Sinopsis Prólogo
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Sinopsis Luke Hemmings ha dedicado gran parte de su vida a ingerir sustancias toxicas a su cuerpo, viviendo bajo las sombras de sus recuerdos obligándose a desvanecer cada aliento de certidumbre. Cuando él cree estar en el borde de su vida con sus sueños rotos, Hasley Weigel aparece en ella para ser aquel cajón de esperanzas que él tanto necesitaba. Una chiquilla escuálida llegando casi siempre tarde a sus clases con una mancha de pasta dental en su blusa, entra a la vida del chico como un rayo de luz en la habitación más oscura. La penumbrosa estela ilumina el cielo para ambos enseñándole una parte celeste a Luke y una eléctrica a Hasley. Ella era para él. Él era para ella. Y cuando sus almas se unieron, el Boulevard se tiñó de colores grisáceos preparándose para la tormenta, pero al finalizar; el destino decidió un camino diferente para cada uno de ellos. ¿Quién dijo que después de la tormenta sale el sol cuando puede haber un rayo? Prólogo —Eso te matará — indicó en un severo susurro la chica dejándole en claro que no le agradaba la idea. Lo miró con nostalgia sincera en sus ojos al ver su acción antes hecha. — ¿Por qué crees que lo hago? — Luke contestó burlón mientras destapaba la bolsita, de la cual ella ya se estaba acostumbrando a ver. Era una grata compañera amigable para él, pero una mala destrucción a la vez. De eso estaba consciente, aunque realmente le importaba una mierda. Hasley bufó rendida ante lo susodicho por el rubio, no entendía por qué Luke quería eso, aunque pensándolo bien, no entendía nada de lo que viniese de él. La palabra incógnito lo definía demasiado bien para su comportamiento. La mente de los hombres, o quizá sólo la de él, era demasiado complicada de entender. De eso no había duda alguna. —Al menos no lo hagas en frente de mí — irritada, ella soltó abrumada por todo. Y al decir por todo, no solamente era por la gran escena que el chico le estaba proporcionando a su al frente. Sino, por aquello que estaba ocurriendo a su alrededor. —Yo no te estoy reteniendo, te puedes marchar — masculló jocoso. Alejándose de ella, se sentó sobre la acera de aquella calle vacía donde se podía oír el ligero viento, era uno frío y agradable. Perfecto para ambos en estos momentos. Luke abrió la pequeña bolsita y sin rechistar o si quiera disimular, inhaló el polvo. Hasley lo miró con un poco de duda y melancolía. ¿Lo debía de dejar aquí solo? En realidad, no quería irse. Quería quedarse con él, como hace unos minutos atrás bromeaban sobre aquel apodo que a él le parecía tan ridículo. Ella, tragando su dignidad y orgullo, dio una gran bocana de aire y se sentó a su lado. —He oído de ti últimamente por los pasillos del instituto — fue él quien rompió el silencio mencionando aquello. — Eso es nuevo. — ¿A mí? — cuestionó la pelinegra con una mirada inquietante y su ceño fruncido notoriamente dándole de referencia que no entendía su confesión. —Seh — chasqueó sacando de su pantalón una cajetilla y, así, coger un cigarro de entre ella. Y aquí venía otra de sus tristes adiciones. Después de todo, Luke consumía de todo, no le sorprendería que al día siguiente estuviera en la esquina de una calle inhalando thinner. —Así que le has dado un buen golpe en la cara a Michael — Luke soltó mirándole con diversión, esbozó una sonrisa haciendo que su hoyuelo se remarcara y chocó su rodilla contra la de ella. —Algo así — Hasley musitó un poco apenada por el tema de conversación. — Dicen que se ve más atractivo con él. —Quizá — confesó, pero a la vez, encogiéndose de hombros. La menor frunció la cara por ello, a lo que él prosiguió con su habla. —, pero qué vergüenza cuando es hecho por una chica. — ¿Debería sentirme mal? — cuestionó, sin saber si lo que había hecho era correcto o no. —No — el rubio le sonrió de lado con una pizca de diversión, relamió sus labios y dejó salir un poco de aliento entre ellos. — Pero al menos ya entiendo porque tu nombre resonaba en los pasillos cada qué pasaba. —Creen que soy patética — Hasley rió sin ganas, porque estaba segura que así pensaban todos. Quizá nunca debió de hacer eso, pero Michael le había retado y en un momento a otro, el chico resultaba un completo cretino. — ¿Sabes? — La miró — Deja que se reían de lo patética que creen que eres, al final de cuentas todos terminamos igual — dio una calada a su cigarro y dejo escapar el humo — En un boulevard de los sueños rotos. Capítulo 1 Último año escolar 07:26 de la mañana Tercer semana de clases Mis piernas dolían por la fuerza en la que me encontraba corriendo por todos los pasillos del instituto, estaba llegando más de veinte minutos tarde a la clase de literatura, quien la daba el profesor Hoffman, el mismo del año pasado y el cual sabía de mi falta de puntualidad. Esto estaba yendo mal Respiré hondo cuando estuve en frente de la puerta del salón de clases y me preparé mentalmente para tocarla, así como también perder la dignidad, otra vez, excusándome con el hombre por mi falta de responsabilidad. En menos de un minuto, ésta se abrió revelando a un hombre calvo mirándome con el ceño fruncido sobre sus anteojos, su cara notablemente irritada por mi mala costumbre de llegar casi siempre tarde a su clase. Le di una sonrisa tímida intentando ocultar la vergüenza que me comenzaba a invadir. —Weigel — pronunció firme, intentando intimidarme con sus ojos sobre mí —. Así que dígame, ¿cuál es su excusa esta ocasión? —Me quedé dormida — confesé antes de que pudiese evitarlo. Apreté mi mandíbula y me golpeé mentalmente por la estupidez que había dicho y, lamentablemente, ya no podía revertir. Tal vez no debí decir eso. Tal vez debí mentir y no decir la verdad. —Bien — me sonrió con sorna —. Espero y para la próxima no se duerma. Por un segundo pensé que me dejaría pasar, pero no fue así. El hombre se metió de nuevo al salón y solamente me dedicó una agitación de mano por parte suya, mirándole incrédula, intenté hablar — Profesor... Aunque entre sus planes, no estaba el escucharme, por lo cual sólo me interrumpió — Hasta la siguiente clase, Weigel, y agradezca que no la lleve a la dirección. Sin más que decir y yo sin que defenderme, cerró la puerta. Me quedé estática en mi lugar, sin moverme o siquiera parpadear, estaba anonada repasando lo antes ocurrido. No podía hacerme esto. No lo había hecho. Pero que digo, sí lo había hecho. ¡Oh genial! Volcando los ojos con molestia, bufé para girar sobre mi propio eje y caminar por el pasillo para así arrastrar conmigo mi dignidad. Ésta era la primera vez que me dejaba fuera del salón. Había llegado tarde en unas cuantas ocasiones. Unas cinco, seis o nueve veces. Aunque pensándolo bien, casi siempre llegaba tarde, pero cumplía con mis tareas, siempre trataba de prestarle atención, a pesar de que me diera sueño su clase. Literatura me aburría, simplemente lo hacía. Me gustaba leer, pero no las historias que él solía dejar. Llegaba tarde a las clases por el simple hecho de que me molestaba despertarme temprano, era amante de dormir hasta muy tarde, y eso me dificultaba oír el despertador. Rendida, inflé mis mejillas y me encaminé hasta las gradas, el pasto del campo hacía contacto con la azuela de mis zapatos y el aire revolvía mis cabellos tapando mi rostro. A lo lejos en una de las gradas donde la sombra caía ligeramente, un cuerpo se encontraba sentado a horcajadas dándole la espalda al campo, el cual se encontraba desierto. Ni equipo de rugby, ni equipo de fútbol. Ladeé mi cabeza y desinflé mis mejillas al observar como sacó algo del bolsillo de su pantalón y empezó a rasgarlo. Mi curiosidad despertó haciendo que caminara vacilante hacía él, subí cuidadosamente cada grada, pero sin ir a su dirección. Aunque éste día había despertado con el pie izquierdo, ya que estaba a punto de llegar a su altura, cuando torpemente mi zapato se resbaló y caí a bruces —Mierda — me quejé cerrando los ojos para suplicarle al cielo que me desapareciese. Apoyé ambas manos sobre el puente de metal y ejercí fuerza para poder levantarme, sin embargo, no pude. Mi brazo dolía. Sentí la mirada de alguien y supuse de quien era. Con la humillación cargando sobre mis hombros, alcé mi vista para encontrarme con la mirada azul eléctrica del chico, se encontraba de pie mostrando con firmeza su ceño fruncido. —Y-yo l-lo siento — intenté hablar ecuánime, pero salió más como un balbuceo tan patético. No entendía por qué lo sentía, o tal vez sí, sea lo que estuviese haciendo yo lo había interrumpido por mi falta de disimulo y mi gigante torpeza. Él relamió sus labios y me pude fijar que un arito negro adornaba su rosado labio, volcó los ojos y dio un suspiro profundo. Con una gran zancada, se acercó a mí y estrechó su mano incitándome a que la agarrara. Avergonzada, la cogí y me ayudó a ponerme de pie. Lo primero que pude confirmar, es que era muy alto, a pesar de que él estuviera un escalón más abajo que yo, seguía rebasándome. —Gracias — susurré por lo bajo tratando de que el color carmesí en mis mejillas de desvanecieran por completo. —Mmhu — fue lo único que musitó sin despegar sus labios. Por un segundo me sentí torpe, aunque luego comprendí que lo fui.