Alekséi ÓSIPOV

LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Quinta edición, corregida y ampliada.

A. I. Ósipov. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE. Мoscú.

Con la bendición del Santísimo Patriarca de Moscú y de todas las Rusias Alekséi I

LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE El fascículo está dedicado a los problemas de la existencia humana tras los confines de la muerte. ¿Cómo hay que entender La Eternidad? ¿Qué son los mytarstva? ¿Puede Dios-amor dar la vida a quien, como Él sabe, padecerá tormentos eternos? ¿Seguirán actuando nuestras pasiones en la vida después de la muerte? ¿Existe realmente algún medio de ayuda para el difunto? ¿Cómo influyen las oraciones en el estado del alma después de la muerte? Estas profundas preguntas no pueden dejar indiferente a nadie. Constituyen un misterio de la vida humana que se mide en dos dimensiones: tiempo y eternidad. El fascículo de Alekséi Ilich Ósipov, profesor de la Academia Espiritual de Moscú, basado en sus conferencias públicas y respuestas a las preguntas de los asistentes, ayudará al lector a replantearse lo que ya conocía y mirar al otro mundo a través del prisma de la enseñanza patrística.

© A. I. Ósipov Índice PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN SOBRE LOS QUE VIVEN EN OTRA VIDA ¿DESCANSA, COME, BEBE, BANQUETEA, ALMA MÍA? ENTENDER LA MUERTE Y A NUESTROS ANCESTROS ¿QUÉ TENEMOS EN COMÚN? «¡ESTOY EN EL INFIERNO!..» LA CARNE HUMANA CREADA POR DIOS CONSECUENCIAS DEL PECADO DE NUESTROS PROGENITORES ¿DÓNDE RESIDE EL ALMA TRAS LA MUERTE DEL CUERPO? MENSAJES DEL MÁS ALLÁ «ACEPTA LAS COSAS TERRENALES COMO UN DEBILÍSIMO REFLEJO DE LAS CELESTIALES» EXAMEN DEL BIEN DESPUÉS DE LA MUERTE Y EL EXAMEN DEL MAL CON EL ESPÍRITU DE DIOS O CON LOS DEMONIOS TORTURADORES LO SEMEJANTE SE UNE A LO SEMEJANTE. LA FUERZA DEL ARREPENTIMIENTO «LAS PASIONES SON MIL VECES MÁS FUERTES QUE EN LA TIERRA…» SOMOS LIBRES DE OBRAR EL BIEN O EL MAL LA IGLESIA LA FORMA CORRECTA DE REZAR POR LOS DIFUNTOS SÉ CRISTIANO POR LO MENOS DURANTE CUARENTA DÍAS LA GEHENNA ¿QUÉ NOS ESPERA EN EL JUICIO FINAL? JESÚS, EL SALVADOR DE TODOS LOS HOMBRES ¿POR QUÉ CRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS? DEL PECADO CAPITAL Y EL HOMBRE JUSTO PREGUNTAS SOBRE LA ETERNIDAD

PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN Danílovski blagoslovéstnik (El mensajero de Danílov) Moscú. 2007 La vida del alma después de la muerte siempre ha guardado cierto misterio. « ¿Cómo será aquello? y ¿Qué habrá allí?» son preguntas que pasan de generación en generación y a las que se dan diversas respuestas, muchas de las cuales provienen de fuentes dudosas o no eclesiásticas: estudios de religiones no cristianas, obras ocultistas, relatos de personas que han «estado» en el más allá, «revelaciones» en sueños, fantasías de enfermos mentales, etc. Por eso surge la necesidad de descubrir este tema tan cercano a las enseñanzas de los Santos Padres y de los reverenciados ascetas de la Iglesia Ortodoxa, aunque solo sea de forma parcial. Sin embargo, el cristianismo no pretende en absoluto que este misterio se convierta en una realidad que responda a todas las preguntas de nuestra alma infinitamente curiosa. Para la persona que vive aquí, esto no solo es imposible, sino en gran medida poco útil. Es imposible, porque aquel mundo es totalmente distinto y no puede expresarse con nuestro lenguaje, lo que ilustra la estancia en el otro mundo del apóstol Pablo. A su vuelta, lo único que compartió con sus hermanos fue el relato de que él solo oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar (2 Co 12,4). No es útil, ya que el conocimiento del futuro puede paralizar totalmente la libertad de la persona en la parte más importante de su vida: la moral y espiritual. Es fácil imaginar cómo cambiaría nuestra forma de ser si de repente conociésemos la fecha y hora exactas de nuestra muerte. Conocer el futuro ata con cadenas de acero el comportamiento del hombre que no se ha liberado de sus pasiones y debilidades. Por eso ni siquiera a todos los santos de Dios se les reveló aquel mundo, ni la hora de su muerte. Por el contrario, al no tener conocimiento directo sobre aquella vida, el hombre es totalmente libre en su vida espiritual y moral de aquí, libre de elegir uno de los dos principales puntos de vista sobre el problema de los problemas: la fe en Dios y en la vida eterna de la persona o la fe en la muerte eterna. No fue casual que Cristo dijese al Apóstol Tomás: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» (Jn 20,29).Ya que la fe es el indicador más fiel de la naturaleza de las necesidades espirituales de una persona, su orientación y su pureza. I. V. Kireiévski expresó esta idea con claridad y precisión: «La persona es aquello en lo que cree». El estado de la persona después de la muerte es fruto directo de sus deseos y actos en esta vida. Pero ese fruto no es consecuencia de la ley de la retribución, sino de la ley de la consciencia. Sobre ello escribe magníficamente San Antonio en sus homilías: «…cuando somos bondadosos, estamos en comunión con Dios por nuestra semejanza con Él, y cuando nos domina el mal, nos separamos de Dios por nuestra disparidad con Él... nuestros pecados no permiten que Dios nos ilumine, sino que nos 1 unen con los demonios torturadores» . Y es que, siendo cristianos, podemos solo deliberar y disfrutar de debates teológicos sobre Cristo sin creerle y excluyéndolo de toda nuestra vida. ¡Qué razón tiene el dicho: «Filosofan sobre la vida, pero no la viven»! El desarrollo espiritual y la superación personal tienen lugar ante tentaciones, la acción de las pasiones y, con frecuencia, la existencia de graves dudas. Estas espinas son necesarias para el hombre durante su vida terrenal, ya que le descubren a sí mismo, le amansan y le capacitan para conocer la necesidad del Cristo Salvador, a través de lo cual adquieren la majestuosa dignidad de un hijo de Dios. No es casual que los Padres acostumbrasen a decir que si no hubiese habido demonios, tampoco habría habido santos. «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan». (Mt 11,12). * Me gustaría expresar mi especial gratitud a Alla Alekséievna Dobrosótskaia, sin cuya enérgica iniciativa y minucioso desciframiento de las grabaciones de mis conferencias, este libro difícilmente habría sido escrito.

PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN Consejo editorial RPC. Moscú, 2008 En esta edición se incluyen algunos nuevos materiales que hacen referencia al tema principal de la vida del hombre: su tránsito de lo temporal a lo eterno. La eternidad es inimaginable para la conciencia humana. Y el tiempo es incomprensible. Entonces el Ángel «juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay en ella, el mar y cuanto hay en él: "¡Ya no habrá dilación!"» (Ap 10, 6). ¿Cómo cabe entender este no habrá dilación? No lo sabemos. El filólogo griego Platón, al intentar comprender el tiempo — uno de los fenómenos más misteriosos de nuestra existencia—, afirmó en una percepción profundamente intuitiva, que el tiempo es solo la imagen en movimiento de la eternidad. Efectivamente, el tiempo en sí mismo es algo extraño y carente de lógica para el ser humano. La sabiduría popular dice en un agudo aforismo: «Las horas pasan, los días corren y los años vuelan». Parece que todo debería ser al revés. Pero no, el tiempo es precisamente así, es de alguna forma «anómalo» a nuestra existencia. El ser humano vive y sabe con certeza que llegará su fin. Pero también sabe con certeza (bien es verdad que con el corazón, no con la mente), que su vida no tendrá fin. La eternidad está presente en el alma, ya que el alma nace eterna y así pasa a la eternidad. Pero ¿por qué? Todo por el mismo motivo: nuestra vida ya es el inicio de la Vida, su preludio, y la muerte solo es una especie de umbral necesario para entrar en aquel mundo, en el que ya no habrá semejantes ilusiones. Los Santos llamaron a nuestro mundo «adulador y mentiroso, que engaña con su aparente eternidad, sin tenerla». Engaña a todo el que se encierra en el mundo y encuentra el sentido de su vida en lo que ineludiblemente le arrebatarán. Cuanto más apegada a la tierra esté la persona, más duro y espantoso será ese arrebatamiento. Entonces la ruptura con el mundo pasará en vida y provocará al hombre un horrible sufrimiento. Los Padres no llamaban al mundo creación de Dios. «La palabra mundo, decía San Isaac de Nínive, es un nombre colectivo que incluye todo lo que llamamos pasión». «Y cuando queremos nombrar un conjunto de pasiones, lo llamamos mundo». Por eso las personas inteligentes de todos los tiempos siempre juzgaban sensatamente la vida terrenal y no se hacían ilusiones en cuanto a su éxito, que podía truncarse en cualquier momento, e infaliblemente por la muerte. Incluso los filósofos de la antigüedad alertaban: «Recuerda la muerte», «Aprende a morir durante toda la vida». Los ascetas cristianos dicen lo mismo, aunque por otra razón: «Recuerda la muerte y jamás pecarás». De forma clara y elocuente se habla sobre los llamados valores de esta vida transitoria en el aria del príncipe Yuri de la ópera «La leyenda de la ciudad invisible de Kítezh y la doncella Fevróniya» de Nikolái Andréievich Rimski-Kórsakov: «¡Oh, gloria, riqueza, vanidad, oh breve vida nuestra. Pasarán, pasarán corriendo las cortas horas y todos yaceremos en ataúdes de pino. El alma volará hacia el trono de Dios, los huesos irán a la tierra y serán pisoteados, y el cuerpo será pasto de los gusanos. ¿Y adónde irán la gloria y la riqueza»?! Cuanta similitud hay entre estas palabras y las de las sabias homilías de Isaac de Nínive: «La gloria mundana es un peñasco en el mar cubierto por el agua, que el nadador desconoce hasta que el barco no lo toca con su quilla y se llena de agua; ¡lo mismo hace la vanidad con el hombre, hasta que lo ahoga y lo destruye». Era por lo tanto natural incluir en el tema de la vida después de la muerte los pensamientos de aquellos «últimos mohicanos», «la tribu» de los verdaderos ascetas de la Ortodoxia, quienes, siendo hombres de nuestros tiempos (siglo ХХ), transmitieron la concepción patrística de esta importantísima cuestión. Hablamos de los extractos de las cartas del higúmeno Juan de Valaam (Alekséiev, +1958) y del higúmeno Nikon (Vorobiev, +1963).

No sientas inclinación por la tierra. Todo perece, Solo la felicidad después de la muerte es eterna, Inalterable, verdadera. ¡Y esta felicidad depende de cómo vivamos nuestra vida! San Teófanes el Recluso.

SOBRE LOS QUE VIVEN EN OTRA VIDA

¿Quién no ha visto filas de personas dirigirse al cementerio a visitar las tumbas de sus familiares durante la Pascua? Y aunque esta tradición —ir al cementerio el día de la Resurrección luminosa de Cristo— se consolidó en tiempos soviéticos (los ortodoxos tienen un día especial para rememorar a los difuntos llamado Radonitsa), es significativo que incluso las personas que no van a la Iglesia procuren conmemorar a sus muertos precisamente en los días luminosos de la celebración de la victoria cristiana sobre la muerte. Quieren creer que sus familiares no se han ido para siempre, que siguen vivos, aunque de otra forma, y que pueden estar junto a ellos en espíritu. Esta inconmovible sensación interior de inmortalidad de la persona es más fuerte que cualquier escepticismo. Y efectivamente es así, todos nuestros seres queridos y familiares están vivos. No obstante, viven una vida distinta de la que vivimos nosotros ahora, una vida a la que nosotros también llegaremos a su debido momento, a la que todos llegaremos tarde o temprano. Por eso la cuestión relativa a aquella vida, que es la vida eterna que celebramos en Pascua —la Resurrección de Cristo— nos resulta tan cercana. No solo trata de nuestra mente, sino que quizás en mayor medida atañe a nuestro corazón. Cercana a nuestro corazón también es esa profunda palabra que tanto resuena en el templo: difuntos. Cuando la oyes, sientes algo parecido a esa absoluta calma que ellos han alcanzado al haberse desprendido del cuerpo, con sus innumerables preocupaciones, agitación y fuego de pasiones insaciables. ¡Os habéis liberado, queridos difuntos! ¡Qué distinta es esta palabra de las que oímos fuera de las paredes de la Iglesia! Y evidentemente queremos saber: ¡¿cómo están?, ¿qué hay allí?! Hay pocas personas a las que no interesen estas cuestiones. ¿Qué sucede con la persona cuando muere? ¿Qué pasa con el alma cuando se desprende del cuerpo? Nosotros guardamos determinadas tradiciones ortodoxas. Por ejemplo, acostumbramos a conmemorar a los difuntos al tercer, noveno y cuadragésimo día de su muerte. Pero nuestras ideas sobre lo que sucede con el alma en este período son bastante vagas. Hemos oído que cada persona pasa por una serie de pruebas (mytarstva). Pero ¿de qué se trata? ¿Es realmente lo que dicen algunas obras populares sobre el tema o es otra cosa? Y aun surge otra pregunta mucho más importante: ¿Quién se salva? y ¿qué significa salvarse? ¿Se salvan los cristianos o solo los ortodoxos? Y de los ortodoxos, ¿solo los que han llevado una vida recta? Qué atormentadora es la pregunta que nos plantea la vida misma: ¿Se salvarán o se condenarán para siempre todos los que por determinadas causas objetivas (como por ejemplo que no se les predicó sobre Cristo, que se les predicó falsamente o que no fueron educados según estas creencias, entre otras) no pudieron convertirse al cristianismo? Pues, si se condenan todos los no creyentes, los heterodoxos o los no ortodoxos, entonces se salvará solo una ínfima parte de la humanidad. ¿Y los demás? ¿Se condenarán? ¿Es posible que Dios no lo supiese? He aquí otra pregunta que surge cuando tocamos el tema del estado del alma después de la muerte. ¿Qué son la gehenna y los tormentos eternos? ¿Realmente son eternos, es decir infinitos? ¿Cómo podemos aunar por un lado la presciencia y el amor de Dios y por el otro la existencia del tormento eterno? Estas son las importantes preguntas que se derivan de un hecho tan simple, a primera vista, como es la conmemoración de los difuntos. El tema de la vida del alma después de la muerte es profundamente misterioso y secreto. Muy poco se ha averiguado sobre la existencia de la persona después de la muerte. Aquí trataremos solo de algunos aspectos de este tema que no dejan de ser interesantes para muchos y que de una forma u otra han sido esclarecidos por la Santa Tradición de la Iglesia.

¿DESCANSA, COME, BEBE, BANQUETEA, ALMA MÍA?

Muchos recuerdan la parábola del Evangelio sobre un hombre cuyos campos dieron mucho fruto. Según parece, el hombre no había vivido mal hasta entonces, pero en esta ocasión, al conseguir una cosecha tan abundante, empezó a cavilar sobre lo que haría con ella. Y decidió, ni más ni menos, demoler sus viejos graneros y edificar otros más grandes para vivir en consonancia con su riqueza. ¡Descansa, 2 come, bebe, banquetea, alma mía, tienes muchos bienes en reserva ! ¡Con qué elocuencia está expresado! ¿Qué es lo único con que ha soñado el ser humano a lo largo de la historia? Con el modo de alcanzar un progreso científico y técnico tal, que le permita no hacer otra cosa que descansar, comer, beber y banquetear. Parece que entonces alcanzará la felicidad total. ¿Pero cómo acaban estos eternos sueños del hombre rico? Le sucede lo que él (¿y nosotros?) no imaginaba ni quería imaginar. Dios le juzga: «¡Necio!», «Esta misma noche te reclamarán el alma». (Lc 12 ,19). No en vano se dice: «Tú morirás (y eso sería horrible), pero te reclamarán (en la Iglesia eslava la expresión es más fuerte: te extirparán) el alma. El hecho ni siquiera está en ese breve lapso de tiempo (esta noche) que apartó los pensamientos y los sueños del hombre rico del momento en que se le extirpó el alma del cuerpo. Este momento puede medirse para cada uno de nosotros en diferentes intervalos de tiempo: en horas, días, meses, años. Pero en cualquier caso, todos estos intervalos son un instante. Cada uno de nosotros es totalmente consciente de que su vida anterior ha pasado volando como un sueño, tenga la edad que tenga ahora: 20, 50, 70... Diría que el tiempo es una cosa sorprendente, extraña: parece que existe, pero a su vez no existe. No en balde los antiguos sabios griegos decían: el pasado no existe, puesto que pasado está; no hay presente, ya que es un momento imposible de atrapar; ni tampoco futuro, ya que aún no ha llegado. ¿Pero qué hay?, ¿qué nos aguarda tras el instante de la vida terrenal? Por desgracia, la sentencia pronunciada al hombre rico del Evangelio —«Te reclamarán el alma»— será la misma para todo el que crea que el sentido de la vida es descansar, comer, beber y banquetear. ¿Pero qué es la muerte? Todos nos hacemos esa misma pregunta, sobre todo cuando la edad apremia. Pero lo que caracteriza en mayor medida no es tanto la edad como la sabiduría al hombre, independientemente de los años que haya vivido. Recordemos lo que dijo Lérmontov cuando solo tenía unos 20 años: «Yo ya no espero nada de esta vida y no lamento nada del pasado». Por la imposibilidad de encontrar respuesta al sentido de la vida ante la muerte inminente, ocurren terribles desgracias. Actualmente hay muchos casos de personas que se suicidan porque les parece que su vida no tiene sentido. Además, el suicidio se da en todas las edades, empezando por la edad más temprana. Entre los suicidas incluso hay niños de 10, 11, 12 años, o a veces incluso menores. Este asombroso fenómeno se observa actualmente tanto en Rusia como en otros países. Por ejemplo, en Estados Unidos, cerca de un 1,5% de las muertes son casos de suicidio.

ENTENDER LA MUERTE Y A NUESTROS ANCESTROS

¿Entonces, qué es la muerte? Todos los pueblos y civilizaciones han pensado en ello más de una vez. Todas las religiones hablan de ello, aunque cada una lo haga a su manera. Si nos fijamos en la historia precristiana, veremos todo tipo de descripciones de la vida después de la muerte. No obstante, cabe observar que, en esencia, todas hablan sobre cierta forma de prolongación de la vida. ¿Qué pensaban nuestros lejanos ancestros sobre la muerte? La respuesta a esta pregunta es tan extensa, que apenas la podremos abordar. Las concepciones de la religión egipcia presentan un especial interés. En el Libro de los Muertos egipcio (su nombre se traduce literalmente como Libro de la salida a la luz del día), que se escribió hacia el año 2.000 a. C., encontraremos muchas reflexiones sobre cómo en el más allá el alma implorará a los dioses y los espíritus para no estar sujeta a duros golpes, sufrimientos, flagelaciones y acabar en un estado peor que el de la misma muerte. Pues esta era la terrible sentencia que pronunciaba Horus a los que infringían la voluntad de los dioses: «Terribles espadas castigarán vuestros cuerpos, vuestras almas serán exterminadas, vuestras sombras, pisoteadas, y vuestras cabezas, cortadas. ¡No os alzaréis! ¡Andaréis con la cabeza! ¡No os levantaréis, ya que habéis caído en vuestros propios hoyos! ¡No escaparéis, no os iréis! ¡Contra vosotros se dirigirá el fuego de la serpiente que quema a millones!» [...] ¡Ellas, (diosas con afilados cuchillos) os apuñalarán y acabarán con vosotros! ¡Nunca os verán los que viven en la Tierra!». Sin embargo, según el mismo Libro de los Muertos, el alma puede 3 salvarse y convertirse en una especie de divinidad . Asimismo, la asombrosa preocupación por preservar el cuerpo (momificación) y algunos textos poéticos encontrados en las pirámides dan motivo a algunos 4 investigadores para suponer que los antiguos egipcios creían incluso en la futura resurrección .

Algo parecido se observa en el Libro de los Muertos tibetano, que, bien es verdad, se escribió bastante más tarde, hacia el siglo VIII d. C. En él vemos otros motivos específicos de la consciencia hindú. En este caso, la muerte se considera como un escalón más hacia la evolución o, al contrario, hacia la degradación del alma, que se manifiesta en otras formas de reencarnación. Y aunque según las concepciones tibetanas algunos pueden alcanzar el estado del moksha (liberación), cuando el proceso de reencarnación se detiene, muy pocos alcanzan esta meta final. La doctrina de la reencarnación está presente prácticamente en todos los sistemas de pensamiento religiosos y filosóficos del hinduismo. En las leyendas budistas también encontramos numerosos sucesos exóticos. En una de ellas se dice que Buda se reencarnó 215 veces en todo tipo de seres, excepto en mujer, antes de convertirse finalmente en un iluminado. No obstante, la idea original del budismo es otra: guiar a la persona en la consecución de lo que ellos llaman «el nirvana». Pero ¿qué es el nirvana? Cada escuela lo describe de forma diferente, aunque lo más importante no es eso sino que allí sucede algo. Por cierto, hablemos un poco sobre la idea de la reencarnación. Podríamos decir que la reencarnación también ofrece una peculiar salvación de la muerte, pero es profundamente engañosa para la psicología humana que, por lo general, deja para mañana todo lo que le parece difícil y no quiere hacer hoy. Y es que la perfección espiritual y moral es el trabajo ascético ( podvig) de la lucha consigo mismo. Y como bien sabemos: La lucha consigo mismo Es el combate más duro. La victoria entre las victorias 5 Es la victoria sobre uno mismo. (F. Logau) . La idea de la reencarnación orienta de manera subconsciente a la persona hacia «la lucha consigo misma» en un futuro incierto, especialmente si no vive mal en este mundo. Además, la cadena de reencarnación no tiene prácticamente fin, ya que es un número infinito de muertes y nacimientos. Por lo menos, los más afortunados, como Buda, que se reencarnó «solo» 215 veces, son casos aislados. Pero el destino de la mayoría, repito, es una cadena infinita de reencarnaciones incesantes. La idea de la reencarnación también fue adoptada, casi sin ningún cambio, por la teosofía. No obstante no tiene un fundamento sólido. En primer lugar, si la reencarnación fuese la ley de nuestra existencia, cada persona tendría algún recuerdo de sus estados anteriores. De lo contrario, perdería todo el sentido el argumento principal de dicha teoría, que establece la necesidad de múltiples encarnaciones de la personalidad para que esta pueda esforzarse con el fin de purificar por completo sus pecados. John Lock, filósofo inglés del siglo XVIII, observó con justeza que si no hay memoria sobre la encarnación anterior, entonces tampoco existe la identidad personal y, por consiguiente, la reencarnación, sino que lo que se produce es el simple nacimiento de un nuevo Yo. En segundo lugar, no hay ningún hecho que confirme esta teoría. Los inusuales casos de los llamados «recuerdos» sobre las propias reencarnaciones anteriores tienen una naturaleza bien distinta, ya que son consecuencias naturales de: 6 - la sugestión ajena, incluida la de carácter telepático , o la autosugestión involuntaria a la cual suelen sucumbir las personas denominadas médiums (personas dotadas de facultades paranormales), sobre todo mujeres y niños; - determinadas enfermedades mentales en las que el enfermo puede «recordarse» a sí mismo siendo cualquier otra persona; - influencias demoníacas directas que a menudo se manifiestan en un estado poseído evidente para todo el mundo; - la manifestación de la denominada llamada memoria genética, que en determinadas condiciones puede reproducir en la consciencia las impresiones y experiencias de los antepasados, que la persona percibe como propias.

También encontramos pensamientos curiosos en la antigua mitología y religión griega. Los antiguos griegos, al igual que muchos otros pueblos que no tuvieron ninguna Revelación Divina directa, imaginaban el estado de una persona después de la muerte como algo ilusorio o algo infinitamente peor que cualquier vida terrenal. En La Odisea, por ejemplo, Homero expresa de manera elocuente el estado de la persona en el reino del Hades. Así se quejaba el semidiós Aquiles a Odiseo: «No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro, o un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, 7 a reinar sobre todos los muertos» . Aún más interesante es el estado de Hércules después de la muerte, ese gran héroe de la antigua mitología griega. Mientras las carnes mortales se consumían, los grandes dioses miraban desde el Olimpo. Así, Hércules acaba en el Olimpo, en el banquete de los dioses, mientras que su temblorosa sombra armada con arco y flechas acaba en el Inframundo. ¡En dos polos a la vez! Esta insólita idea de Homero pasó a ser para el padre Pável Aleksándrovich Florenski una de las fuentes de su concepción escatológica original. ¿De qué hablan estas extraordinarias fantasías? Por un lado, de que los antiguos griegos sentían profundamente la realidad del otro mundo y la indestructibilidad del alma, y creían en la existencia del estado de después de la muerte. Por otro lado, sin saber en absoluto cómo era este ineludible y desconocido estado, lo temían, hacían todo tipo de conjeturas y creaban expresivos mitos, como hemos visto, en un intento de dar sentido a ese misterio. Y deberíamos agradecérselo, ya que algunos de estos mitos no solo son interesantes, sino que además expresan en profundidad la idea de la retribución después de la muerte. Basta con recordar las antiguas intuiciones sobre las Islas de Bienaventurados y los Campos Elíseos para los justos, así como otros mitos más tardíos en los que se hablaba de la desesperanza del destino que esperaba a los condenados: las torturas de Tántalo, la piedra de Sísifo o los toneles de las Danaides. En otras religiones precristianas también pueden verse escenas semejantes. La sensación intuitiva de la inmortalidad y los hechos directos que la confirman (apariciones de los muertos, sus predicciones exactas, advertencias, etc.) se disolvieron en la espesa niebla de la ignorancia sobre aquel mundo. Y así ocurrió durante toda la historia precristiana de la humanidad. Incluso en la Escritura del Antiguo Testamento nos encontraremos con algo similar. Con anterioridad a los libros de los profetas, en ella se afirma de que tras la muerte, el alma de la persona se duerme o incluso muere. ¡O sea, todo el hombre, no solo el cuerpo, se convierte en polvo tras su muerte! Y solo los profetas, sobre todo los más grandes, empiezan a asegurar que tras la muerte del cuerpo el alma no desaparece, no muere y ni siquiera se duerme, sino que experimenta sufrimientos o alegría según la 8 naturaleza de la vida moral del hombre. Los profetas hablan incluso de la resurrección universal . Y esto 9 es mucho más de lo que se reveló a la humanidad precristiana .

¿QUÉ TENEMOS EN COMÚN? Todos los pueblos y religiones hablan de algún tipo de vida tras la muerte, aunque sea ilusoria. La idea de la destrucción completa de la persona tras la muerte es muy poco frecuente. La insuperable dificultad psicológica que plantea creer que la persona desaparece en la nada tras su muerte es muy común en las civilizaciones de todos los tiempos. ¡El hombre no es un animal! ¡Hay vida tras la muerte! Y no es una simple suposición, ni una creencia ingenua o vaga intuición, sino que ante todo es la vivencia por parte de toda la humanidad de una enorme cantidad de hechos que atestiguan de forma convincente que la vida de la persona se prolonga incluso una vez franqueado el umbral de la existencia terrenal. Encontramos información por todas partes, a menudo sorprendente, donde se conservan fuentes literarias. Y en todas se hila la misma idea: la persona sigue viviendo incluso tras la muerte. ¡El alma es indestructible! A este respecto es muy esclarecedor el relato de Iskul К., publicado con el nombre Neveroiatnoe dlia mnogij, no istinnoe proicshectvie (Un suceso increíble para muchos, pero verídico), que impresiona por su sinceridad y no deja ninguna duda sobre la autenticidad de lo ocurrido. Lo más interesante de este relato es el hecho de la continuidad de la conciencia en el tránsito de la vida de aquí a la de allá. Al describir el momento de su muerte clínica, Iskul explica que al principio experimentó pesadez, como una especie de presión, y luego, de repente, sintió una completa liviandad y libertad. Después, tras ver su cuerpo, empezó a comprender que este estaba muerto. Pero no perdió ni por un instante la consciencia. «Nuestra noción de la palabra “muerte” está inseparablemente ligada a la idea de cierta destrucción, del fin de la vida. ¿Cómo podía yo pensar que había muerto, cuando en ningún momento perdí la conciencia, cuando yo me sentía igual de vivo, podía verlo todo, oírlo todo, percibirlo todo, era capaz 10 de moverme, de pensar y de hablar?» . Más adelante, Iskul describe su sorpresa cuando, encontrándose en una habitación rodeado de médicos, miró por encima de sus hombros hacia donde miraban todos ellos: «Allí, sobre una cama, estaba tendido yo...» «… Llamé al médico, pero el entorno en el que me encontraba resultó ser inadecuado para mí; no percibía ni reproducía ningún sonido de mi voz, y no entendía mi absoluta desvinculación con los que me rodeaban, mi extraña soledad. Fui presa del pánico… con todas mis fuerzas intenté hacerme notar, pero todos mis intentos solo me llevaron a la más profunda desesperación. “¿Acaso no me ven?”, pensaba yo en mi desesperación, y una y otra vez volvía a acercarme a las caras inclinadas sobre mi cama, pero ninguno de ellos se volvió ni me prestó atención, mientras yo, perplejo, me examinaba a mí mismo. No entendía cómo era posible que no me 11 viesen siendo yo el mismo de siempre. Intenté palparme, pero mi mano solo hendía el aire» . Existen muchos testimonios de este tipo. A veces, las vivencias póstumas de la persona van asociadas a momentos difíciles, cuando, por ejemplo, el difunto veía ante sus ojos el vergonzoso espectáculo de la repartición de la herencia. Ya nadie hablaba del difunto, ya nadie le necesitaba (era como un objeto que solo merecía ser tirado a la basura, puesto que ya no servía para nada), ahora solo importaban su dinero y sus pertenencias. Y podéis imaginar cuál era el horror de los familiares que tanto le «querían», cuando le veían volver a la vida. ¡Cómo iba ahora a relacionarse con ellos! Mi vecino Serguéi Alekséievich Zhuravlev me contó un suceso muy interesante de su vida (1913 - 1997). Era maestro y vivía en Sérguiev Posad. Le conocía bastante bien. Era un hombre honrado que gozaba de buena salud mental, por lo que no tengo ninguna duda de la veracidad de su relato. Cuando tenía 20 años, cayó gravemente enfermo de tifus y le ingresaron en el hospital con más de 40ºC de fiebre. Y un día, en un momento dado se sintió de repente muy ligero y se vio a sí mismo tendido en la cama de la habitación del hospital. Era 1 de mayo, recordó a sus amigos e inmediatamente se encontró al lado de ellos. Estos celebraban alegremente este día festivo en plena naturaleza, acompañando su animada charla y sus risas con una botella de vodka. Serguéi intentó comunicarse con ellos, pero sus intentos fueron completamente infructuosos. Nadie se daba cuenta de su presencia ni le oía. Entonces se acordó de una chica que conocía y en ese instante se encontró al lado de ella. La vio sentada con un joven conocido y escuchó su cálida conversación, pero ellos tampoco le prestaron ninguna atención. Y en ese momento volvió en sí: «¡Pero si estoy enfermo!». E inmediatamente se vio en la habitación del hospital. Cerca de su cama había dos enfermeras con una camilla y el médico, que dijo: «Está muerto, hay que llevarlo al depósito de cadáveres». En ese momento sintió un frío terrible y oyó el grito de una mujer: «¡Está vivo!» Tras volver a la vida, la fiebre desapareció por completo. Al día siguiente le dieron el alta. Pero lo más interesante llegó después. Tras volver al trabajo, Serguéi dio a entender a sus compañeros que sabía cómo estos habían celebrado el 1 de mayo y de lo que habían hablado. Sus amigos quedaron enormemente sorprendidos e intentaron averiguar quién se lo había contado (al parecer, la conversación era confidencial). Y la chica, cuando él le contó con todo detalle la conversación que tuvo con el joven, quedó totalmente perpleja. Evidentemente surge la pregunta: si el alma no existe, ¿podría el cuerpo que aún yacía en la habitación conocer todos esos detalles de lo que sucedía fuera de los límites del hospital? 12 Y he aquí otro hecho que ocurrió con el hermano del higúmeno Nikon (Vorobiév) , Vladímir Nicoláievich. Cuando solo tenía unos siete años, le dieron sin querer un golpe en la cabeza con un palo mientras jugaba a lapta (juego ruso de pelota con pala). El golpe fue tan fuerte que perdió el conocimiento y cayó al suelo. Cuenta como se vio a sí mismo sobrevolando ese lugar, cómo veía a los chavales desconcertados alrededor de su cuerpo, cómo uno de ellos fue corriendo a su casa, y las lágrimas en los ojos y gritos con los que corría su madre hacia él desde casa, le cogía en brazos y empezaba a sacudirle. Pero allí brillaba un sol reluciente; se estaba tan bien y reinaba tal alegría que, cuando volvió en sí, empezó a llorar con todas sus fuerzas, pero no de dolor, como todos creyeron, sino porque aquí se estaba sumido en una profunda tristeza y una desagradable penumbra, como en una cueva, aunque el día era muy soleado. Sobre este suceso hablaron todos los hermanos de Vladímir Nikoláievich: el higúmeno Nikon, Aleksandr, Mijaíl y Vasili. Los sucesos de este tipo son innumerables. Estos hechos atestiguan con absoluta certeza la presencia del alma en el ser humano y la prolongación de la vida de esta tras la muerte del cuerpo. Cabe señalar que es precisamente el alma y no el cuerpo la fuente de nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias. La mente, el corazón (como órgano de los sentimientos) y la voluntad están en el alma, no en el cuerpo. Y esto es lo que siempre ha sostenido la religión. Henri-Louis Bergson, famoso filósofo francés de finales del siglo XIX, decía que el cerebro humano es solo la estación de telefonía que transfiere la información, pero no su fuente. La información llega al cerebro desde algún sitio, y este puede percibirla y transmitirla de distinta forma. El cerebro puede funcionar bien o mal, o desconectarse totalmente. Pero sigue siendo un simple mecanismo de transmisión, no el generador de la consciencia de la persona. Hoy en día, una gran cantidad de datos científicos incontestables confirman plenamente la idea de Bergson. Actualmente se publica un gran número de libros escritos por científicos sobre la vida ininterrumpida de la persona tras la muerte del cuerpo. Por ejemplo, el libro del doctor Raymond Moody Life after life (La vida tras la vida) ha causado una gran sensación en Estados Unidos. Durante los dos primeros años se vendieron literalmente unos 2.000.000 ejemplares. Muy raras veces los libros se distribuyen con tal rapidez, lo que muchos percibieron como una revelación. Y pese a que siempre se han producido bastantes hechos de este tipo, simplemente se desconocían y no se les daba importancia, por considerarse descripciones de alucinaciones o revelaciones de personas con trastornos mentales. En este caso se trata de un médico, un especialista rodeado de otros especialistas, que habla únicamente de hechos y que, además, no tiene ningún interés por la «propaganda religiosa». Puedo nombrar otros libros similares, como por ejemplo: Vasíliev, A. Vnushenie na rastoiani (Sugestión a distancia). Moscú, 1962 Vasíliev, A. Taínstvennie yavlenia chelovécheskoi psíjiki (El misterioso fenómeno de la psique humana). Moscú, 1964 W. James. Las variedades de la experiencia religiosa. México, 1910 G. Diachenko. Iz oblasti taínstvennovo (Del ámbito de lo misterioso). Moscú. 1896. Reedición: Мoscú, 1992. G. Diachenko. Dujovni mir (El mundo espiritual). Moscú, 1900 P. Kalínovski. Perejod (El tránsito). Moscú. 1991. A. Kuraiev. Kudá idiot dusha (Adónde va el alma). Troitskoe slovo. 2001. M. V. Lodyzhenski. Svet Nezrimyi (La luz invisible). San Petersburgo. 1915. M. V. Lodyzhenski. Tiómnaia sila (Fuerza oscura). San Petersburgo. 1915. Arzobispo Luca (Voino-Yasenetski). Duj, dusha i telo (Espíritu, alma y cuerpo). Bruselas. 1978. Moritz Roolings. Tras el umbral de la muerte. SPB. 1994. Serafin (Rose), hieromonje. Dusha posle smerti (El alma tras la muerte). Moscú, 1991 Sin embargo, para entender correctamente todo lo relacionado con los fenómenos del otro mundo, los ortodoxos deben ante todo leer y estudiar las obras de San Ignacio (Brianchanínov) (+1867). En primer lugar, el libro Slovo o chustvennom i dujovnom videnii dujov (Palabra sobre la visión sensorial y espiritual de los espíritus), Slovo o smerti (Palabra sobre la muerte) y Pribavlenie k slovu o smerti (Anexo a la palabra sobre la muerte) (tomo III). En estos tiempos de confusión religiosa, proporcionan una base patrística sólida para la correcta comprensión y valoración de todos los fenómenos del mundo espiritual.

«¡ESTOY EN EL INFIERNO!..»

En el libro de Moritz Roolings Tras el umbral de la muerte encontramos un concepto nuevo e importante frente a la información aportada por Moody. Moritz es un famoso cardiólogo, profesor de la universidad de Tennessee (EE.UU.), que ha devuelto a la vida a mucha gente que se encontraba en estado de muerte clínica. El libro abunda en hechos. Cabe señalar que el mismo M. Roolings no mostraba ningún interés por la religión, hasta que un día en 1977 (la narración de su obra comienza por este suceso) empezó a mirar de forma totalmente distinta al problema del ser humano, el alma, la muerte, la vida eterna y Dios. De hecho, lo que este médico describe en su libro nos obliga a reflexionar seriamente en la cuestión. Roolings cuenta cómo empezó a reanimar a un paciente que se encontraba en estado de muerte clínica. Mediante el masaje habitual en estos casos, intentaba que su corazón volviese a funcionar, lo que era algo común en su práctica. Pero ¿con qué se topó en esta ocasión por primera vez? En cuanto su paciente recobraba la consciencia durante unos instantes, chillaba»: «¡Estoy en el infierno!» «¡No pare, por favor!» El médico le preguntó qué era lo que le daba tanto miedo. «¿No lo entiende? ¡¡Estoy en el 13 infierno!¡Cuando deje de masajearme, estaré en el infierno! ¡No permita que vuelva allí!» . Y esto se repitió varias veces. Roolings escribe que, al ser él una persona físicamente fuerte, a veces ponía tanto empeño en su trabajo que en algunas ocasiones llegaba a romperles las costillas a sus pacientes. Por eso, cuando los pacientes volvían en sí le rogaban: «¡Deje de torturarme el pecho, me está haciendo daño!» En cambio, en este caso le dijeron algo muy poco habitual: «¡No pare, por favor»! A continuación, el autor explica: «Cuando le miré a la cara, la angustia se apoderó de mí. La expresión de su cara era muchísimo peor que en el momento de su muerte. Su cara estaba deformada por una horrible mueca en la que se plasmaba el terror, tenía las pupilas dilatadas, temblaba y estaba cubierto de ; en otras 14 palabras: ¡indescriptible!» . Más adelante Roolings cuenta que cuando finalmente volvió en sí, el paciente le explicó el terrible sufrimiento que había padecido en el momento de la muerte. El enfermo estaba dispuesto a soportar cualquier cosa, salvo volver allí. ¡Aquello era el infierno! Más adelante, cuando el cardiólogo comenzó a investigar seriamente casos similares, preguntó sobre este fenómeno a sus colegas, y resultó que estos se habían encontrado con muchos casos semejantes. Desde aquel momento, Roolings empezó a tomar nota de los relatos de pacientes reanimados, aunque no todos los pacientes se los confiaban. No obstante, los relatos que sí pudo recoger eran más que suficientes para convencerse de la prolongación de la vida de la persona tras la muerte. Pero ¿qué vida? En este libro, Roolings, a diferencia de Moody, no solo informa sobre los que experimentaron alegría, luz y una profunda satisfacción, y en consecuencia no querían volver de ahí, sino también sobre los que allá vieron lagos de fuego, horribles monstruos, y padecieron terribles vivencias y sufrimientos. 15 Y, como dice Roolings: «el número de casos de encuentro con el infierno aumenta rápidamente». El autor sintetiza los mensajes de los reanimados de la siguiente manera: «Afirman que la muerte —cuya idea suele asustar al hombre corriente— no es el final de la vida ni un sopor, sino el tránsito de una 16 forma de vida a otra, a veces agradable y feliz, y otras veces lúgubre y terrible» . Especialmente curiosos son los casos que atañen a los suicidas que salvó. Todos ellos (no conoce ninguna excepción) experimentaron atroces torturas. Además, estas torturas estaban relacionadas con vivencias psicológicas y espirituales, así como (principalmente) visuales. Se trataba de horribles sufrimientos. A los desdichados se les aparecían monstruos, ante cuya visión el alma temblaba. No había adónde huir o esconderse, no podían cerrar los ojos ni los oídos. ¡No había salida de ese horrible estado! Cuando una chica que intentó suicidarse con veneno volvió en sí, imploraba: «¡Mamá, ayúdame! Obliga 17 a los demonios del infierno a que se vayan... ¡Era horrible!» . Asimismo, Roolings añade otro hecho de igual importancia: la mayoría de los pacientes que le contaron las torturas espirituales que padecieron cuando se encontraban en estado de muerte clínica cambiaron drásticamente de vida moral. En otros casos, aunque guardaron silencio, se puede deducir por su vida posterior que también vivieron una experiencia horrible.

LA CARNE HUMANA CREADA POR DIOS

Actualmente, habida cuenta de la gran cantidad de hechos recogidos en la ciencia médica (no son fantasías del folclore popular, sino hechos absolutamente fidedignos) puede afirmarse, repito, con absoluta certeza, que la existencia del alma es una verdad científica indiscutible. Pese a la burda noción materialista inculcada a la fuerza en la consciencia de generaciones enteras que afirma que la persona no es más que un cuerpo, solo un animal con un ordenador en la cabeza, la realidad es que es una persona consciente de sí misma e indestructible, cuya portadora es sobre todo cierta sustancia inmortal, el alma, que tiene dos formas de existencia. La primera, la más habitual para nosotros, en el cuerpo: es decir que el alma y el cuerpo (a diferencia del espíritu) constituyen la carne de la persona. La otra forma misteriosa de existencia del alma es la que se da tras la muerte del cuerpo. El cristianismo entreabre la cortina del misterio de esa otra existencia. Para comprender este misterio de manera más completa debemos primero hablar del cuerpo como habitáculo del alma. En la enseñanza patrística se asevera que el hombre, antes de la Caída, antes de su estado actual, poseía un cuerpo espiritual, pero a la vez material o, si lo prefieren, material, pero espiritual. ¿Cómo debemos entenderlo? ¿Acaso lo espiritual y lo material no se excluyen entre sí? Según la religión cristiana, no. Al contrario, el cuerpo material solo adquiere la imagen normal de su existencia cuando se vuelve espiritual. Este fenómeno paradójico puede constatarse en el Cristo Resucitado. Recuerden cómo Cristo atravesó las puertas cerradas, apareció inesperadamente ante sus discípulos, partió el pan con ellos y... de repente, desapareció. Al mismo tiempo decía a sus discípulos: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.» (Lc 24, 39). Y esto lo decía Él tras aparecer de repente en la habitación, «estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar» (Jn 20,19). En efecto, nadie le abría las puertas. Y ¿qué sintió el apóstol Tomás, que no creía en la Resurrección, cuando Cristo apareció inesperadamente en la habitación, estando las puertas cerradas, y le dijo: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente»? Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» (Jn 20, 27-28), es decir: ¡Eres tú! En Roma, el dedo con el que el apóstol Tomás tocó el costado imperecedero de Cristo se expone incluso hoy. La verdad es que yo no creo mucho en ello, ya me disculparán. No obstante, lo importante no es si Tomás tocó el costado de Cristo con ese u otro dedo, sino que tocó la realidad que se salía de los límites de la experiencia humana habitual y se cercioró de ella, a pesar de que lo que llamaríamos su sentido común lo negase. Pero claro ¡¿cómo no iba a negarlo?! ¿Acaso es posible que la carne, la sangre y los huesos reales puedan atravesar libremente objetos materiales sin obstáculos? Para explicar este fenómeno se pueden formular todo tipo de hipótesis. No obstante, todas ellas serán como adivinar el futuro en los posos de café, puesto que «ahora vemos en un espejo, en enigma» (1 Co 13,12). Pero si lo desean, he aquí una de esas «profecías». Actualmente, gracias al conocimiento científico más profundo del espacio y el tiempo, podemos suponer que el cuerpo, siendo material, pero habiéndose convertido en espiritual, permanece fuera de nuestro espacio tridimensional, en otros «espacios» que se encuentran dentro del «nuestro». En estos espacios el cuerpo no necesita de ningún medio material para vivir. Y a través de estos «espacios», el cuerpo espiritual puede entrar sin trabas en cualquier punto de nuestro espacio-tiempo terrestre, y adquirir todas sus cualidades habituales. Pero, repito, no son más que suposiciones vistas «en un espejo, en enigma». Pero lo que sí sé con seguridad es que todos nosotros apareceremos allí antes de lo que pensamos, y «entonces veremos cara a cara» (1 Co 13, 12). Por eso no tengamos prisa y aguardemos un poco. En cuanto a que el cuerpo pueda ser espiritual, el apóstol Pablo decía sin rodeos: «Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción;… se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. […] En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad.» (1 Co 15; 42, 44, 53). El apóstol escribe sobre el estado futuro del cuerpo. Sin embargo, así era también antes de la Caída. Asimismo, según las enseñanzas de los Santos Padres, el día de la resurrección universal todos tendremos ese cuerpo espiritual que tuvo el primer hombre (incluso más perfecto), que poseía unas cualidades inusuales y extraordinarias para nuestro estado actual: no conocía la enfermedad, el dolor, el sufrimiento ni la muerte; no necesitaba ropa ni protección alguna contra las influencias externas; tampoco padecía hambre, sed, ni experimentaba deseos carnales, y, como vemos en nuestro Salvador resucitado, el cuerpo no dependía de nuestro tiempo y espacio. Y al igual que no podemos dañar al aire cuando lo golpeamos con un palo, tanto el cuerpo como el alma eran y serán invulnerables, impasibles e imperturbables por ningún tipo de sufrimiento. Por ejemplo, San Efrén de Siria (s. IV) decía: «Las brisas del Paraíso se apresuran a presentarse ante los justos: una exhala alimento abundante y otra rezuma bebida… estas brisas nutren espiritualmente a los que viven en el espíritu... Para las criaturas 18 espirituales, el alimento es el soplo del Espíritu» . «Allí lo que nutre es la fragancia del Paraíso y no el pan; y aquel soplo vivo el que sirve allí de bebida… Los cuerpos que tienen aquí sangre, y lo que fluye de ellos, allí alcanzarán una pureza igual a la del alma… Los cuerpos serán elevados al rango 19 de las almas; y el alma será ensalzada al rango del espíritu…» y permanecerá en un estado de felicidad constante. San Anastasio de Alejandría (s. IV) caracterizaba las cualidades espirituales y corporales del primer hombre con estas palabras: «[…] ya que antes del crimen de Adán no hubo ni pena, ni miedo, ni fatiga, 20 ni hambre, ni muerte» . San Antonio el Grande, hablando de esos cambios que en el cuerpo del hombre santo se producen ya aquí en la tierra, escribía: «Así el cuerpo se ciñe a todo lo bueno y se doblega ante el poder del Espíritu Santo, y cambia de forma tan drástica que al final se vuelve en cierta medida 21 partícipe de las cualidades del cuerpo espiritual que debe recibir tras la resurrección de los justos. » Lo mismo dice San Cirilo de Jerusalén: «Se alzará ese cuerpo… pero no será el mismo, será eterno. No necesitará viandas para mantenerse vivo, ni escaleras para ascender, ya que se volverá espiritual, 22 algo extraordinario que no seremos capaces de expresar…» . ¿Necesitaba alimento y cualquier otra cosa (Gn 1,29) el cuerpo creado por Dios, si incluso Cristo resucitado «comió delante de ellos» (Lc 24, 43)? San Juan Crisóstomo responde a esta pregunta de la siguiente manera: «Así, cuando resucitó, Cristo comía y bebía no por necesidad —su cuerpo no lo 23 necesitaba— sino para dar testimonio de la resurrección» . Lo mismo decía San Macario el Egipcio sobre el estado espiritual de la carne: «PREGUNTA: ¿Cómo aparecen ante Dios los cuerpos resucitados de Adán, desnudos o vestidos ? y ¿Es diferente la comida? ¿Cómo entonces puede el cuerpo cubrirse con ropas y de qué se nutre (pues todos los que viven en este siglo, hombres y mujeres, necesitan tapar sus vergüenzas y alimentarse con alimentos perecederos (comp. Jn 6, 27)? ¿Acaso los resucitados necesitarán todo esto tras liberarse de la vida terrenal? y ¿Volverán a su composición anterior o no? RESPUESTA: Esta pregunta me parece irrelevante e irreflexiva, ya que sabemos que todo el esplendor creado (сomp. Stg 1, 11) y la composición se abolirán cuando se produzca la absolución (el fin del mundo, Alekséi Ósipov), la tierra ya no dará frutos para alimentar el cuerpo y hasta el cielo pasará (comp. Mt 24, 35) con toda su belleza. ¿De dónde obtendrán los humanos su alimento y cómo se harán sus ropas, si según la palabra de Dios todo lo visible desaparecerá?¿No es obvio que se nos concederá algo más, además de todo lo visible?… Dios, que ya reviste su alma con la gloria y la llena de Su Fuego, transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo (Flp 3, 21), concediendo 24 entonces, por fin, alimento y ropajes celestiales y obras angélicas e imperecederas» . Estas son las extraordinarias cualidades que tenía y tendrá la carne humana —el cuerpo y el alma de la persona— en la vida del siglo venidero.

CONSECUENCIAS DEL PECADO DE NUESTROS PROGENITORES

La Caída de los primeros hombres, que se creyeron dioses, desembocó en cambios de carácter ontológico en la naturaleza humana. Los Santos Padres lo llaman daño original (San Basilio el Grande), corrupción heredada (San Macario el Egipcio), e incluso pecado, en la teología occidental. Más adelante, también en la nuestra se conoce como pecado original. Según los Padres, la carne de la persona —cuerpo y alma— se ha vuelto pesada y se ha cubierto de «túnicas de piel» (Gn 3, 21). San Máximo el Confesor (siglo VII) describe claramente el tipo de cambios: «Dios, habiendo asumido la condena a causa de mi pecado voluntario, es decir habiendo asumido la pasión, la corruptibilidad y la 25 mortalidad de la naturaleza [humana]...» . Estas tres cualidades se han vuelto inherentes a la naturaleza humana, todos nacemos con ellas. Cabe destacar que estos cambios en la naturaleza humana tienen un carácter puramente constitutivo, no son cambios espirituales ni morales, aunque sí constituyen un terreno movedizo en el que una persona resbala fácilmente hacia el pecado. ¿Qué se entiende por pasión? Si el cuerpo espiritual no podía sufrir, entonces la carne, al volverse «pesada», está sujeta a todo tipo de sufrimientos tanto del cuerpo, como del alma. (La palabra eslava «pasión» significa en particular «sufrimiento», de aquí «La Pasión de Cristo»). San Juan Damasceno (s. VIII) lo explica bien: «Las pasiones naturales e inmaculadas que no estaban en nuestro poder y que entraron en nuestras vidas como consecuencia de la condena que tuvo lugar por el crimen [de los primeros hombres], como por ejemplo: el hambre, la sed, la fatiga, el trabajo, el llanto, la descomposición, la evasión de la muerte, el miedo, la agonía ante la muerte que provoca sudor, las 26 gotas de sangre, etc., todo lo inherente al ser humano por naturaleza» . Pero estas pasiones originales (sin pecado, «irreprochables», como dice San Máximo el Confesor) deben distinguirse de la pasión pecadora, que surge en el hombre como resultado de los pecados cometidos y como consecuencia de su herencia pecaminosa. San Gregorio de Nisa explica la aparición de las pasiones pecaminosas en el ser humano de la siguiente manera: «En cambio, el esclavo satisface su necesidad mediante las pasiones: en lugar de alimento busca el placer de las entrañas; prefiere los adornos a la ropa, las estancias lujosas, a la comodidad de las habitaciones; en lugar de dar a luz a hijos dirige su vista hacia los placeres prohibidos e ilegales. Por eso entraron en la vida humana por la puerta grande la codicia, la 27 molicie, el orgullo, la vanidad y el libertinaje de todo tipo» . ¿Qué significa corruptibilidad? Observen a un niño y a un anciano. Este es el proceso de la corruptibilidad. ¡He aquí lo que hace con la persona! La corruptibilidad es la cualidad que el hombre tiene en común con el mundo animal. Al igual que los animales nacen, viven, sienten, sufren, gozan, envejecen y mueren no solo en cuerpo, sino en su alma animal, exactamente lo mismo sucede con el hombre, en virtud de su triple composición y de la unidad con el mundo animal. En esta afinidad con la creación más primaria consiste su mortalidad, la de la carne, pero no del espíritu, que es inmortal. Así son las tres principales enfermedades que surgieron en nuestra naturaleza a causa de la Caída de nuestros ancestros, que se transmiten a todas las personas sin excepción. Todas juntas reciben el desacertado nombre de «pecado original». Ya que en este caso, como vemos, la palabra «pecado» no alude a la culpabilidad personal de cada uno de los descendientes de Adán por su pecado, sino a un único daño presente en todos, el estado enfermizo de la naturaleza humana. Pero, además del pecado original y personal, existe también el pecado ancestral. Los padres y los antepasados transmiten a sus descendientes no solo enfermedades físicas y psicológicas, sino también espirituales (por ejemplo, la envidia expresada con fuerza, la ira, la codicia, etc.). Si bien todos nacemos con estas enfermedades, se manifiestan de forma distinta en cada uno de nosotros. Y aunque el ser humano no responde ante Dios de estas enfermedades heredadas, sí debe responder moralmente de su actitud hacia ellas, es decir, de si lucha contra ellas o por el contrario las desarrolla. Esta naturaleza pecaminosa heredada es la que se denomina pecado ancestral. Solo Jesucristo tuvo una naturaleza totalmente inmaculada, es decir no solo no pecó sino que fue sustraído de la corriente del pecado ancestral por ser fruto del Espíritu Santo y de la Virgen María. Sobre esto hablan los Santos Padres. Por ejemplo, San Gregorio Palamás decía: Cristo «fue el único que ni fue concebido ilegítimamente, ni 28 llevado en el vientre del pecado» . Así pues, se utiliza la misma palabra, «pecado», para dar nombre a tres fenómenos totalmente distintos. Pero en su sentido directo, el término pecado alude solo al pecado personal. El pecado original y el pecado ancestral se denominan pecado en sentido figurado, por ser enfermedades heredadas y no actos personales de los cuales solo es responsable la persona. La incomprensión de esta diferencia terminológica lleva a graves extravíos doctrinales, uno de las cuales tiene que ver con la naturaleza humana asumida por Dios Verbo, de lo que se deriva el principal dogma cristiano: el sentido del sacrificio de Cristo. Al interpretar el pecado original como la culpa de todos los pueblos (enseñanza de la Iglesia Católica) se saca la conclusión errónea de que Dios Verbo no asumió nuestra naturaleza «pecadora», sino la naturaleza original impasible, inmortal e imperecedera del primer Adán. Así lo enseñaban el monofisismo, el monotelismo y el aftartodocetismo, condenados por los Concilios Ecuménicos. Por ejemplo, de acuerdo con la enseñanza de Juliano de Halicarnaso, heresiarca de los aftartodocetas, «cuando se encarnó, Cristo asumió el alma y el cuerpo que tenía Adán antes de la Caída. Si Cristo se 29 cansaba, tenía hambre, lloraba, etc., lo hacía solo porque quería, no por necesidad» . Este error, a primera vista puramente especulativo, tendrá unas consecuencias nefastas para el cristianismo: la negación real del sentido de la Pasión de Cristo en la Cruz. ¿Cómo podía Cristo sufrir y morir si poseía una naturaleza impasible e inmortal? La aseveración de los aftartodocetas, así como del Papa Honorio, que fue condenada por el Concilio Ecuménico y según la cuál Cristo, durante su vida terrenal, hacía mediante algún acto específico que Su cuerpo estuviese hambriento, sediento, sufriente, lloroso y, al final, mortal, parece un juego fantástico. San Juan Damasceno se oponía a ello con todas sus fuerzas: «Así, —escribía— es un sacrilegio decir, como afirmaban los insensatos Juliano y Gayano, que el cuerpo del Señor... era imperecedero antes de la resurrección. Pues si hubiese sido imperecedero, no hubiera tenido la misma esencia que nosotros, y también hubiese sido ficticio lo que el Evangelio dice que ocurrió: el hambre, la sed, los clavos, la perforación del costado y la muerte. Y si esto sucedió solo de forma ficticia, el misterio de la economía divina hubiese sido una mentira y un engaño. Él se habría hecho hombre solo en apariencia, no en realidad, y nuestra salvación sería ficticia y no verdadera. ¡Pero no es así! Y los que lo afirman 30 se privan de participar en la salvación» . De hecho, si el Hijo de Dios curó la naturaleza humana ya en la Encarnación, habiéndola asumido impasible, imperecedera e inmortal, entonces la Cruz se vuelve innecesaria. De esta forma se abole la idea principal del Cristianismo: el sacrificio de Cristo en la Cruz, y se entabla una batalla directa contra la cruz. Por esto San Atanasio el Grande, indignado por el hecho de que algunos atribuyesen las cualidades del primer hombre a la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios, escribía: «¡Que callen aquellos 31 que aseguran que la carne de Cristo es inaccesible a la muerte pero inmortal en esencia!» . Lo mismo afirmaban muchos Padres de la Iglesia. Por ejemplo, Gregorio Nacianceno (s. IV) decía: «Él (Cristo) se cansaba, tenía hambre y sed, estaba en un estado de lucha y lloraba conforme a la ley de la naturaleza 32 corporal» . San Efrén de Siria clamaba: «Era hijo de aquel Adán sobre el que reinaba la muerte, como 33 decía el Apóstol» . Gregorio Palamás afirmaba: «La palabra de Dios asumió la misma carne que 34 nosotros, y aunque fuese totalmente pura, era mortal y enfermiza» . La comprensión litúrgica de dicha cuestión se expresa por ejemplo en La Oración desde el Ambón de la Liturgia de los Dones Presantificados celebrada el Lunes Santo en Jerusalén. Contiene las siguientes palabras: «Oh, Rey de los siglos... Cristo, nuestro Dios... Tú que has tomado nuestra pobre naturaleza... no conoces las pasiones por tu naturaleza Divina, sino que te has revestido de la naturaleza pasional y mortal por propia 35 36 voluntad» . En los oficios de nuestra Iglesia existen numerosos textos de este tipo . Los Santos Padres afirman que el Hijo de Dios se unió a la naturaleza humana en todo, excepto en el pecado, es decir, en el daño original, pero sin el pecado ancestral, y por eso es totalmente puro en espíritu. No fue a través de su Encarnación, sino de los sufrimientos de Cristo en la Cruz, como Dios curó el daño original de la naturaleza humana, y la resucitó. Sobre esto se escribe claramente en la Epístola a los hebreos: «Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo [Dios] llevara muchos hijos a la gloria [Jesucristo] perfeccionando [teleiîsai: hizo perfecta] mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación.» (Heb 2, 10). Por esto San Máximo el Confesor escribía: «La inmutabilidad del libre albedrío devolvió a esta naturaleza la impasibilidad, la 37 esencia imperecedera y la inmortalidad por medio de la Resurrección» . La mortalidad, la corruptibilidad y el sufrimiento —cualidades de la naturaleza humana caída— son las excrecencias (túnicas de piel [Gn 3,21]) sobre un cuerpo sano, que Cristo curó por medio de su muerte de mártir al asumir la humanidad. Y, al resucitarla, se convirtió en el nuevo Adán, que abrió las puertas del Reino de Dios a todas las personas capaces de renacer espiritualmente. El cristianismo cree en la futura resurrección universal, cuando la naturaleza humana se alzará curada, gloriosa y plenamente espiritual, gracias a los sufrimientos y la Resurrección de Cristo. Sin embargo, para recibir la nueva carne, cada persona debe despojarse de las túnicas de piel, es decir, la muerte del cuerpo. Incluso la Madre de Dios traspasó las puertas de la muerte para adquirir un cuerpo nuevo, espiritual. Cabe señalar que tanto el Catolicismo como el Protestantismo contienen numerosos equívocos de carácter doctrinal sobre estas y otras cuestiones, tanto relacionados con el credo como con la vida espiritual (la noción de la corrupción del primer hombre, el sacrificio de Cristo, las condiciones de la salvación, el pecado y las virtudes, los sacramentos, el estado del alma después de la muerte, las plegarias por los difuntos, la vida espiritual...).

¿DÓNDE RESIDE EL ALMA TRAS LA MUERTE DEL CUERPO?

¿Qué dice al respecto la Sagrada Tradición de la Iglesia Ortodoxa? El contacto de la persona con el otro mundo suele empezar ya antes de la muerte, y a menudo el alma se queda totalmente perpleja ante la realidad tan diferente que se abre ante ella. Numerosos hechos lo atestiguan. He aquí dos casos verídicos que conozco. Mi tío estudiaba en Tula. Tras recibir un telegrama en el que le comunicaban la muerte de su madre, que vivía en el pueblo, se puso en camino de inmediato hacia su casa. Muy entrada la noche, llegó a la ciudad de Plavsk, que se encontraba a 15 kilómetros de su pueblo. A esas horas no pasaba ningún medio de transporte, e ir a pie le daba miedo, pero lo hizo. Al salir de la ciudad, quedó asombrado al ver claramente a su madre, que caminaba delante de él. Se lanzó tras ella para alcanzarla, pero fue en vano. En cuanto empezaba a aligerar el paso, su madre también lo aceleraba. Y esto continuó hasta que llegó al pueblo, donde la visión desapareció repentinamente. Así, el alma de la madre se le apareció al hijo y le animó en aquel momento difícil de su vida. Otro de mis tíos, mientras moría en plena consciencia ante los ojos de todos nuestros familiares, de repente anunció: «Han llegado dos, vosotros ya no podréis ayudarme». Os cito otro hecho no menos asombroso. En 2001, mi hermana leía la oración vespertina, cuando de repente ante ella, ligeramente a la izquierda de los iconos, apareció por un instante su sobrino, con la cara especialmente iluminada. Ante la sorpresa, mi hermana grito: «¡Huy, Volodia!», y vino corriendo a contárnoslo. Al día siguiente nos comunicaron que Volodia había fallecido la tarde anterior. Hay una cantidad innumerable de sucesos asombrosos de este tipo, que no pueden explicarse por causas naturales. Estoy seguro de que prácticamente cada uno de nosotros ha oído o se ha encontrado con algo similar. La tradición eclesiástica consolidada afirma que durante los dos o tres primeros días después de morir (aunque nuestro tiempo no puede equipararse a la categoría que llamamos Eternidad), la persona, o más bien su alma, se encuentra en condiciones de «gravedad terrestre». Una vez allí en la eternidad, no se desprende inmediatamente de los intentos de relacionarse de la forma habitual con sus familiares y allegados. En las Constituciones apostólicas (s. IV) encontramos indicaciones directas de rememorar a nuestros difuntos el tercer, noveno y cuadragésimo días y el aniversario anual, como días especiales para ello. (En lo sucesivo, en la Iglesia se empezaron a celebrar panijidas universales, en las que se reza por todos los difuntos, incluso por los que no han recibido sepultura eclesiástica por la razón que sea). Encontramos una interesante explicación sobre estos días de conmemoración en los escritos de San Macario el Grande (s. IV), quien preguntó al ángel: «Cuando los Padres de la Iglesia deben realizar una ofrenda a Dios por los difuntos al tercer, noveno y cuadragésimo días, ¿qué beneficio obtiene el alma del difunto?». El ángel contestó: «Dios no permitió que en Su Iglesia hubiese nada que no fuese necesario y provechoso; pero dispuso en ella sacramentos celestiales y terrenales, y ordenó administrarlos. Cuando al tercer día se realiza la ofrenda en la Iglesia, el alma del difunto recibe del Ángel que la guarda el alivio de la aflicción que le ha producido la separación del cuerpo, alivio que obtiene por las alabanzas y ofrendas realizadas por ella en la Iglesia de Dios, por las cuales en ella nace una saludable esperanza. Ya que durante dos días se permite al alma que ande con sus Ángeles acompañantes por la tierra, allá donde desee. Por eso el alma, que quiere a su cuerpo, en ocasiones vaga por las proximidades de la casa donde se desprendió de él, o incluso cerca del ataúd en el que este está depositado, y de esta manera pasa dos días como un ave en busca de nido. En cuanto al alma virtuosa, visita los lugares donde acostumbraba a obrar justicia. Y al tercer día El que resucitó de entre los muertos ordena a toda alma cristiana que, en imitación de Su resurrección, suba al cielo para adorar al Dios de todos.» Así pues, la Iglesia tiene el hábito de ofrecer una ofrenda y una plegaria por el alma al tercer día. Tras la adoración a Dios, Él ordena que se le muestren al alma las distintas y agradables moradas de los Santos y la belleza del paraíso. Todo eso contempla el alma durante seis días, sorprendiéndose y alabando al Creador de todo, Dios. Contemplando todo esto, el alma experimenta un cambio y olvida la aflicción que sentía cuando se encontraba en el cuerpo. Pero si es culpable de haber pecado, al observar el gozo de los Santos empieza a lamentarse y a reprocharse a sí misma: «¡Ay de mí! ¡Cuánto me agitaba en aquel mundo! Al dejarme arrastrar por el deseo de satisfacer mis pasiones, pasé la mayor parte de mi vida despreocupada, sin servir a Dios como debía para ser digno de esta gracia y esta gloria. ¡Pobre de mí!». Tras contemplar durante seis días toda la alegría de los justos, los Ángeles vuelven a elevar el alma para adorar a Dios. Por lo tanto, la Iglesia hace bien al celebrar un oficio y realizar una ofrenda por el difunto el noveno día. Después de la segunda adoración, el Señor de todos ordena que se acompañe al alma hasta los infiernos y que se le muestren los lugares de tortura, sus distintos sectores, y la variedad de torturas de los impíos, donde las almas de los pecadores lloran sin cesar y se oye el rechinar de sus dientes. Durante treinta días, el alma recorre temblando estos diversos lugares de tormento para no ser condenada ella misma a quedar recluida en ellos. Al cuadragésimo día, vuelve a elevarse para adorar a Dios. Entonces el Juez determina el lugar que le corresponde, según hayan sido sus obras».

MENSAJES DEL MÁS ALLÁ

A menudo se oyen preguntas del tipo: ¿Pueden las almas de los difuntos aparecer ante nosotros? Y estas preguntas no siempre reflejan simple curiosidad. Se conocen numerosos casos en que los difuntos aparecían en los sueños de sus allegados para comunicarles algo importante. Lo hacían mientras estos dormitaban o estaban despiertos, o se les aparecían en la realidad. Así, por ejemplo, tres meses antes de su muerte, a San Filareto (Drózdov), metropolitano de Moscú, se le apareció en sueños su difunto padre y le dijo: «Recuerda el día diecinueve». Efectivamente, el metropolitano falleció el 19 de noviembre. Hay una gran cantidad de casos similares. Asimismo, se sabe de muchos casos absolutamente fidedignos sobre la aparición de recién fallecidos ante sus familiares o allegados. Pueden encontrarse numerosos casos de esta índole en la obra Duj, dusha i telo (Espíritu, alma y cuerpo) del arzobispo Luca Voino- Yasenetski, en los libros Mnogoobrazie religuióznovo ópyta (Diversidad de la experiencia religiosa) de V. James, Tiomnaia sila (Fuerza oscura) de М. Lodyzhenski, Taínstvennye yavlenia chelovécheskoi psíjiqui (El misterioso fenómeno de la psique humana) de Vasíliev A. y O zhizni posle smerti (Sobre la vida tras la muerte) de K. G. Yunga, entre otros. No obstante, el anhelo de ver al difunto, de saber cómo está allí, es muy peligroso. Y, como cristiano, estas apariciones deben tratarse de manera extremadamente responsable. Los Santos Padres advierten rigurosamente de que no solo no deberíamos buscar el contacto con el otro mundo, sino que además debemos evitarlo por todos los medios y no confiar en la información que se nos presente en sueños o en la realidad, y menos aún, en algún tipo de sesiones de espiritismo, donde supuestamente se convoca a las almas de las personas fallecidas. A veces los mensajes del más allá se hacen realidad. El peligro de estas «materializaciones» radica en que la persona empiece a confiar en sus sueños, visiones, etc., y que después los demonios le muestren tales cosas, que acabe con la soga al cuello. Algo horrible. En caso de que fuese necesario, Dios encontrará el medio de sugerir a la persona lo que necesita. Por cierto, las estadísticas indican que, por regla general, los que practican el espiritismo acaban teniendo trastornos mentales, y muchos de ellos se suicidan. El bienaventurado Juan Casiano describe lo que sucedió con un monje que, siendo un asceta estricto, empezó a confiar en los sueños y se condenó. He aquí el mensaje: «El Diablo, en su afán de atraerle, a menudo le mostraba sueños verdaderos [es decir, que se hacían realidad] para hacerle caer en la tentación en la que quería implicarle después. Así, una noche le mostró por un lado a cristianos junto con apóstoles y mártires, umbríos, cubiertos por todo tipo de infamias, extenuados por el dolor y el llanto; y por otro lado le mostró al pueblo hebreo con Moisés, los patriarcas y los profetas, en el esplendor de una luz radiante y viviendo en gracia y alegría. Entretanto, el tentador le aconsejaba que se hiciese la circuncisión [es decir aceptase el Judaísmo] si quería participar en la beatitud y la alegría del pueblo hebreo, y el monje tentado se la hizo. De todo lo dicho se deduce claramente que todas las personas sobre las que hemos hablado no hubiesen sido ridiculizadas de la forma más 38 lamentable y calamitosa si hubiesen tenido el don de la sensatez» . San Juan Clímaco escribía: «Mas el que a sueños como estos da crédito se asemeja al que corre 39 tras su sombra para darle alcance» . «Los que empiezan a dejarse subyugar por los demonios en sus sueños terminan siendo engañados fuera de ellos. Quien cree en los sueños, no es hábil en absoluto; y 40 quien no tiene en ellos ninguna fe ama la sabiduría» . Ahora, en Occidente —aunque nosotros tampoco nos quedamos atrás— existe cierta afición pasajera al misticismo, o, para ser más precisos, a lo que describe la palabra latina «ocultismo». Todos anhelan conocer lo que hay allí. Según los resultados de algunas encuestas, se ha averiguado que, por ejemplo, el 42% de los estadounidenses han entrado en contacto con «difuntos», según creen, y 2/3 partes han experimentado percepciones extrasensoriales. Esto ya es un verdadero desastre nacional. La gente ni siquiera sospecha que este tipo de información solo puede provenir de los espíritus de la mentira y del demonio, y no entienden el peligro que entraña entrar en contacto con tales «almas». Pero no son los difuntos quienes hablan con ellos, sino los demonios que han tomado la apariencia de los fallecidos. Por eso los santos ortodoxos, que conocían a la perfección la naturaleza de tales fenómenos, no solo no buscaban encuentros de este tipo, sino que a fin de evitar un error fatal rechazaban por completo recibir cualquier visión o dar un significado a los sueños. San Gregorio el Sinaíta (s. XIV) advertía: «Nunca aceptes lo que veas, sea sensible o espiritual, esté en el exterior o el interior, aunque sea la imagen de Cristo, de un Ángel o de un Santo... Quien lo acepta... se deja seducir fácilmente... Dios no se indigna con quien se escucha a sí mismo concienzudamente, si este, por temor a la tentación, no acepta lo que 41 viene de Él..., sino que con mayor motivo lo elogiará como hombre sabio» . Se pueden encontrar innumerables hechos relacionados con apariciones del otro mundo y con distintos y misteriosos fenómenos (predicciones, telepatía, poltergeist, visiones de los difuntos en la vida real y en sueños insólitos), ocultismo, espiritismo, etc., por ejemplo, en los interesantes libros del arcipreste Gregori Diáchenko: Iz oblasti taínstvennovo (Del ámbito de lo misterioso), Moscú 1896, y Dujóvnyi mir (El mundo espiritual), Moscú 1900, suplemento del primero. A quienes interese la concepción patrística de estas cuestiones, les recomiendo el capítulo 46 de O snovideniaj (De los sueños) del quinto tomo de la obra de San Ignacio (Brianchanínov), así como su tercer tomo de Asketícheskij opytov (Experiencias ascéticas), donde se encuentra Slovo o chúvstvennom i dujovnom videnii dujov (Palabra sobre la visión sensorial y espiritual de los espíritus), Slovo o smerti (Palabra sobre la muerte), Pribavlenie k slovu smerti (Anexo a la palabra sobre la muerte) y O suschestve sotvorennyj dujov i dushi chelovécheskoi (Sobre la esencia de los espíritus creados y el alma humana). Aquí podrá encontrar gran cantidad de interesantísimos casos de apariciones tanto de ángeles como de demonios; encontrará también la enseñanza patrística sobre los espíritus, cómo distinguirlos, su influencia en el hombre, y, lo más importante, sobre la correcta actitud de la persona ante los distintos fenómenos del más allá (místicos), sobre formas de resistirse a «visitantes no invitados», así como serias advertencias basadas en la experiencia de los Santos Padres de evitar por todos los medios el contacto —ya sea visual, auditivo, mental o sensorial— con el otro mundo. ¡Así se comportaban todos los Santos! Y nosotros pecadores debemos tener aun mayor cuidado.

«ACEPTA LAS COSAS TERRENALES COMO UN DEBILÍSIMO REFLEJO DE LAS CELESTIALES»

¿Qué sucede con el alma al cabo de tres días? Lo que encontramos fuera del cristianismo no son más que fantasías, es decir, nada que sea razonable ni fidedigno. En cambio, la Ortodoxia entreabre a la persona aquel mundo desde un punto de vista extraordinariamente importante para esta vida. Nos referimos a los «mytarstva» o pruebas por las que atraviesa el alma justo después de la muerte del 42 cuerpo . Macari, metropolitano de Moscú, (s. XIX), hablando del estado del alma después de la muerte, escribía: «Cabe señalar, sin embargo, que al ser inevitable que atribuyamos rasgos más o menos sensoriales y antropomórficos a la imagen que tenemos de los objetos espirituales, por estar como estamos revestidos de carne, estos rasgos se admiten en parte en la detallada enseñanza sobre lo mytarstva. Por lo tanto, debemos recordar con firmeza la advertencia que hizo el Ángel a Macario el Grande, en cuanto empezó a hablar de las pruebas del alma (mytarstva): ”Acepta aquí las cosas terrenales como un debilísimo reflejo de las celestiales”. Es preciso que en la medida en que podamos no atribuyamos a las pruebas su sentido más burdo y sensorial, sino su sentido espiritual, y que no nos agarremos a las distintas particularidades que nos presentan los distintos escritores y 43 relatos de la misma Iglesia sobre la única idea básica de lo que son» . No debemos olvidar bajo ninguna circunstancia estas palabras del Ángel cuando estamos en contacto con mensajes sobre el otro mundo y relatos sobre estas pruebas. Estaba en su lecho de muerte el obispo Serguéi de Smolénsk y Dorogobúrsg (Smirnov, +1957), gentil anciano y persona muy agradable, aunque difícilmente podríamos llamarle hombre espiritual y asceta. Su muerte fue muy ilustrativa: miraba continuamente a su alrededor y repetía: «Nada es como debiera». Su sorpresa era comprensible. Aunque estamos seguros de que allí nada debe ser igual, involuntariamente seguimos imaginándonos aquella vida a imagen y semejanza de esta. Tanto el infierno y el paraíso, según Dante o Milton, como las pruebas o mytarstva vuelven a concordar con aquellas imágenes que observamos con curiosidad en diferentes folletos. Queramos o no, no podemos apartarnos de estas primitivas nociones terrenales. Bueno, ¿y cómo podría ser de otro modo? Uno de los enfoques que se aplican para comprender la realidad del otro mundo lo podemos encontrar en la ciencia actual, que por ejemplo describe para el gran público el mundo del átomo por medio de analogías terrenales. Así, los físicos que estudian las «partículas» elementales afirman que en el macrocosmos —en nuestro mundo— no hay nociones que sean capaces de explicar adecuadamente la realidad del microcosmos. Por eso, para presentárselas de alguna forma al público, se ven obligados a encontrar e inventar palabras, nombres e imágenes tomadas de nuestra experiencia habitual. Es cierto que a veces se dibuja una imagen fantástica, pero la idea que pretende transmitir resulta cuando menos clara. De esta forma, por ejemplo, explica el comportamiento del átomo el creador de la primera bomba atómica, Robert Oppenheimer: «Si preguntamos si la posición del electrón es constante, la respuesta es “no”; si preguntamos si la ubicación del electrón cambia a lo largo del tiempo, la respuesta es “no”; si preguntamos si el electrón está inmóvil, la respuesta es “no”; si preguntamos si el electrón está en 44 movimiento, la respuesta es “no” . O tomemos la noción de «onda-partícula». Si lo pensamos detenidamente, suena bastante absurdo, ya que una onda no puede ser una partícula, ni una partícula puede ser una onda. Pero con la ayuda de esta paradójica noción, que no tiene cabida en lo que denominamos sentido común, los científicos intentan expresar el carácter dual de la naturaleza de la materia en el nivel de las partículas elementales del átomo (que, según la situación en particular, se manifiestan como una partícula o como una onda). La ciencia presenta una gran cantidad de paradojas similares. ¿En qué pueden resultarnos útiles? En que demuestran que si las capacidades del ser humano son tan limitadas a la hora de conocer y explicar por medio de la «lengua de los humanos» incluso la realidad de este mundo, es evidente que estas capacidades serán mucho más limitadas a la hora de entender el otro mundo. Por eso todas sus descripciones tienen un carácter simbólico y condicional. En la Biblia se utiliza con mucha frecuencia el antropomorfismo, es decir la representación de Dios como hombre. Y lamentablemente, a menudo somos propensos a aceptar las imágenes y analogías de estas descripciones del otro mundo como la realidad misma, de lo que se derivan nociones totalmente distorsionadas no solo del paraíso, el infierno, las pruebas o mytarstva, etc., sino también de la vida espiritual, la salvación o el mismo Dios. Estas distorsiones pueden fácilmente inducir al cristiano a error y conducirle al paganismo. ¿Y puede haber algo peor que un cristiano pagano? San Juan Casiano escribía al respecto: «Si debemos entender estos y otros pasajes de las Escrituras de forma literal, en el sentido sensorial más burdo, resultará que Dios duerme, se despierta, se sienta y anda, se dirige a alguien y le da la espalda, se acerca, se aleja y tiene los miembros del cuerpo del hombre: cabeza, ojos, manos, piernas, etc. De igual modo que todo esto no puede darnos una idea, sin cometer excesivo sacrilegio, de Aquel, Quien, según atestiguan las Escrituras, es invisible, indescriptible y omnipresente, tampoco podemos sin blasfemar atribuirle una 45 indignación iracunda y furiosa ». No obstante, parece que todas las descripciones de este tipo nos permiten empezar a entender algo, pero... Y este «pero» es lo principal que debemos tener en cuenta en nuestro intento de comprender los mytarstva y, en general, la existencia del alma después de la muerte. Las realidades de allí son totalmente distintas. Nada es igual que aquí. Así pues, cuando el Ángel le hablaba a San Macario de las cosas celestiales y terrenales, se refería sobre todo a las pruebas que atraviesa el alma tras la muerte del cuerpo. Y el porqué de la advertencia está claro: con toda la simplicidad que guarda la noción terrenal de estas pruebas, en realidad tienen un sentido celestial totalmente distinto y profundamente espiritual, que no tienen en ninguna de las demás enseñanzas religiosas, incluidas otras confesiones. Así, el Catolicismo, por ejemplo, con su dogma sobre el purgatorio y su doctrina sobre lo que denominan el limbo, ha distorsionado profundamente la imagen del estado de la persona después de la muerte. El purgatorio es un lugar de sufrimientos en el que se expía la escasez de los llamados méritos del hombre para satisfacer la justicia de Dios. El limbo es el lugar situado entre el Paraíso y el purgatorio donde se encuentran las almas de los niños no bautizados, quienes ni sufren ni gozan. (Este es el absurdo teológico al que puede llegarse si se desoye la enseñanza patrística). La tradición de la Iglesia dice que después de la muerte del cuerpo, el alma pasa primero por las moradas del paraíso, y a continuación, en la mayoría de los casos, atraviesa las denominadas pruebas o mytarstva. Tanto unas como las otras son una especie de exámenes para el alma. Y como cualquier examen, pueden naturalmente superarse de distintas maneras. «Cuando nuestra alma se separa del cuerpo, —dice San Cirilo, arzobispo de Alejandría (s. V)— por un lado comparecerán ante nosotros las huestes y fuerzas celestiales, y por otro, las fuerzas de la oscuridad, los hacedores del mal, los jefes celestiales de las pruebas del alma (mytarstva), torturadores y acusadores de nuestros actos... Después de verlos, nuestra alma se indignará, se estremecerá y temblará. Confundida y horrorizada, empezará a buscar la protección de los ángeles de Dios; sin embargo, al ser recibida por los santos ángeles, tras atravesar bajo su protección el espacio aéreo y elevarse a las alturas, se enfrentará a todo tipo de pruebas (como si de un tipo de puesto fronterizo o aduanero se tratara donde se exigiese el pago de un impuesto) que le cerrarán el paso al 46 Reino, y bloquearán y frenarán su anhelo de alcanzarlo» .

EXAMEN DEL BIEN DESPUÉS DE LA MUERTE

De acuerdo con la tradición de la Iglesia, tras su estancia de tres días ante el ataúd, el alma del difunto contempla durante seis días las moradas del paraíso y al cuadragésimo día se le muestran las torturas del infierno. ¿Cómo podemos entender estas imágenes terrenales, estas «cosas terrenales»? El alma, que por naturaleza es habitante del otro mundo, se libera del pesado cuerpo y adquiere la capacidad de ver el otro mundo tal y como es. Allí todo se abre ante ella. Y si en condiciones terrenales, como escribe el Apóstol Pablo: «Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara.» (1 Co 13, 12). Es decir, tal y como es en realidad. Esta visión o cognición, a diferencia de la cognición terrenal que en esencia tiene un carácter externo y objetivo, adquiere tras la muerte del cuerpo el carácter de comunión con lo cognoscible. En este caso, comunión significa la unión del que conoce con lo cognoscible. Allí el alma entra en contacto y unión directa con el mundo de los espíritus, ya que ella misma es un espíritu. Pero ¿con qué tipo de espíritus se une el alma? Con aquellos cuyo estado espiritual es semejante al suyo. Podemos suponer que cada virtud tiene su espíritu, su ángel, al igual que cada pasión tiene su espíritu, su demonio. Pero ya hablaremos de esto más adelante. ¿Cómo podemos entender lo que sucede con el alma entre el tercer y el noveno día? Por algún motivo, se suele creer que el alma solo pasa la prueba de los mytarstva. Sin embargo, no cabe ninguna duda de que el alma no solo «se conoce» ante las tentaciones del mal y las pasiones, sino también ante el bien. La única diferencia es que mientras lo primero está asociado con la visión de los demonios y sus amenazas y, en consecuencia, con los sufrimientos, lo segundo, por el contrario, deleita al alma con la contemplación de la belleza de las virtudes de los ángeles y los santos, de su amor. Pero incluso en este caso el alma «pasa un examen». ¿Y en qué consisten estos exámenes? En revelar las buenas cualidades que ha adquirido durante su vida terrenal, las cosas sublimes y puras que pretendía alcanzar y los ideales a los que sirvió. Así pues, transcurridos tres días, empieza este tipo de pruebas del bien para la persona. El alma pasa por delante de todas las virtudes (según el Apóstol: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre dominio de sí, etc. [Gl 5,22]). Por ejemplo, aparece ante la misericordia. ¿La percibirá como un tesoro espiritual al que aspiraba, pese a que no pudo ponerla en práctica plenamente en las condiciones de la vida terrenal o, por el contrario, la crueldad adquirida apartará al alma de esta virtud, como si se tratase de algo extraño e inaceptable? ¿Se unirá al espíritu de la misericordia o lo rechazará? Así, durante los seis días terrenales tiene lugar la prueba del alma en lo que concierne a su apego al bien, al amor, a la castidad... Como resultado de este «examen» y ya sin las «gafas de cristales rosas», el alma verá todo el alcance de su bien verdadero en lugar del ficticio, verá el auténtico rostro de sus virtudes y buenas obras. Esto tendrá una gran trascendencia para su posterior autodeterminación. Indudablemente, el alma que ha aspirado a la verdad, la justicia y el amor en su vida terrenal, al ver aquí toda la belleza divina que guardan se dirigirá naturalmente a ellos con todas sus fuerzas y pasará a ser una con ellos en la medida de su pureza espiritual. Y por eso ya no estará sujeta a los mytarstva, como atestigua el mismo Señor (En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5,24), o el ejemplo de los santos, que ascendían directamente a las moradas celestiales. De aquí se desprende claramente el motivo por el que las almas de los difuntos conocen primero el paraíso, en lugar del infierno. ¿Por qué debe el alma, tras mostrar su voluntad de consagrarse a Dios y su capacidad de recibir el Reino de Dios, experimentar el contacto con el mal, las detestables atrocidades y los demonios? El mejor ejemplo es el del buen ladrón. Fue el primero que entró en el paraíso sin sufrir las tentaciones de las pruebas, aunque, según todas las nociones terrenales de justicia, debería haber sido sometido a ellas con toda su fuerza. Este hecho demuestra la gran trascendencia del sacrificio de Cristo, que libera del poder y la tortura de los demonios a todo el que se ha humillado y arrepentido sinceramente, tanto en la vida terrenal, como después de la muerte. Por eso podemos creer firmemente que los cristianos que viven según la consciencia evangélica heredan la vida eterna ya al noveno día, habiendo evitado todas las pruebas o mytarstva.

Y EL EXAMEN DEL MAL

Los mytarstva no son un castigo de Dios por los pecados cometidos, sino la última medicina para los gravemente enfermos, los que no solo sucumbieron a las pasiones, sino que también las justificaron, los que no se arrepintieron y «alcanzaron» una alta opinión de sí mismos, sus virtudes y sus méritos ante Dios y la gente. Para este tipo de alma los «mytarstva» representan el medio perfecto de conocimiento de su propio fondo, ya que sin este conocimiento es imposible convertirse a Cristo y recibirlo, es imposible salvarse. De esta forma, el alma que no ha resistido el «examen» del bien se enfrenta por desgracia a otras pruebas durante 30 días. Empiezan los mytarstva. La literatura biográfica habla con mucha mayor frecuencia de estas pruebas que de la contemplación de la belleza del Reino de los santos. Aparentemente, el motivo es que la mayoría de la gente está infinitamente más subyugada por las pasiones que dispuesta a participar de las virtudes. Por esto hace falta más tiempo para este examen. Pero como resultado se le muestra al alma toda la fuerza del mal de cada una de sus pasiones. Todos sabemos lo que significa el fuego de la pasión: de repente la persona cede a una espantosa ira, a la codicia, la lujuria... Y entonces desaparecen la razón, la consciencia, el bien y el propio bienestar. Y esto sucede también allá, pero en un grado inmensamente superior. La acción de aquella pasión (o pasiones) en cuya complacencia el ser humano veía todo el sentido de su vida se pone de manifiesto en el alma en toda su plenitud. Y quien no luchó contra ella, quien la sirvió e hizo de ella el sentido de su vida, ese no resistirá las tentaciones demoníacas, sino que se abalanzará sobre ellas como si se tratara de carnada. Así se produce el fracaso en las pruebas que atraviesa el alma después de la muerte y la caída del alma en las entrañas del fuego inextinguible y sin sentido en el que arde esta pasión. Si en las condiciones terrenales el alma podía a veces recibir alimento y consuelo, allá se abrirán 47 realmente para ella los tormentos de Tántalo . Normalmente se habla de veinte mytarstva, empezándose por el pecado que parece más inocente: la vanilocuencia, a la que no solemos atribuir ninguna importancia. El Apóstol Santiago dice todo lo contrario: «[...] la lengua es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero.» (St 3,8). Y no solo los santos Padres, sino incluso los sabios paganos llaman a la ociosidad y a su manifestación natural y habitual —la vanilocuencia— la madre de todos los vicios. Por eso San Ioann Carpafski, por ejemplo, escribía: «Nada estropea más el buen estado de ánimo que la risa, las bromas y la vanilocuencia». Las veinte pruebas abarcan todas las categorías de pasión, cada una de las cuales comprende una gran variedad de pecados, es decir, cualquier prueba incluye un «nido» completo de pecados ancestrales. Por ejemplo, el robo puede adoptar diversas formas: directo, cuando se mete la mano en el bolsillo de alguien, por falsificación de datos contables, retención indebida de recursos presupuestarios en interés propio, sobornos con ánimo de lucro etc. Lo mismo sucede en relación con todas las demás pruebas. Así, el alma pasa por veinte pasiones, veinte exámenes de pecados. En la biografía de San Basilio el Nuevo, la bienaventurada Teodora habla de ellos en el siguiente orden: 1) la vanilocuencia y las obscenidades, 2) la mentira, 3) la crítica y la calumnia, 4) la glotonería y la beodez, 5) la pereza, 6) el robo, 7) la codicia y la avaricia, 8) la extorsión (soborno, adulación), 9) la mentira y la vanidad, 10) la envidia, 11) el orgullo, 12) la ira, 13) el rencor, 14) el pillaje (apaleamiento, golpes, peleas…), 15) la brujería (magia, ocultismo, espiritismo, videncia…), 16) la fornicación, 17) el 48 adulterio, 18) la sodomía, 19) la idolatría y la herejía, 20) la inclemencia, la crueldad . Todas estas pruebas están descritas con expresiones muy vivas y similares a las terrenales. Al leer el relato de Teodora le vienen a uno involuntariamente a la memoria las sabias palabras del Ángel: «Acepta las cosas terrenales como el debilísimo reflejo de las celestiales». Allá, Teodora vio monstruos, lagos de fuego y rostros horribles; oyó terribles gritos y observó los sufrimientos que padecen las almas pecadoras. Pero todo esto son «cosas terrenales» y, tal como advirtió el ángel, solo son un débil reflejo, solo guardan una leve semejanza con los estados totalmente espirituales (y en este sentido «celestiales») por los que pasa el alma que no puede rechazar las pasiones. Se han creado ciclos iconográficos enteros basados en el relato de la venerable Teodora. Posiblemente, muchos han visto los librillos con imágenes que reflejan todo tipo de torturas padecidas durante las pruebas. ¡Qué no se podrá ver en ellos! ¡A qué torturas y tormentos someten los demonios a los pecadores! Estas imágenes impresionan por la gran e intensa fantasía de los pintores. Pero allí nada es como parece. ¿Por qué entonces se muestra así? La razón sigue siendo la misma: es imposible transmitir a una persona que vive en la carne el carácter de los sufrimientos que esperan a todo el que ha quebrantado la consciencia y la verdad, y violado los mandamientos. Por ejemplo, ¿cómo explicar a una persona el mal que sobrevendrá a causa de la vanilocuencia? Y aquí tienen la imagen: un hombre colgado por la lengua. Cabe imaginar su sufrimiento. Naturalmente, es bastante primitivo, pero como decía San Juan Crisóstomo (+407): «Se dice así para 49 acercar el objeto al entendimiento de la gente más rústica» . Para esto se concibieron las imágenes de los mytarstva. —¿Lo has entendido, hombre? —Sí, lo he entendido todo. —¿Qué has entendido? —No cómo son estos sufrimientos, sino lo más importante: que allí hay realmente torturas, aunque tengan un carácter totalmente distinto.

CON EL ESPÍRITU DE DIOS O CON LOS DEMONIOS TORTURADORES

La enseñanza de la Iglesia habla de los malos espíritus que torturan al alma por sus pecados. ¿Cómo debemos entenderlo? San Teófanes el Recluso (Góvorov) expone una idea muy interesante sobre esta cuestión en su interpretación del versículo 80 del salmo 118: «Sea mi corazón perfecto en tus preceptos, para que no sea confundido». Así explica las últimas palabras: «El segundo momento de esta resistencia a la confusión es el tiempo de la muerte y paso por los “mytarstva”. Por muy salvaje que pueda parecer la idea de estas pruebas a los hombres inteligentes, no podemos esquivarlas. ¿Qué buscan estos torturadores de los que pasan por estas pruebas? La mercancía que les pertenece. ¿Pero cuál es su mercancía? Las pasiones. Así pues, los torturadores no podrán encontrar nada a qué aferrarse en las personas cuyos corazones sean puros y ajenos a las pasiones; en cambio, lo opuesto a la bondad les alcanzará como flechas de relámpagos. Uno de los pocos estudiosos planteó la siguiente idea sobre esta cuestión: las pruebas se representan como algo espantoso, pero es muy posible que los demonios representen algo seductor, en lugar de algo terrible. Representan algo tentador y seductor por cada una de las pasiones por las que pasa el alma una a una. Cuando durante la vida terrenal se expulsan del corazón todas las pasiones y se plantan en su lugar virtudes opuestas, el alma, al no tener ningún apego por las primeras, por muy tentadoras que sean, les da la espalda con aversión. Pero cuando el corazón no es puro, el alma se abalanza sobre la pasión que más le interesa. Los demonios la aceptan como si fueran sus amigos y luego saben dónde colocarla. Por lo tanto, es bastante dudoso que el alma no se avergüence de las pruebas, mientras siga sintiendo apego por los objetos de alguna de las pasiones. Aquí la vergüenza radica en el hecho de que el alma misma se lance al infierno». Una idea muy interesante, según la cual los mytarstva son pruebas del estado espiritual del alma ante las seductoras tentaciones diabólicas. Resulta que el alma misma se lanza al infierno, como consecuencia de las pasiones a las que se entregó voluntariamente durante la vida terrenal. La idea de San Teófanes parte en esencia de la doctrina de San Antonio el Grande. Cito sus magníficas palabras: «Dios es bueno e inmutable y está exento de pasiones. Si se considera como razonable y verdadero que Dios no está sujeto a cambios, no se entiende cómo puede alegrarse con los buenos, despreciar a los malos, encolerizarse con los pecadores, y luego, si se le rinde culto, tornarse propicio. Hay que decir, sin embargo, que Dios ni se alegra ni se enfurece, porque la alegría y la tristeza son pasiones; Es absurdo pensar que la divinidad se siente bien o mal a causa de las acciones humanas. Dios es bueno y solo obra el bien, no perjudica a nadie y permanece siempre igual. Cuando nosotros somos bondadosos, actuamos en comunión con él por semejanza a Él y cuando nos domina el mal, nos separamos de Dios, por desemejanza con Él. Viviendo virtuosamente, somos hijos de Dios; cuando nos domina el mal, nos vemos apartados de Él; pero esto no significa que Él se encolerice con nosotros, sino que nuestros pecados no permiten que Dios resplandezca en nosotros, ya que nos unen a los demonios torturadores. Si con plegarias y obras ganamos la absolución de los pecados, esto no significa que contentamos a Dios y Lo cambiamos, sino que mediante estas acciones y nuestra conversión a Dios, al sanar el mal que hay en nosotros volvemos a hacernos capaces de gozar de la divina bondad; por eso, si decimos que Dios se retrae de los malos es como decir que el sol se oculta a 50 quien le falta la vista» Es decir, cuando llevamos una vida justa (es decir, recta), vivimos según los mandamientos y nos arrepentimos de infringirlos, entonces nuestra alma se une al Espíritu de Dios y nos sentimos bien. Cuando actuamos contra la consciencia e infringimos los mandamientos, el alma se vuelve semejante a los demonios torturadores y, según el grado de nuestra sumisión voluntaria al pecado en la tierra, allá el alma se siente atraída naturalmente hacia ellos y se somete a su cruel poder. En una de sus cartas, el higúmeno Nikon Vorobiév escribía: «Los demonios son soberbios y se adueñan de los soberbios, lo que significa que debemos ser humildes. Los demonios son iracundos, lo que significa que debemos hacernos dóciles para que no se adueñen de nosotros por ser parecidos a ellos en alma. Los demonios son rencorosos y despiadados, lo que significa que debemos perdonar y reconciliarnos con los ofendidos cuanto antes, y ser misericordiosos con todos. Y así en todo. Debemos reprimir en nuestra alma las propiedades demoníacas y cultivar las propiedades angélicas indicadas en el Sagrado Evangelio. Si después de la muerte nuestra alma posee más cualidades demoníacas, los demonios se adueñarán de nosotros. Si por el contrario mientras estamos todavía aquí somos conscientes de nuestras cualidades demoníacas, y pedimos a Dios que nos perdone por ellas y nosotros mismos perdonamos a los demás, el Señor nos perdonará, destruirá en nosotros todo el mal y no dejará que 51 caigamos en manos de los demonios» . La idea es clara: no es Dios quien nos castiga por nuestros pecados, ni los demonios los que nos torturan a causa de ellos por propia voluntad, sino nosotros mismos por nuestras pasiones quienes nos entregamos a los torturadores. Y entonces empieza su insensata «labor». Al tentar al alma con distintos pecados y creer que así la destruirán, lo que hacen en realidad por medio de estas tentaciones es descubrirle sus enfermedades espirituales y pasiones, que no vio en la vida terrenal a causa de su indolencia. Así, al desear infligir daño al alma, los demonios resultan serle de gran provecho, ya que la salvación solo es posible cuando el alma ve sus pecados y pasiones, y entiende toda la necesidad de Dios Salvador. Cuando el alma atraviesa los mytarstva se convence precisamente de que estos se convierten en la garantía de su curación por las oraciones de los familiares y de la Iglesia. Repitámoslo: para un alma esclavizada, los mytarstva resultan ser una especie de remedios necesarios que le revelan sus enfermedades espirituales. Tal es la omnisciente y amante Divina Providencia. San Isaac de Nínive, gran asceta del s. VII, escribía al respecto: Dios «no hace nada por represalia, sino que tiene en cuenta el provecho que se derivará de Sus acciones. Uno de esos remedios es la gehenna. En mi opinión, Él pretende mostrar la maravillosa salida y la acción de la gran e inexplicable misericordia... que constituye esta dura tortura establecida por Él, gracias a la cual la riqueza de Su amor, Su fuerza y Su sabiduría, al igual que la demoledora fuerza de Su bondad, son aún más evidentes. El Señor misericordioso no creó criaturas racionales para someterlas sin piedad al dolor 52 sin fin. Las creó aun sabiendo en qué se convertirían después de la creación» . De esta forma, las pruebas o mytarstva constituyen el último remedio de la Providencia concedido por misericordia de Dios ( y no por la ira o el castigo), gracias al cual el hombre, habiéndose conocido a sí mismo —quién es en realidad y no en su fantasía soñadora—, puede adquirir la percepción «no caída» del Reino de los Cielos.

LO SEMEJANTE SE UNE A LO SEMEJANTE. LA FUERZA DEL ARREPENTIMIENTO En cada fase de prueba, la persona conoce el grado de poder de la correspondiente pasión sobre el alma. Y el que no haya luchado con su pasión (o pasiones), el que se haya sometido a ella, haya vivido con ella y se haya entregado a ella con todas sus fuerzas, cae y se precipita en los mytarstva. Pero he aquí lo más interesante. Esta caída (o, al contrario, el paso sin dolor por los mytarstva) no viene determinado por la voluntad de la persona, sino por la condición espiritual que esta ha adquirido en su vida terrenal. Aquí la persona ya no está en condiciones de elegir, sino que esta elección viene determinada por la acción natural del espíritu que prevalece sobre ella. La higúmena Arsenia, una de las ascetas más prominentes de finales del siglo XX (+1905), escribía: «Cuando el hombre vive la vida terrenal no puede saber del todo en qué medida su espíritu es esclavo de otro espíritu, porque tiene voluntad, según la cual actúa cómo y cuándo quiere. Pero cuando tras la muerte se le prive de voluntad, el alma verá a qué poderes está sometida. El Espíritu de Dios lleva a los justos a las moradas eternas, y los ilumina y deifica. Del mismo modo, las almas que estén en contacto con el 53 diablo, serán poseídas por él» . Un poco antes, San Ignacio escribía lo mismo: «Las mazmorras infernales representan una extraña y terrible destrucción de la vida, mientras la conservas. Ahí cesa 54 totalmente cualquier actividad y solo hay sufrimiento» . ¿Qué significa «privar de la voluntad»? Si tomamos como ejemplo a una gran cantidad de personas (y una persona razonable se contará entre ellas en primer lugar), podemos ver cómo la pasión pecadora es capaz de esclavizar a una persona y quitarle la voluntad, entendiendo esta no como una cualidad del alma, sino como la capacidad de decidir cambiar algo. Sobre ello hablaba San Serafín de Sarov, cuando explicaba por qué ahora no había santos, por qué los cristianos contemporáneos no decidían vivir según los preceptos del Evangelio. Por desgracia, esta esclavitud no es difícil que se produzca. Cuando no luchamos contra las pequeñas tentaciones y no les hacemos frente, debilitamos poco a poco nuestra voluntad y, al final, la paralizamos. Podemos observarlo con frecuencia en la vida que nos rodea. Miren a los alcohólicos y los drogadictos. Al ver a lo que han llegado, seguramente a muchos de ellos les gustaría volver a llevar una vida normal, pero ya no pueden. Ya que la ley es que cuanto más y con mayor frecuencia complace el hombre cualquier pasión, más flaquean sus fuerzas espirituales. Al final, el hombre se convierte en su esclavo sin voluntad. Sin embargo, la falta de voluntad se manifiesta en toda su plenitud en los mytarstva, cuando los espíritus de las pasiones, que han esclavizado el alma, la ponen a prueba y la tientan; ya que tras la muerte, la voluntad del hombre, al igual que la capacidad de decisión, queda totalmente paralizada y arrebatada. Y puesto que allí ya no hay ninguna circunstancia externa, incluido el mismo cuerpo, que pueda de algún modo contener las acciones de las pasiones, ahora estas afectan al alma con todas sus fuerzas, mil veces más intensas que en condiciones terrenales, como escribía el higúmeno Nikon. Si atendemos a la descripción de las pruebas o mytarstva, encontraremos por todas partes los espíritus del mal que están presentes allá bajo todo tipo de formas. La bienaventurada Teodora describe incluso el aspecto de algunos de ellos, aunque evidentemente son solo débiles similitudes que guardan con su verdadera esencia. Lo más grave es que, como escribe Antonio el Grande, el alma se unirá a los demonios torturadores en el mismo grado en que se someta a las pasiones pecadoras. Y esto se da de forma natural tanto en la tierra como allí, puesto que lo semejante siempre se une a lo semejante. Solo que en la vida terrenal sucede por decirlo así de manera imperceptible (aunque a veces la persona lo nota con claridad), mientras que allí es completamente palpable. Observemos cómo se unen las personas con un mismo espíritu en la vida terrenal. A veces se sorprenden: ¿De dónde ha surgido tal amistad? Después, tras conocerse más a fondo, resulta que tienen el mismo espíritu. Son afines. Lo mismo sucede con el alma después de la muerte. Cuando pasa por las pruebas o mytarstva queda seducida por la pasión de cada una de estas pruebas, sus espíritus y demonios torturadores, y, según su estado, o los rechaza o se une a ellos, padeciendo los correspondientes sufrimientos. El higúmeno Nikon escribía de forma muy instructiva sobre esta cuestión: «Piensa más a menudo en la muerte y en quién te recibirá allí. Pueden recibirte los Ángeles luminosos o rodearte los lúgubres y malignos demonios, ante cuya única visión uno puede volverse loco. Nuestra salvación consiste en no caer en manos de los demonios, sino deshacernos de ellos y entrar en el Reino de los Cielos, en la infinita e inconcebible alegría y bienaventuranza que reina en él. Merece la pena esforzarse aquí, hay motivo para ello. Los demonios son soberbios y se adueñan de los soberbios, lo que significa que debemos ser humildes. Los demonios son iracundos, lo que significa que debemos hacernos dóciles para que no se adueñen de nosotros por ser en alma parecidos a ellos. Los demonios son rencorosos y despiadados, lo que significa que debemos perdonar y reconciliarnos con los ofendidos cuanto antes, y ser misericordiosos con todos. Y así en todo. Debemos reprimir en nuestra alma las propiedades demoníacas y cultivar las propiedades angélicas indicadas en el Sagrado Evangelio. Si después de la muerte nuestra alma posee más cualidades demoníacas, los demonios se adueñarán de nosotros. Si por el contrario mientras estamos todavía aquí somos conscientes de nuestras cualidades demoníacas, y pedimos a Dios que nos perdone por ellas y nosotros mismos perdonamos a los demás, el Señor nos perdonará, destruirá en nosotros todo el mal y no dejará que caigamos en manos de los demonios. Si aquí no juzgamos a nadie, el Señor tampoco nos juzgará. Y así en todo. Viviremos en paz perdonándonos los unos a los otros, reconciliándonos los unos con los otros; nos arrepentiremos de todo ante Dios y pediremos Su misericordia y la salvación de los demonios y los tormentos eternos, ahora que aún estamos a tiempo. No nos jugaremos el destino eterno». Estos sufrimientos también tienen otra faceta. El otro mundo es el mundo de la luz verdadera, donde ante toda la gente y los ángeles se descubrirán nuestros actos, pensamientos y sentimientos. Por ejemplo, imagínense el siguiente escenario: que de repente se revelasen ante todos nuestros amigos, conocidos y familiares todos nuestros actos maliciosos, viles y deshonestos. ¡Qué horror y qué vergüenza! ¡¿Acaso eso no es el infierno?! Por eso la Iglesia invita a todos con tanta fuerza e insistencia al rápido arrepentimiento. El arrepentimiento —en griego metanoia— es el cambio de la mente, del modo de pensar, es decir el rechazo de toda impureza, el odio al pecado. Es un gran remedio para la purificación del alma, un remedio perfecto para la salvación de la futura deshonra, del miedo, de los demonios torturadores y de la inextinguible llama de las pasiones. Como escribía el profeta Isaías: «Venid, pues, y disputemos —dice Yahveh —: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán.» (Is 1,18). Y así lo expresa admirablemente San Isaac de Nínive: «Como Dios sabía con su conocimiento misericordioso que si de la gente se requiriese la rectitud absoluta, solo se encontraría a uno de diez mil que pudiese entrar en el Reino de los Cielos, les dio la medicina más adecuada para cada uno, el arrepentimiento, para que así, cada día y en cada momento tuviesen un medio accesible de reparación gracias al poder de esta medicina y para que a través de la contrición se purificasen a sí mismos en 55 cualquier momento de toda mancha y se renovasen cada día a través de él» . ¿Cómo funciona el verdadero arrepentimiento? Por no hablar de los asombrosos hechos recogidos en el Evangelio sobre un publicano, una pecadora y un ladrón, recordemos a Raskólnikov, el protagonista de Crimen y Castigo, de Dostoievski. Estaba dispuesto a ir a presidio incluso con alegría, con tal de expiar el crimen cometido, limpiarse de la sangre vertida, purificarse. Y todos sabemos cuánto cambió al arrepentirse de sus crímenes. Dostoievski mostró de forma espléndida tanto el crimen y el castigo interno, como el gran poder purificador del arrepentimiento. Mucha gente ha pasado por este tipo de transformación. ¡Esto es el arrepentimiento! Es la verdadera salvación del alma que literalmente regenera al hombre. Dios siempre acepta el arrepentimiento sincero por el que se vierten lágrimas, que atestigua nuestra determinación de luchar contra el pecado hasta el final. Y esta lágrima, esta gota, o como decía San Barsanufio el Grande, esta «pequeña moneda de cobre» que parece tan insignificante se convierte en la garantía de que el Señor se une al alma y erradica el mal que vive en ella. Por eso, si el hombre posee aunque sea un pequeño germen de esta lucha, si se fuerza a vivir según el Evangelio en la medida de sus posibilidades, si existe arrepentimiento, el Señor mismo completará lo que falta y nos liberará allí de caer en manos de los demonios torturadores. Verdadera palabra de Dios: « [...] en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.» (Mt 25,23). Esta es la gran transcendencia que tiene el arrepentimiento sincero en nuestra vida. Nosotros, los cristianos, debemos estar infinitamente agradecidos a Dios por habernos revelado con antelación el misterio de las pruebas después de la muerte y habernos dado un gran remedio —el arrepentimiento— para evitar caer en todas sus redes. Dios quiere que no suframos, ni aquí y ni aun menos después de la muerte. Por eso la Iglesia insta al hombre: ahora que aún no es tarde, serénate, arrepiéntete.

«LAS PASIONES SON MIL VECES MÁS FUERTES QUE EN LA TIERRA…»

Pero ¿puede ser que el diablo no sea tan terrible como lo pintan? Por desgracia es al revés: es mucho más terrible de como lo pintan y como le imaginamos. La experiencia de los ascetas que han estado en contacto con los demonios dice que son indescriptiblemente viles, horribles y repugnantes. El higúmeno Nikon (Vorobiev) escribía por ejemplo que « puedes volverte loco con solo mirarles una 56 vez» . Los pintan de acuerdo con estas descripciones. Sin embargo, su aspecto externo solo transmite parcialmente su estado espiritual, del que nos dan cierta idea aquí, en la tierra, las pasiones humanas, ya que son la esencia de los demonios. ¿Qué es la pasión? Sobre el pecado sabemos que, por ejemplo, el hombre ha mentido, ha envidiado, «ha tropezado» como decimos, lo que le puede pasar a cualquiera. Y mientras la falsedad y la envidia todavía no se apoderan de la persona, parecen ser un simple error, un accidente. Son pecado. No obstante, es temporal. Por ejemplo, la costumbre de mentir llevará infaliblemente al hombre a no poder dejar de mentir. La pasión es exactamente eso: lo que atrae hacia sí con fuerza y después ineludiblemente, con la particularidad de que a veces es tan irresistible que el hombre ya no puede dominarse. Este entiende perfectamente que esto es malo y perjudicial no solo para el alma (aunque suele olvidarse del alma), sino también para el cuerpo, para la familia, el trabajo... Y a pesar de todo, se ve incapaz de dominarse. No puede cumplir ante su consciencia, por así decirlo, ante su propio bien. Este es el estado al que llama pasión. Una pasión puede convertirse en un vicio. Y esto es horrible. Miren lo que hace la gente sumida en la locura, en la esclavitud de las pasiones y los vicios: matan, mutilan, se traicionan entre sí… La palabra eslava «pasión» significa ante todo sufrimiento (por ejemplo, la Pasión de Cristo); también alude a un intenso deseo de algo prohibido, pecaminoso, ya que ello siempre trae consigo sufrimiento. Por eso el cristianismo advierte con todas sus fuerzas sobre el peligro de ser esclavo de cualquier pasión, ya sea grande o pequeña. Por su naturaleza, las pasiones son similares a un tumor cancerígeno que, al extenderse, tortura cada vez más a la persona y, al final, la mata. Son drogas. ¡Cuanto más consume la persona, más la destruye! ¡Qué importante es entender este engaño de las pasiones para resistirse a ellas! Los Santos Padres dicen que la fuente de las pasiones es el alma, no el cuerpo. Las pasiones arraigan 57 en nuestro libre albedrío . El Señor mismo dijo: «[...] lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre [...]» (Mt 15, 18-20). Incluso las pasiones corporales más embrutecedoras arraigan en el alma. Por eso no desaparecen con la muerte del cuerpo. Y con ellas sale el hombre de este mundo. ¿Cómo se manifiestan en el otro mundo las pasiones que no se han erradicado? Citaré las palabras del higúmeno Nikon (Vorobiev) a un borracho empedernido: « Las pasiones son mil veces más fuertes 58 que en la tierra. Te quemarán como el fuego y no te darán ninguna posibilidad de apaciguarlas» . No es difícil entender por qué son mil veces más fuertes. Aquí, en la tierra, las pasiones no tienen plena libertad para manifestarse. Les estorban las personas, las circunstancias, el estado de salud... Sí, cuando una persona simplemente se duerme, todas sus pasiones se apaciguan. O por ejemplo, un hombre se enfada tanto con alguien que es capaz de acuchillarle. Pero el tiempo ha pasado, y esta ira se ha ido apaciguando poco a poco. Y pronto incluso se hacen amigos. En la vida terrenal se puede luchar contra las pasiones, ya que cuando están revestidas de carne no actúan por lo general con toda su fuerza. Pero allí, una vez liberadas del cuerpo, revelan toda la crueldad de su naturaleza. No hay nada que les impida actuar: ningún sueño, fatiga o entretenimiento. A esto cabe añadir que a los malos espíritus les es más fácil seducir a un alma pasional, ya que encienden y avivan el efecto de la pasión. En pocas palabras, se produce un sufrimiento ininterrumpido, ya que el hombre no tiene ninguna posibilidad de apaciguarlas. ¿Y qué pasa cuando el hombre reúne una colección entera de pasiones? ¿Qué le sucederá en la Eternidad? Si arraigase profundamente en nosotros ni que fuese una única idea, sin duda trataríamos nuestra vida de manera totalmente distinta. Por eso, cuando actuamos a la ligera, y más aún cuando actuamos contra la voz de la consciencia, cuando nos abandonamos al pecado, sembramos las semillas del mal en nuestra alma. Resulta que allí recolectaremos los frutos más amargos y los sufrimientos más crueles. El cristianismo, que es la religión del amor, pide al hombre: esfuérzate por vivir según la consciencia y la verdad, no peques; eres una persona inmortal, así que prepárate para entrar con dignidad en la vida eterna. Y la gran felicidad de los cristianos es que lo saben y pueden prepararse. Por el contrario, ¡a qué horribles cosas tendrá que enfrentarse tras la muerte el hombre soberbio que no cree en ninguna verdad, bien ni eternidad! Con las veinte pruebas o mytarstva se cierra definitivamente el proceso de satisfacer la condición más importante para la salvación: el conocimiento por parte de la persona de su estado espiritual real. Y es que, de hecho, nuestra mayor desgracia en la vida terrenal es nuestra absoluta incapacidad para ver nuestras pasiones y nuestra impotencia para erradicarlas. Nuestro narcisismo, vanidad y continua autojustificación las ocultan de nuestra vista. No solo escondemos nuestros pecados de la gente, sino de nosotros mismos. Y en caso de ver algo, solo vemos lo más burdo y clamoroso. No es casual que la Iglesia, durante la Gran Cuaresma, llame a los fieles a que pidan al Señor con grandes postraciones (metania): «Haz que vea mis faltas». Lamentablemente, para la gran mayoría de la gente, el abismo de suciedad que se esconde en el alma solo se abre allí. Pero incluso allí, por la misericordia de Dios, no se abre de inmediato sino gradualmente. Primero ante el Bien, y después ante las tentaciones del mal en las distintas pruebas o mytarstva. Por eso podemos considerar el día 40 como el escalón en el que se le revelan al alma todas sus pasiones en toda su plenitud, así como su impotencia para cambiar cualquier cosa. Y como resultado de este conocimiento de sí misma, se produce la unión natural del alma con el Espíritu de Dios o con los espíritus de las pasiones torturadoras, de plena conformidad con el estado espiritual del alma. La Iglesia llama a este momento «juicio privado de Dios», donde se determina el «lugar» donde residirá. Como vemos, el juicio privado no se parece al juicio ordinario que solemos imaginar. No es Dios quien juzga el alma del hombre, sino, repetimos, lo hace el alma misma, al encontrarse por un lado ante el santuario y la verdad Divina y por el otro ante los efectos de las pasiones que viven en ella. O se eleva hasta Dios o, al contrario, cae al abismo condenada por su propia consciencia, arrastrada por el estado espiritual pecador que ha adquirido en la vida terrenal. Sin embargo, la resolución del juicio al cuadragésimo día, según la doctrina de la Iglesia, no es la última y definitiva. Todavía quedarán las oraciones de los familiares, de los amigos (Lc 16, 9) y de la Iglesia y el terrible Juicio final, en el que una gran cantidad de creyentes y agnósticos de todos los tiempos y pueblos conocerán sin duda alguna su pobreza espiritual en toda su profundidad, verán el insondable amor de Cristo, se postrarán ante Él para siempre en la mayor veneración, y se salvarán.

SOMOS LIBRES DE OBRAR EL BIEN O EL MAL

¡Qué importante es la vida terrenal para el hombre! Es una especie de examen de fidelidad. ¿Qué significa esto? En su acto de creación, Dios dio Su imagen al hombre, lo que supone que le concedió una libertad que Dios no puede tocar, sobre la que no tiene poder. (Si no fuese así, Él sería culpable de todos los pecados y sufrimientos de la persona). Por eso Dios, que es amor y humildad absolutos, espera un amor libre y recíproco, no la obediencia esclava que a menudo se nos exige en este mundo (no hablamos de la disciplina sin la cual no puede existir ninguna sociedad humana, incluida la Iglesia, sino de obediencia esclava). Así pues, Dios no amenaza a nadie con el castigo, y menos con el infierno, sino que con Sus mandamientos advierte a la persona de que, al cometer pecado, infringe las leyes de su propia naturaleza, se hiere a sí misma. Dios llama a la vida justa (recta) que corresponde a nuestra naturaleza, para que no nos perjudiquemos ni con nuestros actos (por ejemplo, la bebida, la fornicación, las drogas...), ni con las ideas o los sentimientos (la arrogancia, la envidia, la hipocresía, el odio...), ni con la palabra (la mentira, el insulto, la adulación...). Cuando era niño me ocurrió un incidente que me ayudó mucho a entender el sentido de los mandamientos. Era invierno. Una vez, al salir a la calle, mi querida madre me advirtió muy severamente de que en ningún caso se me ocurriese tocar con mi lengüecita el pomo metálico de la puerta. Cómo no, la advertencia bastó para que en cuanto mi mamá se dio la vuelta, me pegase a ese fatídico pomo. Naturalmente, emití un alarido espantoso. Pero desde entonces sé lo que son los mandamientos. Resulta que no son una orden de Dios, como si de la de un temible jefe se tratase, por cuyo incumplimiento Él impone un castigo que puede llegar hasta los tormentos eternos, sino advertencias al hombre del peligro de las acciones equivocadas que hieren tanto el cuerpo como el alma, y en consecuencia acarrean todo tipo de sufrimientos. Con nuestros pecados no enfurecemos a Dios, sino que nos mutilamos a nosotros mismos. Con sus mandamientos, Dios, que es amor, nos indica por un lado el peligro que entraña el pecado de provocarnos sufrimientos y la muerte (espiritual), y por el otro, el camino correcto de la vida que nos conduce al bien en la vida terrenal y en la eterna. Por eso la salvación es la elección libre de Dios por amor a la justicia, la santidad y la verdad, y no la sumisión a Él por temor al castigo o porque se espere de Él el gozo celestial. El cristiano no es un esclavo, ni tampoco un jornalero del administrador de la casa, sino que es hijo desinteresado del Padre y heredero del Reino. ¿Por qué Dios se humilló en la cruz, en lugar de aparecer ante el mundo como un rey omnipotente, sabio e invencible? ¿Por qué Cristo no vino a nosotros como emperador, patriarca, obispo, teólogo, filósofo o fariseo, sino como un pobre, un sin techo, como el último hombre desde un punto de vista terrenal, que no tuvo un solo privilegio mundano sobre nadie? El motivo sigue siendo el mismo: el poder, la grandeza, el lustre externo y la gloria cautivarían sin duda al mundo entero, que se arrodillaría ante Él como un esclavo y Le «aceptaría» con la esperanza de obtener la mayor justicia posible, «pan y circo», es decir el bien de ese momento, el bien efímero. Pero Cristo vino para que nada que no fuese la verdad atrajese al hombre hacía Él, que nada externo o aparente la sustituyese ni la interpusiese en el camino de la vida eterna. No por casualidad pronunció estas significativas palabras: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18, 36), «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. » (Jn 18, 37). Los efectos externos o de las apariencias son ídolos que la humanidad ha utilizado como sustitutos de Dios a lo largo de toda su historia. Lamentablemente, la vida de la Iglesia ha elegido desde hace bastante tiempo y en todo el mundo el camino de lo que denominamos el esplendor «eclesiástico» externo, o más concretamente, el esplendor mundano. Esto me recuerda las palabras de un protestante estadounidense, quien no solo no se avergonzaba, sino que decía con orgullo: «En nuestra Iglesia todo debe divertir para atraer a la gente». En cambio, la ley espiritual dice: cuanto más hay en el exterior, menos hay en el interior. Y no cabe ninguna duda de que en el tiempo del Anticristo veremos un esplendor en torno al culto religioso como jamás haya existido en la historia, y todos se precipitarán al... espectáculo (en eslavo, la vergüenza). Y en la historia de nuestra Iglesia, este triste fenómeno tiene muchos defensores eclesiásticos. Ya a principios del siglo XVI, San Nil de Sora se pronunció en contra del lujo, la riqueza y las propiedades eclesiásticas, en particular en los monasterios, alegando que vejaban a la Iglesia e iban en contra de su naturaleza. Intentó defender el desprendimiento pero nadie escuchó su voz, ya que el proceso de 59 secularización de la consciencia cristiana ya era irreversible por aquel entonces . Y, al desarrollarse, fue el que condujo indudablemente al cisma del siglo XVII, al gobierno de Pedro I y del Santo Sínodo, a las revoluciones de 1905 y 1917 y sus trágicas consecuencias, y a la Perestróika. Y conducirá a cosas peores, si no recapacitamos. Ya que la Iglesia es realmente la « levadura» (Mt 13, 33) de la sociedad, y su estado espiritual determina directamente el bienestar interno y externo del pueblo: «Un poco de levadura fermenta toda la masa» (Gl 5,9). Qué pena que no se vea ni se entienda. Así pues, mediante Su vida y su Cruz, el Señor demostró que no puede ejercer la más mínima presión sobre la libertad humana. Por eso la salvación está abierta solo para quien la elige voluntariamente. Y por este motivo es tan valiosa la vida terrenal. Únicamente encontrándose en su cuerpo, la persona puede obrar el bien o el mal, pecar o llevar una vida recta; en la tierra es donde se materializa su libertad, su elección. Tras la muerte, esto ya no es posible. Allí el alma es incapaz de cambiar, solo cosecha los frutos de la vida terrenal y se sumerge naturalmente en el medio eterno afín a su estado espiritual, aunque no sea de manera definitiva e infinita. Este estado puede cambiar con las oraciones de la Iglesia.

LA IGLESIA El Apóstol Pablo escribió estas maravillosas palabras, que nos descubren la gran verdad: «[...] vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Co 12, 27). Todos nosotros, los creyentes, formamos Su único organismo vivo, pero no un saco de garbanzos en el que estos se empujan y golpean unos a los otros haciéndose daño. Somos células (vivas, medio vivas, medio muertas) del Cuerpo de Cristo. Todos formamos un solo cuerpo. Y, en un solo cuerpo, el cambio de estado de cualquier órgano e incluso de cualquier célula repercute en todo el organismo, en cada una de las demás células. Todo está interconectado y es interdependiente en un organismo vivo. El mismo Apóstol escribe: «Y no puede el ojo decir a la mano: "¡No te necesito!" Ni la cabeza a los pies: "¡No os necesito!"» (1 Co 12, 21). Un día se me acercó un estudiante y me dijo que no podía asistir a clase porque le dolía una muela. —¡Y qué! — le dije —, te duele la muela, no todo tú. ¿Qué más te da? El estudiante me sonrió con acritud: —¡Nunca deja de bromear, Alekséi Ilích...! En un organismo vivo, todas las células sienten la alegría y el sufrimiento y la comparten como si fuesen los suyos propios. Esta es precisamente la respuesta a la pregunta: ¿Por qué y cómo puede ayudar espiritualmente una persona a otra, y especialmente a un difunto? Porque todos nosotros formamos un único organismo; y uno puede ayudar a otro exactamente por el mismo principio por el que cualquier célula viva y órgano del mismo organismo se ayudan entre sí. Si un ojo se queda ciego, el otro se esfuerza el doble. Si nos hemos hecho daño en una pierna, la otra asume su carga. Se trata de la ley natural del apoyo mutuo o, si lo prefieren, de la salvación mutua. ¿Cómo ayuda una célula a la otra? Dándole una parte de sí misma, sacrificando sus propias fuerzas, su propia salud, sacrificándose a sí misma. La más sana asume la función de las células enfermas y así les presta una ayuda real. Fíjense como los animales se ayudan con frecuencia los unos a los otros. Se trata de la ley Divina del amor, establecida en la naturaleza del mundo creado, aunque esté distorsionada y debilitada por el pecado del hombre. Esta ley de ayuda mutua preserva la vida no solo en el mundo natural, sino, ante todo, en el mundo humano. ¿Quién puede ayudar al otro? Naturalmente, el fuerte al débil; el rico, al pobre; el valiente, al pusilánime, y no al contrario. En una excursión, por ejemplo, cuando alguien se tuerce un tobillo, los demás asumen su carga. ¿Y quién lleva más peso que los demás? Evidentemente, el más fuerte. Repitamos, así es la ley de nuestra vida, que nos explica y revela el misterio de nuestras plegarias por los vivos y los muertos. Otra pregunta: ¿Cómo y en qué ayudan nuestras oraciones a otra persona? ¿En que por el hecho de rogar a Dios Él se vuelve más misericordioso y más lleno de amor? No, por supuesto. Él es el absoluto, es decir, el Amor perfecto, por lo que no puede amar más o menos. El misterio de la ayuda a los difuntos por la oración consiste en que estas oraciones son un medio de purificación por encima de todo de nosotros mismos, de nuestra comunión espiritual con Dios. Solo por esto se convierten en una fuerza eficaz que ayuda al alma falta de voluntad del difunto a liberarse de las pasiones que la esclavizan. Es muy importante recordar que podemos ayudar espiritualmente a otro solo en la medida de nuestro nivel espiritual personal, que viene determinado por la labor de cumplimiento de los mandamientos de Cristo, la fuerza de la lucha con nuestras pasiones y la sinceridad del arrepentimiento. Es decir, la eficacia de nuestra oración por los demás está directamente condicionada al grado de nuestra pureza espiritual, que nos une a Dios. Ya que solo en Dios podemos unirnos espiritualmente con nuestros difuntos. Según sea nuestra pureza, el Señor liberará incluso el alma de los difuntos del ardor de las pasiones. Con nuestra oración efectiva y rigurosa de aquí, despertamos e insuflamos fuerzas a la carencia de voluntad del difunto para actuar allí. En esto consiste la ayuda que mediante la oración prestamos al difunto, y no en que estas oraciones, trabajo ascético (podvig) o buenas acciones ablanden a Dios de algún modo, satisfagan Su justicia o constituyan una redención de los pecados del difunto, como falsamente enseña el Catolicismo. Precisamente en eso radica el gran valor de la Iglesia: en que, al ser el Cuerpo, el Organismo Divino y Humano de Cristo, y no una sociedad humana ordinaria, incluye en sí misma a todo el que cree y acepta el Bautismo con fe (!), y lo convierte en su miembro, su célula. En virtud de ello, los bautizados se unen con todos los demás miembros de la Iglesia por la gracia vivificante del Espíritu Santo. La condición de miembro de la Iglesia confiere al hombre la capacidad, en la medida de su crecimiento espiritual, tanto de sentir las acciones espirituales de otros miembros de la Iglesia como, a su vez, de influir en ellas. Estas interacciones se expresan sobre todo en la oración. No obstante, hay que tener en cuenta que el cristiano solo reside en la Iglesia y la Iglesia reside en él en la medida en la que haya vivido según los mandamientos de Cristo y de esta forma haya comulgado con el Espíritu Santo (haya adquirido el Espíritu Santo, como decía San Serafín de Sarov). El grado en el que el cristiano resida en la Iglesia determinará la fuerza de sus oraciones. ¡Entonces nuestra oración no será la pronunciación de palabras y nombres vacíos, sino una fuerza efectiva!

LA FORMA CORRECTA DE REZAR POR LOS DIFUNTOS

Si allí fuese imposible cambiar el estado espiritual del alma, ¿con que objeto ha rezado la Iglesia por los difuntos desde el inicio mismo de su existencia? Y es que la Iglesia los conmemora constantemente, llama a la oración a todos los fieles y les enseña a rezar correctamente. La ayuda mediante la oración es especialmente importante durante los primeros 40 días después de la muerte de la persona, lo que tampoco significa que en días posteriores las plegarias sean innecesarias o inútiles. ¿Pero cómo debe ser la oración? Para responder a esta pregunta cabe mencionar dos maneras totalmente distintas de enfocar la oración. Una es la oración sincera, de corazón, penitente, realizada tanto de forma individual como enlazada a un oficio divino determinado. La otra es la pronunciación de las palabras de la oración sin rezar. Muy a nuestro pesar, la segunda es la que por regla general predomina en nuestra vida real, a causa de la ignorancia, la pereza y la autojustificación. Con frecuencia, lo que recibe el nombre de oración no es la acción de dirigirse a Dios —con atención, veneración y contrición del corazón— sino la de asistir al oficio divino celebrado por un sacerdote, y leer y cantar las palabras de la oración sin rezar. En consecuencia, las formas litúrgicas en sí siguen siendo para el hombre palabras huecas e inoperantes. Es muy importante recordar que nos engañamos a nosotros mismos cuando nos contentamos con el envoltorio verbal de la oración sin obligarnos a rezar. Todos sabemos cómo se puede, sin rezar, estar presente en el templo, escuchar el coro, soñar un poco, pecar en nuestros pensamientos, y volver a casa con la sensación del deber cumplido. Es famoso el incidente de cuando Iván el Terrible le preguntó a Basilio el Bienaventurado si había mucha gente en el templo, y este último respondió: «dos», aunque el templo estaba lleno de asistentes. Resulta que solo dos personas rezaban. Los demás solo estaban presentes. El Señor acusó esta forma de rezar: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.»» (Mt 15,8). Así pues, cuando una persona muere, a menudo sus familiares limitan la conmemoración al ritual externo: encargan panijidas, sorokousty (40 días), entregan listas de intercesiones por el difunto, encienden velas, donan dinero a los monasterios, a los templos, etc. Y si tienen mucho dinero, ¡lo donan a todos los monasterios y templos, a todos los popes y sus mujeres! Pero si no muevo un dedo por un familiar querido y no me abstengo aunque sea un poco de la ira, la calumnia, la censura, la gula, etc., si no me obligo a confesarme y comulgar, a leer las palabras de Dios y de los santos Padres, a ayudar a los necesitados y enfermos, de poco servirán todas estas peticiones. Queremos «que haya atajo sin trabajo» (sobre nosotros mismos); sin realizar el menor trabajo ascético (podvig) en la lucha con nuestro propio hombre viejo, pretendemos reparar el hombre viejo que hay en el otro. ¡Y a esto lo llamamos conmemoración del difunto mediante la oración! En alguna parte alguien debería rezar por el difunto en mi lugar. ¿Pero rezan por ellos o solo los rememoran? San Teófanes responde con franqueza y pesar a esta pregunta: «Si ninguno [de los familiares] suspira con el corazón, los moleben serán palabras huecas, pero no habrá oraciones por la enferma. Lo mismo pasará con la Proscomidia y con la Liturgia... A quien oficia los moleben no se le ocurre lamentarse ante Dios con todo el alma por 60 aquellos a quienes se está rememorando... Pero ¡¿dónde si no van a lamentarse por todos?!» . Por eso «hacer» algo externa o aparentemente, sin la mínima atención a nuestra alma, sin oración, es la típica manifestación del paganismo. ¿Y qué dicen las Escrituras?: «Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado —cosas todas ofrecidas conforme a la Ley— [es decir externa y formalmente] no los quisiste ni te agradaron.» (Hb 10, 8). «Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.» (Salmo 50 (51), 16-17). Es decir, Dios aceptará nuestros sacrificios, dones y conmemoraciones solo si nuestra alma y nuestro corazón están afligidos y arrepentidos, en caso contrario, no será benevolente: «Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello.» (Mt 23, 23). Vean con qué amenaza nos advierte el Señor: «Ay de vosotros, hipócritas», si os limitáis a pagar el «diezmo», es decir, solo a los actos «externos», y descuidáis aquello, es decir, no os dedicáis a la purificación del alma. Lo externo está bien solo cuando no se descuida aquello. ¿Pero ¿con qué podemos ayudar al difunto? Dios responde: con juicio (una actitud razonable y sensata, según enseña el Evangelio, en primer lugar hacia la vida espiritual); misericordia, (magnanimidad hacia los pecadores, misericordia por los necesitados y perdón a quienes nos ofenden) y fe (una vida personal recta, el arrepentimiento personal y la oración personal). Una pregunta esencial en alto grado: ¿Cómo hay que ayudar al difunto y rezar por él? Por cierto, los protestantes rechazaron las oraciones por los difuntos. En cambio, la Iglesia Ortodoxa afirma desde el mismo inicio de su existencia la necesidad de dicha oración y sostiene que el estado del alma, que después de la muerte se encuentra aprisionado por las ataduras de las pasiones de los demonios, se puede cambiar. Si no, ¿por quién insta la Iglesia a rezar? ¿Por los santos? No, por los pecadores, a quienes nuestras oraciones pueden ayudar a liberarse del apasionado demonio torturador. ¿Cómo? El Señor respondió esta pregunta directamente a los discípulos que no supieron expulsar al demonio: «Más este linaje no sale sino por oración y ayuno.» (Mt 17, 21). Con esto Él nos reveló la gran verdad, el misterio secreto: la liberación del hombre de la esclavitud de las pasiones y los demonios no solo requiere oración, sino también ayuno, por el cual se sobreentiende la abstención de la concupiscencia insaciable y apasionada del alma y del cuerpo, o cuando menos un mínimo esfuerzo de trabajo ascético (podvig). Como escribía San Isaac de Nínive: «Cualquier oración en la que el cuerpo no se ha esforzado y el corazón no se ha lamentado se considera un fruto prematuro del vientre materno, 61 porque una oración así no contiene alma» . Pero este ayuno es infrecuente, poca gente lo practica. (Véase más detalladamente en el siguiente capítulo). Por eso Dios concedía el don de la expulsión de los demonios a muy pocos ascetas, y en ningún caso a cualquier sacerdote. ¡La ordenación no concede ni el don de obrar milagros, ni ningún poder sobre los demonios! Como vemos en el Evangelio, incluso los apóstoles fracasaron en su intento de expulsar al demonio por la simple pronunciación de oraciones. Algo similar, por no decir peor, sucede con los actuales otchityvatel o exorcistas (hechiceros), que sin haber vencido sus pasiones ni recibido de Dios el don del Espíritu Santo para expulsar a los demonios, se atreven a practicar un oficio tan terrible, ¡haciéndose pasar por magos! ¿Acaso resulta incomprensible una verdad tan simple? Que solo el que haya alcanzado la impasibilidad, es decir el que haya expulsado de sí a los demonios, es capaz de entrar en abierta batalla contra los demonios de las tinieblas sin ocasionar ningún daño al poseído ni a sí mismo. San Juan Casiano (s. V) desenmascara enfurecido a los insensatos encantadores: «Y quien desea gobernar sobre los engañosos espíritus, devolver milagrosamente la salud a los enfermos, o dar muestras ante el pueblo de presagios asombrosos, aunque invoque el nombre de Cristo, suele ser ajeno a Él, porque al ser orgullosamente altivo, no sigue al Maestro en su humildad... Por eso nuestros padres nunca llamaron bondadosos ni 62 libres de la lacra de la vanidad a esos monjes que querían pasar por hechiceros» . Y prosigue: «Nadie debe ser glorificado por los dones y los milagros de Dios... ya que con mucha frecuencia la gente de mente depravada y los enemigos de la fe expulsan a los demonios y obran grandes milagros 63 en nombre de Dios » . En los Hechos de los Apóstoles se habla providencialmente de los hechiceros que tanto antes como ahora se valían con insolencia de la fuerza de las palabras de las oraciones y el nombre de Jesús (como en la magia) para expulsar al demonio: «Pero el espíritu malo les respondió: "A Jesús le conozco y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?" Y arrojándose sobre ellos el hombre poseído del mal espíritu, dominó a unos y otros y pudo con ellos de forma que tuvieron que huir de aquella casa desnudos y cubiertos de heridas. Llegaron a enterarse de esto todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos como griegos. El temor se apoderó de todos ellos [...].» (Hch 19,15-17). Esta es una advertencia muy seria a todos los sacerdotes de hoy que se dedican al exorcismo en 64 contra de la enseñanza de los Santos Padres y de la Tradición milenaria de la Iglesia rusa , además de un triste ejemplo de cómo es posible tergiversar una oración usando sus palabras y sus formas externas e ignorando sus condiciones esenciales. Pero volvamos a la oración por los difuntos. He aquí un asombroso suceso descrito en la antigua hagiografía de San Gregorio Magno, Papa de Roma (que vivió en el siglo VI, es decir antes del Cisma de Occidente). No rezaba por una persona cualquiera, sino por el emperador Trajano (+117), uno de los perseguidores más crueles de los cristianos, a causa de su ignorancia, y a la vez uno de los mejores gobernantes del Imperio Romano, por su sentido de la justicia y su preocupación por los pobres. San Gregorio, conmovido por uno de los actos del emperador (Trajano había defendido a una pobre viuda que se encontraba en una situación desesperada), empezó a rezar por él de manera intensa, con acompañamiento de trabajo ascético (podvig). Como resultado de ello se le reveló que su oración había sido escuchada. ¿Cómo hay que entenderlo? Si Trajano no solo no estaba bautizado, sino que perseguía a los cristianos. Pero esto es lo que se nos dice: «Que nadie se sorprenda cuando decimos que (Trajano) estaba bautizado, ya que sin estar bautizado 65 nadie verá a Dios, pero el tercer tipo de bautismo es el bautismo por las lágrimas» . ¿Las lágrimas de quién? De San Gregorio. ¡Esta es la fuerza de la oración cuando se une al ayuno! «Aunque es un caso excepcional —explica el hieromonje Serafín (Rose)—, da esperanza a aquellos cuyos allegados 66 fallecieron sin tener fe ». Por cierto, San Marcos de Éfeso (s. XV), que luchó por la Ortodoxia contra los católicos, se refirió a lo sucedido con Trajano como a un hecho que no dejaba duda alguna de que: «Algunos de los santos que rezaron no solo por los fieles sino también por los impíos fueron escuchados y libraron a estos del sufrimiento eterno con sus oraciones. Es lo que hicieron, por ejemplo, la primera mártir Tecla por Falkonin y San Gregorio Magno, tal como se relata, por el césar 67 Trajano» .

SÉ CRISTIANO POR LO MENOS DURANTE CUARENTA DÍAS En particular, el difunto necesita esta oración sacrificial unida al esfuerzo del corazón y la renuncia a cierto placer durante los primeros 40 días. Por eso, si alguien quiere ayudar realmente a su hijo, hija, madre, marido, esposa, hermana o hermano —a quien ame sinceramente—, existe un remedio y está en nuestras manos: entrega una parte de tu alma, una pequeña parte de tu vida corriente espiritualmente pasiva. Realiza por lo menos un pequeño trabajo ascético (podvig). En la medida de tus posibilidades, vive estos 40 días en abstinencia del cuerpo, templanza de los sentimientos y continencia de los pensamientos, y oblígate a rezar y a leer la palabra de Dios. Intenta hacer las paces con tus enemigos. Haz el bien a los que te odian según disponen los mandamientos de Dios. Lucha contra tus pasiones, intenta no juzgar ni envidiar a nadie, no responder al mal con el mal, confiésate más a menudo y comulga con los Santos Sacramentos. Purifica por lo menos un poco tu alma, aunque sea durante un corto período de tiempo, y contrólate por el bien de la persona querida. Dite a ti mismo: «Intentaré ser cristiano y vivir de acuerdo con el Evangelio al menos durante estos 40 días». Y es que a los amigos se les conoce en la desgracia y no en un banquete; y el amor se manifiesta con el sacrificio de uno mismo, con hechos, y no solo con listas de intercesión. Y cuanto más trabajes en tu propia alma —por lo menos durante esos 40 días— más eficaz para el difunto será tu amor por él. Entonces tus oraciones a Dios y tu caridad, tus listas y todo lo demás serán realmente beneficiosas para el difunto. Esta es la ayuda que necesita el familiar, allegado o persona querida. La necesidad especial de la oración personal también se entiende por otros motivos. En el templo, por regla general, debido a la gran cantidad de difuntos que rememorar, al sacerdote le resulta prácticamente imposible rezar con toda su alma por cada uno de ellos, por lo que se limita a pronunciar (en voz alta o para sí mismo) los nombres de los difuntos y a separar partículas del pan eucarístico… No obstante, en primer lugar nada puede sustituir a la oración, y si al pronunciarla la persona no reza, los demonios torturadores no temerán esta conmemoración. En segundo lugar, «esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración y el ayuno.» (Mc 9, 29). Sin embargo, no resulta difícil entender lo raro que es encontrar a una persona de esta clase (sacerdote, monje o laico), que renuncie realmente a ciertas comodidades, diversiones, placeres e incluso a la simple rutina diaria de su vida para elevar una oración por su difunto, reforzada con cierto trabajo ascético (podvig). No obstante, esta es precisamente una de las condiciones para que la conmemoración eclesiástica sea efectiva. Ya que un oficio de conmemoración no es un acto mágico que, independientemente de la participación del sacerdote y del fiel en la oración, traiga el fruto de la salvación «por la realización del acto mismo» (exopere operato), como enseña el Catolicismo de manera tentadora y que nosotros, los ortodoxos, lamentablemente no rebatimos. Los Santos Padres afirman unánimemente que Dios no puede salvar al hombre sin la voluntad y coparticipación espiritual de este. Por eso, donde no haya oración personal y buena disposición a vivir de acuerdo con los mandamientos evangélicos, Él no puede ayudarnos, no puede oír una oración que no existe. La creencia de que en la conmemoración del difunto lo más importante es la extracción de la partícula del pan eucarístico y la pronunciación del nombre durante el Oficio Divino, en lugar de las oraciones de los fieles y del sacerdote que van unidas a ellas, es uno de los errores más extendidos y perniciosos. Es pernicioso porque nos deja, tanto a nosotros como a nuestros difuntos, sin Dios, sin fruto. San Juan Crisóstomo escribía: «... De nada nos servirá el Bautismo, la absolución de los pecados, el conocimiento, el sacramento de la comunión, el santo alimento, ingerir el Pan y el Vino, ni ninguna 68 otra cosa, si no empezamos a llevar una vida honesta, estricta y ajena a cualquier pecado» . A modo de ejemplo de actitud ortodoxa correcta (a diferencia de la pagana) con respecto a la oración por otra persona, me gustaría citar el siguiente caso. La hija de un sacerdote moscovita se rompió la pierna. Y él, pese a ser un hombre que no acostumbraba a beber, tomó la siguiente decisión: « No beberé ni una gota de vino hasta que no sane la pierna rota de mi hija». Unió su oración al trabajo ascético (podvig), limitó sus exigencias carnales y se privó en parte de su agradable vida por la persona a la que quería. Esto fue una verdadera muestra de amor, un sacrificio real que, al purificarle, dio tanto a él como a su hija un fruto beneficioso, no solo corporal, sino incomparablemente mayor, un fruto espiritual. Me gustaría volver a recalcar que solo forzándonos a vivir según los mandamientos y a rezar, entramos en comunión con Dios, como escribía San Antonio el Grande, y en la medida de esta unión espiritual somos capaces de ayudar espiritualmente a otra persona. Y cuanto más pura sea nuestra alma, más puede cambiar el estado del alma del difunto, la cual con nosotros y a través de nosotros se une a Dios allí en la medida en que estemos unidos a Él aquí. Ya que en la oración se produce la unión espiritual de las almas humanas. Pero no se trata de una simple unión, sino de la unión en Dios. Por eso no hay que creer en las estúpidas fábulas que dicen que no se puede rezar por alguien, como si fuese algo peligroso. La oración siempre es provechosa. Atrae la misericordia de Dios hacia quien reza y beneficia indudablemente al difunto. Resulta de gran provecho encontrar un compañero de oración, otro asceta, cuando menos durante estos 40 días tan decisivos.

LA GEHENNA

¿Qué es la gehenna? ¿Qué tipo de tormentos se sufren allí? ¿Cuál es su sentido y su finalidad? Se trata de una pregunta que preocupa a muchos, y que ante todo está relacionada con la enseñanza de la Revelación de los tormentos eternos de los pecadores. Resulta difícil de entender, no solo porque aquello está cerrado por una cortina impenetrable para nosotros, sino también porque la eternidad no incluye en absoluto la noción de tiempo. (Ap 10, 6: ««¡Ya no habrá dilación!»), y la consciencia humana, sumergida en la corriente del tiempo, es incapaz de imaginársela. El Apóstol Pablo, por ejemplo, fue arrebatado hasta el tercer cielo (2 Co 12, 2-4). ¿Dónde estuvo entonces? En la Eternidad. Y después regresó a la temporalidad. Allí el tiempo no existe, allí hay Eternidad, que no alude al tiempo infinito, sino a algo totalmente distinto. Lo único que sabemos es que parece que de la temporalidad se puede pasar a la 69 Eternidad, y de la Eternidad, regresar a la temporalidad. Probablemente esto sea todo . ¿Qué contaba el Apóstol Pablo cuando volvió de la Eternidad? «[...] Oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar» (2 Co 12, 2,4) (En lengua eslava suena de forma muy expresiva: «neizrechennie glaroly, verbos inenarrables»); es decir, oyó palabras imposibles de relatar a otro hombre. El lenguaje totalmente distinto de allí, aquí es completamente incomprensible, como si de repente alguien empezase ahora a hablar entre nosotros, por ejemplo, en etíope antiguo. Allí nada es como parece. Por eso no tiene sentido razonar sobre lo que hay allí y sobre lo que es la eternidad. Con Su Evangelio, el Señor no revela al hombre los misterios del siglo venidero, sino que le ofrece el camino y los medios para entrar en el siglo donde el hombre verá todo «cara a cara» (1 Co 13,12). Las verdades dogmáticas se revelan solo en la medida en que resulta necesario para nuestra verdadera vida espiritual, y solo esto nos conduce al conocimiento de los misterios del otro mundo. Quien cree que entendemos o somos capaces de entender los misterios de la Trinidad del único Dios, la Encarnación, la Cruz de Cristo, etc., está totalmente equivocado. Todas las verdades cristianas reveladas por Dios son firmes puntos de referencia en el camino de la salvación, necesarios para el hombre en su vida espiritual. Es muy importante comprender que el Mensaje de Cristo es de carácter educativo y está dirigido exclusivamente a la transformación del hombre, a su deificación, y no a llenarle la mente de nueva información sobre el otro mundo. La realidad del otro mundo seguirá siendo siempre un misterio para el hombre terrenal. Este carácter de la Revelación se extiende a todas las doctrinas religiosas, incluida la anunciación del paraíso y del infierno. La Palabra de Dios sobre los tormentos eternos era la extrema intensidad de la voz de Su amor, en su deseo de salvar al hombre del horror de los sufrimientos de la gehenna, lo que es totalmente comprensible: el amor no puede dejar de hacer todo lo posible para avisar y liberar al ser querido de los tormentos. Por eso muchos Santos Padres repiten las palabras del Evangelio: sí, a los justos aguarda el Reino de la alegría eterna, y a los impenitentes, el tormento eterno. Y así es. Ni siquiera se plantea la cuestión espinosa de cómo combinar la enseñanza cristiana sobre Dios Amor con la enseñanza de que este Amor da la vida a los que voluntariamente elegirán el mal y se someterán a los tormentos eternos. Aunque queda absolutamente claro que el Amor no puede hacer algo parecido, que aquí hay algo que no es exactamente así. San Isaac de Nínive fue firme al respecto: «Si un hombre dice que Él se reconcilia con ellos [pecadores] aquí, solo para torturarlos sin piedad allí... dicho hombre 70 piensa de manera indeciblemente sacrílega sobre Dios... Tal hombre… Le difama » . «El Señor misericordioso no creó criaturas racionales para someterlas sin piedad al dolor infinito, criaturas sobre las que incluso antes de su creación sabía en qué se convertirían tras la creación, y a quienes 71 aun así Él creó» . Y en la Revelación encontramos afirmaciones directas sobre la eternidad de los tormentos, y, al mismo tiempo, la enseñanza sobre su finitud y la salvación de todos hombres. Sobre lo último pueden citarse los siguientes pasajes de las Sagradas Escrituras: «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos [...]» (Lc 12, 47-48). «Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida.» (Ro 5,18). «[…] la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. El, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.» (1 Co 3, 13-15). «Cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo.» (1 Co 15, 28). «Y murió por todos [...]» (2 Co 5, 15). «Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, principalmente de los creyentes.» (1 Тm 4, 10). «Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres» (Tit 2 ,11). Sobre esto mismo escribían muchos de los Santos Padres (véase más adelante), cosa que no tiene nada que ver con la apocatástasis de Orígenes, condenada por el Quinto Concilio Ecuménico, que hablaba sobre la repetida restauración de todas las cosas. En el plano teológico-especulativo, esta cuestión no tiene una solución simple, lo que resulta sorprendente. Cualquier persona racional comprende que si la razón humana se topa con fronteras insuperables incluso a la hora de conocer nuestro mundo visible, tanto más le ocurrirá a la hora de conocer la realidad del otro mundo. La vida futura es realmente un gran misterio. Por eso la actitud más razonable respecto a esta cuestión es la humildad sincera ante dicho misterio. Nosotros no entendemos la eternidad, no conocemos ni el paraíso ni el infierno, no nos han revelado qué es el cielo nuevo ni la tierra nueva, no nos imaginamos la resurrección universal ni la vida en el nuevo cuerpo, etc., de modo que abandonemos el sueño de resolver esta ecuación con muchas incógnitas, inclinémonos con fe ante el amor y la sabiduría de Dios, creamos que en Dios no hay mentira, venganza ni recompensa, sino solo amor ilimitado y, por consiguiente, la eternidad corresponderá al estado espiritual de cada persona, a su libre autodeterminación. San Juan Damasceno era muy claro al respecto: «Y en el siglo venidero Dios dará bienes a todos, pues Él es la fuente del bien, sobre todos vierte la gracia, y cada uno comulga con el bien en la medida en la que se ha preparado para 72 recibirlo» . Las palabras de San Isaac de Nínive son aún más elocuentes y firmes: «Él [Dios] no hace nada por represalia, sino que tiene en cuenta el beneficio que se derivará de Sus acciones. Uno de estos [...] es 73 la gehenna» . «Si en la consciencia de nuestro Dios bondadoso no se hubiesen previsto el Reino y la gehenna desde la aparición del bien y del mal, las intenciones de Dios sobre estos no serían eternas; pero Él conocía la rectitud y el pecado antes de que estos se manifestasen. De esta forma, el Reino y la gehenna son consecuencias de la misericordia, concebidos en esencia por Dios en Su eterna 74 bondad, y no consecuencia de la retribución o pago, aunque Él les diera el nombre de retribución» . 75 Ya que «donde hay amor, no hay represalia; y donde hay represalia, no hay amor» . ¡Asombrosa respuesta a la complejísima pregunta de la escatología! Por esto es por lo que existe la gehenna: ni como retribución, ni como castigo infinito, sino como el último recurso providencial del amor de Dios, que contempla el provecho que se derivará de Sus acciones. ¡Dios no creó la gehenna para atormentar eternamente al hombre, sino para salvarlo! ¡El Reino de Dios y la gehenna de fuego son consecuencia de la misericordia, no de la retribución! ¡El Señor misericordioso no creó seres racionales para someterlos sin piedad al dolor infinito ! San Gregorio de 76 Niza , hermano de Basilio el Grande, pensaba lo mismo. Sobre esto mismo se habla con gran firmeza en Pasjalnoe slovo (Palabra de Pascua). Pero solo un tonto (perdonen la expresión) puede sacar la siguiente conclusión de similares afirmaciones: ¡Ah, los tormentos de ultratumba no son infinitos, vivamos aquí con toda clase de comodidades! Escuchen con qué fuerza San Isaac de Nínive previene de tales frivolidades: «Seamos precavidos en nuestras almas, amados, y entendamos que aunque la gehenna está sujeta a limitación, el sabor de la estancia en ella es horrible, y el grado del sufrimiento que se padece allí supera los límites de nuestro 77 entendimiento» . ¿Quién aceptaría obtener una gran riqueza a condición de sufrir crueles torturas infligidas por sádicos? ¡Creo que nadie en su sano juicio! Cuando una vez, en una conferencia internacional, los representantes de la Federación rusa mostraron unas cintas de vídeo con grabaciones de torturas y monstruosas ejecuciones de nuestros prisioneros en Chechenia, muchos de los delegados no fueron capaces de soportarlo, se taparon los ojos y los oídos y salieron corriendo de la sala. Si era imposible hasta de ver, ¿cómo sería sufrir algo semejante? Efectivamente, por nada del mundo. Lo mismo sucede con la gehenna, aunque esté sujeta a limitaciones. Si por lo menos fuese posible mostrar qué sufrimientos esperan al hombre, cuando dentro de él se revelen en toda su fuerza las pasiones y empiecen a actuar, seguro que nadie querría «vivir con todas las comodidades, y luego que sea lo que tenga que ser». ¡No, líbranos, Dios, del más mínimo contacto con la gehenna! La experiencia de la gehenna de las tinieblas de fuera, del «bien» fuera de Dios, aterra, aunque esté limitada «en el tiempo» y termine con la entrada en el Reino. El Apóstol escribe: «[…] la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.» (1 Co 3, 13-15). Se trata de una hermosa imagen que muestra que incluso el estado de salvación puede ser diferente. Para uno será con gloria y honor por el podvig de una vida justa, para otro, aunque se salve, será como quien pasa a través del fuego, ya que todo lo que ha hecho y no ha dado fruto espiritual ha resultado ser ruin y carente de sentido, paja quemada en la primera prueba por el fuego del Día de la eternidad (1 Co 3, 12). Miren lo que sucede con el hombre cuya obra de toda la vida se quema por completo. De ahí puede entenderse por qué en las Sagradas Escrituras hay expresiones tan duras: «E irán éstos a un castigo eterno» (Mt 25, 46), «[...] mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera: allí será el llanto y el rechinar de dientes.» (Mt 8, 12), etc. ¿Por qué la Iglesia nos advierte con tanta persistencia sobre los tormentos eternos de los pecadores? Sí, el amor no puede dejar de hacer todo lo posible para salvar al ser querido de los sufrimientos. Por eso ¡«Seamos precavidos en nuestras almas, queridos míos»!

¿QUÉ NOS ESPERA EN EL JUICIO FINAL? Si bien combinación de palabras «Juicio final» no figura en las Sagradas Escrituras, la Iglesia la utiliza como la más adecuada para ese acontecimiento. ¿Qué significa este Juicio? No vayamos a creer que a lo largo de toda la historia de la humanidad 78 Dios era únicamente amor y, ahora, solo justicia . ¡Nada de eso! San Juan Crisóstomo se pronunció con firmeza con respecto a la Justicia Divina hacia el hombre: «Si exiges justicia, entonces según la ley de la verdad nos deberíamos haber condenado en el acto desde el mismo principio». Es poco razonable imaginar a Dios en ese Juicio como algo parecido a la diosa griega de la justicia, Temis, con los ojos vedados. Este último acto de la historia de la humanidad, que revela el principio de su vida eterna, se llama Juicio Final porque aquí «al toque de la trompeta final» (1 Co 15, 52) cada persona tomará su decisión definitiva: si estar con Dios, o alejarse de Él para siempre y quedarse «fuera» del Reino. Cristo seguirá siendo amor Divino inmutable incluso en el Juicio Final, y no violará la libertad de la voluntad humana. Aquí es imprescindible recordar el importante cambio que se producirá en el hombre cuando termine su existencia en este mundo. Según la enseñanza de la Iglesia, después de la resurrección universal, el hombre vuelve a recibir un cuerpo y su naturaleza espiritual-corporal se restablece plenamente. Así, se le devuelve la voluntad de autodeterminación y, por consiguiente, la última oportunidad de convertirse a Dios, de renovarse espiritualmente y curarse por completo, a diferencia del estado del alma después de la muerte, que estaba completamente determinado por el carácter de su vida terrenal. De aquí es precisamente de donde proviene el miedo al Juicio Final, del hecho de que el hombre decide para siempre su destino eterno. Ciertamente, es difícil imaginar que una persona que haya experimentado la gehenna, en la que era incapaz de liberarse por sí misma de los tormentos, elija el cautiverio anterior tras conseguir de nuevo la ansiada libertad en la resurrección. Pero esto es un misterio del otro mundo. Aunque si razonamos de manera terrenal incluso podemos comprender la terrible elección del infierno por parte de las personas semejantes al demonio. Puesto que un alcohólico no aceptará voluntariamente vivir entre abstemios, ni un libertino entre castos, ni un drogadicto entre sanos... Un ser con cualidades contrarias a Dios no podrá estar en un ambiente de amor Divino, pureza y santidad. Para una criatura con alma infernal, el Reino del Espíritu Santo será un infierno en máximo grado. Por este motivo San Juan Crisóstomo dice: «Pоr eso 79 mismo Él [Dios] dispuso la gehenna, porque es bueno» . La idea aquí es la siguiente: puesto que para una criatura sumida en el mal es insoportable estar con Dios, el Señor, en Su bondad, le da la oportunidad de estar fuera de Él en las «tinieblas de fuera» (Mt 8,12). Es decir, Dios, manteniendo intacta hasta el final la libertad de la criatura racional, le da prueba de su misericordia al concederle estar allí donde pueda y quiera, en la misma eternidad. De esta forma es posible entender lo que sucederá en el Juicio Final: no la violencia cometida contra el hombre pecador ni tampoco la venganza por sus villanías terrenales. ¡No! Repitamos, Dios sigue siendo amor incluso en el Juicio Final. Y en el Juicio, el destino eterno de cada persona vendrá determinado por este Amor, de pleno acuerdo con las cualidades espirituales y la libertad de autodeterminación de la misma persona. No por casualidad decía San Isaac de Nínive: «Es inoportuna la idea que tiene el hombre de que en la gehenna los pecadores pierden el amor de Dios… Pero el amor actúa de dos formas por su fuerza: tortura a los pecadores… y regocija a los que cumplen con su 80 deber» . Posiblemente haya gente cuya obstinación les hará incapaces de soportar la humildad del amor de Dios. Y Dios no violará su libertad. Por eso la puertas del infierno solo pueden cerrarse desde dentro por sus propios moradores y no están selladas por el Arcángel Miguel con los siete sellos para que nadie pueda salir de ahí aunque quisiera. Ya que el infierno, según San Macario el Egipcio, yace « en las profundidades del corazón humano». La idea de que la estancia de los pecadores, y del mismo diablo, en el infierno se debe a su libre «no quiero a Dios» aparece expresada en los escritos de muchos de los Santos Padres, entre ellos, San Clemente de Alejandría (+ 217), San Juan Crisóstomo, San Basilio el Grande (+379), San Máximo el Confesor, San Juan Damasceno, San Isaac de Nínive, San Nicolás Cabasilas (s. XIV) y otros. «Dios concede el bien incluso al diablo, pero este no quiere aceptarlo», escribe San Juan Damasceno. « Y en el otro mundo Dios da bienes a todos, pues Él es la fuente del bien, sobre todos vierte la gracia, y cada uno comulga con el bien en la medida en la que se ha preparado para 81 recibirlo ». Del mismo modo piensa San Nicolás Cabasilas: «Y la diferencia entre justos y impíos, no obstante hallarse en ataduras casi idénticas y estar sujetos a idéntica esclavitud, radica en que los justos sufrieron esta esclavitud y servidumbre con descontento, rezaron para que se desmoronasen sus prisiones y se rompiesen sus cadenas, y desearon que los cautivos hiciesen rodar la cabeza del tirano, mientras que a los impíos no solo no había nada que les pareciese extraño, sino que incluso hallaban contento en su servidumbre. Es lo que también sucedió en los bienaventurados días de la vida de Cristo: los que no aceptaron el Sol que brillaba en ellos intentaron por todos los medios extinguir sus rayos. Por eso los primeros se liberaron de la esclavitud del infierno cuando apareció el Rey, 82 mientras que los otros permanecieron en sus ataduras» . Y sobre ello cabe decir con pleno convencimiento que en el Juicio Final se revelará con toda su fuerza y claridad a cada persona, independientemente de sus convicciones terrenales, toda la grandeza moral del podvig de la crucifixión de Jesucristo, Su conmovedora humillación por nuestra salvación y Su indescriptible amor,. Como escribía el archimandrita Efrén (Moraitis), stárets de Athos: «En su Segunda 83 Venida, Cristo nos mostrará los sufrimientos de su carne como prueba de su amor por nosotros » . Y es difícil suponer que un Amor como este no nos toque, o más concretamente, no conmueva el corazón de los resucitados. Miren la fuerte impresión que causó la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, a pesar de ciertas deficiencias. Aquí se revela ante cada uno de nosotros la misma realidad de la Cruz y toda la fuerza del amor del Resucitado, lo que sin duda determinará en gran medida la elección positiva que haga una gran cantidad de gente. Indudablemente, contribuirán a esta elección la experiencia de la vida terrenal, repleta de la ilusión soñadora de su eternidad, y la triste experiencia de los mytarstva, que han mostrado la «dulzura» real de las pasiones: los frutos de la vida sin Dios. Por eso mismo San Isaac de Nínive escribía: «El Reino y la gehenna son consecuencias de la misericordia, concebidas en esencia por Dios en Su eterna bondad, y no de la retribución». Así pues, en el Juicio Final terminará definitivamente el proceso de formación y autodeterminación de una persona. Tendrá lugar una especie de balance de resultados del camino espiritual del hombre no solo terrenal, sino de después de la muerte; es decir, de toda su existencia en estado caído. Aquí ante el amor Divino cada hombre resucitado pronunciará a Dios su «sí» o «no» definitivo. Por eso este Juicio es temible, y no porque Dios vaya a juzgar los actos humanos «de acuerdo con la máxima justicia», por haber olvidado su amor. San Teófanes escribía: «Incluso en el juicio final, lo que exigirá el Señor no será tanto exigir para condenar, sino para absolver a todos. Y absolverá a todos, por pequeña que sea 84 la posibilidad» .

JESÚS, EL SALVADOR DE TODOS LOS HOMBRES San Isaac de Nínive escribía con plena convicción: «El pecador ni siquiera está en condiciones de imaginarse la gracia de su propia resurrección. ¿Dónde está la gehenna que podría afligirnos? ¿Dónde están los tormentos que nos aterran de diversas formas y nos privan del gozo de Su amor? ¿Y qué es la gehenna en comparación con la gracia de Su resurrección, cuando nos saque del infierno, cuando lo perecedero se vuelva imperecedero, cuando restaure en la gloria al caído en el infierno? En lugar de retribuir al justo, retribuye a los pecadores con la resurrección, y a los cuerpos que han violado Su ley los reviste de la gloria perfecta de lo imperecedero. La gracia de resucitarnos tras 85 haber pecado es una gracia superior; nos conduce a la existencia de cuando no existíamos» . Estas palabras del Santo, de su famosa obra Slova podvizhnicheskie (Palabras ascéticas), que nunca han sido puestas en duda ni criticadas por ninguno de los Padres de la Iglesia Ortodoxa, incluida la Iglesia rusa, no dejan de asombrarnos. No es para menos: no es el justo, sino el pecador, el que no es capaz ni de imaginarse la gracia de su resurrección. Además, Cristo levantará en gloria al caído en el infierno; en lugar de retribuir al justo… le reviste de la gloria perfecta de lo imperecedero. San Isaac de Nínive está convencido de que la resurrección universal abole la gehenna: «¿Dónde está la gehenna que podría afligirnos a nosotros, pecadores?», exclama. Por supuesto, San Isaac de Nínive tuvo suerte de no vivir en nuestros tiempos. Hoy lo habría pasado bastante mal, al igual que otros santos como San Justino Mártir, San Gregorio de Niza, San Atanasio de Alejandría, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo, San Efrén de Siria, San Anfilocio de Icono, San Epifanio de Salamis, San Juan Damasceno, San Máximo el Confesor, autores de muchos de los versículos del Octoeco y el Menologio, por su convicción de la posible salvación de los no cristianos, ya que los habrían calificado de herejes. La pregunta sobre la salvación de los no ortodoxos —los heterodoxos y los ateos— es bastante candente y preocupa a muchísima gente, en particular a los recién llegados a la Iglesia. Es esencialmente simple: —¿Entonces, qué? ¿Solo se salvan los ortodoxos, y de los ortodoxos solo los justos, es decir una milésima o millonésima parte de la humanidad? ¿Y el resto se dirigirá al tormento eterno? ¿Acaso Dios no lo sabía cuando creó al hombre? ¡¿Y aun así usted dice que Él es amor?! ¿Pero qué amor es ese? ¡No puede haber nada peor! Duele escuchar tales reproches. Pero somos nosotros los culpables, cuando con nuestro desacuerdo o, peor aún, nuestro enfoque formal de algunas preguntas «espinosas», damos pie a tales ideas o conclusiones, apartando de esa forma a la gente de Cristo. ¿Pero cómo podemos responder a esta pregunta que desconcierta a tantas personas y a la que incluso los Santos Padres responden de manera distinta? Unos sostienen sin rodeos que solo se salvarán los miembros de la Iglesia Ortodoxa y que para los que se encuentren fuera de ella la salvación no es posible. ¿Correcto? Correcto. En cambio, otros Santos Padres insisten en que Jesús es el Salvador de todos los hombres. ¿Correcto? Sí. ¿Entonces cuál es en definitiva la respuesta correcta? Voy a intentar ilustrarlo con un simple ejemplo. Dicen que durante la Segunda Guerra Mundial ocurrió en varias ocasiones que al derribar un avión el piloto caía sin paracaídas y... no solo sobrevivía, sino que también salía ileso. ¿Cómo? Esto sucedía en invierno. El piloto caía sobre una pendiente cubierta por un gran manto de nieve que le salvaba la vida. Pero, ¿acaso de ello se desprende que ahora debemos saltar sin paracaídas? No. Salvarse es posible solo gracias al paracaídas, pero, a veces, incluso sin. Aunque se trate solo de una analogía, da una idea del motivo por el que las respuestas de los Santos Padres a esta pregunta eran variadas. La Ortodoxia indica el camino cor(recto) de la vida (las leyes de la vida espiritual), designa con precisión su objetivo (la deificación del hombre en Cristo) y ofrece medios únicos de ayuda (los sacramentos). Las demás creencias indican otros caminos, medios y objetivos que, a menudo, no solo se diferencian de los ortodoxos en gran medida, sino que además desorientan totalmente al hombre. ¿Qué otros caminos nos ofrecen? Metafóricamente hablando, son los siguientes: para llegar de Moscú a San Petersburgo podemos pasar por Kiev o Vladivostok, ir en un avión de principios del s. XX pasando por Nueva York o atravesar el océano Pacífico en un bote solitario teniendo coordenadas poco claras del punto de destino. ¿Es posible llegar a «Petersburgo» por estos caminos y medios de transporte? Teóricamente sí, pero es muy fácil perderse y además es un camino difícil, peligroso, largo, y... y... y.... No obstante, desde el punto de vista de la Ortodoxia, la falibilidad de una u otra fe no da motivos para afirmar la ineludible condena de sus seguidores, ya que el destino final del hombre está oculto a la mirada terrenal. Como bien dice el refrán ruso, «el alma ajena es la oscuridad» (cada persona es un mundo), siempre será un misterio para nosotros. Miren la cólera con la que el Señor condenó a muchos de los más justos (=ortodoxos) según los patrones humanos, a muchos legistas, teólogos, obispos y sacerdotes que se consideraban mejores que los demás, que estaban orgullosos de su justicia y su ortodoxia, y que además despreciaban a los llamados pecadores. Y, al contrario, aceptó, absolvió e introdujo en las moradas del Paraíso a los pecadores que reconocieron sus pecados y se arrepintieron sinceramente. El primero en entrar al paraíso fue un claro malhechor, un ladrón. ¡Nadie dudaba de su desgraciado destino eterno, pero entró en el Paraíso solo porque, una vez en la cruz, reconoció desde el fondo del alma toda la vileza de sus acciones en el último instante de su vida y se arrepintió! Y, si sobre ello no hubiese informado el evangelista Lucas, ¿acaso se le hubiese ocurrido a alguien que este malhechor pudiese salvarse? Pero Juan el Apóstol escribe: «Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.» (1 Jn 2, 2). La fe ortodoxa excluye categóricamente tanto la indiferencia ante la verdad, como la hostilidad hacia la gente de otras convicciones. Por eso «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7,1), pero tampoco se arriesguen a atravesar el océano embravecido de esta vida, sea sobre una tabla o a nado, preocupándose insensatamente por cómo creer y según los mandamientos de qué religión vivir; sino que busquen un barco seguro para salvarse. Y una vez encontrado, no deben enorgullecerse de esta benevolencia que Dios les ha mostrado ni tampoco juzgar a los demás, sino que deben compadecerles de todo corazón y ofrecerles el amor de Dios, recordando siempre las palabras del Apóstol: «A los de fuera Dios los juzgará» (1 Co 5, 13). No sabemos quién se salvará primero. Solo la Iglesia, con su pensamiento conciliar, puede decir quién se ha condenado y quién ha sido santificado. Nosotros debemos pensar en la salvación propia, y no juzgar a los demás. Evidentemente, fuera de la Iglesia no hay salvación. ¿Qué quiere decir fuera de la Iglesia? ¿Podemos identificar sin reservas los límites canónicos, es decir, visibles, de la Iglesia, con la Iglesia como Cuerpo de Cristo? ¿Qué Iglesia Ortodoxa, la rusa o la de Constantinopla, siguió siendo la única Iglesia en la que la salvación es posible, cuando desde el 23 de febrero hasta el 16 de mayo del año 1996 cesaron entre ellas todas las relaciones eucarísticas (a causa de un problema jurisdiccional con Estonia)? ¿Y de qué modo y quién entra en la Iglesia? ¿Solo los bautizados en la Iglesia Ortodoxa? Entonces ¿cómo es que están en ella los justos del Antiguo Testamento y muchos de los mártires de Cristo que no tuvieron posibilidad alguna de recibir el Bautismo ni la Comunión? Estas preguntas requieren una respuesta. Cuando los Santos Padres dicen que la salvación solo está en el seno de la Iglesia Ortodoxa, con ello no afirman que solo es posible entrar en la Iglesia a través del sacramento del Bautismo y que todos los que no lo hayan recibido en la vida terrenal, es decir la gran mayoría de la humanidad, se condenarán. Sabemos que actualmente hay más de seis mil millones de personas en el planeta, de los cuales solo 200 millones son ortodoxos (¿y cuántos de ellos son realmente ortodoxos?); todos los demás son no ortodoxos o, en su inmensa mayoría, no cristianos. ¿Se puede afirmar que Dios, sabiendo que tanto estos como las anteriores miles de millones de personas se condenarán, les dio la vida con el único objeto de someterlos a la tortura infinita? En relación con esto no puedo dejar de repetir las extraordinarias palabras, por su amor y su fuerza, de San Isaac de Nínive: «El Señor misericordioso no creó criaturas racionales para someterlas sin piedad al dolor sin fin. Las creó aun sabiendo en qué se convertirían después de la 86 creación» . He aquí lo que escriben otros santos en relación con este tema. San Irineo de Lyon: «Cristo vino no solo por aquellos que creían en Él, sino por todos los hombres en general que... deseaban ver a Cristo y oír Su voz. Por eso en Su segunda venida a todos 87 estos los ensalzará... los resucitará y los colocará en Su Reino primero» . «Nos han enseñado —escribe San Justino el Filósofo y Mártir— que Cristo es el primogénito de Dios, y anteriormente declaramos que Él es la Palabra con la que comulgará toda la humanidad. Los que vivieron de acuerdo con la Palabra son cristianos, aunque se les consideró impíos. Así, entre los helenos están Sócrates, Heráclito y otros semejantes a ellos, y entre los bárbaros, Abraham, Ananías, 88 Azarías, Misael, Elías y muchos otros» . En otra parte dice: «Puesto que aquellos que hacían el bien universal, natural y eterno son de Su agrado, incluso ellos, como los justos que vivieron antes, Noé, Enoc, Santiago, y otros, en el momento de la resurrección se salvarán a través de Cristo nuestro 89 Señor, junto a los que reconocieron a este Cristo como Hijo de Dios» . ¿Y cómo valorar a la luz de esta pregunta la historia bíblica en la que Dios manda al profeta Jonás al pueblo pagano de Nínive a predicar el arrepentimiento (Jon 1, 2)? «Los ninivitas creyeron en Dios: ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal desde el mayor al menor.» (Jon 3, 5). Y Dios aceptó el arrepentimiento de los paganos: «¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?» (Jon 4, 11). ¿Quién bautizó a los paganos ninivitas y en qué medida era Ortodoxa su fe para que Dios aceptase su arrepentimiento y les perdonase no solo aquí, sino también sin lugar a dudas, en la eternidad? San Gregorio Nacianceno dice: «Así como muchos de los nuestros no lo son en realidad, alejados como están del cuerpo común por su modo de vivir, así, por el contrario, muchos de los que están fuera son nuestros, en tanto que anticipan la fe con su estilo de vida, y teniendo la cosa, solo les falta 90 el nombre» de cristiano . Sobre lo mismo escribía también San Juan Damasceno: «Algunos dicen que Cristo salvó del infierno solo a los creyentes tales como los padres y profetas, jueces, y junto a ellos los reyes, los gobernadores locales y algunos otros del pueblo hebreo, pocos y bien conocidos por todos. A los que piensan así les responderemos que no hay nada inmerecido, milagroso ni raro en que Cristo salve a todos los creyentes, puesto que Él seguirá siendo un Juez justo, y nadie que crea en Él se condenará. Por lo tanto, el descenso a los infiernos de Dios y Señor debería haber salvado y liberado a todos de las cadenas del infierno, lo que sucedió por Su Providencia. Aquellos que se salvaron solo por la filantropía de Dios fueron, según creo, todos los que llevaban una vida pura y hacían toda clase de buenas obras, viviendo en la modestia, en la abstinencia y en castidad, pero que no adoptaron la fe pura y divina porque no se les enseñó, y quedaron en la ignorancia. A esos mismos el Señor y Administrador les atrajo, les atrapó con las redes divinas y les persuadió a creer en Él, iluminándoles con los rayos divinos y enseñándoles la luz 91 verdadera» . Por eso San Nektari Optinski consideraba que «se salvará incluso el hindú sencillo que cumpla, como sepa, Su voluntad y que crea en el Altísimo. Pero el que, aun conociendo el cristianismo, elija el 92 camino del hinduismo, no se salvará» . Uno de los santos ascetas y padres espirituales rusos más famosos del siglo XX, el obispo Afanasio (Sájarov + 1962) escribía: «Para mí lo más valioso es la ortodoxia. Ni siquiera puedo compararla con cualquier otra confesión o fe. Pero no oso decir que todos los que no profesan la fe ortodoxa se han 93 condenado irremediablemente. La gracia del Señor es grande y grande es Su salvación» . ¿Qué significan las palabras del Apóstol Pedro: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato.» (Hch 10, 34-35), o las palabras del Apóstol Pablo, que decían que Cristo es el «Salvador de todos los hombres, [principalmente] de los creyentes » (1 Ti 4,10)? O: «[...] gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente, y también al griego; que no hay acepción de personas en Dios.» (Ro 2, 9-16). No hay duda de que ambos apóstoles hablan de la salvación no solo de los cristianos, sino también de todos los hombres que obren el bien en cualquier nación. Puesto que Dios no hace acepción de personas. La respuesta principal a la pregunta quién se salvará, la da el Señor mismo: «Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra e l Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro. » (Mt12, 31-32). Los Santos Padres entienden estas palabras unívocamente. La blasfemia contra el Espíritu Santo es la soberbia, el elogio de sí mismo, el encarnizamiento contra la justicia, la verdad y la consciencia. «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal, que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!» (Is 5, 20), proclamaba el profeta Isaías. Generalmente los Santos Padres dicen: «No hay pecado que no pueda perdonarse, salvo el pecado del que no te hayas 94 arrepentido» . Pero mientras la soberbia reine en el hombre, este será incapaz de arrepentirse, y por consiguiente, tampoco se salvará. Todos los demás pecados, incluso la negación de Cristo («la palabra contra el Hijo del hombre»), si se cometen por ignorancia, por debilidad humana, a causa de una educación y enseñanza erróneas, etc., pero no están relacionados con la oposición consciente a la verdad y la justicia, serán perdonados; ya que aún queda la posibilidad de arrepentirse, el cambio espiritual, la rectificación. En resumen, estas palabras de Cristo expresan la idea de que la posibilidad de salvarse, es decir, la posibilidad de convertirse en miembros del Cuerpo de Cristo, o sea de la Iglesia, existe para todos, incluidos los que no hayan recibido el sacramento del Bautismo durante su vida terrenal pero que no hayan blasfemado contra el Espíritu Santo. Esta posibilidad viene determinada por el hecho de que el don de la gracia del sacramento lo concede el Señor, no el sacerdote que administra los sacramentos. Es el Señor quien concede este don a los que son dignos de recibirlo, los pobres de espíritu (Mt 5,3). Así, Él concedió la gracia del Bautismo al buen ladrón, a los justos del Antiguo Testamento y a muchos otros. Pero, ¿por qué camino pueden estos entrar en la Iglesia?

¿POR QUÉ CRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS? La Palabra de Dios y los Santos Padres responden con precisión a esta pregunta. El Apóstol Pedro escribe: «Cristo... En el espíritu... fue también a predicar a los espíritus encarcelados» (1 P 3,19). Esta prédica del Salvador no iba solo dirigida a los justos (naturalmente, no bautizados), sino también a los «en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios», a los que perecieron en el diluvio, en los días en que Noé construía el Arca (1 P 3,19-20), a «los muertos» (1 P 4,6) y a todos los difuntos desde los principios de la existencia humana y hasta su fin. Según la doctrina de la Iglesia, el infierno, como cárcel cerrada, dejó de existir por la Resurrección de Cristo. Se destruyeron «los grilletes infernales». En consecuencia, en los Maitines del Viernes Santo se oyen estas palabras: «Sobre la Cruz, Oh Señor, has rasgado el manuscrito de nuestra condena, y con tu muerte has encadenado al tirano que allí reinaba, salvando a todos de la muerte con Tu resurrección…». El Sábado Santo: «Reina el infierno, pero no es eterno para el linaje de los hombres…». Esta misma idea se encuentra en muchos textos del oficio divino del Octoeco, el Triodo, Pentecostés, Cuaresma, etc. Como cantamos en Pascua, Cristo «dio muerte a la muerte», «por su muerte venció a la muerte» y « destrozó con su muerte el dominio de la muerte». Y con qué rotundidad se describe la victoria de Cristo sobre el infierno, los tormentos eternos y la muerte en la famosa palabra de Pascua: «Que nadie tema la muerte, porque la muerte del Salvador nos ha liberado. Él destruyó la muerte cuando esta lo contuvo; Aquel que descendió al Hades lo saqueó y 95 le hizo probar la amargura al tomar su Cuerpo… . «¡Oh muerte!, ¿dónde está tú poder? ¡Oh Hades!, ¿dónde está Tu victoria? Cristo resucitó y fuiste aniquilado. Cristo resucitó y fueron arrojados los demonios. Cristo resucitó y los ángeles se regocijaron. Cristo resucitó y reinó la vida. Cristo resucitó y en los sepulcros no quedó ni un muerto». El contexto de las palabras está muy claro: evidentemente, las palabras «en los sepulcros no quedó ni un muerto » no hablan solo de la resurrección del cuerpo, tras la cual a los pecadores les esperan infinitos tormentos, sino también de la resurrección espiritual que abre al hombre las puertas de la vida eterna en Dios: Él vació el infierno, al descender al averno. San Epifanio de Salamis expresa esta idea de forma prácticamente literal: «Nuestra vida es…(Cristo), Él, que sufrió por nosotros para liberarnos de las pasiones, que murió en carne para dar muerte a la muerte y destruir su poder, que descendió a los infiernos a fin de romper los inflexibles 96 cerrojos. Al hacerlo, Él sacó las almas prisioneras y vació los infiernos» . San Anfilocio de Icono piensa de modo similar: «Cuando bajó a los infiernos, devastó sus sepulcros y vació sus depósitos... todos fueron liberados... todos corrieron tras Él... la luz comenzó a brillar y las tinieblas se disiparon. Pues se podía ver a todo prisionero divisando la libertad y a todo 97 cautivo regocijándose por la resurrección» . En la misiva de Pascua, San Atanasio el Grande dice: «Él es Quien antaño liberó al pueblo de Egipto, y al final a todos nosotros, o, mejor dicho, liberó a toda la estirpe humana de la muerte y la 98 sacó del infierno» . San Juan Crisóstomo, hablando de los calabozos infernales, expone esta idea de la siguiente forma: «Eran realmente oscuros, hasta que el Sol de la justicia descendió allá, los iluminó y convirtió el 99 infierno en cielo. Pues donde está Cristo, ahí está el cielo» . Esta idea sobre la posibilidad de salvación de todos los habitantes del infierno, repetida reiteradamente por el primer jerarca de Constantinopla, fue el pretexto por el cual San Juan fue acusado de origenismo por el arzobispo Teófilo de Alejandría en el «Concilio bajo el Roble» (año 403). No obstante, la doctrina del Santo no incluye ideas origenistas sobre la rotación circular del universo ni sobre la preexistencia de las almas, sino que confirma la gran verdad: la plena y definitiva victoria sobre el mal de Cristo, que convirtió el infierno en cielo. San Efrén de Siria no duda de que «en la voz de Dios [durante el descenso de Cristo a los infiernos en Sábado Santo, Alekséi Ósipov] el infierno recibió el aviso de prepararse para Su siguiente voz [en la segunda venida, Alekséi 100 Ósipov], que lo abolirá por completo» . Incluso San Ignacio (Brianchanínov), que expresó su firme convicción de que solo existía la posibilidad de salvarse en la Ortodoxia, escribía: «Privados de la gloria del cristianismo, no se les 101 priva de la otra gloria que obtienen en la creación: la de ser la imagen de Dios» . Está claro que el Santo no podía hablar de la gloria de los eternos tormentos del infierno. San Máximo el Confesor, al explicar las palabras del Apóstol Pedro (1 P 3, 18-21; 4, 6) sobre el descenso de Cristo a los infiernos, escribía: «…Las Escrituras llaman «muertos» a los fallecidos antes de la venida de Cristo, por ejemplo, los que vivieron durante el Diluvio en tiempos de la construcción de la Torre de Babel, en Sodoma y en Egipto, y a otros que recibieron diversos castigos y sufrieron terribles desgracias por las condenas divinas en distintas épocas y por diferentes medios. Estas personas recibieron castigo no tanto por no conocer a Dios, como por las ofensas que se infligieron los unos a los otros. Según San Pedro, fue a ellos a quienes se anuncia el sermón de la salvación — cuando ya habían sido condenados en carne según los hombres, es decir que percibieron a través de la vida en la carne el castigo por los crímenes que cometieron unos contra los otros— para que viviesen en espíritu según Dios, es decir para que estando en el infierno aceptasen el mensaje del conocimiento de Dios y creyesen en el Salvador, que descendió a los infiernos para salvar a los 102 muertos» . Es obvio que las palabras «que descendió a los infiernos para salvar a los muertos» no hablan de la salvación de los justos, sino de los espiritualmente muertos, es decir tanto de aquellos pecadores como los de los tiempos posteriores que estando en el infierno y habiendo comprendido el sermón del conocimiento de Dios tendrán la posibilidad de vivir en espíritu según Dios. En su obra Slovo v Velikuiu subbotu (Palabra en Sábado Santo), San Inocencio (Borísov) hace referencia al mismo pasaje de la epístola del Apóstol Pedro y llega a la conclusión de que el objetivo del descenso de Cristo a los infiernos fue sacar de ahí no solo a los justos del Antiguo Testamento (tanto judíos como de otras naciones), sino también a las «almas más testarudas». Esto es lo que dice: «¿Cuál fue el tema del sermón en los infiernos? El apóstol no lo expresa directamente. Pero, ¿qué otro tema podría ser el del sermón del Salvador salvo el de la salvación? La finalidad del asunto también indica su esencia. Y la finalidad del sermón en los infiernos para las almas más testarudas como los coetáneos de Noé debía ser, según atestiguaba el Apóstol, que «los condenados en carne según los hombres» (en tiempos del Diluvio) «vivan (tras la Buena Nueva de Cristo) en espíritu según Dios». (1 P 4, 6). Aquellos que renacieron en espíritu ya no pudieron ser abandonados entre las moradas de la muerte, y el Vencedor de la muerte, habiendo descendido Solo a los infiernos, tuvo que llevarse a muchos con Él. Si alguien pusiese en duda su fe plena en el infierno, arguyendo que en este caso Él «destruyó a los muertos que habían reinado desde el principio de los tiempos», no puede poner en duda el testimonio de la Iglesia, que celebra que con el descenso del Divino Esposo a los infiernos 103 «los reinos del infierno fueron extenuados» . ¿Cómo entender todas estas palabras de los santos? ¿Solo como poesía y hermosa lírica difundida de hecho entre un pequeño círculo de elegidos, o como la realidad de la nueva vida que el Salvador ha dado a la humanidad? Es evidente que todas estas palabras hablan con toda precisión de que por la victoria de Cristo, no solo los que han vivido rectamente, sino incluso los muertos que desobedecieron a Dios, fueron y serán liberados del infierno. Todos ellos, habiendo atravesado en él la prueba de fuego de las pasiones, recibieron y recibirán al Salvador, recibirán el don de la gracia del Bautismo y, de esta forma, al convertirse en miembros de la Iglesia de Cristo, se salvarán. Esta plena victoria sobre el infierno y la muerte está plasmada dogmáticamente en el antiguo icono ruso de la Resurrección, donde Cristo ha destruido el infierno tras haber descendido a él. Pero el descenso de Cristo a los infiernos es un acto intemporal. Desde ese momento histórico, Cristo fue accesible a todos los que allí descienden. Por eso, ante los que en su vida terrenal no pudieron creer en la venida de Cristo por motivos objetivos y recibir aquí el sacramento del Bautismo, se abre como vemos la posibilidad de, por las oraciones de la Iglesia, entrar en ella desde allá a través de la humanidad del Antiguo Testamento por el bautismo de fuego, como manifestó con prudencia San Gregorio Nacianceno: «Es posible que allí sean bautizados con fuego, con ese último bautismo —el más difícil y largo—, que engulle la materia como si de paja se tratase y consume la ligereza de todo 104 pecado» . Y explica: «Algunos ni siquiera tienen la posibilidad de recibir el don [del Bautismo], quizás por su minoría de edad o por cualquier confluencia de circunstancias ajena a ellos por la que no puedan recibir los dones... estos que no fueron bautizados no serán ni glorificados ni castigados por el justo Juez, pues a pesar de no llevar Su sello, no han obrado mal... Pues no todo... lo que no es 105 digno de honor es digno de castigo» . Esta concepción del descenso de Cristo a los infiernos difiere por principio de la doctrina de la Iglesia Católica, que ve en el sermón del Salvador en el infierno la acusación a los pecadores por su falta de fe y su maldad (Tomás de Aquino). Al mismo tiempo, cabe señalar que algunos Santos Padres, por ejemplo San Macario el Egipcio escribía de manera inequívoca: «[...] así, los que concibieron en su corazón el pecado y engendraron a hijos ilegítimos no pueden eludir en este día [del Juicio Final] el fuego temible que todo lo devora, 106 sino que tanto sus almas como sus cuerpos serán condenados juntos» . Otros santos coinciden tanto en lo referente a la completa destrucción del infierno, como en lo referente a los eternos tormentos de los pecadores, lo que evidentemente dependía del parecer sobre el provecho espiritual que tenía cada oyente en concreto. Así, San Efrén de Siria, que afirmaba que Dios destruirá por completo el infierno, escribía todo lo contrario: Él «elevará los justos al cielo y a los 107 impuros los arrojará a la gehenna» . San Juan Crisóstomo, que decía que el descenso de Cristo convirtió el infierno en cielo, predicó en otro lugar: «Pues hasta los pecadores deben revestirse de 108 inmortalidad, no para la gloria, sino para tener allí un compañero eterno de tormentos» . Es decir, como vemos, la doctrina de los Santos Padres sobre el destino eterno de la humanidad no es unívoca. ¿Cómo explicar las obvias diferencias existentes en los escritos de los Santos Padres, e incluso a veces en las obras de un mismo Padre? N. Berdiaev (+1948) explicó con claridad la razón principal 109 cuando afirmó que el problema del infierno «es un misterio extremo que no admite racionalización» . Pero el cristianismo no tiene como objetivo descubrir ese misterio, ya que es imposible para el hombre y en gran medida poco útil. Imposible porque el mundo de la eternidad es totalmente distinto y no puede expresarse con nuestro lenguaje. Así lo mostró el Apóstol Pablo, quien habiendo sido arrebatado al tercer cielo, solo dijo que «oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar » (2 Co 12,4). No es útil ya que el conocimiento del futuro puede paralizar totalmente la libertad de la persona en la parte más importante de su vida: la moral y espiritual. Es fácil imaginar cómo cambiaría nuestro comportamiento si de repente conociésemos la fecha y hora exactas de nuestra muerte. Conocer el futuro ata con cadenas de acero el comportamiento del hombre que no se ha liberado de sus pasiones y debilidades. Dios no revela este misterio precisamente para que la gente siga siendo plenamente libre en su vida espiritual y moral, libre ante todo de decidir la cuestión principal: si tiene fe en Dios y en la vida eterna de la persona o fe en su muerte eterna. Ya que la fe en una cosa o en la otra es el indicador más fiel de la naturaleza de las necesidades espirituales de una persona, su orientación y su pureza. Por eso Cristo le dijo al apóstol Tomás: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» (Jn 20,29). Podemos presuponer otras causas de las diferentes opiniones de los Santos Padres sobre el misterio del siglo venidero. Por un lado, hablaban de la eternidad de los tormentos porque: 1. porque simplemente creían en ello, sin plantearse ninguna pregunta; 2. porque como se negaban a responder a esta pregunta de gran complejidad, citaban famosas palabras del Evangelio sin dar explicaciones; 3. por amor, para mantener a la gente alejada de una vida de pecado y de las posteriores torturas de la gehenna (aunque no fuesen eternas); 4. porque como identificaban los límites canónicos de la Iglesia terrenal con la Iglesia del Cuerpo de Cristo, consideraban en particular el Bautismo aquí como un requisito incondicional para salvarse. Por otro lado, los Santos Padres escribían sobre la posibilidad que tenían de salvarse los que no eran cristianos e incluso toda la humanidad, ya que: 1. no encontraban otra respuesta a la pregunta: ¿Por qué Dios Amor da la vida a los que elegirán el camino del mal y padecerán eternamente sufrimientos infinitos? 2. al conocer el amor Divino no podían imaginarse que las criaturas de Dios padeciesen eternos tormentos; 3. el hecho de que los justos del Antiguo Testamento, el buen ladrón, muchos de los mártires, etc. que no recibieron aquí el sacramento del Bautismo se salvasen, según indica la enseñanza de la Iglesia, atestigua que las fronteras de la Iglesia son más amplias que sus límites canónicos terrenales y que, por consiguiente, recibir el don del Bautismo y entrar en el Cuerpo de Cristo (Col 1, 24) también es posible allí. 4. los Santos Padres no veían ninguna contradicción en esta concepción de la enseñanza de Cristo. De esta forma, la enseñanza sobre la destrucción total y definitiva de la eternidad del infierno por la Resurrección de Cristo figura en las obras de San Gregorio de Nisa y San Gregorio Nacianceno, San Atanasio de Alejandría, San Juan Crisóstomo, Efrén de Siria, San Epifanio de Salamis, San Anfilocio de Icono, San Isaac de Nínive, San Máximo el Confesor y otros Santos Padres, así como en numerosos textos de oficios divinos (sobre todo los de Pascua y Domingo de Resurrección). No se trata de la opinión particular de uno o dos Santos Padres, sino de la enseñanza tanto de la Iglesia Ortodoxa, como de los Santos Padres que afirmaban lo contrario. También cabe recordar que en el Quinto Concilio Ecuménico (553), que condenó el origenismo, ninguno de los Santos Padres alzó la voz para catalogar de hereje a San Gregorio de Nisa, uno de los portavoces más conocidos de la doctrina de la salvación universal. Asimismo, en el Sexto Concilio Ecuménico (680), el santo de Nisa junto con San Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo, cuyas ideas (y en parte el pensamiento doble) sobre esta cuestión eran bien conocidas por los Padres del Concilio, no solo no fueron condenados, sino que fueron especialmente distinguidos en calidad de santos elegidos. En el Séptimo Concilio Ecuménico, (787) San Gregorio de Nisa fue incluso nombrado «padre de los Padres». Para nuestros tiempos resulta especialmente instructivo el hecho de que los Padres que consideraban errónea la enseñanza de San Gregorio sobre la salvación universal nunca le catalogaron de hereje, ni a él ni a sus seguidores. Al respecto cabe señalar que los Santos Padres de ambas líneas de pensamiento estaban plenamente unidos y de acuerdo en que lo que determina el mejor destino eterno de cada persona es su estado espiritual, puesto que Dios es amor.

DEL PECADO CAPITAL Y EL HOMBRE JUSTO ¿Recuerdan qué decisión tomó el Sanedrín, la corte suprema judía, cuando Cristo resucitó a Lázaro en el cuarto día y todos comprendieron que Jesucristo era el Mesías prometido por Dios? ¡Matar también a Lázaro! He aquí un ejemplo histórico del ensañamiento satánico contra la Verdad y de blasfemia contra el Espíritu Santo. Sin embargo, el hombre no llega a este estado por casualidad ni de repente. Podemos pensar: ¡qué malvados son estos fariseos judíos, escribas, sacerdotes, obispos y primeros sacerdotes que crucificaron a Cristo! Nosotros los cristianos nunca haríamos tal cosa. Pero reflexionemos, ¿cómo se volvieron ellos «así»? Se trata de una cuestión muy seria cuya respuesta es importante que conozca cada uno de los creyentes para no encontrarse sin querer entre ellos. La enseñanza patrística nos revela la ley espiritual del «mecanismo» por el que la persona llega a cometer un pecado capital. La persona no comete este pecado enseguida, sino que llega a él gradualmente, como de forma imperceptible, y lo comete de manera voluntaria, sin la coacción forzosa de la pasión. Son los llamados pecados menores. A través de estos pecados, el hombre se muestra a sí mismo, lo que elige y a lo que aspira. La repetición reiterada de pecados menores sofoca paulatinamente la conciencia, corrompe el alma, la debilita y, como recordarán, la une a los demonios torturadores, que avivan sus pasiones con más fuerza. Así pues, si el hombre no recapacita a tiempo, si no empieza a luchar con tales «minucias» como son los pensamientos, sentimientos y deseos pecaminosos, la desgracia es ineludible. Cada vez será más esclavo, más débil espiritualmente, será capaz de cometer pecados mucho más graves, incluso capitales, y puede llegar al borde de la locura, al rechazo directo de la verdad evidente e indiscutible, es decir, la blasfemia contra el Espíritu Santo. Las raíces de esta blasfemia contra Dios están en el desarrollo del sentimiento ilusorio de la propia rectitud o, como dicen los Santos Padres, de la alta opinión de sí mismo (dmenia) que conduce a la insensibilidad total ante la santidad Divina y ante la impureza espiritual. Recordemos la parábola del fariseo y el publicano, y cómo el fariseo se jactaba ante Dios de sus buenas y justas acciones. El estado similar de una persona que vive con rectitud según las apariencias, cumple las prescripciones de la Iglesia y asiste a los oficios divinos (o los celebra), pero no ve sus pecados y su suciedad espiritual, se aproxima mucho al satanismo. Una persona así jamás «se siente culpable» incluso en caso de cometer pecados evidentes. Culpable es el otro, la otra, los otros, es decir, todos los demás, salvo ella. San Teófanes el Recluso (Góvorov) describió muy bien este estado de ceguera: «Él mismo es la basura más inmunda, y aun así repite: no soy como los demás». «¡Soy bueno!». Precisamente aquí se encuentra la raíz del mal, de la que crece el terrible pecado de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Cristo Salvador es un verdadero reproche para la conciencia de un «justo» como ese, quien en consecuencia Le odia. Él crucificó a Cristo hace dos mil años y sigue crucificándolo en su alma en el transcurso de toda la historia. ¿Qué espera de Dios este «justo»? Naturalmente, recompensas terrenales y celestiales, puesto que ya no hay nada de qué salvarle. Por eso espera al que recompensa, el Anticristo. Así, el cristiano puro según las apariencias puede ser una criatura impía. San Macario el Grande compara esa soberbia de la falsa rectitud con una pared de cobre que se alza entre el hombre y Dios. Creer en la propia rectitud es a fin de cuentas la fuente de todas las desgracias humanas. No en vano Marcos el Asceta decía que «todo lo malo y lo doloroso nos ocurre a causa de nuestra alta opinión sobre nosotros mismos». ¿Cuál es el estado sano del alma? ¿A quién mostró Cristo Su benevolencia?¿A quién justificó? ¿A quién puso de ejemplo? ¡A los pecadores manifiestos! ¿Pero cuáles? A los que vieron realmente que eran pecadores y se arrepintieron de todo corazón. La toma de consciencia de los pecados propios y de la impotencia para vencer las pasiones que nos atormentan el alma y, de ahí, la humildad y el arrepentimiento sinceros, son el único remedio seguro contra la caída en esa soberbia satánica que llevó a la jerarquía judía ortodoxa, según las normas de la antigua Ley, a la insensata rebelión contra Dios. ¿Acaso no se trata de una lección y un ejemplo para todos nosotros, los cristianos que no dudamos de nuestra ortodoxia? ¿Por qué Dios descendió a los infiernos ese Sábado Santo que rememoramos cada año antes de la Resurrección de Cristo? La Iglesia responde: para sacar de ahí a los justos del Antiguo Testamento. ¿Quiénes son esos justos? A veces se da una respuesta que induce más a error de lo que esclarece. Se dice que los justos son los que creían en la llegada del Mesías Salvador y Le esperaban. Perdonen, pero si se trata solo de una creencia superficial de la mente, como decía San Teófanes, entonces no se diferencia en nada de la protestante, y no puede aportar nada al hombre. Pero no es de este tipo de rectitud del que habla la Iglesia. El justo es quien vive según su consciencia y los mandamientos y se convence de la perdición de su estado espiritual, de la incapacidad de erradicar por sus propias fuerzas las pasiones que le atormentan el alma. Y por eso necesita la ayuda de Dios. El justo es ante todo quien es consciente de sus enfermedades espirituales y se dirige con humildad y arrepentimiento a Dios, su última esperanza. De igual modo que en la vida corriente un moribundo grita: «¡Sálvame!», en la vida espiritual solo quien ha cobrado consciencia de ser un enfermo incurable y se siente impotente clama con toda su alma: «¡Señor, ten piedad!» Es decir, el justo es quien ansía al Salvador para liberarse de sus enfermedades espirituales (la envidia, la ira, la ambición, la soberbia, la avaricia...), y no de las desgracias y las penas exteriores. Así es el cristiano en espíritu, independientemente de los tiempos en los que vivió, vive y vivirá. Por eso San Justino el Filósofo, al igual que otros apologetas del cristianismo temprano, llama a los justos del 110 Antiguo Testamento de todas las naciones «cristianos antes de Cristo» . Esta espera y esta fe en el Salvador es el testimonio de la verdadera rectitud no caída que abre al hombre las puertas al Reino de los Cielos. Pues quien ha conocido la pobreza de su espíritu y la fuerza del amor salvador de Cristo ya no se separará de Él por los siglos de los siglos, no repetirá allí el pecado de Adán. Precisamente este estado del alma es la verdadera rectitud, la verdad más importante de la concepción ortodoxa de la vida espiritual. No hay necesidad de hablar aquí de los elevados estadios de la santidad, lo que constituye un gran tema aparte. Lo más importante es que solo son justos (ya sean del Antiguo o del Nuevo Testamento) los que llegaban a adquirir esta consciencia, al sentimiento de necesidad de Dios Salvador, y no los que simplemente creían (y creen) en Su advenimiento como un hecho histórico y esperan de Él bienes terrenales y celestiales (por cierto, sin saber en absoluto lo que son). Los que crucificaron a Cristo también creían en el advenimiento del Mesías, pero solo creían en ello como una especie de acontecimiento terrenal que les traería shalom, es decir todos los bienes terrenales. Así fue como deformaron profundamente la imagen del Mesías y la misma esencia de su religión. «También los demonios lo creen y tiemblan» (Stg 2,19) pero siguen siendo demonios, lo que como vemos puede ocurrir también con el hombre. De aquí se desprende por qué en el cristianismo los justos son los que se arrepintieron: un ladrón, un publicano y una pecadora. Por eso no juzguemos el destino eterno de ningún hombre, ya sea ortodoxo, no ortodoxo, no cristiano, etc., pues no conocemos ni su estado espiritual, ni todas las circunstancias objetivas de su vida. Debemos conocer y juzgar solo la veracidad o la falsedad, es decir la capacidad que tiene uno u otro credo de salvar o condenar, el camino que ofrecen para la vida moral y espiritual, pero no podemos ni tenemos derecho a decir que una persona (o una nación) se ha condenado. Solo la Iglesia puede pronunciar tal juicio. Al cristiano, lo único que le queda es rezar por el prójimo (Lc 10, 29-37) vivo o fallecido, independientemente de las convicciones de este. Así, el concilio espiritual del Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio, al pronunciar su condena de la expansión católica por el territorio de la Rusia actual, declaró: «No está en nosotros juzgar si se salvarán o no los católicos romanos ni en qué 111 medida actúa la gracia en la Iglesia Católica. Este tipo de juicio compete únicamente a Dios» . La fe cristiana brinda la oportunidad de prepararse aquí para la vida de después de la muerte: mediante la lucha contra el pecado, la exigencia de cumplir los mandamientos del Evangelio y la penitencia para abrirse camino hacia Dios y evitar los mytarstva. Como escribía Isaías el Anacoreta: «¿Qué regocijo crees que sentirá el alma de aquel que habiendo empezado a trabajar por Dios, acabe esta obra con éxito? Al abandonar este mundo, esta obra hará que los Ángeles se regocijen con él, al ver que se ha liberado del poder de las tinieblas. Pues cuando el alma abandona el cuerpo, la acompañan los Ángeles; a su encuentro salen todas las fuerzas de las tinieblas, que desean asirla e indagan si esta tiene algo suyo. Entonces no son los Ángeles quienes luchan contra las tinieblas, sino las obras consumadas por el alma, que la protegen de ellas como un muro para que no la toquen. Cuando estas obras consiguen la victoria, los Ángeles, (yendo) delante del alma, cantan hasta que ella se presenta ante Dios con gran regocijo. En ese momento ella olvida toda obra de este mundo y todo 112 su trabajo» . ¡Concédenos, Señor, que cada uno de nosotros sea digno de tal regocijo!

PREGUNTAS SOBRE LA ETERNIDAD

En mis conferencias suelen formularme todo tipo de preguntas. Algunas de ellas, relacionadas con la vida después de la muerte, podrían resultar de interés.

—¿Puede ser que cuando el hombre se separa de Dios y está como sumido en las tinieblas, de hecho se encuentre bien en este tipo de espacio? —El estado del hombre que ha rechazado a Dios es un estado sometido a la tiranía de las pasiones. Todos sabemos qué son las pasiones. ¿Se siente bien una persona poseída por un odio feroz? ¡Y cómo le tortura la envidia! Recuerden lo que escribía Dante: «Tan quemada de envidia fue mi sangre, Que si 113 dichoso hubiese visto a alguno, cubierto de livor me hubieras visto». Así es la «dicha» de la estancia en las pasiones. Respecto a ello, es preciso tener en cuenta que allí no existe posibilidad alguna de controlarlas ni satisfacerlas. Así pues, como dice el Salvador, el infierno es realmente un fuego inextinguible y un gusano infatigable. Pero al mismo tiempo, el ambiente del infierno —la morada de los demonios— es la mejor morada para el hombre entre las posibles, en el sentido de que es plenamente acorde a su estado espiritual, y natural para él.

—Usted ha mencionado que las profundas tinieblas son el estado fuera de Dios. En la obra de Georgi Vasílievich Florovski leí una cita de alguno de los Santos Padres donde se hablaba de que el alma humana era, por así decirlo, relativamente inmortal, habida cuenta de que esta vida se la concede Dios. Si las profundas tinieblas son el estado fuera de Dios y por consiguiente Dios no está ahí, ¿cómo puede existir el alma sin el Dador de vida? ¿Cómo hay que entenderlo? —Es difícil dar una respuesta simple a su pregunta. Uno de los motivos es que si yo estuviera allí — ¡Dios no lo quiera!—, no podría describir aquella realidad en ninguna lengua humana, por la ausencia de nociones con las que hacerlo. Aquí está el límite de nuestra razón, aunque naturalmente podemos filosofar sobre este tema. Por ejemplo, así: Está claro que nada ni nadie puede existir sin Dios. Y, por consiguiente, la gracia de Dios, que sustenta la existencia de todo lo creado —a la que puede llamarse existencial para diferenciarla de la gracia de la deificación—, también está presente en las profundas tinieblas. San Isaac de Nínive afirma sin rodeos que es poco razonable creer que el amor de Dios abandona al pecador en el infierno, aunque allí este amor será precisamente la fuente de sus tormentos. He aquí sus palabras: «¡Los atormentados en la gehenna son flagelados con el látigo del amor [Divino]! ¡Y qué amargo y cruel es este tormento de amor! Pues los que sienten que han pecado contra el amor soportan tormentos mucho mayores que cualquier miedo a los tormentos. La pena que abate al corazón por el pecado contra el amor es mucho 114 más amarga que cualquier castigo posible» . De modo que Dios está en todas partes, pero está presente en cada lugar de manera distinta.

—¿Cómo podré deleitarme en el Reino de Dios sabiendo que mis allegados sufren en el infierno? Es preciso repetir reiteradamente que juzgar cuál será el estado de una persona allí sin conocer la futura bienaventuranza ni el carácter de los tormentos eternos es cuando menos difícil e incluso a veces peligroso. No es casual que San Calisto Katafigiotis advirtiese de que «la mente debe tener la medida del conocimiento para no condenarse». Allí nada es como parece. Únicamente cuando estemos en el mundo de la eternidad lo conoceremos todo tal y como es, «cara a cara», mientras que «ahora vemos en un espejo, en enigma». (1 Co 13, 12) En calidad de uno de estos enigmas expresaré el siguiente pensamiento. No hay duda de que solo la unidad espiritual constituye un fundamento sólido para la unidad de las personas. El espíritu, y no la sangre, es lo que une o separa a la gente. Fíjense como a veces los familiares se odian los unos a los otros. Y, al contrario, las personas no unidas por lazos de sangre se unen en el amor, forman familias y se vuelven una. También en la vida eterna el espíritu une a unos y separa a otros. Y esta separación será natural, y no forzosa, ya que no traerá sufrimiento. Solo hay que creer simple y firmemente que en el Reino de Dios no puede haber sufrimiento.

—¿Puede considerarse que la persona que muere en Pascua va al paraíso? —No hay una respuesta de la Iglesia a esta pregunta. Aunque esta pregunta suscite una sonrisa a alguien, en la creencia popular existe la firme convicción de que aquel a quien Dios concede morir en Pascua merece el Reino de los Cielos. Quizás sea así. Pero esto no sucederá porque haya muerto en Pascua, sino porque sea digno de morir en Pascua. A veces se dice: esta persona no era creyente, pero murió en Pascua. ¿Acaso también se salvará? ¿Y qué responde el Evangelio? El primer hombre que entró en el paraíso fue un ladrón que se arrepintió de sus pecados en el último instante de su vida. De modo que no demos vueltas al destino de los que han fallecido en Pascua, mejor exclamemos por ellos de todo corazón: «¡Que descanse en paz, Señor...!» —¿Cuál es el destino del alma de un soldado que en el momento de su muerte odiaba a su enemigo? —Evidentemente, no puedo decir nada sobre el destino de ningún hombre, ya que solo lo conoce Dios. Pero me gustaría recordarles que a menudo usamos a la ligera las nociones de «odio», «amor» y otros, teniendo una idea muy vaga de lo que significan, pues pueden tener una fuerza y un sentido diferentes en cada caso individualizado. ¿Son distintos el odio hacia el propio pecado y el odio hacia la peor vecina del mundo? También el amor difiere enormemente, del más criminal al más elevado. Somos espiritualmente ciegos; no podemos juzgar correctamente sobre el estado espiritual y anímico de otro ser humano. Pero existe algo que conocemos y podemos juzgar: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.» (Jn 15, 13). Así, los soldados son los primeros en ir al encuentro de la muerte; se sacrifican y dan el alma por sus amigos, por los indefensos a quienes protegen. (Por eso el servicio militar ha sido el más honorable de todos los tiempos). No es casual que encontremos una gran cantidad de guerreros entre las imágenes de los santos. Esto es lo primero que debemos recordar. Segundo. No podemos mezclar dos nociones totalmente diferentes: la ira justa y el odio. Existe la ira justa, pero también existe el rencor. Recuerden como Cristo volcó mesas, esparció monedas y echó a todos los mercaderes del templo con un látigo. (¡Qué cuestión tan esencial para nuestros tiempos!). Y explicó la causa de Sus acciones: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» (Jn 2, 16). Este es un ejemplo de ira justa, sin pecado. ¿Por qué sin pecado? Porque Cristo no lo hizo por odio hacia los mercaderes, sino por ira santa contra el pecado de profanación de la santidad del templo de las almas humanas y del templo de las oraciones. No deseaba ningún mal a los mercaderes de la Iglesia, sino que puso fin al desarrollo y la justificación del pecado tanto en sus corazones, como en la práctica y la enseñanza de su propia religión. Y viceversa, quien actúa por rencor hacia una persona comete evidentemente un grave pecado y mata su propia alma, independientemente de quien sea, soldado o sacerdote, político o teólogo. En la guerra, claro está, la ira justa se mezcla a menudo con la depravación. ¿Por qué si no la Iglesia impone frecuentemente determinadas penitencias a los soldados? Pero al mismo tiempo es preciso entender que el que no defiende hasta la muerte a sus amigos, a su Patria, no es un soldado. Al defenderlos, el guerrero debe matar al enemigo, ya que por el contrario no será un guerrero, sino un traidor. Y tal asesinato es virtud, ya que para una persona normal desde el punto de vista moral y psíquico, un asesinato justo constituye la proeza (podvig) moral más dura. De ahí también se entiende la aparición de todo tipo de partidarios de la no violencia ante la maldad, pacifistas que se justifican a sí mismos, en parte por una interpretación falsa del Evangelio. Sus motivos «humanitarios» son transparentes: que otros se hagan cargo de esta proeza sobrehumana. Nosotros prosperaremos gracias a su sangre y sufrimientos, y además les condenaremos enfurecidos por los asesinatos cometidos. Por eso creo que es mejor que los cristianos recemos fervorosamente por nuestros queridos guerreros difuntos (y no simplemente los rememoremos), en lugar de intentar asomarnos allá donde nos han cerrado la puerta. No sabemos nada con certeza sobre quién experimentó algo en el momento de la muerte y lo que experimentó. Pero está Dios, que todo lo ve, lo juzga y lo perdona.

—¿Podemos creer en el Apocalipsis de Pedro, en el que describe los tormentos de los pecadores en el infierno? —No, ni en ninguna otra literatura apócrifa y no canónica, octavillas y librillos heréticos del tipo: Makaria dada por Dios, Conversaciones espirituales y lecciones del stárets Antonio y Milagros de los últimos tiempos» del hieromonje (?) Trifón, vídeos del tipo Encuentro con la eternidad y otras ediciones llamadas espirituales.

—¿Cuál es la esencia de la conmemoración de los difuntos con limosnas y ágapes? —Dando limosna y organizando un ágape conmemorativo (que también es un tipo de limosna) profesamos amor hacia el otro por la persona fallecida. Y es que la oración, según la palabra de Cristo, es especialmente eficaz cuando se acompaña con «ayuno», es decir con restricciones autoimpuestas, la exigencia propia de realizar buenas obras, la privación de algo por amor al otro y la represión del propio hombre viejo. Cuando el ágape conmemorativo tiene carácter cristiano, también constituye cierto sacrificio de uno mismo por el difunto, pues trabajamos por él y nos desprendemos de algo de nuestro patrimonio. Por eso uniéndolo a la oración se convierte en uno de los medios de ayuda al difunto.

—¿Podría explicar si la gehenna y el purgatorio es lo mismo? —La gehenna y el purgatorio son dos cosas totalmente distintas. El purgatorio es una invención puramente teológica de los teólogos católicos y una de las aberraciones de la Iglesia Católica. El hecho es que, según la doctrina católica, el hombre no solo debe arrepentirse para purificarse del pecado, sino que también debe dar satisfacción a la justicia de Dios, lo que se consigue solo con limosnas, postraciones, lecturas de oraciones específicas, etc. Pero con la exigencia de tal satisfacción, los teólogos católicos se han puesto en una situación delicada. Pues si el hombre se arrepintió pero no tuvo tiempo de darla, surge una colisión irresoluble: no puede ni ir al cielo (ya que no ha dado satisfacción), ni al infierno (puesto que se ha arrepentido). Y las grandes y «geniales» cabezas pensantes de los teólogos inventaron el así llamado purgatorio, donde supuestamente el pecador penitente da satisfacción a la verdad Divina por sus pecados mediante sus tormentos, después de lo cual puede ser trasladado al paraíso. Eso es el purgatorio según la concepción católica. En la Ortodoxia ni siquiera se insinúan tales, perdónenme la expresión, disparates. En los mytarstva y en el infierno el hombre no es castigado por Dios, sino por sus propias pasiones, y no debe dar satisfacción alguna a la justicia Divina. Allí se produce algo totalmente distinto: un proceso espiritual en la propia alma. Por un lado se cobra una mayor consciencia del daño presente en la naturaleza humana y la condena a la que las pasiones someten al alma, y de ahí, de la necesidad del Salvador. Por el otro, este proceso conduce a la profundización del conocimiento del amor de Dios y al crecimiento del amor recíproco. Todo esto lleva al progresivo debilitamiento de las acciones pasionales y, por consiguiente, de los demonios torturadores. Y, finalmente, puede llevarnos a adquirir la liberación de las pasiones y el regreso a Dios. En la Ortodoxia no se habla de dar satisfacción a la llamada verdad de Dios, ni de purgatorios.

—¿Cuál es el destino de los niños muertos en los abortos? —Extraña manera de plantear una pregunta. Me sorprende que se pregunte sobre el destino de los niños inocentes, que no han conocido ni el bien ni el mal, en lugar de preguntar por el destino de la madre que ha cometido un pecado mortal. ¿Acaso pecaron los niños? ¿Acaso actuaron injustamente? ¿Mataron a un ser humano? ¿Por qué se habla de los niños sin pecado? Las fuentes de este falso miedo pagano son bien conocidas. Provienen de los falsos maestros, contaminados por la doctrina católica medieval del llamado limbo. El limbo es un lugar del otro mundo situado entre el paraíso y el purgatorio, en el que según la concepción medieval (la idea del limbo surgió en el siglo XIII) se encuentran las almas de los niños no bautizados. Pero incluso el catolicismo ya no insiste en su pleno perecimiento. El Papa Pío X escribía en el año 1905: «Los niños muertos sin bautizar van al limbo, donde no gozan de la presencia de Dios pero tampoco sufren». Y el nuevo Papa Benedicto XVI decidió excluir totalmente la doctrina medieval del limbo de la doctrina religiosa del catolicismo, arguyendo su falsedad. En el documento publicado por la Comisión Teológica Internacional y aprobado por este Papa, se afirma que el concepto tradicional de limbo refleja de manera demasiado limitada la idea de la Salvación. Ahora, según la nueva teoría, las almas de los niños muertos que no llegaron a ser bautizados acaban en el paraíso. Pero algunos de nuestros «maestros» han superado los extravíos medievales de los católicos. Echando fuego por los ojos, aterran a los ignorantes: «¡los niños que no sean bautizados se condenarán!» Es decir, en su opinión, las madres que han cometido conscientemente infanticidio pueden salvarse (si se arrepienten), mientras que los niños inocentes, que no tenían ni voluntad, ni consciencia, están condenados a la perdición. Quizá esta sea la mayor caricatura imaginable de la Ortodoxia. ¿Acaso se condenaron todos los niños muertos antes de la llegada de Cristo? ¿Están los niños de nuestros antepasados de antes de la cristianización de Rusia en la gehenna? ¿Están en el infierno los niños de los pueblos no cristianos? ¡No, todos ellos han sido salvados por el Sacrificio de Cristo! El Señor mismo dijo lo siguiente sobre los niños no bautizados: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como estos es el Reino de los Cielos.» (Mt 19, 14). ¿Quién bautizó a los niños que mató Herodes en Belén, a los justos del Antiguo Testamento, al buen ladrón, a los apóstoles, a la misma Madre de Dios y a numerosos mártires? Y sería «interesante» saber ¿mediante qué rito? ¿Inmersión, ablución, aspersión? ¿Acaso no está claro que el bautismo, al igual que todos los sacramentos, es una ceremonia religiosa de la Iglesia celebrada por el hombre, mientras que el don de la gracia del sacramento lo da el Señor cuando ve un alma capaz de recibirlo? Los sacramentos no son un salvoconducto de entrada a la vida eterna, sino solo un medio de ayuda eficaz para el hombre en su camino a la salvación. Por eso todos los niños difuntos se salvarán, «porque de los que son como estos es el Reino de los Cielos». Para confirmar la idea de la bienaventurada vida póstuma de los niños no bautizados citaré algunas declaraciones de los Santos Padres. El famoso escritor de la Iglesia de principios del cristianismo Tertuliano (~ +220) escribía: «Es más provechoso retrasar el bautismo según las particularidades, el carácter e incluso la edad de cada persona, especialmente cuando son niños pequeños (párvulos)… Que vengan cuando hayan crecido. Que vengan cuando estudien, cuando se les haya instruido sobre adónde ir. Que se conviertan al cristianismo cuando puedan conocer a Cristo (Christum nosse potuerint). ¿Por qué un inocente debe 115 tener prisa en que se le absuelvan los pecados?» . San Gregorio Nacianceno escribía: los niños «... que no fueron bautizados, no serán ni glorificados ni tampoco castigados por el justo Juez, pues a pesar de no llevar Su sello, no han obrado 116 el mal» . ¿Qué significa ni glorificados? ¿Qué no entrarán en el Reino de Dios? Nada de eso. Es fácil entender las palabras de San Gregorio si ponemos como ejemplo un ejército combatiente. ¿A qué guerreros se les otorga la gloria? ¿A los que se condecora? A los que dieron prueba de más valor y heroísmo. Otros, como no realizaron tales proezas, no reciben naturalmente tales condecoraciones ni gloria. Pero ¿acaso se les castiga? San Gregorio prosigue de la siguiente forma: «Pues no cualquiera... 117 que no sea digno de honor es digno de castigo» . He aquí el significado de sus palabras. En ningún momento dice que aquellos que no hayan sido bautizados serán privados del Reino de los Cielos. San Efrén de Siria, coetáneo de San Gregorio Nacianceno, está convencido de que los niños fallecidos estarán por encima de los santos. Ni siquiera menciona si han sido o no bautizados. ¡Te alabamos, Dios nuestro, por boca de los recién nacidos y de los niños, que como ángeles puros del Edén se alimentan del Reino! Tal como dijo el Espíritu Santo (Ez 34, 14), pacen entre los árboles del Edén, y el Arcángel Gabriel es el pastor de esos rebaños. Su posición es más elevada y magnífica que la de los célibes y los santos; son los hijos de Dios, los hijos adoptivos del Espíritu Santo. Ellos son cómplices de los seres celestiales, amigos de los hijos de la luz y habitantes de la tierra pura, y están lejos de la tierra de las maldiciones. El día que oigan la voz del Hijo de Dios volverán a regocijarse y sus huesos se alegrarán; la libertad, que no tuvo tiempo de confundir su espíritu, inclinará su cabeza. Cortos fueron sus días en la tierra, pero les está reservada la vida en el 118 Edén; y sus padres estarán deseosos de acercarse a sus moradas ». El hermano de Basilio el Grande, San Gregorio de Nisa, afirma en una obra especial titulada Sobre los niños raptados prematuramente por la muerte que como los niños no han obrado ningún mal, no hay nada que les obstaculice para comulgar con la Luz de Dios. Así es como lo explica: «El niño que no ha sido tentado por el mal permanece en su estado natural, puesto que ninguna enfermedad impide que sus ojos espirituales comulguen con la Luz, y no necesita purificación alguna para recobrar su salud, 119 ya que su alma no estaba enferma al principio» . San Teófanes el Recluso escribía de un modo admirable sobre los niños no bautizados: «Los niños son todos ángeles de Dios. A los no bautizados, como a todos los que están fuera de la fe, debe concedérseles la misericordia de Dios. No son ni hijastros ni hijastras de Dios. Porque Él 120 sabe qué debe disponer en relación con ellos y de qué modo. ¡Existe un sinfín de caminos de Dios!» Cuando preguntaron sobre el destino de los niños no bautizados al hieromonje Arsenio de Athos (s. XIX), conocido por su vida asceta, este respondió lo siguiente: «En cuanto a estos niños, se puede decir que tras recibir el Santo Bautismo se regocijarán y gozarán de una completa felicidad en los cielos por los siglos de los siglos, aunque murieran inesperadamente. Del mismo modo, no debemos rechazar a los niños que nacieron muertos o a los que no hubo tiempo de bautizar. Ellos no tienen la culpa de no haber recibido el Santo Bautismo, pues el Padre de los Cielos tiene muchas moradas, incluidas aquellas en las que estos niños descansarán por la fe y la devoción de sus fieles padres, aunque por los designios inescrutables de Dios no recibiesen el Santo Bautismo. Pensar así no va en contra de la religión, de lo que dan testimonio los Santos Padres en el Sinaxarion, el sábado de cuaresma. Los padres pueden rezar por ellos con fe en la 121 misericordia de Dios» . El sacerdote A. Búrgov escribía: «Contradice profundamente la doctrina de las Sagradas Escrituras la afirmación de los teólogos protestantes estrictos de que el pecado original es por sí mismo vere sit peccatum [es un verdadero pecado] que lleva consigo la condena a la muerte eterna de 122 todos aquellos que no han renacido [mediante el bautismo] y también de los niños» . Nuestro gran historiador de la Iglesia antigua, V. Bolótov, escribía sin rodeos: « El número de cristianos en tiempos de Atanasio el Grande no era particularmente grande, ya que muchos recibían el bautismo en la edad adulta y algunos lo postergaban hasta los días de su vejez. Los niños solo se preparaban para ser cristianos, los jóvenes eran catecúmenos y únicamente los adultos eran 123 bautizados, se volvían completos cristianos y estaban presentes en la Liturgia de los Fieles» . «En el s. IV la Iglesia Cristiana estaba compuesta por personas que recibían el bautismo en su edad madura, puesto que así entendían mejor su deseo y sus motivos de convertirse al cristianismo 124 » . Por eso no se sostienen las referencias de algunos a San Agustín, que afirmaba que los niños no bautizados se condenarán: ni uno solo de los Santos Padres, por lo menos los orientales, dijo jamás algo parecido. Y solo la teología católica tardía, que se había armado de «agustinianismo», «canonizaba» esta aberración, que lamentablemente han adoptado incluso algunos de nuestros «maestros» actuales, pese a la enseñanza de los Santos Padres. Así que no nos preocupemos por el destino de los niños, ya que todos están con Dios. Ahora bien, sobre nuestra actitud ante el matrimonio, la procreación o la vida «cristiana», queridos padres y madres, deberíamos reflexionar seriamente.

—¿Puedo rezar por mi pariente baptista? ¿Cómo? —El obispo confesor San Afanasio (Sájarov), famoso liturgista ruso, escribía a propósito de las oraciones por los cristianos no ortodoxos: «En relación con la conmemoración de sus difuntos padres, ante todo creo que los hijos siempre deben rezar por sus padres, independientemente de cómo hubiesen sido, aunque hubieran sido monstruos, blasfemos y perseguidores de la fe. Estoy seguro que la mártir Santa Bárbara rezó por su padre , que la había matado. Vuestros padres fueron cristianos. Si según la palabra de Dios «en cualquier nación el que teme a Dios y Le reza Le es grato», más aún lo son aquellos que han creído en un Dios Único, en la gloriosa Trinidad, y han profesado a Cristo, que se hizo carne... Si la oración de San Macario el Grande por los paganos proporcionaba a estos cierto consuelo, con mayor razón la oración de los niños ortodoxos dará consuelo a los padres no ortodoxos. Por petición de la bienaventurada emperatriz Teodora, los Padres de la Iglesia rezaban intensamente por su marido Teófilo, ferviente iconoclasta y perseguidor de la Ortodoxia, y recibieron a cambio la revelación de que, gracias a sus oraciones y la fe de Teodora, se concedió el perdón a Teófilo. Así, se puede y debe rezar por los no ortodoxos. Pero, naturalmente, la oración por los no ortodoxos debe ser de distinta naturaleza. Por ejemplo, al principio del oficio del funeral se elevan oraciones para que Dios conceda al fiel difunto que sea digno de recibir los bienes eternos, lo que solo podemos decir sobre una persona ortodoxa. Por eso ya el Sínodo Sagrado adoptó el rito especial de la panijida para los difuntos no ortodoxos. Empezó a imprimirse en el año 1917, pero no se terminó. En 1934 o 1935 el metropolitano Serguéi envió a las diócesis un rito de la panijida para no ortodoxos compilado por él». Asimismo, San Atanasio consideraba que al entregar la lista de conmemoración (pomiannik) para la panijida, podían incluirse los nombres de los no ortodoxos entre los ortodoxos, y si estos nombres eran extranjeros, cambiarlos por nombres adaptados a los ortodoxos para no confundir a la gente (por ejemplo, en lugar de «Anzia», «Andrea»). «El Señor —decía San Atanasio—, que sabe por quién rezas, mostrará por tu oración Su misericordia a la persona por la que rezas». No obstante, con respecto a la conmemoración durante la Proscomidia, razonaba de esta manera: «Antes yo también conmemoraba a los no ortodoxos en la Proscomidia, pero ahora he llegado a la conclusión que es mejor no 125 hacerlo» . Pero existe otro hecho más significativo. Prácticamente en cada oficio divino e incluso en la Liturgia se reza una oración por el gobierno y el ejército. ¿Pero acaso en el gobierno y el ejército son todos ortodoxos y han sido bautizados? ¡Recuerden las crueles persecuciones que sufrió la Iglesia en tiempos posrevolucionarios a manos del gobierno soviético! ¿Y por quién rezó el Señor en la cruz al realizar Su Sacrificio de sangre: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» (Lc 23,34)? ¿¡Acaso esto no es un mandamiento para los cristianos!? Por lo tanto se puede y se debe rezar por todos, tanto en casa como en el templo. En cuanto a la conmemoración de la Proscomidia, se hará como diga el sacerdote.

—Se sabe que el suicidio es un pecado terrible. ¿Pero qué hay del hombre que habiendo cometido tal delito fue en vida un justo perfecto? —¿Qué significa «fue un justo perfecto»? Si lo hubiese sido, si hubiese vivido según los mandamientos de Dios, entonces no habría hecho tal cosa. Precisamente ahí está la cuestión, que era un falso justo. ¿Quién es un falso justo? Por ejemplo, el ortodoxo que va al templo, recibe los sacramentos, hace el bien, guarda ayuno, no mata a nadie, no roba, no comete adulterio; es decir, cumple toda la parte externa de la vida eclesiástica y la considera «justicia» propia, alardea de ella en sus sentimientos, pensamientos e incluso ante la gente, pero no se da cuenta de sus pasiones internas: orgullo, soberbia, envidia, hostilidad hacia el prójimo, ira, hipocresía, etc. Es un estado terrible, ya que en él nace infaliblemente el gusano de la alta opinión de sí mismo; y si no reparamos en él a tiempo, nace la serpiente de la soberbia. En este estado interno se encontraban y se encuentran los «justos perfectos», judíos y cristianos, que el señor condenó: los legistas, los escribas y los obispos. Estos falsos justos rechazaron a Cristo, Le crucificaron. Una santidad falsa semejante puede tener las más tristes consecuencias: el engaño o ilusión espiritual (prelest), la herejía y el suicidio. El verdadero justo siempre ve sus pecados y su total injusticia. En una de sus cartas, San Ignacio (Brianchanínov) pone el siguiente claro ejemplo de un verdadero justo: Hoy he leído la máxima de Sisoi el Grande, que siempre me ha gustado y me ha llegado al corazón especialmente. Cierto monje le dijo: «Me encuentro en constante recuerdo de Dios ». Y San Sisoi le contestó: «Eso no es grande; lo grande será cuando te consideres peor que cualquier criatura». ¡Alta ocupación —continúa el Santo— la de recordar constantemente a Dios! Pero esa altura es muy peligrosa cuando la escalera que conduce a 126 ella no se coloca sobre la firme piedra de la humildad . Los Santos Padres decían que la altura de la justicia o rectitud se evalúa por la profundidad de la humildad. Y la verdadera «humildad no se ve a sí misma humilde».

—¿Cuál es el estado del alma del hombre que murió mártir, pero que no recibió funeral? —¿Qué es el oficio del funeral o otpevanie? Es un oficio en el que el sacerdote y los allegados del difunto pronuncian determinadas oraciones por él. El funeral, al igual que otros oficios y oraciones por los difuntos, es solo una ayuda al alma del difunto, no una acción de la Iglesia sin la cual el alma se condenará. ¿¡De dónde provienen tales supersticiones!? ¡Cuánta gente ha muerto en catástrofes, guerras civiles y conflictos bélicos! ¡Cuántos eremitas santos desconocidos han fallecido en los desiertos, los bosques y las montañas, por quienes nunca nadie celebró un funeral! Quizá estén incluso por encima de nosotros, como por lo menos es el caso de muchos soldados que han dado la vida por sus amigos. ¿Acaso puede dársele un valor tan mágico al funeral? El funeral u otpevanie, repito, es una oración y no una llave mágica para entrar en el Reino de los Cielos. Los sacerdotes no son chamanes que por el hecho de leer una oración consiguen que el difunto se salve, y por el hecho de no leerla, que el difunto vaya al infierno. El funeral no puede considerarse un requisito incondicional para salvar al difunto. Pero naturalmente, si existe la posibilidad, es mejor celebrarlo.

—Mi tío era un hombre asombroso. Era médico y ayudó a muchísima gente. Murió de una terrible y larga enfermedad que duró 10 años, tras horribles sufrimientos. ¿Podrían atribuirse a su fe estas buenas acciones y estos sufrimientos? Fue bautizado cuando ya estaba enfermo y no vivió una vida eclesiástica. —Al hombre no se le atribuyen esfuerzos, ni sufrimientos y enfermedades, sino el grado de consciencia de sus pecados y de su impureza espiritual, y, de ahí, la fuerza con la que se dirige al Salvador. Debo citar con frecuencia a San Isaac de Nínive, quien pronunció estas maravillosas palabras: «La recompensa no se recibe por las virtudes y los esfuerzos, sino por la humildad que nace de ellos. 127 Pero si se ha perdido la humildad, los primeros serán en vano » . Como pueden ver, todo —virtudes, esfuerzos y, por supuesto, enfermedades— pierde su significado si el hombre no adquiere humildad. El ejemplo de ello son los dos ladrones crucificados con Cristo. Ambos padecieron terriblemente por igual. Los sufrimientos de la cruz son tormentos espantosos e insoportables. Y vean qué caminos tan distintos tuvieron uno y otro en la eternidad. Recuerden, al de la derecha se le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.» (Lc 23, 43). Yel de la izquierda se condenó. Así pues, la cuestión no está en los sufrimientos, sino en el grado en que la persona sea consciente de sus propios pecados, sea humilde y se arrepienta. Cabe confiar en que el Señor le diera a su tío la oportunidad de adquirir la humildad a través del sufrimiento, de entender que todas sus buenas obras por sí solas no son nada. Entonces ese estado, sin duda, será la garantía de su salvación.

—¿Por qué el ángel perfecto —Lucero— desertó del Creador? —En las Sagradas Escrituras solo se habla de la caída de Lucero o hijo del alba como de un hecho. No encontramos ninguna explicación detallada sobre el «mecanismo» del nacimiento de la malas intenciones en su consciencia. Solo se menciona que la causa de su caída fue el orgullo. Al ver su perfección, Lúcifer-Lucero se decía en su corazón: «Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte; Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo.» (Is 14, 11-15). De hecho, en esta pregunta nos topamos con el misterio de la libertad. La libertad de la persona implica que un ser racional pueda realizar cualquier acto de voluntad que emane únicamente de sí mismo, sin ningún tipo de causas no personales, es decir, sin que nada del mundo creado por Dios le fuerce a ello. A un acto libre no se le puede preguntar: «¿Por qué?». Ya que «por qué» supone una razón externa en relación al «Yo». Lucero cometió el acto de separarse de Dios, actuando precisamente por sí mismo, desde su «Yo», y no por algún motivo ajeno a él. En eso radica la esencia de su pecado. Pero es necesario tener en cuenta que al hombre se le concede la Revelación de Dios por un y único motivo: para mostrarle el camino y los medios de salvación, y no para desvelar los misterios del Cielo a su curioso intelecto. El objetivo de la Revelación es exclusivamente espiritual y moral, por eso nos desvela solo las verdades que el hombre debe conocer aquí para ser digno de entrar en aquel mundo donde veremos todo cara a cara (1 Co 13, 12). Por eso ahora, cuando vemos en un espejo, en enigma (1 Co. 13, 12), es mejor no hacer conjeturas sobre lo que sucedió con Lucero y el motivo por el que un ángel de la luz se convirtió en diablo. Una cosa está clara: el orgullo es mortal, y saberlo reviste una importancia capital. En cuanto al camino espiritual de Lucero, para conocerlo deberíamos recorrerlo nosotros mismos. ¡Dios nos libre de ello!

—¿Cuál es la naturaleza del mal? ¿Por qué Dios lo permitió? —Según la enseñanza de los Santos Padres, el mal por sí mismo no existe, no tiene una naturaleza por separado, sino que es la enfermedad en un cuerpo sano. Al igual que no existe enfermedad sin enfermo, tampoco existe el mal sin la magnífica (y todo estaba muy bien (Gn 1, 31) naturaleza del hombre y de los ángeles creada por Dios. Los Santos Padres dicen que el mal carece de esencia y que no fue creado por Dios; no es algo que exista por sí mismo, sino simplemente un acto erróneo y antinatural de la libre voluntad de los seres racionales. San Diadoco escribía: «El mal no existe, salvo en el momento de cometerlo». Por eso podemos decir que no hay mal, pero hay malos. El altísimo valor de la persona radica en que es semejante a Dios. Y la semejanza a Dios es imposible sin libertad. Y puesto que el hombre no es un androide programado, sino un ser racional y libre, puede disponer de su libertad incluso en contra de Dios y de su bien. En una de sus cartas, el higúmeno Nikon (Vorobiév) razona sobre esta cuestión de la siguiente forma: «El mal no fue creado por Dios. El mal no tiene esencia. Es la deformación del orden universal (y en relación con el hombre y los ángeles, del orden moral) por el libre albedrío del hombre y de los ángeles. Si no hubiese libertad, entonces no habría posibilidad alguna de alterar el orden moral, omnisciente y perfecto. Los ángeles y los hombres se someterían como autómatas a las leyes del mundo físico y moral, y no habría mal. Pero sin la libre voluntad, los hombres y los ángeles no serían creados a imagen y semejanza de Dios. Un ser perfecto es inconcebible sin libre albedrío (por cierto, todas las enseñanzas ateas se ven obligadas a negar la libre voluntad...). Los seres racionales, reconociéndose a sí mismos como personas en sí («Yo»), como nuevas fuentes de luz independientes (luciérnagas)... no conocían el mal por experiencia y no podían valorar plenamente la beatitud en la que vivían. El deseo de ser como dioses que conocían el bien y el mal condujo a los ángeles y los hombres a la caída. Aquí empieza la historia de la humanidad... Un hombre sumido en el orgullo no puede salvarse. Con orgullo puede volver a separarse de Dios incluso en el paraíso mediante la caída final, como los demonios. Por eso durante toda la vida terrenal del hombre, Dios le da la oportunidad de entender que sin Él no es nada más que un esclavo de sus debilidades y del diablo. Por eso hasta la muerte del hombre, Dios no permite recoger la cizaña, no sea que se arranque el trigo (Mt 13, 29-30), lo que significa que un hombre sin defectos que solo tuviese cualidades positivas se volvería infaliblemente orgulloso. Si aquí con pequeñas virtudes encontramos motivo para enorgullecernos, ¿qué pasaría si se nos desvelase ya aquí toda la gloria del alma deificada? Incluso el Apóstol Pablo necesitó la ayuda adversa de «un ángel de Satanás que me abofetea para que no engría.» (2 Co 12, 7). Sobre nosotros ni qué decir tiene… Se vuelven completamente evidentes las providencias de Dios sobre la salvación del hombre y el esfuerzo del diablo para destruir a los que ponen el máximo empeño en buscar lo único necesario, es decir, el Reino de Dios […] el hombre, ora cayéndose, ora levantándose, se encuentra en constante lucha contra el mal, el diablo y sus instintos... En esa lucha el hombre conoce su enfermedad, la astucia del enemigo, la ayuda de Dios y el amor que Dios le profesa. Conoce el precio del bien y del mal, y en plena consciencia elige el bien, se vuelve inquebrantable en su preferencia por el bien y su fuente, Dios, y rechaza el mal y al diablo...» Como vemos, Dios no quiere que seamos esclavos, sino hijos libres, dioses. Las Sagradas Escrituras dicen lo siguiente: «¡Vosotros dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!» (Sal 81, 6). Pero para alcanzar tal grandeza, el hombre debe recorrer el camino de las tentaciones y la lucha contra el mal dentro de sí, a fin de mostrar su determinación, su elección. «Quien no es tentado, no es adiestrado», dicen los Santos Padres. Y también: «Si no hubiese habido demonios, tampoco habría santos». A través del conocimiento del mal, el hombre se convence, por el camino de la experiencia, de que él forma parte de la creación y no de la esencia original; de que Dios es el bien y la verdad, y no él; y de que Dios está siempre dispuesto a liberarle de todo mal. Todo esto desvela al hombre la oportunidad de alcanzar en la eternidad un estado no caído.

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—Alekséi Ilich, en su libro Put razuma v poiskaj istiny (El camino de la razón en busca de la verdad) y refiriéndose al padre Pável Aleksándrovich Florenski, habla sobre la santidad como un fenómeno «supramundano», aludiendo a la santidad de los Sacramentos de la orden sacerdotal. Dígame, por favor, ¿cómo debemos entender la santidad en relación con el hombre, si el Evangelio dice en boca del Padre Celestial: «Sed santos, pues yo soy Santo»?

—Esta pregunta contiene dos subpreguntas. Una de ellas tiene que ver con la obtención de la salvación. La otra, con la perfección espiritual. Con la segunda pregunta es con la que está especialmente relacionada la noción de santidad en la Iglesia. Y debemos distinguir entre estos dos niveles. ¿Qué es la salvación? ¿En qué condiciones puede el hombre alcanzarla? y ¿Por qué la Iglesia no define este estado como santidad «canonizada»? En esencia, la salvación es la unión de nuestro espíritu humano con el Espíritu de Dios. Pero ¿cómo es posible? Lo es si entendemos que el agua se une con el agua, pero no con el aceite. De igual modo, el espíritu humano solo puede unirse al Espíritu de Dios cuando se vuelve semejante a Él. ¿Pero acaso algo creado puede asemejarse a Él? En el libro de Job se recogen estas grandes palabras: «¿Cómo puede ser puro un hombre? ¿cómo ser justo el nacido de mujer? Si ni en sus santos tiene Dios confianza, y ni los cielos son puros a sus ojos [...]» (Job 15, 14-15). Por este motivo, ninguno de entre los más justos pudo unirse a Él, salvarse. Por eso se necesitó la ayuda especial de Dios a través de la encarnación del Hijo de Dios y la realización del Sacrificio en la cruz. Nos salva justamente la sangre de su Hijo Jesús [que] nos purifica de todo pecado (1 Jn 1, 7). ¿En quién piensa el Apóstol cuando dice «nos purifica»? Como sabemos por el Evangelio, el primero que entró en el paraíso fue un ladrón, cuyas manos, hablando en sentido figurado, estaban manchadas de sangre hasta los codos. (Lo que por cierto no conocía ninguna religión del mundo). Pero ¿por qué razón se salvó? El contexto evangélico habla de ello con bastante precisión: por haber tomado consciencia de la ignominia de su vida, por su profundo sentimiento de no ser digno de salvarse y por su sincero y penitente llamamiento al Salvador. El ladrón comprendió con todo su ser y no dudó ni un ápice de que no podía estar junto al Justo que se hallaba colgado a su lado. De aquí sus palabras a Cristo, llenas de asombrosa humildad para un hombre que padecía tan horribles sufrimientos: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» (Lc 23, 42). Ni súplicas para que le librase de los tormentos, ni ruegos de que tuviese piedad de él, sino acuérdate de mí ahí, en tu Reino, donde, evidentemente, yo no estaré nunca. ¡Esto fue lo que bastó para que se salvase! Efectivamente, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias (Sal 50). Sin duda, el estado de la salvación puede ser diferente. El Apóstol Pablo escribía: «Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor.» (1 Co 15,41). En otro versículo lo explicaba más detalladamente: «La obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.» (1 Co 3,13-15). Queda claro qué obra resistirá y cuál quedará abrasada en el fuego del Día de Dios.

—Pero ¿qué es la santidad? —La santidad es la comunión con el Espíritu Santo, que en las condiciones terrenales fluctúa y es inconstante, pues solo Dios es inmutable. No es un pájaro que un cazador ha encerrado en una jaula, y ya está. No. Es el constante seguimiento del propio hombre viejo, la vigilia del corazón, la sobriedad de la mente en la oración y la contemplación de Dios, similar a la vigilancia de los defensores de una fortaleza asediada. Pero del mismo modo que el descuido de los guardias se traducía a menudo en la derrota de las tropas, en la historia del cristianismo había casos en los que los ascetas que habían alcanzado dones sagrados evidentes (clarividencia, milagros) pero habían dejado de vigilar sus pensamientos y sentimientos, caían y se condenaban. Otros no alcanzaban estadios de pureza superiores a los de los niños. San Ignacio (Brianchanínov) escribía: «San Macario el Grande dice que... existen almas que han comulgado con la gracia de Dios... pero al mismo tiempo, a falta de experiencia activa, se encuentran en un estado similar al de la infancia, que dista mucho del que necesitan y obtienen gracias al verdadero trabajo ascético.... En los monasterios, a estos stárets adelantados se les considera santos, pero no expertos, y por eso hay que tener cuidado a la hora de pedirles consejo». Pero ¿en qué se diferencia la santidad de la salvación? La inmensa mayoría de los cristianos ortodoxos solo se dan cuenta de sus caídas morales más graves, sus grandes pecados. No ven ni el profundo daño infligido a la misma naturaleza humana, ni la belleza de su alma, ni la fuerza de sus pasiones, ni el bien de la impasibilidad, ni la alegría de vivir en Dios. Sin embargo, únicamente el conocimiento de todo esto atestigua la perfección espiritual del hombre, a la que la Iglesia llama santidad, que solo se adquiere con una vida espiritual recta. La mayor parte del estado de santidad está unida a los extraordinarios dones del Espíritu Santo, ante todo al amor hacia todos los hombres, ya sean malos o buenos, independientemente de sus convicciones, credos, nacionalidades...; a la incesante oración de penitencia y acción de gracias a Dios; al especial regocijo espiritual y a la paz de Dios, que supera todo conocimiento. (Flp 4,7). Con frecuencia aparecen incluso otros dones: de curación, clarividencia, visión del futuro; pero estos dones son poco venerados entre los santos, a diferencia de entre los cristianos paganos, que buscaban sobre todo los milagros de la curación y la predicción. Ahora, por desgracia, la sed de todos estos milagros se ha vuelto prácticamente una epidemia que se propaga por nuestro pueblo y se alimenta activamente de la literatura «eclesiástica» de masas, gracias a la cual podemos saber a qué santo y ante qué icono hay que rezar para recibir todo lo necesario en esta vida. Todo esto constituye uno de los indicadores más claros del deplorable estado espiritual de la gente, que sale del fuego del ateísmo y cae frecuentemente en las llamas del paganismo. Canonizan a la Iglesia y a algunos que no han alcanzado la impasibilidad y la pureza espiritual, pero lo hacen por veneración de su vida fervorosa o por el podvig de morir por Cristo, como por ejemplo los mártires. La verdad es que aquí siempre existe el riesgo de caer en los criterios mundanos de evaluar a la persona por su actividad «externa» y convertir el menologio en un panteón, donde «los santos» son célebres personajes del mundo: reyes, príncipes, jerarcas, políticos, jefes militares, escritores, pintores, músicos... Pero este ya es otro tema que, posiblemente, pronto será de actualidad. ¿Cuál es el camino de la vida santa? Empieza por la atención a nuestra vida moral, a nuestro estado interno: las aspiraciones y sentimientos del alma, y su confrontación con los mandamientos del Evangelio y con la imagen y la conducta de Cristo. Esta confrontación revela al hombre su mundo interno, extraño y hasta ahora desconocido para él y no muy atractivo. Resulta que por un lado, en nuestro interior existe el sentimiento constante de que somos buenos, listos, justos...; o, en pocas palabras, buenos y justos. Y naturalmente, por eso ni se nos ocurre pensar que podemos encontrarnos en algún lugar fuera del Reino de Dios. No dudamos de que estaremos allí, aunque sea en un rincón, en el más recóndito. Aunque no sea con los grandes santos, pero aun así, en el Reino de Dios. Pues soy creyente, ortodoxo, voy a la iglesia, me confieso y comulgo. No he matado, robado ni saqueado a nadie, no he engañado a mi mujer (marido) ni infrinjo las leyes. ¡¿Acaso hace falta algo más?! Realmente parezco un santo, solo queda canonizarme en vida. Por otro lado, si examinamos nuestras palabras, deseos, sentimientos y relaciones con los amigos y enemigos, y los confrontamos con la voz de la consciencia y la doctrina del Evangelio, empezamos a ver directamente lo contrario. Resulta que no puedo no juzgar, no envidiar, no ser vanidoso, no hartarme de comer; y hay tantísimos «no puedo» que de mi bondad no queda nada. Incluso cuando parece que hago buenas obras, las mancillo de vanidad e intereses, entre otras cosas. Escucho la confesión general con su larga enumeración de pecados y el 99% son míos. Es decir, veo que mi vida no concuerda en nada con las normas evangélicas. Solo me queda exclamar junto a San Macario el Grande: «Dios, purifícame a mí, pecador, pues nunca (jamás) hice el bien ante Ti ». Es precisamente esta visión la que constituye el inicio de una verdadera vida espiritual. Me despoja de las gafas de lentes rosas y me desvela una realidad muy lejana de la pureza de mi alma. Por eso San Pedro Damasceno dijo: El primer síntoma de salud que florece en el alma es la visión de los propios pecados, tan numerosos como los granos de arena del mar. Pero esto solo es el principio del camino que lleva a la santidad. En él todavía quedan numerosas preguntas serias, sin cuya comprensión correcta el cristiano corre grandes riesgos: ¿Cómo rezar? ¿Cómo actuar? ¿Cómo realizar buenas obras? ¿Cómo observar lo prescrito por la Iglesia sobre el ayuno, las reglas de oración, la asistencia a los oficios divinos, la recepción de los Sacramentos, etc.? Entre todas estas preguntas, la más importante es la referente a la oración, pues es la acción principal del cristiano. Solo en la oración se produce el contacto espiritual del hombre con Dios.

—¿Y cuál es la oración correcta? —La oración correcta ha de ser, sobre todo, atenta. La atención es una condición imprescindible sin la cual, como escribe San Ignacio (Brianchanínov), cualquier oración «no es oración. ¡Está muerta! Son inútiles palabras huecas que perjudican al alma y ofenden a Dios». El hieromonje Doroteo, asceta ruso del siglo XIX, decía: «Quien reza con los labios y no se preocupa del alma ni cuida el corazón, reza al aire, y no a Dios, y se esfuerza en vano, puesto que Dios atiende al espíritu y al esfuerzo, no a la palabrería». No se refiere a cuando nos esforzamos pero nos distraemos, sino a cuando no nos obligamos a estar atentos y simplemente recitamos una oración de forma mecánica. La falta de atención es uno de los fenómenos más peligrosos de la vida cristiana. Uno puede acostumbrarse tanto a ella que puede llegar a olvidar la propia oración. El archimandrita Serafín (Romantzov), stárets de Glinsk, lo expresó admirablemente al decirle a un monje cuyas cuentas (del rosario) centellaban de lo rápido que las pasaba: «Tú no rezas ninguna oración, simplemente te has acostumbrado a sus palabras, como algunos se acostumbran a los improperios». El peligro de tal hábito no radica solo en que el hombre se quede sin oración, sino en que pueda empezar incluso a enorgullecerse de su devoción oracional. La segunda condición imprescindible de la oración es la penitencia. Solo se puede llamar oración al llamamiento a Dios sincero, atento, profundo y —en la medida de lo posible— penitente. San Ignacio (Brianchanínov) escribía lo siguiente al respecto: «Los elementos esenciales de la oración deben ser: la atención, la inclusión de la mente en las palabras de la oración, el extremo sosiego al pronunciarla y la aflicción del espíritu». El santo subraya la necesidad de aprender a rezar la oración de Jesús con sosiego. Sobre ello escribe en su magnífico artículo «O molitve Iisúsovoi. Beseda startza s uchenikom» (Sobre la oración de Jesús. Conversación del stárets con el pupilo). Aquí llama la atención sobre otra condición muy importante para la oración correcta, la moral: «Hay que tener especial cuidado en la adecuada edificación de la moral conforme a la doctrina del Evangelio... En vano se esfuerza quien construye sobre arena: sobre la moral ligera, vacilante». Las condiciones imprescindibles de la oración son la humildad y la veneración. Sin ellas la oración será contraria a Dios. El sentimiento de la rectitud y mérito propios ante Dios, la petición de dones espirituales y estados de gracia y la búsqueda de vivencias de amor divino son una clara señal de engaño o ilusión espiritual (prelest). En una de sus cartas, San Ignacio dice: Hoy he leído la máxima de Sisoi el Grande, que siempre me ha gustado y me ha llegado al corazón especialmente. Cierto monje le dijo: «Me encuentro en constante recuerdo de Dios». Y San Sisoi le contestó: «Eso no es grande; grande será cuando te consideres peor que cualquier criatura». ¡Alta ocupación —continúa el Santo—, la de recordar constantemente a Dios! Pero esa altura es muy peligrosa cuando la escalera que conduce a ella no se coloca sobre la firme piedra de la humildad. Ante la falta de humildad, el podvig oracional se inclinará fácilmente hacia la obcecación y el engaño espiritual (prelest)». Los Padres de la reputada colección de escritos ascéticos de la antigua Iglesia, La Filocalia, prohíben terminantemente imaginar durante la oración a Cristo, la Madre de Dios y los santos, y hablan de la necesidad de conservar la mente sin imágenes. Por ejemplo, San Simeón el Nuevo Teólogo, al deliberar sobre los que en la oración «imaginan los bienes celestiales, las órdenes de los ángeles y las moradas de los santos», dice claramente que es un «indicio de engaño o ilusión espiritual (prelest)». —¿Y cómo debemos entender las oraciones ante determinados iconos milagrosos, determinados santos representados en diferentes acontecimientos de sus vidas? Existe una máxima muy sabia que dice: «No hay cosa buena que no pueda echarse a perder». Aquí sucede lo mismo: es bueno rezar ante los iconos, dirigirnos a los santos para pedirles que recen con nosotros a Dios por nuestras necesidades y pesares, como hacemos nosotros, que nos pedimos rezos unos a los otros. Pero esta acción buena se deforma con frecuencia por la consciencia pagana, cuando empezamos a considerar una u otra determinada oración, icono o santo como una especie de fuerza mágica con cuya ayuda se puede obtener aquello que se ansía: «Hay que leer precisamente esa oración tantas veces, rezar ante tal icono (hacerlo ante otro icono no ayudará), a este (y no a otro) santo, etc.». O sea, resulta que cada icono, cada santo y cada oración administran su propio ámbito, y hay que saber a quién y cómo hay que rezar si se quiere obtener algún resultado. Esta es la razón principal por la que desde los primeros tiempos de la humanidad, el monoteísmo decayó en politeísmo, chamanismo y otros disparates humanos, ya que el Dios Único, ante tal «especialización» de los santos, se vuelve paulatinamente innecesario. Lamentablemente, el proceso de extinción de la fe en Dios y de incremento de diversas creencias y supersticiones se afianza incluso hoy en día cada vez más. Este proceso se alimenta activamente de todo tipo de «breviarios», libros especiales y folletos donde todo está encajonado, que ofrecen un rico recetario: a qué santo, ante qué icono, cuándo y cómo rezar para combatir cierta enfermedad o pena. Así, bajo una forma totalmente ortodoxa, convierten nuestra fe en el clásico paganismo, en superstición. Y como resultado, ¡la gente se queda sin ningún fruto, ni terrenal, ni espiritual! Se olvida lo más importante. En primer lugar, que los santos son únicamente nuestros compañeros de oración y no «dioses» que por voluntad propia cumplen o rechazan las peticiones humanas; en segundo lugar, un icono es únicamente una imagen del Arquetipo y cualquier oración (como todo lo demás, incluso los sacramentos eclesiásticos) solo es eficaz y salvadora cuando nos dirigimos al Arquetipo y rezamos correctamente (sobre lo que hemos hablado anteriormente). En particular, la corrección reside en que el hombre se dirija con fe a la fuerza de Dios y no a la de este icono, esta oración.… Entonces Dios puede mostrar Su misericordia al creyente, ya sea a través del icono o la oración del santo, o de cualquier otro modo. San Teófanes (Góvorov) escribía: «Algunos iconos pueden ser milagrosos, porque Dios así lo dispone. Aquí la fuerza no reside en el icono ni en las gentes que acuden a él, sino en la benevolencia de Dios». Así pues, la fuerza no reside en el icono, sino en la benevolencia de Dios, es decir el icono es únicamente lo visible que ayuda a nuestra mente y nuestro corazón a dirigirse a la benevolencia del Invisible. ¡No debemos olvidar los antiguos mandamientos: «No te harás escultura ni imagen alguna»!

—¿Cómo surgió la veneración de algunos iconos como algo milagroso? —El primer milagro que se obra ante un icono atrae naturalmente la atención de los sufridores y desgraciados, sedientos de liberarse de sus enfermedades y pesares. Muchos acuden deprisa ahí donde sucedió el milagro. Y aunque muchos de ellos no reciben lo que piden, se cuentan suficientes milagros e historias sobre ellos como para que el icono pase a ser especialmente venerado y considerado milagroso. ¿Cómo es posible entender el fenómeno de la benevolencia divina hacia el hombre? Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados. (Мt 14, 36). Le seguía un gran gentío que le oprimía, pero solo se curó una mujer que padecía flujo de sangre (Mc 5, 24-34), que decía: Si logro tocar aunque solo sea sus vestidos, me salvaré (Мc 5, 28). Y recibió una respuesta: tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad. Por lo tanto, los iconos, los poderes de los santos, los objetos sagrados, el agua bendita y demás son solo Sus «vestidos», a través de los cuales Él (y no los «vestidos») sana a los cristianos que tocan con humildad aunque solo sea Sus «vestidos». Muchos oprimen a Cristo (viajan a lugares santos, acuden a iconos milagrosos, a los stárets…), pero no le buscan a Él, sino a Sus «vestidos»: milagros, sanaciones, profecías; creen no tanto en Él, como en la fuerza de diversas reliquias; no buscan la vida según Cristo, sino la sanación y el regreso a la vida «normal» (pagana), según los elementos de este mundo. Tales hombres no reciben nada. San Serafín de Sarov decía a estos peregrinos: El Reino de los Cielos, dijo Dios, está dentro de vosotros, lo que quiere decir que ahí, dentro de nosotros, está Athos, Jerusalén y Kiev. Pues no son los iconos ni los lugares sagrados los que poseen fuerza milagrosa («energética» como por desgracia podemos oír frecuentemente hoy), sino Él, el Señor Jesucristo, que al oír una oración sincera dirigida a Él (ante cualquier objeto sagrado), ayuda al hombre. ¿Cuál es la oración correcta en estos casos? ¡La que va unida a la penitencia, es decir a la sincera promesa de enmendar nuestra vida! Si no hay penitencia, si fingimos y queremos cosechar frutos sin abonar las raíces, entonces nos convertiremos en los rechazados sobre los que el Señor dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. (Mt 15, 7-9) El icono, como todas las reliquias, es el vehículo conductor de la gracia de Dios, que actúa según el estado espiritual del hombre. De este modo, en la pregunta: ¿En qué cree el hombre, en Cristo o en Sus «vestidos», en la Madre de Dios o en el «Cáliz inagotable»? se manifiesta el secreto del alma de la persona, su fe cristiana o pagana. ¡No son los iconos del «Cáliz inagotable» ni de la «Dadora de sabiduría» (ante los que evidentemente pocos rezan) los que prestan ayuda, sino la Madre de Dios, gracias a la oración sincera dirigida a Ella ante cualquiera de sus iconos! Cualquier imagen ante la que recemos correctamente al Arquetipo puede convertirse en milagrosa. Siempre ha sido así, pues un corazón contrito y humillado Dios no lo humillará (Sal 50,19).

—¿Por qué algunas oraciones son escuchadas y otras no? —Lo que sucede es que se puede rezar de distintas maneras. Se puede rezar como rezaba la madre de Kondrati Ryléiev para que su hijo se curase, cuando pese a la visión que tuvo sobre la futura muerte de este, siguió pidiendo sin cesar a Dios que se quedase entre los vivos. En pocas palabras, rezaba: «Que se haga mi voluntad, Señor, y no la Tuya…», y como resultado de su persistencia recibió la desgracia augurada. O pongamos que rezo con sinceridad, con diligencia y de rodillas, y enciendo velas para sacar un excelente en el examen. Sí, con sinceridad… Pero, de nuevo, el sentido solapado de mi oración sigue siendo el mismo: «Que sea, Señor, tal y como yo lo deseo». Y si es bueno o no para mí desde un punto de vista espiritual, esto a mí no me interesa. Veamos, ¿cómo era la oración de Cristo en el jardín de Getsemaní ante los horrores que se Le revelaron de Su terrible ejecución? Oró hasta sudar sangre, pero ¿qué es lo que oímos? «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» (Lc 22, 42). No tenemos fe en Dios, por eso no recibimos lo que pedimos. Pero, si pudiésemos de todo corazón decir en la oración: «Señor, todo lo aceptaré con gratitud, porque creo que tú eres el Amor mismo y harás que mi vida sea mejor. ¡Que se haga Tu voluntad, Señor, que no se haga la mía ni se cumplan mis ciegos deseos!» Solo entonces recibiríamos más a menudo la gracia de Dios. Me gustó mucho el siguiente suceso. En la India, una vez un niño iba montado a lomos de un elefante y, al acercarse a la jungla, el elefante se paró en seco. El niño le fustigó, le azuzó… Pero el elefante ni se movió. El chico montó en cólera. Tenía prisa por ver a su padre, ya llegaba tarde. Seguramente su padre le reñiría… De repente el elefante agarró al chaval con la trompa y lo metió bajo su vientre. En ese preciso instante, un tigre apareció entre la maleza y de un salto se encaramó directamente al lomo del elefante. El elefante se deshizo del tigre. Pero ¿qué le habría pasado al niño si se hubiese quedado sobre el lomo del elefante? El niño lo entendió y empezó a besar al elefante, a darle plátanos, a acariciarle... Y todos nosotros somos un niño montado a lomos de un elefante. Cueste lo que cueste, Señor, dame esto y aquello, y no queremos entender que el Señor dispuso todo de la mejor manera posible. Por desgracia, no tenemos fe en Él. Por eso a menudo nuestras oraciones no son escuchadas.

—¿Qué podemos decirle a una madre que sufre por la muerte de su hijo? —Antes que nada, ¿de qué madre estamos hablando? Si cree que Dios no existe, ni tampoco el alma ni la eternidad, entonces simplemente no sé cómo podemos ayudarla. Pues para un ateo la muerte destruye irrevocable y definitivamente a la persona. La sustrae para siempre. De modo que la muerte del hijo para tal madre es una pérdida para toda la eternidad, y por eso todas las palabras de consuelo serán para ella sonidos huecos. Hace mucho tiempo que vi la película Otárova vodá (El agua de Otar), pero hasta hoy no consigo olvidar los terribles sentimientos de desesperación y congoja que sentía aquella madre al perder a su hijo, tan vívidamente transmitidos en la película. No obstante, la cosa cambia totalmente si hablamos con una cristiana. La concepción de la muerte podría expresarse aquí de la siguiente manera. Por ejemplo, imagínense en invierno a un grupo de gente que se ha perdido en la montaña. En él se encuentra nuestra madre con su hijo. Hace muy mal tiempo y caminan por senderos peligrosos temiendo constantemente por su vida. No saben cómo ni cuánto tendrán que caminar hasta llegar a casa. De repente aparece un helicóptero que aterriza, y el piloto dice que se dirige precisamente al mismo sitio y que tiene una plaza libre. ¡¿Acaso la madre no procurará hacer todo lo posible para que se lleven a su hijo y así pueda salvarse?! Exactamente lo mismo sucede en la vida humana, cuando el «helicóptero» se lleva a nuestros queridos familiares y allegados a casa mientras nosotros seguimos caminando sin saber qué nos espera en nuestro sendero, cuáles serán nuestras penas, enfermedades, tragedias y final. El cristianismo afirma que el hombre es un peregrino en la tierra, que la vida terrenal es solo el camino a casa, y la muerte, solo una separación pasajera. Pronto todos nos reencontraremos en nuestra casa. Por eso dijo el Apóstol que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro (Heb 13,14). Que Dios nos conceda que el reencuentro con nuestros familiares allí no quede ensombrecido por nuestras malas acciones, sino que sea alegre y feliz.

—Siento mucho que haya fallecido la abuela, aunque ya era mayor y estaba enferma. —Ante todo aquí debemos ser conscientes de que para la abuela débil y enferma la muerte es una verdadera liberación de sus desgastados «vestidos», de su anciano cuerpo, que ya no le proporciona gozo sino solo sufrimiento. ¿Acaso no consentiríamos y haríamos todo lo posible para ingresarla en un hospital o un sanatorio a fin de aliviar su sufrimiento, al comprender que nos separaremos de ella solo por un cierto tiempo? En este caso sucede lo mismo: la abuela recibe una plena liberación, de modo que solo cabe alegrarse por ella. Y nosotros podemos aguantar un poco, porque sabemos que nos separamos de ella solo por un breve periodo de tiempo.

—¿Por qué en el Evangelio cuando alguien se dirige a Dios con la súplica de resucitar al difunto o sanar al débil, Dios la escucha... Y en cambio ahora, aunque la oración pueda ser desesperada, no sucede tal cosa o, en todo caso, no nos consta que suceda? —Existen varias razones. La primera es que cuando Cristo vino, era necesario que la gente comprendiera Quién era Él. Y muchos empezaban realmente a creer en Él al ver Sus milagros. Al mismo tiempo, miren cómo evaluó el Señor esta fe: Dichosos los que no han visto y han creído. El milagro que sucede ante los ojos impresiona y abruma, pero por sí solo no puede cambiar el interior del hombre. Y aquí nos acercamos al segundo momento importante. ¿Acaso hubo pocos muertos en aquellos tiempos? Pero Él, según los textos evangélicos, solo resucitó a tres: a la hija de Jairo, a un joven, hijo de una viuda, y a Lázaro. Y ya está. ¿Por qué? Porque las más de las veces un milagro externo no resulta provechoso para la mayoría de la gente. Recuerden cuando el rico suplicó a Abraham: «Envía a Lázaro que diga a mis hermanos que no vengan también ellos a este lugar»…; a lo que Abraham contestó: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite» (Lc 16, 31). Es decir, los hombres que no se esfuerzan por vivir de acuerdo con su consciencia y los mandamientos se embrutecen espiritualmente de tal forma que ni un milagro evidente puede cambiar su corazón. Es una de las leyes de la vida espiritual. Y es otra de las razones por las que en nuestros tiempos no suceden este tipo de milagros. Existe aún otra razón, que el Señor también señaló: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido.» (Lc 17,6). Pero ¿qué sucede en nuestra alma? Parece que suplicamos, rezamos y... no creemos. Cuando Cristo llegó a Su patria, ¿recuerdan cómo Le recibieron? El resultado fue: Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe. (Mt 13,58). ¿Por qué San Juan de Kronstadt resultó ser un obrador de milagros tan asombroso? De hecho, fue un personaje totalmente único, de los que rara vez nacen en la historia. Su alma era de una sorprendente simplicidad infantil. Vean cómo empezó a obrar milagros. Una vez, suplicó a Dios con toda su fe que curase a una enferma y vio con asombro que el Señor la sanó. Este hecho reforzó aún más su fe y, desde aquel momento, comenzó a obrar muchos otros grandes milagros gracias a esa fe inquebrantable. Efectivamente, «la sanación se adquiere mediante la humildad y la fe», como escribía San Ignacio. Como no tenemos fe ni humildad, no recibimos nada. He aquí, según parece, la razón principal por la que en gran parte ahora no sucede lo mismo que en tiempos de Jesucristo. También es importante tener en cuenta lo siguiente. Recuerden lo que contestó el Señor a los discípulos que no pudieron sanar al poseído: más este linaje no sale sino por oración y ayuno (Mt 17,21). La oración resulta eficaz cuando se une con algún trabajo ascético (podvig) posible: la renuncia a la comida, a la pereza o a la diversión... Pues sin trabajo ascético no habrá ni siquiera fruto.

—Alekséi Ilich, y ¿cómo se explica que la gente pida que alguien rece por ellos en un monasterio, en lugar de en un simple templo parroquial… porque ahí la gente lleva una vida más santa y está más cerca de Dios? ¿Es correcto decir estar «más cerca» o «más lejos» de Dios? ¿Acaso es posible?

—Siempre buscamos a un hombre que esté «más cerca de Dios» y confiamos en encontrarlo. Y la mayoría de las veces no pensamos lo que significa. Seguimos los rumores y nos servimos del boca a boca para correr de inmediato armados de una total confianza, ya sea en avión, en coche o a pie, a visitar al desconocido jerarca, monje, iluminado... Y generalmente los resultados suelen ser deplorables, pues aquellos que realmente están más cerca de Dios huyen de la admiración, la fama y los elogios humanos como del fuego. Por regla general nadie sabe de ellos. La virtud sincera es siempre pudorosa y se esconde de todo el mundo por los medios más variados: el encierro, el desierto, el bosque, el pantano, la locura, etc. Sobre el grado de cercanía a Dios, los Santos Padres dicen: la altura espiritual se mide por la profundidad de la humildad. Rara vez, y solo después de muchas oraciones y trabajo ascético, el Señor bendecía a algunos de ellos con un servicio público. Para alcanzar la humildad y no caer en la falsa humildad o smirénnichestvo, se necesita mantener una relación bastante prolongada con esa persona, se necesita tiempo, lo que la mayoría de las veces no tenemos. Por eso nos encontramos con estafadores, enfermos mentales, simplemente tontos e incluso personas poseídas, que están sumidas en un estado de engaño o ilusión espiritual (prelest) y en el orgullo, y que, sin miedo ni duda, creen poder resolver todas las cuestiones de la vida y causan a la gente muchas desgracias tanto espirituales como físicas. Una de las razones de encontrarnos en esta situación es que buscamos el milagro, la clarividencia y la curación, en lugar de la liberación de nuestras pasiones; es decir, buscamos lo terrenal en vez de lo espiritual. Somos mucho más materialistas que cristianos. La conclusión es simple. No debemos buscar a quien «está más cerca», pues nunca lo sabremos reconocer, sino simplemente a un padre (monje, seglar) juicioso y creyente sincero —sin trucos, juegos de devoción ni pretensiones a ocupar la función de stárets — que conozca a los Santos Padres (y no cualquier historia mágica) y fundamente en ellos sus consejos. Sobre todo hay que temer a los «jefes», que se toman la libertad de resolver todas las cuestiones vitales del hombre sin pensárselo dos veces, aterrándolo con la «fórmula sagrada»: «Tal es la voluntad de Dios» (la cual él, embustero, ni siquiera puede conocer). Por eso no nos arroguemos el juicio de Dios y digamos quién está más cerca y quién más lejos, sino que intentemos vivir con mayor sencillez, estudiando las obras de los Santos Padres y siendo precavidos con respecto a todo tipo de rumores sobre los stárets y curanderos, al igual que a la nueva literatura, aunque se venda en tiendas eclesiásticas.

—¿Es verdad o no que es más difícil rezar por los difuntos? Me he encontrado con la opinión de que es más difícil rezar por los difuntos, porque en vida el hombre aún puede arrepentirse, mientras que el difunto ya no puede hacer nada por sí mismo… ¿O se trata simplemente de una impresión, porque la gente llora a los difuntos? —No. No es verdad. El hecho es que... me parece que la pregunta no está del todo bien planteada: muchos creen que rezar por alguien no es más difícil, sino más peligroso, no vaya a ser que los pecados del difunto por el que rezas fueran a transferírsete...

—Sí, es verdad, se llega a creer hasta en esto… —Una idea totalmente falsa. Cuando rezamos por alguien —da igual por quién— aunque sea por Judas Iscariote... ¿A quién rezamos? —¡a Dios! Durante la oración no entramos directamente en contacto con los difuntos, sino que lo hacemos a través de Dios, que, por decirlo de alguna forma, es un filtro muy poderoso por medio del cual ningún pecado ni ningún demonio, aunque se encuentre dentro de esa persona, podrá penetrar en nosotros. Dios todo lo ilumina, todo lo purifica y no permitirá ninguna mala acción inversa. Ahora bien, si empezamos a dirigirnos al propio difunto olvidando a Dios, como hacen los hechiceros y los espiritistas, entonces recibiremos nuestro merecido.

—Pero entonces parece lógico preguntar… Si podemos rezar por todos, incluso por los hechiceros (aunque no se aconseje rezar por ellos)... ¿también podemos rezar por los demonios? —Bueno, es mejor no hablar de los demonios... No es asunto nuestro, no es nuestra carreta y no tenemos que llevarla nosotros. Sabemos muy pocas cosas sobre ellos. Desconocemos totalmente la naturaleza de los espíritus. Pues no hay respuesta a la siguiente pregunta: ¿Por qué Dios, siendo amor, creó a esos ángeles, aun a sabiendas de que se convertirían en demonios e irían al tormento eterno? Pero los santos decían que si no hubiese demonios, tampoco habría santos, ya que los primeros, al tentarnos, de hecho nos ejercitan en la lucha contra el mal, y de esta forma nos hacen bien. Recuerden esta frase de Fausto de Goethe: «Yo soy una parte de aquel poder que siempre quiere el mal y siempre obra el bien». Desconocemos hasta el final la providencia de Dios sobre los demonios, que solo se nos revela conforme a nuestro estado caído, y por eso no conocemos la respuesta a esta pregunta. Pero como Dios es amor y Él dio la existencia a esos ángeles, aquí se esconde algún misterio positivo... En cambio, sí que podemos rezar por los brujos, seguidores de Satán, ateos, heterodoxos, etc. Pues la ley fundamental de la vida cristiana es el amor a todos y a cada uno sin distinción. ¡A todos y cada uno! Por eso no hay que tener miedo de hacerlo.

—¡Pero si en las listas de intercesión no puede incluirse a los no ortodoxos ni a los no bautizados! —Si es así, entonces excomulguen a todos nuestros sacerdotes, pues en todos los oficios religiosos, incluida la Liturgia, oímos su llamamiento en voz alta a todos los fieles: «Rogamos al Señor por nuestro país, su gobierno y su ejército». Quién no sabe que en el gobierno y en el ejército hay no ortodoxos y no bautizados, así como seguramente personas que luchan contra Dios y seguidores de Satán... Lo que no habrá ahí... ¿Y por quién rezaba Cristo en la Cruz?, ¿por Su Madre, por los apóstoles o por los no ortodoxos y no bautizados que le crucificaron, los que luchan contra Dios? Así pues, la propia Iglesia reza y nos insta a todos a rezar por ellos, y nosotros ¿qué hacemos? ¿«Vamos al templo y comulgamos a menudo»? ¿No? Decimos que no podemos rezar por él. ¡Ay, ay, ay...! ¡Qué arrogancia, qué deformación de la Ortodoxia! Nosotros, que vamos a la Iglesia y comulgamos, somos mil veces peores que el publicano, el ladrón o la pecadora, a quienes Dios nos puso de ejemplo. ¿Acaso es difícil de entender? Por eso negarse a rezar por los no ortodoxos y los no bautizados es un acto antieclesiástico y un indicador de hasta qué punto podemos alejarnos de Cristo y convertir la religión del amor en una secta de los «nuestros». Pero, evidentemente, no hay que mezclar las oraciones por ellos con la conmemoración que se realiza durante la Liturgia, en la Proscomidia, donde una partícula del pan eucarístico simboliza a un ortodoxo bautizado. Por eso en la Proscomidia no se debe escribir el nombre de una persona no bautizada. Pero otra cosa es la rememoración del gobierno, el ejército... en los moleben, las panijidas, etc. San Afanasio (Sájarov) escribía: «Se puede y se debe rezar por los no ortodoxos», partiendo de las palabras del Salvador: «Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». Por eso hay que rezar por todos.

—Pero por los suicidas, no se puede… —¿Por qué hijo debe preocuparse más una madre, por el sano o por el enfermo mortal? —Por el enfermo, claro. —Y la Iglesia, ¿quién es? ¿Madrastra o madre? ¡¿No rezará y llorará con más fervor por el que haya cometido un pecado mortal?! Las estrictas reglas de la Iglesia en relación con los suicidas no se han establecido para no rezar por ellos, sino con un objetivo mucho más directo: mostrar a los creyentes todo el horror de lo sucedido y protegerles de este pecado que acarrea duros sufrimientos en la otra vida. Por eso según las reglas eclesiásticas que les conciernen, se prohíbe elevar oraciones en funerales, panijidas, la Proscomidia y la conmemoración pública en el templo. Pero esto no quiere decir que no se pueda rezar por ellos en absoluto. Los familiares, allegados, todos deben rezar por dentro con especial fuerza por alguien así. Tanto más en cuanto que nunca conocemos el estado interno que ha llevado al hombre a cometer este pecado mortal.

—Alekséi Ilich, siempre hablamos de la oración por los demás, pero ¿qué es lo que les deseamos en realidad? En las listas de intercesión pedimos «por su salud», «por su descanso eterno»… Pero ¿es realmente de salud de lo que hablamos?... ¿Quizá rezamos para que Dios esté más cerca del hombre? ¿Por qué rezamos? —Ante todo rezamos por la curación de las pasiones, que son la causa principal de nuestros sufrimientos corporales y espirituales. San Marcos el Asceta decía: «Todo lo malo y lo doloroso nos ocurre a causa de nuestra alta opinión sobre nosotros mismos». Y también decía: si no quieres dolor, no peques. El espíritu humano, como una matriz uterina, engendra los cristales correspondientes a todas las facetas de la vida del hombre: un espíritu sano es la alegría del corazón y el correspondiente estado de alma y de cuerpo (¡y no al revés: en cuerpo sano, espíritu sano!), y viceversa, un espíritu humano egoísta, envidioso y malo no dará la felicidad a la persona, sea cual sea el estado de su cuerpo. El cristianismo presta una atención primordial al estado del espíritu del hombre, pues este no solo condiciona su vida eterna, sino también el carácter de la vida terrenal en todas sus manifestaciones. Por eso, al rezar «por la salud», debemos, ante todo, recordar la salud espiritual. Entonces el Señor, al ver nuestro estado espiritual, nos dará, en virtud de Su Omnisciencia, el correspondiente bienestar terrenal. Y la oración «por el descanso eterno» favorece la purificación espiritual del alma del difunto.

—Entonces, ¿rezar por los difuntos también sirve para que el Señor los libere de las pasiones? —Sí, exactamente. Ya que, allí, los «amigos» torturadores se adhieren a las pasiones como a su semejante. San Antonio el Grande escribía: «Cuando somos bondadosos, estamos en comunión con Dios, y cuando nos domina el mal, nos separamos de Dios por nuestra disparidad con Él… y esto no significa que Él sienta ira hacia nosotros, sino que nuestros pecados no permiten que Dios nos ilumine, nos unen a los demonios que nos torturan». Así es la realidad tanto de la vida terrenal como de la de después de la muerte.

—Es decir, ¿rezamos para que la persona vea sus pecados? —Sí, se trata de una condición imprescindible para la liberación y curación de la persona.

—Pero, entonces, no habrá ninguna alegría… y la alegría es uno de los «frutos del Espíritu»… —«Por el sendero áspero (se llega) a las estrellas». Probablemente no hay nadie que se alegre tanto como el que se ha salvado de una enfermedad mortal, de un duro cautiverio o de la cárcel. Asimismo, la primera condición para recibir este gozo, sobre el que escribía el Apóstol: [...] lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman es el conocimiento de las enfermedades espirituales propias y el mal de las pasiones. Está claro que si no se es consciente de la enfermedad, no se sigue un tratamiento. San Ignacio escribía: «La primera visión espiritual es la visión de los propios pecados, hasta ahora encubiertos por el olvido y la ignorancia», y no el gozo por las vivencias de la gracia. Por eso los que no han visto sus pecados ni su incapacidad para curarse por sus propios medios y que se esfuerzan por alcanzar el amor y la alegría, caen en el engaño o ilusión espiritual (prelest) y se condenan. Esta primera visión, acompañada de la penitencia, constituye el cimiento de la vida correcta (es decir, recta) y la condición indispensable para el regreso del hombre al gozo de la vida Divina. Como rezaba el profeta David: Devuélveme la alegría de tu salvación (Sal 50, 14). La alegría legítima (a diferencia de la ilícita, ilusoria) se adquiere por la curación de las pasiones a través de la penitencia y el podvig de la oración correcta, sobre cuyo efecto escribía San Isaac de Nínive: «La oración es la alegría que se eleva en acción de gracias».

—¿Y no es el castigo tras la muerte una represalia? —San Isaac de Nínive contesta magníficamente a esta pegunta: «Donde hay amor, no hay represalia; y donde hay repre salia no hay amor». «La misericordia y el castigo en una misma alma es lo mismo que un hombre que adora a Dios y a los ídolos en una misma casa. La misericordia es contraria al castigo.… Al igual que la paja y el fuego no soportan estar en la misma casa, el castigo y la misericordia no pueden estar en una misma alma».

—Alekséi Ilich, una vez me preguntaron: «¿Para qué fue necesario el Sacrificio de Cristo? ¿Por qué no pudo Dios simplemente cambiarlo todo? ¿Para qué hizo falta el asesinato del Hijo?» —Es una pregunta de gran envergadura para poder dar una respuesta detallada ahora mismo. Por lo tanto hablaré sucintamente de lo más importante. Si Dios pudiese cambiar al hombre con Su poder, eso supondría la ausencia de libertad de este último, en cuyo caso el hombre no sería hombre. Pero la Revelación Divina dice claramente que el primer hombre era libre. Y al elegir libremente el mal, deformó su naturaleza, que según la enseñanza de San Máximo el Confesor, se volvió pesada: mortal, perecedera, pasional (es decir sujeta al sufrimiento), y por eso es incapaz de poseer esa plenitud de comunicación con Dios que el hombre estaba destinado a tener desde un principio. Ningún hombre podía curar ese daño original, ni salir de ese estado pesado, aunque hubiese alcanzado una gran santidad. Pues, como escribía San Atanasio el Grande, «la penitencia purifica los pecados, pero no cura nuestra naturaleza». Solo la ayuda Divina podía salvar al hombre. Y esta se manifestó en Dios Hombre Jesucristo. ¿Por qué para alcanzar ese objetivo «hizo falta el asesinato del Hijo»? Una de las leyes de nuestra existencia consiste en que cualquier daño, cualquier situación catastrófica, ya sea orgánica, natural, psicológica, moral, social, política o bélica…, necesita esfuerzos, sufrimientos y a veces incluso el sacrificio de una vida para recobrar su normalidad (por ejemplo, el milagro de la sanación del flujo de sangre que padecía una mujer: Jesús sintió «la fuerza que había salido de él» Mc 5, 30). Esa misma ley actúa en el ámbito espiritual de la vida humana. Y para sanar la naturaleza del hombre del daño original se necesitaban los sufrimientos de Dios Hombre. Incluso el Apóstol lo anuncia en la Epístola a los hebreos: «Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando (teleiùsai) mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación [Jesucristo].» (Heb 2,10). Por eso fue precisamente a través de la Cruz y los sufrimientos, y no de un acto externo de omnipotencia, que Cristo restableció, sanó, perfeccionó mediante el sufrimiento (Heb 2, 10; 5, 9) «en Sí Mismo» (San Atanasio el Grande) la naturaleza del hombre. Incluyo intencionadamente la palabra teleiùsai del original griego para que se entienda el sentido de su fallida traducción al ruso mediante la palabra sovershil (hizo). El verbo telšо significa acabar, llevar hasta el final, hasta la perfección. Por consiguiente, el Apóstol dice aquí que nuestro Guía hizo perfecta la naturaleza humana asumida por Él, es decir, la sanó, la resucitó de la mortalidad, de la corruptibilidad y de su carácter pasional mediante el sufrimiento. San Máximo el Confesor escribía al respecto: «La inmutabilidad del libre albedrío devolvió a esta naturaleza la impasibilidad, la esencia imperecedera y la inmortalidad por medio de la Resurrección». Así se cumplió (Jn 19, 30) (sovershilos) la gran obra de la salvación. Todos los que vieron a Cristo resucitado fueron testigos de ese hecho. Él, en lugar del primer Adán —padre de la humanidad caída—, se convirtió en la cabeza del linaje de la nueva humanidad, en el segundo Adán. ¿Qué significa? Que con la Resurrección de Cristo se inició una era esencialmente nueva en la vida de la humanidad. Esencialmente, en parte, porque si el nacimiento habitual del hombre sucede según las leyes de la naturaleza primaria, es decir inconscientemente, sin la voluntad del nacido, entonces el nacimiento del Hombre Nuevo (Ef 4, 24) a partir del Resucitado se realiza según las leyes de la naturaleza espiritual, es decir solo conscientemente. Pues Dios, según la enseñanza unánime de los Santos Padres, no puede salvar al hombre sin la voluntad del propio hombre . El nacimiento de Cristo se produce en el sacramento del Bautismo, en cada persona que creyó en Él y que conscientemente lo eligió como camino de vida. Como Él dijo: «E l que crea y sea bautizado, se salvará». En el Bautismo, el cristiano recibe las semillas de la humanidad resucitada y perfecta de Cristo, sobre lo que nos habla expresiva y metafóricamente San Simeón el Nuevo Teólogo: «Entonces la Palabra de Dios entra en el bautizado como en el vientre de la Virgen y permanece en él como una semilla». Los Santos Padres insisten especialmente en la esencia incuestionable de las palabras de Cristo sobre la necesidad de la fe del propio bautizado y advierten de que la gracia del sacramento del Bautismo no se otorga por la fuerza de los obras y oraciones realizadas de manera automática, sino solo por la fe del bautizado. San Marcos el Asceta escribía: «¿Te has convencido ahora de que a los que creen firmemente se les otorga el Espíritu Santo justo en el bautismo y en cambio a los infieles y los herejes no se les otorga ni en el bautismo?» El padre y mártir Tadeo (Uspenski) subraya: «Se puede nacer de agua sin recibir la gracia del Espíritu Vivificante (Jn 3, 5), pues dicha gracia no se aloja en nadie en contra de sus deseos». Fijémonos, «sus deseos», es decir los deseos del bautizado y no los de los padrinos, a los que tan a menudo nos referimos a la ligera. Pues ningún padrino puede responder de que el ahijado renuncie a Satanás y viva según Cristo. Por eso San Ignacio advierte: «¿Cuál puede ser el provecho del Bautismo sin preparación? ¿Cuál puede ser el provecho del Bautismo, cuando nosotros, al recibirlo en la madurez, no entendemos en absoluto su significado? ¿Cuál puede ser el provecho del Bautismo, cuando nosotros, al recibirlo en la niñez, seguimos ignorando por completo lo que hemos recibido?» Por eso en la Iglesia Antigua, por norma general, el Bautismo se recibía en la edad en que se tenía uso de razón. Así es como el hombre recibe los frutos del Sacrificio de Cristo y se salva. Para esto «era necesario el Sacrificio de Cristo». Este es el motivo por el que «Dios no pudo simplemente cambiarlo todo», sino que «hizo falta el asesinato del Hijo». 3. De las cartas del higúmeno Nikon.

El higúmeno Nikon (en su vida civil llamado Nikolái Nikolaievich Vorobiev) nació en 1894 en el pueblo Mikshiko, en la provincia de Tver. Su trayectoria fue bastante típica para un buscador de Dios de principios de nuestro siglo: provenía de una familia religiosa (campesina) tradicional; perdió la fe en la escuela (en la escuela real); buscó infructuosamente el sentido de la vida en la ciencia, la filosofía y la psicología (Instituto Psiconeurológico de Petrogrado); cayó en la desolación, clamó al Dios desconocido y obtuvo una sorprendente respuesta Divina; se dedicó seriamente al estudio de la teología en la Academia Espiritual de Moscú; después siguió un largo trabajo ascético que acabó en la toma de la tonsura monacal y de los hábitos en Minsk en 1931 -32. Durante los años 1933-1937 estuvo recluido en un campo de concentración (inicio de la construcción de Komsomolsk del Amur), transcurridos los cuales trabajó durante muchos años como sirviente en casa del médico principal de Vyshni Volochok. Desde el año 1944, sirvió en las parroquias de los obispados de Kaluga y Smolensk. Desde 1948 y hasta sus últimos años de vida fue el rector del templo Voznesenski en la ciudad de Gzhatsk (actualmente Gagarin) en la región de Smolensk. Murió el 7 de septiembre de 1963. Fue enterrado tras el ábside del altar de su templo. ¿Qué es particularmente significativo en su experiencia para el creyente moderno? Se llamaba a sí mismo monje «forestal», ya que no tuvo que vivir en ningún monasterio y en su camino no llegó a encontrar nunca a un guía espiritual experimentado permanente, aunque lo buscó sin descanso. En el último período de su vida repetía reiteradamente a sus allegados: en nuestros tiempos no hay preceptores espirituales que hayan visto el alma humana y a quienes podamos entregarnos plenamente en obediencia. Hoy es una gran suerte encontrar a un adepto que aspire sinceramente a una vida espiritual, que esté instruido en las enseñanzas de los Santos Padres, sea sensato y no haya caído en un estado de engaño o ilusión espiritual (prelest). Pues una persona así constituye ya una verdadera rareza. Por eso, decía él, tened mucho cuidado al elegir un compañero mayor de viaje hacia la tierra prometida; en particular, temed a los que aman dominar a los hijos espirituales, los que exigen sumisión a ELLOS (“obediencia”). Llegad a conocer concienzudamente al padre espiritual antes de encomendaros a él, pues en este caso la prisa puede acabar convirtiéndose en la condena del alma. Pero, lo más importante es que debemos dejar la pereza de lado y estudiar continuamente a los Santos Padres, guiarnos por sus obras, y en particular por la de San Ignacio (Brianchanínov), que expone la gran experiencia de los antiguos padres aplicable a nuestros tiempos tan escasos en espíritu. La experiencia del propio higúmeno Nikon, difícil y a menudo amarga, pero en última instancia alegre y salvadora, y según sus propias palabras llena de errores y arrepentimiento, caídas y levantamientos, le mostró que la condición principal y el indicio más importante de la correcta vida espiritual del cristiano es su visión creciente del profundo daño de la naturaleza humana, que le atrae constantemente al pecado, y la imposibilidad de sanarla por sus propios medios, sin la ayuda de Dios. Sin embargo esta visión interna que, según las palabras de San Pedro Damasceno citadas con frecuencia por el sacerdote en la Iglesia, es «el primer indicio de la incipiente salud del alma», se concede al cristiano solo si este se obliga constantemente a cumplir todos los mandamientos del Evangelio y a la sincera penitencia. Solo el cumplimiento de los mandamientos y la penitencia conducen al hombre a la humildad sincera, que es el único cimiento de la casa de la salvación. «¿Por qué —decía— muchos «fracasan» en la obra espiritual? Porque basan su trabajo ascético (podvig) en una arrogancia y soberbia encubiertas. Hasta que el hombre no vea sus males y sus pasiones y no empiece a rezar como la viuda del Evangelio, Dios no podrá empezar a ayudarle». En una de sus cartas formuló este pensamiento de forma sucinta: «El éxito de la vida espiritual se mide por la profundidad de la humildad». Los pensamientos de este fiel sucesor espiritual de San Ignacio (Brianchanínov) sobre lo más importante en la vida del hombre —ser digno de pasar a la eternidad— merecen una gran atención, pues no se derivan de razonamientos teológicos teóricos sobre la vida espiritual, sino de su conocimiento profundo y vivencial. A. Ósipov. ------¡Querido mío! Te lego una cosa más. Recuerda las palabras de Jesucristo: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13). Dan su alma por otras personas, por la patria, por sus padres y madres, y en la guerra se enfrentan honestamente contra el enemigo. Actualmente se habla mucho de la guerra. He aquí un camino fácil para salvar tu alma: sin compadecerte y con fe en Dios, cumple con honestidad cualquier orden, aunque tengas que ir a una muerte segura. La muerte en la guerra es la muerte «por tus amigos» y te lleva al Reino de Dios, por lo que no le tengas miedo. No tengas miedo a nada. El Señor está contigo. En la Iglesia rusa muchos de los santos ortodoxos provienen del cuerpo militar. ------Ha muerto una de nuestras monjas padeciendo grandes sufrimientos. Es preciso pedir con antelación al Señor un fin cristiano «sin dolor, sin vergüenza, apacible, y nuestra justificación ante su temible trono...». Debemos imaginar nuestra muerte, enfermedad, pobreza, los demonios aparecidos, los innumerables defectos, las propiedades demoníacas de nuestra alma y el poder que tienen los demonios sobre esa parte del alma; así como la ausencia de buenas obras en las que podríamos apoyarnos. Nuestra única esperanza es la misericordia de Dios hacia todos los que crean en Él y que hayan reconocido sus defectos. Durante la oración, desnudad vuestra alma ante Dios en toda su vileza, sin autojustificaros, y decid como el leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme»; y como el publicano: «“¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!». Con estos ejemplos y otros similares, el Señor nos indicó el estado adecuado del alma pecadora, nos indicó además que la oración sincera sin engaño espiritual (prelest) solo puede nacer de este estado. Ante una oración así, la gracia de Dios siempre desciende y absuelve (el publicano salió absuelto, y el leproso, purificado) al pecador, lleno de lepra espiritual. ------Casi todos nos encontramos en la situación de un hombre que ve en un cuadro un lujoso banquete, una mesa colmada de manjares, pero sigue estando hambriento. El pan ajeno no puede alimentarnos. De igual forma leemos la Palabra de Dios y las palabras de los Santos Padres, y rezamos en general, es decir, pronunciando con la lengua las palabras de oraciones ajenas, de modo que el alma sigue hambrienta, escuálida, lista para morir sin alimento. Cuando llegue la hora del examen de nuestro caso, resultará que no tenemos nada, que nuestro «talento» no nos aportó beneficio alguno; e incluso peor: que ni siquiera podemos devolver el talento prestado, aunque sea sin intereses, sino que, como el hijo pródigo, lo despilfarramos en pecados y en la agitación de la vida cotidiana, y encima sermoneamos a los demás. ¡Pobres de nosotros! ¿Qué nos queda? ¡Escuchar al Salvador, a Nuestro Señor Jesucristo! ¿Preguntas cómo debes rezar? El Señor Jesucristo nos dice a todos nosotros: reza como el publicano, acude al Señor como la viuda al juez injusto. De nuevo el Señor nos enseña: sé consciente de tu pobreza y tu deuda impagable, conoce y siente tu culpa ante el Señor, olvida todas tus buenas obras (no tenemos buenas obras propias, y si tenemos, están manchadas de todo tipo de impurezas: de vanidad, magnificencia y codicia, entre otras) y, como un deudor insolvente, como el hijo pródigo, pídele benevolencia al Señor, es decir, pídele perdón por todos tus excesos. No pidas nada más, solo el perdón. Cuando el hombre sienta con el corazón que su alma está corrompida por el pecado, llena de llagas, que no está en su mano sanarla, al igual que no lo está en la de un leproso curarse a sí mismo, cuando ante los ojos esté próxima la muerte y los mytarstva, solo quedará una esperanza, un único refugio: ¡el Salvador nuestro Señor Jesucristo! Hasta ese momento, Él se encontraba lejos de nosotros, mejor dicho, nosotros estábamos lejos de Él, y ahora Él es el único Salvador, que vino del cielo para salvarnos, asumió nuestros pecados por nosotros y sufrió sus consecuencias, redimió con Su amor nuestros excesos; prometió perdonárnoslo todo por nuestra fe en Él y nuestro arrepentimiento, así como purificar nuestra alma y cuerpo y unir a Él mediante el Sacramento de la Comunión estando aún aquí, en la tierra, a los pecadores arrepentidos. Todo ello como prueba de la unión eterna en la vida futura; hacernos hijos adoptivos de Su Padre y, a través de ello, partícipes de la eterna gloria y beatitud de Dios. ¡He aquí en lo que consiste el cristianismo! He aquí el amor de Dios, la benevolencia de Dios hacia el linaje del hombre caído. A quien desprecie ese amor Divino y no valore el sacrificio que Dios hizo por nosotros le espera el dolor, la angustia, eternos remordimientos de conciencia, el gusano incansable y el fuego inextinguible en el corazón. «Que calle toda la carne del hombre, que tiemble y tenga miedo» ante la Cruz de Cristo, ante el amor de Dios, que llama a cada pecador a salvarse a través de la fe y la penitencia. Nuestro Señor Jesucristo no vino al mundo para condenarlo, sino para salvarlo. ¡Arrepentíos, y el Reino de Dios se aproximará! Pecadores, reconoced vuestra condena, vuestra culpa ante Dios, y no busquéis justificación en vuestras buenas obras. Reconoced vuestra enfermedad e incapacidad para libraros de vuestros pecados pasados, presentes o futuros. Supliquemos al único Omnipotente, al único Benevolente, al único Señor Salvador, y Él nos perdonará, nos purificará, nos llamará Suyos, aliviará nuestro dolor, desterrará la desesperanza, nos librará de los mytarstva y nos aceptará en Su Reino eterno como a los ladrones y las meretrices, y a todos los demás pecadores. ¡En esto consiste la penitencia! Que esta sea contigo y con todos vosotros. Amén. ------La muerte no es natural al hombre, por lo que todos la temen. Pero la fe en Dios y la esperanza en la misericordia de Dios, la esperanza de pasar de la dura vida terrenal a la dicha indescriptible e interminable, no solo puede aliviar el miedo, sino complacer al hombre, al liberarlo de una vida, en nuestros días, peligrosa y ciertamente espantosa. Todos debemos prepararnos para la muerte y pensar en ella aunque sea un poco cada día. Después de todo, la Iglesia reza todos los días: «Pidamos al Señor un fin cristiano, sin dolor, sin vergüenza, apacible...». Al orar hay que repasar mentalmente la propia vida y pedir perdón por todos los pecados cometidos, no solo por los actos, sino también por la palabra y el pensamiento. Al hombre arrepentido Dios se lo perdona todo, de modo que no hay de qué temer a la muerte. No pidas ni esperes ningún don, sino tan solo el perdón de los pecados y la salvación. Dios sabe lo que es bueno para nosotros. No dejes que tus pensamientos hagan su voluntad. En la medida de lo posible, átalos a la oración y a la memoria de Dios. ------No es la primera vez que me escribes sobre el miedo a la muerte. Si observas atentamente un objeto, lo verás con claridad, mientras que los objetos circundantes pasarán a ser apenas perceptibles. Sucede lo mismo con el miedo a la muerte. Cuando se mira a la muerte con los ojos del viejo hombre y solo se presta atención a los sufrimientos de la hora suprema, estos crecen desmesuradamente y te asustan. A ello hay que añadir la acción de los demonios. Uno puede amargarse por completo si permanece en ese estado. Hay que mirar a la muerte según la Palabra de Dios: Quiero partir y estar con Cristo, decían el apóstol Pablo y todos los santos. La vida terrenal no es más que un destierro para la rectificación. La alegría de liberarse de la prisión o del campo enemigo no puede compararse con la de salir de la lúgubre vida terrenal. Dirás: «Está bien si vas a parar al Reino de Dios, pero ¿y si terminas en el infierno?» ¿Acaso hay algo que nos impida entrar en el Reino de Dios? Se dice: Cumple los mandamientos y te salvarás. Como somos débiles, corruptos y vulnerables a los demonios, el Señor nos concedió la penitencia y los demás sacramentos. Si nos arrepentimos sinceramente, el Señor nos perdona, es decir, purifica nuestra alma de la lacra del pecado y promete al arrepentido el Reino de Dios. Si te arrepientes setenta y siete veces al día, recibirás el perdón el mismo número de veces. Si no crees en la Palabra de Dios, sin duda tendrás miedo, caerás en manos de los demonios y estos te torturarán. Por lo visto quieres como el fariseo confiar en tus propios actos, aunque sea tal vez de manera inconsciente. Sé como el publicano, es decir, encomienda tu salvación a la misericordia de Dios y no a tu propia rectificación. Entonces partirás de esta vida perdonado, como el publicano del templo, es decir, entrarás en el Reino de Dios. Orienta tu atención en este sentido y recuerda que Dios no creó a las personas para el tormento, sino para el gozo divino. Todo el cielo se regocija por cada pecador que se arrepiente y se salva gracias a ello. La muerte es un nacimiento y el nacimiento raramente está ausente de dolor, pero este dolor se convierte en alegría, ya que nace un hombre para el Reino de Dios. Repróchate todos los pecados, todos los malos pensamientos, la incredulidad, las dudas, el irrazonable miedo a la muerte, repróchate y arrepiéntete ahora mismo, y así adquirirás la tranquilidad y la paz espiritual, la lealtad a la voluntad de Dios. Y toda la Iglesia reza por nosotros: «Pidamos al Señor un fin cristiano, sin dolor, sin vergüenza, apacible, y nuestra justificación ante su temible trono». Une tu voz a la de la Iglesia. El Señor te iluminará y tranquilizará. Madre, no condenes a nadie; de lo contrario, no te liberarás del miedo, y el Señor no te perdonará los pecados si tú misma, en vez de perdonar a tus allegados, los condenas. Sácate la viga del ojo y entonces podrás sacarle la brizna a tu hermano. ------Sabes muy bien lo que predijeron los antiguos Padres sobre nuestro tiempo. Se dice: Se salvarán por la fe, por la paciencia en las aflicciones y enfermedades y por el arrepentimiento. No tenemos obras. Acerca de las obras humanas el Señor Jesucristo dijo: «Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.» Esto significa que nosotros, como siervos y criaturas de Dios que somos, estamos obligados a cumplir toda su voluntad: es decir, todos los mandamientos; si entrará o no en el Reino de Dios aquel que los cumpla todos es obra de la misericordia de Dios. No son las obras, sino la humildad, lo que induce al Señor a la misericordia. Hay que temer a la muerte, así como prepararse para ella, pero la desesperación y el desaliento son obra del enemigo. El Señor ordenó a todos estar preparados en todo momento para la muerte. Por eso los sueños que suscitan desaliento y desesperación proceden del enemigo. Los sueños que proceden de Dios conmueven el corazón, amansan, fortalecen la esperanza en el Salvador, que vino a la tierra y soportó la Cruz para salvar a los que se condenan, y no a los justos que se consideran (erróneamente) dignos del Reino de Dios. Se trata de personas soberbias, hombres justos solo en apariencia. Todos los santos se consideraban grandes pecadores. La idea de no repartir los bienes o de no trabajar para alimentarse son pensamientos que proceden del enemigo. Esfuérzate según tus posibilidades, pero deposita la esperanza en el Señor, que alimenta a todo el universo. Quien se acerca a Cristo con fe y arrepentimiento y cumple los mandamientos según sus posibilidades, estará con Cristo incluso después de la muerte. «Al que venga a mí no lo echaré fuera». Este mensaje va dirigido a todo el mundo. El cristiano no tiene motivo para desesperarse. Se trata de un mensaje enviado por designio especial de Dios, pero no hay que contar con ello. Que estés en paz y tranquila. ------Sermoneas a los demás, ¿pero dónde estás tú? ¿Qué es más fácil, arrastrarse sobre el vientre o volar leyendo la Palabra de Dios y de los Santos Padres, orando y confiando en el Señor? Uno tiene que trabajar, pero consciente de los límites; tener en cuenta la salud, ya que, en caso contrario, se asemejará más bien al suicida. Debemos matar la pasión y no el cuerpo; esto último puede considerarse suicidio, si actuamos con pasión por encima de nuestras fuerzas. Llora por tus pecados y piensa más en la muerte. Cuando no tenías nada, seguramente solo soñabas con carbón y un pedazo de pan; sin embargo, cuando tienes una habitación propia y todo lo necesario, te dedicas al trabajo hasta la muerte: el cuento del pescador y el pez de oro. ------Ha llegado un momento para ti en el que la vida se convierte en «trabajo y enfermedad». Y luego la muerte. Nadie vive para siempre en la tierra; sin embargo, todos temen la muerte. No en vano la Santa Iglesia reza continuamente por que se nos conceda un fin cristiano, sin dolor, etc. Cuanto más fuerte es la fe y más contrito está el corazón, más fácil es morir. Si el tumor te incomoda, puedes consultar a un médico y operarte. Hoy en día todo el mundo tiene miedo de los tumores y piensa que se trata de cáncer. Lo mejor que podemos hacer es prepararnos para la muerte. Un poco antes o un poco después, ¿qué importa? De todos modos vamos a morir. Hay que perdonar a todo el mundo, reconciliarse con todo el mundo, examinar la propia vida y llorar, compungirse de corazón por los pecados cometidos y pedir perdón a nuestro Salvador, el Señor Jesucristo. ------Parece que estás muy enferma. San Ignacio (Brianchanínov) dice que la enfermedad es un recordatorio del Señor de que nuestra muerte no está lejos, y de que tenemos que limpiar todo el pasado con contrición sincera, arrepentimiento y aceptación de los Santos Sacramentos. También hay que realizar actos de misericordia. La caridad purifica de muchos pecados. No se trata solo de caridad material; mucho más preciada es la caridad espiritual, que consiste en que el hombre, en vez de condenar a sus allegados, los compadece, les perdona sus pecados y defectos, y pide a Dios que los perdone. Tampoco hay que quejarse cuando se sufre una enfermedad o la indiferencia de los demás, su frialdad, etc., sino decir de todo corazón: Me lo he merecido por mis hechos; acuérdate de mí, Señor, cuando vengas con tu Reino». Intenta recordar al Señor con todas tus fuerzas. Si no invocamos el nombre de Jesucristo, los demonios vendrán a nosotros, obrarán todo tipo de vilezas, nos atormentarán y nos arrastrarán hasta el abismo. La enfermedad y los sufrimientos de la hora suprema no son más que la antesala de la eternidad y el reflejo de nuestra disposición, de nuestra vida: lo que hemos recogido en el curso de la vida. Todo ello esto se revela a las puertas de la muerte, lo bueno y lo malo. Por eso debemos pedir al Señor que nos conceda «terminar los últimos días de nuestra vida en paz y penitencia». Recuerda todos los pecados del pasado, aflígete, llora, pide perdón al Señor. Y reconcíliate con todos los hombres, de tal manera que sientan tu contrición y te perdonen de corazón, no de palabra, y tú también perdónalos a todos. Que el Señor te ilumine y te ayude a arrepentirte y a prepararte para la muerte. ------Hemos recibido tus dos cartas. Madre, tu nombre, Eufrasia, significa «buenas obras». Si quieres que tu existencia haga honor a tu nombre, debes siempre y en todas partes ajustar tus actos al Evangelio, que nos enseña a obrar el bien, tanto externa como internamente. Según el Evangelio: «Tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia»; «con la medida con que midas se te medirá». Vas a morir; ¿por qué te afligirás entonces? ¿Con qué redimirás tus pecados? ¡«Redime tus pecados con la caridad»! La gente quiere hacer buenas obras; si estás de acuerdo con el mundo, participarás de sus buenas obras; si te enfrentas a él, te condenarán por tu crueldad. Dice la justicia del Señor: Tal como tratamos al prójimo, nos tratará el Señor el día del juicio... ------No te preocupes por tu sueño. El Señor no informa así sobre la muerte. Todos sus avisos tienen en común: Estad preparados en todo momento. Ni un solo día podemos garantizar que viviremos para terminarlo. Y es que solo reciben avisos especiales los grandes justos (a veces los grandes malhechores). Arrepiéntete de todo, pide al Señor perdón por todo. Cuídate, no te desanimes, no te agites demasiado y piensa más en el tránsito a la eternidad que nos espera. ------He sabido por tus cartas que a menudo no estás en paz con tu hermana, hasta tal punto que a veces estarías dispuesta a pasarte la soga al cuello. Y ya es hora de que tú y especialmente Marisha sepáis que existe el diablo y los demonios, los cuales, en su maldad extrema, quieren destruir a todos los hombres por cualquier medio imaginable. ¿Que cómo lo hacen? Pues tratan de actuar sobre las pasiones del hombre y atizarlas con tal fuerza que le pierdan. Por ejemplo, al que le gusta beber, los demonios lo impelen a beber más y más, y lo empujan hacia el alcoholismo, las riñas, el asesinato y el suicidio, destrozándolo para siempre. A otro los demonios lo incitan al robo; a otro lo conducen con gran sutileza a la soberbia, la vanidad, el orgullo y, finalmente, al engaño espiritual (prelest), tratando de destruirlo. Y de muchas otras maneras buscan la condena eterna del hombre. Del mismo modo los demonios intentan arruinarte a ti y a Marisha, o por lo menos a una de vosotras. ¿Cómo lo hacen? Lo sabes muy bien. Los demonios suscitan disputas entre vosotras, os excitan hasta el punto de que estáis dispuestas a llegar a las manos, provocan aflicción y pesadumbre de tal manera que preferirías ahorcarte a seguir viviendo así. Si tú u otra persona alberga este pensamiento aunque sea por poco tiempo, entonces los demonios, con gran fuerza y con la ayuda de otros demonios mucho más poderosos (otros siete espíritus peores que él, como dice el Evangelio), se esforzarán más y más por inculcar el pensamiento del suicidio. Si la persona no se opone a este pensamiento diabólico con todas sus fuerzas y lo consiente aunque solo sea un momento, entonces los demonios, con la connivencia de Dios, por el influjo de las pasiones y la falta de arrepentimiento, pueden ahogarla en la maldad, le ofrecen la soga o incluso la toalla y la ayudan a suicidarse. Katia, reflexiona sosegadamente a qué ofuscación debe llegar el alma, para que, a causa de una pequeña aflicción, pase al tormento terrible y eterno. Por muy difícil que sea aquí, aunque viviéramos en la tierra durante mil años padeciendo grandes sufrimientos, todos tienen un fin. Pero en el infierno los tormentos nunca cesan. Imagínate por un momento la siguiente situación: una pandilla de unos cien bandidos, a cual más repugnante, te secuestra, te lleva al bosque y te ultraja durante todo el día. ¿Cómo te sentirías? Por lo menos te podrías liberar de esta situación a través de la muerte. Pero el suicida cae en las garras de los demonios, que son mil veces peor, más malvados y repugnantes que todos los bandidos, en su plena voluntad, en su ultraje, y esto aparte del sombrío fuego inextinguible y el gusano infatigable... Y estos tormentos no tienen fin... ¡Qué horror! Tener que llegar a esta situación por bagatelas, porque Marisha es mala o ruin, porque no quiere esto o aquello, porque no hace tal cosa o porque de alguna manera te ha ofendido. Si sois incapaces de soportar tales minucias, ¿cómo es posible que no te aterroricen los tormentos infernales? Dices que en este momento no piensas en nada y que estás preparada para pasarte la soga al cuello. Dices verdad cuando afirmas que no piensas en nada, ya que olvidas a Dios y los futuros tormentos eternos. Aquí se observa de nuevo la astucia de los demonios y su efecto sobre el alma humana. Donde está el Señor hay paz, luz, sensatez, alegría. Donde está el diablo hay desorden, pesadumbre, ofuscación, desesperación y disposición para cualquier mal. Esto te lo he dicho en muchas ocasiones. Sin embargo, quizá por última vez, te prevengo: No te entregues al diablo. Adora a Dios y pídele sosegadamente que no te deje caer en la ofuscación, que no les dé a los demonios poder sobre ti. El Señor te protegerá si te apartas del infierno. Recuerda a Judas. Dejó que el diablo entrara en él, sufrió una muerte horrible y pasó al tormento eterno, en el abismo infernal. Con este asunto no se puede bromear. Debes alejarte de estos pensamientos. Que el Señor te ayude a entender las Escrituras y a escapar de las manos de los demonios, tanto aquí como en la vida venidera; con un poco de sufrimiento aquí podrás entrar en el Reino de Dios, en el gozo eterno y la dicha suprema. ------Aguanta el dolor, la enfermedad, la pesadumbre y las ofensas en esta vida, aguántalos sin quejarte y heredarás el Reino de Dios. Los Santos Padres decían que si el hombre supiera el gozo que encontrará en el Reino de Dios heredado, estaría dispuesto a crucificarse diariamente durante toda la vida, con tal de no perder la dicha eterna. Pero el Señor no nos exige tales sufrimientos. Solo quiere que creamos en Él y que humildemente soportemos todo lo que nos envía para nuestra purificación. Ten paciencia, hermana. Tal vez el fin de todos nosotros no esté lejos. Es terrible morir con pecados y rencor en el alma, sin paz ni arrepentimiento. ¿Acaso somos tan necios como para no soportar un breve y pequeño dolor a fin de evitar el dolor y el tormento eterno, horrible y ahora incomprensible que reina en el infierno, en compañía de los demonios y las personas repudiadas?. ¡Qué duro es estar en la cárcel con los maleantes! Pero el infierno con los demonios será millones de veces peor. Sé paciente, no te desanimes, no te desesperes, en adelante perdona a todo el mundo, sé humilde, y aquí mismo tu agitada alma encontrará paz y consuelo. ------128 Dices que la echas a faltar , que no puedes quedarte sola en casa, que lloras desesperadamente y que no tienes a nadie con quien compartir tus penas. En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman. Si el dolor no fuera útil para la gente, el Señor no lo enviaría. El remedio para la tristeza y el dolor es orar o salmodiar y dar gracias al Señor. Si te obligas a leer atentamente el Salterio y a rezar más a menudo a Jesús, la Madre de Dios y todos los santos, tu dolor se calmará y obtendrás un gran provecho espiritual. Sin embargo, si te consumes en la tristeza y lloras como profana, pecarás gravemente y te perjudicarás física y espiritualmente, sin encontrar consuelo. Abre tu corazón al Señor con todos tus males, no te justifiques, considérate digna no solo de las aflicciones temporales, sino también de los tormentos eternos, sin perder, no obstante, la esperanza en la misericordia de Dios, confiando en el sufrimiento de la crucifixión del Salvador, que cargó con los pecados de todo el mundo, y hallarás sosiego, paz y salvación. Puedes leer el Salterio u otras oraciones similares sentada o tumbada, pero no te dejes llevar por la vanilocuencia ni los ensueños. El dolor y la enfermedad ayudan al hombre a separarse de la agitación mundana y acercarse más a Dios. No te desalientes en vano. Ponte en manos de Dios. No condenes a nadie, vive en paz con todo el mundo y el Señor te consolará. ------He recibido un telegrama sobre la muerte de Marisha. ¡Que entre en el Reino de los Cielos y encuentre consuelo de todas las aflicciones y enfermedades terrenales en un gozo inefable! ¡Que allí se encuentre con la madre Valentina, con Misha [hermano] y todos los seres que le son queridos! Me gustaría estar presente en su funeral, pero me siento débil a causa de la tos. Subir cuestas siempre me ha costado, pero ahora simplemente no tengo fuerzas. ¿Cómo vas a vivir ahora? Sé que tú también estás enferma; tal vez a ti tampoco te quede mucho tiempo de vida. Piensa más en la muerte, en la vida futura. Arrepiéntete sinceramente (padre Pável) de todos tus pecados de juventud. Da a los pobres lo que te dicte la conciencia, para pagar por tus pecados. En una palabra, prepárate para subir al cielo. No escuches a los ateos. Ellos no saben nada, para ellos todo está oculto, como para los ciegos. No con pláticas se llega a comprender a Dios y el misterio del más allá, sino mediante el trabajo ascético (podvig), el cumplimiento de los mandamientos y el arrepentimiento profundo y sincero. Que el Señor te ayude a poner orden en la vida terrenal y a prepararte para la muerte cristiana, para heredar la vida eterna. ¡Que el Señor te guarde! ------No hay que pensar en la muerte con el estado de ánimo en que lo hacía usted, sino de manera totalmente diferente, como pensaban en ella «los sabios egipcios» [los Santos Padres]. Ya sabe cómo deseaban vivir un poco más para poder prepararse. Lo que usted tiene es simplemente cobardía. No se lo reprocho, ya que a mí me pasa lo mismo, pero es así. Los fuertes tenían miedo, y nosotros nos envalentonamos porque no tenemos humildad. Busque en las máximas de los «sabios egipcios» lo que decía el padre Pimen, y verá que creemos o esperamos lo contrario. ------El miedo o incluso el terror ante la muerte es consecuencia de una disposición incorrecta. Mientras usted confíe en sus propias obras y su propio podvig, no podrá estar tranquilo. Ni un solo hombre desde la creación del mundo se ha salvado por sus obras. Es Dios quien nos salva. A Él debemos confiar nuestro destino y a nosotros mismos, tanto en esta vida como después de la muerte. Y si nos entregamos a Él, en la medida de lo posible debemos obrar como Él ordena, es decir, debemos obligarnos a cumplir sus santos mandamientos y arrepentirnos sinceramente de los fallos cometidos voluntaria e involuntariamente. Si esta disposición no parte de la cabeza, sino de la profundidad del corazón, estará usted en paz en todas partes y para siempre. Su alma está en manos del Señor. ¡¿Quién la podría lastimar?! Pero este estado no se logra enseguida. Si busca, encontrará. ------El desaliento y la desesperación proceden del enemigo. Los Santos Padres advierten de que, antes de la muerte, cuando el hombre flaquea, el enemigo suele vencer incluso a los más creyentes por la falta de fe y la desesperanza. Luche contra el enemigo en nombre de Dios. ------Piensa más a menudo en la muerte, en tu destino futuro, en lo que allí te aguarda. Oblígate a hacer el bien a la gente, porque el Señor dijo que los misericordiosos recibirán misericordia y los que obraron sin piedad tendrán un juicio sin piedad. También te pido encarecidamente que no condenes a nadie, y para ello intenta no decir nada sobre nadie, ni malo ni bueno. Esta es la manera más sencilla de no ser condenado en el otro mundo. Jesucristo el Salvador prometió: No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Hubo un monje que vivió de forma muy indolente. Cuando se estaba muriendo, sentía un gran gozo espiritual y no tenía ningún miedo a la muerte. Cuando los stárets le preguntaron qué virtudes secretas poseía para morir como un santo, respondió: «El Señor me ha comunicado que me lo perdona todo y que no condena mis pecados porque yo mismo no he condenado a nadie». Sigue tú también este fácil camino. Recuerda tus pecados, aflígete por ellos desde el corazón, pide perdón a Dios y tú perdónalo todo a todos, y no condenes (la condena es la falta de perdón). Entonces el Señor también te lo perdonará todo y no te condenará. El propio Señor así lo dispondrá, como también lo hará en tu vida terrenal. Tu misma ves que no logramos hacerlo muy bien. Descarga en el Señor tu peso y Él te dará sustento espiritual y físico. Que la salud te acompañe. Que el Señor te guarde y te proteja de todo mal. ------¡Que la paz y la salvación le acompañen! ¿Por qué se desalienta? Ha estado toda la vida aspirando a llegar al Señor y ahora pierde la esperanza en la misericordia y el amor de Dios. ¿Acaso el hombre se salva por su trabajo ascético? Todo el mundo, incluso los santos, se salva por la fe en el Salvador y la penitencia. Sea pacífico y confíe en Cristo. Lo que preocupe a su conciencia, confiéselo. Lo demás forma parte de la confesión general. El Señor lo sabe todo; por la fe y el arrepentimiento lo perdona todo y nos acepta en el Reino de los Cielos. Tampoco le privará a usted de ello. El desaliento y la desesperación proceden del enemigo. Los Santos Padres advierten de que, antes de la muerte, cuando el hombre flaquea, el enemigo suele vencer incluso a los más creyentes por la falta de fe y la desesperanza. Luche contra el enemigo en nombre de Dios. ------Aunque todos, grandes y pequeños, tenemos que abandonar este mundo inevitablemente, cuando esto es lo que aguarda a una persona cercana y querida por nosotros, entonces automáticamente protestamos en contra con toda nuestra alma. En lo más profundo de toda persona existe la conciencia de su inmortalidad. Ciertamente el hombre es inmortal, y lo que llamamos muerte es un renacimiento en otro mundo, el tránsito de un estado a otro y, para la mayoría de los cristianos, sin duda, a uno mejor, infinitamente mejor. Por eso no deberíamos afligirnos ante la proximidad de la muerte, sino más bien alegrarnos, pero o bien tenemos poca fe en la vida futura o bien la tememos, y es que la vida terrenal nos retiene con demasiada tenacidad. ------Recuerda que «de Dios nadie se burla». El Señor espera el arrepentimiento de los pecadores, y por eso aguarda mucho tiempo. Pero los insensatos piensan: si los pecadores prosperan, significa que no hay Dios. Dios los compadece y los hace entran en razón por medio del bien, el dolor y la enfermedad, y espera que rectifiquen. Y si no se arrepienten, los deja en la vida terrenal a su libre albedrío, para que rindan cuentas tras su muerte. Para los hombres justos es a menudo doloroso morir, pero sobre los pecadores dice el Evangelio: El mal matará al pecador, y la vida después de la muerte será todavía más cruel. ------¿No es una grave enfermedad agónica un acto de misericordia de Dios para con el difunto? Durante los días de sufrimiento y, tal vez, de visiones, pudo arrepentirse ante Dios de sus pensamientos erróneos y otros pecados. El arrepentimiento no requiere mucho tiempo, como vemos en el ejemplo del ladrón, el publicano, la pecadora, etc. Basta con reconocer la condición de pecador y la propia condena, aceptar que solo salva el Señor, y que no salva por las acciones (nadie será justificado por las obras de la ley), sino por la conciencia de la propia nulidad e impropiedad, por la súplica de la salvación y por la fe. ------¡Estimados parroquianos! He servido en este templo casi 15 años. Sin duda habré ofendido a alguien; muchos no estarán satisfechos conmigo. Me voy a la eternidad, y junto a la tumba os pido perdón a todos. Yo mismo estoy extremadamente satisfecho con todos los parroquianos, muchos de los cuales me han profesado un amor sincero. Os doy las gracias a todos, tanto a los que me amáis como a los descontentos, os doy las gracias a todos y os pido perdón con toda sinceridad. Me postro antes vosotros. Perdonadme por Cristo y no me guardéis rencor. Quien pueda, aunque sea de vez en cuando, que recuerde el reposo del alma de vuestro sacerdote pecador. Siempre he tratado con toda mi alma guiaros por el camino correcto. La mayoría de los hombres no entiende el cristianismo. Algunos sí lo entienden; entienden que lo más importante es esforzarse por cumplir los mandamientos de Cristo y arrepentirse de los propios defectos y del incumplimiento de los mandamientos, arrepentirse siempre, considerarse indigno del Reino de Dios, y suplicar misericordia al Señor, como el publicano: ¡Oh Dios!, ¡ten compasión de mí, que soy pecador! Este es mi mensaje como moribundo: arrepentíos, consideraos pecadores, como el publicano, suplicad misericordia a Dios y compadeceos los unos de los otros. Y al que me haya ofendido, al que me haya odiado (los hay), de forma justa o injusta, que el Señor os perdone a todos. De todo corazón pido al Señor que os perdone a todos, os ilumine y os lleve a la salvación. Que Dios os bendiga por los siglos de los siglos. Recordad a este pecador. Amén. ------4. De las cartas del higúmeno Juan

El higúmeno Juan (Iván Alekséievich Alekséiev) nació el 14 de febrero de 1873 en la provincia de Tver. Realizó el curso de la escuela parroquial. Iván Alekséiev ingresó en el monasterio de Valaam el 28 de mayo de 1901, y escribía posteriormente en sus memorias: «Desde que estoy en el monasterio, nunca se me ha pasado por la cabeza volver al mundo». Sirvió dos años en San Petersburgo, en la capilla de Valaam, junto al muelle Kaláshnikovskaia (en el paseo fluvial Sinópskaia). El padre Juan decía: «Esta agitada ciudad ejerció una influencia nociva sobre mí, y yo, espíritu débil, fui incapaz de asimilar su bullicio, ya que tenía que ir a comprar distintos productos que necesitaba el monasterio, mandar productos a la estación y al puerto o recogerlos». El 19 de octubre de 1921, el padre Jacinto fue nombrado abad del monasterio de San Tifón de Péchenga, en la lejana provincia septentrional de Múrmansk, elevado al rango de higúmeno. En octubre de 1931 el padre Juan, a petición propia, fue liberado del cargo de abad. La primavera siguiente fue admitido en la hermandad de Valaam y enviado a vivir a la para él desconocida ermita de San Juan Bautista. En 1933 hizo sus votos definitivos (sjima) y fue tonsurado con el nombre de Juan. En el verano de 1937 se trasladó de la ermita al monasterio y sirvió como segundo padre espiritual junto al principal padre espiritual del monasterio, el padre Efraím, y, mientras todavía tenía fuerzas, celebró turnos de oficios. En 1940, debido a la guerra soviético-finlandesa, el padre Juan, junto con su hermandad, se vio obligado a abandonar el monasterio y huir a Finlandia. Ahí, en la aldea de Pappiniemi (Popovka, en ruso), fue fundado el monasterio con el nombre de Nueva Valaam. El stárets Juan falleció el 6 de junio de 1958 y fue enterrado en el cementerio de Nueva Valaam. Estos son algunos de sus pensamientos. ------Ahora tienes la noción de vida interior y un poco de práctica; esfuérzate por rezar en tu interior más a menudo, en la medida en que te queden fuerzas y tiempo; sigue ejercitando el recuerdo de la muerte y pídele a Dios que te lo dé. Observa cómo es nuestra transitoria vida: inestable, variable y efímera y cómo arrastra a los hombres poco atentos a la dispersión; sin embargo, solo existe un medio para adquirir paz interior: la oración constante. El tedio y la tristeza pasarán, ten paciencia, no te desanimes. Que el Señor te ayude y te guarde. ------He leído tu carta, lo he entendido todo. Reconozco que me ha conmocionado y he llorado. Gracias a Dios, ya has pasado lo más difícil. No te preocupes por cómo rehacer tu vida, entrégate a la voluntad de Dios y reza; el tiempo poco a poco te ayudará. Está bien que no hayas organizado una comida de exequias, puesto que ya has tenido bastantes quehaceres. Por supuesto te ha sido difícil ver y sufrir la muerte de tu querida madre, y nunca habías tenido que asistir a un moribundo. Sin embargo, hay diferentes tipos de muerte. El higúmeno Mauricio de Valaam luchó con la muerte 40 días, y el hieromonje Yerenei, 60 días. Ayer enterraron a un monje de 74 años que falleció súbitamente. Trabajó hasta la hora del almuerzo, después se quedó solo en la celda y, cuando entraron en ella, el monje yacía junto a la mesa, habiendo entregado su alma a Dios. El hombre no muere, sino que pasa a la vida eterna. El cuerpo viene de la tierra y vuelve a la tierra; pero el alma viene de Dios y vuelve a Dios. Y esta es su santa voluntad, determinar dónde colocar el alma para la vida eterna, según los actos de cada uno. Sea tu amor, Señor, sobre nosotros, como está en ti nuestra esperanza. ------Los momentos de cobardía no solo los experimentas tú, sino que todas las personas pasan por estos ratos difíciles, llegando incluso a gritar desgañitándose. Sobre el destino de los hombres en el más allá no podemos decidir, es su voluntad. Sin embargo, no tengo ninguna duda de que las almas creyentes ortodoxas se salvarán, aunque el grado de dicha, naturalmente, dependerá de los méritos de cada persona. Como dijo el santo apóstol, La gloria de cada uno es diferente: Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas . Si un alma pecadora va al infierno, la Santa Iglesia hace penitencia por esa alma y el Señor la libera de las ataduras infernales. Yo, pecador, creo en las oraciones de la Iglesia. ------Cuando se tiene tiempo, es bueno leer en el Evangelio o en las epístolas de los apóstoles las reflexiones sobre la vida en este valle de lágrimas transitorio, sobre la muerte y la futura vida eterna. ¡Señor, ten piedad! Es terrible pensar que esto no tiene fin. A pesar de que aquí a veces la vida resulta muy difícil y todos nosotros, pobres, gemimos bajo el peso de diferentes aflicciones, estas cambiarán, pero allí no habrá ningún cambio. ------Has sentido miedo tras la muerte de la fallecida J.; se debe a la aversión que sentía por ti. La Santa Iglesia cree que el alma de los difuntos vaga durante tres días por todos los sitios donde vivió, y cuando vino a tu casa, sentiste miedo. Te asustas al pensar en la muerte que te espera. Por supuesto, la muerte da un poco de miedo, el temor a la muerte es propio de todas las personas, escribe San Juan Clímaco (Palabra 6, Sobre la memoria de la muerte, capítulo 3). Pero la desesperación y el desaliento vienen del enemigo. No escuches sus insinuaciones. Lee en el Otechnik (paterikon de San Ignacio [Brianchanínov]), al final del capítulo 126 (San Petersburgo, 1903, p. 510), las máximas de los stárets cuyos nombres no han llegado a nuestros días. Los teólogos ortodoxos dijeron claramente sobre el espiritismo que se trataba de un fenómeno demoníaco. El apóstol Pablo dijo: […] El mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co 11, 14). Acerca de las apariciones demoníacas en forma de ángeles, lee las mismas máximas de los stárets (cap. 134, 135, 136, 110 y 158). Podría creerse que es una aparición de Pablo, pero se trata de un claro hechizo diabólico. Si Satanás adopta la forma del Salvador, los Ángeles y los santos, ¿significa que puede presentarse bajo otra forma? Solo que Satanás no puede de ningún modo mostrar la cruz; lee la respuesta 413 de San Barsanufio. Los estadios del progreso espiritual son diversos, y solo el santo puede entender lo espiritual. Es más útil considerar a todos los hombres buenos y a uno mismo peor que los demás. Si solo te miras a ti, entonces será cuando te veas peor que los demás. Dices que estás pasando por un estado espiritual difícil. Pero debes saber que no eres la única que sufre esta difícil situación, sino que toda la humanidad gime bajo el peso de la herencia de Adán por su desobediencia. Para semejantes momentos duros solo hay un remedio, la paciencia y la oración, y puedes estar segura de que habrá un cambio para mejor, porque al igual que hay cambios en el aire, también los hay en nosotros. ------Entiendo perfectamente y comparto vuestro gran dolor. ¡Qué puede hacerse! Si no fuera por la voluntad de Dios, no habría pesares ni salvación; a pesar de todo, estos nos obligan a ser humildes y nos siguen a todos y a todas partes, solo que de diferentes formas. Los designios del Señor son inescrutables para nosotros, pecadores, y ninguna mente puede entender por qué el Señor envía distintos dolores, a unos muy penosos y a otros más llevaderos. Contra el dolor solo hay un remedio: la paciencia y la oración, dijo San Marco el asceta. Es un grave error que pensemos poco en el tránsito al otro mundo, porque nuestra vida en este valle de lágrimas no es más que el camino hacia la eternidad y la preparación para ella. Oh, eternidad, eres la eternidad, que no tiene fin. La vida aquí es terrible y a veces resulta difícil, nos acechan atroces pesares y graves enfermedades, aunque hay un pensamiento reconfortante: moriré y todo esto acabará, ¿pero qué me espera allí? ¡Señor! Por medio de los destinos de todos los demás, sálvanos, a nosotros pecadores. ¡Amén! ------Pobre hombre: en la juventud le atormentan las pasiones y, en la vejez, la decrepitud. Mi vida ha terminado; estoy cerca del tránsito a otro mundo mejor, donde no hay tristeza ni lamentación. Sin embargo, la muerte nos aterra porque nos es desconocida. ¿Cómo se separará el alma del cuerpo? Ese es un gran misterio. Bien, Marta Platonovna, no voy a poder sentarme más a la mesa con usted para tomar el té y hablar de lo único que tiene importancia. Aun así, espero que nos veamos en la próxima vida. Intente cumplir los mandamientos del Evangelio y yo también lo intentaré, reconozcamos nuestra debilidad como hombres y arrepintámonos, y Dios en Su misericordia permitirá que nos reencontremos en la vida futura. Cuando el diablo traiga pensamientos de desesperación, échele fuera con el látigo de la oración, ya que es un gran insolente y se ensaña con los que se esfuerzan en alcanzar la vida espiritual. Los santos de Dios experimentaban tales horrores que no se atrevían a ponerlos por escrito. Sin embargo, la mala voluntad del diablo es limitada: nos seduce con distintos pensamientos, pero nuestra fuerza interna puede aceptarlos o no, por supuesto, con la ayuda de Dios. ------Sí, el Señor nos ha dado la razón y debemos usarla. ¡Pero la razón está cargada de pasiones! Si razonamos bajo la influencia de las pasiones, nos equivocaremos. Pero la hora de la muerte nos asusta a todos porque la muerte no entró en la humanidad por naturaleza, y por eso el hombre la teme y la rehúye. Y también nos asusta el hecho de que sabemos cuándo y dónde nacimos, pero desconocemos cuándo, dónde y cómo moriremos. Lo mejor es tratar de encomendarse a la voluntad de Dios en todo. La muerte adopta múltiples formas, incluso entre los santos. San Atanasio fue aplastado por un campanario, y el santo ortodoxo Artemi de Vérkola fue abatido por un trueno. No suceden sin la voluntad de Dios las muertes humanas, y nosotros, pecadores, no podemos comprender los designios del Señor. Hoy, día doce, se ha celebrado el funeral de dos monjes, Gervasio y Eutiques. El primero tenía ochenta y tres años; el segundo, ochenta y uno. He visitado al padre Evagrio. Tiene las manos y los pies hinchados y respira con dificultad. A pesar de todo, no se desanima, es consciente de que se acerca el final de esta vida provisional y se prepara para la transición a un mundo eterno. Me ha dicho: «Ahora, según las recomendaciones de San Serafín de Sarov, por la mañana, hasta la hora del almuerzo, leo la Oración de Jesús y dedico la tarde a la Santísima Virgen María». Su estado de ánimo es bueno. ------Dice Teofilacto [el bienaventurado]: «El temor a la muerte es propio de la naturaleza humana. La muerte no entró en el género humano por naturaleza; por eso la naturaleza humana la teme y la rehúye». San Máximo el Confesor dice: «No hay nada más espantoso que los pensamientos sobre la muerte ni nada más sublime que la memoria de Dios». Aun siendo santo —al que incluso cortaron la lengua por su fe en la Ortodoxia—, temía a la muerte. Muchos dicen: «No temo a la muerte; estoy listo para morir en cualquier momento». Esto es solo palabrería, pues cuando se siente que se aproxima, entonces aparece el miedo. ------He observado que es un gran error y debilidad preocuparse mucho por alargar nuestra vida. La vida y la muerte están en manos de Dios, y dijo el Señor: «Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.» (Mt 6, 33). Nuestra preocupación y nuestro compromiso deben ser vivir según los mandamientos de Dios y purificar nuestro corazón de las pasiones.

Заметки

[←1] «Nastavlenia sv. Antonia Velícovo» (Enseñanza de San Antonio el Grande). Filocalia. Т.1. §150. [←2] «Y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea.» (Lc 12, 19). [←3] Libro de los muertos egipcio: http://rumagic.com. [←4] Véase por ejemplo: ZUBOV, A. B. Pobeda nad poslédnim vragom. (Victoria sobre el último enemigo). №1 Segunda Edición. Sérguiev Posad: Bogoslóvski Véstnik, 1993. [←5] VON LOGAU, F. (+1655), poeta alemán. [←6] Véase ARZOBISPO LUCA. Duj, dusha i telo (Espíritu, alma y cuerpo). [←7] HOMERO. La odisea, Tr. V. Zhúkovski. Ed. «Prosveschenie». Pág. 325 «Canto XI», pág. 487-491. [←8] Véase OSIPOV, A. I. Vetjozavetnaia religia (La religión del Antiguo Testamento) // Put rázuma v póiskaj ístiny (El camino de la razón en busca de la verdad). Moscú: Ed. Sreténskovo moria, 2004. [←9] En el libro Uchenie Vétjovo Zaveta o bessmerti dushi i zagrobnoi zhizni (Estudio del Antiguo Testamento sobre la inmortalidad del alma y la vida tras la muerte), el profesor Yúngerov, P. A (1856-1921) estudia, en un amplio contexto histórico-cultural, las ideas de la vida después de la muerte que figuran en los libros del Pentateuco, los libros históricos, poéticos, proféticos y apócrifos del Antiguo Testamento, y realiza un análisis comparativo entre las ideas del Antiguo Testamento sobre la vida después de la muerte y las creencias de los antiguos egipcios y persas. [←10] IKSKUL, K. Neveroiátnoe dlia mnógij, no ístinnoe proishéstvie (Un suceso increíble para muchos, pero verídico). «Tróitski tsvetok», № 58, 1910. [←11] Cita del mismo libro. [←12] Ídem, capítulo «Nam ostávleno pokaianie» (Solo nos queda la penitencia) Moscú: Sreténskovo moria, 2005. [←13] ROOLINGS, MORITS. Za porogom cmerti (Tras el umbral de la muerte). Cap. 1 «V ad i obratno» (Al infierno y de vuelta). San Petersburgo: 1994. Pág. 13. [←14] Ídem. [←15] Ídem, cap. 7, «Nisjozhdenie v ad» (El descenso a los infiernos), pág. 91. [←16] Ídem. «Vvedenie» (Introducción), pág.10. [←17] Ídem, cap. 7, «Nisjozhdenie v ad» (El descenso a los infiernos), Samoubistvo (El suicidio), pág. 92. [←18] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tvorenia (Obras). T. 5, pág. 287. Ed. «Otchii dom», 1995. [←19] Ídem, pág. 289. [←20] ATANASIO EL GRANDE. Tvorenia (Obras). T. 4, pág. 466. Moscú: 1994. [←21] SAN ANTONIO EL GRANDE. «Nastavlenia o zhisni vo Jriste» (Enseñanzas sobre la vida en Cristo). § 20. Filocalia. Т. 1. [←22] SAN CIRILO DE JERUSALÉN. Oglasitelnye slová 18 (Palabras anunciadoras 18). §18, pág. 228. San Petersburgo: Ed. Soikina. [←23] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Obras. «Homilía sobre el libro de Mateo 26, 26-28». T. 7, pág. 822. San Petersburgo: 1911. [←24] SAN MACARIO EL EGIPCIO. Dujóvnie slová y poslania (Palabras espirituales y epístolas). Palabra 18, 6 (1), pág. 588-589. Moscú: Ed. «Indrik», 2002. [←25] SAN MÁXIMO EL CONFESOR. Tvorenia (Obras). Libro 2. Voprosootvety k Falasiu» (Preguntas y respuestas a Falasio). Pregunta 42, pág. 111. Ed. «Martis», 1993. [←26] SAN JUAN DAMASCENO. Tóchnoe izlozhenie pravoslavnoi very (Exposición precisa de la fe ortodoxa). Cap. XX, pág. 185. San Petersburgo: 1994. [←27] SAN GREGORIO DE NISA. Tvorenia (Obras). Parte VII, pág. 522. Moscú: 1865. [←28] SAN GREGORIO DE PALAMÁS. Besedy (Conversaciones). Conversación 16, T. 1, pág. 155. Moscú: 1993. [←29] Cristianismo. Diccionario enciclopédico en 3 tomos. T. 1., pág. 150. Moscú: 1993. [←30] SAN JUAN DAMASCENO. Tóchnoe izlozhenie pravoslavnoi very (Exposición precisa de la fe ortodoxa). Pág. 268. Мoscú: 1992. [←31] SAN ATANASIO EL GRANDE. Tvorenia (Obras). Т. 3, pág. 298. Moscú: 1994. [←32] SAN GREGORIO NACIANCENO. Tvorenia (Obras). T. 1, pág. 679. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1994. [←33] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tolkovanie na Chetvertoe Evangelie (Comentario del Cuarto Evangelio). Pág. 293. Sérguiev Posad: 1896. [←34] SAN GREGORIO PALAMÁS. Besedy (Conversaciones). Parte 1, pág. 165. Moscú: 1993. [←35] DMITRIEVSKI, A. Bogosluzhenie Strásnoi i Pasjálnoi sedmitsi v sv. Ierusalime IX-X v. («Oficio Divino de Semana Santa y Semana de Pascua en Santo Jerusalén, siglos IX-X). Kazán: 1984. Pág. 51-53. [←36] Por ejemplo: Octoeco, Tono 1, canon del domingo, canción 1, tropario: « […] has extendido estas manos en la cruz: has recobrado de nuevo de la tierra mi cuerpo destruido por la muerte, la misma que recibiste de la Virgen». Tono 2, canción 5, tropario: «Fuiste pasional y mortal debido a la naturaleza humana…». Tono 3, canon de domingo, canción 1, tropario: «…, has tomado una carme y un alma sometidos al sufrimiento […]»; canción 4, tropario: «Con un cuerpo mortal, Vida, comulgaste con la muerte…» y otros. [←37] SAN MÁXIMO EL CONFESOR: Tvorenia (Obras). Libro 2. «Voprosootvety k Falasiu» (Preguntas y respuestas a Falasio). Respuesta Nº 42.Ed. «Martis», 1993. [←38] SAN JUAN CASIANO. Pisania (Escritos). «O rassudítelnosti» (Sobre la sensatez). Cap. 8, pág. 193-194. Moscú: 1892. [←39] Escalera. Parábola 3, §26. [←40] Escalera. Parábola 3, §28. [←41] SAN GREGORIO DE SINAÍ. «Nastavlenie bezmolvstvuiuschim» (Enseñanza sobre la quietud). Filocalia. T. 5, pág. 224. Moscú: 1900. [←42] Mytarstva: en la jerga teológica, tortura (revelación de los pecados) que los malos espíritus infligen a las almas en el espacio aéreo, cuando estas se separan del cuerpo antes del juicio de Dios. Las almas de los santos no se someten a estas pruebas. Macario de Alejandría habla de los mytarstva detalladamente» (Dicc. enciclopédico Brogauz y Efron). [←43] METROPOLITANO MACARIO DE MOSCÚ. Pravoslavno-dogmatícheskoe bogoslovie (Teología dogmática ortodoxa). T. 2, pág. 538. San Petersburgo: 1895. [←44] KAPRA, F. Dao fíziki (El tao de la física). Pág.130. San Petersburgo, 1994. [←45] Filocalia. T. 2, pág. 60. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1993. [←46] Slovo na isjod dushi. Slédovannaia psaltir (Palabra para el éxodo del alma. Libro de los salmos). Cita de: Nastólnaia kniga sviaschenosluzhítelia (Libro de cabecera del eclesiástico). T. 4, pág. 457. Moscú: 1983. [←47] Según el antiguo mito griego, el rey Tántalo, juzgado culpable, fue condenado por los dioses a estar eternamente de pie en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo ramas repletas de maravillosas frutas, y a padecer hambre y sed. Cada vez que se inclinaba para beber o levantaba los brazos para alcanzar una fruta, el agua descendía y las frutas subían quedando fuera de su alcance. [←48] Véase Nastólnaia kniga sviaschenosluzhítelia (Libro de cabecera del eclesiástico). T. 2, pág. 437-443. Moscú: 1978. [←49] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Tvorenia (Obras). « Beseda na Ps.VI.2.» (Conversaciones sobre Sal. VI. 2). T. V, Libro 1, pág. 49. San Petersburgo: 1899. [←50] «Nastavlenia sv. Antonia Velíkovo» (Enseñanza de San Antonio). Filocalia. T. 1, § 150.Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1992. [←51] HIGÚMENO NIKON (VOROBIEV). Pisma dujóvnim détiam. (Cartas a los hijos espirituales). Pág. 29-30. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1998. [←52] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Conversación 39, § 5,6. Moscú: 1998. [←53] Put nemechtátelnovo délania... (El camino de la obra no ilusoria…). Carta № 45, pág. 323. Мoscú: 1999. [←54] SAN IGNACIO (BRIANCHANÍNOV). Tvorenia (Obras). T. 3, pág. 125. San Petersburgo: 1905. [←55] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Conversación 40. Moscú: 1998. [←56] HIGÚMENO NIKON (VOROBIEV). Pisma dujóvnim détiam. (Cartas a los hijos espirituales). Pág. 29. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1998. [←57] San Gregorio de Nisa, por ejemplo, escribía: «…las pasiones no son fruto del cuerpo, sino del libre albedrío, que es lo que las produce» (Obras. Parte 7, pág. 521. Moscú: 1865). [←58] HIGÚMENO NIKON (VOROBIEV). Pisma dujóvnim détiam. (Cartas a los hijos espirituales). Pág.81. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1998. [←59] Al cabo de tres siglos y medio, en el siglo XIX, San Filareto de Moscú decía con amargura: «Qué lamentable es ver que todos los monasterios quieren orantes; que sean los mismos monasterios los que se afanan en el entretenimiento y la tentación. Cierto que a veces les faltan medios, pero más aún les falta desprendimiento, sencillez, esperanza en Dios y gusto por el silencio». Y también: «Si fuese menester declarar la guerra a algunas vestimentas, debería declararse, en mi opinión, no a los sombreros de las mujeres de los sacerdotes, sino a las magníficas sotanas de los obispos y sacerdotes. Tus Sacerdotes, Señor, se visten con la verdad» [justicia]. [←60] SAN TEÓFANES. Sobranie pisem (Colección de cartas). Pág. 102. 3ª Edición. № 460. Moscú: 1898.

[←61] SAN ISAAC DE NÍNIVE. Slová podvízhnicheskie (Palabras ascéticas). Palabra 11, pág. 75. Moscú: 1858. [←62] SAN JUAN CASIANO. Pisania (Escrituras). Pág. 445. Мoscú: 1892. [←63] Ídem, pág. 444. [←64] Véase en detalle ÓSIPOV, A. Put rázuma v póiskaj ístiny (El camino de la razón en busca de la verdad). Capítulo 5. § 4. «Eksortsism (Exorcismo) ». Ed. Moscú: 2004. [←65] Cita de HIEROMONJE SERAFÍN (ROSE). Dusha posle smerti (El alma tras la muerte). pág. 173. Мoscú: 1993. [←66] Ídem. [←67] Cita de ARCHIMANDRITA AMVROSI (POGODIN). Sviatoi Mark Efreski i Florentiiskaia unia (San Marcos de Éfeso y Unión florentina). Pág. 61. Мoscú: 1995. [←68] San Petersburgo: 1897. T. 3, Libro 1, pág. 252-53, párr. 6. [←69] La noción de eternidad no alude a la infinitud del tiempo ni menos a una especie de interrupción de la vida. Según la enseñanza de la Iglesia, los que pasan por los mytarstva pueden salir de los tormentos eternos y entrar en la eternidad de la gloria de Dios por la fuerza de las oraciones que se elevan por ellos. Esta posibilidad se extiende hasta el Juicio Final. Como indicaba Vladímir Losski: «Si el movimiento, el cambio, el paso de un estado a otro son categorías temporales, entonces no se pueden contraponer a las nociones de inmovilidad, inmutabilidad y estabilidad de cierta eternidad estática; esto sería la eternidad del mundo de las ideas de Platón, no la eternidad del Dios Vivo. Si Dios vive en la eternidad, entonces esa eternidad viva debe superar la contraposición del tiempo en movimiento y la eternidad inmóvil». (LOSSKI,V.N. Ócherk mistícheskovo bogoslovia Vostóchnoi Tserkvi. Dogmatícheskoe bogoslovie (Ensayo sobre la teología mística de la Iglesia de oriente. Teología dogmática). Pág. 233, Мoscú: 1991). Véase también PREBIT. P. FLORENSKI. Stolp i utverzhdenie ístiny, pismo «Geena» (Pilar y confirmación de la verdad, carta «Gehenna»); METROPOLITANO MAKARI (Oksiuk). Esjatologia sv. Gregoria Nisskovo (Escatología de San Gregorio de Nisa). Moscú: 1999. [←70] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Conversación 39, § 2. Moscú: 1998. [←71] SAN ISAAC DE NÍNIVE. Ídem, § 6. [←72] SAN JUAN DAMASCENO. Tvorenia (Obras). Pág. 66. Мoscú: 1997. [←73] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Conversación 39, § 5. Moscú: 1998. [←74] Ídem, § 22. [←75] Ídem, § 17. [←76] Por ejemplo, escribía: «…y por la perfecta erradicación del mal de todas las criaturas, volverá a resplandecer en todos la belleza semejante a Dios, a cuya imagen fuimos creados» (SAN GREGORIO DE NISA. Tvorenia (Obras). Parte 7, pág 530. Moscú: 1865). Así es como comenta esta idea el higúmeno (actualmente obispo) Ilarion (Alfeev): «El VI Concilio ecuménico incluyó el nombre de San Gregorio de Nisa entre los «santos y bienaventurados padres», y el VII Concilio ecuménico incluso le llamó «el padre de los padres». En cuanto al Concilio de Constantinopla del año 543 y el V Concilio ecuménico, en los que se condenó el origenismo, resulta muy significativo que no se asociase a Gregorio de Nisa con el origenismo aunque la enseñanza de este sobre la salvación universal fuese bien conocida por los Padres de ambos concilios. Los Padres de los Concilios eran conscientes de la existencia de la noción herética de salvación universal (la apocatástasis origenista relativa a la idea de la preexistencia de las almas), pero también de la de la concepción ortodoxa basada en 1 Co 15, 24-28». [←77] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Moscú: 1998. Conversación 41. [←78] La propia enseñanza sobre el amor y la verdad en Dios como si se tratase de dos rasgos distintos es una imagen de Dios puramente escolástica y tergiversada. Pues de tal enseñanza se deriva que cuando Dios actúa por amor, entonces no lo hace por justicia; y viceversa, si actúa por justicia, entonces no lo hace por amor. En realidad, Dios siempre tiene un único amor justo, es decir correcto (a diferencia del nuestro), que siempre es provechoso para el hombre, y solo provechoso. [←79] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Tvorenia (Obras). T. XI, lib. 2, pág. 905. San Petersburgo: 1905. [←80] SAN ISAAC DE NÍNIVE. Slová podvízhnicheskie (Palabras ascéticas). Pal.18, pág. 112. Moscú: 1858. [←81] SAN JUAN DAMASCENO. Tvorenia (Obras). Pág. 66. Moscú: 1997. [←82] SAN NICOLÁS CABASILAS. Sem slov o zhizni v Jriste Pág. 13.(Siete palabras sobre la vida en Cristo) Moscú: 1874. [←83] ARCHIMANDRITA EFRÉN SVIATOGORETS. Otécheskie sovety (Consejos de los Padres). Pág.44. Sarátov: 2006. [←84] SAN TEÓFANES. Sobranie pisem (Colección de cartas). Pág. 38. 3ª Edición. № 392. Moscú: 1898. [←85] SAN ISAAC DE NÍNIVE. Slová podvízhnicheskie (Palabras ascéticas). Pal. 90, pág. 615. Moscú: 1858. [←86] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Conversación 39, § 6.Moscú: 1998. [←87] SAN IRINEO DE LYON. Tvorenia (Obras). Lib.4, pág. 381. San Petersburgo: 1900. [←88] SAN JUSTINO MÁRTIR. Soch. Apologia 1 (Comp. Apología 1). § 46. Moscú: 1892 (reed. 1995) [←89] SAN JUSTINO MÁRTIR. Razgovor s Trifónom Iudeem (Conversación con Tifón el Judío). § 45. [←90] SAN GREGORIO NACIANCENO. Tvorenia (Obras). T.1, pal. 18, pág. 264. San Petersburgo: 1912. [←91] SAN JUAN DAMASCENO. O skonchavshijsia v vere (De los fallecidos en fe) (PG 95, 257 AC). Cita de HIGÚMENO ILARION (ALFEEV). Jristós pobeditel ada. Tema soshestvia vo ad v vostochno-jristianskoi traditsii. (Cristo vencedor de los infiernos. Tema del descenso a los infiernos en la tradición cristiano-oriental). Pág. 325. San Petersburgo: 2001. [←92] Cita de METROPOLITANO VENIAMIN (FÉDCHENKOV). Bozhi liudi (moi dujovnie vstrechi) (Personas de Dios, mis encuentros espirituales). Pág. 147. Moscú: 1997. [←93] Colección de cartas de San Atanasio (Sájarov). Pág. 272. Moscú: 2001. [←94] SAN ISAAC DE NÍNIVE. Slová podvízhnicheskie (Palabras ascéticas). Pal. 2, pág. 12. Moscú: 1858. [←95] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Tvorenia (Obras). T. 1, pág. 38-39. San Petersburgo: 1916. [←96] SAN EPIFANIO DE SALAMIS. Tvorenia (Obras). Parte 1, pág. 140. Moscú: 1863. [←97] Véase HIGÚMENO ILARION (ALFEEV). Jristós pobeditel ada. (Cristo vencedor de los infiernos). Pág 84.San Petersburgo: 2001. [←98] SAN ATANASIO EL GRANDE. Tvorenia (Obras). T. 3, pág. 464. Moscú: 1994. [←99] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Tvorenia (Obras). T. 2, Lib. 1, pág. 440. San Petersburgo: 1899. Asimismo, en las obras de Juan Crisóstomo puede encontrarse también la afirmación sobre el eterno castigo de los pecadores. [←100] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tvorenia (Obras). Parte 8, pág. 312. Sérguiev Posad: 1914. [←101] SAN IGNACIO (BRIANCHANÍNOV). Tvorenia (Obras). T.1, pág. 127. San Petersburgo: 1905. [←102] SAN MÁXIMO EL CONFESOR: Tvorenia (Obras). Libro 2. «Voprosootvety k Falasiu» (Preguntas y respuestas a Falasio). Pregunta 7, pág. 44. Ed. «Martis», 1993. [←103] SAN INOCENCIO, arzobispo de Jersón y Táuride: Sochenenia (Compilación). «Slovo v Velíkuiu subbotu» (Parábola en Sábado Santo). T. 4, pág. 266. San Petersburgo-Moscú: 1870. [←104] SAN GREGORIO NACIANCENO. Tvorenia v 2j tomaj (Obras en dos tomos). T. 1, pág. 543. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1994. [←105] Ídem: pág. 557-558. [←106] SAN MACARIO EL EGIPCIO. Dujovnie slová i poslánia (Palabras espirituales y epístolas). Palabra 18, 6 (1), pág. 590. Moscú: Ed. «Indrik», 2002. [←107] SAN EFRÉN DE SIRIA. Psaltir (Libro de salmos). Salmo № 134, pág. 194. Moscú: 1874. [←108] SAN JUAN CRISÓSTOMO: Tvorenia (Obras). «Uveschanie k Feódore pádshemu» (Exhortación a Feódor caído). T. 1, libro 1, pág. 13. San Petersburgo: 1895. [←109] BERDIAEV, N. O naznachenie cheloveka. Ópyt paradoksalnoi étiki (Del destino del hombre. Experiencia de la ética paradójica). Pág. 241.París: 1931. [←110] Sochenenia sviatovo Iustina Filósofa i Múchenika. Apologia I, 46. (Compilación de San Justino Filósofo y Mártir. Apología I, 46). Pág. 77. Moscú: 1892. [←111] Obraschenie Dujóvnovo sobora Sviato-Tróitskoi Sergéievoi Lavry po póvodu katolícheskoi ecspansii. (Arenga del Monasterio de la Santa Trinidad – Laura de San Sergio, con motivo de la expansión católica) // Periódico del obispado de Vologda “Blagovéstnik”. № 1- 3, 2002, pág. 4. [←112] ABBA SAN ISAÍAS EL EREMITA. Slova o rádosti, byváiuschei dushe… (Palabras sobre la alegría que reina en el alma…). § 1, pág. 73-74. Moscú: 1888. [←113] DANTE, A. La divina comedia. «El purgatorio». Canción 14, pág. 82-84. [←114] SAN ISAAC DE NÍNIVE. Slová podvízhnicheskie (Palabras ascéticas). Pal. 18, pág. 76. Moscú: 1858. [←115] O Kreshenie (Del Bautismo), 18. [←116] SAN GREGORIO NACIANCENO. Tvorenia v 2j tomaj (Obras en dos tomos). T.1, pág. 558. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1994. [←117] Ídem: pág. 558. [←118] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tvorenia (Obras). «Nagrobnie pesnopenia, 44 (Blazhenstvo úmershij d mladénchistve)» (Cánticos fúnebres 44, La dicha de los fallecidos en la niñez). T. 4, pág. 460-461. Ed. «Otchi dom»: 1995. [←119] Obras de San Gregorio de Nisa. Parte 4, pág. 345. Moscú: 1862. [←120] Tvorenia izhe vo cviatyj otsa nashevo Feofana Zatvórnika. Sobranie pisem (Obras del que está con los santos, nuestro padre Teófanes el Recluso. Colección de cartas) Edición I y II. Publicación del monasterio Sviato-Uspenski Pskovo-Pecherski y editorial «Palómnik», 1994. Carta 139, pág. 155 [←121] Pisma v Boze pochívshevo afónskovo startsa ieromonaja Arsenia k ráznym lítsam. (Cartas en el Señor del difunto stárets de Athos, hieromonje Arseni). Carta Nº 42, ed. 3, pág. 164. Moscú: Ed. del monasterio ruso y de Athos de San Pandeleimonos, 1899. Reimpresión: Galáktika, 1994. [←122] PRESBIT. ALEKSÉI BÚRGOV. En: Pravoslavno-dogmatícheskoe uchenie o pervorodnom greje . (Enseñanza ortodoxo-dogmática sobre el pecado original). Kiev: 1904. Pág. 186. [←123] BOLÓTOV, V.V. Léktsii po istorii Drévnei Tserkvi (Conferencias sobre la historia de la Iglesia Antigua). T. 3, pág. 24. Moscú: 1994. [←124] BOLÓTOV, V.V. Léktsii po istorii Drévnei Tserkvi (Conferencias sobre la historia de la Iglesia Antigua). T. 3, pág. 96. Moscú: 1994. [←125] Sobranie pisem sviatítelia Afanasia (Sájorova) [Colección de cartas de San Atanasio (Sájarov)]. Pág. 273. Moscú: 2001. [←126] SAN IGNACIO (BRIANCHANÍNOV). Tvorenia (Obras). T. IV, pág. 497. San Petersburgo: 1905. [←127] SAN ISAAC DE NÍNIVE. Slová podvízhnicheskie (Palabras ascéticas). Palabra 34, pág. 217. Moscú: 1858. [←128] En relación con la muerte de la monja y madre espiritual Valentina.