Memoria Adentro
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Mario Halley Mora Memoria adentro 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Mario Halley Mora Memoria adentro Presentación Nuestra Editora nace con esta novela de Mario Halley Mora, consolidando desde el inicio mismo, su intención de acoger a las más notorias y consagradas firmas intelectuales del Paraguay. En la serie de Literatura irán desfilando aquellos que han sido consagrados por el público, como también autores jóvenes que, a juicio de nuestros asesores literarios, merecen la alternativa de demostrar su talento. Así, de la misma manera que editaremos a triunfadores, editaremos también a los que merecen triunfar, o por lo menos, tener su oportunidad, esto último, porque nuestra filosofía empresarial nos indica que si editar a autores jóvenes es un riesgo, el riesgo vale la pena si ayudamos a descubrir un talento nuevo. Entretanto, ya nos encontramos montando la infraestructura para iniciar una serie de Poesía Paraguaya, obras históricas de interés general, y postulaciones políticas, culturales y económicas que encuentren en el libro, la vía más idónea para su expansión y penetración. Entretanto, nos satisface y enorgullece que don Mario Halley Mora haya consentido en entregarnos sus originales de la presente novela, de lectura atrayente, apasionante, como es toda la producción de este ilustre compatriota. Asunción, Marzo de 1989 Roberto Cabañas Editor. Prólogo Lo común cuando se prologa un libro es hacer un comentario sobre el mismo. Esto es en cierta forma un anticipo. En ocasiones, sin embargo, el prologuista nos cuenta hasta el final, bien en forma sucinta, bien saturando tantas o más hojas que el autor, lo que en verdad no hace sino irritar al lector, según mi propia experiencia personal como tal. Por todo esto, al comprometerme a estas breves palabras de «presentación», entre autor y libro, he pretendido elegir al primero, sin preferir a su «hijo literario» que es parte y parto de su personalidad, al envolver su autoría. Tampoco mi elección ha sido fácil, ya que al decidirme a escribir sobre una personalidad tan conocida, de comediógrafo, ensayista, poeta, narrador y periodista, ¿acaso necesita Mario Halley Mora una presentación? Pienso que no. Que quien se está presentando es el que suscribe, que en cierto modo cambió el comercio, el campo y otros intereses que ha dejado de cultivar no totalmente, por la tarea de mayor plenitud de profesor titular de la Universidad Nacional de Asunción o en sus escarceos por el PEN CLUB y otras instituciones culturales, de las cuales, o de la mayoría uno ha sido distinguido como miembro. Como decía más arriba, al presentar me estoy presentando, error de vanidad en el que muchos incurrimos, o solamente justificación ante terceros de por qué presento yo a una persona tan madura, conocida y triunfadora en el campo de las letras como mi respetado, admirado y querido amigo Mario Halley Mora. Sin duda es porque él siempre me distinguió dándome sus escritos para leer y escuchando mis opiniones sobre los mismos. Mi opinión sobre Memoria adentro es óptima. Los lectores lo apreciarán, y mi opinión sobre el escritor es también la mejor, pero quiero enfocar un aspecto sobre Mario, que puede haber sido discutido en su personalidad de escritor: el de periodista. Para muchos, el «periodista mata al escritor, bien por la inmediatez, la urgencia de la noticia, bien por su naturaleza de periodista condicionado por el periódico en el cual escribe, que al fin es la respuesta a aquello de «ganarás el pan... etc.». En el caso de Mario Halley Mora, es colorado y no creo que niegue ni reniegue jamás de esa definición política. Tuvo que hacer un periodismo comprometido. El último alud lo arrastró, pero cayó de pie. No se unió al vocerío insultante que precedió al derrumbe de 34 años de un sistema que lamentablemente vivió una agonía de furias. Nunca agravió a nadie, ni dedicó poemas a nadie. En medio de los hierros de la pinza del capítulo final, conservó su independencia intelectual, y siempre se negó a ser cortesano. Los hombres que huelen a tinta son explosivos o mansos, pero al fin son hombres de ideas que son lanzadas como misiles en el alma del lector. Son hombres que debieran ejercer una libertad plena, pero me pregunto si existe tal cosa, cuando la amarga experiencia enseña que la restricción es la norma, y el periodista, en ese caso, le quita al autor tiempo y libertad. A mi presentado lo conozco hace más de 30 años (llevo de hispano-paraguayo 35). Lo he conocido en la función pública por un tiempo, hasta 1970, último año en que fue funcionario público. Desde entonces no conozco decreto alguno que le nombre en ninguna parte, en ningún cargo grande o pequeño que constituya privilegio o sinecuras, ni que le libere de impuestos un sólo automóvil -de hecho, el que posee ahora, es «mau»-. En 1977 fue nombrado Jefe de Redacción del Diario Patria, órgano periodístico de un gran partido político. No lo he conocido como activista político, ni como consejero de ninguna corporación o ente autárquico estatal, ni como candidato a ningún cargo electivo, ni como miembro de ninguna Junta Electoral, ni como oyente ni disertante de ninguna «academia de formación política», seminario, panel o lo que fuere. Eso sí, supo hacerse de grandes amigos entre los cuales me place figurar. En fin, si hizo política, la hizo como periodista y como colorado que nunca perdió la fe en su Partido, que no es lo mismo que la fe en los hombres. Y ahí está el quid de la cuestión. A Mario Halley Mora, escritor consagrado se quiera o no se quiera pues su obra lo rubrica, le faltó, como siempre lo dije, saltar las líneas nacionales para consagrarse y ser más conocido en el exterior, bien con la singular característica de su paraguayidad con la que está saturada toda su obra -que lo digan Ernesto Báez y Carlos Gómez - bien con la universalidad de sus personajes, porque siendo estos singulares, se convierten en clásicos y lo clásico es universal. Por lo demás, la «contestación» que se primaverizó el 2 y 3 de febrero de 1989, tuvo su inicio casi en el nivel subliminal, en la década de los años 60 y parte del 70 con las obras de Halley Mora en el Municipal, atiborrado de multitudes, de gente que aún vive, que daba razón a Ernesto Báez cuando decía que «representar a Halley Mora es un deleitoso peligro». Entre todas esas obras que fueron introduciendo cuñas, citemos solamente, por dar un ejemplo: «La Madama», ahora y entonces de candente simbolismo. Halley Mora ha sido destituido de Patria. Curioso que se sostuviera allí contra la llamada «militancia» y fue arrastrado por ella en su caída. ¡Pero qué estupendo! Vuelve a adquirir su libertad de escritor sin perder su condición de colorado. ¿Pero acaso los autores o los grandes hombres tienen color o se ven condicionados por ideas políticas? Yo diría que sí, desde Aristóteles a Montesquieu, pasando por Locke hasta Martínez de la Rosa a Jacinto Benavente, o desde Julio Correa a Augusto Roa Bastos o Mario Halley Mora. Cada uno de los personajes, cada parcela de la Sociedad que crean o nos describen, es un pedazo de la vida, y la vida es un quehacer y toda acción dentro o fuera del Estado es política, porque el hombre es un animal político, un Zoon Politícokon, un animal cívico, político, económico, religioso y moral, y el autor, al crearlo o extraerlo de la realidad social y entregarlo al lector para que lo juzgue, ya hace política. Pues bien, señores. Aquí el soneto es más largo que el poema. Lean el poema, olvídense del sonetista y critiquen. Eleven a los altares la obra del que yo considero un gran escritor, o húndanla en un pozo de sordidez. Ahí está la libertad de juzgar. Terminaré diciendo que por lo que a mí me toca, me gusta más la pólvora que el incienso, y que agradezco a mi buen amigo, autor de Memoria adentro, haberme elegido para prologar este libro, que creo será una estupenda aportación a la cultura paraguaya. Tomás Mateo Pignataro Marzo - 1989 Justificación He sentido de pronto la compulsión de ordenar mis apuntes, notas, recortes de diarios, e ir contando todo tal como creo que sucedieron las cosas. Garantizo la verdad de lo esencial, y esto conviene aclararlo porque a más de quince años de distancia se produce la «trampa del recuerdo» que incide en el estilo, la descripción y las palabras pronunciadas. He tratado de escapar de esa trampa preocupándome de descorrer ese velo que pone el tiempo sobre los hechos y que nos hace verlos sin la crudeza de sus colores y el filo descarnado de sus aristas. He tenido tiempo, y medios, mediante Noelia, de leer mucho, que acaso signifique aprender mucho, o aprender algo, como narrar coherentemente lo que me ha conducido hasta aquí, en esta media docena de cuadernos. En el curso de este trabajo de narrar he descubierto algo insólito, como que de la misma manera en que los hombres maduros exudan cierta ironía con respecto a los jóvenes, también la ironía está presente cuando se trata de la propia juventud, y tanto es así que me veo a mí mismo, quince años atrás, como otra persona y yo al mismo tiempo, instalados en un espacio temporal en que la experiencia juzga (y ríe) de la inocencia. Algo parecido sucede -he vuelto a releer mi manuscrito- con algunos párrafos absolutamente delirantes que no atino a atribuir al yo-joven sumergido en la fiebre de aquellos acontecimientos, o al yo-ahora intoxicado por la fenomenal futilidad que fue mi vida, especialmente en el tiempo en que ocurrieron las cosas, de 1987 a 1989.