Carrie – Stephen King
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STEPHEN KING Carrie Stephen King Carrie Para Tabby, que me metió en esto Y luego me ayudó a salir. Stephen King Carrie Primera parte DEPORTE SANGRIENTO Stephen King Carrie Noticia publicada por el semanario Enterprise de Westover, Maine, el día 19 de agosto de 1966: Lluvia de piedras en Chamberlain Fuentes fidedignas nos informan que el 17 del presente se produjo una lluvia de piedras en la calle Carlin, en circunstancias en que el cielo se presentaba totalmente despejado. Las piedras se precipitaron principalmente sobre el inmueble que habita Mrs. Margaret White. Causaron considerables daños en el tejado y estropearon dos canalones y un tubo de desagüe. Los destrozos fueron evaluados en 25 dólares. Mrs. White es viuda y vive con su hija, Carietta de tres años de edad. Nuestros esfuerzos para localizar a Mrs. White resultaron infructuosos. Nadie se sorprendió cuando ocurrió, no verdaderamente, no en ese nivel subconsciente donde nuestras vivencias más brutales. En apariencia todas la muchachas que estaban en las duchas se sintieron anonadadas, estremecidas, avergonzadas o simplemente felices porque esa cerda de la White había vuelto a recibir una buena. Incluso algunas de ellas podrían haber alegado que el hecho las había sorprendido, pero, por su supuesto, esa afirmación habría sido falsa. Carrie había asistido a la escuela con algunas de ellas desde el primer año, y esto se había estado gestando desde entonces, gestándose en forma lenta e inmutable, según todas las leyes que gobiernan la naturaleza humana, gestándose con la exacta regularidad de una reacción en cadena que se acerca a la mesa crítica. Lo que nadie sabía, desde luego, era que Carrie White tenía poderes telecinéticos. Inscripción tallada en un banco de la escuela primaria de la calle Barker, en Chamberlain: Carrie White come mierda Los gritos, los ecos y el ruido subterráneo del chapoteo del agua de las duchas sobre las baldosus llenaban el vestuario. Las muchachas habían estado jugando a voleibol .durante la primera hora, y había algo apremiante en su ligero sudor matutino. Se estiraban y retorcían bajo él agua caliente, chillando, lanzando agua y pasándose de mano en mano las barras de jabón blanco. Carrie se hallaba en medio de ellas, impasible, una rana entre los cisnes. Era una muchacha robusta, con granos en el cuello, la espalda y las nalgas. Su cabello mojado no parecía tener color alguno: se pegaba a su rostro con una obstinación empapada y abatida.. Estaba allí parada simplemente, con la cabeza ligeramente inclinada, dejando que el agua se precipitara sobre su cuerpo y cayera al suelo. Parecía la típica cabeza de turco, el perpetuo blanco de las bromas, la chica capaz de tragarse las historias más inverosímiles, objeto de todas las malas jugadas. Y lo era. En forma desesperada y constante deseaba que la «Escuela Secundaria Ewen» tuviera duchas individuales -y por lo tanto privadas- como las escuelas de Andover y Bosford. Porque se quedaban mirándola... Ellas siempre se quedaban mirdndola. Las duchas se fueron cerrando una a una, mientras las chicas se quitaban sus gorros de baño en tonos pastel, se secaban, se ponían un spray desodorante y dirigían miradas al reloj que había sobre la puerta. Se abrocharon los sujetadores y se ajustaron las bragas. El vapor parecía suspendido en el aire y todo el lugar podría haber sido un estableciento de baños egipcios, a no ser por el ruido sordo del estanque para baños de remolino, situado en un rincón. Los gritos y los silbidos rebotaban en las paredes como el golpe seco y vibrante de las bolas de billar. -...entonces Tommy me dijo que me veía horrible con eso y yo ... -... voy a ir con mi hermana y su marido. A él le gusta hurgarse la nariz, y a ella también, así que... -...demasiado tacaño para gastarse un maldito centavo, de modo que Cindi y yo... Stephen King Carrie Miss Desjardin, la profesora de gimnasia, de pecha piano, entró en el vestuario, estiró el cuello, echó una rápida mirada en derredor y dio unas vigorosas palmadas. -¿Qué esperas, Carrie? ¿El juicio final? La campana sonará dentro de cinco minutos. Sus shorts eran de un color blanco deslumbrante y sus piernas, quizá demasiado derechas, se destacaban por su discreta musculatura. Un silbato de plata, que había ganado en una competición de tiro con arco, colgaba de su cuello. Las muchachas sofocaron una risita y Carrie levantó los ojos, la mirada lenta, aturdida por el calor el ininterrumpido martilleo del agua. Fue un sonido extraño, parecido al croar de una rana que resultó grotescamente apropiado. Una vez más las chicas ahogaron la risa. Sue Snell se había quitado la toalla de la cabeza con la velocidad de un prestidigitador que va a realizar un truco y comenzó a peinarse rápidamente. Miss Desjardin hizo un irritado gesto de impaciencia en dirección a Carrie y salió. La muchacha cerró el grifo y la última ducha se extinguió con una gota y un gorgoteo. Antes de que diera el primer paso, nadie habla visto la sangre que le corría por la pierna. De Explosión en las Sombras: Hechos comprobados y conclusiones específicas obtenidas del caso de Carietta White, por David R. Congress (Tulane University Press, 1981), pág. 34: Es indiscutible que la falta de fenómenos concretos de telecinesia durante la infancia de Carietta White tiene su explicación en las conclusiones presentadas por White y Stern en su ensayo Telecinesia: Nuevo análisis de un extraño talento. Es decir, que la capacidad para mover objetos mediante el uso exclusivo de la voluntad sólo se manifiesta en momento de extrema tensión. Esta capacidad se encuentra, de hecho, perfectamente escondida; ¿de qué otra manera, si no, podría haber permanecido sumergida durante siglos dejando al descubierto solamente la cima del iceberg en medio de un mar de charlatanería? Las pruebas de que disponemos son escasas y se basan en rumores, pero, aun así, bastan para señalar que Carrie White poseía un potencial telecinético de inmensa magnitud. Lo trágico de la situación es que no podemos dejar de pensar en toda la experimentación que habríamos llevado a cabo si, en su debido tiempo... -¡Re-gla! Chris Hargensen lanzó el primer grito, éste fue a estrellarse contra los azulejos de la pared, rebotó y volvió a estrellarse. Sue Snell ahogó la risa en la nariz y sintió una extraña e incómoda mezcla de odio, repugnancia, exasperación y lástima. La chica tenía un aspecto tan idiota parada allí, sin saber lo que le estaba ocurriendo. Santo Dios, cualquiera pensaría que nunca... -¡RE-glal Se estaba convirtiendo en una salmodia, en un conjuro. Alguien en el fondo (quizás Hargensen otra , Sue no podía distinguirlo con precisión en esa selva de gritos) chillaba con ronco desenfado: ¡Que se lo tape! -¡REgla, RE-gla, RE-gla! Aturdida, Carrie permanecía inmóvil en el centro del circulo que empezaba a formarse, las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo. Se quedó parada como un buen paciente, sabiendo que la broma era a su costa (como siempre), muda y desconcertada, pero no sorprendida. Sue experimentó un asco creciente cuando las primeras oscuras gotas de la sangre de la menstruación golpearon las baldosas del piso y formaron círculos del tamaño de una moneda. -¡Por el amor de Dios, Carrie, tienes el período! -gritó Sue-. ¡Límpiate! -¿Ah? Lanzó una mirada bovina en derredor suyo. El pelo pegado a sus mejillas seguía una línea curva que le daba la forma de un casco. Tenía una erupción de acné en un hombro. A los dieciséis años, la huidiza marca de la persona que ha sido hondamente herida ya aparecía claramente en sus ojos. Stephen King Carrie -¡Cree que se usan para el lápiz labial! -gritó de repente Ruth Gogan con enigmático regocijo y luego se echó a reír a carcajadas. Más tarde, Sue recordó la exclamación y la incorporó al cuadro total, pero, en ese momento, era sólo otro sonido sin sentido en medio de la confusión. Tiene dieciséis años -pensaba- Tiene que saber qué es lo que le está sucediendo... Más gotas de sangre. Carrie seguía parpadeando y mirando a sus compañeras con lenta perplejidad. Helen Shyres se dio vuelta y simuló que iba a vomitar. -¡Estás sangrando! -gritó de repente Sue, furiosa-. ¡Estás sangrando, mamarracho estúpido! Carrie bajó la vista y se miró. Dio un alarido. El sonido se oyó con fuerza en el húmedo vestuario. De repente, un tapón la golpeó en el pecho y cayó a sus pies con un ruido sordo. Una mancha como una flor roja apareció en el algodón y se expandió. Entonces la risa, despectiva, horrorizada, asqueada, pareció alzarse y estallar para convertirse en algo horrible, punzante. Las chicas estaban bombardeándola con tapones y compresas higiénicas, algunos sacados de sus bolsos, otros de la estropeada expendedora automática. Caían como nieve. La salmodia se convirtió en: Que lo tape, que lo tape, que lo tape, que lo... Sue también los lanzaba y repetía la salmodia junto con las demás, sin saber muy bien qué estaba haciendo: una frase mágica había acudido a su mente y resplandecía allí como un anuncio de neón: No haces daño a nadie. Realmente no haces daño a nadie. Las palabras todavía brillaban tranquilizadoras cuando, repentinamente, Carrie comenzó a aullar, mientras retrocedía agitando los brazos, gruñendo e hipando. Las muchachas se detuvieron al darse cuenta de que finalmente se había llegado a la fisión y la explosión. Fue en este momento cuando, según sus recuerdos, algunas de ellas manifestaron su sorpresa. Sin embargo, ahí estaban todos esos años de «acortemos las sábanas de la cama de Carrie» en el campamento de la Juventud Cristiana y encontré esta carta de amor de Carrie para Flash