusión de un chiste que se ha comenzado escenas antes. En un momento en el que el narrador recorría el camino hacia el infierno le parece que es en realidad el camino del cielo porque se extraña de no encontrar escribanos ni alguaciles (181-182). Quevedo se vale aquí de diferentes estrategias para imprimir la carga de maldad a estos oficios: la confusión, la exageración, la certeza de que si no hay escribanos ni alguaciles es necesariamente el camino del bien, el desconsuelo irónico del narrador al pensar que ha errado el camino y está en el de la virtud, etc. Vuelve a ser una burla al oficio, no al mal oficial. La razón de por qué no ve el narrador escribanos en el camino se descubre ya estando en el infierno, cuando un diablo resuelve la duda al narrador que pregunta por éstos al oír nombrar ladrones:

–No [no se salvan] –dijo [un demonio]–, pero dejan de andar y vuelan con plumas. Y el no haber escribanos por el camino de la perdición no es porque infinitísimos que son malos no vienen acá por él, sino porque es tanta la prisa con que vienen, que volar es llegar y entrar en todo uno (tales plumas se tienen ellos) y así no se ven en el camino.

106 En el lenguaje erótico, este neutro “lo suyo” significa “el sexo” (Arellano 1991: 226, n.p. 263). Este juego o imagen lo usa también en otras obras. Es el caso, por ejemplo, del poema “Las cuerdas de mi instrumento”, que estando en prensa, como parte de Flores de poetas ilustres de España (1603), parte del mismo fue suprimido por los censores, en concreto, la estrofa dedicada a las mujeres de jueces: “En la casa del tribuno / tanta justicia se halla, / que aun su mujer, por guardalla, / da lo suyo a cada uno” (Crosby, 2001: 110). 107 Quevedo mantiene la noción clásica de justicia de dar a cada uno lo que le corresponde (Aguirre 1947: 13). Se profundiza sobre este concepto clásico de justicia en la valoración complementaria. 108 La imagen de la justicia prostituida por el hombre no es extraña en la época. El Diccionario castellano con las voces de ciencias y arte […], señala que prostituir puede utilizarse “también metafóricamente: […] un Juez prostituye su cargo y la justicia, cuando se deja corromper con el interes, ó el empeño” (NTLLE, Terreros y Pando, 1788). 109 La discusión de la justicia alcanza un nivel abstracto, en relación con el ser, pero no se desarrolla completamente en un plano divino con el acto sexual de la prostituta. Además, las escenas de este fragmento son muy “terrenales” (los letrados en su práctica, el aspecto de las mujeres, los pleitos, el sexo de la prostituta, etc.).

42 –Y acá –dije yo–, ¿cómo no hay ninguno?

–Sí hay –me respondió–; mas no usan ellos de nombre de escribano, que acá por gatos los conocemos. Y para que echéis de ver qué tantos hay […], no hay un ratón en toda ella [la casa del infierno]. (226- 227)

Como se ha comentado, se continúa con el elemento “ladrones”, que une estas escenas cortas. Sin embargo, en el caso de los escribanos, se incrementa su relación con la referencia continua al robar: “volar” en el sentido de robar, y “gatos”, en el de ladrón. Y además se intensifica mediante el recurso a la exageración tanto de esta cualidad, como la de su maldad: “infinitísimos que son malos” (alcanza el oficio en sí), la prisa por llegar al infierno y el llegar y entrar todo en uno, y el no haber ni un ratón. Asimismo, puede observarse el juego de las metáforas que se reiteran. El juego dilógico de plumas es claro, en referencia a las de los pájaros y al cañón o instrumento con el que se escribe por ser habitualmente una pluma (DA, 1737). En este caso, los escribanos “vuelan con plumas”, así llegan tan veloces al infierno (se les condena sin mayor discusión110), por su capacidad de robar mediante el ejercicio de su actividad profesional, la de escribir. La escena breve que sigue en este fragmento más extenso es la respuesta a la duda del narrador de por qué no hay alguaciles en el camino al infierno. En este caso, “ninguno está en el infierno […] porque en cada alguacil malo, aun en vida está todo el infierno en él […], pues según son endiablados los malos alguaciles tememos que han de venir a hacer que sobremos nosotros para lo que es materia de condenar almas, y se nos van a levantar con el oficio de demonios” (227). Los elementos que conectan esta escena con las anteriores se han mencionado: la continuación de la idea de robar (robar el oficio a los diablos) y la idea de que hay oficios que sirven mejor al demonio estando en la tierra, los malos letrados, porque ayudan a pecar más, y los malos alguaciles, que por eficientes en “condenar almas” podrían quitarles el puesto a los diablos. Continúa así, la comparación entre diablos y alguaciles de El alguacil endemoniado, haciéndose la referencia explícita con “son endiablados los malos alguaciles” y “está todo el infierno en él”. Por último, es necesario puntualizar la condena de “algunos malos entre muchos buenos que hay”. El balance positivo en favor de la mayoría “buena” es inusitado. Con ellos terminan las escenas breves de crítica a oficiales y oficios de la administración de justicia contenidos en este fragmento más extenso. Y salvo la burla final a alguaciles y pesquisidores en el camarín de Lucifer, no hay más referencias a tales oficios. Sin embargo, en este diálogo, a diferencia de los sueños anteriores, hay continuas alusiones a lo justo o a la justicia, considerada en sí misma, que es nombrada con intensidad y finalidades diversas. Ya se ha comentado la escena que se incluye en el fragmento extenso acerca de los derechos tuertos y bizcos. En un cierto nivel de abstracción pueden considerarse asimismo las restantes alusiones a la justicia, a la que se relaciona con otros valores o virtudes, así como con la consecuencia jurídica del delito/pecado, el castigo. Hay que considerar el hecho de que, sobre todo, al principio del Sueño del Infierno, el narrador observa las almas que transitan, tanto por el camino del bien, como por el camino del mal. Por ello, no es extraña la confrontación, en un plano de abstracción, de las características del uno frente a las del otro. Por ejemplo, en una escena en la que un capitán recorre el camino de la derecha, donde se trata la virtud como don en sí misma (180-181). En este diálogo, como en otros fragmentos de los Sueños, Dios y la verdad se identifican a propósito de “Y es verdad Dios que yo siempre lo sospeché” (185); pero no sólo con la verdad, también con la justicia. Así, el narrador presenta este discurso reflexionando acerca de

110 Se pone en relación con la escena de El sueño del Juicio Final en la que se condena a los escribanos por el simple hecho de serlo: “Estos, Señor, la mayor culpa suya es ser escribanos” (122).

43 que los sueños suelen ser “burla de la fantasía y ocio del alma”, a lo que añade “que el diablo nunca dijo verdad por no tener cierta noticia de las cosas que justamente nos esconde Dios” (171-172). De esta manera, la justicia y la verdad se relacionan en un nivel divino (cristiano) con Dios; como también lo hace en frases como “Justo Hijo de Dios y Dios verdadero” (177), en una escena de crítica a los hipócritas y a las mujeres que tras ellos les besan las ropas, donde la verdad es también protagonista, por oposición a la apariencia. Consecuentemente, los valores fundamentales conectados a Dios adquieren una perspectiva divina, esencial, verdadera, “real” (en oposición a las apariencias que critica Quevedo). La justicia también se relaciona con la consecuencia jurídica del delito (o pecado), la pena o el castigo. La justicia (sea divina o terrenal) tiene por función condenar, pero tratándose de la justicia divina, es siempre una condena justa: “¿Pues cómo puede ser que la misericordia condene, siendo eso de la justicia?” (206); “(¡qué cosa tan admirable y qué justa pena!)” (212). Esta última frase es un pensamiento del narrador a propósito del castigo a los barberos; castigo que ha de entenderse de naturaleza divina, pues los que habitan el infierno son condenados por la justicia justa de Dios. De nuevo se enfrentan la justicia divina justa, digna de elogio y admiración, frente a la justicia terrena injusta y corrupta, merecedora de toda crítica en otras escenas. La idea de la función condenatoria de la justicia también se encuentra en el fragmento de la prostituta y la justicia, que “da[n] a cada uno lo suyo” (226). Por otro lado, la justicia, en relación con la pena, es también instrumento de la burla jocosa de otros grupos: “Y cuando la Justicia manda cortar a uno la mano derecha por una resistencia, es la pena hacerle zurdo, no el golpe” (213-214). Se trata en este caso de la justicia terrenal. Si bien Arellano (1991: 213) al editar los Sueños la escribe con mayúscula, en el facsímil original de Valencia de 1628 (Quevedo 1628: 37), viene ésta escrita con minúscula. Como se ha comentado previamente, los castigos corporales no eran inusuales en el ordenamiento jurídico del Medievo y el castigo de cortar la mano derecha era la consecuencia jurídica de ciertos delitos. Asimismo, el ser zurdo se veía como un rasgo de carácter maligno.111 El juego dilógico que se hace en esta ocasión responde al significado dual de pena, como castigo y como sentimiento (DA, 1737): el castigo es hacerle zurdo cortándole la mano derecha, y que quede zurdo es al mismo tiempo una lástima. Para terminar con los elementos jurídicos centrales en este discurso, la crítica a los oficios de justicia y sus oficiales tiene un broche final en la burla que se hace a alguaciles y jueces pesquisidores, a los que se les concede un lugar especial en el infierno al servicio del Diablo, el camarín de Lucifer: “era un aposento curioso y lleno de buenas joyas; tenía cosa de seis o siete mil cornudos y otros tantos alguaciles manidos” (266); “en las cuatro esquinas estaban ardiendo por hachas cuatro malos pesquisidores” (267). El juego que se hace con los “alguaciles manidos” se basa en la función del alguacil de prender a los delincuentes, de forma que se le asimila a una joya, como prendedor o broche de ropa. Esta metáfora ha sido usada por Quevedo ya en otras ocasiones. Se trata además de un prendedor “manido”, no sólo en el sentido de deslucido por el uso, sino también que ha sido usado con frecuencia (DA, 1734). Se reitera así la idea de que los alguaciles, miles de ellos, en su oficio, eran usados por otras personas, con influencia o más poder (idea de que Lucifer es el dueño del aposento). No se les califica de “malos” de manera expresa, como se ha hecho previamente, pero el hecho de estar “manidos” contrasta igualmente, por oposición, por su colocación entre “buenas joyas”. Por último, un oficio de la administración de justicia que no ha sido mencionado previamente es el del juez pesquisidor. El pesquisidor era el juez que se encargaba de realizar la indagación de los hechos a través de una pesquisa (suerte de instrucción del procedimiento) de un delito o reo (DPEJ, 2020; DA,

111 En palabras del diablo en este fragmento, “Al fin, es genta hecha del revés y que se duda si son gente” (214).

44 1737), esto es, la indagación con el objetivo de averiguar la realidad de un suceso (DA, 1737). El oficio de juez pesquisidor estaba regulado con amplitud en la normativa de la época (Tít. XXXIV, Lib. XII), que establecía el estatuto jurídico específico de este oficio.112 A pesar de su regulación, los excesos cometidos por estos jueces fueron en aumento. Las Cortes pidieron insistentemente a los reyes que pusieran remedio a la situación y limitaran a supuestos especiales su nombramiento, pero sus protestas fueron mayormente desoídas (Gacto 1996: 137-138).113 Algún remedio trató de imponerse, pero sin mucho éxito, puesto que en cada reinado se volvían a tomar medidas nuevas.114 Los pesquisidores mencionados en el Sueño del Infierno son cuatro, ubicados en las cuatro esquinas del camarín de Lucifer. Gacto señala que dada la “especial rapacidad” de la que se acusaba a este tipo de jueces, no es de extrañar que tuvieran “reservado un lugar de privilegio dentro del infierno” (1996: 138). Sin embargo, dada su función de investigar, también puede considerarse una esquina, un lugar para acechar. Su cosificación en hachas ardiendo es también significativa. Las hachas eran velas grandes de cera compuesta de cuatro velas largas juntas, recubiertas de cera, con cuatro pábilos, y retorcidas (DA, 1734). Si bien la iluminación habitual de la época procedía de candiles y velas ardiendo, puede entenderse que la función del pesquisidor de iluminar, en el sentido de esclarecer la verdad, se lleva a la exageración, siendo castigados estos jueces precisamente en el fuego ardiente (castigo concreto por el abuso en su proceder indagatorio). Por otro lado, que las velas que componían las hachas fueran retorcidas refuerza la idea de la corrupción de los pesquisidores (torcimiento del ser), que repite el juego recto-torcido, justicia-injusticia utilizado en los sueños anteriores. Con la descripción del camarín de Lucifer termina el discurso, no sin antes remarcar lo grotesco de la narración: “Salíme fuera y quedé como espantado” (269).

3.2.2.2. Elementos jurídicos funcionales en el Sueño del Infierno

Los elementos jurídicos funcionales que reflejan el sistema jurídico de la época y que no son objeto de una crítica directa en este discurso son prácticamente inexistentes (la mayoría son críticas directas). Consecuencia de la existencia de una sociedad donde la norma jurídica y la norma religiosa están unidas, el delito y el pecado se consideran equivalentes. Por ello, el uso de los términos delito y pecado es indistinto en los Sueños, de forma que se encuentra el término “delito” en fragmentos donde en una sociedad secularizada se utilizaría “pecado”, y viceversa, por ejemplo, a propósito de la sátira a los enamorados (228) y en un fragmento en el que se satiriza acerca de Lutero (264).

3.2.2.3. Elementos jurídicos de apoyo en el Sueño del Infierno

En el Sueño del Infierno también se toman los elementos jurídicos como herramienta para hacer burlas satíricas de otros elementos que no poseen esta naturaleza. Su uso tampoco es abundante y ha sido comentado en su mayoría en el apartado de los elementos centrales: la crítica a tintoreros mediante la función averiguadora de los pesquisidores (207); la burla a barberos y zurdos mediante la referencia al castigo consecuencia de la aplicación de la justicia (212 y 213-214); la escena de la prostituta y la justicia (226); o la crítica a los ensalmadores mediante la crítica a los corchetes (237). A éstos hay que añadir otros usos de elementos jurídicos como instrumento para la crítica de otros oficios o vicios, por ejemplo,

112 Sus normas regulaban, entre otros: el modo de realizar la pesquisa de los delitos, los casos en los que podían proveerse pesquisidores, el juramento, salarios, prohibiciones, su castigo cuando se excedieran de sus oficios o fueran negligentes. 113 Gacto (1996: 137), Tomás y Valiente (1969: 154) y Berumen (1952: 329-331) citan peticiones de las Cortes del s. XVI donde se quejaban de la dura actuación estos jueces. 114 Como prohibir el nombramiento de pesquisidores en casos que pudieran ser atendidos por jueces ordinarios (L. X, Tít. XXXIV, Lib. XII, NR), que no se cumplió (Tomás y Valiente 1969: 161), o castigar a los jueces pesquisidores que fueran negligentes o se excedieran en su oficio (L. X, Tít. XXXIV, Lib. XII, NR), que no especificaba castigo.

45 la burla a los atormentados de sí mismos se realiza mediante la mención a verdugos y “sayones incorpóreos”, que los atormentan “en las tres potencias del alma” (217-218). Finalmente, la terminología jurídica que utiliza Quevedo a lo largo del texto no es muy abundante. Se trata principalmente de un lenguaje jurídico que, aunque hace referencia a elementos de naturaleza jurídica, retrata el hablar común de la gente. A excepción de lo mencionado con anterioridad, cabe señalar, entre otros: “quíselo poner a pleito” (182), que utiliza el narrador irónicamente enojado de que nadie los advirtiera en el camino de que al infierno iban a llegar; las “ejecuciones” que hace el “arrepentimiento” como verdugo de los enamorados (228); la “perpetua cárcel” de las lenguas condenadas de “los que no supieron pedir a Dios” (231-232); o la mención a la “ley”, los “delitos” y el “proceso” en un soneto a propósito de los poetas y sus damas (229-231).

3.2.2.4. Valoración complementaria en el Sueño del Infierno

En el Sueño del infierno, Quevedo vuelve a ser original en el modo de presentar la sátira al mundo de la justicia. En principio, se sigue el esquema de los dos sueños anteriores en cuanto a la presentación de escenas salteadas que contienen burlas satíricas breves y de carácter popular contra las figuras de naturaleza jurídica. Sin embargo, la novedad radica en el mayor grado de abstracción de ideas, en la complejidad estructural de las escenas (escena más larga compuesta por pasajes sencillos interrelacionados formal y materialmente) y en la construcción compleja de diferentes niveles semánticos (desde lo más superficial a lo más abstracto, en ocasiones en una misma escena). Se castiga así a los oficios/oficiales condenados según las funciones desarrolladas dolosamente (función retributiva de la pena). Asimismo, se producen también un mayor número de situaciones donde lo justo y la justicia, en sí misma considerada, se ve involucrada, igualmente caracterizadas por un grado de abstracción más elevado y por una vinculación material que permite analizarlas de forma conjunta. La idea de la corrupción de la administración de justicia se concreta no sólo en el ataque a los oficios de justicia, sino también mediante afirmaciones de carácter general más abundantes y sólidas. Al mismo tiempo el recurso a lo grotesco y lo caótico se incrementan notoriamente, contribuyendo a esa “intensa sensación grotesca de caos” que Arellano (1999: 17) pone de manifiesto, y que hasta este discurso no había sido tan explotada. Se pone de manifiesto de nuevo de forma expresa que la sátira va dirigida a los oficiales, “sin tocar la pureza de los oficios” (170-171),115 lo que refuerza el discurso del sueño anterior de que la crítica apunta a los “malos oficiales”. Sin embargo, también en este sueño, contradiciendo su advertencia inicial, se hace uso de recursos que producen una intensificación generalizadora que desemboca en la sátira del oficio en su conjunto. Como excepción inusual y única en los Sueños, en la escena extensa compuesta de burlas breves se dice “algunos malos [alguaciles] entre muchos buenos que hay”. Única mención de este tipo respecto de los oficiales de justicia. En esta línea, el juego de lo bueno y lo malo no es tan expreso como en el sueño precedente, pero está igualmente presente en el tratamiento irónico de las cualidades de los dos caminos (el del cielo/virtud y el del infierno/pecado). El jolgorio despreocupado (alegría superficial y aparente) del camino del infierno esconde una maldad arraigada que emerge en la sensación de desorden y caos grotesco y que emana aires de crítica a la decadencia moral de la sociedad, tan criticada por Quevedo. Desde la perspectiva de un cristiano de profundas creencias y estoico como era Quevedo, es también el camino del pecado, fácil pero vicioso y maligno que lleva a la condenación eterna. Por otro lado, el uso frecuente

115 Arellano (1991: 171, n.p. 5) comenta, respecto a esta defensa de pureza de intenciones y crítica exclusiva de vicios, que aparece también en el Elogio de la locura de Erasmo, lo que indica de nuevo la influencia de Erasmo.

46 del calificativo “malo” (aquí y en otros sueños), sin especificar el sentido concreto, mantiene la crítica a nivel superficial y favorece la identificación del lector y su aprobación. En este segundo sueño puede apreciarse la característica que Ynduráin (1996: 475-478) menciona con carácter general para la obra quevedesca acerca de la presencia de aspectos opuestos complementarios, y que ejemplifica en el valor de la virtud en relación con los vicios, donde el bien y el mal no son nociones absolutas, sino que establecen una relación dialéctica de dependencia. En las parejas virtud/vicio, realidad/apariencia, verdad/mentira, la cuestión se plantea, no tanto en la oposición, sino “en la hipocresía, es decir, la imitación de la verdad virtuosa, en la apariencia o […] en las figuras” (Ynduráin 1996: 476). Así, sucede ya desde el comienzo de la bifurcación que divide el camino que sigue el narrador en el camino de la derecha, de la virtud y del bien, y el camino de la izquierda, del pecado y el mal; en la mezcla de elementos que confunden al narrador y le hacen dudar de cuál es el camino que transita; en la aparente honradez y virtuosismo de las figuras (entre ellos letrados) que transitan el camino del infierno, en las damas “con sus mentirosas hermosuras y buenos pareceres” y en los letrados “con buenas caras y malos pareceres”, etc. Respecto al orden, se siguen las líneas marcadas por los sueños anteriores, de forma que el desorden general respecto de la mención de las figuras continúa, criticándoselas individualmente o en grupos, si bien se manifiesta la existencia de un orden en relación con el alojamiento de los condenados en el infierno. En lo que a los vínculos se refiere, no crean una sensación de orden por sí mismo, pero refuerzan ideas que ya se han presentado previamente. En relación con los oficios de justicia, a las justicias se las relaciona con los comerciantes, a los letrados con los médicos, a los escribanos con los ladrones, y a los alguaciles y los corchetes con los ladrones y con los mercaderes. Finalmente, a la justicia se la vincula a otros valores absolutos (se comenta más abajo). En general, en este discurso la vinculación sustantiva de elementos se incrementa de manera notable, corroborando un entramado de relaciones subyacentes que genera una mayor complejidad de las sátiras. Los oficiales objeto de sátira, como se ha comentado, son tratados en mayor profundidad a pesar de ser escenas igualmente breves. De los jueces se hace especial énfasis en su parcialidad (pasión), recriminándoseles que por ella pueda comerciarse con la justicia. Su actuación, corrupta e inmoral, culpable por cohecho, se la conecta con una justicia desfigurada. Es una crítica mucho más ácida y macabra, por lo que a la mutilación se refiere, que termina por arrancarle al juez toda dignidad (más adelante se comenta cómo la dignidad moral es esencial para la Justicia en el pensamiento de Quevedo). Especial atención recibe una clase de jueces, los pesquisidores, por su cruel rapacidad, cosificándoseles en velas retorcidas como su comportamiento; volviendo con ello a la idea dual reiterada de torcido (torcimiento del ser) en relación con la corrupción y la injusticia. El castigo de estos pesquisidores se asienta en el abuso en sus funciones, de su proceder indagatorio. Respecto a los letrados se enfatiza la gran cantidad que van por el camino del infierno y su gran capacidad dañina, caricatura que se acentúa con su descripción moral irónica de gente tan honrada. Su actuación es perniciosa en tal grado que su oficio sirve mejor al diablo estando en la tierra. A los escribanos se los califica de ladrones que roban mediante su oficio (la pluma); lo que se reitera mediante un lenguaje repetitivo pero variado, metafórico (volar), de germanía (gato), plumas (para “volar” y escribir), etc. Los alguaciles, a pesar de la excepción inusual de los muchos buenos que hay, siguen siendo esencialmente malvados, dado que todo el infierno está en cada alguacil malo, sirviendo al diablo mejor en la tierra. En materia de condenar son más eficientes que los demonios (continúa así con la comparación de ambos oficios). Se recoge además tanto la metáfora de soplar/delatar como la del broche o alfiler de prender, que indican las funciones que desempeñan, con especial acento en la oposición entre las buenas joyas y los manidos alguaciles (por su

47 uso frecuente por otras personas). La metáfora de soplar/delatar repite igualmente respecto de los corchetes en varias escenas, de forma que también ellos son eficaces delatores, además de ladrones. Estas burlas satíricas se fundamentan en el ejercicio del oficio de estos oficiales de justicia y en el castigo que les corresponde que de igual forma se basa en las funciones que han desarrollado en su actuación oficial. Sin embargo, este tercer sueño presta una especial atención al aspecto de los letrados, en un sentido que le otorga un tono de preludio al sueño siguiente porque en el aspecto se manifiesta no sólo la caricatura grotesca del oficio, sino también la hipocresía que representa, mostrando una apariencia honrada y escondiendo una realidad inmoral. Sus barbas, su capa negra y su aspecto amable pero hipócrita (buenas caras-malos pareceres) son esenciales.116 En relación con la justicia, el tratamiento conjunto de todas las menciones del texto permite apreciar un nivel de abstracción más elaborado. Se constata de nuevo el carácter dual que desdobla la justicia en la Justicia divina, abstracta, y en la justicia humana y terrenal. En el primer caso, justicia y verdad se vinculan, identificándose tales valores absolutos en un nivel divino (cristiano) con Dios. Consecuentemente, los valores fundamentales conectados a Dios adquieren una perspectiva divina, esencial, verdadera, “real” (en oposición a las apariencias que critica Quevedo). Todo ello, resultado del pensamiento desencantado, estoico, y profundamente religioso y cristiano de Quevedo, para el que la virtud y la fe son las medidas de salvación del hombre en este mundo falso y corrompido. La Justicia divina es justa, digna de elogio y admiración, por contraposición a la justicia humana, que se califica de injusta e indigna. A la justicia humana se la asimila con la prostituta (da a cada uno lo suyo), lo que la convierte en inmoral e indecente (que se acuesta con quien paga). Se ha comentado con anterioridad, el pensamiento de Quevedo sobre la justicia como virtud o valor ético eterno, asimismo se relaciona con el concepto de justicia que Aristóteles planteaba en su Retórica como la “virtud mediante la cual todos tienen lo suyo” y que Santo Tomás de Aquino expresa posteriormente como el “hábito que inclina a la voluntad a dar a cada uno lo suyo” (Ruiz 1984: 251). La petición de la prostituta que pretende su justificación por su comparación con la justicia se basa en esta idea. Por otro lado, la justicia también se relaciona con la consecuencia jurídica del delito (o pecado), la pena o el castigo. La justicia (cualquiera que sea, divina o terrenal) tiene por función condenar, pero tratándose de la justicia divina, es siempre una condena justa. En los Sueños se plantea una justicia divina más cercana al castigo que al perdón, donde según la crítica rige la ley del talión, por ser las penas de los condenados reflejo directo de sus pecados (Induráin 1967; Cacho 2003). En este sentido, se pone de manifiesto también la teoría de la pena que presidía la época, por la que la pena retributiva117 es considerada castigo expiatorio, que castiga a quien la transgrede (aunque puede leerse también cierta finalidad preventiva).118 Procedente de una norma de 1447, la Novísima Recopilación establece la obligación de los jueces ordinarios de hacer pesquisa de los delitos, de donde puede extraerse la idea de la pena como castigo y como medida disuasoria: “Tanta es la osadía, atrevimiento y temeridad de los

116 Para Martín (2013: 39) estos dos aspectos, las barbas letradas y los pareceres de los letrados, son los dos tópicos tradicionales que se refleja en las obras quevedescas y que materializan el rasgo moral de la hipocresía. 117 De forma simplificada, la concepción retribucionista de la pena implica que el reproche que se expresa consecuencia de un comportamiento incorrecto imputable como acción culpable se justifica en que tal reproche es merecido (no en otros criterios de justificación como la finalidad de prevenir futuras conductas ilícitas), planteándose entonces la cuestión de los criterios sobre los que se habría de establecer una pena adecuada al reproche merecido (Mañalich 2007: 76, 83). 118 Como se ha comentado, en el caso de la pena, la doctrina jurídica se mueve entre las teorías absolutas de la pena (como castigo expiatorio o retribución), las teorías relativas (de prevención) y las teorías eclécticas (Carbonell 1999: 67-68; Orts y González 2017: 451-454).

48 que mal quieren vivir, que fué necesario dar leyes contra los delinqüentes, para que sean castigados, y á exemplo de estos otros se refrenen de mal hacer”.119 Por su parte, los elementos jurídicos funcionales son más escasos en este discurso y aquellos elementos que se relacionan con el sistema jurídico y con la administración de justicia son objeto de crítica directa, a salvo de la constatación de que, como sociedad no secularizada, el delito y el pecado forman parte de la misma categoría. Finalmente, los elementos jurídicos de apoyo siguen mostrando que los elementos jurídicos, como la justicia penal, son eficientes herramientas de burla de otras figuras y que el texto se salpica de lenguaje jurídico, si bien, no se encuentra aquí tampoco un motivo cohesionador, abarcando éste el conjunto del sistema jurídico e incluso del habla común de la gente.

3.2.3. Sueño de la Muerte

3.2.3.1. Elementos jurídicos centrales en el Sueño de la Muerte

El Sueño de la Muerte responde a la modalidad del sueño ficticio (somnium). En este caso, no hay duda de que el narrador del Sueño de la Muerte advierte al lector de que así se trata, tanto al principio como al final de la narración.120 Además, pueden observarse algunos de los elementos que se contienen en esta modalidad, entre otros, la estructura arquetípica, la idea subyacente de revelación de la verdad o la presencia de un guía (la Muerte). Quevedo fecha la dedicatoria a este Sueño de la Muerte el 6 de abril de 1622, estando recluido en la Torre de Juan de Abad. Ya desde sus primeras palabras puede apreciarse un estado de desencanto más sentido y una profundidad crítica mayor que en los primeros sueños. El tratamiento de la materia jurídica sigue también esta línea, especialmente en el extenso fragmento satírico dedicado a los letrados y en la mención a la justicia (si se valoran conjuntamente las menciones breves dispersas en el texto). A esta sátira más madura, se le añaden las habituales burlas breves, que vuelven a ser frecuentes tras ser reducidas en el diálogo precedente (El mundo por de dentro). Así, en este texto, la figura principalmente atacada es la de los letrados, a la que sigue la burla ligera de jueces y escribanos. Comenzando con las estocadas jocosas breves, los jueces tienen una rápida mención a propósito de una larga lista de ejemplos que el narrador proporciona al responder a la pregunta de la Muerte de dónde ha visto antes el infierno: “–¿Dónde? –dije– En la codicia de los jueces […]” (332). Es clara aquí la referencia a los sueños anteriores, especialmente al Sueño del Infierno; lo que se confirma asimismo por la aserción de “haber visto [también] el Juicio” (en referencia a El sueño del Juicio Final). De esta manera, la mención a la codicia de los jueces puede entenderse en referencia a los delitos de los que ya se les ha acusado y por los que se les ha condenado a las galerías infernales, entre los que cabe el de cohecho. Este fragmento continúa con un juego de palabras en forma de antanaclasis y dilogía con el término juicio, que se entiende tanto en el sentido de capacidad intelectual de discernimiento del bien y del mal, y de sentido común, como en el sentido del Juicio Final (divino) y de proceso judicial (terrenal), lo que se refuerza con la mención de los jueces en el mismo juego. Estas acepciones están ya presentes en el Diccionario de Autoridades (DA, 1734). Si se relaciona la falta de juicio (terrenal), en oposición al Juicio Final (divino y justo), con la corrupción del juez, se concluye que también aquí está declarando

119 L. VII, Tít. XXXIV, Lib. XII, NR. 120 El narrador comenta al inicio que, leyendo los versos de Lucrecio y Job, “fatigado y combatido me quedé dormido” (312) y finaliza el sueño diciendo “desperté de un vulco que di en la cama […]. Con todo eso, me pareció no despreciar del todo esta visión y darle algún crédito, pareciéndome que los muertos pocas veces se burlan” (405).

49 la falta de justicia en la tierra, lo que a su vez conecta con el fragmento de El alguacil endemoniado que recoge el mito de la huida de Astrea al cielo. Los otros dos oficios de justicia a los que se le dedica una burla breve en este último sueño son el de solicitadores y escribanos. La mención a los solicitadores es muy sucinta. En este punto del relato se sucede un personaje tras otro, procedentes la mayoría de la cultura popular. Entre Agrajes (personaje de Amadís de Gaula) y Pero Grullo (referencia a las perogrulladas121), aparece un “personajillo” que se identifica como Arbalias, un solicitador al que se describe como “hombrecillo que parecía remate de cuchar, con pelo de limpiadera, erizado, bermejizo y pecoso” (361-362). La imagen no es muy positiva, relacionada con el cabo de la cuchara, con el cepillo de limpiar la ropa, pecoso y pelirrojo.122 A ello se le añade el nombre de Arbalias, que según Arellano, pudo haberse formado de “harbar”, “hacer muy deprisa y mal una cosa” y éste del hebreo “harve” y “harvar” (1991: 362, n.p. 269).123 Así, estaría aludiéndose a la forma deficiente en que los solicitadores ejercen su profesión. Por su parte, para abordar a los escribanos, Quevedo continúa con el personaje de Pero Grullo, que ofrece al narrador variadas profecías. Entre ellas, una referida a la ya familiar calidad de ladrones de los escribanos, que vuelan con sus plumas (368), en referencia a la particular forma de robar que tienen los de este oficio, que hurtan mediante su oficio de escribir. De todos los oficios relacionados con la justicia, el que resulta mayormente atacado en el Sueño de la Muerte es el de los letrados. A ellos se les dedica una extensa y acerada crítica; y, por si eso no fuera suficiente, son objeto también de breves pinceladas jocosas. La primera de estas burlas cortas tiene que ver con la apariencia y la hipocresía, aunque se encuentra inserta en una sátira más punzante a los médicos. De nuevo la cercanía de médicos y letrados que ya se ha visto en sueños anteriores. En este caso, se hace un juego de antanaclasis con los significados de don, por un lado, con el don de matar que tienen los médicos, por otro, con el don (tratamiento) que se han arrogado “todos los oficios, artes y estados […]. Pues si se mira en las sciencias, clérigos, millares; teólogos, muchos; letrados, todos” (329- 330). La enumeración tiene un cierto ritmo in crescendo, que termina finalmente con la contundente declaración de la apropiación indebida del don por parte de los letrados, “todos”. La segunda de estas pinceladas cómicas que tienen por blanco a los letrados se produce unos momentos antes de la escena extensa y se hace a propósito del parlamento de otro personaje, Joan de la Encina. En el refranero popular se habla de los “disparates de Juan de la Encina” (Correas 1924: 162, 465), del que se comenta que compuso unas coplas con “graciosos disparates”, por lo que a ellas se comparan las cosas disparatadas.124 En este pasaje, este personaje popular se queja de que los vivos no hacen más que adjudicarle a él los desatinos que se hacen o dicen, cuando en realidad “para hacer y decir dislates todos los hombres sois Joan de la Encina” (339). Después de una larga lista de ejemplos de disparates por él no cometidos, declama para concluir los disparates más exagerados:

¿Qué necedades pudo hacer Joan de la Encina, desnudo por no tratar con sastres, que se dejó quitar la hacienda por no haber de menester letrados, que se murió antes de enfermo que de curado para ahorrarse

121 Lo recoge el DA (DA, 1737) y el Vocabulario de refranes de Correas, como frase hecha (Correas 1924: 657 y 410). 122 Ya se ha mencionado la implicación demoníaca de la caracterización de los que tienen el pelo rojizo. El DA recoge los distintos términos: remate, cuchar, limpiadera (DA, 1737, 1729, 1734, respectivamente). 123 “Harbar” se define por el DA, como “hacer las cosas de prisa y atropelladamente” (DA, 1734). 124 Arellano alude también al comentario de Covarrubias, incluido en el término “dislate”, sobre Juan de la Encina, que compuso “unas coplas ingeniosísimas y de gran artificio, fundado en disparates” (1991: 339, n.p. 145). Covarrubias, en su TLCE, también señala sobre su vida que fue “hombre muy docto, y que leyò y e[s]criuio en Salamanca” y que los disparates de Juan de la Encina quedaron en proverbio “quando alguno dize co[s]a de[s]propo[s]itada” (TLCE, 1611, NTLLE).

50 el médico? Solo un disparate hizo, que fue, siendo calvo, quitar a nadie el sombrero, pues fuera menos mal ser descortés que calvo… (342)

Se trata de dislate, no el hecho de dejarse quitar la hacienda, sino el de tener tratos con letrados; locura tal (tratar con letrados), que Joan de la Encina evita con la aceptación de lo que considera un mal menor, quedarse sin posesiones. El sarcasmo ácido contra esta profesión es evidente, al que se relaciona de nuevo con médicos. Esta exageración se incrementa con la contraposición a éstos del único despropósito que sí cometió el personaje, el de no quitarse el sombrero por calvo; contraste que resalta por la absurdidad de la comparación. De esta manera se llega a la escena extensa, en la que el letrado es el blanco principal de la sátira quevedesca, no sólo en cuanto a la descripción caricaturesca que se hace de su físico, sino también en cuanto a su caracterización como profesional corrupto que ejerce el oficio con un ritual concreto (no es la única materia tratada, la justicia, tiene también una fuerte y entrelazada presencia125). El fragmento es parte de la conversación sobre cuestiones de actualidad de carácter político y económico que mantiene el narrador con el “famoso nigromántico de Europa”, que Arellano (1991: 347, n.p. 190) identifica con don Enrique de Villena (1348-1434).126 Éste pregunta al narrador por diferentes aspectos de la España y del mundo de los vivos, entre ellos, por los letrados: “Dime, ¿hay letrados?” (353). Con la respuesta del narrador se inicia la sátira a esta profesión, porque no sólo transmite el gran número de letrados ejercientes, sino que los asimila a un colectivo causante de graves daños: “Hay plaga de letrados”. A continuación, hace una clasificación cargada de connotaciones negativas dirigidas a la arrogada erudición y conocimiento de que hacen alarde la mayoría de letrados (pocos, en la categoría de “por estudio”), y que alcanza, por ignorantes y mentecatos, a los que tratan con ellos, entre los que se incluye a sí mismo el propio narrador: “(en esta materia hablaré como apasionado)” (353).127 Tras ella, termina el narrador su intervención con la frase “valiera más a España langosta perpetua que licenciados al quitar” (353). De nuevo la exageración –que enlaza con la declaración inicial de condición de plaga de los letrados– es instrumento para la crítica puesto que descansa en el absurdo de desear una plaga sin fin, que en aquel tiempo causaba daños extremos en la España rural, frente a tener letrados temporales. Inspirado en Lipsio, la plaga de letrados vendría a dialogar con una cita de este filósofo neoestoico sobre “pestis Europae”.128 Arellano llama la atención sobre el posible “chiste alusivo al «juez de la langosta», que era costumbre reprobada ya por Ciruelo en su tratado contra las supersticiones” (1991: 353, n.p. 218). Quevedo podría estar haciendo referencia a la situación de la plaga de la langosta que asolaba los campos de España y a

125 Aunque no siempre es posible, se analiza por separado la sátira al letrado y las menciones a la justicia para tratar esta última como una unidad que abarque tanto este fragmento como otras alusiones breves dispersas en el sueño. 126 Schwartz considera el encuentro de “Yo” con Villena centro de la sátira del sueño y que la figura del infante “se había folklorizado en la tradición popular” (2000: 252). Además, el diálogo entre el ilustre personaje del pasado español y el narrador deja traslucir la posición política del narrador, muy próxima a la del escritor (Schwartz 1986: 41). 127 La voz de Quevedo recriminándose a sí mismo el haberse dejado enredar por los juristas en los pleitos por la Torre de Juan Abad suena quizá en el trasfondo de este aparte. 128 “«Et cur dissimulem? pestis Europae caninum hoc studium. quod haud temere quispiam concessum latrocinium dixit», se lee en el texto latino, en el que Lipsio cita una frase de Columela” (Schwartz 2000: 255). Schwartz (2000: 253-255) identifica un pasaje de las Politicas Lipsio, como principal inspiración para estas afirmaciones: “Que la iusticia ha de ser administrada a los súbditos ygualmente y con modestia, sin multitud y confusión de leyes, conveniendo atajar los pleitos y el arte y costumbre de pleitear [...]. Raras vezes admita ni haga leyes nuevas, por ser la muchedumbre dellas la corrupción y ruyna del estado. Si se considera este siglo, se hallara que, como antes ha avido trabajos por las vellaquerías y maldades, ahora los ay por sobra de leyes. De ahí nace el arte y industria de pleytear; de suerte que, como las grandes y muchas enfermedades acarrean provechos y ganancias a los médicos, así la infección de las audiencias, el dinero a los abogados. De ahí procede no aver oy día mercadería tan vendible como la perfidia destos. Mas, por qué lo tengo de disimular. Este emperrado estudio es la peste de Europa [...]”.

51 la que las gentes de la época trataban de hacer frente a través de los más variados medios. Por ejemplo, con la celebración de “ciertas ceremonias” realizadas por “vanos hombres”, donde el “conjurador se haze juez” (Ciruelo 1628: 210-211); actuación que recrimina Pedro Ciruelo en su tratado,129 pero no parece referirse a los jueces, de la jurisdicción real o de la eclesiástica, que tratan las causas jurídicas más corrientes. Por otras fuentes, sin embargo, se sabe que (también) los jueces eclesiásticos realizaban estos juicios. Sanz (2009: 46-47) apunta las dos formas de interpretar el mundo que proceden de la Edad Media: la religiosidad institucional y un sentido religioso popular/folklórico, cuyas fronteras se confunden, en ocasiones incluso por los propios clérigos que tienen dificultades en distinguir entre lo ortodoxo y lo heterodoxo. Si bien hay tanto opiniones en contra como a favor de estas prácticas, la realidad es que, aunque escasos, “las excomuniones y los procesos judiciales contra seres irracionales fueron uno de tantos instrumentos espirituales utilizados por la Iglesia católica en España durante la Edad Moderna para hacer frente a las plagas del campo” (Sanz 2006: 71-72).130 La sátira a los letrados continúa en diferentes aspectos, algunos de ellos intrínsecamente relacionados y tratados conjuntamente, como los letrados y el dinero, o los letrados y su forma abusiva de proceder, o éstos y la justicia y el derecho. En todos ellos, la justicia tiene una presencia, mayor o menor, que no puede dejar de apuntarse. Además, la caricatura burlona de estos juristas alcanza su ser al completo, desde sus rasgos físicos, sus rasgos morales, su actuación, e incluso, como prolongación de ellos mismos, sus bibliotecas. Uno de los rasgos morales de los letrados es el de su carácter codicioso. Quieren el dinero de las partes para sí, y los pleitos sirven únicamente para este propósito: “los pleitos son sobre que el dinero sea de letrados y del procurador sin justicia, y la justicia, sin dineros, de las partes” (356). Pero el carácter moral envilecido y sin alma (ver más adelante) de estos individuos se amplía hasta alcanzar una maldad que siembran por doquier. En un pasaje similar al de los jueces faisanes de El alguacil endemoniado, la maldad de los letrados engendra otras maldades, pues “si no hubiera letrados no hubiera porfías, y si no hubiera porfías no hubiera pleitos, y si no hubiera pleitos no hubiera procuradores” y así continúa con enredos y delitos y alguaciles y cárceles y jueces y pasión (parcialidad) y, finalmente, sin pasión no hubiera cohecho; “mirad la retahíla de infernales sabandijas que se producen de un licenciadito, lo que disimula una barbaza y lo que autoriza una gorra” (356). De esta forma, no basta que la maldad moral de los licenciados alcance el sistema judicial completo, avocándolo a la corrupción, animalizando y demonizando el producto de su existencia (“retahíla de infernales sabandijas”). A ello se une la ridiculización de su aspecto físico, de su instrucción y de sus símbolos mediante el juego de diminutivos y aumentativos. “Licenciadito” contrasta con la “barbaza” típica; ridículo que además se incrementa por el juego de la vergüenza, el encubrimiento y la legitimación externa: por un lado, el ser tan poca cosa es necesario esconderlo tras una espesa barba y legitimarlo con la gorra (“autorizar” no en el sentido de legalizar escrituras por parte de escribanos, sino como “engrandecer, ilustrar y acreditar alguna acción, realzándola, y haciendo que sea plausible y digna de mayor respéto y estimación” (DA, 1726)). El uso del término jurídico en el texto termina también por producir el efecto contrario de desprecio, al “autorizar” (hacer genuino, verdadero, estimable) algo que en esencia no lo es.

129 El capítulo décimo, darte tercera del Tratado en el qval se reprvevan tidas kas svpersticiones y hechizerias, publicado por primera vez en 1538, se dedica a la “Di[s]puta contra los que de[s]comulgan la Lang[s]ta […]” (Ciruelo, 1628). 130 El proceso judicial más conocido por haberse conservado íntegro el documento original es el juicio de Párreces contra las langostas (1650). Éstas son procesadas y condenadas al destierro y, de no cumplirse la pena, habrían de ser excomulgadas (Tomás y Valiente, 1991 y 1969: 299-300; Sanz, 2006: 58-69). Quevedo no pudo referirse a este episodio, pero fue un tipo de proceso realizado en alguna otra ocasión, como el de Valladolid, que Sanz (2006: 50-52) data de principios del siglo XVI.

52 El narrador, que está explicando al nigromántico la situación de los letrados en España, continúa con una descripción muy ilustrativa del modo de proceder de éstos en su actividad extraprocesal como asesores jurídicos:

Llegaréis a pedir un parecer y os dirán: «Negocio es de estudio. Diga V. M., que ya estoy al cabo. Habla la ley en propios términos». Toman un quintal de libros, danles dos bofetadas hacia arriba y hacia abajo, y leen de prisa; reméndanle una anexión, luego dan un gran golpe con el libro patas arriba sobre una mesa, muy esparrancado de capítulos. Dicen: «En el propio caso habla el jurisconsulto. V. M. me deje los papeles, que me quiero poner bien en el hecho del negocio, u téngalo por más que bueno, y vuélvase por acá mañana en la noche, porque estoy escribiendo sobre la tenuta de Trasbarras; más por servir a V. M. lo dejaré todo». Y cuando al despediros el queréis pagar (que es para ellos la verdadera luz y entendimiento del negocio que han de resolver) dice, haciendo grandes cortesías y acompañamientos: «¡Jesús, señor!», y entre «Jesús» y «señor» alarga la mano, y para gastos de pareceres se emboca un doblón. (356-357)

De este fragmento pueden destacarse varios aspectos en la forma de proceder verbal y física de los letrados. Para comenzar, el ritmo que transmite es frenético, con imágenes desproporcionadas, obscenas, exageradas, violentas, en continuo movimiento y con grandes gestos de prestidigitador que promete un resultado exitoso más allá de toda duda. El diálogo directo contribuye a ello con frases principalmente cortas salpicadas de jerga del mundillo jurídico y dirigidas a presentar al letrado como erudito y a embaucar al desdichado individuo, prometiendo sencillez y pronta resolución del caso, por ser exacto al que desarrolla el jurisconsulto.131 Así, la burla de Quevedo alcanza incluso al lenguaje, que, vacío de significado, se había convertido en las prácticas procesales en un lenguaje jurídico retórico y protocolario en extremo.132 La manera de proceder “física” sigue también estas líneas. Lo grotesco entra en escena en la representación visual de los movimientos bruscos del letrado que toma el quintal de libros. Se maneja dando grandes golpes con el libro patas arriba “muy esparrancado”;133 un libro que procede de su librería, de la que previamente el narrador ha comentado que está llena de cuerpos sin alma.134 La imagen del libro, que representa el derecho escrito, invita a pensar en la idea de que el derecho se ha quedado en esencia vacío (sin alma) por la ausencia en él de la justicia (remite de nuevo al mito de Astrea). Por otro lado, el actuar violento del letrado con el libro esparrancado puede sugerir una violación, en este caso, del saber jurídico (incluso de la justicia) por parte de un farsante, autodenominado experto legal. Y siendo por dinero –se vuelve a hacer hincapié en la codicia del letrado: el dinero, y no la justicia, es la “verdadera luz” y fin supremo de la actuación de los que ejercen este oficio–, el abogado representaría un proxeneta que abusa de la justicia y la prostituye. La imagen de la violación de la justicia no resulta extraña. A propósito del mito de Astrea, Hesíodo presenta a Diké como mediadora entre hombres y dioses, viviendo entre los hombres y pidiendo a Júpiter (Zeus) que castigue a aquellos que atentan contra su justicia, de manera que la justicia “nunca contraataca al mal con la fuerza, sino que es ella quien «es violada» por hombres injustos” (Armas 2016: 19-20). A esto se puede añadir que Quevedo ya ha

131 Arellano comenta las fórmulas y muletillas “ya estoy al cabo” y ”en propios términos”, esta segunda en el sentido de “en términos exactos, aplicables perfectamente al hecho” (1991: 356, n.p. 235). 132 Lorenzo advierte de que las prácticas procesales eran muy formalistas y de que, en la documentación judicial, las cláusulas y formulismos habían perdido ya su significación, usándose como “meros recursos protocolarios o formulismos retóricos” (1999: 210): 133 Esparrancar: ”abrir las piernas desproporcionadamente” (DA, 1732). Arellano (1991: 357, n.p. 238) comenta la “metáfora animizadora del libro abierto, con connotaciones grotescas”. 134 Acerca del alma del letrado y de sus cementerios de cuerpos sin alma (sus bibliotecas), se comenta más adelante en relación con la justicia.

53 utilizado previamente la imagen de la justicia prostituida (en el Sueño del Infierno, la escena de la prostituta que se compara con la justicia, por dar a cada uno lo suyo). Como se comentaba, el letrado “para gastos de pareceres se emboca un doblón”. Así, se le critica de nuevo su afán codicioso, su hambre de riqueza, porque embocar es “entrar por la boca alguna cosa” (DA, 1732) y el precio no es barato.135 La realidad no sería muy distinta de la escena descrita, pues incluso la normativa de la época se hizo eco de los salarios desproporcionados que abogados, procuradores y solicitadores pedían a sus clientes, y de las reivindicaciones de las Cortes que solicitaban su control y moderación.136 Tras este pasaje, el nigromántico cierra la sátira a este oficio diciendo “Y si he de salir ha de ser solo a dar arbitrio a los reyes del mundo [,137] que quien quisiere estar en paz y rico, que pague los letrados a su enemigo”, y así los letrados “embelequen y roben y consuman” al enemigo (357-358). Además de la evidente calificación de los letrados como embelecadores y ladrones (de tal calibre que incluso uno mismo estaría dispuesto a pagarles el gran coste al enemigo), hay que resaltar que se les trata como un colectivo. No son sólo algunos malos letrados, sino que se generaliza. También en la parte del parecer del abogado, porque, aunque escenifica el actuar de un letrado, las indicaciones del narrador (“os dirán”, “toman un quintal de libros”, “leen de prisa”), da a entender la universalidad de este proceder, y, con ello, la generalización de la sátira al conjunto del oficio de letrado. Finalmente, es necesario hacer un repaso general a la justicia, cuyas menciones se hayan dispersas en el texto, en apuntes más o menos breves, aislados o vinculados a escenas más extensas. Hay varias ideas presentes, como la vinculación entre diferentes valores, que ya se ha comentado y se vuelve a repetir; pero la idea que más resuena en este último sueño es la nostalgia por una justicia pasada más sencilla, cercana al pueblo y justa, así como el deseo de su restauración o la fe en una justicia futura más justa. Al comienzo de la escena extensa sobre los letrados, tras haber comparado a éstos con la plaga de langostas, el narrador continúa con la sátira a este oficio en un pasaje en el que se evoca una justicia pasada más sana:

En los tiempos pasados, que la justicia estaba más sana, tenía menos dotores, y hale sucedido lo que a los enfermos, que cuantas más juntas de dotores se hacen sobre él, más peligro muestra y peor le va, sana menos y gasta más. (353-354)

Equiparando los letrados a los médicos –que más que sanar, matan al enfermo (idea en relación a los médicos que ya se repite en pasajes diversos)– y empleando el recurso a la dilogía (doctores en leyes, doctores en medicina) y la imagen de la salud de la justicia, se expresa el lamento por la actual justicia enferma, cuyos contraproducentes cuidados conllevan además elevados gastos. A renglón seguido, esta contraposición de la justicia pasada y la presente sigue en otra metáfora relacionada con el comercio, con la burocracia y donde se vuelve a relacionar los valores de justicia y verdad:

La justicia, por lo que tiene de verdad, andaba desnuda, ahora anda empapelada como especias. Un Fuero Juzgo con su maguer y su cuemo y conusco y faciamus era todas las librerías, y aunque son voces antiguas suenan con mayor propiedad, pues llaman sayón al alguacil, y otras cosas semejantes. Ahora ha entrado una cáfila de Menochios, Surdos y Fabros, Farinacios y Cujacios, consejos y

135 El doblón era una moneda de oro que se mandó fabricar en 1497 por los Reyes Católicos, cuyas caras se grabaron en ambos lados y se las denominó doblones por ser de las mayores y de mayor valor (DA, 1732; TLCE, 1611). 136 Alonso y Garriga (2014: 293, 303) recogen la transcripción de una petición de las Cortes al monarca en 1615, de que modere los salarios y derechos de los abogados, procuradores y solicitadores. 137 En el facsímil de Valencia de 1628 (Quevedo 1628: 84) el autor intercala una coma (signo de puntuación).

54 decisiones y responsiones y lectiones y meditaciones, y cada día salen autores, y cada uno con una infinidad de volúmenes: Doctoris Putei In legem 6, volumen 1, 2, 3, 4, 5, 6, hasta 15; Licenciati Abtitis, De usuris; Petri Cusqui, In codigum; Rupis, Bruticarpin, Castani, Montoncanense,, De adulterio & parricidio; Cornarano, Rocabruno… Los letrados todos tienen un cimentrio por librería, y por ostentación andan diciendo: «Tengo tantos cuerpos», y es cosa brava que las librerías de los letrados todas son cuerpos sin alma, quizá por imitar a sus amos. (354-356)

Hay varias ideas presentes en este fragmento. La justicia del pasado se presenta vinculada a la verdad y, por desnuda, era más verdadera, más sencilla, más justa.138 Por su parte, el lamento sobre la justicia presente, empapelada como especias, tiene varios aspectos relacionados, por un lado, con la comercialización de la justicia y, por otro, con la cantidad de documentación y libros de leyes. Arellano señala que se trata de un “chiste alusivo a los muchos libros y documentos que hacen falta en los procesos modernos y en los estudios y tratados jurídicos, que degrada a esta justicia de leguleyos comparándola con las especias que se vendían en cucuruchos de papel” (1991: 354, n.p. 221). En este sentido, la metáfora de la justicia como especia degrada su imprescindible calidad de imparcial y justa, pues puede comprarse y venderse; aludiéndose así al más que criticado aspecto de la venalidad y corrupción dentro de la administración de justicia139. “Empapelada” vendría a significar esa gran cantidad de libros, documentos, tratados y estudios a los que Arellano hace referencia. Se incluirían aquí escritos de variada naturaleza, desde volúmenes de leyes y estudios de eruditos jurisconsultos, que pueblan además las bibliotecas de los letrados (referidos explícitamente en las líneas que siguen a la primera frase), hasta la documentación, formularios, actas, expedientes de actuaciones, burocracia en general, que empezó a generarse en la administración de justicia conforme avanzaba el siglo XVII. Lorenzo (2006: 226-229) puntualiza la interpretación negativa de los historiadores por el aumento innecesario de la burocracia y, como contraposición, la interpretación positiva de la Diplomática por el logro del “concepto moderno de gestión burocrática”. La sociedad del momento, que no comprende estos cambios, ataca duramente al funcionariado, cuyos oficiales son vistos como “alimañas escudadas tras una muralla de papeles inútiles” (Lorenzo 2006: 230). Entre esta documentación burocrática y estas “alimañas” se encuentran los escritos de los escribanos, que son los que dan fe, pero, acorde con la sátira reiterada de Quevedo, no de la verdad. Así, la justicia estaría empapelada también por las falsedades de los escribanos, escritas en las resmas, de veinte manos de papel de veinticinco pliegos cada una (en referencia a la escena de la persecución del delincuente (294)). La reminiscencia de la justicia pasada, más sana y desnuda, se concreta en la mención expresa al Fuero Juzgo140 con sus sabias voces antiguas que “suenan con mayor propiedad”141 y sin ser necesario añadiduras externas que llenaran bibliotecas sin almas. Así, se alaba su sencillez, su naturalidad y perfección.142 Por contraste, empieza el narrador a desembuchar todo un listado inacabable, pesado y sin orden de nombres de juristas y jurisconsultos (modificados para su caricaturización), con sus obras.143 Obras todas ellas que empapelan la justicia y conforman los cuerpos de las bibliotecas-

138 A propósito del mito de Astrea, la relación entre estos valores y el epíteto tópico de la desnudez de la verdad. 139 Los jueces ordinarios (no sólo los pesquisidores y de comisión) “cometían abusos nacidos del codicioso afán de dinero”, entre otros motivos, por su participación en las penas pecuniarias que imponían (con bajos salarios reales, recibían ingresos complementarios) (Tomás y Valiente 1969: 162-163). Comenta Gacto que el cohecho fue “vicio corriente y que, por sabido, llego a convertirse en expectativa de relativa esperanza para los reos que dispusieran de algún caudal” (2007: 522). 140 El Fuero Juzgo es la compilación de las leyes de los Godos que fueron traducidas al castellano antiguo (DA, 1732). 141 Repetición de la idea de que la palabra alguacil no es digna o es poco cristiana por su origen morisco (El alguacil endemoniado). Sayón equivalía a alguacil “y assi se llamaban comunmente en lo antiguo” (DA, 1739). 142 Una de las acepciones de “propriedad” implicaba “la debida proporción, naturalidad o perfección” (DA, 1737). 143 Arellano (1991: 354-355, n.p. 225, 227-230) identifica el listado de juristas, señalando que la intención principal es ofrecer un cúmulo abrumador, pesado y ridículo de nombres, entre los que quizá Quevedo inventara paródicamente alguno.

55 cementerio; cuerpos sin alma, como sus dueños. La antanaclasis y dilogía no tiene mayor problema: cuerpos del cementerio/cadáveres y cuerpos/códigos/volúmenes de leyes y comentarios; ambos tipos, sin almas. Y los letrados, curia leguleya de ignorantes y desalmados sin conciencia, se vanaglorian por la cantidad, y no por la calidad, de algo que está esencial y espiritualmente vacío.144 Aparte de una nueva burla al letrado, la crítica de Quevedo se dirige a la hipertrofia normativa existente, identificada por Gacto (2007: 529-235) como fuente de la mayoría de los defectos latentes en la administración de justicia, tras la imposición progresiva de un ordenamiento jurídico complejo, erudito y culto asentado en el Derecho común. Por ello Quevedo desea regresar a un ordenamiento sencillo, desnudo y más cercano. Lo que implicaría volver a ciertos tiempos pasados: “No he de salir de aquí –dijo el nigromántico– hasta que los pleitos se determinen a garrotazos, que en el tiempo que por falta de letrados se determinaban las causas a cuchilladas decían que el palo era alcalde, y de ahí vino «júzguelo el alcalde de palo»” (357). Se juega aquí con garrotazos y palos y las implicaciones del “alcalde de palo”. “Palo” se definía como “el que es inútil, záfio, y ignorante. Para ponderar que en alguna causa o pleito es claro el derecho de una de las partes, se dice que lo puede sentenciar un Alcalde de palo” (DA, 1737).145 Arellano, tras comentar el significado de esta expresión y su presencia en el refranero popular, aclara que el texto se refiere “chistosa y literalmente al palo que dirime a garrotazos los pleitos” (1991: 357, n.p. 241). Otras alusiones a la justicia están dispersas a lo largo del texto de este último sueño. La nostalgia por el pasado que se acaba de comentar se encuentra especialmente en el deseo de volver a un tipo de justicia y a la recuperación de ciertos valores. Es un deseo que nace de la visión de la sociedad presente. Pero la crítica a la falta de valores, entre ellos los que tienen como fin la justicia, no se dirige exclusivamente a las profesiones y oficiales relacionados con la justicia, sino que se generaliza alcanzado a la “gente”: “Alcé los ojos y vi la Muerte en su trono y a los lados muchas muertes […]. La muerte de risa era la postrera, y tenía un grandísimo cerco de confiados y tarde arrepentidos. Gente que vive como si no hubiere justicia y muere como si no hubiere misericordia” (336, 338). Esta alusión a la justicia no se interpretaría tanto como su ausencia en el mundo en general, sino en el sentido de la pérdida de valores, entre ellos, el de hacer el bien y perseguir la justicia, a la que contribuye las gentes que cometen actos injustos, inmorales o faltos de valores (y que no se arrepintieron o lo hicieron tarde). Esta observación sobre la ausencia de valores en la sociedad de la época y sobre la hipocresía o ceguera de las gentes (que ignoran o desprecian esta degeneración de la sociedad) se plasma también en otros lugares de este sueño, mediante el recurso directo a lo popular, el uso del refranero o de personajes de la cultura popular, como por ejemplo, la queja del Rey Perico: “soy el Rey Perico […]. Y no hay cosa sucia ni desaliñada, ni pobre, ni antigua, ni mala, que no digan que fue en tiempo del Rey Perico. Mi tiempo fue mejor que ellos pueden pensar. Y para ver quién fui yo y mi tiempo, y quién ellos, no es menester más que oíllos” (344). También más adelante, el personaje Pero Grullo nombra unas antiguas profecías que dicen que “en nuestros días será lo que Dios quisiere”, pero añade un pero: “Si fuera lo que Dios quisiere fuera siempre lo justo, lo bueno, lo santo; no fuera lo que quiere el diablo, el dinero y la cudicia, pues hoy lo menos es lo que Dios quiere y lo más lo que queremos nosotros contra su ley” (364).146 En estos fragmentos no es expresa la crítica a los cambios sociales promovidos por el estado

144 Juego dilógico que implica “sin almas”: los cuerpos vacíos esencial y espiritualmente y los letrados desalmados también en el sentido de malvados. La cualidad de desalmado ya se ha observado previamente con los escribanos (95, 122). 145 El Vocabulario de refranes de 1627 lo recoge en la frase “un alcalde de palo lo mandará” (Correas 1924: 654). 146 De nuevo esa vinculación entre valores esenciales abstractos (lo justo, lo bueno, lo santo), unidos igualmente a Dios.

56 moderno, pero se ha hecho referencia previamente (en relación con Astrea) a la reflexión de que Quevedo ve en ellos el origen de la degeneración moral de la sociedad. Hay, pues, una cierta nostalgia por el pasado, pero no es una añoranza absoluta. Quevedo no siempre comulga con la frase “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Como señala Induráin, el tradicionalismo de Quevedo, que se acentúa con el tiempo, “es más un sentimiento porque su razón corrige lo que hay de falaz en la alabanza del tiempo pasado por serlo” (1967: 16). En los Sueños puede apreciarse esta tendencia: “Más justicia se ha de hacer ahora por un cuarto que en otros tiempos por doce millones” (360); donde se juega con la dilogía de “cuarto” (como moneda de cobre (DA, 1737) y en referencia a Felipe IV147). En esta frase no es posible apreciar nostalgia por el pasado, si bien se trata de una manifestación más compleja, puesto que el foco descansa, no en “otros tiempos”, sino en la fe de que con el nuevo monarca la justicia va a mejorar.148 Hasta aquí había aparecido la idea nostálgica de una justicia pasada más sencilla, cercana al pueblo y justa; pero en este último sueño también se intuye, no sólo un deseo de restauración de aquélla, sino también la fe en una justicia futura más justa. El “cuarto” había sido coronado en 1621, un año antes de la fecha de la dedicatoria al sueño, y él habría de traer de vuelta esa justicia añorada.

3.2.3.2. Elementos jurídicos funcionales en el Sueño de la Muerte

Los elementos jurídicos de carácter funcional que aparecen en este último sueño se centran especialmente en torno a dos materias diferenciadas. Por un lado, el tribunal y audiencia de la Muerte. Por otro lado, la hipertrofia normativa, objeto de crítica por parte de Quevedo, que se compara con la sencillez de la más antigua legislación visigoda traducida al romance en el siglo XIII, el Fuero Juzgo. En este último sueño tiene lugar la audiencia de las almas ante la Muerte. En el relato, la Muerte guía al narrador hasta bajar “a un grandísimo llano, donde parecía estaba depositada la obscuridad para las noches” y donde le dice: “hemos llegado a mi tribunal y audiencia” (332, 335). Allí se halla “la Envidia”, la “Discordia” y la “Ingratitud”; está “la Muerte en su trono y a los lados muchas muertes” (333-338). Hay también una gran cantidad de muertos que se hayan presentes y que, como ordena la Muerte “habl[a]n por su orden” (338). Esta descripción es muy acorde con la definición del término audiencia: “la que dán los Reyes y Príncipes Soberános à los vassállos, ò particularmente pedida, pública, ò secréta […]: en la pública concurren los que por su oficio deben estar presentes, y los que assisten por cortéjo” (DA, 1726). Esta audiencia real se recoge en la legislación vigente de la época: el Rey debe mostrarse liberal

en oir peticiones y querellas á todos los que á su Corte vinieren á pedir justicia; porque el Rey […], se dice Regente o Regidor, y su propio oficio es hacer juicio y justicia, porque de la celestial Magestad recibe el poderío temporal: por ende ordenamos de nos asentar á juicio en público dos dias en la semana con los del nuestro Consejo y con los Alcaldes de nuestra Corte (L. I, Tít. VI, Lib. III, NR)

En el Sueño de la Muerte, la Muerte se sienta en su trono, como el monarca, acompañado de su corte real y del cortejo, y recibe y oye en audiencia pública al pueblo de almas, que presentan sus casos en su orden correspondiente. Esta audiencia tiene una finalidad particular, cual es, que los muertos sean oídos,

147 Arellano (1991: 360, n.p. 258) comenta la dilogía obvia con Felipe IV. 148 La crítica en los Sueños a la justicia terrena de la época no alcanza a la figura del monarca (Quevedo es monárquico). A esta frase sobre el “cuarto” (Felipe IV), le precede la calificación de Felipe III como “santo rey, de virtud incomparable” (360), y como “rey tan vigilante y católico” (159). Según Correa (2017: 58), el sentimiento general de fidelidad al rey impide que le alcance el eventual descontento popular.

57 en este caso, por el narrador, representante de los vivos. Este propósito singular no altera la correspondencia que existe entre la audiencia del rey y la audiencia de la Muerte. Cuestión aparte es la mención al Fuero Juzgo como ejemplo estelar de ese derecho más sencillo, claro y justo y de la añorada desnuda justicia. El Fuero Juzgo o Libro de los Jueces es la traducción a lengua romance del Liber Iudiciorum, código de leyes visigodo. La datación del Liber Iudiciorum es una cuestión compleja objeto de discusión. Se consideraba que había sido ordenado en el concilio IV de Toledo (año 633), bajo el imperio de Sisenando, principalmente debido a una inscripción inserta al inicio de los códigos castellanos del Fuero Juzgo. Sin embargo, la fiabilidad de tal cita entró en cuestión y se consideró más probable que se encomendara al concilio XVI de Toledo (693).149 Esta compilación de la legislación visigoda se compone de leyes de origen variado, entre ellas, leyes tomadas de la legislación de los romanos (algunas copiadas al pie de la letra), otras dictadas por los príncipes con su propia autoridad y potestad (entre ellas, compilaciones primitivas de distintos reyes godos), y otras leyes hechas en los concilios nacionales (RAE, 1815: IV-V; Editor, 1841: XXVI). Por su parte, la datación del Fuero Juzgo, como traducción al romance del Liber Iudiciorum, también es cuestión controvertida. Aunque se barajan dos fechas posibles150 parece presumible que la “versión utilizada por los jurisconsultos de Alfonso X para la redacción del Fuero real correspondería a la traducción promovida por Fernando III, hecha entre 1241 y 1255” (Castillo 2016: 67). El Fuero Juzgo fue perdiendo importancia y su aplicación fue reduciéndose para convertirse en fuero local. Ya en el siglo XVI, sin embargo, como señala Reguera (1798: LXIII),151 sus leyes se incluyeron en los repertorios universales de los juristas de la época, que las usaron en sus obras para apoyo de sus doctrinas y sentencias, citándolas como leyes vivas; posteriormente se incorporaron o indicaron algunas en compilaciones posteriores, como la Nueva Recopilación de Leyes de 1567.152

3.2.3.3. Elementos jurídicos de apoyo en el Sueño de la Muerte

En el Sueño de la Muerte, también se toman los elementos jurídicos como instrumento de burla satírica de otros elementos no jurídicos. En esta ocasión, en la burla contra médicos y boticarios. El primero de ellos es un juego con las “erres asaetadas” con las que “se empiezan las recetas” y con las que “los dotores hablan a los boticarios diciendo «Recipe», que quiere decir recibe” y que después convierte en “erres asaetadas de delincuentes” (316-317). Arellano aclara, por un lado, que tales erres asaetadas eran “letras que escribían en las recetas, iniciales de «Recipe», cruzadas por una barra (la «saeta») (1991: 316, n.p. 49); por otro lado, cita a Covarrubias y comenta el juego con delincuentes, señalando que una de las penas, especialmente crueles y rigurosas, que se imponía a los delincuentes era la pena de saetas. Covarrubias comenta, sobre el vocablo “saeta” que el Tribunal de la Santa Hermandad solía asaetear los

149 Acerca de las argumentaciones sobre la época en que se redactó el Fuero Juzgo, vid. RAE 1815: III-XLIV; Editor 1841: III- XLV; Pacheco y Puente 1847: V-LXXV. 150 El año 1241, cuando Fernando III habría ordenado la traducción al romance, dándola como fuero a la ciudad de Córdoba el 4 de abril de 1241 (pero al no hallarse esta traducción entre los manuscritos conservados, se duda de su existencia); la segunda fecha se fija en torno al 1260, ya con Alfonso X (Castillo 2016: 50-51). 151 Se cuenta entre las obras del jurista Juan de la Reguera y Valdelomar (c. 1750-1817) la Novísima Recopilación de la Leyes de España (1805) y Extracto de las leyes del Fuero Juzgo reducidas de la edición castellana y corregidas por la latina, con notas de las concordantes del Fuero Real (1798) (DB~e). 152 Reguera Valdelomar –al llevar a cabo los trabajos de la obra Extracto de las leyes del Fuero Juzgo (1798), donde corrige el texto editado por Alonso de Villadiego en 1600 con otras ediciones del Liber Iudicum latino– “reunió textos emparentados entre sí que unían el derecho antiguo español y el medieval castellano siguiendo la línea oficial” (Coronas 2015: XV-XVI).

58 delincuentes vivos, hasta que el Emperador Carlos mandó que se les dieran garrotazos antes de tirarles las saetas (NTLLE, TLCE, 1611).153 El segundo elemento jurídico de apoyo se incluye asimismo en esta burla a los médicos, contra los que el narrador clama “¡Oh, malditos pesquisidores contra la vida, pues ahorcan con el garrotillo, degüellan con sangrías, azotan con ventosas, destierran almas, pues las sacan de la tierra de sus cuerpos sin alma y sin conciencia!” (321). El oficio de juez pesquisidor ya ha sido objeto de estudio en el Sueño del Infierno. Baste recordar aquí sus funciones de indagación de los hechos delictivos y del autor de los mismos, y la ferocidad con que la realizaban. Arellano da una explicación muy clara de esta metáfora de médicos como jueces que condenan a los delincuentes, “ya que los médicos condenan a los pacientes a morir de formas diversas: el garrotillo (enfermedad de la garganta) se asimila a la horca; la sangría […] al degüello […], las ventosas […] evocan las marcas y ronchas de los azotes; la misma muerte se asimila al destierro” (1991: 321, n.p. 65). Como en ocasiones anteriores, se empareja lo médico y lo jurídico. En este caso, es posible apreciar además un cierto hilo conductor que procede del inicio de la sátira. Allí, se vinculaba enfermedad, culpa y condena, pues los médicos y boticarios, en su maldad, acababan incluso por “condenar a un justo” (mataban a uno que no estaba enfermo); aquí, se identifica la enfermedad con la pena a la que los médicos/jueces condenan a sus pacientes. Previamente en este sueño, se ha analizado en los elementos jurídicos centrales el fragmento en el que se decía: “En los tiempos pasados, que la justicia estaba más sana, tenía menos dotores, y hale sucedido lo que a los enfermos […]” (353-354). Así, relacionando también aquel pasaje con éste, se reconoce el patrón de asociar, en un plano más abstracto (más abstracto que la vinculación entre el oficio médico y el jurídico) la salud y la justicia (enferma). Finalmente, el segundo tipo de elementos jurídicos de apoyo se compone de los elementos lingüísticos de significación jurídica que utiliza Quevedo a lo largo del texto. Algunos, como audiencia, autorizar, alcalde de palo, arbitrio, o “habla la ley en propios términos” ya se han comentado. Quedan algunos términos o expresiones, como “ejecuto sin embargo”, presunción, cohecho, tenuta, agravio, restitución o costas. Cuando la Muerte entra en escena en este último sueño, le comunica al narrador que va a ir con ella a hacer una visita a los difuntos, pero que no está muriendo, “pues han venido tantos muertos a los vivos, razón será que vaya un vivo a los muertos y que los muertos sean oídos. ¿Has oído decir que yo ejecuto sin embargo?” (328). Como términos jurídicos, “executar” hacía referencia a la aprehensión que se hacía en la persona o bienes de un deudor, por mandamiento de un juez y con el fin de satisfacer a los acreedores (DA, 1732). Por su parte, “embargo” era el “seqüestro y detención de bienes y hacienda, hecha por mandamiento de Juez competente” (DA, 1732). En cuanto a la expresión completa “ejecuto sin embargo”, según comenta Arellano, ésta implica en este pasaje la afirmación de la Muerte de que “no pongo en práctica la ejecución o embargo de los deudores sin que haya sido decretado el embargo con toda legalidad” (1991: 328, n.p. 102). En este sentido, los términos se entenderían en su sentido puramente jurídico. La Muerte no podría ejecutar sin el embargo (legal) correspondiente. Así, no cumpliéndose el requisito exigido para que la Muerte se lleve un alma (esto es, morir), no podría llevarse al narrador, por eso se lo lleva vivo.

153 En el Libro XII, NR (dedicado a los delitos y sus penas) no se encuentra referencia a la pena de saeta, salvo en el Título XXXV, en anotaciones a pie de página en relación con los “casos y delitos de Hermandad”, donde se concretan las penas de azotes, corte de orejas y pie, y muerte de saeta, según el valor del hurto, a los que roben en yermo o despoblado (Ley II), y donde se suprime un modo determinado de ejecutar la muerte de saeta (Ley IV).

59 No obstante, cabe extender el análisis de esta expresión mediante la alusión al refranero popular, lo que estaría igualmente acorde con los recursos que Quevedo utiliza para la composición de sus sátiras. Correas (1924: 27) explica el origen de la expresión “alcalde sin embargo”:

Un alcalde sentenció a muerte a uno; el reo apeló de la sentencia, y notificando al alcalde la ejecución, dijo: «Ejecútese sin embargo»; y se ejecutó. Los parientes del muerto se querellaron del alcalde en Granada, y le hicieron ir y venir y gastar, hasta que le empobrecieron, y el caso fué muy sonado, y le llamaron el alcalde sin embargo, y quedó por refrán en casos de resolución y fuerza de jueces que no admiten réplica. (Correas 1924: 27)

Con esta segunda interpretación, “sin embargo” no parece corresponderse con el término jurídico. El uso de este refrán implicaría reformular la pregunta que hace la Muerte por “¿Has oído que yo sea alcalde sin embargo?”, pero no en el sentido de que la fuerza de la Muerte no admita réplica (que ciertamente no la admite), sino en el de que no ejecuta su sentencia hasta que el procedimiento legal en curso (la vida) no ha sido completado (en todas sus apelaciones) y se ha llegado al final con sentencia firme (la muerte).154 Otro de los términos jurídicos que no se ha comentado previamente es “presumpción”, que se inserta en el párrafo en el que el narrador clasifica la casta de letrados: “No hay otra cosa que letrados, porque unos lo son por oficio, otros lo son por presumption, otros por estudio” (353). Quevedo juega aquí con la dilogía de “presunción”, en el sentido de vanidad, confianza y concepto excesivo de uno mismo (DA, 1737) y en el sentido de sospecha fundada en indicios y conjeturas que, tratándose de la presunción legal, sirve de base para dar por cierto un hecho o derecho (DA, 1737). En el relato, el hecho presunto y que se tiene por cierto es el de ser letrado, de forma que esta categoría de juristas la componen unos leguleyos presuntuosos, que no son de estudio ni son de oficio, pero “los mentecatos con quien tratan” les presumen estos estudios y oficio, y con ello su condición de letrados. El término jurídico cohecho, aunque ya se haya mencionado previamente por ser uno de los delitos/pecados de venalidad de los que se acusa a la curia judicial, no había aparecido previamente en el texto bajo tal exacta denominación hasta la escena extensa en la que se declara la producción que acarrea un letrado (356). Este vocablo se definía como la “dádiva, dón o paga que recibe el Juez, Ministro o testigo porque haga lo que se le pide, aunque sea contra razón” (DA, 1729). En la Novísima Recopilación hay numerosas leyes que muestran el cohechar presente durante siglos en la Corte.155 En esta misma escena del proceder codicioso, manipulador y adulador del abogado, éste le dice al cliente que vuelva la noche siguiente “porque estoy escribiendo sobre la tenuta de Trasbarras; mas por servir a V. M. lo dejaré todo” (357). Arellano (1991: 357, n.p. 240) apunta lo complicados y largos que resultaban los pleitos de tenuta. La tenuta era la posesión o tenencia de bienes relacionada con el mayorazgo personal, que era la forma de conservar y evitar la dispersión de la propiedad de los bienes inmuebles, de forma que el régimen jurídico del derecho sucesorio y de la donación estaba sujeto a la vinculación de tales inmuebles al mayorazgo (Alonso Furelos 2016: 37). Los pleitos de tenuta se

154 La expresión de “ejecutar (una sentencia) sin embargo” era corriente en el lenguaje judicial. Tomás y Valiente (1969: 154) comenta al respecto una queja de los Procuradores de las Cortes de 1576 al rey por el proceder de los jueces que castigaban a reos y ejecutaban sus sentencias (incluso las condenatorias a muerte), negando la apelación. 155 V.gr. “Si alguno de los referidos vecinos ó moradores cohechare á alguno de los Alguaciles, Escribanos, ó Porteros, ó ayudare ó encubriere algun cohecho, estafa ó defecto […], si diere cuenta dentro de tercero dia al Gobernador sea perdonado, y apercibido; y si reincidiere, se le castigue á arbitrio de los Jueces” (L. XVIII, Tít. XXX, Lib. IV).

60 dirimían ante el Consejo de Castilla y tenían por objeto resolver la propiedad y pertenencia de un mayorazgo entre dos o más litigantes (Pajares, 2018: 700).156 El último de los elementos lingüísticos jurídicos que contribuye al conocimiento del lenguaje jurídico, así como a la crítica del sistema jurídico de la época, se contiene en un fragmento aparentemente sencillo, pero que entraña cierta complejidad. En la escena del sueño en la que el personaje popular Cantipalos, muy agraviado, presenta su caso ante el narrador incorporando en su discurso elementos de carácter penal y procesal:

él [Calaínos, personaje anterior] y yo estamos muy agraviados. Yo soy Cantipalos, y no hacen más que decir: «El ánsar de Cantipalos, que salía al lobo al camino», y es menester que les digáis que me han hecho del asno ánsar, y que era asno el que yo tenía y no ánsar, y los ánsares no tienen que ver con los lobos, y que me restituyan a mi asno en el refrán y que me le restituyan luego y tomen su ánsar, justicia con costas y para ello, etc. (373)

Cantipalos está haciendo las alegaciones pertinentes en defensa de su caso. Aunque en otras ocasiones no se pone de manifiesto tan claramente como aquí, hay que recordar que cada uno de los personajes que interviene, lo hace ante el “tribunal y audiencia de la Muerte”, para ser oído y presentar sus quejas, en este caso, contra los vivos, representados por el narrador. Los muertos, y Cantimpalos aquí, están “muy agraviados”. El término “agraviado” tiene, además del sentido general, un sentido jurídico, puesto que la persona que ha sido objeto de agravio puede emprender acciones contra el autor de la ofensa.157 “Decir de agrávios” equivalía a pedir judicialmente, en juicios de cuentas, “que se reconozcan los que resultan de ellas, y se deshagan” (DA, 1726). Así el personaje pretende el reconocimiento del agravio y la restitución de su asno, al que la voluntad popular quevedesca ha cambiado por un ánsar. La restitución posee asimismo un sentido general y uno jurídico. Como restitución se entendía la acción y efecto de restituir (restitutio), “volver una cosa a su dueño” (NTLLE, Academia usual, 1780; DA, 1737). Como término jurídico, la restitución implica la devolución de un bien a su propietario o poseedor legítimo, o el restablecimiento de un derecho vulnerado. Finalmente, a propósito de “justicia con costas y para ello”, señala Arellano que “imita formulillas legales de las redacciones jurídicas, como si hiciera una petición ante un juez” (1991: 373, n.p. 317). La condena en costas resulta de un proceso judicial en el que una de las partes es condenada a hacerse cargo de la totalidad de los gastos que se han generado con ocasión del juicio. La condena en costas podía imponerse, en un pleito civil, al litigante que puso la demanda con temeridad, “por no tener acción o derecho a lo que litigaba”, o, en una causa criminal, al reo “por el delíto que cometió, y dio motivo para que se formassen los autos” (DA, 1729). Así se resume la petitio del personaje Cantimpalo ante el tribunal y audiencia de la Muerte y frente al representante de los vivos: que se deshagan los agravios, se le restituya el asno, y se condene en costas a la parte injuriante, que en este caso son los vivos. La burla jocosa al sistema judicial está entretejida en el ejercicio caricaturesco de esta brevísima acción restitutoria sui generis, visible gracias al uso de cierta terminología jurídica.

3.2.3.4. Valoración complementaria en el Sueño de la Muerte

El Sueño de la Muerte regresa a la modalidad de la narración onírica. Según Schwartz, Quevedo, inspirándose en el Somnium de Lipsio, utiliza la satírica para darle voz a “la revuelta de los personajillos

156 El mayorazgo, consolidado en el s. XIV, es una institución en la que los bienes, inalienables, se transmitían hereditariamente y donde los patrimonios vinculados resultaban indivisibles, expresándose en las escrituras de constitución prohibiciones de venta, partición o cambio de tales bienes vinculados (DPEJ, 2020). 157 Con carácter general, agravio se definía como la acción injusta o injuriosa, la ofensa que se hace o se recibe (DA, 1726). La injuria era el “hecho o dicho contra razon, o contra lo que deber ser, especialmente contra justícia, por el daño que se sigue a otro” (DA, 1734).

61 folklóricos, procedentes del refranero o de muletillas lingüísticas” (2000: 249), lo que conduce a la “crítica del refranero, conectada con ideas neoestoicas sobre el vulgo. También en este último sueño, Quevedo varía de nuevo la forma de presentar la sátira a los elementos jurídicos,158 aumentando la complejidad en cuanto a la estructura y el contenido. La estructura es más compleja con el regreso a las burlas satíricas breves, que combina con escenas satíricas más extensas monotemáticas (letrados), o incluso, escenas breves dispersas pero que construyen un significado completo al analizarlas en conjunto.159 La complejidad resulta también de la vinculación de los elementos de contenido jurídico, o entre elementos jurídicos y los que no lo son, recurso que en este sueño posee mayor profundidad semántica. Hay además en la narración de este último sueño una conexión a los sueños anteriores, en ocasiones más explícita (el narrador dice haber visto el infierno y el Juicio) y en otras, implícita (en varias ocasiones respecto del mito de Astrea o respecto de la voz antigua de sayón en lugar de alguacil). Finalmente, desde el punto de vista del contenido satírico, también se incrementa la complejidad de las escenas, por ejemplo, en la crítica a letrados, donde la caricatura satírica alcanza su ser al completo (rasgos físicos, rasgos morales, actuación, e incluso, como prolongación de ellos mismos, sus bibliotecas). Los elementos jurídicos funcionales se centran en dos materias nucleares del texto y reflejan un aspecto fundamental del ordenamiento jurídico y uno menor del sistema judicial, la legislación del Fuero Juzgo y el tribunal y audiencia (de la Muerte). Los elementos jurídicos de apoyo ayudan asimismo a conocer el sistema jurídico de la época mediante la mención de aspectos del mismo vigentes en aquel momento, especialmente en relación con los castigos (pena de saetas, el garrotillo, la horca, el degüello, los azotes o el destierro) y la terminología jurídica, muy abundante, refleja no sólo nociones de carácter jurídico, sino expresiones del habla, común y jurídica. Se trata también de un lenguaje jurídico (especialmente procesal y de la documentación judicial), que se critica, por estar vacío de significado y haberse convertido en las prácticas procesales, según Lorenzo (1999: 210), en un lenguaje jurídico retórico y protocolario en extremo. La presencia de los elementos opuestos comentados por Ynduráin (1996: 475- 478) –complementarios, dependientes, en cuya dialéctica se descubre la hipocresía, la imitación de la verdad virtuosa, las figuras que, por no tener ser, son más engañosas–, se observa también en el uso del lenguaje jurídico (formulillas legales), apariencia de saber erudito, pero vocablos vacíos de contenido, del que Ynduráin comenta: son “una nueva realidad viciosa que se opone, en bloque, a la verdadera nobleza, interior, honra de retórica, pues no se basa en las palabras sino en comportamientos” (1996: 479).160 Tras el silencio en la crítica a la mayoría de los oficios (a salvo de alguaciles y escribanos) de El mundo por de dentro, el Sueño de la Muerte regresa, con sus escenas (muy) breves a dar pinceladas burlescas de unos y otros.161 De los jueces se menciona únicamente la declaración del narrador de haber visto antes el infierno en la codicia de los jueces. Los procuradores reciben una mención sucinta a propósito de su codicia. Lo más relevante de los solicitadores es la descripción física ridícula y malvada (por

158 Con carácter general, conviven los fragmentos reflexivos y la risa burlesca y despreocupada presente en los tres primeros sueños (Valdés 2016: 245). 159 Este recurso lo ha utilizado Quevedo en los sueños anteriores, pero en una escala menor, conectando un número muy reducido de escenas, v.gr. para construir el chiste de por qué no se veían escribanos en el camino al infierno. 160 Estas ideas pueden extraerse, por ejemplo, de la clasificación de letrados, que hacen ostentación de erudición, o del pasaje en el que el abogado ofrece su parecer, cuya actuación manipuladora y su docta verborrea esconde una conducta hipócrita y falsa que no es sino ignorancia e ineptitud que pretende el engaño con fines codiciosos. 161 Se trata de apuntes muy breves (a excepción de la crítica al letrado), con lo que se coincide en parte con la apreciación general de la crítica de que se reducen las críticas a las profesiones y se aumenta el trato del tema más trascendente de la muerte (Valdés 2016: 246).

62 bermejizo y pecoso) del personaje Arbalias, con cuyo nombre se aludiría a la forma deficiente en que los solicitadores ejercen su profesión. A los escribanos se los relaciona de nuevo con los ladrones por hurtar con sus plumas, esto es, mediante su oficio de escribir. Y los alguaciles son mencionados simplemente al paso a propósito de la voz antigua del Fuero Juzgo, sayón, que reitera la idea de que la palabra alguacil no es digna o, como se presenta en El alguacil endemoniado, es poco cristiana por su origen morisco. De entre las sátiras a los oficios, el que recibe una crítica más dura son los letrados, en una combinación de crítica extensa y burlas breves, que conjuntamente proporcionan una imagen inmoral y corrupta no sólo de los malos letrados, sino del oficio en su conjunto. Las menciones breves hacen hincapié en la apariencia y la hipocresía de “todos” ellos (por apropiación indebida del “don”). En la escena extensa, se recurre de nuevo a una especie de representación escénica, donde el despliega toda su habilidad manipuladora en el ejercicio de su función de asesoramiento extrajudicial. En esta sátira y en la de la justicia (de las que se valoran conjuntamente las menciones breves dispersas en el texto) es donde se percibe una mayor profundidad crítica y un mayor estado de desencanto. A lo que puede añadirse la reelaboración que observa Schwartz (1986) del tipo satírico del letrado procedente de la sátira tradicional y que Quevedo transforma según las circunstancias histórico-sociales de la época y de los ideales de su pensamiento moralista político y conservador.162 Quevedo satiriza en torno al elevado número de letrados ejercientes y lo trata de plaga. La clasificación que se hace de los mismos posee unas marcadas connotaciones negativas por la arrogada erudición y conocimiento de que hacen alarde. Son una curia leguleya de ignorantes y desalmados sin conciencia, que se vanaglorian por la cantidad, y no por la calidad, de algo que está esencial y espiritualmente vacío. Son codiciosos, embelecadores y ladrones y su forma de proceder es abusiva, para con sus clientes y para con la ley. Así, la caricatura satírica de estos juristas alcanza su ser al completo: se ridiculizan sus rasgos físicos, su instrucción y sus símbolos (el ser tan poca cosa, física e intelectualmente, es necesario esconderlo tras una espesa barba y legitimarlo externamente con la gorra); sus rasgos morales muestran su codicia, sin alma, su maldad y la corrupción que generan alcanza el sistema judicial completo; en base a su actuación extraprocesal de asesoramiento jurídico son violentos, embaucadores, autoproclamados expertos legales y codiciosos; e incluso, como prolongación de ellos mismos, los libros de sus bibliotecas carecen de alma y su lenguaje carece de significado. El estudio histórico de las circunstancias socio-jurídicas de la época reflejan el mundo de corrupción enraizada en el sistema de la administración de justicia en todos sus niveles. Sin embargo, en cuanto a los letrados, es necesario tener presente la función esencial que habían de cumplir en el desarrollo de su oficio. Como expertos jurídicos, las actividades que realizaban en la práctica estos profesionales podían ser muy variada, si bien el asesoramiento y la defensa de los derechos de las partes en los procesos judiciales constituía su principal ocupación (Alonso y Garriga 2014: 41-42). En este sentido, en un contexto jurídico lleno de imprecisiones y complejidades múltiples, su tarea resultaba de una relevancia fundamental y conllevaba consecuencias decisivas, incluso, en el acto jurídico de concreción de la justicia, la sentencia.163 Resulta interesante además comparar a Quevedo con los juristas, en relación a su retrato social, cultural, religioso y patrimonial, puesto que, como concluye Martín (2013: 199), se

162 También Martín (2013: 37) apunta la imitación de los tópicos procedentes de la tradición medieval y renacentista, de los que recoge los rasgos morales negativos que configurarán el arquetipo del jurista en los Sueños, moldeados según las experiencias propias del autor. 163 Alonso y Garriga (2014: 41-60) exponen cómo se desarrollaba el ejercicio de la abogacía y comentan algunos aspectos positivos del mismo, como ciertos principios éticos profesionales bajo los que debía desarrollarse la profesión (al menos en teoría), o los abogados para el “patrocinio de los pobres”, esto sin olvidar, la necesidad fundamental de su existencia para desenvolverse en un mundo jurídico con una lógica y lenguaje inaccesibles para el pueblo.

63 revela una similitud del tipo social, educativo y de objetivos vitales, y con ello la existencia de una rivalidad en la lucha por una determinada posición social de clase. Aparte de la nueva burla al letrado, la crítica de Quevedo se dirige en esta ocasión a la hipertrofia normativa existente, de la que Gacto (2007: 529) comenta que se identificó como fuente de la mayoría de los defectos latentes en la administración de justicia. El ordenamiento jurídico sencillo, basado en usos y costumbres, asimilable sin necesidad de estudios, vigente durante siglos, se va perdiendo a medida que avanza la Edad Media y se impone el Derecho común, convirtiéndose en un ordenamiento complejo, erudito y culto, que requiere de un intérprete profesional, cuya ineptitud trata de disimular tras unas espesas barbas y una erudición vacua (Gacto 2007: 529-535). Quevedo no criticaba el Derecho. Todo lo contrario, defendía el Derecho siempre que se entendiera como la “realización eficaz de la Justicia”; pero para su desesperación las normas jurídicas de su época (el derecho positivo) no llevaban necesariamente a la justicia (Ruiz 1984: 261). Como se ha comentado, a pesar de que el caos grotesco y el desorden son igualmente pretendidos, los vínculos son más significativos. los médicos se unen a jueces, letrados, como en sueños precedentes (vinculación del oficio médico y del jurídico), pero su vinculación a la propia justicia los dota de una mayor y más compleja relación semántica: identificación de pena, culpa y enfermedad o asociación de los campos semánticos de salud y justicia, entre otros.164 Por otro lado, en su relación con el comercio y la burocracia, la metáfora de la justicia empapelada como especia degrada su imprescindible calidad de imparcial y justa, pues puede comprarse y venderse, aludiéndose así a la venalidad y corrupción dentro de la administración de justicia. Su “empapelamiento” se relaciona también con los tratados de los jurisconsultos y a la gestión burocrática. Lorenzo (2006: 226-230) puntualiza la interpretación negativa de la sociedad del momento y de los historiadores por el aumento del número de oficiales y entidades que han de intervenir en los procedimientos, la concreción documental reglada de toda intervención, el aumento exponencial del volumen de documentación (síntoma negativo del aumento innecesario de la burocracia que convierte en ineficaces las instituciones, aumentado costes y dilatando la toma de decisiones).165 Finalmente, la vinculación de la justicia (desnuda) y la verdad, así como a otros valores esenciales en un plano abstracto (lo justo, lo bueno, lo santo), unidos igualmente a Dios, y, por contraposición, a la idea de que la degeneración moral de la sociedad conduce a la idea nostálgica del pasado, el deseo de volver a un tipo de justicia, a la recuperación de ciertos valores y al fortalecimiento de una clase social. En lo que a la justicia se refiere, y siguiendo la tendencia dual que se ha expresado, en este último sueño se presta mayor atención a una justicia terrestre maltratada.166 La escena extensa, como se ha analizado, proporciona una imagen de la justicia como prostituta (relacionándola con el Sueño del Infierno), que es además violentada por el abogado. Es además una justicia enferma, cuyos contraproducentes cuidados por los doctores (en leyes) conllevan además muy elevados gastos. Pero la idea más presente en este sueño es quizá la nostalgia por una justicia pasada más sencilla, cercana al pueblo y justa, así como el deseo de su restauración o la fe en una justicia futura más justa. Fe que se concreta en la figura de Felipe IV, que traería una justicia más justa. En cualquier caso, siendo Quevedo monárquico y conservador, la

164 Puede apreciarse la diferencia, por ejemplo, entre la mención en este sueño a los doctores respecto de la justicia que antes estaba más sana, y la mención a las barbas de los letrados que entorpecen más que las mulas de los médicos, en el Sueño del Infierno. 165 Al otro lado, la interpretación positiva desde la perspectiva de la Diplomática, por el logro del “concepto moderno de gestión burocrática, basado en la sustitución definitiva de la oralidad por el documento escrito” (Lorenzo, 2006: 226-230). 166 Considerando que en el primer sueño, por ser El sueño del juicio final, tiene más presencia la justicia divina, la mayor atención a la justicia terrestre en este último parece tener cierto aire de conclusión.

64 crítica a la justicia terrena de la época no alcanza a la figura del monarca, lo que se aprecia en la obra con las alusiones a Felipe IV y Felipe III (360, 159). Hay así una cierta nostalgia por el pasado. En línea con el pensamiento barroco conservador de Quevedo –opuesto al desarrollo del estado moderno por ir desapareciendo la religión y la justicia con el desarrollo de las nuevas formas económico-sociales y por sus implicaciones políticas de lucha de clases–, este autor sueña con un tiempo nuevo donde regirían de nuevo los valores naturales; una cierta edad mítica (a la que ya se ha hecho referencia en el pasaje de Astrea) que Schwartz (1987: 119, 128-129) concreta en Quevedo con la restauración de un gobierno de corte señorial, con una justicia espontánea, basada en el ejercicio de las virtudes cristianas. Martín (2013: 94-98) también apunta el interés político de Quevedo, pues al producirse una simplificación legislativa, con pocas y sencillas normas derivadas de la costumbre y la práctica social, desaparece la necesidad de letrados y, con ello, la competición entre (parte de) la clase burguesa y la nobleza por la posición y el poder en la monarquía.167 Ynduráin, por su parte, señala que “el tradicionalismo de Quevedo postula la vuelta a las virtudes antiguas, no a fórmulas de cualquier clase: es un remedio que el moralista ofrece para la relajación pública y privada que encuentra en su tiempo” (1954: 43). En esta línea, Gacto (2007: 553) observa un aspecto positivo en esta crítica a la justicia humana, cual, la fe en que una Justicia ideal, exenta de los vicios criticados, puede ser posible en un futuro. El establecimiento de este nuevo orden, al menos en lo que corresponde a la justicia, estaría en manos del monarca Felipe IV, recién coronado. Es necesario puntualizar, sin embargo, como pone de manifiesto Schwartz (1998: 23), que la opinión política de Quevedo (según estudios críticos realizados a finales de los años 90) fue cambiando en función de las coyunturas históricas.

3.2.4. Valoración del componente jurídico en El alguacil endemoniado y en El mundo por de dentro

3.2.4.1. Valoración del componente jurídico en El alguacil endemoniado

En el discurso de El alguacil endemoniado, además de producirse un cambio del género narrativo (del somnium al diálogo168), hay una variación en la forma de presentar la sátira al mundo jurídico en los elementos jurídicos centrales. De una preeminencia absoluta de las burlas breves de El sueño del Juicio Final se pasa a una convivencia de éstas con fragmentos satíricos más extensos, en su mayoría monotemáticos, de forma que en este discurso se comienza con una extensa y exclusiva crítica a los alguaciles, a la que suceden de forma dinámica (e intercaladas con otros oficios y vicios), breves alusiones a escribanos, procuradores, y malos ministros. Se continúa con una crítica, algo más extensa, a los jueces, a modo de introducción de la crítica final a manera de monólogo-sermón acerca de la justicia, que cierra, con la alusión breve a letrados y finalmente alguaciles, las quejas dirigidas al mundo de la justicia. La sátira a la cuestión jurídica adquiere también así un movimiento circular, comenzando y terminando por los alguaciles.

167 “La novedad decisiva de este momento [es] la articulación de la crítica de costumbres como un instrumento de lucha política y de clase contra los estamentos medios y burgueses de la sociedad”, convirtiendo el Sueño de la Muerte, desde la perspectiva ideológica, en un ejemplo de dogmática política de defensa de las clases aristocráticas (contra las burguesas) y de un mundo medieval rural, armónicamente estamental, regido por nobles caballeros y una justicia consuetudinaria sencilla, del que se ausentan las clases emergentes (Martín 2013: 97, 100). 168 No se trata tanto de una visión onírica, sino de un diálogo entre el narrador y el diablo que está “aparentemente” poseyendo a un alguacil; aparentemente, porque, en opinión del diablo, la maldad del alguacil es tanta que es éste quien le posee a él. La sátira al alguacil constituye, así, el tema de fondo, que sirve asimismo de pretexto para abordar los restantes estados y oficios objeto de la burla de Quevedo.

65 Respecto de los elementos jurídicos funcionales también se produce un cierto cambio, motivado en este caso por la ausencia de un factor tan cohesionador como el que representa el proceso judicial en el primer sueño. En cambio, el motivo central del discurso (el alguacil), si bien produce una cierta vinculación entre los escasos elementos funcionales, no los circunscribe a un aspecto único del sistema jurídico: se trata la inmunidad eclesiástica (derecho a asilo), de la vara de justicia de los alguaciles coronada con la cruz como instrumento de autoridad, y de la constatación de la corrupción en particular respecto del arrendamiento de la vara y del oficio de alguacil. Como resultado, es posible corroborar en la propia normativa jurídica (de carácter valorativo neutral) la degradación y el abuso de las funciones y símbolos de la justicia que se refleja en las fuentes literarias. En relación con el funcionamiento del sistema jurídico de la época, uno de los datos extraíbles de este diálogo, en su sentido no metafórico, es el del derecho de refugio, al que podían acceder los perseguidos por la justicia en las iglesias (DA, 1726).169 Procedente de la antigüedad, este privilegio se desarrolla consecuencia de las cualidades de misericordia y piedad de la religión cristiana, así como, para evitar un castigo riguroso impuesto, no por justicia, sino por venganza (Vivó 1993: 210; Luque 2015: 254), regulándose y desarrollándose con el paso del tiempo por el Derecho canónico en sus diferentes aspectos: lugares y sujetos que gozan de inmunidad, ámbito y límites, o las penas por quebrantamiento del derecho (Vivó, 1993: 212-226). En aquella sociedad sacralizada, la inmunidad eclesiástica implicaba que la actividad judicial de la Corona no podía desarrollarse en los espacios sagrados (Luque 2015: 253), por quedar la jurisdicción eclesiástica al margen de la civil. Esta institución adquirió especial relevancia en la Edad Moderna dado el panorama de abusos y la forma (perniciosa) en que el propio sistema penal estaba construido.170 La inmunidad eclesiástica también se recoge en la normativa civil, especialmente en lo que corresponde a los casos exceptuados de la misma (ciertos delitos graves, tipos de ladrones y asesinos, los que quebrantaran iglesias o cementerios, o los deudores, entre otros). Así, se recoge en la normativa (Tít. IV, Lib. I NR).171 Con el paso de los siglos, el derecho de asilo se convierte en obstáculo para el Estado y en carga para la Iglesia, por lo que su ámbito de aplicación se va limitando, con un reconocimiento simbólico en el siglo XVIII y su desaparición en el siglo XX (Luque 2015: 256; Vivó 1993: 229-232). Otro de los elementos jurídicos que refleja el sistema jurídico de la época es la vara de justicia, coronada con la cruz, que portan los ministros de justicia y con la que toman juramentos (DA, 1739). En El alguacil endemoniado, la vara sirve para demostrar la corrupción (maldad) de los alguaciles, primero en la comparación de diablos y alguaciles y, segundo, como símbolo de la falta de justicia en la tierra, como herramientas del delito agravado de aquéllos. En el ordenamiento positivo de la época se encuentran referencias al uso de las varas por parte de los ministros de justicia.172 A pesar de la dignidad que representaba el uso de la vara, como símbolo de la justicia del rey, se constata una corrupción generada debido al crecimiento del número de alguaciles (por el arrendamiento del oficio y de la vara) y por el uso de ésta por personas ajenas a la función pública. El arrendamiento de las varas por los alguaciles se

169 Martín (2013: 17) relata el “calvario procesal” de Quevedo en los pleitos de Torre de Juan de Abad y los problemas para la ejecución obligatoria de la sentencia de recobro de las rentas debidas, al haberse encerrado regidores, alcaldes y oficiales de la villa, con sus bienes, en la iglesia, “territorio inmune a la actuación judicial”. 170 “[L]o mejor que podía hacer un ciudadano […] envuelto […] en una causa penal, era huir […]. Para hurtarse a la justicia el primer paso necesario era «acogerse a la Iglesia»” (Tomás y Valiente 1969: 183). 171 Sus leyes proceden del Fuero Real, de la pragmática de Toledo de 1498 de los Reyes Católicos, y normas posteriores, incluido el Concordato de 1737 firmado con la Santa Sede, donde “despues de las últimas diferencias” se limitan los casos que dan derecho a asilo y los lugares para acogerse (L. IV, Tít. IV, Lib. I, NR). 172 V.gr. , la vara que porta el alguacil mayor de cada Chancillería (L. I, Tít. XVIII, Lib. V, NR) o la entrega de la vara al alguacil tras su juramento “que bien y verdaderamente usarán fielmente de los dichos oficios” (L. II, Tít. XVIII, Lib. V, NR).

66 prohíbe al establecerse las obligaciones propias de su oficio en 1600 (L. XI, Tít. XXVII, Lib. IV, NR), pero resoluciones posteriores prueban que esta norma no se cumplió.173 La mayoría de los elementos jurídicos de apoyo de este sueño, que se utilizan para la sátira a elementos no jurídicos, funcionan como crítica indirecta con efecto reflejo al elemento jurídico, porque al utilizarse una función o característica principal del elemento jurídico como premisa de la burla, ese vicio, falta o defecto del que se acusa directamente al elemento no jurídico repercute en el jurídico. A esta categoría pertenecen las alusiones breves a escribanos, procuradores y solicitadores. Por su parte, los elementos lingüísticos de naturaleza jurídica se encuentran esparcidos por el sueño y, aunque en parte están relacionados con el alguacil como tema central, tampoco pueden circunscribirse a un aspecto o esfera concreta del sistema jurídico. Por ejemplo, “levantar falsos testimonios” indica la falsa atribución de una culpa (DA, 1739). La expresión “convenir en juicio”, que resulta de las connotaciones jurídicas del juego de palabras de la escena en que se critica el poco carácter cristiano de los alguaciles, corresponde a demandar a alguien o citarle ante la justicia (DA, 1729).174 Finalmente, las “requisitorias” que manda la Malicia en busca de la diosa de la Justicia Astrea huida, aluden al mandamiento que expide un juez a otro en el que se le requiere que ejecute algún mandamiento suyo (DA, 1737), que podría ser localizar y poner a disposición judicial a la persona huida, esto es, Astrea (en conexión con el término actual, DPEJ, 2020). Se constata asimismo una ligera variación de actitud respecto a dos aspectos diferenciados: el orden y la dualidad bueno/malo. Por un lado, las pinceladas dispersas sin orden específico aparente siguen siendo (como lo son en todos los sueños) característica esencial. Sin embargo, el “orden” adquiere una relevancia mayor, no ya en cuanto a las secuencias burlescas, sino en cuanto a las figuras, pues se dota al infierno de un orden expreso, donde aquéllas se ubican según un sistema concreto que parece basarse en una característica esencial del vicio u oficio reprendido, o en la función que han realizado en el mundo. Este nuevo aspecto del “desorden” se refleja en parte también en la vinculación que sigue produciéndose de ciertos elementos o categorías, como son los jueces con los mercaderes y negociantes,175 los letrados y escribanos con los ladrones, y los relatores con procuradores y escribanos. También la Justicia se vincula con la Verdad. Por otro lado, ante el silencio absoluto del primer sueño, en este discurso hay una expresa declaración de que la crítica va dirigida a “los malos alguaciles” (135), pues “es sola una reprehensión de malos ministros de justicia, guardando el decoro que se debe a muchos que hay loables por virtud y nobleza” (138).176 La dualidad, como se ha comentado previamente en el trabajo, es una característica que alcanza diferentes aspectos de la obra de Quevedo. En este caso, la bondad/maldad se concreta en lo bueno frente a lo malo, en especial respecto a esa reprensión de que van a ser objeto únicamente los “malos”, pero

173 Se ordena la “reducción de los oficios de Alguaciles de la Corte; y su prohibición de arrendarlos”, “habiendo reconocido los grandes inconvenientes que resultan para la buena administración de justicia […], en gravísimo daño y perjuicio de la causa pública” (L. II, Tít. XXX, Lib. IV, NR). 174 La acusación del diablo se basa en el origen morisco de “alguacil”, a lo que se añade que “hacen bien [en llamarse así], que conviene el nombre con la vida y ella con sus hechos” (145). “Convenir en juicio”, como demandar a alguien, del latín “Aliquem appellare, in ius, vocare” (DA, 1729) juega con su precedente latino, apellare, llamar/llamarse y nombre. De esta forma, juzgando nombre, vida y hechos, los alguaciles tienen poco de cristianos. 175 Schwartz (1998: 20-21) apunta que Quevedo, defensor de la ortodoxia religiosa, se manifiesta también antimercantilista. Se fundamenta asimismo esta vinculación entre jueces (y letrados) y mercaderes en una relación metonímica análoga en Crotalón y frecuente en los Sueños, y que además refuerza la idea del afán de lucro y de ascenso social que poseen estos oficios (Schwartz 1986: 36). Unido al pensamiento conservador de Quevedo, puede considerarse así consecuencia de su rechazo a las profesiones liberales en ascenso en el nuevo marco económico. 176 De hecho, en El sueño del juicio final (juicio al que seguro acudiría la humanidad entera) se dice que la culpa mayor de los alguaciles es serlo, salvándose únicamente dos o tres. La ratio de malos alguaciles resulta significativamente elevada.

67 que, aunque se exprese con claridad en el prólogo a este discurso (y continúe tal precisión en los sueños posteriores), no deja de ser una mera declaración de intenciones que se desmiente con la sátira real a la que el autor somete a cada figura (comenzando en la misma dedicatoria, donde previa a la advertencia recoge una erudita clasificación de los alguaciles en paralelo al esquema demonológico de Pselo177)178. En este sentido, puede traerse a colación una observación de Ynduráin, que señala, en relación con las parejas de opuestos, complementarios y dependientes (como realidad/apariencia o virtud/vicio), que “las actitudes particulares o los comportamientos individuales pueden entrar en [esta] dinámica […] mediante el proceso de intensificación generalizadora” (1996: 479). Un proceso similar puede apreciarse también respecto de la reprensión de los “malos oficiales”, pues los recursos que emplea Quevedo para construir la sátira de éstos termina (muy a pesar de las normas de censura) por generalizar la crítica alcanzando al conjunto del oficio. La crítica que se hace de los oficios de justicia se centra en este texto en la conducta (no hay referencia a su aspecto), como conducta moral y conducta delictiva, y repiten por lo general el mismo núcleo semántico satírico de El sueño del Juicio Final, con variaciones estéticas o formales. Comenzando por las burlas satíricas breves o las simples menciones, éstas se suceden de manera dinámica en la sátira a otros oficios, estados y vicios, configurándose la mayoría como burlas indirectas de efecto reflejo. A los procuradores y a los solicitadores, que acompañan (casi) siempre a los primeros, se les acusa de hacer enredos y marañas, liando con su actuación a los pleiteantes en procesos interminables. Éstos pueden ponerse de ejemplo de la función de apoyo del elemento jurídico, con efecto reflejo, así como del orden infernal en que se colocan los oficios, estados y vicios. Los poetas de comedias, objeto principal de comparación, “no están entre los demás, sino que, por cuanto tratan de hacer enredos y marañas, se ponen entre los procuradores y solicitadores” (149). De nuevo la cualidad comparada, “hacer enredos y marañas”, relacionada con la función principal que se desarrolla en el ejercicio de la profesión, se refleja en ambos objetos comparados; los unos, por escribir tramas de gran complejidad, característica de las comedias áureas según Arellano (1991: 149, n.p. 74), los otros, por enredar con su actuación a los pleiteantes en procesos interminables. Por su parte, los escribanos, que siguen siendo muy dignos del infierno y por ello tan abundantes, son asimismo ladrones y engañan con burla. Y los relatores son, como se verá después, producto de la corrupción de los jueces “faisanes”. Los letrados se mencionan en el fragmento extenso dedicado a la diosa Astrea (representante de la Justicia) y de ellos se dice: “¿No hurta con el entendimiento el letrado que le da malo y torcido a la ley?” (164). En el Vocabulario de refranes de Correas de 1627 no se recoge frase proverbial que incluya la expresión “malo y torcido”. Sin embargo, Fray Luis de León (1991: s.p.), en su Exposición del Libro de Job (1591) comenta acerca del verso 16 del capítulo V: “porque, al fin, el torcimiento, esto es, el autor de todo lo que es malo y torcido, y todo lo torcido y malo con él lo sepultará Dios en cerrada y escura cárcel, para que ya más no parezca” (cursiva del autor). Por su parte, Gacto (2007: 535) apunta que los letrados de la época tienden a deformar el sentido de las leyes con la intención de prolongar el pleito todo lo posible. De esta manera, en la pregunta retórica que hace el diablo, puede interpretarse la

177 Mikhaēl Psellos fue un humanista, filósofo neoplatónico, político, historiador y poeta bizantino del s. Entre sus obras y tratados (históricos, de gramática, etc.) escribió el opúsculo Perì energeías daimónôn (Sobre la actividad de los demonios) obra de gran influencia en siglos posteriores, especialmente del XV-XVIII (Flores 2008: 5-xx – 7-xx). 178 Valdés (2016: 235-237) apunta las limitaciones que la censura imponía a los escritos satírico-burlescos, razón por la que Quevedo había de evitar las descalificaciones generalizadas contra el buen crédito del prójimo. El “guiño” a la censura podría leerse en la mención final del paratexto “Al pío lector” a “malos ministros de justicia” y a “ministros de buenas costumbres”: los primeros serían equivalentes a los alguaciles (tema central); mientras que los “ministros de buenas costumbres” es la denominación que, según Crosby (2001: 109-110), Quevedo utiliza para los censores, pues “las buenas costumbres” equivalía a las normas bajo las que se evaluaba un libro.

68 transgresión del letrado como el torcimiento o la tergiversación que hace de la ley. Este retorcer la ley (torcer el derecho) recuerda, asimismo, a los “derechos con corcovas” que ya en El sueño del Juicio Final es causa de la condena de un abogado. Así, la imagen de los opuestos recto-torcido, justicia- injusticia, se repite en este diálogo en relación a los letrados, convirtiéndose en una de las características reiteradas de la descripción caricaturesca de este oficio. La sátira al oficio del juez, más extensa que las anteriores, incluye una crítica general a los restantes oficios de la administración de justicia: “los jueces son nuestros faisanes, nuestros platos regalados, y la simiente que más provecho y fruto nos da a los diablos, porque de cada juez que sembramos cogemos seis procuradores, dos relatores […]”, y así continúa con escribanos, letrados, negociantes, alguaciles, corchetes (161-162). Este fragmento coloca al juez en el escalafón más alto de la pirámide de la administración de justicia. El juez –como voz intermedia entre el Derecho y la aplicación del Derecho, y en su función de autoridad de rango superior, imprescindible en el desarrollo y finalización del proceso judicial– debería ser el “faisán” de la justicia, dotado de exquisitas virtudes y cualidades morales. Sin embargo, un mal ministro se muestra en los Sueños como un productivo inductor de corrupción, en un escalonamiento descendente, en jerarquía, que se multiplica exponencialmente. Gacto (2007: 514-518) hace un retrato detallado de las circunstancias en las que se movían jueces y magistrados en el Siglo de Oro: en contraste con la realidad normativa reflejada en las Partidas (las virtudes y cualidades excepcionales que debían poseer los jueces se reducen a cualidades mínimas exigidas), las fuentes literarias ofrecen un panorama cotidiano donde los jueces son los principales responsables del funcionamiento defectuoso de la justicia, no sólo por lo inmoral de sus actuaciones, sino especialmente porque de tal comportamiento se deriva un comportamiento igualmente inmoral de sus subordinados, que son alentados a un actuar corrupto que, en última instancia, resulta impune. De los solicitadores y relatores hay que hacer un apunte aparte en relación a las funciones que desarrollaban en la administración de justicia de la época, por ser la primera o única vez que aparecen en los Sueños. El oficio de solicitador no tiene demasiado protagonismo en los Sueños (normalmente es pareja de procuradores). Solicitador, agente y procurador poseen definiciones que se solapan: agente es el que solicita, diligencia y procura los negocios de otro, negotiorum procurator (DA, 1726), y procurador es el que, en virtud de poder o facultad, ejecuta en nombre de otro alguna cosa, procurator (DA, 1737).179 En la práctica, desde mediados del siglo XVI se superponían las funciones de los solicitadores, procuradores y abogados, que se disputaban los casos en medio de la competición de los Tribunales por el poder y el prestigio (Correa 2017: 57). Los solicitadores eran “consejeros legales” (según la clasificación de Kagan (Barboza 2017: 56-57)) que ayudaban en los pleitos o en la administración (de Dios 2001: 160). El aumento en la complejidad del “expediente” en la Corte española del siglo XVII provocó la necesidad de intervención de estos expertos que conocieran los procedimientos y fueran capaces de escriturar de manera correcta los documentos (Lorenzo 2006: 226).180 Sin embargo, aunque los solicitadores no tenían capacidad para la representación, eran el enlace principal entre sus clientes y el tribunal, usando su influencia y relaciones para ganar los pleitos de sus clientes, entrevistando a testigos, ayudando en la preparación del pleito y en la preparación de informes y otros documentos jurídicos, y realizando gestiones fuera del ámbito procesal, que podían incluir sobornos y otros pagos ilegales (citando a Kagan, Correa, 2017: 57; Gandasegui, 1998: 329). El oficio

179 Asimismo, como sinónimo de procurador lo recoge el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes […] (NTLLE, Terreros y Pando, 1788). También el Vocabolario español-italiano […], que lo traduce como “sollicitatore, procuratore” (NTLLE, Franciosini, 1620). 180 La proliferación de los solicitadores resulta además de la sustitución de la práctica de notificación judicial por la colocación de carteles y edictos (Lorenzo 2006: 233).

69 era libre y, pudiendo desarrollarse por cualquier persona, se les reprochó su intrusismo (Gandasegui 1998: 329). En 1632, bajo el reinado de Felipe IV, se reguló su actuación dándoseles el nombre de agentes de negocios.181 Previamente, en auto acordado por el Consejo el 20 de junio de 1625, se exhortaba a “todos los solicitadores y Agentes de negocios que hay en esta Corte […] se registren en la Escribanía de Gobierno del Consejo” (L. I, Tít. XXVI, Lib. IV, NR).182 El oficio de relator no es objeto de demasiada atención por parte de Quevedo y su única aparición en los Sueños se produce en el fragmento del juez faisán. El relator era “la persona aprobada, y diputada en cada Tribunal, para hacer relación de las causas o pléitos” (DA, 1737). Con carácter general, las funciones, obligaciones y prohibiciones, de este oficio en relación con el desarrollo de los pleitos estaban recogidos en la normativa de la época, fijándose asimismo otros aspectos más concretos, relacionados, por ejemplo, con su número o su salario.183 Gacto (2007: 525) comenta a propósito de esta figura, que su labor de abreviar los procedimientos ahorrando a los jueces la comprobación directa de la documentación del proceso, podía justificarse en los tribunales superiores, si bien, a pesar de las quejas que provocó su comportamiento corrupto, el oficio de relator se institucionalizó, sin llegar a aplicarse en la práctica la normativa que desautorizaba su intervención en juicio. Como estrella de este discurso, al alguacil le corresponde una escena extensa. Su carácter malévolo y pérfido se va perfilando al hilo de la narración ficticia, y su crítica, más compleja, presenta varios frentes. Se les clasifica según un esquema demonológico, se los deshumaniza, pues “no es hombre, sino alguacil” (144) y, en la comparación de oficios con los demonios, “más diablo es él” (146): no es el espíritu el que posee al oficial (“debéis llamarme a mí demonio enagualcilado”), pues “los diablos en los alguaciles estamos por fuerza y de mala gana” (144). Son además gente de dudosa condición,184 poco cristianos juzgando vida, nombre y hechos (esto es, en todo su ser), son ladrones que hurtan con todo el cuerpo, y la vara que portan, instrumento de justicia, se convierte en instrumento de un delito agravado por alevosía, entre otras cosas, por usar la cruz de Cristo para hacer el mal.185 Este comportamiento doloso de los alguaciles merece, así, una culpa mayor, porque actúan incluso contra los de su propio género. Esta última culpa merece una explicación aparte. La comparación entre alguaciles y diablos es una idea que se repite en este discurso, y asimismo lo es la idea de que los primeros son incluso peores que los segundos, por actuar contra su propia especie, contra el hombre. A Quevedo no podía serle desconocida la locución latina Homo hominis lupus est (el hombre es un lobo para el hombre), ni las reflexiones brindadas durante siglos por poetas y filósofos, desde su origen con Cecilio y Plauto, hasta, por ejemplo, Séneca o Erasmo. Estos últimos, por ser estoico el primero y humanista el segundo, fueron fuente de inspiración para muchas obras y pudieron serlo también para esta característica del retrato del alguacil; más incluso si se tiene en cuenta la declaración

181 Según Kagan (citado por Correa, 2017: 57), en 1632 se prohibió a los solicitadores independientes su actuación en tribunales y se los reemplazó con un número limitado de oficiales (agentes de negocios). Sin embargo, en la normativa posterior se sigue incluyendo su denominación como tales (v.gr. L. VI, Tít. XV, Lib. II, NR). 182 La norma resultó insuficiente y, en 1707, debido “a los evidentes perjuicios y daños que resultan al Público en común y a los individuos en particular”, Felipe V prohibió ejercer como agentes y solicitadores de pleitos, pretensiones y negocios a los que no poseyeran un título real especial (L. I, Tít. XXVI, Lib. IV, NR). 183 Se dedica a su estatuto jurídico el Tít. XXIII, Lib. V, NR (procedente principalmente de las ordenanzas de Medina dictadas por los Reyes Católicos en 1489). 184 La comicidad e ironía de la escena es clara: “sácame del cuerpo deste alguacil, que soy demonio de prendas y calidad, y perderé dempués mucho en el infierno por haber estado acá con malas compañías” (146). 185 La “vara” es la insignia que llevaban los ministros de justicia, señalada con una cruz en la parte superior (DA, 1739). Su uso permite al alguacil robar más que el ladrón con la ganzúa, llave falsa y escala (164). La composición de madera de las varas de justicia (en 1600 se prohíbe a los alguaciles “traer varas que no sean de palo”; L. XI, Tít. XXVII, Lib. IV, NR) permite el juego de alguaciles y varas ardiendo muy bien en el infierno.

70 del demonio en una escena posterior: “y a veces más diablos sois unos para otros que nosotros mismos” (167).186 En el orden social de justicia planteado por Francisco de Vitoria (1486-1546), cuya consecución se logra mediante el bien común, es mayor la responsabilidad de las profesiones jurídicas (entre ellas, abogados, jueces, mediadores, miembros del ministerio público y sus colaboradores), que el ciudadano común (Méndez 2010: 168-171).187 De ahí que, en relación con la justicia, la crítica de Quevedo sea tan dura respecto de estos oficios y que, en su comparación con los demonios, la idea del hombre como lobo para el hombre encaje en la sátira contra los alguaciles. Schwartz (1986: 620), que analiza las relaciones entre el discurso satírico y el discurso moral, entre la sátira y el sermón, cita a Ettinghausen, que señala que la corrupción moral es producto de la falsa opinión y del interés por el poder y el dinero. También puede observarse esta forma de “predicar” (sátira-sermón) en los Sueños, especialmente en este discurso de El alguacil endemoniado cuando el diablo tiende a monologar en sus réplicas al narrador. La justicia es el otro de los temas principales de El alguacil endemoniado. Su tratamiento tiene una profundidad que no ha recibido ningún otro elemento en el primer sueño, haciéndose referencia a la mitología, a otros valores vinculados, recogiendo su pensamiento humanista y neoestoicista, ideas acerca de las apariencias, la falsedad, el desencanto y el escepticismo, la realidad presente imperfecta y desajustada, la degeneración moral de la sociedad, etc. La justicia tiene un tratamiento dual sobre el que después se profundiza, pero ya aquí puede decirse que a la Justicia representada en Astrea y a la justicia humana se les atribuye propiedades y caracteres diferentes: la primera es pura y sinónimo de verdad, pero, desamparada y perseguida por la maldad del hombre, que mancilla su nombre y su esencia, ha de huir de la tierra; la segunda es rebelde, corrupta y despiadada, es instrumento de la Malicia y sinónimo de tiranías, pecados y delitos, de tal grado que por ser lo más opuesto a la Justicia (virtud), la justicia (humana) ha dejado de existir en la tierra (de ahí su ausencia). Schwartz (1986: 39-40) considera que hay un proceso de reescritura en la presentación de este mito clásico, de forma que el diálogo filosófico- metafórico se reelabora incorporando la situación histórico-social concreta a través de juegos metafóricos y metonimias del tipo satírico de los oficios de justicia con los que se da entrada al mito (juez faisán simiente de corrupción) y se desarrolla el fragmento (justicias como ministros y como varas, y letrados que hurtan con el entendimiento torciendo la ley). Dadas las implicaciones que se derivan en relación con el pensamiento jurídico de Quevedo y la realidad de la justicia de la época, es necesario detenerse algo más en este fragmento dedicado a la Justicia Astrea. La pregunta inicial del licenciado Calabrés,188 que abre paso a la historia de Astrea, ya es de por sí reveladora de una cierta idea dual acerca de la justicia: por un lado, la justicia terrenal, “sujeta a sus

186 Los aforismos latinos homo homini Deus est y homo homini lupus est (el hombre es un dios para el hombre, y el hombre es un lobo para el hombre) proceden de los poetas latinos Cecilio Estacio y Plauto, respectivamente, si bien su sentido va cambiando con el paso del tiempo a medida que lo hacen las concepciones político-jurídicas. Así, por ejemplo, el filósofo estoico Séneca expresa la ambivalencia en dos tesis: “homo sacra res homini” (el hombre es cosa sagrada para el hombre) y “ab homine homini cotidianum periculum” (del hombre le viene para el hombre el peligro de cada día); el humanista Erasmo de Rotterdam plantea “homo homini aut deus aut demon” (el hombre es para el hombre un dios o un demonio); y Francisco de Vitoria (1486-1546), filósofo, teólogo y jurista también humanista, recupera la significación positiva de la alteridad del hombre para el hombre (homo homini homo) (Méndez 2010: 163-168). 187 Bajo los criterios de Francisco de Vitoria (1486-1546), “no hay un estado de naturaleza en el que los hombres sean puros individuos sin vínculos sociales y, por tanto, jurídicos”, pero “las dificultades del desarrollo del orden justo, la persistencia de los conflictos reclaman una respuesta a la contradicción que surge entre la estructural teleología de la persona y la sociedad, por una parte, y la histórica constante de los conflictos, los delitos y la necesaria respuesta político-jurídica, por otra”; de ello surge la observación referida al “sentido de las profesiones jurídicas y la base de su deontología específica”, por la cual éstas “tienen una responsabilidad mayor que el simple ciudadano en la consecución del orden social a través del bien común” (Méndez 2010: 168-171). 188 “¿También querrás decir que no hay justicia en la tierra, rebelde a Dios, y sujeta a sus ministros?” (162).

71 ministros”; y, por otro, la Justicia divina, o como virtud o valor esencial,189 personificada a continuación en Astrea.190 La pregunta se entiende formulada por el clérigo exorcista, considerando “rebelde a Dios”, insertado entre comas, como apelativo dirigido al demonio. Sin embargo, sabiendo que Quevedo juega con el lenguaje, podría interpretarse asimismo que “rebelde a Dios” posee un cierto carácter apositivo, de forma que, unido a la “justicia en la tierra” y por estar ésta sujeta a sus ministros (terrenales) y ser corrupta (idea que se repite y de la que se impregna, consecuencia del pasaje introductorio de los jueces faisanes), la justicia terrena es rebelde a Dios (no hay justicia en la tierra por ser rebelde a Dios y estar sujeta sólo a sus ministros terrenales). Una y otra interpretación no son necesariamente excluyentes.191 En torno al fragmento dedicado a Astrea, pueden hacerse determinadas reflexiones. El motivo de Astrea, procedente de la mitología clásica, es un tópico del Siglo de Oro (Arellano 1991: 162, n.p. 141, Armas 2016: 47-102). Astrea, hija de Zeus y Temis, difundió los sentimientos de justicia y virtud entre los hombres durante su reinado en la tierra en la Edad de Oro, pero al apoderarse la maldad del mundo de los mortales, contaminado de crueldad e injusticia en las edades posteriores,192 Astrea regresó al cielo convirtiéndose en la constelación de Virgo (Armas 2016: 17-18; Grimal 1981: 57).193 Armas (2016: 47-102) repasa asimismo el mito de Astrea “en la literatura de la Edad de Oro española”.194 De Quevedo señala, a propósito de su obra poética, que el tratamiento que le da a Astrea es poco convencional y carece de elementos positivos, pues la justicia se ha convertido en una farsa y la espada es símbolo de poder y única ley (Armas 2016: 89-90). Si se atiende a la distinción que se ha presentado de la justicia –de un modo muy esquemático, Justicia divina/justicia terrenal–, se puede observar que, en los Sueños, no es el tratamiento de Astrea en sí, sino el otorgado a la justicia terrena, que ha desterrado a la diosa, la que contiene los elementos negativos. Así, ya al comienzo del fragmento, el demonio anuncia que la justicia ha huido de la tierra al cielo. El término huir denota la necesidad de apartarse de algo dañino (DA 1734). Lo terreno y humano, por asociación a “tierra” y por contraposición a la diosa

189 La justicia se definía, como atributo de Dios, como la divina disposición con que éste castiga culpas y delitos (DA, 1734). Además, la filosofía clásica ha reflexionado entorno a la Justicia y su consideración como virtud y bien, desde perspectivas diferentes (ética, jurídica, política); v.gr., Platón, en la República, y Aristóteles, en su Ética a Nicómaco. En el cristianismo es considerada una de las cuatro virtudes cardinales, que son principio de otras en ellas contenidas (DLE, 2020). Como virtud cardinal la definía el DA, “virtud que consiste en dar a cada uno lo que le pertenece”, y también como “virtud o bondad en las costumbres” (DA, 1734). 190 Como se expone más adelante, en este trabajo se estudia la justicia desde esta perspectiva dual. Respecto a las divinidades que representan la Justicia, aunque con carácter general puede decirse que Temis representa la Justicia (como Ley de la naturaleza o Justicia divina), Astrea/Diké es también una deidad inmortal que representa la Justicia, que vivía entre los mortales y era mediadora entre éstos y los dioses. Equivale también a la Iustitia romana (personificación de la Justicia en la doncella con la balanza y la espada) (Grimal 1981: 300). 191 No existe coma (signo de puntuación) en los Sueños de Valencia de 1628: “Tambien querras decir que no ay ju[s]ticia en la tierra rebelde a Dios, y [s]ujeta a [s]us mini[s]tros?” (Quevedo, 1628: 17); que podría interpretarse como que la tierra es rebelde a Dios (en el sentido tan repetido por Quevedo de falta de valores en la sociedad de la época). 192 Aunque Hesíodo describe cinco edades (1. Edad de Oro, 2. Edad de Plata, 3. Edad de Bronce, 4. Edad de los Héroes, y 5. Edad de Hierro), la cuarta es omitida por la mayoría de escritores posteriores (Armas, 2016: 20). 193 Armas (2016: 15-45) hace repasa la génesis y las transformaciones del mito de Astrea, y se detiene especialmente en la literatura grecolatina en la Antigüedad, con poetas y filósofos clásicos como Hesíodo, Arato, Hiparco, Ovidio, Virgilio, Cicerón o Séneca, pasando después por la Edad Media, con Dante, entre otros, hasta constatar la continuación de la popularidad del mito durante los siglos XVI y XVII. 194 Armas (2016: 47-102) relaciona en este capítulo la Edad de Oro (etapa ideal o utópica de las edades del hombre), con el Siglo de Oro español. Astrea es una figura polifacética tratada por numerosos escritores del Siglo de Oro. “En su traje imperial y religioso, Astrea aparece aludida […] por autores que desean retratar a los Reyes Católicos, a Carlos V, a Felipe II o a Felipe IV como el dominus mundo que traerá consigo la paz y el orden mundial. Otros, como Fray Luis de León y Miguel de Cervantes, […] la prefieren ver reinando en una Edad de Oro que florecerá en los corazones de los cristianos. […] Literatos tan diversos como Lope de Vega, Quevedo, Góngora o Villamediana exploran las implicaciones astrales y, a veces, subvierten su carácter imperialista para componer obras a favor de la tolerancia religiosa o en contra de la conquista mundial” (Armas 2016: 100- 101).

72 y al cielo, se vincula a algo maligno. Esta asociación de carácter negativo continúa en el resto del relato, por ejemplo, en el deambular de la Verdad y la Justicia por la tierra, que transmite la desesperación de ambas durante largo tiempo; o en la condición de mendiga y abandonada de la Justicia, que suplica por tener un cobijo que nadie le brinda;195 pero especialmente, en su condición de perseguida, que ha de esconderse de la misma justicia (justicia terrena), que, instrumento de la Malicia, manda contra ella requisitorias. Es la imagen de una Justicia pura desamparada, perseguida por la justicia del hombre, instrumento del Mal. Por si esto fuera poco, a ello se une la degradación y la deshonra, pues el hombre mancilla su nombre, convirtiéndolo en equivalente a tiranías y a oficiales de justicia (alguaciles) criminales e instrumentos (varas de justicia) con los que cometer delitos. El deshonor alcanza lo más esencial del ser, de la naturaleza, de la justicia. La contraposición entre la Justicia divina y la justicia terrena –la primera, virtud pura, como la diosa virgen Astrea, a la que el hombre maltrata y destierra, dejando atrás únicamente un nombre mancillado de justicia, la terrena, sinónimo de tiranías, pecados y delitos– conlleva la afirmación de que no hay justicia en la tierra, pues la justicia terrenal es en esencia lo opuesto a la Justicia virtud esencial. Otro de los elementos a destacar en este fragmento dedicado a Astrea es el de la vinculación entre la Justicia y la Verdad. La desventura de Astrea, diosa de la Justicia, comienza con su llegada a la tierra junto con la Verdad desnuda.196 Esta asociación no ha de resultar extraña. Armas señala, respecto a la Diké de Hesíodo mediadora entre hombres y dioses, que “la Justicia se presenta en relación análoga a la verdad”, pues su canción “débil pero verdadera” (2016: 20), puede persuadir a Zeus para que conceda a los pueblos donde prevalece la justicia una auténtica Edad de Oro. También Serés (2009: 79), a propósito del Diálogo de Mercurio y la Virtud de Alberti traducido por Argensola, apunta que en la tradición humanista se combinan determinadas nociones centrales, la Verdad y la Opinión, la Virtud y el Vicio, la Fortuna y la Prudencia, la Justicia (Astrea), entre otros.197 En un plano menos abstracto, que la justicia que persigue el derecho ha de estar respaldada por la verdad no es una idea ajena a las normas jurídicas de la época. Así, las Partidas exigen que los jueces “non se desvien de la verdad nin del Derecho” (citando las Partidas, Gacto 2007: 515); exigencia que se incluye en los juramentos de diferentes oficios de justicia en recopilaciones normativas posteriores.198 En este fragmento de los Sueños se aprecia la comunión entre justicia y verdad en dos momentos: el primero, en su llegada, su desventurado paseo conjunto, su desprecio y su alejamiento de la tierra, que supone poner a ambas en un plano análogo como valores de carácter esencial; otro, cuando se dice que la Justicia “no sabe mentir”, denotando con ello la virtud de veraz que posee la “canción” de la Justicia.

195 Quevedo utiliza de nuevo el refranero popular: “Justicia, justicia, mas no por mi casa” (Correas 1924: 255). Schwartz (1987: 102) subraya el uso del lenguaje popular como fuente de imágenes, que no implica la adhesión del autor a los valores de la cultura popular. En este fragmento, Quevedo usa la voz popular para reforzar, también de manera formal, la vinculación del obrar del hombre a la huida de Astrea y la ausencia de justicia en la tierra. 196 Según Arellano “desnuda” es “epíteto muy tópico de verdad” (1991: 89, n.p. 2). Esta cualidad prototípica de la verdad, la desnudez, se presenta en diferentes escenas de los Sueños, en la “Dedicatoria al Conde de Lemos” de El sueño del Juicio Final (89), en este pasaje de la huida de Astrea o en el fragmento de la justicia empapelada del Sueño de la Muerte (354). 197 Apunta Serés que la ”historia de Virtud se adecua o combina, en Alberti y Argensola, con otras historias paralelas como la de la Verdad y la de Justicia o Astrea. El alejamiento de la tierra, su suplantación o postergación las acomunan; también su ausencia: la de la Verdad deja al mundo sumido en las apariencias, la falsedad, el engaño a los ojos; la de la Justicia se asume con pesimismo y comporta la preponderancia de gobiernos ineficaces y la infelicidad o desgracia de los gobernados” (2009: 84). En general, son ideas que tienen un reflejo central en la obra de Quevedo, como en este fragmento de la huida de Astrea de la tierra: el mundo de las apariencias, la falsedad, el desencanto y el escepticismo, o la injusticia. 198 La formulación del “juramento de los Oidores, Alcaldes y Oficiales del Consejo, Corte y Chancillerías para el uso de sus oficios” contiene el siguiente fragmento: “que los pleytos que ante nos vinieren los libremos lo mas aina y mejor que pudieremos, bien y lealmente por las leyes de los fueros y derechos, y ordenanzas de vuestros Reynos; y que por amor, ni por desamor, ni por miedo, ni por don que nos den ni prometan, que no desviaremos de la verdad ni del derecho” (L. I, Tít. XI, Lib. V, NR).

73 Finalmente, de acuerdo con Schwartz (1987: 116-124), la huida de Astrea en este fragmento es una reelaboración del motivo de Astrea que recoge Ovidio en sus Metamorfosis,199 con la intención de reforzar la descripción de una realidad presente imperfecta donde, por un lado, existe un desajuste “entre el horizonte utópico de la ideología dominante que da cuenta de la defensa de la justicia y su realización concreta en las prácticas de vida en sociedad” (Schwartz 1987: 118) y donde, por otro, la religión y la justicia desaparecen con el desarrollo de las nuevas formas económico-sociales. Subyace así en Quevedo la idea de que los cambios sociales promovidos por el estado moderno son el origen de la degeneración moral de la sociedad, y en especial, de determinados sujetos objeto de crítica en los Sueños, como lo son los representantes del mundo jurídico. En el ámbito jurídico esta idea se relaciona con el caos normativo y la corrupción de la administración de justicia que siguió a la implantación del Derecho común; situación que fomenta el deseo nostálgico de restauración de un pasado mejor, de corte consuetudinario, envuelto en idealidad utópica (Gacto 2007: 542-545). Esta nueva edad mítica, donde regirían de nuevo los valores naturales, se concreta en Quevedo, según Schwartz (1987: 119, 128-129), en la restauración de un gobierno de corte señorial, donde se ejerce una justicia espontánea, basada en el ejercicio de las virtudes cristianas. El regreso de Astrea, configurado con estas características, puede analizarse teniendo en cuenta este fragmento del motivo de Astrea juntamente con otras escenas dispersas en los Sueños (como la escena del nigromántico en el Sueño de la Muerte). Respecto a esta una única escena extensa que retransmite el mito de Astrea, es necesario hacer otras precisiones en relación con la justicia como valor absoluto, la vinculación entre la verdad, la justicia y la libertad, y la idea del Derecho como realizador de justicia. Ruiz (1984: 246-247) recoge la doctrina que trata la noción de justicia y señala que, desde un punto de vista axiológico, puede considerársela valor absoluto, al igual que la Verdad, el Bien o la Belleza, y, sin embargo, por ser el mundo dinámico y cambiante, no es posible precisar mediante qué principios e ideales se realiza la justicia en la sociedad, pues lo justo y la realización de lo justo (designados ambos por el término justicia) es un concepto cambiante según el momento histórico de una sociedad concreta. Así, como valor ético, la justicia es un valor fundamental, de carácter imperativo absoluto, que constituye la condición primera para la validez de los demás valores (Ruiz 1984: 247-248). Para Quevedo, “la Justicia, en su concepto, es pura” y, como elemento esencial del poder que deriva de la misma divinidad, “no puede estar a merced de los que la corrompan, sino de los que la conserven en toda su pureza” (Aguirre 1947: 14-15). En la recreación del mito de Astrea en los Sueños, la Justicia pura, perdida su compañera la Verdad y desamparada y perseguida, no puede más que huir de la tierra para evitar la corrupción generada por la maldad del hombre (maldad e injusticia que Quevedo concreta, personificando los corruptores en los alguaciles con sus varas, los jueces por las requisitorias y los letrados por el torcimiento de la ley). Se observa también en este discurso la presencia de elementos opuestos, complementarios y dependientes, en cuya dialéctica, según Ynduráin (1996: 475-479), se descubre la hipocresía. A propósito de esta idea, considera Ynduráin (1996: 479) que cuando Quevedo pretende mostrar un valor eterno, no lo arranca de la coordenada temporal, sino que muestra su victoria frente al tiempo. La

199 Como se ha mencionado, el origen del mito es anterior. La idea del retorno de Astrea y la descripción y difusión del mito que identifica a la virgen justa con la constelación de Virgo se debe al poeta Arato, con su poema Fenómenos como locus classicus (Armas 2016: 17-20). Sin embargo, es en Trabajos y días de Hesíodo donde se explican las edades del hombre y se describe a Diké como la diosa que representa la justicia, de forma que la obra de Arato supone “una revisión de los conceptos de Hesíodo a partir de la perspectiva del Estoicismo” (Armas, 2016: 20). Aunque las Metamorfosis de Ovidio es una de las obras de literatura grecolatina donde la asociación de la Justicia y la Edad de Oro, y su huida de la tierra, se convirtió en lugar común, Ovidio únicamente se refiere al mito de Astrea al señalar que la doncella es la última de los inmortales en marcharse (Armas, 2016: 20-21).

74 dinámica que Quevedo utiliza en el episodio de la huida de Astrea tiene un encaje particular en esta construcción binaria eterna-temporal de resultado victorioso, pues el fin de Astrea en la tierra es más complejo, asentado en una dualidad victoria/derrota que combina con la idea también dual de Justicia (valor absoluto) y justicia (humana, terrenal). La Justicia, personificada en la diosa doncella Astrea, es una virtud/valor eterno, que tras ser maltratada y perseguida en la tierra (plano temporal), huye al cielo. Desaparece, así, la justicia de la tierra, vencida por la Malicia, por la corrupción e hipocresía del hombre. Su “huida” habría de leerse temporalmente como una derrota (aunque el que realmente pierde es el hombre, por la pérdida de este valor esencial), pero su naturaleza eterna pervive en el cielo (según parte de la mitología se convierte en una constelación), lo que demuestra su victoria frente al tiempo, aunque sea en un plano superior al terrenal (y temporal). Es una compleja dialéctica de elementos duales (opuestos, complementarios, dependientes no excluyentes): eterno/temporal, divino/terrenal, justicia/injusticia, victoria/derrota. Por su parte, la Justicia como valor absoluto es la condición primera que otorga validez a los demás valores, como la Verdad. En el análisis de la vinculación entre la verdad y la justicia que se ha presentado previamente existen distintas perspectivas que contribuyen a conformar una estructura compleja pluridimensional dentro del pensamiento de Quevedo: la noción clásica de la relación entre verdad y justicia (presentada a propósito del mito en el sueño), su vinculación a la libertad, o la verdad material en la aplicación de la justicia penal tutelada por el Estado. De acuerdo con Ruiz (1984: 261) los valores absolutos de verdad y justicia200 tienden a confundirse en el pensamiento de Quevedo “como un mismo ideal que contribuía a realizar la verdadera libertad: «Et veritas liberavit [sic] vos»” y, por ello, sus escritos se oponían a una justicia que, con ropajes de ley, no fuera justa ni equitativa por usar sólo de la espada.201 Por otro lado, en relación con la vinculación de verdad y justicia (pero en un plano más concreto) no es únicamente la idea clásica de esta relación, que pervive con el paso del tiempo, la que hay que considerar en el pasaje de Astrea, sino asimismo un enfoque que llega con el nuevo orden político y económico. Con el establecimiento del Estado moderno y del Derecho penal del Estado –la venganza privada de las partes se sustituye por un derecho de castigar de titularidad estatal–, hay una perspectiva nueva acerca de la concepción de la verdad y la justicia. Hay diferentes formas de apertura del proceso criminal, entre ellas, la que se realiza por el propio juez de oficio. Con el inicio del procedimiento penal de oficio, la justicia penal pasa a la tutela del Estado, del poder real, queriendo superarse con ello la “verdad” de las partes, para alcanzar la “verdad material”, lo ocurrido en realidad; además de quererse con ello fortalecer también el poder del rey (Tomás y Valiente 1969: 156-157). En el episodio del mito de Astrea, no se constata únicamente la pérdida de la Verdad que implicaba esa conexión clásica entre verdad y justicia, sino que, en un plano más concreto, se subraya además que, con esa corrupción reinante en la administración de justicia terrenal, se pierde esa “verdad material” de lo realmente ocurrido y que se alcanza mediante un procedimiento penal “limpio” (como las manos que debería tener el juez que insistentemente se las lava en el primer sueño).

200 En la parte teórica se presenta la concepción de Quevedo de la Justicia como valor moral de carácter imperativo, universal y pluridimensional, y la dialéctica entre su aspecto subjetivo y objetivo que envuelve al hombre y al orden justo. 201 Ruiz (1984: 261-262) transcribe uno de los poemas morales de Quevedo. Se reproduce el poema por ser una condensación brillante de estas ideas, presentes también en los Sueños y en este fragmento en particular por la presencia además de Astrea: “Arroja las balanzas, sacra Astrea / pues que tienen tu mano embarazada; / y si se mueven, tiemblan de tu espada, / que el peso y la igualdad no las menea. / No estás justificada, sino fea, / y en vez de estar igual, estás armada; / feroz te ve la gente, no ajustada; / quieres que el tribunal batalla sea. / Ya militan las leyes y el derecho, / y te sirven de textos las heridas / que escribe nuestra sangre en nuestro pecho. / La Parca eres fatal para las vidas, / pues lo que hilaron otras has deshecho / y has vuelto las balanzas homicidas” [en la edición de Alfonso Rey (Quevedo 1999: 160), por no coincidir con la de Ruiz].

75 Finalmente, influenciado por el pensamiento de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, para Quevedo el Derecho equivale a Justicia (si el Derecho no es justo, no existe) y critica la confusión entre las nociones de derecho positivo y justicia siguiendo la idea iusnaturalista de que el derecho positivo sólo lo es si permitía la realización de la justicia (Ruiz 1984: 250-251).202 Además, a propósito de la idea de Quevedo de que la justicia habría de entenderse como la presencia y la realización de criterios de igualdad y proporcionalidad en las relaciones interhumanas de forma que el fin del Derecho sería la implantación de la justicia (en términos de equidad) en las relaciones de convivencia, Ruiz subraya su “profundo y amargo pesimismo acerca de la presencia de la justicia en las relaciones de convivencia” (1984: 253). Quevedo deja claro estas ideas en el pasaje del mito de Astrea. La huida de la diosa no es otra cosa que la constatación crítica y desesperanzada de que hay una ausencia total, en el Derecho de la época, y por ende en las relaciones interhumanas propias de la sociedad, no ya de tales criterios de equidad inherentes a la justicia, sino de la justicia misma. Estas ideas se refuerzan también en un plano más concreto en el alguacil, falso, inmoral y corrupto, que debería ser representante del orden jurídico y de la justicia, pero que mancilla su nombre incluso con sus símbolos, Tras estas consideraciones, puede concretarse un planteamiento que ya se ha presentado previamente (pero sin detallarlo), acerca del tratamiento dual diferenciado que en los Sueños Quevedo da a la justicia. Como se ha comentado, Ynduráin (1996: 475-481) apunta la organización dual del pensamiento de Quevedo y la organización de una realidad, completa y compleja, en parejas de conceptos entre los que se establece una relación dialéctica, en términos de oposición, pero a su vez de dependencia y complementariedad. Quevedo también otorga diferente tratamiento a lo sagrado y a lo mundano, siendo lo primero la elección que “en última instancia” hace el autor, “mientras que se nos muestra desengañado de cuanto es temporal” (Ynduráin 1954: 8). Teniendo asimismo en cuenta las aspiraciones ideales y la devoción cristiana de Quevedo, el tratamiento que se da a los elementos jurídicos en la obra de los Sueños,203 así como, las nociones de justicia recogidas por la doctrina científica (principalmente Ruiz, 1984), en este contexto de los Sueños, la idea de justicia participa también de un carácter dual. Por un lado, la Justicia divina o como virtud o valor supremo, y por otro, la justicia humana y terrenal. En esta construcción dual que se reconoce en los Sueños, la Justicia divina permite en ocasiones una diferenciación entre la Justicia de Dios y la Justicia como valor/virtud suprema, aunque poseen las mismas características. Se trata de una Justicia esencial, absoluta, universal, justa, pura, y es condición primera de validez de otros valores absolutos, a los que está unida (especialmente a la Verdad). Esta Justicia no es objeto de crítica en los Sueños, todo lo contrario, de admiración, conectada a Dios y sin cuestionamiento alguno justa. La justicia humana, por su parte, es la justicia terrenal (por contraposición a la divina) y se caracteriza por su carácter humano y temporal, por fundamentar el derecho y concretarse en el acto de justicia que se realiza en la aplicación de la norma jurídica. Ésta recibe un ataque satírico frontal consecuencia del desengaño en todas sus facetas terrenas (el conjunto de normas que forman el ordenamiento jurídico, con sus tratados jurídicos, el sistema judicial en la aplicación de justicia, los oficios relacionados con la misma, etc.). Como se ha comentado, la diosa Astrea es un eslabón intermedio, pertenece a la primera categoría (Justicia divina), pero tiene un tratamiento singular porque está conectada asimismo con ciertos elementos de la segunda categoría. Por un lado, es la doncella virtuosa que representa la Justicia en su grado puro, esencial, pero es también el enlace de ésta con la

202 Quevedo se adhiere a las tesis iusnaturalistas de su tiempo, “homologando el Derecho positivo a la Justicia, virtud moral que quería recuperar en las practicas legales de su sociedad” (Schwartz 2000: 253-255). 203 La Justicia como valor absoluto no se critica, pero la justicia humana, en todas sus facetas terrenas (el conjunto de normas que forman el ordenamiento jurídico, con sus tratados jurídicos, el sistema judicial en la aplicación de justicia, los oficios relacionados con la misma, etc.) recibe un ataque satírico frontal consecuencia del desengaño.

76 justicia humana. En el mito, Astrea vive en la Edad de Oro entre los mortales haciéndoles partícipes y enseñándoles a vivir en virtud y justicia. Además, hace posible que las dos categorías no sean estancas, permitiendo a la segunda (la humana) participar y aspirar a los valores de la Justicia divina, si bien, es precisamente la falta absoluta de valores y virtudes esenciales en la justicia terrena lo que ataca el Quevedo satírico y moralista.

3.2.4.2. Valoración del componente jurídico en El mundo por de dentro

En El mundo por de dentro, Quevedo reinventa de nuevo la forma en que presenta su contenido jurídico. En este “pseudo” somnium,204 desde la posición desengañada característica del texto, los ataques burlescos breves, piezas clave de otros sueños, son prácticamente inexistentes y la narración se concentra en un único fragmento del discurso, extenso, que tiene por objeto el tratamiento más “serio” de la corrupción que atesta el mundo de la administración de justicia y sus representantes. Esta gravedad que se imprime al fragmento (y al discurso en su totalidad), sin perder totalmente su carácter burlesco, no llega a la profundidad filosófica que se ha visto en algún pasaje previo. Su pretensión es mostrar la hipocresía de la apariencia y desvelar la realidad oculta a los ojos físicos, anclándose en un plano principalmente mundano y práctico. De esta forma, los elementos jurídicos centrales se agrupan en una significativa escena, que recuerda una representación teatral, que describe el modo de proceder de ciertos oficiales de justicia, alguaciles y escribanos (con una muy breve mención a los corchetes), ridiculizando su actuación y a ellos mismos y revelando su total corrupción. Por su parte, este tema central en el que se concentra la narración permite observar la relación de coherencia que se establece entre los elementos jurídicos funcionales, que gira principalmente en torno a ciertos aspectos concretos del sistema jurídico de la época, detallando escenas y circunstancias de la realidad cotidiana centradas en el modo de proceder habitual de alguaciles y escribanos en el desempeño de sus obligaciones como oficiales de justicia de la época: ropajes e insignias oficiales, instrumentos del oficio, formas de remuneración, el homicidio, tipos de castigos, actos jurídicos de formación de causas, juramento de testigos, expresiones al uso, entre otros. A modo de ejemplo, se menciona la pluma del escribano con la que escribe las causas, objeto de la metáfora recurrente que les permite “volar” al infierno (también en el sentido de robar); los “gajes” demoníacos del alguacil (sueldo o remuneración por los servicios que presta; DA, 1734), que sirven para hacer un juego sarcástico acerca del interés económico que se esconde tras las condenas, puesto que los “censos” que reciben (pensión anual cargada sobre la hacienda de otra persona; DA, 1729) y los “juros” (pensión anual concedida por el rey en recompensa, por ejemplo, por los servicios prestados; DA, 1734) estaban basados en las condenas a “azotes y galeras y […] la horca” (296);205 o el castigo de dar un número determinado de azotes públicamente, que, dados en plazas y mercados de la ciudad o villa, en combinación incluso con otros castigos como el de galeras o la horca, se disponía en las normas legales para delitos variados, entre ellos, el de hurto o robo;206 o finalmente, respecto a determinadas actuaciones judiciales, la formación de la causa judicial al reo basada en la declaración de testigos (causa calificada que el escribano compone

204 Martínez (2014: 72) está de acuerdo con Nolting-Hauff en que, a pesar de su “acción marginal alegórico-surrealista” y de la existencia de un guía, este texto habría de excluirse de la modalidad onírica. Sin embargo, a salvo la manifestación expresa, al inicio y al final, del caer dormido y del despertar sobresaltado, contiene otros elementos fuertemente conectados al sueño ficticio. 205 Tomás y Valiente señala que “solían tener parte en las penas pecuniarias impuestas a los delincuentes por ellos denunciados” (1969: 169). Refuerza esta idea el comentario del anciano de que “el año de virtudes, para estos [alguaciles] y para el infierno es estéril” y “de hambre y de pena se morirían” (296). 206 Por ejemplo, a determinados ladrones se les condenaba a pena de azotes y de galeras o arsenales, que se incrementaban, incluso con la horca, por reincidencia (L. I, Tít. XIV, Lib. XII, NR o L. XI, Tít. XV, Lib. XII, NR).

77 dolosamente y que de acuerdo con la normativa legal había de hacerse “en hoja de pliego entero bien ordenados”207) o el juramento de decir verdad de los testigos en procesos judiciales (que Desengaño propone sarcásticamente para los escribanos), que tomaba el juez de oficio o a instancia de parte (DA, 1734) y que certificaba el escribano (Lorenzo, 1999: 217-218208). Aunque el juramento fue perdiendo la funcionalidad jurídica primordial de tiempos pasados y se redujo su utilidad probatoria real, se mantuvo su uso en toda declaración presentada por los litigantes (Lorenzo 1999: 217). De ello es muestra la Novísima Recopilación, que conserva la obligación de juramento de los testigos adoptada en el Fuero Real.209 Esta materia central está tan acotada que puede incluso confirmarse la ausencia (casi) total de los elementos jurídicos de apoyo como instrumento de burla de otros elementos no jurídicos. Por el contrario, contrasta la abundancia de términos jurídicos y expresiones presentes, eso sí, en la escena de la persecución del ladrón por parte de los oficiales de justicia. Pueden leerse términos como homicidio, ladrón, censos, juros, castigos de azotes, galeras, horca, dolo, formar causa, causa calificada con testigos, o toma de juramento del testigo, entre otros. Como se ha comentado, este sueño concentra la sátira a un reducido número de elementos jurídicos. Sólo se eligen unos contados oficios, dejando fuera a jueces, abogados, procuradores y solicitadores, relatores, y a la propia justicia. Con escribanos, alguaciles y corchetes, la crítica ácida y despiadada, revela la hipocresía de su actuación, que enmascara su corrupción total, englobando la conducta moral, el modo de proceder e incluso la apariencia o el aspecto físico. El Desengaño, viejo “venerable en sus canas”, “severo y digno de respeto”, “hombre de bien y amigo de decir verdades”,210 lleva al narrador a la calle mayor del mundo, Hipocresía, donde le enseña “el mundo como es, que tú no alcanzas a ver sino lo que parece” (274-276). En la única escena dedicada a la administración de justicia, la descripción caricaturesca del desempeño concreto del oficio de alguacil incluye no sólo la representación física de la actuación sino la persecución egoísta e inmoral de un provecho económico muy alejado del beneficio universal y desinteresado del bien común. El desengaño descubre que el motivo de su proceder es la vergüenza de que alguien lo aventaje en materia de robar (vuelve a vincularse al ladrón). La descripción física (borracho, atacado y vencido, roto y ensangrentado) proyecta una imagen que va más allá del aspecto físico: es un oficial ofendido en su fama y honor, que ha perdido su dignidad y su autoridad por el fracaso de su actuación y porque ha desaparecido cualquier símbolo de su autoridad como representante de la justicia, sin el ropaje que lo caracteriza y con la vara de justicia en pedazos. Los corchetes hacen pareja con los alguaciles como lacayos de su señor que “ladran” muy alto, pero fracasan en su cometido, al no poder atrapar al malhechor por más que, como soplones, corren necesariamente como el viento (reiteración de la metáfora de los corchetes soplones).

207 L. III, Tít. XXXII, Lib. XII, NR. En la práctica, los escribanos dejaban a veces hojas en blanco entre la documentación encuadernada de las causas, que después podían usar para introducir entradas falsas (Berumen 1952: 332-333). 208 El protocolo judicial de toma de juramento requería que éste se hiciese ante el juez, que interrogaba al declarante sobre si iba a decir verdad y lo juraba por Dios (tocando o besando una cruz), promesa que el escribano certificaba levantando acta del hecho (Lorenzo 1999: 217-218). La obligación de juramento de los testigos, adoptada por el Fuero Real, se mantuvo en los siglos posteriores (L. I, Tít. XI, Lib. XI, NR). 209 La Novísima Recopilación de 1805 recoge la obligación de los testigos de comparecer ante el juez en los procesos civiles o penales y la obligación de que “juren, que digan la verdad de lo que saben sobre aquel pleyto” (L. I, Tít. XI, Lib. XI, NR). 210 A propósito del elemento alegórico presente en las narraciones oníricas, Martínez (2014: 46) señala que el nombre de los personajes alegóricos ya ofrece de por sí connotaciones significativas, a lo que se puede añadir una ocasional descripción breve que enriquece la virtud o defecto del mismo; y si el personaje es un anciano, cumple la funcionalidad de la transmisión de conocimientos y el refuerzo de la idea de la revelación de una verdad.

78 En el escribano, la crítica se centra en el dolo que encubre una actuación extremadamente eficiente en apariencia, pero falsa e incriminadora sin causa. De la descripción física y escénica se deriva una imagen moral del escribano que ejerce el oficio con maldad y alevosía. Está detrás y rodeado de gente (cobarde, protegido y escondido), está cubierto de lodo, con el instrumento de su oficio (cajas, recado de escribir portátil de los escribanos) en el brazo izquierdo (para ejercer su oficio con maldad y alevosía211), y escribe sobre la “rodilla”.212 La descripción de la actuación del escribano recibe una crítica más elaborada jugando (mediante dilogía y antanaclasis) con las nociones de “culpa” y “causa”. Por un lado, la culpa del delincuente tiende a aumentar significativa y rápidamente cuando interviene un escribano, que en un instante tiene una “resma” concluida,213 y por otra, no importa si el sujeto es inocente y no ha dado causa (motivo) para su detención, pues yendo el escribano con el alguacil, el primero idea una causa (motivo, razón) para que el segundo lo detenga y se le pueda encausar, formar una causa (“hacer la causa” judicial) y, así, el sujeto no va a la cárcel sin causa (dilogía en el sentido de motivo y de causa judicial). A esto se añade el juramento de decir (escribir) verdad que se toma a los testigos, que debería tomárseles en su lugar a los escribanos. El proceso penal en Castilla podía comenzar de diferentes formas: por pesquisa, por denunciación o por acusación. En el texto quevedesco se apuntaría a la fase previa al proceso penal por denunciación, en el que el denunciante-delator (denuncia la comisión de un hecho delictivo y señala la persona que lo habría cometido) puede ser un oficial en el ejercicio de su cargo, como un alguacil.214 Uno de los abusos de los que se hacen eco las Cortes a finales del siglo XVI es el de que los testigos fueran interrogados, no por el juez como estaba estipulado, sino por los escribanos; a lo que se añade que, cuando los alguaciles eran los denunciadores, sus “porquerones y criados” se presentaban como testigos, estando como estaban interesados todos en que se dictase sentencia condenatoria, y así recibir la parte de la pena pecuniaria correspondiente al denunciador (Tomás y Valiente 1969: 179). Esta escena de la persecución del criminal por parte del alguacil, los corchetes y el escribano, cuya actuación está lejos de corresponder a una administración de justicia sana, por más que caricaturizada, debía de haberse producido de manera frecuente. Esto lo apoya la prohibición a escribanos y alguaciles de hacer sumarias y prisiones que se estableció en la normativa legal en el siglo XVIII.215

211 Tener las cajas en el brazo izquierdo puede significar simplemente que así puede escribir con la mano derecha. Sin embargo, ya en los textos precedentes se ha visto que la izquierda posee otras connotaciones (v.gr., el camino de la izquierda es el del infierno, o la pena de hacer zurdos, de los que se duda si son gente), por lo que, en este caso, su mención merece una reflexión añadida acerca de si implica que el escribano ejerce su oficio para el mal. A propósito del término alevosía, en la definición de “aleve” (como infiel, desleal, pérfido, alevoso y traidor), el DA comenta la etimología de la palabra, que viene “del latino Laeva, que es la mano izquierda, comunmente reputada por symbolo de las malas obras, con son las que cométen los facinorósos y aléves (DA, 1726). 212 Rodilla, además de la parte del cuerpo, se define como “el paño vil” que sirve para limpiar (DA, 1737). El hecho de que el escribano esté sucio y lleno de lodo apoya la idea de que necesite de este paño. “Vil” puede entenderse también en el sentido de servil, o de bajo y despreciable (DA, 1739), ambos acordes con la imagen que se da del oficio de alguacil (al servicio de la justicia, o de intereses mayores, y corrupto). 213 Una resma equivalía a veinte manos de papel con veinticinco pliegos cada una (DA, 1737 y 1734). 214 Tomás y Valiente (1969: 157-161) explica las diferentes formas en que se inicia un proceso penal en Castilla en la Edad Moderna. 215 La NR confirma que “los Escribanos […] sin preceder mandamiento ni órden […], tomando un Alguacil consigo, qual les parece, que ante ellos denuncie, ó por cuya noticia pretendan hacer las causas […], hacen informaciones contra personas de quienes les dan la dicha noticia, ó se hace la denunciacion, y acuden á visitar sus casa, diciendo que van á inquirir, […] de lo qual se han seguido muchos cohechos […]. Y para ocurrir al remedio de ellos, en adelante ningun Escribano de los suso dichos […] pueda hacer informacion sumaria, ni proceder ni hacer averiguacion por escrito contra persona alguna sin particular comision […] y los dichos Alguaciles no puedan hacer prisiones por la informacion ó averiguaciones que los dichos Escribanos hicieren, ni acompañarlos para hacerlas sin mandato” (L. XVI, Tít. XXXIV, Lib. XII, NR).

79 Las escenas poseen en El mundo por de dentro una estructura específica: descripción extensa del motivo a la que sigue la alabanza o admiración del narrador y el enojo del viejo Desengaño, que reprende la apariencia y muestra la verdadera realidad escondida tras aquélla. El fragmento dedicado al mundo jurídico no es distinto y se dirige en general a criticar el modo de proceder hipócrita y codicioso que enmascara la corrupción presente. La hipocresía, sin embargo, se extiende más allá de la acción (del actuar), alcanzando aspectos más abstractos del ser como el propio nombre.216 Con ello, puede apreciarse también esa tendencia generalizadora observada en los sueños anteriores y que termina por convertir la sátira de los malos oficiales en una crítica al conjunto del oficio. Más aún cuando, contradiciendo su expresa declaración de la presencia de numerosos oficiales “buenos” (en línea con la pretensión de sueños anteriores de reprender únicamente a los malos oficiales), utiliza la metáfora del mar expulsándolos a la orilla; imagen que refiere el anciano Desengaño, “amigo de decir verdades”, lo que no permite dudar de la idea de la corrupción, profunda e inherente, de estos oficios: “Muchos hay buenos escribanos y alguaciles muchos, pero de sí el oficio es con los buenos como la mar con los muertos, que no los consiente y dentro de tres días los echa a la orilla” (297). En El mundo por de dentro, señala Schwartz (2000: 231), se imita y reelaboran los topoi de origen senequista, como el desengaño, la fugacidad del tiempo, la presencia constante de la muerte en vida y el temor a la desaparición. Se produce en él un giro temático respecto de los sueños anteriores, dominando un tono más grave, que transmite un conjunto de principios neoestoicos enmarcados en un prólogo de coordenadas escépticas (Valdés 2016: 239-243). Este prólogo expresa el escepticismo en sus dos formas, escepticismo académico y pirronismo (Robbins 1998: 43). Sin embargo, para este crítico, el escepticismo de Quevedo está motivado por un deseo de desengañar al individuo en su reclamación de conocimiento217 y devolverlo a Dios, de manera que una interpretación del mundo correcta habría de revelar su naturaleza insustancial, transitoria y su carencia de valor, pues salvo Dios, no hay más que mera opinión (Robbins 2007: 56)218. Robbins (2007: 57-58) señala asimismo que Quevedo, no queriendo comprometerse totalmente con el escepticismo, considera implícitamente en este paratexto ambas corrientes escépticas insuficientes, pues, en su escepticismo fideísta y transformado por la visión estoica, existe una verdad, accesible, pero que reside en Dios y puede alcanzarse a través del desengaño.219 Así, el desengaño de Quevedo posee en este texto una identidad singular en compleja combinación con aspectos propios del escepticismo, fideísmo y estoicismo. Por fin, la concepción moral de la justicia en Quevedo se fundamenta en el postulado irrenunciable de la dignidad moral como valor supremo inspirado por el Derecho al establecer la jerarquía de valores que permite la equidad y proporcionalidad en las relaciones tanto entre individuos como entre el individuo y la colectividad (Ruiz 1984: 262). Así, más allá de la comicidad de la escena y de la simple constatación de que el alguacil, codicioso, ebrio, sangrante y despojado de sus ropajes y símbolos de justicia, ha perdido su dignidad y autoridad como representante de la justicia, hay una lectura más “seria”, por la cual, todos estos hechos conllevan la pérdida de la dignidad moral y la ausencia de equidad y

216 La hipocresía de los nombres es un motivo tradicional en la literatura moralizante (Arellano 1991: 279, n.p. 41). 217 Valdés (2016: 242) lo concreta en la incapacidad del narrador (que representa la humanidad) de alcanzar la verdad y el conocimiento únicamente a través de los sentidos y la razón. 218 “[S]cepticism for Quevedo, as for many moralists of the period, is not so much a philosophy to be adhered to as a strategic position from which to argue for the vanity of learning, for the presumption of human knowledge claims, and thus for the importance of faith” (Robbins 2007: 56). 219 “All positions along this ‘sceptical spectrum’ are castigated […]. Quevedo’s ‘solution’ is desengaño. That is, a realization as to the fundamentally flawed nature of all intellectual enquiry other than that which has God as its goal […]. Fundamental human ignorance, the emptiness of learning, rather than the total lack of certainty, seems Quevedo’s target” (Robbins 2007: 57).

80 proporcionalidad entre individuos (no sólo en cuanto al alguacil, sino en cuanto al perseguido, y de éste en relación con la sociedad) y, con ella, el quebranto de la noción moral de justicia básica en el pensamiento quevedesco. A esto se añade la confrontación entre la justicia y la violencia. En la parte teórica y en El alguacil endemoniado se ha hecho referencia a la idea que defiende Quevedo de una justicia no violenta, una justicia que no puede alcanzarse por medio de la espada, sino de la verdad. Esta noción de justicia unida a la verdad,220 y su contraposición a la violencia, se observa en varios pasajes de los Sueños, entre ellos, en esta escena, donde el atropello, la agresión y el ensañamiento confirman que la Justicia no existe en la tierra, en tanto los oficiales de la administración de justicia terrena, codiciosos y corruptos, usan la espada en lugar de la verdad.

4. Conclusiones

Como se ha expuesto en el apartado introductorio de este trabajo, partiendo de la premisa de que en los Sueños de Quevedo están presentes elementos jurídicos de naturaleza variada dispersos en la narración, este trabajo de investigación tiene como objetivo su estudio, mediante su clasificación en categorías concretas que permitan la organización de su contenido, su comparación con las circunstancias histórico- jurídicas de la época, así como el análisis de los mismos en el marco del pensamiento pluridimensional filosófico y doctrinal de su autor. El estudio del componente jurídico de la obra (los significados, literales y metafóricos, los recursos lingüísticos utilizados, las implicaciones derivadas) permite entonces un acercamiento al sistema y al pensamiento jurídico de la época, y, partiendo de la hipótesis de que aquél está filtrado por el pensamiento del autor, su comparación con las fuentes documentales jurídicas de la época permite acercarnos igualmente a la visión que el autor mismo tiene de esta realidad. De esta forma, mediante el análisis realizado se responden las cuestiones planteadas relativas a cuáles son elementos jurídicos visibles en la obra y cómo se presenta en el texto este componente jurídico. Además, se responde a las preguntas de cómo se refleja la realidad y el pensamiento jurídico de la época; cómo percibe Quevedo el mundo que rodea lo jurídico y desde qué premisas filosóficas, ideológicas o doctrinales se abordan en la narración los temas relacionados con la justicia y con la administración de justicia; y si el autor imprime una valoración desigual a los elementos de naturaleza jurídica y, en ese caso, en qué términos lo hace. Tras el análisis realizado pueden extraerse las siguientes conclusiones principales a partir de las cuales daré respuesta a las preguntas de investigación planteadas en el apartado correspondiente de este trabajo. Con carácter general, se constata la presencia en los Sueños de elementos de naturaleza jurídica diversa que se encuentran dispersos en los cinco sueños que componen el texto ficcional; elementos que están relacionados con el mundo del Derecho en múltiples facetas y que nos permiten acercarnos al sistema y pensamiento jurídico del siglo XVI y XVII y a la visión que del mismo posee su autor. Como punto de partida para realizar el análisis, se ha propuesto una clasificación en tres categorías de elementos jurídicos (centrales, funcionales y de apoyo) que sirve de herramienta analítica para responder a las preguntas planteadas. Al clasificarse cada elemento jurídico incorporado en cada uno de los diferentes sueños de la obra en una de estas categorías, se logra una ordenación del componente jurídico en relación con su función y tratamiento en el texto narrativo.

220 Verdad que desenmascara el venerable anciano Desengaño, “hombre de bien y amigo de decir verdades” (274).

81 Los elementos que pertenecen a la categoría denominada elementos jurídicos centrales tienen una presencia mucho mayor que los de las restantes categorías. Así puede afirmarse que la mayoría de las menciones al mundo jurídico, sea como organización de la administración de justicia sea como ordenamiento jurídico, son objeto de la sátira directa del autor. El ataque satírico frontal que sufre el contenido jurídico y su dispersión en el texto no impide que se vaya reconstruyendo la realidad jurídica ficcional a medida que van apareciendo los diferentes elementos, por lo que puede confirmarse (como se concluye más adelante) que en el texto ficcional se refleja en su mayoría la realidad y el pensamiento jurídico de la época, aunque sea envuelto en metáforas, ironías, dobles sentidos y otros juegos de palabras, y requiera ciertos matices. Esto se convierte también en indicio de la intencionalidad crítica y moralista de Quevedo para con la sociedad en la que vive. Los elementos que componen la categoría de los elementos jurídicos funcionales, y que en principio no son objeto de valoración crítica por parte del autor, son escasos en los cinco sueños. Quevedo apenas utiliza el componente jurídico en su función de servir de escenario o trasfondo jurídico y presentar el sistema jurídico en su vertiente más práctica o aplicada; lo que permite reforzar la idea de que en los Sueños no existe una “descripción paisajística” del mundo jurídico, como no la hay del infierno. Los pocos elementos que sirven a esta función están en su mayoría relacionados con el tema de fondo de cada sueño lo que sirve de factor cohesionador, como en El sueño del Juicio Final o en El mundo por de dentro, sin que ello sea óbice para que el autor utilice otros de distinto carácter según la escena lo requiera. De esta forma, el texto refleja también ciertos aspectos del sistema judicial, el sistema penal o el ordenamiento jurídico, pero sin someterlo a su crítica satírica. Finalmente, la tercera categoría, que nos permite conocer cuáles son los elementos jurídicos presentes en el texto, es la de los elementos jurídicos de apoyo. La subcategoría de los elementos jurídicos que sirven de herramienta para hacer observaciones jocosas sobre otros factores no jurídicos no es muy abundante (desapareciendo casi por completo en El mundo por de dentro) y éstas se realizan en su mayoría mediante la alusión a una cualidad o función esencial del componente jurídico, lo que produce el efecto reflejo de la burla en ambos términos. Por el contrario, es más abundante el uso del lenguaje jurídico a lo largo del texto (terminología jurídica, citas, voces o frases latinas jurídicas, etc.), que refleja no sólo nociones de carácter jurídico, sino expresiones del habla y la escritura jurídicas. El lenguaje sirve no sólo para hacer referencia a la materia jurídica (conceptos, instituciones, categorías, etc.), sino que es igualmente objeto directo de crítica; realidad lingüística que, como aquello que nombra y representa, se ha corrompido. A excepción del primer sueño, no parece que en los demás se produzca un incremento evidente de la complejidad en materia jurídica, sino que la forma (construcción y extensión de escenas), así como el tratamiento son distintos según el sueño (más filosófico, más abstracto, más práctico o aplicado, centrado en aspectos diferentes según el fragmento). De esta forma, la sátira al componente jurídico de los Sueños se estructura de diferentes maneras en cada sueño. Las burlas satíricas breves dispersas del primer sueño (en general también de carácter más superficial) dan paso a combinaciones de escenas variadas en extensión, composición y ubicación: menciones fugaces, fragmentos de extensión mediana, escenas largas monotemáticas, en forma de sermón o de representación escénica, pasajes largos integrados por escenas breves de crítica de distintos elementos enlazados formal y materialmente, o incluso escenas breves dispersas pero que construyen un significado completo al considerarlas en conjunto. No es tanto que se produzca un in crescendo en cuanto a la complejidad de la construcción satírica, sino más bien una renovación continua en la forma de presentarla. La complejidad de la sátira entorno a lo jurídico se construye asimismo a nivel de contenido, donde son posibles distintos niveles de lectura: desde una lectura más superficial y popular, accesible por el

82 individuo lego de la época, a una lectura más erudita descifrable desde las coordenadas jurídicas, lingüísticas, estilísticas, y filosóficas e ideológicas del pensamiento quevedesco. Como “prestidigitador” de la palabra, Quevedo organiza una realidad de elementos jurídicos en relación dialéctica, que adquieren un significado concreto dentro de un contexto y de un sistema de valores determinados. La lectura de un mismo fragmento (o de varios relacionados) desde diferentes perspectivas permite el acceso a distintos niveles de significado, que, sin excluirse, se suman o complementan. La crítica se pregunta si, a pesar de la relativa homogeneidad de la obra de Quevedo, no hay una dualidad fundamental resumible en obras “serias” y “no serias” (Ettinghausen 1996). De la misma manera podría haber dos lecturas en los Sueños respecto de muchas de las escenas en las que intervienen elementos de naturaleza jurídica: una lectura “no seria” (más popular) y otra “seria” (más erudita); pero incluso en esta segunda, cabría más de un nivel semántico, en ocasiones más filosófico, abstracto, o práctico, etc. dependiendo de la perspectiva elegida por el autor. Así, no hay tampoco un incremento evidente en el tratamiento filosófico de los elementos a medida que se suceden los sueños, sino un trato diferente, al igual que sucede con la estructura de las escenas satíricas (v.gr. El mundo por de dentro es en general más satírico y filosófico en conexión con el desengaño y las apariencias y bajo ideas escépticas, neoestoicas y morales, pero en relación con la justicia no alcanza el grado de profundidad filosófica de, por ejemplo, El alguacil endemoniado, al no tratarse la justicia en sí misma, sino la actuación de la administración de justicia, que mantiene en un nivel más práctico o aplicado). A esta variedad de significados contribuye también el uso de diversos recursos literarios: juegos de palabras, metáforas, dilogías, antanaclasis, homonimia, antítesis, sarcasmo, recurso a la exageración, a lo grotesco, a lo absurdo, a poner las cosas del revés para revelar la verdadera realidad, uso del refranero popular, de complementos que provocan repulsa o desprecio, de tópicos de amplia circulación y conversación cotidianas, de la hipérbole ridícula, de la descalificación descarnada, de la oposición negativa de la ironía, etc. Quevedo manipula el lenguaje a varios niveles, de forma que, además de los juegos sencillos de fácil comprensión individualmente considerados, éstos pueden encontrarse también combinados con otros más artificiosos y con significados añadidos de contenido más abstracto. Un significado literal o una metáfora sencilla, por ejemplo, puede combinarse con un juego dilógico que agregue ideas nuevas a la lectura inicial. A ello hay que añadir el uso reiterado a lo largo de los sueños de algunos recursos especialmente moldeados para la sátira de la materia jurídica, lo que crea imágenes semánticas concretas que permiten además ver los Sueños, en su componente jurídico, no como una simple adición de sueños independientes, sino como una composición enlazada con cierta unidad. Entre tales recursos se encuentran ciertas metáforas relacionadas con algunas funciones de los representantes de la justicia (alguaciles como alfileres que prenden, corchetes como fuelles que soplan, escribanos que vuelan con plumas) y juegos dilógicos de opuestos donde se contraponen los campos semánticos, con un sentido literal y otro metafórico, por ejemplo, en derecho-recto-justo y corcovado-torcido-injusto, que aparece tanto en relación con figuras concretas (letrados, jueces) como en relación con la propia idea de justicia. Esta unidad de los Sueños se manifiesta además en la vinculación reiterada de algunos elementos en los diferentes sueños; lo que imprime, por otro lado, un cierto orden interno (en cada sueño) dentro del intencionado desorden general. Como se ha señalado, ciertos críticos (Arellano 1999: 17; Cejador 1916: XI; Induráin 1967: 10) reconocen con carácter general la intencionalidad de Quevedo en el uso del desorden, de lo ilógico, con el propósito de provocar un estado de desmesurado caos onírico que incremente la sensación de confusión y mezcolanza, que favorezca la caricatura burlesca y la crítica feroz, y que responda al mismo tiempo al género de la satura y la modalidad del somnium. En lo relativo al tratamiento del componente jurídico en los Sueños, esta intención no es diferente. Hay una

83 presentación desordenada de los elementos de naturaleza jurídica que se incorporan en la obra, un caos intencional. A pesar de esto, en algunos pasajes puede apreciarse una vinculación consciente de elementos, no tanto de los elementos jurídicos entre ellos (también en cierta medida), sino de éstos respecto de otros de diferente categoría. Esta vinculación se realiza tanto a nivel formal o secuencial (aparición contigua de ciertas figuras o de sus símbolos) como a nivel conceptual, ambas con implicaciones finales de carácter semántico: entre otros, escribanos, alguaciles y corchetes junto a ladrones; jueces o letrados junto a médicos; jueces, alguaciles y corchetes junto a mercaderes; la justicia vinculada al castigo; la justicia humana junto a prostitutas y médicos, o en un plano más abstracto junto al comercio o a la enfermedad; o la Justicia representada en Astrea (o como virtud absoluta) junto a otros valores absolutos, especialmente la Verdad, y éstos conectados a Dios. La intención final es reforzar la idea de la corrupción de las profesiones jurídicas, de la justicia humana parcial, degradada y costosa, como mercancía con la que se comercia y como entidad enferma. En otro orden de cosas, Quevedo refleja la realidad y el pensamiento jurídico de la época mediante la inclusión de elementos jurídicos de las tres categorías de la clasificación propuesta. Siguiendo la línea expuesta por la crítica con carácter general para los Sueños, el ataque satírico de Quevedo se centra principalmente en las figuras, de forma que, con pinceladas satíricas de tipo impresionista, se describen oficiales (y oficios) que representan la administración de justicia de la época. La descripción caricaturesca que Quevedo hace de estas figuras del mundo jurídico abarca en ocasiones la apariencia/aspecto físico, pero en su mayoría se refiere al aspecto moral y la conducta corrupta de los sujetos en el desarrollo de sus funciones, en su actuación oficial. Junto a esto se satiriza, aunque en menor medida, acerca de otros aspectos (también relacionados con las figuras), entre ellos, las insignias y objetos que portan los oficiales y que simbolizan la autoridad judicial. Asimismo, el ordenamiento jurídico y finalmente la justicia, como se verá después, son objeto de mención (no valorativa) o crítica en función de la perspectiva desde la que Quevedo las observa. En relación con la crítica satírica que Quevedo realiza contra los representantes de la administración de justicia, pueden extraerse determinadas conclusiones. Tras el primer sueño, Quevedo reitera en los prólogos de los restantes su intención de reprender únicamente los “malos oficiales”, dejando intacta la pureza del oficio en sí mismo considerado; lo que refuerza formalmente en la narración ficcional de cada sueño añadiendo el calificativo “malo” a los oficiales objeto de burla concreta (malos alguaciles, malos jueces, etc.). Sin embargo, esta intención “formal” queda sin duda desvirtuada mediante formulaciones y recursos continuos a la generalización, que convierten la reprensión a estos malos oficiales en un ataque directo al oficio en su conjunto (mediante una crítica que alcanza lo esencial del oficio, o incluso el propio “ser”, por juzgar nombre, vida y hechos, por el uso de terminología generalizadora, por la ridiculización de símbolos, por el tratamiento del colectivo como digno del infierno, por el exagerado número, por el uso de metáforas universalizadoras, etc.). Asimismo, el uso del adjetivo “malo” mantiene parte de la crítica en un nivel superficial y general, sin que llegue a precisarse en algunos casos el aspecto concreto que se reprocha del oficial, pero a su vez permite una mayor difusión y aceptación por parte del lector, pues éste se siente identificado en la situación sin importar el caso concreto sobre el que tuviera queja. En aquellos casos en que sí se especifica el aspecto reprendido, suele hacerse hincapié en un rasgo esencial del oficio, normalmente en relación a las funciones que ejercen los oficiales y la manera de desempeñar el oficio. Así, las funciones y la forma de actuación se usan como factores de crítica satírica a la conducta inmoral o delictiva de los oficiales; a lo que hay que añadir también su uso como elemento configurador del castigo al que se condena al sujeto en cuestión.

84 En este sentido y consecuencia de la concepción del pecado como parte integrante de la categoría del delito, en la corrupción de los representantes de la justicia criticada por Quevedo se mezcla el actuar inmoral (que vulnera principios morales y no tiene necesariamente consecuencias jurídicas) y el actuar delictivo (que atenta contra normas jurídico-positivas). En términos generales, a los oficiales que desarrollan funciones dentro de la administración de justicia se los acusa y condena principalmente por su codicia y su hipocresía; de la que parecen derivarse los restantes: son irrespetuosos, holgazanes y descarados, ladrones, farsantes y embaucadores, mentirosos e ignorantes, se arrogan una honra y erudición de la que carecen, se aprovechan de la dignidad del oficio y lo instrumentalizan para cometer delitos; se les condena por los abusos y excesos cometidos en su actuación dolosa y por ejercer el oficio con maldad y alevosía, por venalidad, parcialidad, por acusar falsamente, por ser inductores de una conducta inmoral y, en fin, por quebrantar el derecho y la justicia misma. Muchos de estos atributos – como la codicia, la prevaricación, la falsedad, la aparente sabiduría– tendrían su origen en el tipo procedente de la tradición satírica que Schwartz identifica en relación con letrados y abogados. El ataque de Quevedo es encarnizado y humillante, pero una vez se despoja su discurso de lo grotesco y de la capa satírica burlesca, refleja aspectos concretos del sistema jurídico de la época en múltiples facetas: entre otras instituciones o categorías jurídicas, en relación con los oficios de la administración de justicia, en los Sueños pueden verse reflejadas funciones, símbolos, herramientas de trabajo, vestiduras, salarios, procedimientos de actuación, burocracia documental; respecto del ordenamiento jurídico, su configuración y cierta normativa jurídica, como las penas correspondientes a ciertos delitos; la superposición de jurisdicciones; del sistema judicial, el proceso judicial, la audiencia, prácticas procesales, actos jurídicos de formación de la causa criminal, juramento de testigos, jueces de comisión, documentación judicial; o respecto del lenguaje jurídico de la época, expresiones jurídicas, fórmulas protocolarias, formulismos retóricos, etc. El texto es asimismo reflejo de la corrupción existente en la época, criticada por otros literatos coetáneos y documentada también a través de otras fuentes jurídicas, incluida la propia normativa que intentaba poner freno a los excesos y la corrupción extendida en todos los niveles de la administración de justicia. Como se ha comentado, en los Sueños se dice que hay oficiales “buenos”, pero no se ejemplifica, ni se dedica sección alguna para alabar la función y la actuación apropiada de la administración de justicia y del sistema judicial. La historiografía ha estudiado la sociedad de la época y advierte de la situación corrupta existente, pero añade además cierta valoración positiva basada en diferentes aspectos que no se reflejan en la narración ficcional quevedesca. Esto no significa necesariamente que Quevedo la ignorara conscientemente, al fin y al cabo, el tiempo ofrece una perspectiva que le es negada al sujeto que vive una época. Sin embargo, poca sátira podría hacerse de ello. Desde su pensamiento filosófico, ideológico o doctrinal, Quevedo percibe el mundo que rodea lo jurídico como esencialmente corrupto y, por ello, lo trata desde su posición satírica. La intención satírica, por definición, delimita principalmente el contenido jurídico central presente en la narración, circunscribiéndolo a los aspectos negativos, criticables y susceptibles de un tratamiento grotesco, hiperbólico y ridículo. Como señala Schwartz con carácter general “el género condiciona en gran medida la selección de la información ya que la sátira se ha definido siempre como discurso crítico del mundo” (1986: 28). Por otro lado, no hay duda de que, además del pensamiento filosófico escéptico y neoestoico, moralista y cristiano del autor, su ideología política conservadora, opositora a un grupo social (la burguesía, donde se incluyen los juristas) que desafiaba y desplazaba el poder de la nobleza en la monarquía en el entorno de la nueva economía, supone un filtro significativo a tener en cuenta. Así, puede concluirse que, además de la existencia declarada de corrupción en la administración de justicia de la época, la visión negativa de la misma en el texto quevedesco y su crítica cruenta se justifica también

85 en otros factores como el pensamiento multidimensional del autor y la propia identidad del género satírico. Cuestión que puede merecer un estudio posterior y que, por razón de espacio no ha sido posible abordar en este trabajo, es la comparación detallada de la crítica satírica de Quevedo con críticas socio-jurídicas presentes en obras de sus contemporáneos. De esta forma, podría constatarse si el grado de crítica que se alcanza con Quevedo y que se manifiesta en otros autores de la época posee la misma intensidad o si, por el contrario, hay voces positivas y la de Quevedo tiene un carácter especialmente hiriente debido a los otros factores presentes. Asimismo, un estudio comparado especialmente con sus obras finales, cuando sus frustrados ideales políticos languidecen en la prisión de San Marcos, ayudaría a sopesar el valor de los mismos en la representación satírica de la administración de justicia de los Sueños. Por su parte, la idea de justicia presente en los Sueños, además de reflejar en su dimensión humana la visión corrupta que de la misma tiene Quevedo, tiene una raíz mucho más profunda en su pensamiento, en relación con su moral e ideología cristianas, su pensamiento iusnaturalista, escéptico y neoestoico, y su visión tradicionalista y conservadora. Principios e ideas que se reflejan en su visión clásica de la noción de justicia, en su concepción dual de la justicia (divina y humana), su desengaño en lo terrenal y temporal y su fe en Dios y en el nuevo orden de justicia que traería el nuevo monarca, en su deseo de regreso a un tiempo de reinado de las virtudes morales y a una justicia más sencilla, verdadera y justa. En esta concepción dual del pensamiento de Quevedo que se refleja en la presentación de la justicia en los Sueños (justicia divina-justicia humana), es donde más puede apreciarse la particular valoración desigual que Quevedo imprime a los elementos de naturaleza jurídica, consecuencia asimismo de su posición ideológica, filosófica y política. La justicia humana, temporal y terrenal, está torcida y enferma. Se define además desde una doble perspectiva basada en una relación dialéctica de afinidad-oposición: mediante la identificación directa que se establece con la corrupción desmedida, principalmente, de las profesiones jurídicas que la representan (también del ordenamiento jurídico o incluso del lenguaje jurídico), y mediante la contraposición de la justicia divina, justa, pura, atemporal y verdadera, cuya degradación a manos del hombre convierte la justicia humana en una institución prostituida, comerciable, parcial, falsa e injusta, tan opuesta a la divina y falta de los valores esenciales inherentes a ella que el resultado es su ausencia total en la tierra. Como se ha dicho, en esta justicia terrena puede verse además el rechazo conservador de Quevedo por el auge de ciertas profesiones liberales promovidas y beneficiadas por la nueva economía (en especial, letrados y procuradores), que copaban puestos de la administración de justicia arrebatando poder a la nobleza y simbolizaban para este autor la decadencia de una sociedad que se apartaba de la estructura social estamental tradicional. Opuesta a ésta, la justicia divina, virtud absoluta esencial, bebe de una noción clásica de justicia basada en la mitología y en las filosofías escéptica y estoicas, que se combinan a su vez con los principios morales cristianos. Es fuente de otros valores esenciales con los que se vincula y que adquieren una perspectiva divina, absoluta, esencial, verdadera, real (en oposición a las apariencias criticadas por Quevedo), por estar asimismo conectados a Dios. Es una justicia digna de admiración, cuya función es castigar, imponiendo una condena que se apoya en la concepción retributiva de la pena y que por ser divina es siempre justa. La justicia que defiende Quevedo es, finalmente, una justicia no violenta, que no puede alcanzarse por medio de la espada, sino de la verdad. Como diría Valdés respecto del Sueño (el que después se convertiría en el primer sueño), “sin renunciar a la burla, la irreverencia, la agudeza, la imagen absurda y fantástica, la sátira y la risa fácil o la inteligente, la burla y la denuncia moral y crítica” (2016: 227), los Sueños es una obra compleja cuyo contenido refleja una sociedad que, desde la perspectiva de Quevedo, ha perdido todo valor moral. La

86 realidad jurídica no es distinta y, como tal, es objeto de una sátira burlesca directa, que varía en forma y contenido, que integra diferentes niveles de significado y cuyo tratamiento se ve moldeado por el pensamiento pluridimensional filosófico y doctrinal de su autor. La variedad estructural y la combinación de lo cómico y la crítica severa otorgan una elasticidad y movimiento que dinamiza la crítica satírica. El mundo semántico de naturaleza jurídica que se presenta en la obra va más allá de las formas aparentes, y de la crítica burlona de una justicia aplicada se alcanza una noción elevada de justicia abstracta. Quevedo es un hombre comprometido con su tiempo, que quiere llegar al lector con la burla grotesca e influenciar su comportamiento moral abriéndole los ojos a la corrupción social. Así, presenta en los Sueños la realidad jurídica inmoral y corrupta de la administración de justicia de su tiempo, objeto de la sátira más cruenta y feroz moldeada según un complejo pensamiento multidimensional, pero con la mirada puesta en una justicia utópica, desnuda, justa y verdadera.

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93 Anexo I: Cuadros de clasificación de escenas

EL SUEÑO DEL JUICIO FINAL

1. Elementos 2. Elementos 3.a. Elementos 3.b. Elementos jurídicos jurídicos jurídicos de jurídicos de centrales funcionales apoyo – lenguaje apoyo jurídico

p. 95 [-96] → crítica pp. 94-132 → un p. 84 → “aceptador de p. 84 → jurisconsulto breve a escribanos (el proceso judicial (juicio personas” + “parcial y aceptador alma). de Dios). de personas”. 100 → residencia. 96 → crítica breve a 94 → “era cosa de 127 → burla a 106 → “pasos”. escribanos (orejas). juicio” (introducción caballero fingido al proceso). 107 → carga. mediante la rectitud de 96 → pena por hurto, la justicia divina. cortar orejas. 96 → pena por hurto, 108 → “pasar” cortar orejas. 98 → crítica breve a 111 → “levantar falsos corchetes (prostituta – 106, 121 → ángeles testimonios”. gente de cuenta). custodios, ángeles de 121 → “convencióse la guarda y 100 → crítica breve a con su vida” (reo Evangelistas jueces (se lava las convicto + vida (abogados defensores), manos – residencia prueba). demonios (acusación). universal). 122 → acusación. 112 → mención a 101 → crítica breve a “oficiales” 122 → descargo abogados (ahorrarse de (funcionarios de andar). 132 → residencia y justicia). tribunal. 104 → crítica breve a 114 → mención a sayones (nariz). “ministros”. 105 → crítica breve a 122 → comienzo de la procuradores (caras- acusación por los descarados). demonios. 111 → crítica breve al 122 → descargo de alguacil (levantar defensa. testimonios). 132 → “se acabó la 121 → crítica breve a residencia y tribunal” escribanos (ladrones). – se da por concluido 122 → crítica breve a el proceso. escribanos (culpables

por serlo – “secretarios” – con Judas, Mahoma y Lutero).

94 124 → crítica breve a abogados (derechos con corcovas). 127 → escena del caballero “tan derecho” – justicia divina recta/justa. 130 → crítica breve a alguaciles y corchetes (condena sin más). 132 → crítica final: letrados, escribanos y alguaciles.

EL ALGUACIL ENDEMONIADO

1. Elementos 2. Elementos 3.a. Elementos 3.b. Elementos jurídicos jurídicos jurídicos de jurídicos de centrales funcionales apoyo – lenguaje apoyo jurídico

134-137 → 144, 163 → vara de 134-137 → tipos de 147 → crítica a poetas advertencia de justicia, con cruz- alguaciles: de lo mediante escribanos. reprensión a criminal, de lo civil, 164 → Inmunidad 149 → crítica a poetas “alguaciles malos” los de ronda nocturna, eclesiástica (acogerse de comedias mediante porteros de vara, etc. + clasificación de a sagrado en la procuradores y alguaciles (géneros iglesia). + comisiones y solicitadores. demoníacos de ejecuciones. 150 → mención a Psellos). + fiscales de honras. artilleros mediante 144 - 146 → sátira escribanos. + levantar falsos extensa al alguacil: testimonios. deshumanizado 145 → convenir en + comparación de juicio. oficios, peor que los 155 → cadenas, propios diablos perpetua cárcel, + poco cristiano prisiones. + dudosa condición 163 → requisitorias. 147 → “gran risada” del demonio - “más diablo es él”. 147 → crítica breve a escribanos (en la sátira a poetas).

95 149 → crítica breve a procuradores y solicitadores (en sátira a poetas de comedias). 150 → crítica breve a escribanos (en burla al artillero). 151 → crítica breve a malos ministros – mal ladrón. 161-162 → sátira extensa a jueces – mención de los restantes oficios de justicia. 162-164 → mito de la huida de la diosa de la Justicia Astrea. 163-164 → crítica a quien lleva la vara de justicia, hurta con la vara. Mención final al alguacil (hurta con todo el cuerpo).

SUEÑO DEL INFIERNO

1. Elementos 2. Elementos 3.a. Elementos 3.b. Elementos jurídicos jurídicos jurídicos de jurídicos de centrales funcionales apoyo – lenguaje apoyo jurídico

172 → diablo-verdad- 207, 266 → jueces 182 → “quíselo poner 207 → crítica a Dios-justo. pesquisidores. a pleito”. tintureros mediante pesquisidores. 175-176 → crítica 213-214 → castigo de 219 → “prisión”. breve a letrados y cortar la mano. 212 → crítica a 225 → malos jueces. barberos mediante + justicia y castigo. “pareceres”. “qué justa pena”. 177-178 → “Justo 228, 264 → delito y 228 → ejecuciones. Hijo de Dios y Dios 213-214 → burla a los pecado. verdadero” (escena de 229-231 → “ley”, zurdos (mediante hipócritas). “delitos”, “proceso”. Justicia que corta la mano). 178 → crítica breve a 231-232 → perpetua oficiales de justicia, cárcel. 217-218 → crítica a “las justicias” los atormentados de sí

96 180-181 → capitán en mismo mediante camino de la derecha – verdugos, sayones. virtud, don sí misma. 228 → copla sobre el 181-182 → crítica a Amor – “sin justicia o escribanos y alguaciles con razón”. (ausentes del camino, 237 → crítica a duda camino del cielo) ensalmadores 185 → verdad y Dios mediante corchetes. – identificación de valores. 192 → crítica breve a jueces: “mal juez” (derechos tuertos y bizcos). 195 → crítica breve a corchetes y alguaciles (fuelles y soplar). 206 → breve mención a la justicia (condenar). 212 → “qué justa pena” (justicia divina y castigo). 213-214 → justicia que corta la mano (burla a los zurdos). 225-227 → escena extensa (letrados, justicia, escribanos y alguaciles). 225 → crítica a los malos letrados y sus malos pareceres. 226 → justicia y prostitutas (“da a cada uno lo suyo”). 226-227 → crítica a escribanos. 227 → crítica a alguaciles. 237 → crítica breve a corchetes (mediante crítica a los ensalmadores). 242 → crítica breve a corchetes (mediante crítica a alquimistas).

97 266 → crítica a “alguaciles manidos” y “malos pesquisidores” (Camarín de Lucifer).

EL MUNDO POR DE DENTRO

1. Elementos 2. Elementos 3.a. Elementos 3.b. Elementos jurídicos jurídicos jurídicos de jurídicos de centrales funcionales apoyo – lenguaje apoyo jurídico

279-282 → Hipocresía 294-297 → escena 294-297 → escena 291 → justicia (escena nombre de las cosas. extensa alguaciles, extensa alguaciles, de viudas). (verdugos, corchetes, corchetes y escribanos corchetes y escribanos escribanos). (persecución (persecución delincuente) – delincuente) – 282 → Homicidio aspectos variados: aspectos variados: (pecados que nacen y actuación, ropas, expresiones, condenas, se alimentan de la símbolos, salarios, juramento de testigos, hipocresía). instrumentos del formación de causa, 294-297 → escena oficio, condenas, etc. juramento de testigos, extensa alguaciles, corchetes y escribanos formación de causa, (persecución etc. delincuente).

SUEÑO DE LA MUERTE

1. Elementos 2. Elementos 3.a. Elementos 3.b. Elementos jurídicos jurídicos jurídicos de jurídicos de centrales funcionales apoyo – lenguaje apoyo jurídico

329-330 → crítica 353-358 crítica 328 → Muerte “¿has 317 → crítica a breve a letrados extensa a los letrados: oído decir que yo médicos y boticarios (tratamiento de “don”). audiencia – Fuero ejecuto sin embargo?” mediante “erres Juzgo. asaetadas por 332 → crítica breve – 332 + 335-336 → delincuentes” y codicia de los jueces + tribunal y audiencia de condena a un justo. “juicio” la Muerte 321 → crítica a 342 → crítica breve 353-358 → crítica médicos mediante letrado (Juan de la extensa a los letrados: “malditos Encina). pesquisidores”

98 353-358 → crítica 356 → términos (enfermedades extensa a los letrados: jurídicos y jerga de castigos). abogados. 353 – plaga y tipos. 356 → cohecho. 353 – Justicia antes más sana. 357 → tenuta de Trasbarras. 354 – justicia desnuda y empapelada. 373 → Cantimpalo: petición restitutoria 355 – librerías de los por agravio – justicia letrados. con costas” – fórmulas 356 – Fuero Juzgo – legales. voces antiguas.

356 – letrados, dinero – producto de licenciado – barbaza y gorra. 356-357 → solicitud de un parecer. 357 → pleitos a garrotazos, 358 → letrados a su enemigo. 360 → justicia por un cuarto (Felipe IV) (361)-362 → crítica breve – solicitador – Arbalias. 364 → ley de Dios – lo que Dios quiere y lo que nosotros queremos contra su ley. 368 → crítica breve a escribanos, genoveses y ladrones. 370 → Profecía de Pero Grullo – cumplidas la ley.

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