REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXIV, No. 67. Lima-Hanover, 1º Semestre de 2008, pp. 95-110

EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE EN

Marcos Figueroa Zúñiga Universidad de de Chile

A fines del siglo XVIII se inicia en Europa una intensa polémica sobre las supuestamente adversas condiciones físicas, biológicas y antropológicas del Nuevo Mundo. Esta “polémica del Nuevo Mun- do”, como la llama Antonello Gerbi1, tiene como uno de sus puntos iniciales un texto escrito por el abate holandés Cornelius de Pauw (1739-1799) titulado Recherches philosophiques sur les Américains, ou Mémoires intéressants pour servir à l’Histoire de l’Espèce Humai- ne, publicado en Berlín en 1768. A grandes rasgos el autor, en dicho texto, desarrolla una serie de teorías que van a desembocar en la conclusión de que todas las especies, tanto vegetales como anima- les degeneran en el territorio del Nuevo Mundo. De Pauw, muy influi- do por Buffon2, asume una posición declaradamente anticolonialista en contra de ingleses, franceses, holandeses, españoles, etc. Senta- das las simientes de esta discusión, van a intervenir en ella poste- riormente intelectuales como Hume, Raynal, Robertson3, etc. Como es natural, esta situación, genera una réplica desde dos frentes definidos: por un lado están los prohispanistas que van a de- fender y rebatir las ideas vertidas en contra de España; y por el otro, los proamericanos que defenderán fuertemente a América. En el se- gundo frente señalado se destacan muchos jesuitas americanos, puesto que ellos, particularmente se sienten doblemente ofendidos por ser americanos y jesuitas.

Cuando apareció publicada la obra de De Pauw, muchos de los jesuitas expulsados de las posesiones españolas de América acababan de llegar a Italia. Leer aquellos volúmenes del abate prusiano, tan antiamericanos y, al mismo tiempo, tan antijesuíticos, debió ser para ellos, como una doble agresión a su condición de criollos recién arrancados de sus tierras nati- vas y de exjesuitas desperdigados (Álvarez Arregui: 1994: 47).

96 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA

Frente a este panorama, los escritores jesuitas, con una mezcla de nostalgia y sensibilidad patriótica emprenden la tarea de reivindi- car al continente y a la Orden tan duramente vilipendiada4. En este contexto, el jesuita chileno expulso Juan Ignacio Molina con su obra Compendio de la Historia geográfica, natural y civil del Reyno de Chile, publicada en 17765, y con las posteriores como Saggio sulla storia naturale del Chili de 1782 y Saggio sulla storia ci- vile del Chili de 17876, trata de demostrar que las teorías denigrato- rias en contra del continente americano son falsas. Los argumentos con los cuales el autor demuestra esta falsedad giran en torno a la hipótesis de que los americanos no son sociedades degeneradas sino sociedades que han tenido un ritmo de progreso más lento. En un afán de conferirle a lo nacional y lo autóctono una validez universal, el abate Molina plantea que América no es aprehensible de acuerdo con los valores y formas europeas, sino que tiene las pro- pias. Sus especies, tanto vegetales (Molina, HN, 2000: 129) como animales (Molina, HN, 2000: 241), no son las mismas, y a lo más, só- lo son aparentemente semejantes. Cada región tiene especies pro- pias, producto de una transformación biológica, condicionada por el clima.

Nada ha sido tan pernicioso á la Historia Natural de la América como el abuso que se ha hecho, y se continua haciendo de la nomenclatura; de esto se han derivado los voluntarios sistemas de la degradacion de los cuadrúpedos en aquel inmenso continente; y de aquí proceden los ciervos pequeños, los jabalíes pequeños, los osos pequeños, &c. que se alegan y citan á favor de aquellos sistemas, y los quales no convienen con la espe- cie á que se supone que pertenecen nada mas que en el nombre abusivo que les pusieron algunos historiadores de poca observación que se dexa- ron engañar de las apariencias superficiales de las formas y de las figuras (Molina, HN, 2000: 303).

De acuerdo con el planteamiento anterior, Miguel Rojas Mix, apunta que, precisamente el valor de Juan Ignacio Molina está en este rescate y defensa de la singularidad de nuestra América. En ese sentido, dice Rojas Mix, “es el iniciador de lo que podemos llamar una auténtica antropología del hombre americano” (Rojas Mix, 2001: 136). Esta idea sobre el carácter diferente de América es el fundamen- to inicial más sólido de la buscada identidad americana y del patrio- tismo criollo7, cuya abierta manifestación política habría de aflorar en Molina poco después, cuando tras los primeros intentos indepen- dentistas, tuvo todavía ocasión de felicitarse de que parte de su pa- trimonio hubiera caído en manos del ejército insurgente contra los españoles (Batllori, 1953: 86-87) y según Rodolfo Jaramillo sirvió EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 97 también para fundar en un establecimiento educacional (Moli- na, 1987: XXXIX). Por medio de las lecturas de Molina y del resto de los jesuitas que escriben sus historias, el lector se da cuenta de que ellas consti- tuyen algo así como la primera conciencia americana, o al menos, un incipiente orgullo criollo. Se puede deducir, entonces, que con hombres ilustrados como los jesuitas expulsos, tuvo sus inicios entre nosotros el americanis- mo como una efectiva forma de autoconciencia del nuevo hombre. La idea de que “la patria es América”, como dirá más tarde Bolívar, es decisiva en la formación de la conciencia emancipadora, y es fundamental tomarla en cuenta para comprender globalmente el proceso de esos años, ya que es un sello específico que marca tanto las acciones políticas y militares de todo ese periodo como los pro- yectos intelectuales y literarios que entonces se plasman (Osorio, 2000: 28). Es un hecho que en el tiempo en el cual aparecen los textos, el proceso de autoafirmación o “autorreconocimiento”, como diría Ar- turo Andrés Roig, que lleva a cabo el hombre en tierras americanas, lo orienta a buscar en las simientes de la historia una posible res- puesta a la verdadera constitución del “ser americano” (Roig, 1983: 82). Sobre todo si el criollo –como lo es el propio Molina– sufre el es- tigma de ser considerado inferior a los europeos nacidos en el Viejo Continente. La distinción no era ni étnica, ni económica, ni social: era geográ- fica. “Se basaba en un jus soli negativo, que prevalecía sobre el jus sanguinis” (Gerbi, 1993: 227). Juan de Solórzano y Pereira en De In- diarum Jure8 dice que en relación a los criollos “no se puede dudar, que sean verdaderos Españoles, y como tales hayan de gozar sus derechos, honras y privilegios, y ser juzgados por ellos, supuesto, que las Provincias de las Indias son como actuarlo (sic) de las de España” (Solórzano, 1736: 216). Con argumentos como la injerencia del ambiente, el clima, la le- che de las nodrizas indias9 y a otros factores locales análogos, se decía que el criollo americano era inferior al europeo (Ibidem). Frente a esto, resentido el nacido en América, se exaltaba en el entusiasmo por su tierra. En consecuencia, el orgullo americano nacía como ponderación de los méritos físicos del terruño, y no como vanagloria de una herencia histórica o de una mítica antigüedad. “No podían los americanos gloriarse de su pasado colonial en los últimos siglos, os- curo, teocrático, todo lo contrario de progresista e ilustrado en las épocas más remotas de vida tribal y de dinastías indígenas” (Gerbi, 1993: 229). 98 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA

Pero, cabe preguntarse acerca de los parámetros sobre los cua- les los ilustrados como el abate Molina en Chile, Velasco en Ecua- dor, Clavijero en México, etc. asumen que el hombre antiguo posee historicidad y forma parte, en resumidas cuentas del concepto de identidad americana. Arturo Andrés Roig dice que la conciencia de temporalidad tan agu- damente vivida por algunos escritores del barroco, habrá de orientarse en la etapa del humanismo ilustrado (siglo XVIII) hacia una forma de concien- cia histórica. Ella hizo posible el nacimiento de la historiografía asumida en adelante como tarea imprescindible del hombre americano (Roig, 1983: 82). Como se deduce de lo anterior, la obra del abate Molina está inmersa en esta conciencia historiográfica. En ella describe con preciso lenguaje científico la flora y fauna chilena y denota en los capítulos dedicados a los pueblos autóctonos una preocupación y valor etnográfico. Ante la visión etnocentrista dominante en Europa, Molina invierte el acercamiento a la historia civil o moral de los pueblos indígenas. Lo hecho por Juan Ignacio Molina no era una actividad generali- zada entre los cronistas anteriores a él, como tampoco era una vi- sión muy profundizada entre los historiadores de aquel entonces. José Toribio Medina en Los aboríjenes de Chile se pregunta qué sa- bemos de nuestros indígenas, de sus costumbres, de su industria, de las diversas razas que han ocupado el territorio (Medina, 1882: VII). “Los cronistas de la colonia se preocuparon poco de aquellas pequeñas particularidades del pueblo que venían a conquistar (las que en el fondo, agrupadas una a una, vienen a constituir un verda- dero cuerpo de enseñanzas tan útiles como curiosas), para antepo- ner a ellas, de una manera desproporcionada, todas las incidencias de los rudos combates que durante siglos debieron sostener con los dueños de la tierra invadida, para afianzar, siquiera en parte, su do- minación” (Medina, 1882: VIII). Entre los autores que Medina rescata por alejarse de esa senda y aportar con datos de importancia sobre este orden de estudios es- tán: Cristóbal de Molina, Alonso Gonzáles de Nájera, Diego de Rosa- les, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñan10, etc. Pero, dice de ellos: “sospecharon siempre en las prácticas de los indios inspira- ciones del demonio y por eso no estuvieron exentos de toda des- preocupación al darnos a conocer a nuestros bárbaros. Sin embargo debemos exceptuar a nuestro abate Molina, que realizó un verdade- ro adelanto en lo que se relaciona con el estudio de los araucanos” (Medina, 1882: IX, X). Uno de esos adelantos a los que se refiere Medina, es a nuestro entender la diferenciación que hace por medio de diferentes deno- EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 99 minaciones de los habitantes del reino de Chile. En los trabajos de Molina, aparecen las denominaciones “indios”, “europeos”, “españo- les”, “criollos”, “araucanos”, “naturales”, etc. Para referirse a los habitantes del Chile gobernado por los españoles, dice:

Su poblacion en general es compuesta de Européos, de Criollos, de Indi- os, de Negros, y de Mestizos. Los Européos, fuera de algunos pocos Franceses, Ingleses, y Italianos, son todos Españoles. Los Criollos, que forman allí el mayor número, son descendientes de los Européos (Molina, HC, 2000: 315).

Para denominar a los aborígenes de Chile, además de diferen- ciarlos por pueblos o tribus, como araucanos, promaucaes, copiapi- nos, quillotanos, chilotes, etc., emplea expresiones como “natura- les”, “nativos”, “indios” o incluso “nacionales”. Pero lo que llama la atención y se vuelve un rasgo distintivo en su obra, es la frecuente utilización del gentilicio “chilenos” o “chileños”11 para denominar a todos los aborígenes del reino de Chile.

Los chilenos sometidos [por los incas], no menos que los libres, conserva- ron hasta el arribo de los Européos, sus costumbres, las quales no eran tan rústicas como algunos imaginan (Molina, HC, 2000: 11-12).

De acuerdo con los planteamientos del autor, muchos años antes que los españoles invadiesen Chile, este territorio ya tenía ese nom- bre, “pero cuyas etimologías, según quieren que sean los varios au- tores que han escritos de las cosas de América o son absolutamente falsas o se fundan en frívolas conjeturas” (Molina, HN, 2000: 4). En lo que respecta al origen del nombre de Chile, Molina se ad- hiere a la hipótesis de que proviene del canto de un pájaro:

Con mucha mas verosimilitud pretenden los Chileños que se derive su nombre de la voz de Chili que repiten con mucha freqüencia ciertos paxa- rillos del genero de los tordos, de que abunda el pais: por que pudo suce- der, en efecto, que las primeras Hordas ó Adures de Indios que pasaron á establecerse en aquellas tierras, tomasen por feliz agüero el oir esta voz en la boca de un paxarillo, y por lo mismo la escogiesen para denominar el pais que poblaban (Molina, HN, 2000: 5).

Esta idea, que también es defendida por Felipe Gómez de Vidau- rre y que parece estar muy internalizada o ser muy popular entre los escritores por aquellos tiempos, más tarde sería calificada de ridícula por Vicente Carvallo y Goyeneche (Carvallo, 1876 [Tomo III]: 6) sin mencionar a Molina ni a Gómez de Vidaurre en su crónica Descrip- ción histórico-jeografica del Reino de Chile Como es de suponerse, entre los historiadores han surgido mu- chas hipótesis en torno al origen del nombre con el cual se asigna el 100 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA territorio en cuestión. Según Jaime Eyzaguirre, la monarquía del Ta- huantinsuyo alzó fortalezas en los lugares estratégicos del valle de Quillota, donde llegaron en calidad de colonos habitantes de distin- tos puntos del imperio del Rimac, para asegurar el dominio y poner orden y paz en la reciente provincia. Hombres del Rimac, del Cuzco y de la altiplanicie boliviana vinieron a establecerse donde se fundía el oro tributado al conquistador. Se instaló una colonia oriunda de Arequipa, que recordando el río del suelo natal, otorgó su misma de- nominación al que por allí transitaba. “Chile” fue el nombre impuesto y “médula” su significado (Eyzaguirre, 1958: 11). Esta idea la com- parte Osvaldo Silva Galdames (Silva, 2005: 49) y como veremos en los párrafos posteriores aparece ya en el siglo XVIII en la obra de Vi- cente Carvallo. José Toribio Medina se refiere a otras hipótesis del origen del nombre de Chile, como la del gran reino llamado Chili, que aparece en los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega; las de cro- nistas de Almagro y de del cacique llamado Chile que vivía en el valle central ciento cincuenta años antes de la llegada de los españoles o llamado Tili por Diego de Rosales (Medina, 1882: 1, 4), que además dice que fue mudada por los indios peruanos a Chilli o Chili, por cuanto les sonaba mejor y era más conforme a su lengua general, porque en el valle de Casma hay un pueblo y campo de los indios del Perú llamado Chili (Rosales, 1877: 185). Medina hace notar que en las dos existe un grado de error, por la no existencia de un gran reino en estas partes por aquel tiempo o la imposibilidad de transmitirse un título de generación en generación en el largo transcurso de un siglo y medio (Medina, 1882: 3, 4, 5). Vicente Carvallo y Goyeneche señala que el río Aconcagua que fertiliza los valles de sus riberas hasta su embocadura en el mar, de tiempo inmemorial se llama Chili, y esta denominación se traspasó a las llanuras de Quillota, de donde se llevaban a la ciudad del Cuzco gruesas cantidades de oro, que generalmente se decía, iban de Chi- le. Según Carvallo, de este principio vino que los españoles diesen este nombre a todo el país mudando la i en é (Carvallo, 1876 [Tomo III]: 06). José Toribio Medina dice que, en resumen, debe atribuirse a los capitanes de los incas la atribución primera del nombre del país y que en un principio se dio esta designación solo a la parte central del territorio y después como dice Ercilla, los españoles “llamaron Chile a toda la provincia hasta el estrecho de Magallanes” (Medina, 1882:10). Posiblemente nunca quedará completamente claro el origen del nombre de Chile, pero lo que sí podemos deducir, más allá de que EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 101 haya sido el nombre de un cacique, el de un río, o inclusive, hasta el canto de un pájaro, es que con esa voz se denominaba mucho antes de la llegada de los españoles a una parte del territorio que hoy se llama Chile. A medida que los españoles van apropiándose del terri- torio, este va tomando el nombre de Chile, por lo menos en un senti- do popular12. Desde ese punto de vista, la utilización por parte de Molina del gentilicio “chilenos” para los indígenas de todo el territorio de Chile, estaría bien empleado. El uso del gentilicio “chilenos” que emplea Molina para denomi- nar a los indígenas de Chile lo podemos encontrar con anterioridad en la Histórica Relación del Reyno de Chile de de 1646. En la obra de Ovalle se utiliza del mismo modo que en la obra de Molina, pero no con la frecuencia de este:

Nazga [sic] esta valentia, y superioridad de animo de los Chilenos, de es- tos principios, o de particular influxo del cielo o de constelaciones de es- trellas como dize el mesmo autor; lo que la experiencia ha mostrado, y muestra es, que en la America son ellos los sin segundo como dizen los autores, que tratan algo de esta materia (Ovalle, 1646: 83).

En la edición de 1969 de la obra de Ovalle del Instituto de Litera- tura Chilena de la Universidad de Chile, aparece como nota una ex- plicación para el uso de esta denominación. Se dice que este gentili- cio luego pasaría a designar la nacionalidad y que Ovalle lo aplica para los aborígenes de Chile, tal como en los demás autores de la época (Ovalle, 1969: 104). Si tenemos en cuenta que el libro de Ovalle fue publicado en 1646 y que la denominación “chilenos” la utilizaban los cronistas de ese tiempo, tendríamos que imaginarnos que contemporáneos a Ovalle, como Diego de Rosales y Francisco Núñez de Pineda y Bas- cuñán la utilizaran, o más adelante Felipe Gómez de Vidaurre y Mi- guel de Olivares, entre otros, lo hicieran también, pero esto no suce- de. En autores anteriores como Pedro Mariño de Lovera y Alonso de Ercilla tampoco aparece esta denominación. Estos escritores ocupan denominaciones como indígenas, naturales, bárbaros, infieles, indi- os, indios chilenses (Mariño de Lovera, 1865: 27, 40), etc. Con auto- res posteriores como Diego Barros Arana y Claudio Gay sucede lo mismo, en ellos lo más usual es “indios de Chile”. Rodolfo Lenz dice que “chileno” viene a significar el habitante de Chile y que el único adjetivo nacional derivado de Chile que se usa es “chileno” (Lenz, 1987: 283). Además señala que las variantes que ocupan algunos cronistas como “indios chilenses”, “bárbaro chilen- se” que utiliza Mariño de Lovera o “chilcanos” que aparece en Tri- baldos13 (Lenz se pregunta si será error de lectura) son derivados de 102 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA

“chileno”. En cuanto al significado de estos adjetivos, “hai que notar que refiriéndose a los habitantes hasta principios del siglo XIX desíg- nase con ellos casi solamente a los indios de Chile” (Lenz, 1987: 283). Lenz señala que desde los días de la independencia, “chileno” pasa a significar exclusivamente “el criollo de raza blanca o mezcla- da”, y a su vez a los indios (en general) se les denomina araucanos (Lenz, 1987: 284). Dice Lenz, que “chileno” se usa en Llanquihue a menudo en oposición a la “jente del país” o al chilote, por personas oriundas del centro, sobre todo capataces en los fundos que tienen fama especial por su destreza en la “topeadura” y las carreras de caballo (Lenz, 1987: 863). Rodolfo Lenz no indica qué autores ocupan la denominación “chileno” para los indígenas de Chile y también se refiere a la forma chileño que por entonces (finales del siglo XIX y comienzos del XX) la Academia Española parece preferir y que no ha encontrado en nin- gún cronista (Lenz, 1987: 283), los cuales prefieren las que hemos citado anteriormente. Al parecer Lenz no conocía la obra de Juan Ignacio Molina, ya que además de utilizar el denominativo “chileno” para los aborígenes, éste utiliza la forma chileño numerosas veces en la Historia Natural. De esto podemos inferir que la denominación “chilenos” para los habitantes originarios se da por sobre todo en el habla común de los habitantes del Chile Colonial, pero no en los autores de las obras re- lacionadas con las cosas de Chile. Será por diferenciarse del habla común, quizás por entender como incorrecta la denominación para con los indígenas o si se quiere, por temor de identificarles como pueblo, lo cierto es que haciendo una revisión de algunas de las obras más importantes del periodo Colonial, encontramos que tan solo Ovalle y Molina ocupan la denominación “chilenos” para los in- dígenas de Chile. Walter Hanisch comenta que la manera que ideó Alonso de Ova- lle para formar la Histórica Relación, dividiendo conceptos como la naturaleza y propiedades del Reino de Chile, en los libros I y II, la historia moral en los libros III al VII y la historia religiosa y sagrada en el VIII, sirvió como modelo para autores posteriores como Rosales, Olivares, Vidaurre y Molina. Por ejemplo, Juan Ignacio Molina divide la historia en natural y moral, prescindiendo de la religiosa (Hanisch, 1976:176). La obra de Ovalle gozaba de gran nombradía y respeto en los años de formación del abate Molina, puede ser que la utilización del gentilicio “chileno” haya sido influencia de este. También podemos anotar como influjo de Ovalle la utilización de la Araucana de Alonso EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 103 de Ercilla, de la que Molina se sirve repetidas veces en su Historia Civil. Según Hanisch “Ovalle es el primer autor de historia de Chile, impreso, que usa la obra de Ercilla como fuente histórica no sólo de los hechos, sino del retrato de la sociedad indígena y sus caracterís- ticas, especialmente en el gobierno y la guerra” (Hanisch, 1976: 185). El hecho de que Molina denominase a los indígenas de Chile co- mo “chilenos”, implica un reconocimiento que va más allá del senti- do filológico y toponímico. Significa la historia contada de otra ma- nera, donde los protagonistas son los indígenas. Mario Góngora se- ñala que los autores jesuitas exiliados muestran una mayor estima por las grandes culturas indígenas en el caso de algunas naciones, y en el caso de otras, admiración por la bravura militar de los indíge- nas hostiles, debido a su contribución al sentido de nacionalidad (Góngora, 1998: 183). Para Góngora que “Clavijero use el término mexicano para los aztecas y lo haga igualmente para los habitantes contemporáneos de aquel país y que en Molina las palabras chilenos y araucanos sean sinónimos, implica una revolución en la compren- sión de la historia, aún cuando esto nunca se dijera explícitamente” (Ibidem). Molina al ocupar este gentilicio les entrega una identidad como pueblo, como nación, que tiene una cultura y está en la senda de la civilización. Molina cree que los indios de Chile a la llegada de los españoles habían alcanzado la tercera etapa de desarrollo y disfru- taban de los adelantos de la vida agrícola y sedentaria (Molina, HC, 2000: 12), donde la agricultura14 había hecho progresos notables. Ejemplo de aquello, son “las variedades de plantas alimentarias que se encuentran en la nación y todas señaladas con nombres peculia- res, lo que no puede provenir sino de una larga y variada cultura” (Molina, HC, 2000: 14). Ricardo Latcham señala que de acuerdo a investigaciones re- cientes y más profundas que ha podido hacer con respecto a la utili- zación de la agricultura por parte de los indígenas chilenos, “pode- mos decir con seguridad que los mapuches dependían principal- mente de la agricultura por sus medios de sustento, y si es verdad que esta industria no había alcanzado el grado encontrado en los peruanos, sin embargo era bastante desarrollada, como igualmente la crianza de chillihueques y de la utilización de sus lanas para ves- tirse” (Latcham, 1924: 29). Además de llamarlos chilenos, el ilustrado jesuita manifiesta un muy al- to aprecio hacia la lengua de los indígenas, nos dice que la nación chilena pareciera que haya sido en otro tiempo más culta o por lo menos que ella sea un residuo de un pueblo ilustrado, ya que su lengua es tan culta, ex- presiva y abundante (Molina, HC, 2000: 102). 104 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA

No es de menor importancia la valoración que el abate Molina hace de la lengua de los indígenas, puesto que, obedeciendo a un criterio de humanista ilustrado, en la que se parte de la comprensión de que el hombre es un “ser expresivo”, que los indígenas antes de la llegada de los españoles poseyeran una lengua y un sistema de relaciones económicas expresado por ella, permiten al misionero comprender al “otro” como poseedor de facultades naturales que dan cuenta de una suerte de perfectibilidad del ser humano (Roig, 1984: 29).

La lengua de Chile es de tal modo copiosa, que á juicio de todos aquellos que la han poseido con alguna perfeccion, se necesitaria mas de un grueso volumen para hacer de ella un completo diccionario, pues que á mas de las voces radicales, que son mu- chísimas, el uso de las composiciones es allí freqüente, que en cierta manera puede decirse que en esto consista la esencia de aquella lengua (Molina, HC, 2000: 6).

Agrega al final de la Historia Civil un apartado con verbos en len- gua chilena o Chili-dugu. Esto adquiere mayor importancia, si tene- mos en cuenta, que la Real Cédula del 17 de julio de 1550 ordena la difusión del castellano entre los naturales y que más tarde se propu- so a Felipe II que dictara castigos para quienes persistiesen en el uso de la lengua aborigen, lo que finalmente se dictaminó por Real Cédula de 6 de abril de 1770 donde se prohibía el uso de lenguas aborígenes (Rojas Mix, 1992: 255). También es importante observar la preocupación por parte de Molina de futuros estudios relacionados con Chile, por ello incorpora un catálogo en la Historia Civil de autores de “las cosas de Chile”. Son 65 títulos, algunos anónimos y otros perfectamente identifica- bles como La Araucana de Ercilla y la Historia militar, civil y sagrada del Reyno de Chile del abate Miguel de Olivares. Según Guillermo Feliú Cruz, “este catálogo es un intento bibliográfico de agrupar los materiales que debían servir al futuro historiador para escribir la his- toria de Chile (…) Cualquiera que sea la interpretación que se desee dar al catálogo de Molina, por su inclusión en el compendio de la historia civil, el hecho que parece cierto es que el jesuita talquino, a más de naturalista e historiador, se presenta a la vez, como el primer bibliógrafo propiamente chileno” (Feliú Cruz, 1966: 263). Molina reflexiona diciendo que si los araucanos hubiesen dejado documentos escritos, podríamos, confrontando sus relaciones obte- ner por ejemplo un cálculo aproximado de las bajas en la guerra de Arauco en el siglo XVI, pero “las Memorias de las cuales nos servi- mos vienen todas de un mismo manantial” (Molina, HC, 2000: 144). EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 105

Sin duda, Juan Ignacio Molina se siente escribiendo historia real, o por lo menos imparcial, donde desarrolla en su análisis una valoración ecuá- nime de las identidades culturales autóctonas y españolas:

En la sucinta relación que hemos dado de los sucesos ocurridos en Chile después del descubrimiento del Nuevo Mundo, se ve que la posesion de este pais ha costado á los Españoles mas sangre y mas dinero que la del resto de América. El Araucano, restringido en un pequeño canton, ha sa- bido en él, con armas débiles, no solo contrabalancear sus fuerzas repu- tadas hasta entonces invencibles, pero aun ponerlos en peligro de perder las adquisiciones mas solidamente establecidas (Molina, HC, 2000: 303).

La pasión de la libertad es un motivo constante en la obra de Mo- lina; admira en los indios de Chile su valor, que nace de la libertad. La pequeña república araucana de Chile es libre, como también los pueblos indígenas australes. La historia de Chile es para Molina la apología de la libertad de los indios (Hanisch, 1976: 73). Una mirada completamente distinta es la que tiene el historiador Sergio Villalobos, donde el indígena queda muy relegado del prota- gonismo que le da Molina. En su reciente libro Historia de los chile- nos15, postula que los chilenos son un nuevo pueblo que habría ini- ciado su marcha entre los vaivenes del mestizaje, que también au- mentaría su intensidad hasta formar las capas esenciales de la na- ción. El castellano y la religión católica marcarían la unidad cultural, en tanto que las etnias autóctonas decrecerían y sus costumbres y rasgos culturales se reducirían lentamente a expresiones aisladas de poco alcance (Villalobos, 2006: 104). Villalobos dice también que la sociedad chilena se habría organi- zado de manera rígida al estilo campestre: amos, capataces, inquili- nos, campesinos y también simples vagabundos, donde la cultura dominante y la religión católica daban forma al espíritu y a la orienta- ción de la vida en todas las gamas, creando una unidad exitosa que recorrería todo el tiempo histórico de la nación. “Del legado indígena quedaba el desapego del hombre al trabajo” (Villalobos, 2006: 319- 320). Cabría preguntarse, después del planteamiento de Villalobos, que ilustra una forma de ver la historia desarrollada por generaciones de historiadores, qué tanto pudo influir en la denominación de “chile- nos” para los aborígenes de Chile por parte de Molina, el momento político resultante de la expulsión de los jesuitas de los territorios de España en 1767, como también la polémica entre jesuitas prohispa- nistas y proamericanistas (Roig, 1984: 89), que se da un tiempo des- pués en el exilio italiano, donde los primeros, firmes en exaltación a la metrópoli están prontos a aceptar para sus conveniencias polémi- cas, algún argumento depauwiano (Gerbi, 1982: 240). La polémica 106 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA cundía en Italia por todos los campos del saber, hasta llegar a cons- tituir un verdadero género literario. Estaba presente este espíritu en las obras impresas y a las manuscritas (Hanisch, 1976: 31). Sabido es cuán difícil es sustraerse en una época a las modas literarias; Mo- lina de ninguna manera se abstrae de esto, solo hay que ver cómo dialoga críticamente con De Pauw. Entendemos que el gentilicio “chilenos” aplicado a los indígenas en la obra del jesuita, es un gesto de reconocimiento hacia la cultura, el grado de organización en lo civil y militar, en resumidas cuentas al carácter civilizado que este le confiere, particularmente a los arauca- nos16 y va más allá que una pequeña vendetta hacia el gobierno es- pañol. Retomando nuevamente la idea que deja planteada Mario Gón- gora respecto a la revolución en la historia que implica la denomina- ción de “chilenos” a los aborígenes, llama la atención que nadie se detenga en este aspecto. Miguel Rojas Mix, en el Fin del Milenio y el sentido de la historia nos señala que Molina les dice “chilenos” a los aborígenes y no a los criollos (Rojas Mix, 2001: 90-95), pero solo lo enuncia y no desarrolla ninguna explicación. Extraña en gran medida que exista tan poca información con respecto a algo que resalta tan- to y que se torna una particularidad en la obra del más importante naturalista chileno y que deja entrever, según nuestro entender, una clara intención por parte del autor. Para ir cerrando estas notas, podemos establecer como primera conclusión, que Juan Ignacio Molina utiliza una denominación poco usual en los textos de la época para denominar a los indígenas, ca- rácter inusual que no implica para nada un equívoco, por lo menos hasta antes de la independencia, puesto que desde ahí en adelante este gentilicio se lo apropia la nueva nación que se forma. Finalmente, podemos agregar como idea más general que en los trabajos relacionados con Chile de Juan Ignacio Molina, podemos encontrar los inicios de la emancipación americana y que su obra tuvo especial proyección, debido a que su autor es el único jesuita chileno cuya obra se publica, traduce y difunde, puesto que los tra- bajos de sus otros colegas de exilio permanecieron largos años iné- ditos.

NOTAS:

1. El investigador italiano Antonello Gerbi (1904-1976) publicó La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica: 1750-1900 en 1955. Este libro origi- nalmente escrito en italiano ha tenido ediciones en español en 1960, 1982 y 1993 por el Fondo de Cultura Económica. A esta obra debemos una visión EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 107

más equilibrada de una vasta polémica: la discusión que contrasta una Amé- rica débil e inferior con una Europa madura y fuerte. Concebido a partir de las curiosas afirmaciones de Buffon, De Pauw, Hume, etc. en contra de la natura- leza y hombres de América. Así aparece la defensa de los habitantes del con- tinente americano, quienes le darán a la disputa un tono de encendido debate espiritual. 2. Georges Louis Leclerc, Conde de Buffon (1707-1788), célebre naturalista francés. Su obra más importante es Histoire naturelle, générale et particulière, 1749-1788, obra que engloba el conocimiento natural hasta la fecha. 3. David Hume (1711-1776), filósofo, economista e historiador escocés. Sus obras, entre otras, son Tratado sobre naturaleza humana (1739-40) e Historia natural de la religión (1757); Guillaume Thomas François Raynal (1713-1796), el abate Raynal fue un escritor y pensador francés. Su obra mas difundida fue Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Index (1770); William Robertson (1721- 1793), histo- riador escocés. Sus obras más destacadas son Historia de Escocia (1794) e Historia de América (1792-96). 4. Dentro de las obras más importantes que surgen en este periodo, se pueden mencionar: Compendio della storia geografica, naturale, e civili del regno del Chile (1776) Storia antica del Messico de Francisco Javier Clavijero (1780); Historia del Reino de Quito en la América Meridional de Juan de Velasco (1789); Historia Geográfica, natural y civil del Reino de Chile de Felipe Gómez de Vidaurre (1789). 5. Esta obra fue publicada originalmente en italiano con el nombre de Compen- dio della storia geografica, naturale, e civili del regno del Chile en 1776 y de forma anónima, en la Imprenta de Tommaso D’Aquino, en la ciudad italiana de Bolonia. Por su condición de anónima fue atribuida por los historiadores a Felipe Gómez de Vidaurre. El Compendio se divide en dos partes: en la pri- mera se da un esbozo general de Chile, de su situación geográfica y aspectos naturales que comprenden los ríos, flora, fauna y minerales que allí se en- cuentran; en la segunda parte narra los acontecimientos ocurridos en Chile desde la conquista hasta 1655. 6. Las obras Saggio sulla storia naturale del Chili de 1782 y Saggio sulla storia civile del Chili de 1787 se desprenden del Compendio anónimo, pero ambas difieren de la obra de 1776, por cuanto incorporan todas las modificaciones hechas por Molina en los años que las separan. Estas obras están escritas originalmente en italiano y la edición de la obra en español se hizo en dos vo- lúmenes: el primero de Historia Natural, publicado en 1788 y traducida por Domingo Joseph de Arguellada Mendoza, y el segundo, de Historia Civil, tra- ducido por Nicolás de la Cruz y Bahamonde y publicado en 1795, las dos im- presas por Antonio de Sancha en Madrid. Para el presente trabajo utilizamos la edición facsimilar, en dos tomos, publicada en Santiago de Chile por Pe- huén Editores en el año 2000, dentro de la serie Biblioteca del Bicentenario, con los títulos de Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Rey- no de Chile (primera parte) y Compendio de la historia civil del reyno de Chile (segunda parte). Para las citas que se hagan en adelante se emplearán las si- glas HN para la Historia Natural y HC para la Historia Civil, y las indicaciones de página remiten a la edición antes mencionada. 108 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA

7. Dicho de un hijo y, en general, de un descendiente de padres europeos: naci- do en los antiguos territorios españoles de América y en algunas colonias eu- ropeas de dicho continente (RAE: Diccionario de la lengua española, 2001: 684). 8. De Indiarum Jure (1629-1639) de Juan de Solórzano y Pereira fue traducida al español con el nombre de Política indiana en 1648. Según Gerbi, Solórzano ya decía que no se podía generalizar en esa forma, ni explicar los vicios de algunos criollos a base de una inferioridad específica de las Indias (Gerbi, 1993: 228). 9. Solórzano expresa que el padre José de Acosta decía que los criollos mama- ban en la leche de las nodrizas los vicios y lascivia de los indígenas (Solórza- no, 1736: 216). 10. Cristóbal de Molina (1495-1578), llamado el almagrista y también “el chileno” para diferenciarlo de su coetáneo apodado “el cuzqueño”, fue un sacerdote y cronista español, que acompañó a Almagro en su expedición a Chile. Es au- tor de Relación de la conquista y población del Perú, original de 1553 y publi- cada en 1916; Alonso Gonzáles de Nájera, no existen datos precisos de su nacimiento y la fecha que se maneja de su muerte (1614) no es exacta. Fue un militar y cronista español. Su obra Desengaño y reparo de la Guerra del Reino de Chile, la terminó de escribir en 1614 siendo impresa más de dos si- glos después en la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Es- paña (1866) y en 1889 en Chile en la Imprenta Ercilla; Diego de Rosales (1601-1677) fue un sacerdote y cronista jesuita. Su obra Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano fue escrita en 1674, pero publicada por pri- mera vez entre 1877 y 1788 en tres tomos en la Imprenta del Mercurio en Val- paraíso; Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán (1607-1682), fue militar y escritor. A raíz de su estancia entre los araucanos (fue hecho prisionero por el cacique Maulicán) escribió la crónica novelada Cautiverio feliz y razón indivi- dual de las guerras dilatadas del reino de Chile, escrita en 1673 y publicada en 1863 en la Colección de Historiadores de Chile. 11. Esta denominación se da exclusivamente en la traducción de la Historia Natu- ral. En la Historia Civil no aparece, allí sólo encontramos la forma “chileno”. Esto se debe exclusivamente a que ambas obras son traducidas al español por diferentes personas. 12. Pedro de Valdivia trató de que el nombre de Chile no se popularizara, deno- minando al país como la Nueva Estremadura o las provincias del Nuevo Es- tremo. Pero por más que el Cabildo de Santiago en todas las comunicaciones oficiales usaran esta denominación, aplicando el nombre de Chile a la región del Aconcagua en especial, desde el Perú se siguió llamando al país de prefe- rencia Chile o Chili; así que el nombre de la Nueva Estremadura no alcanzó nunca aceptación general y al cabo de poco tiempo casi solo se usó en do- cumentos oficiales (Lenz, 1987: 280). 13. Luis Tribaldos de Toledo (1558-1634) Vista General de las continuadas gue- rras, difícil conquista del gran reino, provincia de Chile publicada en 1864 en Santiago, en la Colección de Historiadores de Chile. 14. La agricultura para Juan Ignacio Molina es el manantial principal de la socie- dad y de las artes. Al nacer la agricultura la humanidad empieza a marchar a pasos agigantados por el camino del progreso (Molina, HC, 2000: 18). EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 109

15. Historia de los chilenos, aparecida en dos tomos, el primero en 2006 y el se- gundo en 2007, editado por Taurus / Aguilar Chilena de Ediciones. 16. Juan Ignacio Molina estudia de manera particular a los araucanos, ya que considera este grupo como el más representativo de los chilenos (Molina, HC, 2000: 27).

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

Directa:

Molina, Juan Ignacio: Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reyno de Chile. Santiago: Pehuén Editores Ltda., 2000. Molina, Juan Ignacio: Compendio de la historia civil de Reyno de Chile. Santiago: Pehuén Editores Ltda., 2000. Molina, Juan Ignacio: Ensayo sobre la historia natural de Chile. Santiago: Edicio- nes Maule, 1987.

Indirecta:

Álvarez Arregui, Federico: “El debate del nuevo mundo”. En Ana Pizarro (coord.): América latina: palavra, literatura e cultura. Sao Paulo: Memorial, Campinas. Unicamp, vol. 2, 1994. Batllori, Miguel: El Abate Viscardo, historia y mito de la intervención de los jesuitas en la Independencia de Hispanoamérica. Caracas: Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1953. Carvallo y Goyeneche, Vicente: Descripción histórico-jeografica del Reino de Chile, en Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia na- cional (Tomos VIII, IX y X). Santiago: Imprenta de la Librería del Mercurio, 1875-1876. Diccionario de la lengua española. Buenos Aires: Real Academia Española, vigési- ma segunda edición, 2001. Eyzaguirre, Jaime: Fisonomía Histórica de Chile. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico S.A., 1958. Feliú Cruz, Guillermo: Historia de las fuentes de la bibliografía chilena. Santiago: Edit. Universidad Católica, 1966. Gerbi, Antonello: La disputa del nuevo mundo. Historia de una polémica, 1750- 1900. México: Fondo de Cultura Económica, 1982. Góngora, Mario: Estudios sobre la historia colonial de Hispanoamérica. Santiago: Editorial Universitaria, S.A., 1998. Hanisch, Walter: El historiador Alonso de Ovalle. Caracas: Instituto de Investiga- ciones Históricas, Facultad de Humanidades y de Educación, Universidad Ca- tólica “Andrés Bello”, 1976. Hanisch, Walter: Juan Ignacio Molina, sabio de su tiempo. Santiago: Ediciones Nihil Mihi, 1976. Latcham, Ricardo: La organización social y las creencias de los antiguos arauca- nos. Santiago: Imprenta Cervantes, 1924. Lenz, Rodolfo: Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de lenguas indígenas americanas. Santiago: Ed. Mario Ferreccio Podestá, 1987. Mariño de Lovera: Crónica del Reino de Chile. Santiago: Colección de Historiado- res de Chile tomo VI, Imprenta del Ferrocarril, 1865. 110 MARCOS FIGUEROA ZÚÑIGA

Medina, José Toribio: Los aboríjenes de Chile. Santiago: Imprenta Gutenberg, 1882. Osorio Tejeda, Nelson: Las letras hispanoamericanas en el siglo XIX. Alicante: Uni- versidad de Alicante, 2000. Ovalle, Alonso de: Historica relacion del Reyno de Chile y de las missiones y minis- terios que exercita en el la Compañía de Jesús. Roma: por Francisco Cavallo, 1646. Ovalle, Alonso de: Histórica relación del Reino de Chile. Santiago: Instituto de Lite- ratura Chilena, 1969. Roig, Arturo Andrés: El humanismo ecuatoriano de la segunda mitad del siglo XVIII. Ecuador: Corporación Editora Nacional, 1984. Roig, Arturo Andrés: “Momentos y corrientes del pensamiento humanista durante la época de la Colonia Hispanoamericana: Renacimiento, Barroco e Ilustra- ción”. Revista de Filosofía (Universidad de Chile), XXI-XXII, (diciembre de 1983): 55-83. Rojas Mix, Miguel: El fin del milenio y el sentido de la historia. Santiago: LOM Ediciones, 2001. Rojas Mix, Miguel: Los cien nombres de América. Barcelona: Editorial Lumen, 1992. Rosales, Diego de: Historia general del Reino de Chile, Flandes Indiano. Valparaí- so: Imprenta del Mercurio, (1674) 1877. Silva Galdames, Osvaldo: Historia de Chile. Santiago de Chile: Copesa Editorial S.A. 2005. Solórzano y Pereira, Juan de: Política Indiana. Madrid: Por Gabriel Ramírez, 2 vols. 1736-1739. Villalobos, Sergio: Historia de los chilenos. Santiago: Taurus: Aguilar Chilena de Ediciones, 2006.

EL GENTILICIO PARA LOS HABITANTES DE CHILE EN J. I. MOLINA 111

1 El investigador italiano Antonello Gerbi (1904-1976) publicó La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica: 1750-1900 en 1955. Este libro originalmente escrito en italiano ha tenido ediciones en español en 1960, 1982 y 1993 por el Fondo de Cultura Económica. A esta obra debemos una visión más equilibrada de una vasta polémica: la discusión que contrasta una América débil e inferior con una Europa madura y fuerte. Concebido a partir de las curiosas afirmaciones de Buffon, De Pauw, Hume, etc. en contra de la naturaleza y hombres de América. Así aparece la defensa de los habitantes del continente americano, quienes le darán a la disputa un tono de encendido debate espiritual. 2 Georges Louis Leclerc, Conde de Buffon (1707-1788), célebre naturalista francés. Su obra más importante es Histoire naturelle, générale et particulière, 1749-1788, obra que engloba el conocimiento natural hasta la fecha. 3 David Hume (1711-1776), filósofo, economista e historiador escocés. Sus obras, entre otras, son Tratado sobre naturaleza humana (1739-40) e Historia natural de la religión (1757); Guillaume Thomas François Raynal (1713-1796), el abate Raynal fue un escritor y pensador francés. Su obra mas difundida fue Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Index (1770); William Robertson (1721- 1793), historiador escocés. Sus obras más destacadas son Historia de Escocia (1794) e Historia de América (1792-96).

4 Dentro de las obras más importantes que surgen en este periodo, se pueden mencionar: Compendio della storia geografica, naturale, e civili del regno del Chile (1776) Storia antica del Messico de Francisco Javier Clavijero (1780); Historia del Reino de Quito en la América Meridional de Juan de Velasco (1789); Historia Geográfica, natural y civil del Reino de Chile de Felipe Gómez de Vidaurre (1789). 5 Esta obra fue publicada originalmente en italiano con el nombre de Compendio della storia geografica, naturale, e civili del regno del Chile en 1776 y de forma anónima, en la Imprenta de Tommaso D’Aquino, en la ciudad italiana de Bolonia. Por su condición de anónima fue atribuida por los historiadores a Felipe Gómez de Vidaurre. El Compendio se divide en dos partes: en la primera se da un esbozo general de Chile, de su situación geográfica y aspectos naturales que comprenden los ríos, flora, fauna y minerales que allí se encuentran; en la segunda parte narra los acontecimientos ocurridos en Chile desde la conquista hasta 1655. 6 Las obras Saggio sulla storia naturale del Chili de 1782 y Saggio sulla storia civile del Chili de 1787 se desprenden del Compendio anónimo, pero ambas difieren de la obra de 1776, por cuanto incorporan todas las modificaciones hechas por Molina en los años que las separan. Estas obras están escritas originalmente en italiano y la edición de la obra en español se hizo en dos volúmenes: el primero de Historia Natural, publicado en 1788 y traducida por Domingo Joseph de Arguellada Mendoza, y el segundo, de Historia Civil, traducido por Nicolás de la Cruz y Bahamonde y publicado en 1795, las dos impresas por Antonio de Sancha en Madrid. Para el presente trabajo utilizamos la edición facsimilar, en dos tomos, publicada en Santiago de Chile por Pehuén Editores en el año 2000, dentro de la serie Biblioteca del Bicentenario, con los títulos de Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reyno de Chile (primera parte) y Compendio de la historia civil del reyno de Chile (segunda parte). Para las citas que se hagan en adelante se emplearán las siglas HN para la Historia Natural y HC para la Historia Civil, y las indicaciones de página remiten a la edición antes mencionada.

7 Dicho de un hijo y, en general, de un descendiente de padres europeos: nacido en los antiguos territorios españoles de América y en algunas colonias europeas de dicho continente (RAE: Diccionario de la lengua española, 2001: 684)

8 De Indiarum Jure (1629-1639) de Juan de Solórzano y Pereira fue traducida al español con el nombre de Política indiana en 1648. Según Gerbi, Solórzano ya decía que no se podía generalizar en esa forma, ni explicar los vicios de algunos criollos a base de una inferioridad específica de las Indias (Gerbi, 1993: 228). 9 Solórzano expresa que el padre José de Acosta decía que los criollos mamaban en la leche de las nodrizas los vicios y lascivia de los indígenas (Solórzano, 1736: 216). 10 Cristóbal de Molina (1495-1578), llamado el almagrista y también “el chileno” para diferenciarlo de su coetáneo apodado “el cuzqueño”, fue un sacerdote y cronista español, que acompañó a Almagro en su expedición a Chile. Es autor de Relación de la conquista y población del Perú, original de 1553 y publicada en 1916; Alonso Gonzáles de Nájera, no existen datos precisos de su nacimiento y la fecha que se maneja de su muerte (1614) no es exacta. Fue un militar y cronista español. Su obra Desengaño y reparo de la Guerra del Reino de Chile, la terminó de escribir en 1614 siendo impresa más de dos siglos después en la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España (1866) y en 1889 en Chile en la Imprenta Ercilla; Diego de Rosales (1601-1677) fue un sacerdote y cronista jesuita. Su obra Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano fue escrita en 1674, pero publicada por primera vez entre 1877 y 1788 en tres tomos en la Imprenta del Mercurio en Valparaíso; Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán (1607-1682), fue militar y escritor. A raíz de su estancia entre los araucanos (fue hecho prisionero por el cacique Maulicán) escribió la crónica novelada Cautiverio feliz y razón individual de las guerras dilatadas del reino de Chile, escrita en 1673 y publicada en 1863 en la Colección de Historiadores de Chile. 11 Esta denominación se da exclusivamente en la traducción de la Historia Natural. En la Historia Civil no aparece, allí sólo encontramos la forma “chileno”. Esto se debe exclusivamente a que ambas obras son traducidas al español por diferentes personas. 12 Pedro de Valdivia trató de que el nombre de Chile no se popularizara, denominando al país como la Nueva Estremadura o las provincias del Nuevo Estremo. Pero por más que el Cabildo de Santiago en todas las comunicaciones oficiales usaran esta denominación, aplicando el nombre de Chile a la región del Aconcagua en especial, desde el Perú se siguió llamando al país de preferencia Chile o Chili; así que el nombre de la Nueva Estremadura no alcanzó nunca aceptación general y al cabo de poco tiempo casi solo se usó en documentos oficiales (Lenz, 1987: 280).

13 Luis Tribaldos de Toledo (1558-1634) Vista General de las continuadas guerras, difícil conquista del gran reino, provincia de Chile publicada en 1864 en Santiago, en la Colección de Historiadores de Chile. 14 La agricultura para Juan Ignacio Molina es el manantial principal de la sociedad y de las artes. Al nacer la agricultura la humanidad empieza a marchar a pasos agigantados por el camino del progreso (Molina, HC, 2000: 18).

15 Historia de los chilenos, aparecida en dos tomos, el primero en 2006 y el segundo en 2007, editado por Taurus / Aguilar Chilena de Ediciones.

16 Juan Ignacio Molina estudia de manera particular a los araucanos, ya que considera este grupo como el más representativo de los chilenos (Molina, HC, 2000: 27).