El Concepto De Final En Los Espectáculos Fragmentarios Del
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EL CONCEPTO DE FINAL EN LOS ESPECTÁCULOS FRAGMENTARIOS DEL TEATRO OCCIDENTAL: EL ATELOS TESIS DOCTORAL Diana González Martín Director: Manuel Aznar Soler DOCTORAT D’ARTS ESCÈNIQUES INSTITUT DEL TEATRE DE BARCELONA i UNIVERSITAT AUTÒNOMA DE BARCELONA. Facultat de Filosofia i Lletres. Departament de Filologia Catalana. Desembre de 2008 ÍNDICE INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………..…3 I. LA ATELEOLOGÍA DE LA POSTMODERNIDAD Y LA TEMPORALIDAD EN LA ESCENA CONTEMPORÁNEA……………..16 II. DEFINICIÓN Y TERMINOLOGÍA DEL FINAL ATELEOLÓGICO……93 III. ESTRATEGIAS PERFORMATIVAS PARA ROMPER LA LINEALIDAD: TIPOS DE COMPOSICIONES FRAGMENTARIAS ……………...……145 1.- ALTERNANCIA……………………………………..…………………148 2.- REPETICIÓN Y RECURRENCIA…………………………………......175 3.- PARATAXIS…………………………………………………………....209 4.- LÍNEAS DE FUGA Y MOVIMIENTOS DE DESTERRITORIALIZACIÓN: HACIA EL RIZOMA………………...…221 IV. EJECUCIÓN PERFORMATIVA DEL FRAGMENTO ÚLTIMO…....232 1.- ESCISIÓN…………………………………………………………...….235 2.- CONFLUENCIA…………………………………………………...…...244 3.- FOCALIZACIÓN…………………………………………………...…..270 CONCLUSIONES…………………………………………………………..……....292 RESUMEN EN INGLÉS............................................................................................304 BIBLIOGRAFÍA…………..………………………………………………………..324 2 INTRODUCCIÓN Al final de Ángels of America de Tony Kushner, un ángel de magníficas alas aceradas, aureolado por una luz blanca sobrenatural, anuncia el fin del mundo. Imponente en su divinidad, aparece como la constatación de todos los temores y la resolución de todas las dudas. El texto está plagado de presagios que advierten de la inminencia de un Final a escala mundial y la aparición del ángel parece consumar cada una de las advertencias. Sin embargo, este ángel magnífico podría ser una aparición sin relevancia: cuando irrumpe en la habitación de Prior éste exclama que parece encontrarse dentro de una película de Steven Spielberg. El espectador nunca lo sabrá. Lleva a cuestas un imaginario que abarca desde la mitología griega y las predicciones bíblicas hasta las películas de Hollywood, pasando por la iconografía medieval y por los monstruos de la literatura fantástica emprendida en la Modernidad. El arte ha aspirado siempre a explicar nuestro mundo y, sobre todo, a reemplazarlo. Esa continuidad de los parques, que tan bien expresó Cortázar, ha alcanzado éxitos considerables en nuestra contemporaneidad. La irrupción de lo real en la ficción ha pasado de ser una interrupción breve a meter literalmente la realidad en el arte. El artista californiano Chris Burden arriesgó su vida en Pieza de disparo (1971), pues una bala que debía tan sólo rozarle el brazo terminó clavándose en su carne. Tuvo que intervenir la policía y lo que pretendía ser una pieza de arte terminó por convertirse en una anécdota urbana. Muchos consideran que una acción así poco tiene que ver con el arte, sin embargo, para las performances de los años sesenta y setenta cualquier acción física enmarcada en un contexto determinado lo era. Pocos argumentos pueden contradecir esta convicción, porque las fronteras entre el arte y la 3 vida no son algo que pueda controlarse. Existen otros métodos, claro, menos radicales y más elegantes, pero la voluntad que los impulsa es la misma que aquélla de Burden. La mimesis defendida por Aristóteles también entrañaba peligros. El género trágico alcanzó cotas peligrosas para la moral debido a su afición por los crímenes que, como denunció Aristóteles, no debían mostrarse en escena, pues el arte tal y como él lo entendió debía ser al mismo tiempo estético y ético. La tragedia no debía sobrepasar estos requisitos morales, sin embargo, buscaba la catarsis de los espectadores trasladando el sufrimiento del héroe a la platea y confundiendo así la frontera entre la ficción de los actores y la realidad del público. La violencia, en sus múltiples formas, se empleaba entonces y ahora para desdibujar los límites entre realidad y ficción. Pese a la voluntad de los artistas por hacer del arte algo real, se trata de una batalla perdida si se olvida que el arte es esencialmente lo que la realidad no es, es decir, una forma estética. Si durante una sesión de circo uno de los trapecistas tiene la mala suerte de caer sin red al vacío, puede ser que un niño que por primera vez asista a un espectáculo así integre una muerte verdadera e involuntaria en la pretendida ficción que lo rodea bajo la carpa. Como siempre la ficción depende en último término del espectador. El público de principios del siglo XXI ya está al corriente de los numerosos intentos de falsear la ficción con la realidad en los espectáculos artísticos que saturan la historia del arte. No es fácil sorprenderlo. Se trata de un público escéptico acostumbrado a la poderosa capacidad de simulación de los medios de comunicación y los vídeo juegos, pero se trata también de un público deseoso de que le cuenten historias, hambriento de mitos, harto de su cotidianeidad. Si los intentos del arte de superar su ficción y convertirla en realidad mediante la violencia han atraído al público desde hace siglos se debe probablemente a que el precio que hay que pagar por ello es la desaparición simultánea 4 de la frontera entre la vida y la muerte. Esa frontera se ha pretendido incólume en Occidente. Si emprendo esta introducción a mi trabajo de investigación con estas historias es porque parto de la convicción de que los temas que son objeto de estudio de cualquier trabajo téorico no pueden desvincularse de la realidad. El razonamiento abstracto, los conceptos, cuentan con su realidad particular y se bastan con ella, pero de poco nos sirven si no los vinculamos a nuestro aquí y ahora y los empleamos para comprendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. En el caso del objeto de estudio de este trabajo de investigación es fácil encontrar su aplicación a la realidad. Las páginas que siguen se ocupan principalmente del estudio del final. Y el final está relacionado tanto con la útlima pincelada de una obra pictórica o la última página de un libro o el blackout en el teatro como con la muerte de cada individuo y el acabamiento del mundo. Se trata realmente de un tema inabarcable en un trabajo de investigación, así que para llevar a cabo su estudio he debido, obviamente, limitar su alcance. Y es que mi afán por estudiar el final surgió de una pregunta concreta motivada por una duda y un interés por resolverla. La pregunta que impulsa este trabajo de investigación se enmarca dentro del teatro contemporáneo occidental y, dentro de sus múltiples manifestaciones, en los espectáculos fragmentarios. Este marco concreto implica ya varias decisiones, pues el teatro contemporáneo occidental del que me ocupo es sólo una fracción del teatro que se escribe y se representa en nuestros días. Sólo tengo en cuenta, por tanto, una ínfima parte del teatro contemporáneo pero la que, en mi opinión, es más representativa de nuestra contemporaneidad. Centro mi investigación, pues, en aquella fracción del teatro 5 contemporáneo más radical y novedosa: los espectáculos de teatro que pertenecen a la poética de la fragmentación. Desde principios del siglo XX con el arte experimental de las vanguardias y, antes incluso, con la crisis del drama moderno en el cambio de siglo XIX al XX, el fragmento se propone como el recurso más honesto de presentar la realidad en el arte. Esta opción artística responde, obviamente, a un cambio profundo en la mentalidad occidental, descrito por la filosofía de la Postmodernidad. La pregunta que planteo y que intento resolver en este trabajo de investigación es la de qué lugar ocupa la noción de final en unos espectáculos cuya fragmentación niega tanto el inicio como el acabamiento. Una pregunta así sería ilegítima a un nivel abstracto, pues la poética de la fragmentación ideal defiende exclusivamente el entretanto. Sobre la escena, sin embargo, los espectáculos empiezan y terminan de algún modo. Siempre existe un instante que abre el espectáculo y siempre aquél que lo cierra. Como advierte Heidegger bien avanzado Ser y tiempo, antes de emprender cualquier estudio debemos preocuparnos por la legitimidad de la pregunta que justifica nuestra labor. La necesidad de terminar cualquier obra artística sigue acuciando a cualquier artista, también a aquéllos que pretenden elaborar textos fragmentarios. En mayor medida incluso –pienso– porque el final clásico cerrado era respaldado por unas pautas bien definidas y avalado por una estructura igualemente concisa. Hasta bien avanzada la Modernidad y sin temor a caer en generalizaciones que simplificaran lo que trato de aclarar, las estructuras artísticas se fundamentan en Occidente en la teoría aristotélica dando lugar a obras con un planteamiento, un nudo y un desenlace perfectamente localizables en el texto. Habrá excepciones, claro, como siempre, pero para que aparecieran alternativas a una estructura así era necesario un cambio de mentalidad consistente sobre todo en el surgimiento de una nueva concepción del tiempo en Occidente. 6 Para elaborar un estudio convincente cualquiera que sea el tema que se trate, es necesario separar cada concepto y analizarlo por separado. Con esta finalidad he estructurado este trabajo de investigación, pero apelando siempre a la inextricable relación que guardan los conceptos planteados entre ellos. Términos clave en este trabajo son sin duda: ateleología, temporalidad, mímesis, linealidad, fragmentariedad, género y, por supuesto, final. De cada uno de ellos se derivan ramificaciones que llevan a otros nuevos conceptos: realidad y ficción, escisión y confluencia, síntesis