La Dama De América, De Alejandro González Acosta
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Alejandro González Acosta LA DAMA DE AMÉRICA Textos y documentos sobre Dulce María Loynaz Sentado, a la izquierda, Alberto Quilis (de la RAE: también estuvo Manuel Al- var, pero no aparece en la foto), AGA, leyendo de pie, en el Homenaje a Arturo Doreste. A continuación, sentados: Néstor Baguer, Delio Carreras Cuevas, José A. Portuondo (invitado, pues aún no había ingresado formalmente), DML y Ernesto Dihigo López Trigo. LA DAMA DE AMÉRICA Dulce María Loynaz dando la bienvenida a la bailarina Alicia Alonso, el día del ingreso en la Academia de José Antonio Portuondo, 23 de abril de 1985. Alejandro González Acosta LA DAMA DE AMÉRICA Textos y documentos sobre Dulce María Loynaz Colección ENSAYO Colección ENSAYO Portada: La siesta (1888) del pintor cubano Guillermo Collazo. © Alejandro González Acosta, 2016 Editorial BETANIA. Apartado de Correos 50.767 Madrid 28080 España. I.S.B.N.: 978-84-8017-380-3 Depósito Legal: M-21856-2016 Impreso en España / Printed in Spain. ÍNDICE Prólogo: La dama y su chevalier de Madeline Cámara 11 La Dama de América 17 Dulce María Loynaz: ¿Ave Fénix? 41 La casa donde enterraron la luna 51 Dulce María Loynaz o De la Soledad 56 Dulce María Loynaz, varias obras 59 “Premio Miguel de Cervantes Saavedra 1992” 63 Carta abierta a Dulce María Loynaz 66 Dulce María Loynaz: Premio Miguel de Cervantes 1992 75 Dulce María Loynaz: un sol que no se puede ocultar 78 Cartas de Dulce María Loynaz: el testimonio de una amistad 84 Del Adaja al Almendares 104 La Academia Cubana de la Lengua y la Real Academia Española: un vínculo hispanoamericano en varios tiempos 129 Comentarios y aclaraciones para un artículo sobre Dulce María Loynaz 149 La cultura sigue... y es a ella a quien debemos servir; la hora difícil no excusa el cumplimiento de este deber a los llamados a hacerlo. Por el contrario, más los obliga y los requiere (...) No hay que detenerse a pensar en el éxito que pueda o no devenir del esfuerzo, porque eso es cuenta del destino; nosotros habremos cumplido poniendo lo que esta- ba en nuestras manos, poco o mucho, a acrecer, a servir (...) Sirva para fortalecer a los que desmayan, a los que tal vez por haber dado mucho, pudiera parecer ácido el fruto o parvo en la sementera aún removida... Son lentos los caminos de la tierra, y no pueden medirse por los latidos de nuestro corazón. En Gertrudis Gómez de Avellaneda se rinde tácito homenaje a las generaciones de mujeres que han venido después, no sólo con la crea- ción de la obra artística o literaria, sino lo que es más importante, con el respeto, el amor, la conservación de la obra de los demás, que es en definitiva lo que ha salvado siempre la cultura en sus trances más ar- duos, y ha hecho posible su transmisión a la posteridad como herencia, la más preciosa y legítima. Los regímenes que los hombres se inventan, imperan sobre los hom- bres, pero no sobre sus potestades intelectivas, sobre su indeclinable majestad anímica (...) Cuando el gobernante conocedor de la trascen- dencia de esa zona, quiere también invadirla, perece la zona o perece el gobernante (...) Esa es la tierra de nadie y la tierra de todos, y en ella sólo ha de reinarse por la verdad, por la belleza, por el supremo bien (...) La inteligencia del hombre será siempre su arma más preciosa y los que aspiran a dominar el mundo lo saben muy bien(...) El pecado de esta generación ha sido olvidarse de su propia alma y ese olvido lo estamos ya pagando todos... (El Día de las Artes y las Letras, Conferencia de DML en la Sociedad de Artes y Letras Cubanas, 23 de marzo de 1952). Dulce María Loynaz en la UNEAC, al final del acto por el Aniversario 50 de la muerte de Federico García Lorca. De izquierda a derecha: Eliseo Diego, Pablo Armando Fernández, DML, Alejandro González Acosta, Aldo Martínez Malo, Miguel Barnet. De perfil: Lisandro Otero. Un poco más atrás, de perfil, Reinal- do Escobar. PRÓLOGO La dama y su chevalier Toda gran señora los merece. Como tal la escritora cubana Dulce María Loynaz ha tenido varios, pero el que ella llamaba “nuestro ben- jamín”, el crítico Alejandro González Acosta, figura entre sus más fieles y viene a demostrarlo ofreciendo al público una colección de todo lo es- crito sobre su amiga y mentora. Estas palabras de invitación a la lectura de su libro, son gesto de amistad, admiración y complicidad intelectual. AGA, como suele firmarse González Acosta y como me referiré a él en lo sucesivo, es un memorioso, y como el personaje borgiano rinde culto al arte de recordar. Hijo de los 80’, hermano de aventuras -quizás la más significativa fue esa que llamo “la ruta de México,” cuando muchos jóvenes artistas cubanos, a raíz de la crisis ocasionada por la caída del muro Berlín, salimos de Cuba hacia la tierra azteca buscando la libertad de expresión que nos negaba la Isla. Desde finales de los 80’, en que se radicó en el pueblito de Tlalpan, apegado como es a las tradiciones, mucho ha crecido en lo intelectual. Doctorado en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, se hizo un nombre en la crítica hispanoamericana como estudioso de José María Heredia, pero nunca abandonó las travesuras propias del periodista cultural que fue en Cuba. Esa combinación entre el acucioso investigador, ratón de archivos, y el atrevido comentarista de la actualidad artística y política, es el rasgo de su perfil como ensayista. Los que degustamos una prosa que puede moverse entre dos aguas hemos de apreciar la compilación de sus trabajos sobre la Loynaz que decide recoger bajo el acertado título de “La dama de América” que pide en préstamo al mismísimo Rey de España, Juan Carlos I, quien lo usó al entregarle a Loynaz en 1992 el merecido “Premio de literatura en lengua castellana Miguel de Cervantes y Saavedra.” ¿Será necesario para algún lector que se asome a este prólogo pre- sentar a Dulce María Loynaz? Cubro la posibilidad con unas breves pa- labras que remiten a los estudios que he dedicado a ella. Como parte de la herencia de literatura escrita por mujeres en Cuba, afirmaba en Cuban Women Writers: Imagining a Matria (Palgrave 2008) que ella pertenece al grupo de “Las enclaustradas/the Secluded.” Mi metafórica propuesta se basa en su más conocida obra, la novela en prosa poética 12 Madeline Cámara Jardín (1951) cuya protagonista, Bárbara, vive dentro de los marcos de su casa señorial asomándose al mundo a través del espacio límite de los vegetal y lo natural: su jardín, pero también de lo propio, lo reflexivo, por ser lo creado como espacio discursivo privilegiado por la lucidez. Parto de que protagonista-narradora y autora se funden en este texto permitiéndonos postular que Loynaz desarrolla a través de Bárbara una imagen de escritora aristocrática que resulta a la vez una escritora mod- erna. Difícil combinación que solo podía hacer una mujer emancipada y erudita como fue la autora, y que solo podría plasmarse en un person- aje de naturaleza poética, desasido de los dictados del realismo social y de los cánones estrechamente feministas. El libro ha tenido muchísimas lecturas, la mayoría muy atinadas, que se acrecientan con el paso del tiempo y la recuperación de la figura de Loynaz dentro del canon cubano y latinoamericano. Remito a ellas. Algunas son citadas por los estudios de AGA, como la hecha en Cuba por Susana Montero. Ya en el marco continental destaco las de Ileana Rodríguez y Margara Russoto por citar al paso dos interpretaciones que me han sido atractivas. Pero mi interés por la Loynaz fue motivado por otro tipo de textos dentro de su pro- ducción, aquellos que podrían llamarse con Deleuze y Guatari literatura menor: las memorias y las crónicas de viaje, géneros tan recurridos por las mujeres intelectuales contemporáneas a Loynaz que salían al mundo con su curiosidad y avidez de saber, rasgo que bien describe AGA al notar su calidad de viajera infatigable en su juventud. Ella, como otras que le fueron cercanas, Gabriela Mistral u Ofelia Rodríguez Acosta, fueron cosmopolitas avant la letre, adelatándose a la fiebre vanguardis- ta, refundando un lugar para la voz femenina dentro de la modernidad latinoamericana que ellas también protagonizaron. Resultado de uno de esos viajes llevados luego a la imprenta es Un verano en Tenerife (1958), mosaico maravilloso del que extraje mi pieza preferida “La otra isla” para mi antología La memoria hechizada (Icaria 2003). Allí traté de ubicar a Loynaz dentro de una herencia: la de escritoras, exiliadas, desterradas, insiliadas o simplemente nómadas, que no están condena- das solo a recordar su Patria para recrearla, sino que refundan la nación a través de la libertad de la imaginación. De ella era rica la Loynaz, y también lo demuestro con un ensayo sobre Fe de vida (1994), incluido en la antología citada por AGA que nos regaló el estudioso Humberto López Cruz. Allí postulo que la recreación de la imagen del esposo de la escritora, Pablo Álvarez de Cañas, que desarrolla ampliamente ese libro, debe leerse como una autoginografía/autogynography, aplicando el conocido término de la teórica feminista Donna Stanton. Este permite ver como Loynaz rescata del olvido al hombre que no solo la amó, sino La dama y su chevalier 13 al que ella amó, y un poco reinventó, en la tradición que nos deja La Avellaneda en su bellísimo poema “A él”. Con esa alusión, pongo fin a estas pinceladas que presentan a una Loynaz, a quien no tuve el privile- gio de tratar pero sí de visitar una única e inolvidable tarde en su casa de El Vedado.