Definición Del Viento
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Juan Ignacio López Carbonero DEFINICIÓN DEL VIENTO Antología poética (2011 – 2016) a los amigos, compañeros de viaje (...), dedico también un recuerdo. Jaime GIL DE BIEDMA este es para Carmen, siempre pero también para ellos, los buenos amigos sin los cuales este humilde libro sería polvo, humo, sombra, nada; así que este es para Gema, eterna luchadora; para Alfonso, para Charlie, para Alberto, para Alex, para Mario, para Julia, para Cris, para Javi y Natalia, para Camil, para Isa, para Arantza, para Virginia y para Elena por la inmensa fortuna de teneros a mi lado; también es para Laura y para Leo y para Lola y para Eva, tan lejos y a la vez tan cerca y a la vez tan queridos y necesarios; para mis queridos padres — ça va de soi; y para Marcos, Patri, Víctor y Paloma, por todos estos años de irrevocable amistad que bien valen algunos versos; A ellos les debo todo lo que soy y todo lo que escribo. TRES SONATAS DE INVIERNO a Luis García Montero Los ruidos de la calle enturbian los recuerdos del pasado. Tres sonatas de invierno. La primera: un Madrid con el semblante vacío: un taxi sin retorno, otro poeta en el asiento de atrás y su mirada no demasiado cerca del amor, no demasiado lejos de la muerte, recordando un esbozo de poema en el café de aquellos ojos verdes que sometidos a los designios del olvido yacen muertos en el fondo del vaso. En los viejos papeles de un cajón, la ironía de una noche de septiembre. En el taxi, ventanilla bajada (tediosa rutina de lunes por la mañana), se desdibujan los amores fatuos muy despacio, como si el fantasma de los viandantes meciera las ramas de los arbustos, implacable, furioso de pasión entre sus carnes. Tres sonatas de invierno. La segunda: — 7 — el tintero, hastiado de palabras y de sueños, aplastado por el verso de piedra de una noche de junio. Soledad, eterno copiloto, me acompañas en este viejo taxi, sucio, desvencijado; me traicionas, fantaseas con mi recuerdo dormido. Tres sonatas de invierno: y la tercera; después del terremoto las nostalgias han cambiado de sitio. El silencio, después de la tormenta y los relámpagos, se escapa en los abrazos perdidos en el viento fantaseando con volver a los viejos cafés de los — en los que los borrachos y algunas prostitutas recitan Gil de Biedma en el whisky que cobija sus vidas —, rescatar de las personas del verbo aquellos ojos verdes atropellados por un viejo taxi del Madrid gris castizo, deformado por las noches sin guía que alumbran mis recuerdos. Tres sonatas de invierno. Y el maestro Gil de Biedma se revuelve en su tumba, invocando los caminos del poeta que fue abandonado por la sombra de las sombras. Sólo a veces la muerte de las palabras borra los recuerdos. — 8 — OTOÑO ENTRE NOSOTROS Ventana de mi sombra, observa atentamente sin rencor pasar las estaciones, la neblina inquebrantable escapándose del curioso acontecer del transcurrir del tiempo. Solitario, recuerdo esa mirada que se refleja en los atardeceres parcialmente oculta por el paso de las noches. Hace algún tiempo, en la perdición de mis recuerdos, fantaseábamos con aquellas noches vencidas al aroma de las musas y el viento. Escapábamos de brazos del invierno sin más cobijo que nuestra piel y nuestro sueño, rociados por una lluvia soñada entre dos. Soñar con nuestros besos tal vez forzados entre bambalinas ¿Acaso sólo aquello fue verano? Los recuerdos, sutilmente evocados, se me escapan del aire y vuelan entre la hierba; defenestran la soledad mórbida que mana de los versos escritos por un poeta en otro tiempo, en la soledad del tiempo. Otoño entre nosotros. ¿Tan veloz, tan deprisa ha pasado nuestro tiempo? — !9 — ¿Cómo saber si no son cenizas lo que se ha llevado el viento? ¿Dónde encuentro una cálida respuesta cuando el amor se ha adentrado en el bosque del frío y el terror invade las memorias más profundas del reino de mis sueños? Fuimos juntos hacia la última sombra que el horizonte nos deja percibir; vuelan los recuerdos a lo largo del camino. Pero aún quedan fantasmas del otoño. Comprendimos que el tiempo sin tiempo nos observaba con ojos de Rimbaud a la espera del alba. Entonces, sólo entonces, descubrimos que era hermoso atardecer unidos, dar otra vuelta de tuerca a nuestra fantasía, derrotar en la arena los relojes, parar el tiempo y vivir nuestra historia, volver a los orígenes, volver a aquellos tiempos del amar por amar. A aquellos tiempos en los que un te quiero valía más que mil imágenes. — 10 — PRESAGIO Noviembre congela los suspiros de los enamorados. Los recuerdos, volátiles, difusos, se escapan de las manos en nubes de miradas. Esbozo en viejos lienzos los trazos de una Venus desafiando al embrujo enclaustrado de mis noches, a los versos ocultos en mi invierno porteño donde se esconde la bohemia del tiempo. Allí me encontrarás, dibujándote despacio, buscando la perfecta sinfonía entre tus labios, resistiendo la dulce tentación de perderme entre tu pelo. Mi silencio críptico busca una salida que no existe, acaso en el sueño de mis noches de otoño perdidas en la sombra de Madrid. Te cruzaste en mi vida sin buscarlo muy despacio, entre viejas sombras y recuerdos ya olvidados que se tragó la bruma de un abril sigiloso. Pasé media vida encadenado a un melodrama, a otros labios de ensueño pero harto efímeros y pasajeros. Después de la tormenta gravitaron las nostalgias. (Esa noche las vieron, quejumbrosas, a la luz de la luna). Y me vieron caer una y otra vez, — 11! — y mil más levantarme y arrepentirme, y cuando no quedó ningún te quiero en la recámara, viví mi vida, desentendido de hogueras antiguas. Y ahora soy libre como el viento, libre de inventarme mi propio amanecer y libre también para estar contigo. Ven. ¿Ves el hielo en el reloj de arena? Aquellos tiempos en los que los amores muertos se escaparon rodando por las vías terminaron, hoy no son mas que polvo en el desierto. Tus ojos me han devuelto la sonrisa que se llevó la marea aquella noche de octubre. Salgamos a volar, preciosa mía, déjame comprobar que el cielo se ha impregnado de tus labios, déjame sentirte, despertar el amor brujo que se llevó la bruma con mis lágrimas; déjame percibir en tus cálidos indicios la suave timidez de un amor desvelado; y después, cuando nada me lo impida, besarte hasta morir. Salgamos a volar, preciosa mía, buscando la última nube del cielo, lejos, muy lejos de mi soledad sin descanso. Y desde lo más alto en sublime perfección contemplar la pirotecnia, sentirnos fuertes, — 12 — dejar a un lado las cortinas y susurrarte al oído el alegato final de mi poesía. Despertar una mañana con el corazón pegado a las sábanas, ¿un presagio? Viejo guerrero de sombras e ilusiones, ahora es tiempo de volver a soñar, de parar el tren y revocar las maldiciones. Es un segundo asalto, es pasar al contraataque, despertarme otra mañana y sentir los dulces brazos de mi Venus en la ventana. Llévame con tu sonrisa al abismo. — !13 — REFLEXIÓN PASAJERA DE UNA NOCHE EN SOLEDAD Sonreírme en el espejo de un sonámbulo autobús en mi Madrid ambiguo y soñarte, efímera, sin apenas intención. Miré por aquella ventana ajena esperando a mi princesa entre la cohetería. Pero no estaba allí. Amarte y no tenerte, desbordando tristeza, desesperándome cada mañana al despertarme sin ti. Desesperado, encontré en mi onírico cobijo el último resquicio para abandonar mi cruel soledad; y al final te encontré susurrando a mis recuerdos una íntima fantasía, desvelando una última mirada surrealista que liberó mi pasión infinita en tus ojos inmensos. Ven conmigo, cielo. Dame una buena razón para no besar tus labios de miel esta noche. Ven, no tengas miedo. Disfrutemos del embrujo y la locura nocturna. Te quiero. Hoy está más claro que nunca, el mínimo recuerdo de aquellas sonrisas de fin de otoño rebosa de existencia. Esta noche he deseado perderme entre tus brazos, soñar con el abrigo de una caricia entre las campanadas, bailar contigo toda la noche hasta morir, desafiar al frío y a las distancias, comerte a besos al amparo de las estrellas dejándome caer por los relieves de tu pelo hasta contemplar que eran ciertos los oscuros rumores, que mi perdición completa sólo está en tus labios. — 14 — LETARGO Despertar de un largo sueño y darse cuenta de que no hay nada. Recobrar el presente, el impasible invierno en la calle, en mí, en todo. Me siento inútil, simple, pequeño, tengo miedo a que no haya nadie detrás de mí para vencer la gravedad de mi realidad, el gris destino al que me enfrenté sin retorno toda mi vida. Nunca un poema, unas palabras, sirvieron tanto de espejo del alma, convergencia de realidades que se encontraron en la calma de la noche. Jamás el sueño de esta azabache tinta derramada en la persistencia de la memoria creó un vacío semejante al de esta noche. A veces no comprendo ni lo que escribo ni lo que siento. Mi cabeza da vueltas. Intento derivar la mente hacia otra cosa (recuerdos sacados de un cajón, algún surco, alguna circunvolución, qué sé yo, algún papel fuera de sitio), pero es inútil: — !15 — tarde o temprano, el corazón se hiela (contra mi voluntad, es evidente) y me atropellan las sombras de los viejos tiempos. Ya no me importan ni los versos, ni la métrica, ni nada; encadenado a endecasílabos sólo se escriben mentiras. Aún recuerdo aquellas noches de noviembre en las que la luna me inspiraba canciones de amor en la ventana. Echo de menos una caricia a tiempo, unos labios de buenas noches.