El Libro De Los Sueños Jack Vance
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El libro de los sueños Jack Vance http://www.librodot.com 1 De El libro de los Sueños: «Alza tus ojos, extranjero, hacia esa muralla carcomida por el tiempo sin parangón alguno; ahí se yerguen los paladines, firmes, graves, serenos. Cada uno es uno, cada uno es todos. »En el centro se destaca Immir el Agraciado. Controla ciertas artes mágicas; domina con maestría toda clase de trucos, artimañas y sorpresas atroces. Él es Immir el Impredecible y ningún color le distingue. »A su derecha se halla Jeha Reis, majestuosamente alto, cuyo color es el negro. Es muy sagaz y el primero en anunciar acontecimientos lejanos, a partir de los cuales predice la evolución de las circunstancias. Entonces apunta con el dedo hacia la dirección en la que deben mirar los paladines. Carece de escrúpulos y aboga por la firmeza. A veces se le conoce como «Jeha el Inexorable». Viste ropajes negros, cómodos y ajustados al cuerpo, una capa negra y un morión negro, ceñido con una esfera de cristal en forma de estrella plateada resplandeciente. »A la izquierda de Immir está Loris Hohenger, cuyo color es el rojo de la sangre recién derramada. Es feroz, impulsivo y temerario, y siempre es el último en abandonar el campo de batalla, si bien puede ser el más generoso de los paladines. Acosa a las mujeres hermosas y luego las rechaza, pisoteando su dignidad. En el caso de que le recriminen o afeen su conducta, el resultado es todavía peor. Cuando por fin abandona el lecho, sus voces son mansas y le despiden con una mirada de anhelo. »Junto a Loris Hohenger se encuentra Mewness el Verde, un paladín particularmente habilidoso. Es capaz de echar abajo un puente o derrumbar una torre; es paciente, ingenioso y hallará siempre un camino aunque la ruta esté bloqueada. Posee una memoria excepcional; nunca olvida una cara o un nombre, y conoce el significado de centenares de palabras. Piensan los hombres acaudalados, para su postrera consternación, que es un ingenuo en cuestión de negocios. »Spangleway el Amarillo es burlón, desconcertante e inigualable. Es travieso y bromista, y un actor consumado. Todos los paladines, salvo uno, ríen sus cabriolas; todos, salvo uno, bailan al son de su música, pues Spangleway puede arrancar sonidos hasta de un cerdo colgado, aunque para ello deba emplear sus particulares destrezas. No es conveniente devolver a Spangleway una broma, puesto que su cuchillo es tan agudo como su ingenio. El enemigo grita en medio de la batalla: «¿Dónde está ese perezoso de Spangleway?», o: «¡Ajá, el cobarde de Spangleway pone pies en polvorosa!», pero en seguida descubre, bien a su pesar, que se apresta a degollarle viniendo del lado más imprevisto o extravagantemente disfrazado. »Al lado de Jeha Reís está Rhune Fader el Azul._ En el combate, a pesar de que es arrojado y el primero que acude en auxilio de un paladín en apuros, es también el primero en recomendar clemencia y perdón para los enemigos. Es alto, delgado, de facciones regulares y bello como un amanecer de verano; refinado y amante de las artes, es sensible a la belleza en todas las cosas, especialmente la belleza de las doncellas recatadas, que se sienten atraídas por él. Con todo, la opinión de Rhune Fader en las reuniones previas a una batalla apenas es tenida en cuenta. »Al lado de Rhune el Azul, aunque algo parecido, se halla Eia Panice el Blanco, una espectral aparición de cabello, ojos, largos dientes y piel blancos. Un casco de metal blanco recubre la mayor parte de su rostro, dejando sólo al descubierto una ancha nariz ganchuda, la áspera barbilla y los ojos relampagueantes. A pesar de que las únicas palabras que emplea en los consejos son «sí» o «no», suele ser el que decanta la decisión final, pues parece que conozca los caminos del Destino. Es el único al que no divierten las ocurrencias de Spangleway. De hecho; si alguna vez esboza su sombría sonrisa, todos los que pueden se alejan sin mirar atrás, pues de lo contrario descubrirán los ojos claros de Eia Panice fijos en los suyos. »De modo que prosigue tu camino, extranjero. Cuando por fin regreses a tu hogar,, en cualquiera de esos mundos que centellean en lo alto, no dejes de relatar las proezas de aquellos que jamás bajan la guardia.» De Los Príncipes Demonio, por Caril Carphen: «... Centremos nuestra atención en Howard Alan Treesong, sus contradictorias proezas y el increíble virtuosismo de su genio organizativo. De entrada permitidme confesar, con toda sinceridad, mi admiración y perplejidad: no sé por dónde empezar. Posiblemente, es el más bribón de todos, si suaves comparaciones como ésta son válidas en los bulliciosos ambientes que rodean a los Príncipes Demonio. Cierto es que concurren en él las más extravagantes contradicciones. Sus ocasionales gestos magnánimos brillan con mayor esplendor debido a su crueldad desenfrenada y horrible. Podría parecer desapasionado y absolutamente lógico, a juzgar por la metódica elaboración de sus planes. Examinándolo desde otra perspectiva, se nos antoja tan caprichoso y frívolo como un payaso circense. Es un misterio, y no hay forma de adivinar sus propósitos. »¡Howard Alan Treesong! ¡Un hombre mágico, que infunde temor y asombro! ¿Qué sabemos, en concreto, de él? Los escasos indicios reales quedan desfigurados por los rumores propagados. Dicen que es el más solitario de los seres vivientes; otras fuentes afirman que es el jefe supremo de todos los criminales. Dicen que no posee rasgos característicos: es alto, delgado, de facciones bien formadas y ojos gris pálido excepcionalmente claros. Se le suele atribuir un carácter alegre y vivaz. Viste sin ostentación, como una persona normal. Le gusta estar rodeado de bellas mujeres, que no obtienen ventaja de su relación sentimental o finan- ciera. Por el contrario, todos los romances que se le conocen han terminado de forma trágica, o peor.» Los acontecimientos que condujeron a Howard Alan Treesong a un callejón sin salida siguieron un curso errático (tortuoso, ramificado, sembrado de obstáculos confusos y eslabones improbables), como consecuencia del misterio que le envolvía. Según las escasas descripciones existentes, Treesong era más alto de lo ordinario, tenía una mirada luminosa, frente ancha, barbilla estrecha y boca cruel, y modales educados aunque no carentes de cierta brusquedad. Casi todos los informes mencionaban un «curioso campo de energía reprimida» o «extravagancia impredecible», y en un caso se empleaba la palabra «locura». La obsesión por el misterio de Treesong era enorme. No se conocía la existencia de fotografías o dibujos, publicados o no. Sus orígenes eran una incógnita; su vida privada se hundía en el secreto más absoluto. Regularmente, desaparecía de la escena pública durante largos períodos. La zona de operaciones de Treesong se concentraba en el Oikumene; raras veces se aventuraba en Más Allá. Era notorio que se había auto otorgado el título de Señor de los Jueces1. 1 Tal vez explique esta alusión un párrafo de una entrevista en la que Treesong declaraba: «Los hombres explotan a los animales en virtud de sus necesidades, y se desentienden del procedimiento. Los llamados "criminales" Gersen halló la pista de Howard Alan Treesong a fuerza de puro razonamiento abstracto, por deducciones, al estilo clásico, mediante la información que le proporcionó Walter Koedelin, un antiguo socio y ahora oficial superior de la PCI.2 Ambos se encontraron en Sailmaker Beach, al norte de Avente, la principal ciudad de Alphanor, el más importante de los planetas pertenecientes al Grupo de Rigel. El Salón de Té de Chancey, en lo alto de Sailmaker Beach, dominaba un millar de casitas, tiendas, tabernas y una plaza diminuta frecuentada por gente de lo más dispar. Cada edificio era de un color diferente: azul pálido, verde pálido, lavándula, rosa, blanco, amarillo, y todos arrojaban una sombra negra por efecto del resplandor de Rigel. En el extremo más alejado se veía una parte de la media luna de la playa. El Océano Taumatúrgico, de un suave azul oscuro, se extendía hasta el horizonte, sobre el que flotaban masas de cúmulos blancos. A una mesa situada a la sombra de una densa masa de mematis verde oscuro se sentaban Kirth Gersen y Walter Koedelin, un hombre de cabellos rubios y piel sonrosada, nariz corta y mentón pronunciado, algo más robusto que Gersen. Al igual que éste, iba vestido con la típica indumentaria de los hombres del espacio, azul oscuro y gris, que contribuía a no llamar la atención. Los dos bebían combinados de ron y hablaban de Howard Alan Treesong. Koedelin charlaba sin ambages con Gersen. -¿Qué se trae entre manos actualmente? Un auténtico enigma. Hace diez años se hacía llamar «Señor de los Jueces». -En efecto, «Rey de los Ladrones». -Exacto. Controlaba todo acto ilícito desde el Extremo al Viejo Zoco de Tánger. Una vez, Howard caminaba por las calles de Bugtown, en Arcturus Cuatro, y un tipo trató de asaltarle. Howard preguntó: «¿Estás afiliado a la Organización?». «No, no lo estoy.» «Pues entonces no me sacarás ni un centavo, y además te denunciaré por intrusismo.» Koedelin apuró su copa y levantó la vista hacia el follaje verde oscuro, del que colgaban flores rosadas. -Un lugar espléndido para colocar micrófonos. Me pregunto quién nos estará escuchando. -Nadie, si hemos de creer a Chancy. -Es difícil estar seguro en estos días. Sin embargo, la Organización no posee tanto poder por aquí. -Dos más -pidió Gersen al camarero-. ¿Así que Treesong ya no es Señor de los Jueces? -Creo que no, si bien dio las instrucciones pertinentes a los subjefes hace bastante tiempo. Se limita a aparecer de vez en cuando, y a echar una ojeada a los libros de cuentas. -Un tipo comprensivo.