7.- Ppa Lleven a Cabo Inspecciones Y, En Su Caso
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CON PUNTO DE ACUERDO QUE EXHORTA A LOS TITULARES DE LA SECRETARÍA DEL TRABAJO Y PREVISIÓN SOCIAL Y DEL INSTITUTO MEXICANO DEL SEGURO SOCIAL A QUE, EN EL ÁMBITO DE SUS COMPETENCIAS Y FACULTADES, LLEVEN A CABO INSPECCIONES Y, EN SU CASO, SANCIONEN A LAS EMPRESAS DE LUCHA LIBRE PROFESIONAL EN EL PAÍS, DEBIDO A LA EXISTENCIA DE PRESUNTAS VIOLACIONES A LOS DERECHOS LABORALES Y DE SEGURIDAD SOCIAL EN LA CONTRATACIÓN DE LAS MUJERES QUE SE DEDICAN A LA PRÁCTICA DE DICHO DEPORTE La suscrita, DIVA HADAMIRA GASTELUM BAJO , Senadora de la República de la LXII Legislatura, integrante del Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional, con fundamento en los artículos 8, fracción II, y 276, ambos del Reglamento del Senado de la República, someto a consideración de esta H. Comisión Permanente, la siguiente Proposición con Punto de Acuerdo de conformidad con las siguientes: CONSIDERACIONES: La lucha es un deporte que remonta sus orígenes en Atenas, Grecia, donde su práctica se reducía a confrontaciones corporales entre dos gladiadores que culminaban con la muerte de alguno de ellos; posteriormente, esa actividad se convirtió en un deporte olímpico que prevalece en los Juegos Olímpicos modernos. Por su parte, la Lucha Libre, es una combinación de la lucha grecorromana con acrobacias y un tanto de teatralidad que, en el caso mexicano, es elemento esencial para considerarla como un espectáculo completo. Aun cuando existen antecedentes procedentes de finales del Siglo XIX y principios del XX con exponentes y empresarios extranjeros, la práctica de la lucha libre en México se remonta a los años 30, en los cuales, el empresario Salvador Luteroth fundó la Empresa Mexicana de Lucha Libre, institucionalizando la práctica de este deporte; ducha organización prevalece en funciones hasta nuestros días bajo el nombre de Consejo Mundial de Lucha Libre. A pesar de que en la década en que comenzó a operar la empresa fundada por el Señor Luteroth se tiene registro de la práctica de lucha libre femenil, las pocas exponentes del momento eran de origen extranjero, siendo la deportista de origen texano, Natalia Vázquez [1], la considerada como la primer luchadora de ascendencia mexicana que practicó este deporte, lo cual aconteció de forma fortuita al suplir a una gladiadora estadounidense quien se había lesionado momentos antes de una función. No obstante que las participaciones de las luchadoras extranjeras en México continuaron de forma esporádica durante las década siguiente, es hasta los años 50 en que se tiene registro de la participación de la mujer mexicana en la lucha libre, en un principio, de forma activa pero indirecta, ya que la colaboración de ellas se constreñía al acompañamiento de luchadores profesionales, tal y como sucedió con la denominada “Enfermera”, quien era la asistente del “Médico Asesino”. Es justo a mediados de esa década que surge la pionera de la lucha libre femenil mexicana: Irma González, gladiadora entrenada por luchadores de renombre y que, en poco tiempo se ganó un lugar en la historia del deporte debido a sus grandes y constantes logros. A partir de ese momento, la participación femenil en el pancracio se convirtió en una constante que encumbró a mujeres de la talla de Magdalena Caballero, Martha “La Sarapera”, Chabela Romero, Toña La Tapatía, “La Jarochita” Rivero, Irma Aguilar, Lola González, Martha Villalobos, las hermanas Moreno, “Lady Apache” y muchas otras más. Sin embargo, a pesar de la entrega, profesionalismo y grandes dividendos que este sector ha generado para empresarios de lucha libre, a la fecha prevalecen prácticas que vulneran sus derechos y no les permiten mantener una estabilidad laboral que redunde en mejores condiciones para sus familias y, mucho menos, poder conciliar de forma digna su doble rol como madres y mujeres trabajadoras. En la actualidad, bajo el pretexto de ser consideradas trabajadoras independientes, las empresas promotoras de dicho deporte han buscado formas en que la contratación de los profesionales del ring y, en especial del sector femenil, no representen una obligación laboral para los dueños, violando con ello las disposiciones jurídicas que nuestro país ha tenido a bien implementar para proteger los derechos humanos en materia laboral de este sector productivo de forma vanguardista desde el año de 1970 que se incluyó en la Ley Federal del Trabajo, específicamente en el Título Sexto, Capítulo X. Bajo la consigna de encubrir la relación laboral entre los empresarios y las luchadoras profesionales, se han implementado prácticas de contratación opuestas a derecho que vulneran las garantías mínimas que debe gozar todo trabajador aun cuando sea considerado independiente; máxime si se trata de deportistas profesionales como en el presente caso. Dichas prácticas ilegales van desde los tratos de palabra que no se cumplen, hasta los vetos a los que son sujetos las luchadoras para no poder participar en algunas de las empresas luchísticas que operan en nuestro país, orillándolas a aceptar las desventajosas condiciones de trabajo por la urgencia de obtener un ingreso que les permita mantener a sus familias dignamente. El testimonio de la gran mayoría de las luchadoras profesionales refiere que los empresarios, por un lado, no emiten contratos que estipulen las condiciones como pago, jornada, lugar y demás responsabilidades de las partes. Por otro lado, aseguran que los dueños de esas empresas no reconocen relación laboral alguna bajo la consigna de que los luchadores son independientes y no trabajan de forma permanente con esas personas. Al respecto, es preciso señalar que en la 95ª Reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, que tuvo lugar en 2006 , se señaló de forma precisa que aun cuando se consideren trabajadores independientes, se debe entender que existe una relación laboral por parte de empleadores y deportistas por la naturaleza de la propia actividad y no, como indebidamente suele hacerse en estos casos, una basada en las disposiciones civiles o mercantiles de contratación de servicios profesionales. Incluso en el Informe V, la Conferencia define la relación de trabajo de la siguiente manera: “La relación de trabajo es una noción jurídica de uso universal con la que se hace referencia a la relación que existe entre una persona, denominada «el empleado» o «el asalariado» (o, a menudo, «el trabajador»), y otra persona, denominada el «empleador», a quien aquélla proporciona su trabajo bajo ciertas condiciones, a cambio de una remuneración. Es mediante la relación de trabajo, independientemente de la manera en que se la haya definido, como se crean derechos y obligaciones recíprocas entre el empleado y el empleador. La relación de trabajo fue, y continua siendo, el principal medio de que pueden servirse los trabajadores para acceder a los derechos y prestaciones asociadas con el empleo en el ámbito del derecho del trabajo y la seguridad social. Es el punto de referencia fundamental para determinar la naturaleza y la extensión de los derechos de los empleadores, como también de sus obligaciones respecto de los trabajadores”. [2] En el presente caso la relación de trabajo entre un empresario de lucha libre y un luchador profesional subsiste en atención al principio de realidad el cual consiste, respecto de la materia laboral, en que “…la determinación de la existencia de una relación de trabajo debe ser guiada por los hechos de lo que realmente fue convenido y llevado a cabo por las partes, y no por la manera como una de las partes o las dos partes describen la relación de trabajo” [3]. Esto es, que bajo el esquema en que realizan su trabajo los luchadores profesionales, la relación laboral con los empresarios existe y, con ello, todas las prestaciones que al efecto establece la Ley Federal del Trabajo. Ahora bien, en el ámbito de la lucha libre, se ha vuelto recurrente la presencia de luchadores independientes, es decir, que sin pertenecer al elenco permanente de alguna de las empresas de dicho deporte, prestan sus servicios para determinadas funciones y espectáculos específicos. Sin embargo, aún bajo ese esquema, el deportista se encuentra sujeto a una relación laboral en atención a la dependencia económica “A esto hay que añadir el fenómeno del trabajo «económicamente dependiente», que se sitúa a medio camino entre el trabajo independiente y el dependiente. Los trabajadores son formalmente independientes pero su ingreso depende de unos pocos «clientes» o de uno solo.” [4] Aunado a ello otros factores como la relación de subordinación, las herramientas de trabajo, el pago sujeto a llevar a cabo cierta actividad en horas preestablecidas por el patrón, el lugar de prestación del servicio (el cual es propiedad del empresario), entre otras que marca la ley y los criterios jurisdiccionales. Bajo estas condiciones laborales nos encontramos ante un caso de doble discriminación que debe de atenderse por el Estado mexicano, ya que además de las precarias condiciones laborales que tienen que sufrir al practicar este deporte, tienen que luchar contra la discriminación por razón de género, toda vez que las remuneraciones entre hombres y mujeres no son las mismas, además de no contar con seguridad social mínima que les permita dar lo mínimamente necesario a sus familias en las cuales son, mayoritariamente, los principales proveedores. Al respecto, tanto el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) como el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES), señalan la inequitativa situación que sufren las mujeres en cuanto al pago de salarios, lo cual queda evidenciada en el caso de la lucha libre femenil en la que la remuneración obtenida por las mujeres practicantes es considerablemente inferior a la de sus pares masculinos. De forma precisa, la Encuesta Nacional Sobre Ocupación y empleo de 2010 arrojó que , en promedio, la diferencia salarial entre hombres y mujeres en el desempeño de las mismas actividades fue de 8.2% en detrimento del sector femenino, considerando que en algunas actividades la diferencia promedio rebasa los 40 puntos porcentuales.