To Download The
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Mª JESUS CALLEJO DELGADO AIRES NUEVOS EN UNA VIEJA PROVINCIA CASTELLANA. LA CORTE Y SEGOVIA Discurso de ingreso en la Academia. Excelentísimos e Ilustrísimos Señores, Señoras y Señores: En primer lugar quiero agradecer a esta Real Academia de Historia y Arte de San Quirce mi nombramiento como Académico de Número. Deseo dedicar mis primeras palabras al Ilustrísimo Señor Académico D. José María Martín Rodríguez, cuyo sillón paso a ocupar por su nombramiento como Académico Supernumerario. Mi más profundo respeto y admiración hacia quien fue también mi profesor en el que entonces era Instituto Femenino de Segovia, hoy Instituto de Enseñanza Secundaria y Bachillerato “Mariano Quintanilla”. Discurría el año 1700, no había hecho más que arrancar el si- glo XVIII, cuando se suceden en nuestro país dos aconteci- mientos que cambiarán su devenir histórico. Con escaso tiempo de diferencia, se celebran las honras fúnebres de Carlos II y España se incorpora a la Europa de las Monarquías Absolutas. Las cortes europeas ya se habían vestido con sus mejores galas para representar su propia vida en un escenario fastuoso. Todas las artes se pusieron al servicio de este teatro en el que la os- tentación ocultaba una realidad sacudida por numerosos conflic- tos. Se había originado, en fin, el marco ideal de un arte inter- nacional con diferentes matices, en el que se combinan todos los géneros artísticos: los verbales, el teatro y la música, y los plás- ticos, arquitectura, escultura y pintura. En España, el inmovilismo político y económico de los últi- mos austrias se había traducido, en arquitectura, en la tiranía de 47 Mª JESUS CALLEJO DELGADO lo herreriano y la escasez de medios, pero también vio nacer un impulso nuevo que acabó con el atrevimiento y el desenfreno del churriguerismo, ese barroco nacional, castizo, que tanto des- esperaba a Ponz. El prestigioso pensador y escritor Ángel Ganivet dijo que cuando nos quedamos solos destruimos nues- tro arte y, para renovarlo, tenemos que salir fuera de España con el fin de equilibrar nuevamente nuestro gusto. En esta ocasión no tuvimos que salir, llegó de fuera y de la mano del primer bor- bón, Felipe V, nieto del todopoderoso Luis XIV, quien había ejercido como nadie su papel de monarca absoluto. La nueva dinastía borbónica emprendió la reforma indispen- sable de la corte y la realizaba a imitación de Versalles. Como dijo Bottineau, el advenimiento de un borbón resucitaba el pre- cedente de Carlos V cuando introdujo en la península la corte de Borgoña. Felipe V tenía el mismo derecho a no conservar la de su predecesor, Carlos II, y a adoptar la organización de la corte del rey de Francia (1). Como éste, debería tener un fondo que le permitiera emplearlo en los edificios, la música y el teatro. Sin embargo, la Guerra de Sucesión frenó el avance de estas reformas; la escasez constante impidió la imitación de la vida fas- tuosa de Versalles y, sobre todo, las empresas artísticas demasia- do ambiciosas. Felipe V se declaraba dispuesto, incluso, a re- nunciar no sólo a su jauría de galgos, sino a la música de cáma- ra francesa y la compañía de comediantes italianos. La joven rei- na de 14 años, Mª Luisa de Saboya decía en 1702: “Me voy a her- mosear un poco mi palacio, es decir en las cosas que se pueden hacer sin grandes gastos” (2). Pero quien llevaba la voz cantan- te en éste y otros asuntos era una mujer, la intrigante y astuta Madame de los Ursinos, elegida por la corte francesa como ca- marera mayor de la reina. Según sus propias palabras, desde las siete de la mañana estaba a pie de obra como podría hacerlo un arquitecto que quisiera ver terminada su obra. Formaba parte de la casa francesa, integrada por los servidores franceses que ga- rantizaron dignamente el servicio y la seguridad de los reyes, 48 AIRES NUEVOS EN UNA VIEJA PROVINCIA CASTELLANA además de solucionar su incapacidad para habituarse a ciertas costumbres españolas, sobre todo a la cocina. Finalizada la Guerra de Sucesión y saneada la hacienda en 1714, se abría el camino para llevar a cabo aquellos propósitos iniciales y extender la autoridad del soberano a las artes, para re- alzar con su esplendor el prestigio del trono. Se acarició, inclu- so, el sueño de construir en el Buen Retiro un magnífico palacio con planos del gran arquitecto francés Robert de Cotte. Con la paz sobrevino también la muerte de la reina. En la cor- te se encontraba desde hacía un tiempo el italiano Alberoni, astu- to prelado que se había ganado rápidamente el favor de la reina saboyana y, sobre todo, el de su camarera mayor. Desde los co- mienzos de la enfermedad de la reina había iniciado los planes pa- ra establecer en el lugar de ésta a su paisana Isabel de Farnesio. Mientras Madame de los Ursinos maniobraba para elegir una rei- na que fuera capaz de manejar al rey y al mismo tiempo seguir sus dictados, sin inmiscuirse demasiado en asuntos políticos, Alberoni le hablaba a Felipe V de la buena muchacha italiana, re- ligiosa, de buen corazón, sumisa y de gran dulzura, según relata Teresa Lavalle en su biografía sobre Isabel de Farnesio (3). Sólo cuatro meses después del trágico suceso se firmaron las capitula- ciones matrimoniales de boda, sin que en ese momento se pu- diera intuir el vuelco que con este acontecimiento daría la vida po- lítica y artística española, y que Madame de los Ursinos había fir- mado su sentencia de destierro para siempre. En los años sucesivos se refuerza la influencia italiana en la corte. La carrera ascendente de Alberoni, quien utilizaba con la nueva reina la misma política de adulación que ya había practica- do con Madame de los Ursinos, se consolidó en 1717 alcanzando a la vez el capelo cardenalicio y el puesto de primer ministro. La caza era una de las aficiones comunes de los reyes; una gran par- te del tiempo libre que a la reina le habían permitido los fre- cuentes embarazos, lo pasaba cazando con su marido en los bos- ques, pues era, desde su infancia, una experta cazadora. Uno de 49 Mª JESUS CALLEJO DELGADO esos bosques era el de Valsaín, en Segovia, cuyo arruinado pala- cio mandó el rey poner en el estado en que estaba antes del in- cendio de 1682. A finales de mayo de 1717, debido a las obras, se trasladaron los reyes a una granja que los jerónimos tenían muy cerca de aquel lugar. En este momento se inicia la vinculación de los reyes con el sitio y la de Segovia con la corte. Varios sucesos ocurridos en el año 1719 van a precipitar los acontecimientos. La renuncia obligada del rey a la corona de Francia, los territorios perdidos en Utrech y la muerte de Felipe Pedro, segundo hijo de Felipe V y Mª Luisa de Saboya, hicie- ron saltar la alarma sobre la frágil salud mental del rey. Éste de- cidió abdicar y retirarse del mundo para meditar y salvar su al- ma. Aquella granja de los jerónimos, la cercana ermita de San Ildefonso y su entorno reunían los requisitos. Para este fin los reyes proyectaron terminar el palacio en tres años, mientras el Príncipe de Asturias alcanzaba la mayoría de edad para gober- nar y contraer matrimonio. Isabel de Farnesio escribía casi a diario a su madre Dorotea Sofía, y al príncipe, y, sobre lo que estaban haciendo, decía: “Nos estamos divirtiendo con una ca- sa que el rey está construyendo y un jardín”. Acerca del jardín añade que no será tan bello como el que ella conocía en Colorno, pero “para este país será pasable” (4), curioso co- mentario sobre un jardín que el rey había puesto en manos del francés Renato Carlier con el firme propósito de emular los que había conocido en su país natal. En cuanto a la casa, dice que es pequeña pero cómoda. Efectivamente este es el término que utiliza siempre la reina al referirse al edificio que levantaba el arquitecto del rey, Teodoro Ardemans. Comenzaba a cambiar la fisonomía de esta zona boscosa al pie de la sierra de Guadarrama, muy próxima a Segovia y desde antaño poblada por ermitas, el caserón de los jerónimos y los restos incendia- dos del palacio de Valsaín. Parte del terreno se había talado y allanado para trazar un jardín geométrico francés, y construir un pintoresco edificio cuyo perfil, con respecto al de Valsaín, no había cambiado mucho. Sobre los muros rojizos por el re- 50 AIRES NUEVOS EN UNA VIEJA PROVINCIA CASTELLANA voco imitando el ladrillo y el gris del granito, se elevaban airo- sos chapiteles de pizarra y la cúpula de su capilla. Mientras esto se está llevando a cabo con toda la celeridad posible, la reina tenía muy claras sus intenciones y, como no po- día ser menos, puso sus ojos en Italia. En Roma encontró la po- sibilidad de reclutar artistas y obras de arte. Entre las grandes es- feras contaba con gran prestigio un pintor llamado Andrea Procaccini, quien se puso en camino hacia Madrid y, nada más llegar, fue nombrado pintor de cámara con un sueldo superior al de cualquier artista español. Isabel de Farnesio inició el cambio de una forma muy sutil porque eran sus propios gustos los que trataba de introducir y no los del rey cuyos pensamientos iban en otra dirección, y, además, así no despertaba la alarma en los ambientes artísticos. La reina hizo decorar una de las cámaras del palacio de La Granja con diferentes mármoles del país, afirman- do personalmente que había sido una fantasía suya.