El Último Beso (Last Kiss)
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DOMINIQUE ADAIR El Último Beso (Last Kiss) TRADUCIDO por GILLEAN K — Editado por Mara Adilén Página 1 DOMINIQUE ADAIR El Último Beso (Last Kiss) DDOOMMIINNIIQQUUEE AADDAAIIRR EEll ÚÚllttiimmoo BBeessoo Last Kiss (2001) AARRGGUUMMEENNTTOO::: Durante siglos, Alexei Romanov ha buscando a la gitana rusa de la que se había enamorado la primera vez sus ojos se habían encontrado. A través de los años, la había vuelto a encontrar en tres oportunidades, y las tres veces la había perdido, cuando la muerte lo había apartado de ella, incapaz de protegerla. Ahora, por fin, treinta años después de su última encarnación, la ha encontrado otra vez. Esta vez Alexei está decidido a no permitir que el destino los separe nuevamente, y a reclamarla para toda la eternidad. SSOOBBRREE LLAA AAUUTTOORRAA::: Dominique Adair es el seudónimo de la conocida autora de libros de vampiros, J.C. Wilder. Vive en Westerville, Ohio, donde es dueña de un Akita japonés llamado Severena y un realmente desagradable Terrier llamado Copper Penny. Ella pasa la mayor parte de su tiempo desempolvando sus 6.000 libros y mirando fijamente la pantalla del ordenador en blanco completamente aterrada. Después de seis años de trabajo en CompuServe Inc., ahora trabaja como Analista de Negocios para el Estado de Ohio. Cuando no escribe, dedica gran parte de su tiempo a estudiar los usos medicinales de las hierbas y aceites esenciales y aullando a la luna. TRADUCIDO por GILLEAN K — Editado por Mara Adilén Página 2 DOMINIQUE ADAIR El Último Beso (Last Kiss) CCAAPPÍÍÍTTUULLOO 0011 En algún lugar de Colorado. ¡Es tiempo de actuar! Las mariposas se arremolinaron en el estómago de Elaine Nichols mientras descendía de la limousine, siempre pendiente de su falda larga. Lo último que quería era aterrizar ignominiosamente en el suelo al momento mismo de llegar. Aferrándose a su bolso de mano, cerró la puerta. Dio un paso al costado y observó cómo el coche arrancaba con fuerza, preguntándose si no debería correr tras él, saltar adentro y volverse al aeropuerto. No iba a pasar por ello otra vez; además, no tenía doscientos dólares. No, se trataba de algo que quería hacer. Con un demonio; lo haría. Pagaba sus impuestos, era una buena persona, mantenía al día sus cuentas, conservaba un techo sobre su cabeza… y tendría relaciones sexuales con un desconocido. Pero no necesariamente en ese orden. Después de asegurarse de que su media máscara todavía le cubriera la cara, enderezó su columna vertebral y se pasó las palmas húmedas sobre el ajustado vestido de noche. De pie ante el espejo del hotel donde se había alojado al aterrizar en Denver la noche anterior, había considerado cuidadosamente su decisión de ponerse ese vestido de Vera Wang tan pegado al cuerpo. En ese instante, habiendo dejado el dudoso santuario de su coche alquilado, deseó haberse puesto el vestido pantalón de seda que había elegido primero. Por lo menos, escondía más defectos que el vestido. Un Rolls Royce se detuvo en el camino y Elaine observó a la mujer que salió del coche. Una brillante media máscara dorada ocultaba su cara, pero no su pelo rojo ni el perfecto vestido negro de Versace. Era obvio que la recién llegada no llevaba nada debajo. Sí, había escogido bien, aunque un poco modestamente, en contraste. Además, ¿quién llevaría puesto un vestido pantalón, aunque fuera un Dior original, cuando iba a una fiesta para seducir a un total desconocido? El Rolls se alejó y un Audi plateado tomó su lugar mientras ella reprimía una risa nerviosa. Para eso era que todos ellos estaban allí. Sexo. Y a montones. Acomodó más apretadamente su delicado chal alrededor de sus hombros y aspiró profundamente. Restregándose una mano sobre el estómago, recogió su falda y subió los escalones que conducían a la puerta principal. La casa parecía un castillo inglés, aunque hacía gala de una multitud de ventanas iluminadas con vista a la calle curvada. La decoración externa era discreta, y una abundancia de rosas lozanas, gardenias y pensamientos añadían un toque de color a la severa piedra gris de la casa. Iluminada por el parpadeo de las antorchas estilo tiki, se veía cálida y acogedora. Mientras se acercaba a la entrada, un hombre de pie junto a la puerta se volvió hacia ella. Vestido con un formal smoking —Armani, si no se equivocaba—, su mirada era impersonal. —¿Su invitación, Madame? —Oh, sí. —Azorada, ella giró y aflojó su chal para desnudar el hombro, mostrando un pequeño conejo blanco pintado en su piel. —Estoy invitada por el anfitrión, Dirk Pren... —Sin apellidos— interrumpió él. —Aquí el anonimato es clave. Queremos que los invitados se sientan bienvenidos, así que sólo usaremos nombres de pila y usted puede llamarme Nigel. —Su expresión cambió de fría a acogedora. —Usted debe ser la señorita Elaine. El señor Dirk me dijo que la esperara. TRADUCIDO por GILLEAN K — Editado por Mara Adilén Página 3 DOMINIQUE ADAIR El Último Beso (Last Kiss) Ella subió su chal de vuelta a su lugar. —Es un placer conocerte, Nigel. Él sonrió como si sus palabras lo divirtieran. —Su equipaje llegó hace varias horas y fue trasladado a su cuarto. Si me lo permite, la escoltaré allí ahora, así puede descansar de su viaje. Elaine refrenó una sonrisa mientras él le tendía su brazo. Parecía ser un poco más joven que sus propios cuarenta y un años, pero sus modales hablaban de una época hacía mucho tiempo muerta. —Gracias, lo apreciaría mucho. Haciendo deslizar la mano femenina en la parte interior de su brazo, Nigel la condujo a la casa. Aunque conocía a Dirk desde hacía casi veinticinco años, nunca había ido a su casa solariega. Construida a finales de 1800, Prentice House era la creación de un barón obsesionado por los ferrocarriles, el primer Prentice en labrarse un nombre por sí mismo. Muchos años atrás, después de varios cocteles, Dirk se había reído de lo ostentoso de la casa y las tierras circundantes. En ese momento, al verla, ella podía entender a qué se refería. El piso era de mármol italiano, con incrustaciones de bronce simulando los carriles de un ferrocarril, motores y ganado. Reprimió una sonrisa ante la visión de un toro particularmente bien dotado. El cielo raso se alzaba dos pisos en lo alto, con dos arcos macizos de rica caoba intercalados con una araña de luces de un tamaño que nunca había visto fuera de un teatro de ópera. La luz que se reflejaba en los numerosos cristales la deslumbró. El despliegue colosal de las escaleras hacía juego con el tamaño abrumador de la casa misma. Alfombrada con un color rojo vino, su anchura era de por lo menos quince pies y ascendía a una altura vertiginosa. Permitió que sus dedos acariciaran el pulido pasamanos de caoba a medida que subía, con la mirada fija en las tres ventanas de vitreaux, de altura imponente, más arriba. Los cristales enjoyados atrapaban el sol que se desvanecía, derramando sombras de colores a través del descansillo, como joyas lanzadas descuidadamente alrededor. El cristal central delineaba a una mujer de cabello de oro de proporciones asombrosas. Vestida con atavío angélico que incluía un halo, su expresión extasiada, sus senos desnudos y sus manos extendidas negaban sus aspiraciones divinas. Los cristales que enmarcaban a la criatura lasciva estaban llenos de querubines pequeños y gordos armados con arpas, mini-arcos y flechas. Mientras se acercaba, notó que muchas de las criaturitas hacían gala de unos penes impresionantes. Elaine no pudo impedir la risa que burbujeó de su garganta. —Una pieza interesante, ¿verdad?— comentó Nigel mientras la conducía a la izquierda, donde había más escalones. —El dueño original la encargó. Dicen los rumores que su esposa se rehusó a usar las escaleras principales, prefiriendo en lugar de eso la entrada de los sirvientes. —Puedo comprender por qué. —El señor Dirk le dio instrucciones a los empleados de cuidar especialmente de usted —Nigel la dirigió a un vestíbulo largo lleno de puertas. —¿De veras? Dirk y yo hemos sido amigos durante muchos años. Lo adoro. —Mientras pasaban por una puerta abierta, Elaine vislumbró un suntuoso juego de dormitorio mientras iba siendo preparado para un invitado. Nigel le dio un golpecillo amigable sobre los dedos antes de soltarla para abrir una de las dos puertas al final del pabellón. —Éste será su cuarto durante su estancia aquí— dio un paso atrás para permitirle entrar. Los pies de Elaine se hundieron en la gruesa alfombra color crema mientras entraba al cuarto, con un suspiro de placer en sus labios. A su izquierda, una gran chimenea llena de leños y yesca TRADUCIDO por GILLEAN K — Editado por Mara Adilén Página 4 DOMINIQUE ADAIR El Último Beso (Last Kiss) esperaba el toque de una llama para llevarlo a la vida. Un confortable sofá cubierto con un montón de lujuriosos almohadones aparecía directamente ante ella; un pequeño escritorio estaba situado delante de una ventana grande, y a su lado una gran mecedora sin brazos. Directamente opuesto al portal, había un conjunto de puertaventanas que llevaba a un balcón con vista a los jardines. A la derecha estaba la cama. Una de cuatro postes color crema, de tamaño king-size, cubierta con una colcha marfil y lila y una cantidad innumerable de almohadas. Se veía divina. —Esto es precioso. —Estoy encantado de que encuentre la habitación de su agrado. El cuarto de baño está en la puerta de allí. —Él gesticuló hacia la puerta abierta en el extremo derecho más allá de la cama. — Los nombres de sus asistentas son Molly y Rachel y puede llamarlas marcando el 9 en el teléfono en cualquier momento del día o la noche.