El Enigma De La Coubre
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Image not found or type unknown www.juventudrebelde.cu Image not found or type unknown Explosión del vapor La Coubre en el puerto de La Habana. Autor: Archivo Publicado: 05/03/2021 | 11:39 am El enigma de La Coubre El escritor e investigador colombiano Hernando Calvo Ospina presentó su nuevo libro El enigma de La Coubre en el que aporta nuevos datos sobre la brutal explosión ocurrida en la bahía de La Habana hace 61 años. Calvo Ospina obtuvo archivos franceses sobre el atentado, que por 55 años estuvieron negados al público Publicado: Viernes 05 marzo 2021 | 11:41:54 am. Publicado por: Hernando Calvo Ospina Aquel viernes 4 de marzo de 1960 el carguero francés La Coubre atracó en el muelle de La Habana como a las 9h30. Había embarcado mercancías en los puertos de Hamburgo, Amberes y Le Havre, las que también depositaría en puertos de Estados Unidos, Mexique y Haití. Luego de activarse las medidas de seguridad se autorizó la presencia de personal extranjero a la nave. Inmediatamente, como indicó el segundo capitán Jean Le Fèvre en su testimonio escrito, una veintena de soldados armados subieron a bordo y se distribuyeron especialmente en la parte trasera del barco, desde el puesto de mando. [1] Seguidamente, debidamente identificados, subieron los estibadores. A las 11h00 se empezó la descarga de las mercancías ubicadas en la parte delantera del barco. Al mismo tiempo Le Fèvre entregó las llaves para que un tripulante abriera los candados que, excepcionalmente, tenía la bodega VI, situada al extremo trasero. Puestas en mallas, con grúas del barco se fueron sacando y depositando en el muelle 967 cajas de madera que contenían millón y medio de municiones. Ello duró hasta las 14h45. Le Fèvre ordenó abrir otro compartimento de esa bodega y se procedió a la descarga de 525 cajas que contenían 25.000 granadas. Este armamento había sido vendido por la Fabrique Nationale d’Armes de Guerre de Bélgica, y cargado en Amberes entre el 15 y 16 de febrero. Además de 36 tripulantes, viajaban dos pasajeros en La Coubre: un sacerdote francés que iba a México, y Donald Lee Chapman, periodista estadounidense. Este nos contó por teléfono que ese día, luego del almuerzo, se instaló entre las mercancías de cubierta para aprovechar el sol. «Recuerdo que no pudimos quedarnos atrás. Había un buen ambiente en el barco. No pasó mucho tiempo desde que estuve ahí cuando todo comenzó a explotar ». El entonces jefe de máquinas, Marcel Guérin, nos relató en la ciudad francesa de Le Havre que faltaba muy poco para las 3pm cuando decidió ir a su camarote para redactar una nota a la esposa. «Apenas había escrito “Querida” cuando escuché una explosión indefinible. El barco avanzó como un cohete. Pensé que el aceite o el vapor habían explotado en la sala de máquinas. La pared de mi habitación se había derrumbado y el lavamanos se había estrellado contra mi almohada». Guérin fue a la sala de máquinas, que empezaba a llenarse de llamas y humo. Con sus ayudantes cortaron la electricidad, pero no lograron parar al motor ni cerrar la puerta de seguridad. Ante ello y al ver que el agua iba entrando dejaron el lugar. Le Fèvre acababa de salir de la oficina del capitán cuando se produjo el estallido. Creyó que había sido en el muelle, pero al llegar a cubierta todo era confusión y gritos; el barco se había inclinado hacia la derecha unos 15 grados y alejado unos 4 metros del muelle; la parte trasera estaba en ruinas. La historiadora Adelaida Béquer nos contó en La Habana : «Fue una explosión tan grande que pensé que los Estados Unidos habían comenzado a invadirnos. Nunca olvidaré esa enorme nube de humo, y la oscuridad...». Con el gigantesco hongo de humo subieron trozos de metal, madera y fragmentos de metralla que fueron cayendo en un radio de 500 metros. Cuando Le Fèvre fue informado por Guérin ordenó abandonar el barco. Conociendo la cantidad existente de combustible y explosivos presintió otra explosión más violenta. Unos se tiraron al agua, mientras otros bajaron por una red lanzada por marinos y cubanos. Todos se ayudaban. El capitán tuvo que ser cargado pues una puerta le había impactado, quebrándole los huesos de una pierna. El cura huyó apenas tocó tierra, presentándose a una comisaría de policía horas después. Bomberos, personal médico, policías, militares y varios ciudadanos que llegaron en tiempo récord para prestar auxilio, sin hacer caso a los gritos de los franceses que pedían alejarse del barco. El grupo se había distanciado unos 300 metros cuando sucedió la segunda explosión: «Eran como las 3h40pm», escribió Le Fèvre. Esta fue la más letal por la cantidad de socorristas presentes, y hasta hubiera podido matar a varios dirigentes del país. Por ejemplo, al Che Guevara, quien como médico empezaba a atender heridos a las afueras del muelle; a Fidel y Raúl Castro, a quienes les faltaron unos 300 metros para llegar. Rosario Velasco la viuda de Arturo García nos hace sentir lo que vivió: «Yo sabía que él tenía que descargar un barco. Por eso me dirigí al puerto, pero no me dejaron pasar. Alguien me dijo que él había muerto, entonces empecé a buscarlo por los hospitales. Así vi mutilados y pedazos de cuerpos. Al encontrarlo por poco no lo reconozco: estaba negro y él era indio; lleno de metralla la espalda y con los huesos rotos. Estuvo nueve días sufriendo». El marinero Jean Robevieux, narró: «Un cubano con las dos piernas arrancadas pide ayuda y expresa su sufrimiento. Es horrible. El hombre mutilado intenta en vano levantarse usando los codos y las manos, pero sigue cayendo...». [2] Guérin nos dijo: «Al día siguiente vi a los cubanos, inconsolables, sacar de las bodegas inundadas del barco y del mar trozos de seres humanos, con cubos o palos. Como si estuvieran pescando.» Se calcula que hubo unos 70 muertos, más de un centenar de heridos y 27 desaparecidos. Seis tripulantes perecieron; dos fueron encontrados bastante deshechos en las aguas de la bahía. Se constató la muerte de cuatro por pedazos de ropas: la explosión los desintegró. Todos supervisaban la descarga del armamento. A las diez de la noche Fidel Castro convocó al Consejo de Ministros. Entre otros, se aprobó desembolsar un millón de dólares para ayudar a las familias de lisiados y muertos, incluyéndose a las familias de los seis marinos. Tres semanas después, el 23 de marzo, una delegación de la Central de Trabajadores de Cuba, CTC, entregó en París diez mil dólares a cada familia. Poco después de la segunda explosión se empezaron las investigaciones. A la madrugada del cinco de marzo, Castro y otros dirigentes revolucionarios analizaron lo recogido. Los tripulantes fueron los primeros en ser escuchados por los servicios de seguridad. Saliendo del muelle fueron montados a un camión militar y llevados al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, no lejos de ahí. «Nos preguntaron dónde habíamos cargado la munición; en qué puertos habíamos atracado; cuándo habían embarcado los dos pasajeros; y si habíamos notado algo inusual», contó el segundo capitán en sus informes. Guérin nos dijo que fue más una charla que un interrogatorio. Diplomáticos tunecinos tradujeron. Luego llegaron Fidel Castro, el Che Guevara y el presidente Osvaldo Dorticós quienes sólo se interesaron por su estado de ánimo. Al cabo de dos horas fueron trasladados al céntrico Hotel Plaza en calidad de «víctima»”. Ahí recibieron la visita de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes estaban de paso por Cuba. El embajador francés sólo hizo presencia al día siguiente. Unas semanas después la mayoría regresó a casa, pero Le Fèvre, Guérin, y otros marinos debieron quedarse seis meses hasta que el barco fue reflotado y remendado por una empresa cubana, para ser remolcado hasta Francia. A pedido de Le Fèvre, Chapman dejó de colaborar con los bomberos y fue a una estación de policía para llamar al representante francés de la naviera en Cuba, quien no estuvo ni para la llegada del barco. Luego habló con su embajada. Terminadas las llamadas fue detenido y conducido al Estado Mayor. Pasados los interrogatorios vinieron Fidel Castro y el Che Guevara. «Castro no me acusó de nada. Me preguntó si creía que era un sabotaje, pero yo no sabía nada. Solo fue llegando a Cuba que el capitán me informó de que había explosivos a bordo, pero no en tales cantidades», nos contó Chapman. El lunes 7 de marzo se le autorizó abordar un avión a Miami. El sábado 5 el Secretario General de la Marina Mercante françesa y el director de la Compañía General Transatlantica, empresa estatal propietaria de La Coubre, enviaron a La Habana una «Misión de Información». Las compañías aseguradoras del buque y de las mercancías procedieron de igual manera. Los primeros entierros fueron en esa tarde del sábado. Los autos con los sarcófagos recorrieron unos cinco kilómetros de calles casi tapizadas con flores. Castro, entonces Primer Ministro, dio las palabras de despedida sobre una improvisada tarima a pocos metros del cementerio Colón. Sartre y de Beauvoir fueron invitados al estrado, desde donde presenciaron impactados ese mar de seres en luto, quizás medio millón. A medida que hablaba, Castro daba minuciosas explicaciones de los hechos, por lo que Sartre escribiría: «Fui testigo de un relato minucioso y preciso de una investigación policial...”.[3] Al leer ese discurso y compararlo con los diversos informes presentados semanas después por los miembros de la Misión y de las aseguradoras, la descripción de los hechos es casi idéntica. La primera explosión fue a bordo. De las 1 492 cajas, se habían desembarcado las que contenían proyectiles.