Cuba, Por Lo Menos La Cuba Íntima, La Que Yo Conocí En Parte, Era Un País
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uba, por lo menos la Cuba íntima, la que yo conocí en parte, era un país singular. Había algo de surrealismo en la conducta de las clases que se hacían llamar dirigentes. Yo salí de Cuba Cpocos días después del asalto al Moncada y me instalé en Miami en agosto de 1953. Pensé que mi exilio duraria, a lo más, unos seis meses. Grave error. Han pasado 47 años y todavía no he vuelto a vivir en mi país de manera permanente. De hecho, no he regresado. Ni creo que regrese nunca. Debo confesar que el exilio fue para mí una especie de liberación. Pude dedicarme con tiempo a lo que fue siempre mi pasión, es decir, la lectura. Yo nunca he sido un escritor sino un lector. Durante los años que estuve en Miami, hasta la caída de Batista, me enteré de cosas sorpren- dentes. Por ejemplo, Carlos Prío, con la venia de Batista, siguió cobrando $400,000 anuales que era la parte del botín que le había tocado en el negocio de las mieles. Batista no puso obstáculos a la entre- ga anual de ese dinero. De modo que teníamos un presidente constitucional depuesto por un golpe de estado, que vivía en el exilio y se dedicaba a conspirar contra el gobierno de Cuba y hasta anuncia- ba que pronto estallaría una revolución en la isla... y cobraba un dinero anual con la anuencia del mismo gobierno. Y nadie se asombraba. Algo más. Todos los representantes y senadores del disuelto Congreso de la República, con dos o tres excepciones de honor, siguieron cobrando sus sueldos. Es decir, conspiraban contra Batista y recibían su cheque mensual. El hermano del presidente depuesto, su hermana, y un cuñado, que también era legislador, seguían cobrando. No sé hasta que punto siguieron recibiendo sus cheques. Los periodistas que estaban exiliados entonces en Miami, que eran pocos, recibían todos los meses el producto de los puestos que habían tenido durante el gobierno de Prío. Para mí, aquello fue una sor- presa. Nunca lo entendí. No se puede negar que Batista fue generoso con aquellas gentes. Tal vez dis- frutaba humillándolos. ¿Fue Miami, realmente, el centro de una conspiración para derribar al gobierno de Batista? Nunca, en ningún momento, yo vislumbré la menor señal de seriedad en todo lo que se hacía. Todo era fraudulento. Aunque hubo algunos infelices que lo tomaron en serio y pagaron con sus vidas. Recuerdo el caso de Ricardo Artigas, que había sido director de la lotería en el gobierno de Prío y había salido de Cuba, en 1952, con unos tres millones de pesos, según me contaba. Artigas vivió todo el tiempo convencido de que el presidente Prío iba a desembarcar en Cuba al frente de sus tropas para recuperar el gobierno. Todos los meses Artigas mandaba a buscar a La Habana a un brujo que le tiraba los caracoles. Inclusive un día Artigas me llevó a su casa y me dijo que me iba a enseñar algo. Entró en la habitación y al poco rato salió con un uniforme que se había mandado a hacer y que era una especie de coraza. —¡Mi hermanito, no le entran ni las balas¡ —me dijo orgulloso. Era su equipo para el desembarco. Vivía Artigas tan pendiente de Cuba que todas las semanas mandaba a buscar unos sandwiches a un restaurante de La Habana y muchas veces tenía la gentileza de llevarme algunos a mi casa. Era un hombre bueno e ingenuo que veía por los ojos de Prío. —Ricardo, entrégale tres mil dólares a Fulano para una acción… —le decía Prío a Artigas. Y Artigas corría al banco, sacaba el dinero y se lo entregaba misteriosamente al personaje. Estaba con- vencido de que él era el tesorero de una gran conspiración. Con los años, Artigas quedó arruinado y se tuvo que meter a bolitero. Murió en Tampa trabajando de cocinero. Todo lo ocurrido en Miami, a partir del golpe de estado de Batista, fue, en rigor, una farsa. Nunca existió una conspiración seria. Prío disfrutaba simulando que estaba conspirando. Un día me dijo lo siguiente: “¡Yo obligué a Batista a sacar el sable!” Y lo decía con orgullo. Como si hubiera sido una estrategia admirable simular la existencia de una conspiración para tener a Batista nervioso todo el tiempo y obligarlo a estar siempre en estado de alerta… y asesinando gentes. 92 Hay muchas historias, a lo largo de aquel período de 1953 a 1959. Algunas muy tristes, porque hubo sacrificios de vidas. Ya en 1955, a mediados de aquel año, cuando Castro y sus gentes son amnistiados por el gobier- no de Batista, Prío se queda aislado en Miami. Inventa entonces la tesis de regresar a Cuba. Yo hablé con él dos o tres veces y me dijo que estaba realmente dispuesto a buscar la paz. A los guapos de su grupo les decía que se trataba de una nueva estrategia. Pero, en realidad, Prío tenía miedo de regresar. No estaba seguro de cuál sería la actitud de Batista. En una reunión que tuvo conmigo en la casa de Artigas me pidió mi opinión. Yo le dije que lo correcto era regresar. —¿Qué gestión tú podrías hacer para establecer un contacto serio con Batista? —me preguntó. —Lo único que se me ocurre es llamar a Sergio Carbó y que éste le sirva de intermediario con el gobierno... Le gustó la idea. Llamé a Carbó. Al día siguiente estaba en Miami y se reunía con Prío en la misma casa de Artigas. Yo estuve presente. Casi le suplicó a Carbó que hiciera algo para ver cómo se podía resolver el problema. Almorzamos. Después yo llevé a Carbó al aeropuerto. —¿Qué le pareció la entrevista? —le pregunté a Carbó. —Yo no creo nada de lo que me dijo. Lo conozco bien. Dile que yo no me meto en eso... —me dijo. Cuando le conté la cosa a Prío se derrumbó. Entonces le sugerí llamar a Miguel Angel Quevedo y éste, superando su temor a los aviones, voló a Miami. Otra vez la misma escena en el mismo lugar. Prío juraba por todos los santos que él quería la paz. Que estaba cansado, inclusive que estaba arruinado, lo cual era falso. Miguel aceptó convertirse en mediador. A los pocos días me llamó Miguel por teléfono desde su oficina en La Habana. ---Dile al hombre que hable extensamente con Batista y que éste está dispuesto a todo con tal de que Prío entregue las armas que tiene escondidas en La Habana... Llame a Prío por teléfono y le trasmití el recado. Entonces se enfureció y daba gritos en el teléfono: —¡Es una cabronada de Batista! ¡Yo no haré eso nunca! !Es un miserable! A los pocos días leí en la prensa de La Habana que la policía había ocupado un cargamento de armas en la calle Lindero. Después, al día siguiente, ocuparon otras armas. Era obvio que Prío había, entregado las armas. Entonces le anunció a la prensa que iba a regresar no recuerdo que día de agos- to. El día que estaba señalado para el regreso me mandó un recado porque quería verme. Me reuní con él en la casa de Artigas. Lo encontré completamente abatido. Parece que padecía de unos accesos de depresión muy fuertes. Se derrumbaba. —No voy... —me dijo. Yo no tenía mucha confianza con Prío. Pero tampco sentía mucho respeto por él. Aquel juego tan estúpido en que me había utilizado comprometiéndome con Quevedo, me produjo una cierta indignación. Creo que le dije varias cosas desagradables. Esa misma tarde agarré el automóvil y me marché para Key West para pasar unos días. Cuando iba por el puente de las siete millas oí que la radio de La Habana anunciaba que Prío había regresado a Cuba. ¿Qué había pasado? Me imagino que él había realmente entregado las armas y sus “conspi- radores” en Cuba se habían dado cuenta y estaban indignados con él. Había sido, en realidad, una traición. Temeroso de la reacción de sus gentes, había decidido suspender el viaje. Después de la reunión conmigo no sé qué paso. Probablemente convenció a los tipos de que todo se trataba de una 93 jugada y de que él iba a encabezar la rebelión, etc. Regresó a Cuba. Hizo declaraciones a la prensa. Se reunió con algunas gentes. Habló de política, etc. Con el propio Quevedo le mandó un recado a Batista sugiriendo que éste debía indemnizarlo con cinco millones de dólares por los gastos que había tenido con su gloriosa conspiración. Me lo contó Quevedo. Batista se indignó porque lo único que no se le podía mencionar a Batista era la palabra dinero. Por mi parte, yo regresé a Cuba, con mi mujer y mis dos hijos, creo que en septiembre. Pocas semanas después se me apareció Miguel Quevedo en mi casa. —Mira, Luis, Batista me llamó y me dijo que Prío había salido de la finca en el baúl de un automóvil para entrevistarse con unos cuantos gangsters en una casa del Vedado. Yo le dije a Batista que yo no garantizaba más la conducta de Prío y que hiciera lo que mejor le pareciera. Yo no tenía contacto con Prío en La Habana. Pero para mí, conociendo al personaje, era evidente que los gangsters le habían metido miedo, él habría insistido en su tesis de la nueva estrategia de lucha, los tipos no habían tragado la excusa y ahora Prío estaba en un callejón sin salida. Así fue. Al poco tiempo, se apareció en su finca el jefe de la policía, lo agarró por un brazo, lo llevó al aeropuerto y lo mandó para Miami sin muchas ceremonias.