Dawson Isla 10
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ISLA 10 © Sergio Bitar Ch., 1987 © Pehuén Editores, 1987 María Luisa Santander 537 - Providencia - Santiago Fono/Fax (56-2) 795 71 30 - 31 - 32 [email protected] www.pehuen.cl Inscripción Nº 68178 ISBN 978-956-16-0162-8 Primera edición, noviembre de 1987 Duodécima edición, diciembre de 2009 Edición Juan Andrés Piña Diseño y diagramación Pehuén Editores Fotografías portada y contraportada Azul Films Impresión Salesianos Impresores S. A. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos, eléctricos, electrónicos, fotográficos, incluidas las fotocopias, sin autorización escrita de los editores. IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE Sergio Bitar ISLA 10 12ª Edición NOTA DEL EDITOR Las notas a pie de página han sido incluidas por el editor, como una forma de complementar información que al momento de ser dictada esta crónica eran evidentes, pero que pueden resultar desconocidas para el lector actual. Los bandos reproducidos en el Anexo han sido transcritos textualmente de un suplemento del diario La Prensa de Santiago, del 26 de septiembre de 1973. Esta es la isla Dawson, actualmente destinada como lugar de confinación de los jerarcas del ex régimen marxista que fue depuesto hace solamente unos días y que segu- ramente han recurrido a los organismos internacionales para reclamar por enviarlos a lugares inhóspitos y desprovistos de todo medio de subsistencia. Pero esto no es Siberia ni es un campo de concentración. La madera existe en abundancia, al alcance de la mano; para la alimentación tienen exquisiteces en las costas, llegar y salir a coger erizos, y ma- chas y choros, cholgas, etc. (...). Quiera Dios que la meditación y el aire de pureza y santidad que inunda estas regiones les ayude a poner en orden sus mentes afiebradas. Delia Silva Salas, “Isla Dawson, perla del estrecho”. El Mercurio, 5 de octubre de 1973 La vida ordenada y al aire libre que llevan les ha cambiado sus caracteres. El coman- dante de la Base Naval Dawson contó que muchos de los detenidos llegaron con serias alteraciones nerviosas, las cuales fueron desapareciendo con el paso de los días. (...). Si hoy los confinados se encuentran bien —buenos y calefaccionados dormitorios, una despensa bien provista, una dieta permanente a base de carne de vacuno, servicios higiénicos, agua caliente— dentro de algunos días estarán mucho mejor. A unos 20 kilómetros del actual campamento se está levantando otro, con ocho pabellones para cien personas cada uno. “Isla Dawson: Trato ‘deferente’ y buena salud”. Revista Ercilla, 17 de octubre de 1973 Todas las tensiones que los ex dirigentes de la Unidad Popular llevaron consigo a la isla Dawson, desaparecieron. El aire libre tostó sus rostros y el ejercicio físico fortaleció sus músculos y le dio descanso al intelecto. Todos cumplen una jornada similar a la de los mi- litares que les custodian, y ninguno de ellos tiene queja del trato recibido, desmintiendo así la serie de rumores alarmantes que corrieron sobre su suerte desde el pronunciamiento del 11 de septiembre pasado. “Los detenidos de la Isla Dawson”. Revista VEA, 18 de octubre de 1973 VALORES Y SIMBOLISMOS DE UNA CRÓNICA EJEMPLAR O FUI TESTIMONIO del golpe militar ni de sus inmediatas y catas- tróficas consecuencias. No pude imaginarme ni lo uno ni lo otro, Nmucho menos entenderlos. Variadas versiones conocí después. Ninguna tan elocuente, tan concisa, tan clara, tan objetiva y tan increí- blemente desapasionada como la de Sergio Bitar. Adelanto que me honra el encargo de este Prólogo para la décima edición. Que muchas vendrán después, no hay duda. El valor del testimonio y de la crónica de los hechos narrados cuenta, por cierto, con múltiples ejemplos en la literatura chilena reciente, in- cluidos, en brevísima referencia, los de Chile. La memoria prohibida, de Patricia Lorca; El día que nos cambió la vida, de Alejandro Witker; Prisión en Chile, las escalofriantes revelaciones de Patricia Verdugo. Entre éstas y muchas otras sobresale la asombrosa ecuanimidad de la de Bitar, símbolo (uno entre otros) del abismo entre la actitud del agresor y la del agredido. Así ha sido y, desgraciadamente, así es. El agresor, dueño de las armas y del poder coercitivo del Estado, no sólo negó y sigue negando la perpetración 12 Sergio Bitar • Isla 10 de lo que todo el mundo sabe, sino que, a mayor abundamiento, rechaza el menor remedo de solicitud de perdón. Qué diferencia con la postura del general Balza en Argentina, que afir- mó no hace mucho; “Nunca se debe ordenar algo ilegal o inmoral. Delin- que quien imparte una orden ilegal y quien cumple esa orden”. Viene la cita a cuenta de desapasionamiento, la difícil objetividad y la vibrante paradoja del contraste al narrar en los agobiantes episodios de “ISLA 10” el increíble contraste entre la forzada resignación de las víctimas (qué otra les quedaba, se diría) y la procacidad y la insolencia prepotente de los victimarios. En todas las circunstancias, con un agobiador “in cres- cendo” a medida que éstas se suceden, están presentes el contraste ético, físico, factual, entre el atacante y el atacado. El agobio culmina, en cierta manera, con la llegada a la isla de un subteniente de muy alemán apellido y el sermón con el que anuncia las medidas que serían tomadas ante el más leve desacato a su autoridad. Sobrecoge reconocer los nombres, tantos de ellos ilustres, a quienes están dirigidas las amenazas del prepotente. Sergio Bitar, en varios de los párrafos más brillantes de su libro, adobados por cierto con hilarante humor, nos ha dejado el recuerdo de notables personalidades que ya no están y que mucho valieron y representaron. De Enrique Kirberg ensalza el rigor de un orden inalterable y la preservación de una limpieza de difícil mantenimiento. De Edgardo Enríquez su prestancia impecable, con su inalterable corbata y su camisa blanca lavada, como la de Kirberg, todos los días. De Clodomiro Al- meyda sus colosales distracciones, como la de preguntar dónde estaba el ce- pillo de dientes que tenía en la boca. Dos insignes catedráticos, rectores de no menos insignes universidades; un Vicepresidente de la República, inju- riados con frases como estas: “¡Quién creen ustedes que son. No son nada!... Les tengo desprecio. Cualquier conscripto vale por cien de ustedes”. Antes había mencionado Bitar variadas singularidades de notables per- sonajes: Fernando Flores, al que se le concedió graciosamente el privilegio de dictar un curso de física; Orlando Letelier, el de enseñar o perfeccionar inglés. Me conmueve este recuerdo de quien fue durante cinco años compa- ñero de funciones, ciertamente no políticas en aquella ocasión, en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington. Como era previsible, se da- rían solamente cursos de física, electricidad e inglés. Economía e Historia Prólogo 13 de Chile, que también fueron entre otras materias, “cátedras” propuestas, fueron drásticamente rechazadas. “Aquí no se acepta ningún tipo de in- terpretación. Respecto a la Historia de Chile ustedes no tienen ninguna autoridad para enseñarla”. Las afirmaciones de Bitar en este libro-documento responden a las pos- turas de los más entre los encarcelados en la isla Dawson, en todo cuanto atañe a su tolerancia y bonhomía, tan distintas ambas cualidades de las ostensibles de sus opresores. Se produjo, tal vez sin propósito deliberado, una conjunción de criterios concordantes para el logro de soluciones a una situación que para gentes menos templadas habrían entrañado depresiones atroces. Una frase de Bitar resume la afirmación de una respuesta que bien conocemos cuantos hemos sobrevivido a una guerra, sea ésta general o civil: “En momentos en que se siente de cerca la muerte, uno aprecia la grandeza de las cosas sencillas”. Y tales “cosas” fueron las canciones acompañadas con la guitarra de Orlando Letelier, los cursos y las conferencias, los ejercicios físicos. También el deleite en la contemplación de una naturaleza bellísi- ma, tanto en la costa misma como en las estepas, en los prados de pálidos colores, en el predominio del verde en los bosques colindantes con el mar. “Percibir la vastedad y la calma estando en prisión, nos daba mayor tranqui- lidad y paz. Nos deslumbraba la belleza de las nubes, sus configuraciones y colores que inducían a hundirse en un mundo mágico”. Comento, por mi cuenta, la dimensión de la diferencia entre ese mundo idílico y el mundo real vivido y soportado. Los ejercicios físicos a que acabo de referirme eran ciertamente comple- mentarios de los trabajos forzados con las ropas empapadas por la lluvia; llenar los sacos de arena y piedras para remendar los caminos de un cerro para lo cual tenían que escalar la ladera, bajar la pendiente y subir de nuevo con la carga. “Los de más edad trastabillaban y acezaban”; tala de árboles para proveer de leña a los campamentos y su agobiador traslado al trote, amén de similares faenas inclementes. “Apenas podíamos caminar y muchos estaban en lamentable estado físico, empapadas las ropas y manteniendo el ritmo de la cadena sin fin”. El régimen de vida, si se me permite utilizar el eufemismo, remedaba pro- cedimientos de alguna manera similares a los míticos del presidio de Cayena: para ir a comer era forzoso formarse y esperar. Por supuesto, mantener la 14 Sergio Bitar • Isla 10 posición firmes con un frío sobrecogedor. A la orden de “al trote”, debían lan- zar un aullido, apoyar las manos en el pecho y trotar hasta el comedor. Si no placía la maniobra al oficial o subalterno de turno, debían repetirla completa. Durante la colación, casi siempre de porotos, estaba totalmente prohibido conversar. A su término, debían regresar a la barraca también trotando. Cuando no llovía, los presos estaban obligados a sacar de las barracas las frazadas y los colchones, sucios y húmedos, para ponerlos al sol, sobre bancas o sillas o colgarlos de las alambradas.