Madrid Y El Canal De Isabel II
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Aá^or 39 Madrid y el Canal de Isabel II Antonio Bonet Correa Arbor CLXXI, 673 (Enero), 39-74 pp. La construcción del Canal de Isabel II, inaugurado en 1858, vino a so lucionar la sed secular de Madrid en la época del estío y ala vez hacer po sible el ensanche de la ciudad. La presa del Pontón y la traída de agua del río Lozoya, obras del ingeniero Lucio del Valle, supusieron un avance en la modernización de la capital de España. La creciente necesidad de agua según fue aumentando el índice demográfico de Madrid hizo nece sario que se aumentasen las obras del canal con nuevas presas. En 1865 se construyó un Segundo Depósito y en 1915 un Tercer Depósito. También importante tanto desde el punto de vista ingenieril como arquitectónico es el Depósito elevado de la calle de Santa Engracia. A lo largo del siglo XX el canal no ha cesado de ampliar su red y de aplicar nuevas tecnologías para suministrar agua a Madrid. En la primera mitad del siglo XIX las ciudades más importantes de Europa y de América del Norte conocieron una radical transformación. La Edad contemporánea, impulsada por la idea de progreso, con la revo lución industrial y el advenimiento de la burguesía como clase hegemó- nica, inició en Occidente una nueva etapa histórica. El desarrollo cientí fico, material y cultural de los países más avanzados redundó en la mejora y el auge de la vida urbana. En el año 1851, cuando se celebró la Exposición Universal en Londres, en el diáfano y espacioso Crystal Pala- ce^ de novedosa arquitectura en hierro, las naciones civilizadas pudieron constatar el enorme desarrollo de la industria productora de bienes de consumo en beneficio de los miembros de la clase media, cada vez más numerosa y con mayor poder adquisitivo. Los habitantes de las ciudades adquirieron entonces conciencia del cambio que se operaba en las eos- (c) Consejo Superior de Investigaciones Científicas http://arbor.revistas.csic.es Licencia Creative Commons 3.0 España (by-nc) Antonio Bonet Correa 40 tumbres y el bienestar colectivo. El incremento incesante demográfico, la transformación de la agricultura, la prosperidad económica, el aumento de las comunicaciones y del transporte en común, las mejoras de las con diciones higiénicas y el aumento de los canales y las redes de distribución de las subsistencias, junto con la evolución social y política, prometían un futuro esperanzador para el desarrollo de los pueblos. Aunque con la apa rición en el escenario social del proletariado con sus reivindicaciones -no se olvide que El Manifiesto Comunista de Marx-Engels se publicó en 1848-, la burguesía urbana, cada vez más solidificada, se sentía la de- tentora de un porvenir favorecedor de sus aspiraciones. La renovación in terior y el ensanche de las ciudades, la construcción de importantes edi ficios públicos e institucionales, lo mismo que la modernización de las viviendas y sobre todo la aparición del ferrocarril, incluido el metropoli tano, mejorando el transporte entre puntos antes distantes, hicieron que los ciudadanos adquiriesen una nueva mentalidad. El cambio de costum bres y hábitos cotidianos caminaba a la par que la ampliación de los ho rizontes hasta entonces restringidos a las viejas poblaciones del Antiguo Régimen encerradas dentro de las cercas y murallas que paulatinamen te se iban derribando con el triunfo de las ideas liberales. A ello hay que unir acontecimientos que pueden parecer insignificantes ante la magni tud de las Obras Públicas entonces emprendidas por los gobiernos para dotar a las ciudades de las estructuras e infraestructuras necesarias para su modernización. En el orden de lo cotidiano la invención de apa ratos domésticos como la máquina de coser Singer® y de artefactos tan prácticos y a la vez lúdicos, como la bicicleta, de la vulcanización de las ruedas Goodyear® para los vehículos todavía de tracción animal supu sieron grandes adelantos a los que sucesivamente se fueron añadiendo otros aparatos y utensilios hoy imprescindibles para el hogar y el vivir cotidiano de las gentes. El pulso político y social del siglo XIX hay que tomarlo en las ciudades. En ellas repercutían los grandes acontecimientos y los conflictos inter nacionales -las guerras como la de Crimea, de Austria contra Italia y la de Secesión en EE.UU. o las intervenciones coloniales en África del Nor te de Francia y España en Marruecos y las de Inglaterra en otros países del mundo-, y las revoluciones internas en las naciones. De estas últimas tuvieron mucha importancia en Europa las que estallaron a la vez en di ferentes países, en 1848. En ellas confluyeron el descontento de las cla ses medias y trabajadoras, los movimientos nacionalistas y las inquietu des de los universitarios y jóvenes artistas e intelectuales. Las contrarrevoluciones y el triunfo de la burguesía ascendente fueron he chos decisivos para establecer un orden democrático y reformista en el (c) Consejo Superior de Investigaciones Científicas http://arbor.revistas.csic.es Licencia Creative Commons 3.0 España (by-nc) Madrid y el Canal de Isabel II 41 cual todavía el sufragio no era universal. En lo que se refiere a España el triunfo del liberalismo, aunque de la facción moderada, hizo que a me diados del siglo XIX, tras la paz de la primera guerra carlista, pese a las luchas políticas y los pronunciamientos militares, prosperasen los núcle os urbanos más importantes, en especial Madrid, capital de España y Barcelona, emprendedora ciudad industrial e importante puerto del Me diterráneo. En el siglo XIX las ciudades occidentales fueron los receptáculos de las innovaciones científicas y tecnológicas a la vez que los motores del pro greso material y cultural de las naciones. Verdaderos escenarios de la vida política y de la lucha de clases, tanto las capitales como las pobla ciones más dinámicas fueron objeto de atención de los escritores y pinto res decimonónicos. Las novelas de Dickens, Balzac, Zola y Galdós retra tan, al igual que los artículos de costumbres de Larra y Mesonero Romanos, por citar autores españoles, las transformaciones que sufrie ron las ciudades. En sus narraciones y relatos se detecta el lujo y la opu lencia de las moradas aristocráticas y burguesas y la miseria de los tu gurios que habitaban las clases desposeídas en los barrios bajos y los suburbios de la ciudad. El hacinamiento y la miseria que Gustave Doré nos muestra en un célebre grabado de las casas de un barrio obrero de Londres, es reflejo de la segregación urbana que se producía en la ciudad moderna e industrial. Junto al realismo de estos escritores y pintores hay también que señalar a aquellos que desde propuestas literarias diferen tes abordan el tema de la ciudad decimonónica. Las grandes aglomera ciones urbanas crean un nuevo tipo y modelo de ciudad. La concentración del comercio de bienes de consumo -el gran almacén Le Bon Marché fue fundado en 1852-, los lugares de esparcimiento como los teatros, circos y cafés, de cuidada arquitectura y novedosa decoración, eran focos de atracción irresistibles. Las calles de los centros de las ciudades, con sus pomposos edificios, sus anchas aceras plenas de gentes y el intenso e in cesante tráfago de vehículos en la calzada, ofrecían en las grandes ciu dades un espectáculo inigualable de la vida moderna. En la noche, las avenidas alumbradas con las farolas públicas y las lámparas globo de los escaparates de las tiendas y los establecimientos hacían que su conjunto tuviese una atmósfera mágica. El paseante solitario sentía el palpitar de la ciudad, el latido de la multitud indiferente a su abandono y soledad. Walt Whitman, en Hojas de hierba (1855), y Charles Baudelaire, en Flo res del mal (1857), exaltaban la vida moderna. Cautivados por la poesía que emanaban las grandes aglomeraciones urbanas, pronto convertidas en ciudades tent acular es, eran entusiastas de su dinamismo e imparable ímpetu. Fue también entonces cuando Gustave Flaubert, en su novela (c) Consejo Superior de Investigaciones Científicas http://arbor.revistas.csic.es Licencia Creative Commons 3.0 España (by-nc) Antonio Bonet Correa 42 Madame Bovary (1857), describió la negra ciudad provinciana en la cual una sociedad constreñida por los prejuicios morales está en la antípoda de la urbe moderna. El tema de las ciudades muertas, ancladas en el pa sado, los «burgos podridos», la «villahorrenda» de Galdós y la «Vetusta» de Clarín contrastaba con las grandes urbes abiertas al futuro. Durante la primera mitad del siglo XIX las ciudades españolas, dentro de sus propias coordenadas, tuvieron una evolución, aunque más lenta y no exenta de dificultades, similar a la de los demás países europeos. Es de tener en cuenta que la victoria del liberalismo, de carácter moderado, costó grandes esfuerzos ya que durante el reinado de Fernando VII per duró casi intacta la estructura social y política del Antiguo Régimen. Con la muerte del abominable monarca se produjo la quiebra del poder abso luto y el proceso de modernización del país, no sin repetidos retrocesos. El atraso económico, en gran parte debido a la Guerra de Independencia, junto con las guerras carlistas, las asonadas y los pronunciamientos mi litares no facilitaron el desarrollo del país. Con el triunfo de los progre sistas, tras la muerte de Fernando VII, en 1833, durante la regencia de María Cristina se dio un paso adelante en la modernización. La reforma administrativa del Ministro Javier de Burgos, que a imitación del mode lo francés dividió España en 49 provincias, contribuyó a estructurar el te rritorio nacional a la vez que sirvió para la distribución y un mejor con trol de los funcionarios públicos. Durante la mayoría de edad de Isabel II, en la que no faltaron momentos críticos y agitaciones revolucionarias, con la alternancia política de liberales progresistas y de «moderados», se asistió al nacimiento de una nueva economía favorecedora del mundo de los negocios y las finanzas que enriqueció a las clases altas, fomentó la construcción de Obras Públicas como las carreteras y el ferrocarril, se im primió el primer sello de correos y se instalaron las líneas de telégrafos y contribuyó en cierta medida a impulsar la modernización de las ciuda des.