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El bipartidismo de (i) Introducción La historia política de Paraguay no constituye un terreno demasiado fértil para la democracia, salvo en contados momentos de breve existencia. El país se convirtió, en 1813, en una de las primeras repúblicas de América Latina1, sin embargo a lo largo de los 203 años de vida independiente se encuentran más casos de presidentes autoritarios o elegidos en procesos no democráticos antes que gobernantes surgidos en elecciones democráticas. La caída de Stroessner el 2 y 3 de febrero de 1989, que representó la dictadura más longeva de Sudamérica (1954-89), da inicio al proceso de liberalización y transición de una etapa marcadamente autoritaria a una democrática. La democracia paraguaya si bien se encuentra entre las más bajas de la región en cuanto a calidad (Alcántara, 2008: 20; Barreda y Bou, 2010; Morlino, 2013: 62; Alcántara, 2013a: 16; Pérez Talia, 2017) no ha tenido sin embargo un retroceso autoritario hasta la fecha. De esa forma, se está ante el periodo más largo de vigencia de democracia. Nunca antes Paraguay había vivido tantos años bajo elecciones periódicas, competitivas, con más de dos partidos que tienen chances de obtener un triunfo, con libertad de expresión, etc. Quizás el único momento histórico previo a esta “primavera democrática” constituye el periodo presidencial de 1924-32 en donde se llevaron a cabo elecciones presidenciales con la presencia de candidatos de los dos partidos tradicionales y con una importante participación electoral. Consecuentemente, el objetivo del presente trabajo es describir el proceso político paraguayo en búsqueda de patrones democráticos, a cuyo efecto se va a dividir la historia del país en tres momentos particulares a los cuales llamaremos “primera, segunda y tercera ola de democratización”, siguiendo la línea del célebre trabajo de Huntington (1993). Así, el trabajo se encuentra organizado en diversas secciones: (i) una breve introducción del debate sobre la democracia y sus olas, (ii) un esbozo del surgimiento del antiguo bipartidismo paraguayo, para luego pasar al (iii) análisis de los momentos históricos del país divididos en las tres olas de democratización de Huntington (1993). (ii) La democracia y sus olas Si bien la palabra democracia es de las pocas “buenas palabras” que encontramos en la política, este fenómeno acaece muy recientemente (Del Águila, 2008: 139). La palabra democracia aparece por primera vez ya en Herodoto, pero desde el siglo III a.C. hasta el siglo XIX ha sufrido un “largo eclipse”. Como diría Sartori (2012: 29), el nuevo y reciente auge de la palabra democracia viene dado por que “la democracia de los modernos, la democracia que practicamos hoy, ya no es la de los antiguos”. Sea como fuere, la extensión de la democracia moderna –liberal- ha sido “espectacular” (Del Águila, 2008: 139), aunque su derrotero naturalmente no ha sido fácil, y su vigencia constante. Ha habido épocas no sólo de auge sino también de caídas democráticas.

1 En efecto, el 12 de octubre de 1813 un Congreso general proclamó la República del Paraguay, “la primera instituida en América del Sur” con lo cual el país “rompía simultáneamente todo lazo de unión con España y ” (Cardozo, 2013: 58). Desde el último tercio del siglo pasado, la Ciencia Política se abocó a analizar los procesos de cambio que han permitido el tránsito no violento de las dictaduras hacia sistemas democráticos (Vallés, 2010: 421). Los estudios politológicos basados en los procesos de redemocratización tuvieron sus primeros pasos con las transiciones a la democracia en España y Portugal, y se fueron consolidando durante los siguientes años a medida que fue avanzando la tercera ola de democratización en diferentes regiones, como América Latina en particular. A diferencia de otras teorías que intentaban explicar el desarrollo democrático en los países, este nuevo enfoque recupera el rol de los actores en los procesos de transición (Abal Medina, 2010: 54). Samuel P. Huntington (1993) es un autor fundamental en el estudio de los procesos de democratización, quien ha catalogado la aparición de las democracias como un acontecimiento cíclico. Luego de analizar la evidencia empírica histórica observa que la democracia presenta un “comportamiento pendular”. A un tiempo de auge de regímenes autoritarios en el mundo parece sucederle uno de transición hacia regímenes democráticos que, luego de algún tiempo y a raíz de ciertos factores, da paso a la reaparición de los primeros (García Oñoro, 2012: 17). A eso llama Huntington “olas democratizadoras”. Huntington (1993) determinó la existencia de tres olas de democratización y dos olas de reflujo: (1) Al final de la primera larga ola de democratización (1828-1926) había 29 Estados democráticos, pero después de la primera ola de reflujo (1922-42) el número de democracia se redujo a 12; (2) La segunda ola de democratización (1943-62) elevó el número de Estados democráticos a 36, y la siguiente ola de reflujo (1958-75) hizo que cayeran seis; (3) La tercera ola de democratización, que comienza en 1974 y sigue vigente, ha llevado al más elevado número absoluto de Estados democráticos. Seguidamente Huntington se pregunta acerca de las condiciones que dan origen a las distintas olas de democratización. Vincula la primera con un conjunto de condiciones socioeconómicas: industrialización, urbanización, surgimiento de la burguesía y de la clase media, aparición de la clase obrera, reducción gradual de las desigualdades económicas. La segunda ola tiene su origen con factores militares y políticos: victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial e inicio del proceso de descolonización. Los factores responsables de la tercera ola serían: la crisis de legitimación de los regímenes autoritarios, crecimiento económico sin precedentes, el nuevo papel desempeñado por la Iglesia católica tras el Concilio Vaticano Segundo, el impacto de la Comunidad Europea en los regímenes autoritarios de Europa meridional y el efecto de contagio (o dominó) de los procesos de democratización. Estos factores, por sí solos o bien en combinación, son los que explicarían la tercera ola (Pasquino, 2011: 328). Si nos situamos en América Latina en particular, la democracia desde el siglo XIX tuvo que enfrentar “tiempos turbulentos” y ha sido vista como “frágil, temporal y superficial en contenido” (Smith, 2004: 189). Los distintos países de la región han tenido diferentes desempeños, trayectorias y experiencias democráticas.

“Si se comparan los años de democracia liberal o procedimental de los 20 países latinoamericanos a lo largo de los siglos xx y xxi, se puede observar que las democracias con menos trayectoria son, en primer lugar, Haití con 9 años y, en segundo lugar, México con 14. Alternativamente, hay otras con mucha mayor experiencia: Costa Rica con 100 años, Chile con 92 y Uruguay con 74. Las diferencias son notorias. El grado de experiencia democrática que los actores políticos tienen en los países mencionados es un factor que se debe tomar en cuenta en la dinámica política y en sus respectivos resultados”. (Tovar Mendoza, 2016: 28-29).

Ahora bien, Peter Smith (2004) en un agudo e interesante trabajo se pregunta si la propuesta de olas democratizadoras de Huntington (1993) es aplicable a América Latina a lo cual afirma que la periodización parece adecuada, con algunas reservas. En ese sentido, expone que la primera ola abarcó únicamente a cuatro países: Argentina, Chile, Colombia y Uruguay. La segunda ola afectó a Costa Rica, Venezuela, , Brasil, Perú y Ecuador. Y la tercera ola se extendió suficientemente en América Latina a casi todos los países desde finales de la década de los años setenta.

Como el presente trabajo se propone describir el proceso democrático paraguayo en sus dos olas, se aclara anticipadamente que el país tuvo un breve vestigio democrático en el periodo de la primera ola (1928-32) que no duró más de un periodo presidencial, y recién para la tercera ola democratizadora el país se incorporaría de lleno, aunque sin el grado de experiencia democrática previa, lo cual siguiendo a Tovar Mendoza (2016: 29) “es un factor a tomar en cuenta en la dinámica política y en sus respectivos resultados”.

(iii) Antecedentes históricos. El bipartidismo decimonónico El sistema de partidos de Paraguay es uno de los menos estudiados de la región y, a la vez, de los más antiguos: sólo los principales partidos políticos de Uruguay y Colombia son más antiguos que los de Paraguay (Lewis, 2016[1993]; Abente Brun, 1996). La constante en Paraguay ha sido siempre un conflicto entre libertad y autoridad, entre democracia y dictadura. La historia política registra fuertes raíces autoritarias (De Riz, 2008; Fassi, 2010) y como muestra se observa que, en 205 años de vida independiente, 4 personas ostentan el récord de haber gobernado por 92 años, casi un siglo. En la mayoría de los casos “se utilizaron los atajos más rebuscados para satisfacer las ansias de eternización en el poder” (Camacho, 2005). Luego de la guerra de la Triple Alianza2 (1865-1870) el país entra por primera vez en la senda del constitucionalismo moderno y, en medio aún de un escenario de fatalidad posbélico, se sanciona y jura la nueva Constitución, el 25 de noviembre de 1870. Rigió al país por setenta años, “representó una reacción contra el sistema político imperante desde 1811 e implantó uno de corte democrático-liberal, en concordancia con las constituciones escritas por otras naciones americanas” (Brezzo, 2010: 203). El país, ni en su primer época independiente hasta la guerra de la Triple Alianza, ni inmediatamente después, ha tenido partidos políticos propiamente dichos. Fue necesario el transcurso de veintisiete años de vigencia de la Constitución Nacional de 1870 para la fundación de los mismos. Fue la Carta Magna la que sentó las bases jurídicas para la creación de los partidos políticos. El periodo aludido, que comienza en 1870 y dura hasta 1940, es denominado “era liberal de la historia paraguaya” (Lewis, 2016[1993]) o, en otros casos, “república liberal paraguaya” (Abente, 1989).

2 La guerra de la Triple Alianza fue un conflicto miliar armado que enfrentó a Paraguay contra una coalición formada por Argentina, Brasil y Uruguay desde 1865 a 1870. Como sea, es en dicha etapa cuando se fundan los dos principales partidos políticos, el partido Colorado (ANR) y el partido Liberal (PLRA, actualmente). Ambos partidos se crean en 1887, en julio el Liberal y en septiembre el Colorado y, desde entonces, han compartido el manejo del gobierno paraguayo y se han alternado en la arena política, aunque muchas veces mediante golpes de estado o estrategias no democráticas. En cuanto al origen como tal, Gómez Florentín manifiesta que “el origen de los partidos políticos ha sido localizado en diferentes momentos históricos por diversos autores variando fundamentalmente en función a las posiciones políticas de los autores. Una corriente dominante dentro del Partido Liberal posicionó el origen de su partido en los actores que resistieron la carrera por el poder de José Gaspar Rodríguez de Francia en el Paraguay postcolonial. En esta interpretación, tanto los Yegros, Iturbe y Pedro Juan Caballero, como los fundadores de la república liberal en 1870 tienen una raíz común y comparten una misma tradición liberal. Una visión colorada de la fundación de los partidos políticos ubica en la dicotomía Lopistas/Antilopistas el punto de partida para la creación de los partidos políticos, siendo los primeros colorados y los segundos liberales respectivamente. En esa misma línea, yendo más atrás todavía, los colorados se entroncarían en la tradición de Francia y la clase rural, mientras que los liberales serían los herederos de los porteñistas, urbanos y realistas que se opusieron a la independencia nacional. Probablemente, en ambos casos las interpretaciones simplemente estarían llevando demasiado lejos una lectura tendenciosa la cual simplemente antes que iluminar el pasado, encubre su significado. No menos polémica aunque acaso más apropiada sea la propuesta de buscar el origen de los partidos políticos en las organizaciones del exilio durante los gobiernos de los López. En esta lectura, elaborada con profundo detalle por Lewis, el origen inmediato de los partidos políticos paraguayos puede ser rastreado hasta las primeras disputas internas entre los paraguayos antilopiztas durante su exilio en Buenos Aires hacia mediados de la década de 1850 (Gómez Florentín, 2010). De cualquier manera, no surgieron como resultado de profundas diferencias ideológicas ni de conflictos relacionados con políticas (Abente Brun, 1996). Por el contrario, Lewis definió a los partidos políticos paraguayos en sus inicios como simples asociaciones de notables con una organización política que si bien era débil también era flexible como para adaptarse a situaciones cambiantes (Gómez Florentín, 2010). Hay una cuestión que tienen en común ambos partidos tradicionales, que es sin dudas haber sido influidos por el liberalismo político imperante en la época. Los dos líderes intelectuales fundadores de ambos partidos, José Segundo Decoud en el colorado y Cecilio Báez en el liberal, eran fervientes seguidores del liberalismo político en general y del positivismo en particular. Ambos abogaban sinceramente por principios positivistas y eso trascendía en sus escritos cuando abordaban temas como libertad, educación, la mirada al pasado y las instituciones libres como referencia fundamental para el resurgir del Paraguay luego de la hecatombe acaecida por la Guerra de la Triple Alianza. En síntesis, el partido Colorado mezclaba tres rasgos característicos: liberalismo ideológico, político y caudillismo orgánico, estaba de acuerdo con la C.N. de 1870 profundamente liberal leseferista y creían en las inversiones extranjeras como elemento clave del crecimiento económico (Abente, 1996: 250). Por su parte, el partido Liberal también profesaba la ideología liberal de la época y propugnaba por la libertad electoral y de prensa, “por la defensa de la soberanía de los postulados de la Constitución conculcados por los gobiernos” (Cardozo, 2013: 116). (iv) Primera ola de democratización El periodo de lo que se considera comúnmente como la primera ola de democratización en América Latina coincide de alguna manera con la “era liberal paraguaya”, aunque se aclara desde ya que en dicho periodo Paraguay no logró echar raíces al proceso democrático, salvo un breve interregno (1928-32) que se verá más adelante. Desde la instauración de la C.N. de 1870, que hizo obligatoria la necesidad del proceso electoral cada cuatro años para acceder a cargos de representación, y específicamente desde la creación de los dos partidos tradicionales en 1887, no se registran justas electorales libres y competitivas para elegir presidente de la república con más de un candidato. El Partido Colorado gobernó ininterrumpidamente desde su fundación en 1887 hasta diciembre de 1904, en cuya fecha el Partido Liberal asume la primera magistratura merced a un vasto movimiento revolucionario iniciado para apoderarse del poder (Brezzo, 2010). De esa forma, el Partido Liberal gobierna durante treinta y dos años (1904-1936), incluyendo los tres años de la guerra del Chaco. He aquí el mapa de los presidentes durante el periodo. Sólo están incluidos los presidentes que iniciaron el periodo presidencial, no así los reemplazantes ni provisorios. Tabla I. Presidentes electos en la “era liberal” paraguaya

¿Elecciones libres y ¿Finalizó el competitivas con al Presidente Periodo Partido mandato? menos dos candidatos en pugna?

Patricio Escobar 1886-90 Sí Colorado No Juan González 1890-94 No Colorado No Juan Eguzquiza 1894-98 Sí Colorado No Emilio Aceval 1898-1902 No Colorado No Juan Escurra 1902-06 No Colorado No Juan Gaona 1904-05 No Liberal No 1906-10 No Liberal No 1910-14 No Liberal No 1912-16 Sí Liberal No 1916-20 No Liberal No Manuel Gondra 1920-24 No Liberal No 1924-28 Sí Liberal No

José P. Guggiari 1928-32 Sí Liberal Sí

Eusebio Ayala 1932-36 No Liberal No Fuente: elaboración propia Ninguno de los presidentes citados en la tabla I accedió al poder Ejecutivo mediante elecciones limpias, transparentes y competitivas en la cual al menos se hayan presentado dos candidatos. Salvo José P. Guggiari en 1928, los demás fueron presidentes siendo candidatos únicos. En la única etapa en la que se respetaron mínimamente los derechos políticos de los ciudadanos y hubo elecciones presidenciales con candidatos de los dos partidos tradicionales es en los años 1924-36, en cuyo periodo “se realizaron los esfuerzos más serios en la historia paraguaya, no siempre exitosos, para que el país legal coincidiera con el real” (Simón, 1998, p. 355). Ello tiene que ver decididamente con el fuerte y acertado liderazgo político del presidente Eligio Ayala, quien inicia su mandato constitucional en 1924 con “la economía en crecimiento, las finanzas públicas ordenadas, las Fuerzas Armadas en proceso de reorganización y un partido político fuerte que lo respaldaba” (Scavone, 2010: 231). Ayala era “un intelectual austerio y solitario” que buscó incesantemente el camino de la democracia y la paz, para lo cual necesitaba que el partido Colorado levante su abstencionismo y vuelva a la vida electoral. “Para conquistar la paz decretó una ley electoral que garantizaba la representación de las minorías en el Congreso, a lo que añadió una garantía de elecciones libres para los Colorados”… quienes “acordaron poner a prueba la sinceridad del gobierno tomando parte en las elecciones legislativas de 1927. Ayala cumplió su palabra y el resultado fue que los colorados no sólo ocuparon sus escaños en el Congreso, sino que también decidieron presentar un candidato en las elecciones presidenciales de 1928. Sería la primera vez en la historia del Paraguay en que la presidencia se disputó realmente” (Brezzo, 2010: 91). Los esfuerzos del presidente Eligio Ayala tuvieron sus frutos y en 1928 se realizaron las primeras elecciones presidenciales verdaderamente competitivas. Sufragaron casi 90.000 ciudadanos, más del 11% de la población y hubo una participación electoral del 56% de los inscripto en el padrón electoral. En esa época sólo Argentina, México y Uruguay mostraban una tasa de participación electoral igual o mayor (Abente, 1996: 246). Sin embargo el sueño democrático duraría poco ya que durante el gobierno de José P. Guggiari (1928-32) ocurrió un hecho desafortunado el 23 de octubre de 1931, en donde un choque frente al Palacio de Gobierno dejó un número importante de estudiantes muertos a manos de los militares que custodiaban la presidencia (Cardozo, 2013: 128). El propio presidente pidió su juicio político y dejó la presidencia a Emiliano González Navero, vicepresidente de la República. Los colorados renunciaron a sus bancas legislativas y decretaron nuevamente su abstencionismo electoral, con lo cual para las elecciones presidenciales de 1932 el presidente Eusebio Ayala volvería a ser electo sin oposición electoral alguna. No hay que dejar de mencionar que Eligio Ayala, quien propició la vuelta del coloradismo a la vida electoral en 1927, muere trágicamente en 1930. En suma, en este periodo se manifiestan ciertas características esenciales de una política oligárquica pero semi-competitiva (Abente Brun, 1996) salvo en los años 1924-36 en la que los colorados volvieron a la arena electoral y se vivió de manera inédita el único periodo democrático (aunque mínimo) de la historia paraguaya, previa a la tercera ola de democratización. Como se mencionó, el factor económico, político partidario y, sobre todo, el liderazgo positivo del presidente Eligio Ayala explican el periodo democrático inédito y fugaz. (v) Segunda ola de democratización Mientras algunos países de América Latina transitaban de manera positiva la segunda ola de democratización, en Paraguay la situación era totalmente diferente. Luego de la guerra del Chaco (1932-35)3 el militarismo se erige con fuerza como el principal actor político y va a regir los destinos del país hasta la caída de Stroessner en 1989. El régimen constitucional liberal, iniciado con la guerra de la Triple Alianza, culmina con otra guerra internacional, la guerra del Chaco. Así, en 1940 se sanciona una constitución de estilo autoritario que congeniaba con el espíritu de su tiempo, especialmente con los proyectos políticos de Rusia, Alemania e Italia (Rodríguez, 2010: 13). Su objetivo era organizar un Estado fuerte en el que el Poder Ejecutivo tuviese una mayor preponderancia (Scavone Yegros, 2010: 250). Durante este periodo se destacan particularmente dos férreas dictaduras militares: la del Gral. Higinio Morínigo (1940-47) y la del Gral. (1954-89), en cuyo periodo se reformaron las leyes electorales tantas veces como fuera necesario para asegurar y consolidar el poder del dictador. De acuerdo a la Constitución de 1940, Stroessner sólo podría ser presidente por dos periodos consecutivos de cinco años. Su primer periodo 1954-58 fue considerado como de terminación del anterior presidente depuesto. Por tanto, fue electo presidente para el periodo 1958-63 y reelecto para el periodo 1963-68. En 1967 se sanciona una nueva Constitución que permitía a Stroessner ser reelecto por un periodo más, pero significaba que sólo podría ejercer la presidencia hasta 1978. La solución propuesta fue realizar una reforma constitucional, en 1977, estableciendo la figura de la reelección indefinida. De esa forma, Stroessner fue reelecto tres veces más: en 1978, 1983 y 1988. A ese respecto, refiere Nickson (2010: 281) que “en total, Stroessner fue reelecto siete veces, en elecciones caracterizadas por su falta de credenciales democráticas. De acuerdo con el escrutinio oficial, obtuvo un promedio del 88,7% de los votos: 1954, 98,4%; 1958, 97,3%; 1963, 90,6%; 1968, 70,9%; 1973, 83,6%; 1978, 90,0%; 1983, 90,1% y 1988, 88,6%”. En definitiva, a partir de 1940 hasta la caída de la dictadura stronista en 1989 los partidos tuvieron que compartir el poder con los militares y es, sobre todo, durante la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989) cuando se da el cambio significativo en el cual surge una relación simbiótica y autoritaria entre el Estado y el Partido Colorado. El aparato de gobierno se convirtió en propiedad exclusiva del partido, y tanto la policía como las fuerzas armadas se “partidarizaron” por completo. Tanto el acceso a los cargos burocráticos, a la policía y a las fuerzas armadas, como la permanencia en ellos se hicieron dependientes de ser miembro del Partido Colorado, lo cual fortaleció enormemente a dicho partido, mientras que, al mismo tiempo, décadas de represión debilitaron dramáticamente al Partido Liberal y cualquier atisbo de oposición (Abente, 1996; Fassi, 2010; Fretes, 2012; Uharte, 2012; Pérez Talia, 2017). En consecuencia, el sistema de partidos después de 1960 puede definirse mejor como un sistema hegemónico pragmático (Abente, 1996: 247) que registra, hasta finales del siglo xx,

3 La guerra del Chaco fue un conflicto militar armado por el control de la zona del chaco boreal, que involucró a Paraguay y Bolivia durante los años 1932-35. el número efectivo de partidos legislativos (nepp) más bajo de toda América Latina (Alcántara, 2013b: 226). (vi) Tercera ola de democratización La dictadura de Alfredo Stroessner acaba mediante un golpe militar en la que comúnmente se conoce como “noche de la candelaria”, es decir la noche del 2 de febrero y el amanecer del 3 de febrero de 1989. De esa forma culmina la dictadura más longeva (35 años en el poder) de Sudamérica. Si bien la caída de Stroessner no puede ser explicada por una sola causa, es bastante claro que “el motivo principal fue la intensificación de la crisis de sucesión en un contexto caracterizado por la ausencia de reglas claras al respecto” (Abente, 1993: 147). En los últimos tiempos de la dictadura la salud del Gral. Stroessner empezó a deteriorarse fuertemente lo cual le hizo perder paulatinamente el poder sobre las operaciones del gobierno. Eso llevó a que un grupo de colorados “militantes” quisiesen erigirse en los líderes de la posible continuidad del stronismo e inmediatamente unificó a un sector importante del militarismo que no veía con buenos ojos el accionar del sector colorado “militante”. Como sea, la caída de la dictadura y la posterior transición fue iniciada por parte de la “élite del gobierno como consecuencia de una división en la coalición gobernante”. (Abente, 1993: 149). En general, la transición a la democracia fue menos “democratizante” que otras transiciones de la región -como la uruguaya por ejemplo- (Pérez Talia, 2017), y los análisis sobre el proceso de transición han sido fundamentalmente críticos, como ser una “transición desde arriba” (Arditi, 1990; Simón, 1998), con “topes relativamente bien delimitados” debido al estrecho vínculo entre los grupos de poder tradicional (Palau, 2008), con fuerte “presencia de actores principales del régimen autoritario en la conducción del Estado y del proceso de apertura” (Fretes Carrera, 2012: 72) con el único fin de “mantener el poder del Estado, controlando la transición y evitando el desarrollo de proyectos políticos y sociales alternativos” (Duarte Recalde, 2012: 118), y, sobre todo, con una sociedad civil frágil y con limitada incidencia en el proceso político que se tornó incapaz de “construir ciudadanía” (Barreda y Bou, 2010: 154).

Tabla II. Elecciones presidenciales desde la caída de Stroessner

¿Elecciones libres, Año de Presidente Votos Primer perdedor Votos limpias y elecciones competitivas?

Andrés Rodríguez Domingo Laíno Ni libres, ni limpias ni 1989 74,36% 20,08% (P. Colorado) (P. Liberal) competitivas

Juan C. Wasmosy Domingo Laíno Libres pero no limpias 1993 39,90% 32,10% (P. Colorado) (P. Liberal) ni competitivas Raúl Cubas (P. Domingo Laíno Libres, limpias y 1998 53,80% 42,60% Colorado) (P. Liberal) competitivas (P. Julio C. Franco (P. Libres, limpias y 2003 37,14% 23,95% Colorado) Liberal) competitivas Blanca Ovelar (P. Libres, limpias y 2008 40,90% 30,63% (Alianza) Colorado) competitivas (P. Efraín Alegre (P. Libres, limpias y 2013 45,83% 36,92% Colorado) Liberal) competitivas Fuente: elaboración propia a partir de datos en línea del Tribunal Superior de Justicia Electoral https://tsje.gov.py/ Las primeras elecciones presidenciales llevadas a cabo luego de la caída de Stroessner, en mayo de 1989, no fueron libres, limpias ni competitivas. Dice al respecto Arditi (1992: 49) que “Las elecciones generales del 1° de mayo de 1989 fueron celebradas apresuradamente tres meses después del golpe de Estado que derrocó al gobierno del general Stroessner. Su objetivo era legitimar al nuevo gobierno, pero la competencia electoral no se hacía en condiciones igualitarias para todos: 35 años de dictadura implicaron otros tantos años de dominio irrestricto de la oficialista Asociación Nacional Republicana (ANR o Partido Colorado) y de supervivencia precaria de las demás fuerzas políticas”.

Por tanto, las esperanzas se cifraron en las elecciones presidenciales de 1993, aunque se volvió a repetir el mismo resultado de 1989.

“Las elecciones de 1993 debieron haber sido las que inauguraran la democracia en Paraguay pero no fue así. A pesar de los avances, no se había resuelto satisfactoriamente un componente fundamental, aunque no único, de cualquier democracia, la realización de elecciones libres, limpias y competititvas. El gobierno de Rodríguez (1989-1993) por lo tanto no fue el gobierno de la transición a la democracia, sino el de la transición a la transición. Y las elecciones de 1993 marcaron el re-inicio del proceso”. (Abente, 2010: 29).

La transición a la democracia ciertamente culminó y la democracia se inició, stricto sensu, en 1998 ya que ese año finalizó el proceso iniciado con las elecciones municipales de 1991 y se tuvo lugar las primeras elecciones generales libres, limpias y competitivas.

En 1999 ocurre un hecho que cambia el tablero político de manera sustancial: el marzo paraguayo4, que tuvo un efecto desequilibrante e imprevisto en todo el sistema partidario tradicional que se había conformado hasta entonces, como la reducción del espacio ocupado por los partidos políticos tradicionales, la sustancial desaparición del Encuentro Nacional, la emergencia de partidos políticos más “ideológicos” y el ingreso en el campo político paraguayo de un verdadero sistema multipartidista (Pérez Talia, en prensa). El surgimiento del Partido País Solidario –de tendencia socialdemócrata– y de Patria Querida – socialcristiano–, ejemplifica el nacimiento de estructuras políticas más ideologizadas (Lachi, 2009).

4 El “marzo paraguayo” fue una semana de lucha ciudadana que se desarrolló en marzo de 1999 como reacción al homicidio del vicepresidente Luis María Argaña, que llevaría a la renuncia del presidente Raúl Cubas y a la fuga del ex general Lino Cesar Oviedo.

Las elecciones presidenciales de 2003 se presentan como un momento clave en el “proceso de redefinición del sistema paraguayo de partidos políticos”, por el avance hacia el multipartidismo (por primera vez seis grupos componen el Congreso). El apoyo a los dos partidos tradicionales descendió del 80% de los votos al 55%, lo que es una clara muestra del nacimiento de un sistema “más plural e ideologizado” (Lachi, 2009).

En 2008 sucede un hecho inédito en la historia paraguaya que, en última instancia, reafirma el carácter de su aún joven democracia. El Partido Colorado, en el poder ininterrumpidamente desde 1947, es derrotado en las elecciones presidenciales del 20 de abril de 2008 por una colación heterogénea de partidos y movimientos sociales denominada Alianza Patriótica para el Cambio, con más del 40% de los votos emitidos. La dupla Fernando Lugo – obtuvo la suma de 766 mil 502 votos frente a los 573 mil 995 que obtuvo Blanca Ovelar, candidata del Partido Colorado.

El efecto de la alternancia política de 2008 fue tal que incluso incidió positivamente en el nivel de satisfacción con la democracia, tal como se observa a continuación:

Gráfico 1. Nivel de satisfacción con la democracia

Fuente: Elaboración propia a partir de datos obtenidos de manera electrónica de LAPOP (http://www.vanderbilt.edu/lapop/)

Entre el 2006, mitad del periodo presidencial del presidente colorado Nicanor Duarte Frutos, y el 2010, mitad del periodo presidencial de Fernando Lugo, existe una diferencia de más del 20% en cuanto a satisfacción con la democracia.

En el mismo sentido, Paraguay tiene los niveles más bajos de apoyo a la democracia en el año 2005 con el 32%, pero alcanza también 33% en 2007, y anteriormente había alcanzado 35% en 2001. Pero a partir del 2008 se ve el impacto de la alternancia llegando a tener 53% de apoyo a la democracia. Si bien la alternancia fue efímera políticamente, porque en 2013 nuevamente vuelve el partido Colorado, pero el efecto sobre la democracia permanece ya que el apoyo a la democracia alcanza el 50%. Esta cifra está por encima del promedio de ese país en el período 1995 -2013 (Latinobarómetro, 2013).

En 2012 se quiebra la Alianza Patriótica para el Cambio (plataforma electoral que sirvió para el triunfo en 2008), el presidente Lugo es destituido por juicio político y, con las fuerzas no coloradas profundamente divididas, en 2013 Horacio Cartes se convierte en presidente de la República por el partido Colorado. Obtiene el 45,8% de votos frente a Efraín Alegre, candidato de la Alianza Paraguay Alegre, quien obtuvo el 36,9% de votos.

El juicio político de junio de 2012 que destituyó al presidente Lugo puede ser analizado en dos sentidos opuestos: (i) como un quiebre a la democracia ya que el Parlamento destituyó en menos de 48 horas a un presidente que fue legítimamente elegido por el pueblo; (ii) una reafirmación de que ante tamaña crisis política que se originó en 2012, los resortes institucionales de la democracia se activaron y, en última instancia, denotó una suerte de fortaleza de la democracia.

Es importante reconocer que la destitución de Lugo afectó negativamente al proceso democrático iniciado en 1989, aunque también es cierto que en un tiempo no muy lejano una crisis como esa se hubiera resuelto con las Fuerzas Armadas en las calles, opositores detenidos en contra de su voluntad y un tendal de civiles muertos. Aquí sin embargo el problema fue resuelto de una manera extrema (el juicio político) pero en el seno meramente institucional de la República.

El balance positivo de estos 28 años de libertad es que las Fuerzas Armadas permanecieron en sus cuarteles, bien alejadas de los procesos políticos; a partir de 1998 el país fue llamado a las urnas cada cinco años para elegir representantes en elecciones libres, limpias y competitivas y, de igual modo, se han respetado los derechos y garantías establecidos en la Constitución de 1992.

El balance negativo viene dado por una democracia de muy baja calidad (Alcántara, 2008: 20; Barreda y Bou, 2010; Morlino, 2013: 62; Alcántara, 2013a: 16; Pérez Talia, 2017) y una élite política que se resiste a introducir las reformas necesarias para avanzar en un proceso de democratización más sólido y de mejor calidad. Quizás esto es bien explicado por Tovar Mendoza (2016: 28-29) cuando refiere que “el grado de experiencia democrática que los actores políticos tienen en los países mencionados es un factor que se debe tomar en cuenta en la dinámica política y en sus respectivos resultados”. Paraguay es un país de muy corta experiencia democrática (de las más breves en la región) con lo cual el proceso se va a tornar indefectiblemente lento. Lo fundamental es que, aunque lento, no existan retrocesos que lleven al país a viejas y oscuras épocas de autoritarismo y dictadura.

(vii) Conclusiones

Paraguay fue el primer país de Sudamérica en instituir la República pero paradójicamente forma parte de los países con menor experiencia democrática en su vida independiente. Incluso posee uno de los sistemas de partidos más antiguos de la región lo cual no fue garantía alguna de procesos democráticos.

Durante el periodo de la primera ola de democratización (1880-1930), el país apenas tuvo una elección presidencial bajo los estándares mínimos de democracia, que se originó a partir de unas condiciones económicas favorables, una organización más institucional de las Fuerzas Armadas, pero sobre todo con el liderazgo de una persona que fue capaz de dotar al país de las leyes electorales necesarias y convencer al partido Colorado mediante su excepcional figura que abandone su abstencionismo electoral. Poco tiempo después las condiciones cambiaron desfavorablemente (incluida la muerte de Eligio Ayala) y Paraguay volvió a su vieja senda no democrática.

Recién en la tercera ola de democratización se incorpora Paraguay, luego de la caída del dictador Stroessner en 1989. La transición se originó por un problema sucesorio de la más alta élite stronista y se desarrolló de arriba para abajo. Tuvieron que pasar diez años para que el país asista a elecciones libres, limpias y competitivas, lo cual hasta la fecha sigue sucediendo.

La principal deuda de esta inédita experiencia democrática es la baja calidad de la democracia, pero mientras el país siga gozando al menos de una democracia “procedimental” el derrotero hacia una mejor calidad es favorable.

A Paraguay le falta el grado de experiencia democrática previa, que Tovar Mendoza (2016: 29) hace un hincapié importante al expresar que “es un factor a tomar en cuenta en la dinámica política y en sus respectivos resultados”. Sin embargo, mientras haya libertad (y voluntad) los problemas más sustantivos de la democracia podrán ir resolviéndose. Pero… siempre en libertad, porque como diría Tocqueville “nada más duro que el aprendizaje de la libertad. Pero solo la libertad corrige los abusos de la libertad”.

(viii) Bibliografía

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