LOS PRIMEROS ENCUENTROS ENTRE LAS HUESTES DE PIZARRO Y LOS INDÍGENAS: APUNTES PARA UNA TIPOLOGÍA Lydia Fossa University Of
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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXX, Nº 60. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2004, pp. 71-98 LOS PRIMEROS ENCUENTROS ENTRE LAS HUESTES DE PIZARRO Y LOS INDÍGENAS: APUNTES PARA UNA TIPOLOGÍA Lydia Fossa University of Arizona Los primeros encuentros de Francisco Pizarro1 y su gente con los nativos de las costas del oeste de Colombia, Ecuador y Perú nos los narra Pedro de Cieza de León casi veinte años después que ocurren, a principios de la década de 1550. Este autor recoge una interesante versión de los viajes de exploración de la costa sur del Pacífico gracias a su informante, Niculás de Rivera2, quien parti- cipó como tesorero desde la primera expedición de Francisco Piza- rro (1989:23). A mediados del mes de noviembre de 1523 zarparon en un navío los 80 españoles, los cuatro caballos (1989:11), las vi- tuallas y los esclavos, africanos3 e indígenas4, que no se nombran sino rara vez5. Pizarro, vecino de Panamá, “dio muestras a sus compañeros tener deseo de aventurar su persona y hazienda en hazer aquella jornada” (9)6 y organizó esta expedición. Tenían, los de Panamá, “grande esperança de hallar tierra rica” (9) yendo por la mar del Sur. Pizarro se asoció primero con Diego de Almagro y Hernando de Luque, y después incluyeron a Pedrarias Dávila7, el Gobernador de Tierra Firme, a exigencia de este último: “Pedra- rias se lo concedio [la demanda de aquel descubrimiento] con tanto que hiziesen con el compañia para que tuviese parte en el provecho que se oviese” (Cieza, 1989:9). Acordaron, también, que “sacando los gastos que se hiziesen todo el oro y plata y otros despojos8 se partiesen entre ellos por yguales partes …” (9-10). Sólo entonces el Gobernador Dávila autorizó a Francisco Pizarro para que, en nombre del Emperador, hiciese el descubrimiento de las tierras que quedaban al sur de Panamá. Es importante mencionar que ya en 1522 el gobernador Pedra- rias Dávila9 le había dado una “licencia para ir a descubrir” (Fernández de Navarrete, 1944:44) a Pascual de Andagoya, vecino de Panamá. Este personaje “descubrió por el mar del sur el golfo de S. Miguel … y el río de San Juan … Visitó la provincia de Co- chamá, a cuyos naturales hacían la guerra otros muy belicosos de la de Birú, y por lo interior de ella continuó sus descubrimientos, 72 LYDIA FOSSA subiendo por un río cerca de 20 leguas, donde halló muchos pue- blos con sus señores o caciques. Peleó con éstos y pacificó siete que dieron su obediencia al rey de Castilla”. (1944:44). Andagoya re- gresó muy maltrecho de esta expedición, y dejó la empresa que luego tomaron Pizarro y Almagro. Pero, Andagoya no había sido el primero: lo habían antecedido la expedición de Vasco Núñez de Balboa que incluía a Francisco Pizarro, que llegó hasta el golfo de San Miguel; y la frustrada de un tal Basurto, quien falleció “antes de darse a la vela” (Vargas Ugarte, 1953:97). Pizarro y sus seguidores se dedicaron a recorrer las costas del Pacífico que ya habían “descubierto” sus antecesores, navegando siempre “la costa a la mano”. Llegaron hasta un lugar conocido que habían denominado las Islas de las Perlas, “donde tomaron puerto y se proveyeron10 de agua y leña y de yerva para los caballos” (Cie- za, 11). Arribaron a un lugar que denominaron “Piñas” por la abundancia de esta fruta, y desembarcaron para ir en busca de “un cacique a quien llamavan Beruquete o Peruquete” (Cieza, 11), ca- cique de “Birú”, de quien Andagoya ya había dado noticia (Fernández de Navarrete 44, Vargas Ugarte 97). Lo buscaban para que ordenara a sus súbditos les dieran alimentos, agua y oro. Esta es la primera vez que van a tierra para explorarla, pero su fama los precedía: “… por la nueva que ya tenian de otros dellos de que heran muy crueles no quisieron aguardarlos antes desamparando sus casas hechas de madera y paja o hojas de palma se metieron entre la espesura de la montaña donde estaban seguros” (Cieza, 11-12). La crueldad a la que alude Cieza tiene visos horrorosos: grupos de indígenas quemados vivos, otros víctimas de los perros carniceros, otros encadenados en cuadrillas para cargar las vitua- llas de los expedicionarios y otros capturados para ser vendidos o trocados por mercaderías como vino, aceite y otros (Sherman, 1979:46). La fuga de los indígenas de Peruquete desanimó bastante a la gente de Pizarro, ya que no pudieron comer otra cosa que maíz y “raíces” y no encontraron lo que habían imaginado: metales precio- sos y esclavos. Dice Cieza que “Los cristianos … estavan muy tris- tes y espantados de ver tan mala tierra” (12). En este estado llega- ron a su siguiente parada, el puerto del Hambre, bautizado así por razones obvias: nadie les había dado de comer. Aunque Andagoya había andado por esos parajes, no los había bautizado a todos11. Este explorador y comerciante se lamenta de que Pizarro no haya seguido sus consejos; de haberlo hecho, asegura que no le hubiera ido tan mal (Vargas Ugarte, 98)12. Pizarro sólo encuentra desola- ción donde Andagoya afirma haber dejado pacificada parte de la región. Cada vez que desembarcan las huestes pizarristas, uno de sus principales intentos era examinar de cerca el territorio en busca de oro o de sus vestigios y otro era “tomar indios” (Cieza, 15) que les LOS PRIMEROS ENCUENTROS DE PIZARRO Y LOS INDÍGENAS 73 informaran sobre la localidad. Siempre estaban examinando la costa y las desembocaduras de los ríos “… para ver si davan en al- gun poblado para tomar algunos yndios de quien pudiesen tomar lengua de la tierra en que estavan”. (1989:19). Estas “cacerías” de informantes e intérpretes no eran capricho- sas ni como podría pensarse, dependían de la voluntad del líder de la expedición. Esta actividad era imperativa y urgente y fue regu- lada por la corona en 1526, reglamentando que en cada expedición de descubrimiento y conquista “se lleven intérpretes que puedan explicar a los indios la calidad política y religiosa de la empresa española”, según las Ordenanzas dadas en Granada el 17 de no- viembre, 1526 (Solano, 1991:16), Don Carlos, el Rey de España di- ce: mandamos que la primera y principal cosa que después de salidos en tierra los dichos capitanes y nuestros oficiales, y otras cualesquier gen- tes hubieren de hacer sea procurar, por lenguas de intérpretes que en- tiendan los indios y moradores de la tal tierra o isla les digan y declaren cómo Nos les enviamos para los enseñar buenas costumbres y apartarlos de vicios y de comer carne humana y a instruirles en nuestra santa fe y predicársela, para que se salven; y a atraerlos a nuestro servicio para que sean tratados muy mejor que lo son, y favorecidos y muy mirados con los otros nuestros súbditos cristianos. AGI. Indiferente general 421, libro 11, fol 332. (Solano, 1991:16) Para llevar esos intérpretes a cada poblado, primero había que contar con ellos, y no se ofrecían voluntarios. Además, Pizarro y sus hombres necesitaban quién les informara sobre la existencia de oro y otros productos de primera necesidad: comida, agua y mu- jeres y no buscaban intérpretes para fines misioneros. A otros indígenas los necesitaban como mano de obra: “… el capitan [Piza- rro] mando … fuese a buscar algunos yndios por entre el monte… para que fuesen en el navio [a] ayudar con la bonba … porque avia pocos marineros y el navio hazia agua”. (Cieza, 1989:20). A otros se les captivaba para que sirvieran como cargadores. Los naturales que “tomaban” y con los que se podía establecer una comunicación, explicaban su incomprensión de la actitud es- pañola frente a ellos: “… y dis que dezian que por que no roçavan y senbravan y comian dello [los españoles] sin querer buscar lo que ellos [los indios] tenian para tomarselo por fuerza”. (Cieza, 1989:16). Los que apresan y pueden expresarse sobre los españo- les, lo hacen en forma despectiva, especialmente por comerse el alimento que ellos habían sembrado: “… tratando mal dellos [de los españoles] que heran bagamundos, pues por no travajar anda- van de tierra en tierra; y mas questo dezian, como despues lo con- feçaron algunos que dellos ovieron de venir a ser presos por los es- pañoles.” (Cieza, 1989:20). Aunque a posteriori, Cieza nos explica cómo se supo lo que opinaban los capturados de sus captores: “Es- 74 LYDIA FOSSA tas cosas que los yndios dizen y otras sabese dellos mismos quando eran tomados por los españoles …” (Cieza, 1989:16). Los pueblos indígenas conocidos en estos primeros “encuentros” se comunicaban entre ellos y conocían la crueldad española. La re- chazaban siempre y, cuando no la podían combatir, la evitaban. Así, los primeros encuentros de Pizarro son, más bien, desencuen- tros: pueblos abandonados y pequeños grupos que habían sido per- seguidos por Andagoya. Pizarro se limitó a capturar algunos indí- genas para que le sirvieran de informantes, para que cargaran las vituallas, para que laboraran en el navío, para que obtuvieran co- mida y mujeres. Los indígenas, por su parte, desprecian a los es- pañoles por no trabajar la tierra y por ser crueles y ladrones. Se describe la tierra montañosa y de tupida vegetación, como si se tratara de selvas tropicales cerradas, atravesadas por ríos que desembocan en el mar. Las casas que se ven son de madera y paja u hojas de palma. Los pueblos están cerca de la costa o a la ribera de los ríos. Se alimentan de maíz y raíces (probablemente yuca), productos de regiones cálidas. Se dedican a la agricultura y a la pesca.