Esperanzas, Terapia Para El Emperador
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Manuel Llorens 2. Esperanzas “Depende de quién entre, encontrará aquí tumba o tesoro. No vengas sin anhelos.” Paul Valery Era mi primer día en el trabajo. Observaba con precaución y entusiasmo. Disfrutaba una vez más la sensación agradable de amanecer temprano y respirar el olor de grama recién cortada mientras acompañaba a unos jugadores que se desperezaban para entrenar. Era la pretemporada del Campeonato de Clausura del 2004. Estaba comenzando a conocer la experiencia de pertenecer a un equipo profesional de fútbol. De la manera más extraña e inesperada había llegado. Por uno de esos giros impensables de la vida, se había cumplido un sueño. Ahora venía el trabajo. Me acercaba a trabajar con el equipo que había ganado el campeonato anterior. Un equipo lleno de estrellas del fútbol nacional. Tenía días pensando en qué le podía decir yo a un equipo que viene de ganar el último campeonato. ¿Cómo los convenzo de que aún hay espacios de crecimiento? ¿Por qué habían buscado la ayuda de un psicólogo del deporte? ¿Sería que había conflictos internos luego del éxito? Todas estas preguntas me venían camino a ese primer entrenamiento. La mayoría de los jugadores arrancaron a correr siguiendo las instrucciones del preparador físico Rodolfo Paladini. Rodolfo es uno de esos argentinos obsesionados con el fútbol. Absolutamente convencido de que su vida está en la actividad. Era el miembro más joven del cuerpo técnico, se había venido a Venezuela a probar fortuna trabajando como preparador físico de las divisiones inferiores del Caracas F.C. y su buena preparación y dedicación le habían ganado la oportunidad de trabajar con el equipo profesional. La obsesividad con que trabajaba la volcaba en la preparación física y lograba convencer a un Terapia para el emperador grupo grande de jugadores de entrenar a altísimos niveles de exigencia. Pero me llamaron la atención unos tres jugadores que se apartaron del grupo. Aparentemente tenían que hacer otras rutinas. Uno de ellos venía de una lesión, el otro se había reportado tarde a la pretemporada y el último estaba especialmente fuera de forma. Me acerqué a ver los estiramientos y el trabajo diferenciado que hacían. Los tres eran figuras consolidadas dentro del fútbol profesional. Uno me generaba curiosidad en particular por ser un jugador destacado con quien no había tenido la oportunidad de trabajar en las divisiones inferiores. Era querido por sus compañeros y temido por los contrarios. Uno de los kinesiólogos lo ayudaba a estirar. Se quejaba con cada uno de los estiramientos, alegando dolor y bromeando. De pronto exclamó: “¿Qué día es hoy?... ¡Coño, se me olvidó comprar el Kino ayer! Verga, yo que me quiero ganar esa vaina para poder dejar de joderme tanto jugando fútbol. ¡Se me olvidó!”. Su exclamación, mitad en broma mitad en serio, me ubicó rápidamente. Me sacó de mis fantasías y me puso en realidad: esto es el fútbol venezolano. Curioso que mi primer intercambio como psicólogo del equipo campeón de Venezuela fuese una conversación sobre la lotería. Pero iluminador, muy iluminador. ¿Con qué sueña un jugador profesional de fútbol venezolano? ¿Cuáles son sus aspiraciones? ¿Qué lo pone a andar? ¿De dónde saca inspiración? ¿Será distinto a los demás mortales, tendrá alguna chispa de convicción, capacidad de lucha, esperanza que lo distinga? Sí y no. Creo que sí y no. Lino Alonso, el entrenador que originalmente me contrató para trabajar en la psicología del fútbol hace ya unos cuantos años me explicó: “El problema con los entrenadores venezolanos es que todos se preparan para entrenar al Real Madrid. Cuando analizan partidos, cuando piensan en fútbol, piensan en el Real Madrid y no piensan en los clubes que ellos algún día van a tener que entrenar. No importa cómo se puede motivar o no a Ronaldo. En el fondo cualquiera puede hacer eso. Lo difícil es motivar a veinticinco tipos que no han cobrado en dos meses, que no viven en las mejores condiciones y que tienes que montar en un autobús para rodar diez horas para bajarse a jugar contra un equipo en Mérida, en una cancha en mal estado con un árbitro que está asustado. Eso es lo que tienes que aprender a manejar. No el Real Madrid. Si te preparas para entrenar al Real Madrid, nunca vas a poder hacer nada. Porque desconoces lo tuyo y al desconocerlo lo desprecias.” Esas palabras se han quedado conmigo y creo que dicen una gran verdad sobre el trabajo del psicólogo y el lugar donde los venezolanos tenemos colocada la fantasía. Para un psicólogo es indispensable enterarse en dónde tienen colocada la fantasía las personas con quienes trabaja. Averigua eso y tienes la mitad del camino andado. Tienes un reservorio de energía y fortaleza a tu disposición. Sin embargo, los psicoanalistas nos han enseñado que eso, que suena tan simple, no lo es. Y que precisamente a la mayoría de nosotros se nos va la vida intentando averiguar qué demonios es lo que deseamos. Vamos paseándonos de meta a meta, de mujer a mujer, de carro último modelo a motocicleta a viaje a Los Roques, diciendo “no esto no es, ah sí esto sí, ah no mentira no era eso”. Y así vamos. Un líder es alguien que logra ofrecer una visión. Logra proponer una meta con la cual los demás se entusiasman. Logra convocar la fantasía de los demás. Logra que los demás sueñen también con su visión. De eso se trata la publicidad, las campañas presidenciales, las promesas del último Mesías. Y si las cosas van bien, de eso también se trata ser entrenador de fútbol. El entrenador propone una visión, quizás el psicólogo puede ayudar a pulirla y a ver cómo se puede vender esa mirada a los jugadores. “Es que somos un país beisbolero”, decíamos para defendernos de la intriga que nuestra incapacidad futbolística generaba en los demás. Como queriendo decir, que no nos interesaba tanto el fútbol, que pertenecíamos a otro fanatismo. Eternamente confundidos sobre qué desear, a qué horizonte mirar. Esta confusión se hacía evidente cuando llegaba la Copa Mundial. Nuestro país se paralizaba de emoción y se desdibujaba en los colores de cualquiera de las otras selecciones que sí lograba clasificar. Las calles se llenaban de miles de banderas de otros lugares del mundo: Terapia para el emperador brasileñas, portuguesas, inglesas, españolas, argentinas, colombianas, norteamericanas, japonesas, italianas... Nuestro autoconcepto beisbolero se veía trastocado por unas semanas, inundados por una fascinación futbolística contagiosa. Deseosos de emocionarnos sin saber bien por quién. Deseando desear. Pero al mismo tiempo, nadie asistía a los partidos de la liga local, nadie conocía a los jugadores de la selección, la televisión no transmitía ninguno de sus encuentros. El fútbol era una nota a pie de página de otra de las extrañezas del ser venezolano. En otras tierras, viven otros seres extraordinarios que juegan fútbol como los dioses. El gran poeta venezolano Eugenio Montejo ha construido toda una obra retratando nuestra afición a fascinarnos con las virtudes de otros países que pertenecen a un mundo primero, distintos del nuestro. De suponer que hay algo que nos falta, algo impreciso y lejano que anhelamos. Algo que pertenece a otros países, aunque no sepamos bien qué. “Tal vez sea todo culpa de la nieve que prefiere otras tierras más polares, lejos de estos trópicos. Culpa de la nieve, de su falta, de la falta que nos hace”17 Así escribe en el poema “Tal Vez”. Montejo nos habla de un país sumido en la fantasía de algo foráneo, sentado frente a un mapa, o sobre una playa llena de añoranza: “Islandia dibujada en mi cuaderno, la ilusión y la pena (o viceversa). ¿Habrá algo más fatal que este deseo de irme a Islandia y recitar sus sagas, de recorrer sus nieblas? Nunca iré a Islandia. Está muy lejos. A muchos grados bajo cero. Voy a plegar este mapa para acercarla. Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.”18 17 Eugenio Montejo. Recital Eugenio Montejo, Cuadernillo N°8. Edición Espacios Unión. 1999. 18 Eugenio Montejo. Antología. Monte Ávila. 1996. ! Manuel Llorens Y de pronto llegaron cuatro victorias al hilo: 2-0 a Uruguay, 2-0 a Chile, 3-0 a Perú y 3-1 a Paraguay. ¿Quiénes eran estos benditos que repentinamente aprendieron a jugar? ¿De dónde salieron? Casi instantáneamente pasamos a ser un competidor para el mundial del 2006. Alemania 2006 se convirtió en nuestro nuevo horizonte. Más unificador, más festivo, más atrevido y menos fangoso que nuestras aspiraciones políticas. Apareció algo en qué creer. Atrevidos, desafiantes nos transformamos de pronto en unos titanes que podíamos desafiar hasta al campeón mundial Brasil. Sólo bastaba creer lo suficiente, gritar lo suficiente en los estadios, cambiar la calcomanía de la Hermandad Gallega por la de la Federación Venezolana de Fútbol. Las pasiones que ha desatado la Selección Nacional de Fútbol han servido para repensar nuestros apasionamientos, nuestras aspiraciones. Maníaco- depresivos dice el Dr. Fernando Rísquez que somos los venezolanos. Pasamos del festín, a la desilusión. Sufrimos de esperanzas espasmódicas, mercuriales. Vivimos de quince y último. Derrochamos con alegría el fin de semana y nos quejamos los días restantes. Y siempre soñando con el paraíso de la calle de enfrente. Con la mirada eternamente perdida en un lugar que no es el nuestro. Confundidos sobre nuestro lugar en el mundo. Asombrados cuando un venezolano aparece en los noticieros mundiales. Como si de pronto existiéramos, saliéramos de nuestra asumida inexistencia. Dudosos y ambivalentes sobre nuestro propio valor. Las huellas de estas oscilaciones están regadas por todo nuestro panorama cultural. Los dichos populares rezan resignación. Siempre me intrigó el que dice: “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante”.