Historia Literaria. Siglo XIX: Poetas
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Estudios y discursos de crítica histórica y literaria. Siglo XVIII: historia literaria. Siglo XIX: poetas Índice: ESTUDIOS SOBRE EL SIGLO XVIII NUESTRA LITERATURA EN EL SIGLO XVIII (RESUMEN) ITALIA Y ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII NOTICIAS LITERARIAS DE LOS ESPAÑOLES EXTRAÑADOS DEL REINO EN TIEMPOS DE CARLOS III JESUITAS ESPAÑOLES EN ITALIA EL ABATE MARCHENA JOVELLANOS JOVELLANOS Y MALLORCA QUINTANA CONSIDERADO COMO POETA LÍRICO SIGLO XIX.—ESTUDIOS POÉTICOS DON FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA EL MARQUÉS DE MOLINS POESÍAS DEL MARQUÉS DE HEREDIA EL DUQUE DE VILLAHERMOSA EL MARQUÉS DE VALMAR DON GASPAR NÚÑEZ DE ARCE CANCIONES, ROMANCES Y POEMAS DE VALERA file:///C|/PARA_PUBLICAR/ABRIL/MENENDEZ_PELAYO/029158/01.HTM ESTUDIOS Y DISCURSOS DE CRÍTICA HISTÓRICA Y LITERARIA — IV : SIGLO XVIII : HISTORIA LITERARIA.—SIGLO XIX : POETAS. ESTUDIOS SOBRE EL SIGLO XVIII [p. 3] NUESTRA LITERATURA EN EL SIGLO XVIII (RESUMEN) [1] CON el advenimiento de la dinastía francesa al trono de España, se inició entre nosotros una modificación literaria, que trascendió a otros ramos de nuestra cultura. Contribuyó a allanar el paso a la influencia extraña, la decadencia y senectud visible de la civilización indígena, no tan muerta, sin embargo, en los últimos días del siglo XVII, como pudieran inducirnos a creerlo apasionadas [p. 4] declamaciones. Cierto que las bellas letras agonizaban, en términos que apenas es posible recordar otro nombre ilustre que el de Solís en la Historia, y los de Bances, Candamo y Zamora en el teatro. De la poesía lírica apenas quedaban reliquias, ni es lícito dar tan alto nombre a las rastreras y chabacanas coplas de Montoro, Benegasi y otros aún más oscuros. Pero la literatura científica no había llegado a tan miserable postración y abatimiento, y vivía aún de la savia de edades anteriores, produciendo teólogos y canonistas tan insignes como el cardenal Sáenz de Aguirre, comentador profundo de S. Anselmo y editor de los Concillos españoles; jurisconsultos tan versados en los misterios de la antigüedad romana como Ramos del Manzano y Fernández de Rétes, cuyas obras coleccionó Meerman, y cuyos tratados de posesión, todavía en nuestro tiempo ha encomiado el gran Savigny. Además ilustró gloriosamente los últimos años del siglo XVII, una pléyade de críticos históricos, empeñados en la noble empresa de depurar de fábulas nuestros anales. Y lo cierto es que a aquella edad de Carlos II, infelicísima por otros respectos, se debieron tan ingentes trabajos como la ya citada colección canónica de Aguirre, las dos Bibliotecas (antigua y nueva) de Nicolás Antonio, su Censura de historias fabulosas, donde batió en brecha los falsos Cronicones de Dextro, Marco Máximo, Luitprando y Juliano; la Themis Hispanica (o historia de la legislación española) de don Juan Lucas Cortés, y otros insignes trabajos de Fray Hermenegildo de San Pablo, del Deán Martí y otros preclaros varones. De igual modo, tampoco las ciencias exactas y naturales habían permanecido estacionarias. Quizá desde los tiempos de Pedro Juan Núñez, no había tenido la peninsula ibérica matemático más esclarecido que el autor de la Analysis Geometrica, Hugo de Omerique, cuyo libro tan elogiado por Newton, apareció en Cádiz en 1698. Los estudios de medicina y física experimental adelantaron no poco con la creación de la Real Sociedad de Sevilla, cuyas [p. 5] memorias encierran gran número de observaciones rigurosamente metodizadas. Había, pues, gérmenes científicos en la España de fines del siglo XVII, y lícito es creer que aun sin el impulso oficial y centralizador del gobierno de Felipe V, hubieran florecido los Solano de Luque, los Tosca y los Feijóo. No se ha de negar, por eso, a Felipe V (aunque príncipe débil, apático y valetudinario) ni menos a sus consejeros la prez de haber impulsado los estudios graves, siguiendo el modo centralista y oficial que estaba de moda en Francia. Y de hecho prestaron muy positivos servicios a nuestra cultura la Academia Española con su Gramática y con su Diccionario de Autoridades, riquísimo tesoro de la file:///C|/PARA_PUBLICAR/ABRIL/MENENDEZ_PELAYO/029158/01.HTM (1 de 7)23/04/2008 12:00:05 file:///C|/PARA_PUBLICAR/ABRIL/MENENDEZ_PELAYO/029158/01.HTM lengua castellana: la Academia de la Historia con los primeros tomos de sus Memorias, y con la eficaz protección que concedió a los viajes científicos y a las exploraciones en los archivos. Continuó, pues, en las primeras décadas del siglo XVIII el notable movimiento de la crítica histórica, iniciado en la edad anterior, y fueron dignos sucesores de los Nicolás Antonio, los Lucas Cortés y los Salazar y Castro, el Padre Berganza en sus Antigüedades de Castilla, Ferreras en su Sinopsis cronológica; el Padre Burriel, cuyos maravillosos trabajos sobre nuestra historia cronológica y civil quedaron desdichadamente manuscritos; los dos hermanos Mayans, y sobre todo el Padre Flórez y sus continuadores en la incomparable España Sagrada. Del vigor y de la actividad de los trabajos críticos en aquel reinado dan testimonio asimismo los trabajos numismáticos y epigráficos del insigne catalán Finestres y del doctísimo valenciano Pérez Bayer, por quien puede decirse que despertaron los estudios orientales. Su libro de las Medallas hebraico-samaritanas, su disertación sobre la lengua líbico-fenicia, así como el libro de Finestres sobre las inscripciones romanas del Principado de Cataluña, y la memoria del Deán de Alicante Martí, sobre el teatro de Sagunto, mostraron que aún no estaba apagada en España la luz que encendieron los Antonio Agustín y los Lastanosa. Continuó este saludable renacimiento en los dos reinados posteriores, y se vió a Velázquez estudiar las monedas primitivas o autónomas de España, a Asso y Manuel imprimir nuestros viejos cuerpos legales y penetrar en el laberinto de la primitiva legislación de Castilla; a Capmany desenterrar el [p. 6] libro del Consulado y las memorias de la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona; al Padre Arévalo y al cardenal Lorenzana imprimir de nuevo las obras de los PP. de la Iglesia Española y los monumentos de nuestra primitiva liturgia; a Sarmiento y a Sánchez investigar los orígenes de nuestra poesía; a Floranes copiar infatigablemente privilegios y cartas municipales; a los PP. Caresmer y Pascual escudriñar los últimos rincones de los archivos monásticos de Cataluña; a Bastero acometer la grande empresa de su Crusca Provenzal; a Cerdá y Rico publicar gran número de crónicas, y a los Académicos de Buenas Letras de Barcelona, trazar el mejor libro de crítica histórica que se vió hasta su tiempo. Honrábanse, a la par, las ciencias físicas y matemáticas con los nombres de Ulloa y Jorge Juan, autor egregio del Examen Marítimo, y propagador de los principios newtonianos en España. Cultivaban la botánica los Quer, los Ortega, los Mutis, los Cavanilles, los Salvador, los Bernardes y los Rojas Clemente. Fundábanse el Gabinete de Historia Natural y el Jardín Botánico. Se asociaba España a todas las empresas científicas, desde la medición de un grado del meridiano hasta la determinación del sistema de pesos y medidas. Badía exploraba el África y el Oriente musulmán, Azara el Paraguay y el Río de la Plata. Molina escribía la Historia Natural de Chile. Clavijero estudiaba las antigüedades mejicanas. Yacían otros estudios en general abandono, por menos conformes con la tendencia experimental y utilitaria de aquella época. Así, v. gr. la teología española no presenta nombres ilustres en el siglo XVIII, y vivía, por decirlo así, de los residuos de otras edades. Canonistas hubo muchos y no ayunos de erudición, pero viciados casi todos por preocupaciones regalistas, galicanas y episcopalistas, importadas de Francia: así Macanaz, Pereira, Campomanes, cuyas ideas y escritos no pueden separarse de la historia política de su tiempo, anterior al período que abarca la presente. file:///C|/PARA_PUBLICAR/ABRIL/MENENDEZ_PELAYO/029158/01.HTM (2 de 7)23/04/2008 12:00:05 file:///C|/PARA_PUBLICAR/ABRIL/MENENDEZ_PELAYO/029158/01.HTM En la filosofía se sintió muy desde el principio la influencia francesa, primero la cartesiana, y luego la sensualista y enciclopedista. Ya en los fines del siglo XVII comenzaron los españoles a tener conocimiento de las doctrinas de Descartes y Gassendi, que fueron expuestas con amplitud, y unas veces refutadas, otras [p. 7] adoptadas a medias, por el obispo Caramuel, por el judaizante Isaac Cardoso (en su Philosophia Libera) y por el obispo Palanco, grande adversario del atomismo. Acentuóse más este movimiento de aproximación a la ciencia francesa en el reinado de Felipe V, apareciendo entonces buen número de libros de filosofía natural y de cosmología, en que abiertamente se propugnaban los principios gassendistas y cartesianos. Distinguióse entre los partidarios de la doctrina atómica el Padre Tosca, que hizo muchos prosélitos en Valencia y Aragón. Siguiéronle en Castilla el Padre Juan de Nájera, el presbítero Guzmán, y el autor del libro Del ocaso de las formas aristotélicas. Acudieron los escolásticos a la defensa del vacilante Peripato, y cruzáronse de una parte a otra innumerables folletos, hoy de más curiosidad histórica que científica. Vino a dar la victoria a los innovadores el templado eclecticismo del Padre Feijóo, varón benemérito en altísimo grado de la cultura de su pueblo, incansable destructor de preocupaciones en todos los ramos de la ciencia y de la vida común. Redúcense sus obras, coleccionadas con los títulos de Teatro crítico y Cartas eruditas, a una serie de disertaciones cortas, al modo de los ensayos ingleses, en los cuales se recorren las más diversas materias, con espíritu universal y enciclopédico, conforme al gusto de aquel siglo, fijándose el autor con especial ahínco en las de física experimental y medicina, penetrando alguna vez en el campo de la crítica histórica, y dedicando largo espacio a la impugnación de las artes mágicas y divinatorias y de los casos prodigiosos malamente autorizados por la creencia y voz popular. No se crea, por eso, al Padre Feijóo un escéptico o un volteriano: al contrario, de la pureza de su fe tenemos irrecusables testimonios.