En La Historia
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
129 En la historia Boletín de la BCN 129 2 COMISIÓN ADMINISTRADORA BICAMERAL BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE LA NACIÓN Presidenta Senadora Nacional Roxana Latorre Secretarios Senador Nacional Juan Carlos Marino Diputado Nacional José Antonio Vilariño Senadora Nacional Hilda Clelia Aguirre Diputado Nacional Eduardo Raúl Costa ... Diputado Nacional Lino Walter Aguilar Senadora Nacional Marina Raquel Riofrio Senador Nacional Ernesto Ricardo Sanz Diputada Nacional Mayra Soledad Mendoza Senador Nacional José María Roldán Diputado Nacional Francisco Omar Plaini Director Coordinador General BCN Alejandro Lorenzo César Santa 3 Boletín de la Biblioteca del Congreso de la Nación. -- Año 1, n.o 1 (1918)- Año 11 (1929) ; 2.a época, Año 1, n.o 1 (mayo 1932)-Año 2, n.o 6 (oct.1934) ; [3.a época], n.o 1 (sept./oct. 1934)- . -- Buenos Aires : Biblioteca del Congreso de la Nación, 1918- . v. ; 25 cm. ISSN 0004-1009. 1. Biblioteca del Congreso - Argentina - Publicaciones Periódicas. I. Biblioteca del Congreso. 4 En la historia Boletín de la BCN 129 5 ILUSTRACIÓN Un rayito de sol, Antonio Seguí (2006) 46 x 55 cm DIRECTOR RESPONSABLE Alejandro Lorenzo César Santa COMPILADORES Marta Palchevich y Ana Laura Rivara DISEÑO, COMPAGINACIÓN Y CORRECCIÓN Subdirección Editorial IMPRESIÓN Dirección Servicios Complementarios Alsina 1835, 4.º piso. CABA Las opiniones, ideas, doctrinas, conceptos y hechos aquí expuestos, son de exclusiva responsabilidad de los autores. © Biblioteca del Congreso de la Nación, 2015 Av. Rivadavia 1850, 3.º piso. CABA Registro DNDA n° 5229792 Impreso en Argentina - Printed in Argentina Noviembre 2015 Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 ISSN 0004-1009 6 Mi país es toda la extensión de América. Bernardo de Monteagudo ¿A qué le llaman distancia?: eso me habrán de explicar. Sólo están lejos las cosas que no sabemos mirar. Atahualpa Yupanqui 7 8 A este número del Boletín de la BCN lo hemos titulado “En la historia” con el propósito de que el lector, como parte del cuerpo social, pueda encontrar en ese campo, respuestas a buena parte de sus interrogantes y explicaciones a acontece- res de su tiempo y de su pueblo. La particularidad de esta edición consiste en los diferentes objetos de estudio, en las distintas propuestas historiográficas. “El hombre de a pie” ingresa en la historia aquí, desde el lugar de su madre, de su infancia, de su casa, con la problemática social, económica, política, judicial, cul- tural, y la lengua que lo nombra. Ingresa el pueblo con sus particularidades hasta en las “historias mínimas” más lejanas y sensibles. Ingresan la soberanía nacional y la integración suramericana. La connotación de los derechos humanos atraviesa todos los temas y es posible comprobar el avance producido en estas latitudes durante los últimos años, y también la tensión por la coexistencia de temporalidades en la que las herencias coloniales y las estructuras de poder preexistentes, positivistas o religiosas, inten- tan mantener su vigor. “En la historia” da pie a la independencia nacional, que será abordada en el próxi- mo número cuando se cumpla su bicentenario. 9 10 Notas sobre historia oral, memoria e historiografía Roberto Pittaluga “La historia oral es al mismo tiempo la más nueva y la más vieja forma de histo- ria”. Así comenzaba Paul Thomson su artículo “La historia oral y el historiador”, publicado en 1983 en History Today (Thomson, 1983). La frase es sintomática: si por un lado apuntaba la novedad de una práctica historiográfica que se expandía desde la posguerra y sobre todo desde los años sesenta y setenta y que implicaba desafíos epistemológicos y escriturarios para la historia profesional consagrada, por otro daba cuenta de las necesidades de una legitimación fundada en su largo linaje para una práctica a la cual las instituciones académicas opusieron diver- sos obstáculos de diferente intensidad. Es probablemente por ello que Thomson apuntaba, en una suerte de panorámica general de la historia de la historia oral, al lugar central de tales fuentes en los historiadores occidentales, desde Heródoto a Guicciardini, de Tácito a Voltaire, Macaulay y Michelet. De modo similar se ex- presaba el historiador alemán Reinhart Koselleck, quien no dudaba en calificar a Heródoto como el fundador y maestro de la oral history, a lo que agregaba que para fundamentar una historia el criterio de autenticidad era el de ser testigo, un criterio cuya validez siguió vigente incluso hasta fines del siglo XIX, ya en tiempos de la profesionalización del campo historiográfico. La pregunta por la falsedad o la autenticidad de los testigos formaba parte del método historiográ- fico de Tucídides, de Tácito o de Polibio, lo que incluía la ponderación de los distintos testimonios de modo análogo al que se realiza en los ámbitos jurídicos (Koselleck, 1979). La apelación a los recursos orales no finalizó con la profesionalización de los estudios históricos que institucionalizaron una historiografía documentaria bajo una ecdótica de lo manuscrito y de lo impreso; pero su continuidad se veri- fica en forma larvada y, en muchos casos, disimulada. Es que sobre la fuente oral comenzó a pesar una sospecha vinculada a la que se extendió sobre la memoria, en un doble movimiento de adjudicación a esta última de un supuesto carácter subjetivo —entendido como algo propio del individuo que recuerda— y de abla- ción de la dimensión rememorativa del discurso histórico a fin de convertirlo en científico —bajo el paradigma de las ciencias naturales— y por lo tanto objetivo.1 Pero si la historia oral, explícita o implícitamente, ha acompañado los despliegues de la historiografía, incluso de aquella profesionalizada, ¿en qué residiría esa no- 1 Es en una línea de intelección de raíz ilustrada y/o positivista sobre la que se fundamenta la relación sujeto-objeto y se postula la posibilidad de la neutralidad del observador, y con ésta, la neutralidad ideológica y política. 11 vedad a la que Thomson alude, apreciación a la que, estimo, avalarían la mayoría de los investigadores? Imposible no atender al conflicto social y político que brinda marco y a la vez promueve este nuevo ímpetu, y a la vez esta nueva historia oral, en muchos aspectos bien distinta de aquellas mentadas en el linaje señalado por Thomson. Podría decirse que es ese contexto, o mejor, que son esos sujetos, esos actos de subjetivación que sacuden el mundo los que imponen la “historia oral”, los que la hacen necesaria. Y es que esta (re)emergencia de la historia oral a tal contexto de contestación política y cultural exponía, entre otras, dos cuestiones nodales para la historiografía, problemáticas solo separables a los fines de su exposición. Por un lado, la imbricación de la llamada historia oral con formas de hacer historia que no fueron contempladas como tales, en tanto sus modos narrativos y sus procedi- mientos cognoscitivos eran incompatibles con los denominados científicos —por lo que fueron circunscriptas a las manifestaciones de la memoria—. Por otra, por- que la apelación a las fuentes orales era un modo de intervención en la escena política y cultural de aquellos que “no tenían historia”, sea porque la propia había quedado subsumida, borrada o diluida en la historia universal de la humanidad (tal como la definió Occidente), sea porque se las consideraba colectivos estanca- dos en los prolegómenos de la Historia. Podría decirse que, frente a la historia oral que tiene sus comienzos en los ámbitos de la academia norteamericana como his- toria de las élites desarrollada en la década de 1940 en la Universidad de Colum- bia, hay otra que emerge como práctica diametralmente opuesta en su contigüidad con los nuevos movimientos políticos y sociales de los años sesenta y setenta, en los movimientos indígenas, en los movimientos feministas, en los movimientos por los derechos civiles, en la historia de la clase trabajadora, entre otras. Esta historia oral no pretende ocultar sus compromisos políticos, aun cuando podamos pensar que reproducía, en no pocos casos, las aporías de la relación entre el intelectual comprometido y los sectores subalternos a los que pretendía “dar la palabra” o de los cuales quería contar su historia.2 Desde sus inicios, esta nueva historia oral se volvió rápidamente autorre- flexiva. Los motivos de esa capacidad para interrogar sus supuestos y su práctica han sido de distinto orden. Seguramente entre ellos contó el cuestionamiento académico a las fuentes orales, una reprobación derivada de la caracterización de la memoria como un campo pasional, selectivo y subjetivo. Validar estas fuentes frente al primado de lo escrito requirió de una sólida fundamentación epistemo- lógica que se fue enhebrando sin pausa. Pero quizás más que estas motivaciones, hayan contado los problemas y dificultades que la misma práctica de la historia 2 Es preciso señalar que una parte no menor de las iniciativas para la formación de archivos orales en el contexto latinoamericano provino de instituciones universitarias o similares, pero en varios casos estuvo orientada a la formación de colecciones con la palabra de personalidades de la política, el empresariado, etc., como, por ejemplo, el archivo oral que inicia el Instituto Di Tella en Argentina en la década de 1970 o el del CPDOC de la Fundación Getulio Vargas de Brasil, creado en 1975. Un panorama de esos primeros pasos, institucionales, de la historia oral en América Latina, en Schwar- zstein (1995). 12 oral ofrecía a sus cultores, problemas que la etnografía o la antropología, lo mismo que la literatura y la sociología, enfrentaban desde tiempo atrás. Lo que llevó a los historiadores que pretendían construir fuentes orales a un trabajo transdisciplinar con esas otras “ramas” de las ciencias humanas, como también con el psicoanálisis y con algunos enfoques filosóficos (entre los que destaca, una hermenéutica que partiendo de Dilthey se fue enriqueciendo hasta constituir una sólida argumentación del diálogo hermenéutico —vgr.