COMUNICACIÓN ACADÉMICA N° 1691

Del académico de número don H. Daniel Antoniotti, acerca de

EL SABATO QUE SE FUE

Señor Presidente:

Ernesto Sabato tuvo una decidida ciudadanía bonaerense, es decir provinciana en el sentido con el que ese gentilicio se emplea para referirse a la provincia más poblada del país. Nacido en Rojas en 1911, donde transcurrió años de infancia y adolescencia, luego cursó sus estudios universitarios en La Plata y se afincó definitivamente durante sesenta años en Santos Lugares, donde murió y pidió ser velado. Sus restos mortales, por último, y pareciera que para siempre, reposan en un cementerio de Pilar. Sé que por alguna persecución política tuvo que emigrar de La Plata a en la década del ’30, cuando todavía era estudiante, aunque si agregamos sus años parisinos trabajando en el Laboratorio Curie, la capital del país no lo debe de haber tenido demasiado tiempo con domicilio establecido en ella. Sin embargo, la dimensión porteña y tanguera de Ernesto Sabato y de una parte sustancial de su obra es innegable. El venturoso emprendimiento de Ben Molar en 1966, Los 14 con el tango, lo privilegió con Aníbal Troilo musicalizando su poema “Alejandra”. Ese personaje seductor y pesadillesco extraído de su Sobre héroes y tumbas, con el que algunos adolescentes y jóvenes soñaron y fantasearon en esa década y en la siguiente. En la letra en cuestión, Sabato se reencuentra con la novelesca Alejandra allí donde se produjo su parto literario, en el Parque Lezama. Le tocó en suerte al cantor Reynaldo Martín, el Alemancito, hacerse cargo de la interpretación en aquel recordado long play de los 14. Como si no fuese suficiente acercarse por primera vez al género con la compañía de Pichuco, en 1975 Sabato reincide en un emprendimiento poético tanguero, esta vez con , quien le dio la melodía entonces a los versos de “Al Buenos Aires que se fue”. Allí, con su voz tristona, el escritor recitaba un rosario de recuerdos infantiles muy parecidos a los de mi padre: “Tiempos de las cintas de Tom Mix y de las figuritas de colores, /de Tesorieri, Mutis y Bidoglio, /tiempo de las calesitas a caballo […]”. El discurso del escritor elevaba su tono en el nostalgioso verso: “Feliz de vos, Homero Manzi, que te fuiste a tiempo”. Esta composición se integró al disco larga duración Los 14 de Julio De Caro, aunque también recuerdo de aquella época un disco simple en el que de un lado estaba esa versión de “Al Buenos Aires que se fue” y del otro el tango “Alejandra”, esta vez no cantado, sino recitado por el autor. Viene bien señalar que los pocos emprendimientos decididamente líricos de Sabato, por lo menos de los que se hicieron públicos, discurren por el ámbito de la canción popular. A estos dos poemas cabe agregar una obra de más largo aliento en el campo de la proyección folclórica, inspirada en fragmentos de Sobre héroes y tumbas, el Romance por la muerte de Juan Lavalle, que fue musicalizado e interpretado en su primera versión por Eduardo Falú. El Sabato ensayista fue tal vez el que con más enjundia se lanzó a la escritura, contaminando, incluso, buena parte de su producción novelística. Es en ese género, el del ensayo, que se recuerda Tango: discusión y clave, que publicó en 1963. Integrado en su mayor parte por una recopilación de opiniones ajenas, exhibe, en el breve tramo en el

1 que Sabato se expide sobre el género, sus ideas firmes, originales y, como casi todo en Sabato, discutibles. “Tango, canción de Buenos Aires” es el capítulo en el que él se explaya destacando el carácter híbrido de la música de Buenos Aires y dándole una impronta elogiosa a esa hibridez. Sin esforzarse demasiado, refuta a Carlos Ibarguren, que negaba la argentinidad del tango, precisamente por considerarlo híbrido. En cuanto a la impronta sexual de la danza, señalaba que, si bien resulta innegable su origen prostibulario, se podía sospechar que era su reverso, pues “la creación artística es un acto casi invariablemente antagónico, un acto de fuga o rebeldía. Se crea 1o que no se tiene, lo que en cierto modo es objeto de nuestra ansiedad y de nuestra esperanza, lo que mágicamente nos permite evadir de la dura realidad cotidiana. Y en esto el arte se parece al sueño”. El descontento crónico del carácter nacional hace del tango una danza introvertida y hasta introspectiva: “un pensamiento triste que se baila”, sostiene glosando a su admirado Discépolo. En la sonoridad del bandoneón iban a anclarse algunas de las claves del alma tanguera. Por último, encuentra la hondura metafísica del género en “el crecimiento violento y tumultuoso de Buenos Aires”, en la época de la gran inmigración, que vino con esperanza pero muchas veces halló frustración, resentimiento e inseguridad. En esta indagación ontológica, confraterniza, por momentos, con el Scalabrini Ortiz del El hombre que está solo y espera. El prólogo de este libro está dedicado a y lo concluye expresándole: “Y ahora, alejados como parece que estamos (fíjese lo que son las cosas), yo quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho más me gustarla que no le disgustasen. Creameló”. En ese tono encuentro una cierta reminiscencia del prólogo que el propio Borges le dedica a Lugones en El hacedor y que se reproduce en El otro, el mismo. Aunque se sabe que el paladar tanguero de Sabato comprendía un arco de gustos más amplio que el de Borges, limitado este a las primeras épocas, las anteriores al tango canción. El hombre de Santos Lugares, por el contrario, también gozaba con Gardel, la guardia nueva decareana y los dorados cuarenta. Algunas de las ideas que se exponen de manera ensayística en este breve trabajo habían salpicado algunos tramos de Sobre héroes y tumbas, novela publicada en 1958. En los papeles de reparto de ese extenso relato se encuentra algún personaje de la caricaturesca fauna tanguera, como Humberto D’Arcángelo, quien junto al protagonista, Martín del Castillo, escucha embelesado la versión discográfica de Gardel de “Alma en pena”. D’Arcángelo sentencia que, a diferencia de otros ritmos más movidos y frívolos, “el tango es algo serio, algo profundo. Te habla al alma. Te hace pensar”, una vez más, en clara comunión con la dramática perspectiva discepoleana. Es este el Tito D’Arcángelo al que se refiere Sabato cuando presenta la contratapa de uno de los varios discos lunfas de Edmundo Rivero. Siguiendo con la novela, se puede recordar que el tortuoso enamoramiento de Alejandra y Martín, en un momento los encuentra a ambos en el viejo caserón de los Vidal Olmos en la calle Río Cuarto, escuchando premonitoriamente los versos de “Como abrazado a un rencor”: “Yo quiero morir conmigo / sin confesión y sin Dios / crucificado en mi pena / como abrazado a un rencor”. Martín también recordará aquel verso de la “Canción desesperada” de Discépolo: “Dónde estaba Dios cuando te fuiste”, al que en alguna ocasión Sabato calificó de digno de Lope de Vega. En los tramos finales de la novela, Martín se recupera de una borrachera en una humilde casa en la que se luce en una pared descascarada un retrato de Gardel. Lo atiende una mujer que declara su fascinación por

2 el cantor cuando entona “Madreselva” o “Caminito”. En Sobre héroes y tumbas, la ciudad de Buenos Aires es un telón de fondo dinámico, a veces casi con carácter coprotagónico, como pretendían los románticos que debía ser el paisaje en la literatura. San Telmo, Barracas, el Parque Lezama, cafés y confiterías como La Helvética de la Avenida Corrientes, los subtes y sus recovecos habitados por la satánica secta de ciegos, Belgrano, donde Fernando Vidal Olmos, en el entorno de la iglesia de la Inmaculada Concepción, emprende un dantesco descenso a los infiernos, como si alrededor de este templo, conocido como “la Redonda” por su arquitectura, se prolongaran los círculos de la Divina Comedia. Claro que con el pesimista Sabato, en este caso no habrá un ascenso celeste, tal como se plasma en la obra del poeta florentino. También es visitada la Plaza San Martín, que había sido transitada por los protagonistas de su anterior novela, El túnel, y otros muchos lugares que se me escapan. Una recorrida por Internet da cuenta del guión que Sabato escribió para un cortometraje de Ricardo Alventosa, llamado Gotán, en 1965, y Horacio Ferrer en su Diccionario recuerda una grabación de Piazzola en 1963 con su octeto de un tema propio del músico llamado “Introducción a Sobre héroes y tumbas” con el novelista recitando tramos del “Informe sobre ciegos”, ese capítulo casi autónomo que integra la monumental narración. Se fue Sabato como se fue ese Buenos Aires al que le cantó en aquellos versos musicalizados por De Caro. Se fue Sabato y la literatura se queda sin una voz a veces admirada y a veces vilipendiada. Tan deslumbrante, por momentos, como generadora de polémicas. Una figura ubicada a priori en el olimpo de la considerada “alta cultura” que, a su modo, con sus pasiones y sus contradicciones, supo expresar de una manera, seguramente parcial, pero a la vez intensa y original, aspectos profundos del tango y del alma argentina.

Buenos Aires, 7 de mayo de 2011

H. DANIEL ANTONIOTTI Académico de número Titular del Sillón “Enrique González Tuñón”

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