Alegorías De La Derrota: La Ficción Postdictatorial Y El
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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS ALEGORÍAS DE LA DERROTA: LA FICCIÓN POSTDICTATORIAL Y EL TRABAJO DEL DUELO Idelber Avelar www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 2 ÍNDICE INTRODUCCIÓN: ALEGORÍA Y POSTDICTADURA................................1 1. EDIPO EN TIEMPOS POSAURÁTICOS: MODERNIZACIÓN Y DUELO EN EL BOOM HISPANOAMERICANO..........29 2. LA GENEALOGÍA DE UNA DERROTA 2.1 - La cultura letrada bajo dictadura......................................................51 2.2 La teoría del autoritarismo como fundamento de las “transiciones” conservadoras......................................................….............................76 2.3 El giro naturalista y el imperativo confesional......................................…89 2.4. La alegoría como fin epocal de lo mágico.............................................100 2.5 La disolución de la universidad en la universalidad del mercado................116 3. UNA LECTURA ALEGÓRICA DE LA TRADICIÓN ARGENTINA...........129 4. DUELO Y NARRABILIDAD: UN CYBERPOLICIAL EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS......................162 5. PASTICHE, REPETICIÓN Y LA FIRMA FALSIFICADA DEL ÁNGEL DE LA HISTORIA..................202 6. SOBRECODIFICACIÓN DE LOS MÁRGENES: FIGURAS DEL ETERNO RETORNO Y DEL APOCALIPSIS......................245 7. BILDUNGSROMAN EN SUSPENSO: ¿QUIÉN APRENDE CON HISTORIAS Y VIAJES?....................................277 8. LA ESCRITURA DEL DUELO Y LA PROMESA DE RESTITUCIÓN............314 9. EPÍLOGO: POSTDICTADURA Y POSMODERNIDAD...........................349 OBRAS CITADAS..............................................................................354 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 3 Máxima brechtiana: nunca empezar desde los buenos, viejos tiempos, sino desde éstos, miserables. (Walter Benjamin) www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 4 INTRODUCCIÓN ALEGORÍA Y POSTDICTADURA . lo posible, que entra en la realidad mientras la realidad se disuelve, opera y lleva a efecto el sentido de la disolución, así como la reminiscencia de lo disuelto...Desde el punto de vista de la reminiscencia ideal, la disolución como necesidad se convierte en el objeto ideal de la vida recientemente desarrollada, un vistazo hacia atrás al camino que tuvo que ser tomado, desde el principio de la disolución hasta aquel momento en que, en la nueva vida, puede darse una reminiscencia de lo disuelto. (Friedrich Hölderlin)1 Quizás a partir de la clásica oposición entre metáfora y metonimia se pueda proponer un punto de partida para pensar el estatuto de la memoria en tiempos de mercado. Por un lado, el mercado maneja una memoria que se quiere siempre metafórica, en la cual lo que importa es por definición sustituir, reemplazar, entablar una relación con un lugar a ser ocupado, nunca con una contigüidad interrumpida. La mercancía abjura de la metonimia en su embestida sobre el pasado; toda mercancía incorpora el pasado exclusivamente como totalidad anticuada que invitaría una sustitución lisa, sin residuos. La producción de lo nuevo no transita muy bien por el inacabamiento metonímico: una mercancía vuelve obsoleta a la anterior, la tira a la basura de la historia. Lógica que el tardocapitalismo lleva hoy a su punto de exhaustión, de infinita sustitutibilidad: cada información y cada producto son perennemente reemplazables, metaforizables por cualquier otro. Se trata entonces de hacer una primera observación sobre la memoria: la memoria del mercado pretende pensar el pasado en una operación sustitutiva sin restos. Es decir, concibe el pasado como tiempo vacío y homogéneo, y el presente como mera transición. La relación de la memoria del mercado con su objeto tendería a ser, entonces, simbólico-totalizante. No todo, sin embargo, es redondez metafórica en el mercado. Al producir lo nuevo y desechar lo viejo, el mercado también crea un ejército de restos que apunta hacia el pasado y exige restitución. La mercancía anacrónica, desechada, reciclada, o museizada, encuentra su sobrevida en cuanto ruina. Pensar esa sobrevida demanda, quizás más que la oposición entre metáfora y metonimia, otra distinción, que en un cierto sentido funda la estética moderna: aquélla que opone símbolo y alegoría. La mercancía abandonada se ofrece a la mirada en su devenir- alegoría. Dicho devenir se inscribe en una temporalidad en la cual el pasado es algo otro que simplemente un tiempo vacío y homogéneo a la espera de una operación metafórico-sustitutiva. Los desechos de la memoria del mercado le devuelven un tiempo de calaveras, destrozos, tiempo sobrecargado de energía mesiánica. Se dice de la alegoría que ella está siempre “fechada”, es decir, ella exhibe en su superficie las marcas de su tiempo de producción: 1 Friedrich Hölderlin, “Das Werden im Vergehen,” Werke. Briefe. Dokumente (Munich: Verlag, 1963), 540-1. www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 5 Mientras que en el símbolo, con la transmutación de la decadencia, el rostro transfigurado de la naturaleza se revela fugazmente a la luz de una redención, la alegoría ofrece a la mirada del observador la facies hippocratica de la historia en tanto paisaje primordial petrificado. La historia, en todo lo que tiene, desde el comienzo, de extemporáneo, penoso, fallido, se acuña en un rostro, no, en una calavera . Este es el núcleo de la consideración alegórica, de la exposición barroca, mundana, de la historia como historia sufriente del mundo.2 De ahí la conexión entre los emblemas alegóricos barrocos y la mercancía moderna: se trata en ambos casos de un tiempo caído, ajeno a toda redención. Un tiempo que sólo se deja leer en la cruda materialidad de los objetos, no en la triunfante epopeya de un sujeto. Los índices del fracaso pasado interpelan al presente en condición de alegoría. En la alegoría, según Benjamin, “no hay el más remoto vestigio de una espiritualización de lo físico, sino el último estadio de una externalización”,3 afirmación del afuera más absoluto que sería la dimensión utópica propiamente dicha de la alegoría. Definición clásica, es decir, romántica, goetheana, de alegoría: relación convencional entre una imagen ilustrativa y un sentido abstracto. Nada resume mejor la concepción de alegoría con la que hay que romper. Al interior de la estética romántica, la primacía de la interioridad de un yo que se quiere inmune a fracturas y el privilegio del símbolo sobre la alegoría son, rigurosamente, dos caras de la misma moneda. La lectura clásico-romántica de la alegoría recibe su formulación más acabada en Goethe: Hay una gran diferencia entre el poeta que busca lo particular desde lo general y el que contempla lo general en lo particular. Del primer procedimiento surge la alegoría, en la cual lo particular sólo sirve como instancia o ejemplo de lo general; el segundo, en cambio, es la verdadera naturaleza de la poesía: la expresión de lo particular sin ninguna referencia a lo general.4 Asimismo, Hegel: 2 Walter Benjamin, Ursprung des deutschen Trauerspiels, 1928, Gesammelte Schriften, ed. Rolf Tiedemann y Hermann Schwepenhäuser (Frankfurt a.M.: Suhrkamp Verlag, 1982), I-2, 289-90. En todo lo subsiguiente las citas de Benjamin se traducen desde esta edición. En esta cita en particular, la traducción es mía hasta “petrificado.” La segunda parte es una apropiación de la versión de Pablo Oyarzún, citada en su “Sobre el concepto benjaminiano de traducción”, Seminarios de Filosofía 6 (1993): 88-9. También se citará aquí “Sobre el concepto de historia” en la luminosa traducción de Oyarzún al castellano. La dialéctica en suspenso: Fragmentos sobre la historia. Trad., intro. y notas de Pablo Oyarzún (Santiago: ARCIS-LOM, s.d.). 45-68. 3 Benjamin, Ursprung, 312. 4 Johann Wolfgang Goethe, Maximen und Reflexionen, Sämtliche Werke, vol. 17 (Munich: Carl Hanser, 1991), 767. www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 6 El ser alegórico nunca llega a la individualidad concreta de un dios griego o de un santo . puesto que para que haya congruencia entre subjetividad y sentido abstracto, el ser alegórico debe hacer la subjetividad tan vacía que toda individualidad específica desaparece . Poetas como Virgilio se ocupan de seres alegóricos porque no son capaces de crear dioses individuales como los homéricos.5 Recibe ahí su fundamento la comprensión dominante, post-romántica, de la alegoría como desvío aberrante, patológico, del ideal translúcidamente orgánico del símbolo. En la visión hegeliana el elemento conceptual, la esfera del sentido, “domina” y “subsume” una “externalidad determinada que no es más que un signo”.6 El símbolo evitaría esta reducción al redondear la representación en una totalidad infisurada, en la cual imagen y sentido, signo y concepto, fueran indistinguibles. En el símbolo la asimilación y absorción del elemento conceptual en su actualización estética sería tal que la separación aberrante, propia a la alegoría, se corregiría. La formulación hegeliana corona el símbolo como embajador estético de la dialéctica, tropo capaz de a-propiar lo exterior, convertirlo en interior, y realizar esa digestión exitosa que es, ella misma, símbolo gastronómico privilegiado del pensamiento dialéctico. En Inglaterra, fue Coleridge quien se encargó de dirigir violentos ataques a la alegoría como forma “mecánica”, a la cual opuso la cualidad “orgánica”, “natural”, “transparente” del símbolo.7 Para el siglo XIX habría algo de intempestivo en la alegoría: “como alegorista, Baudelaire estuvo aislado”.8 Goethe, Hegel y Coleridge