Guillermo Reiman Montevideo, Uruguay
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CINE DE PLANCHADA 10 AÑOS DE CINE EN EL PENAL DE LIBERTAD Reiman, Guillermo Cine de planchada. 10 años de cine en el Penal de Libertad 1ª edición 500 ejemplares Noviembre 2018 TESTIGOS / 2 Colección dirigida por Mariana Pérez Balocchi y Hebert Benítez Pezzolano © 2018, Guillermo Reiman Montevideo, Uruguay Diseño y diagramación: © Mariana Pérez Balocchi Tipografía: Rufina (© Martín Sommaruga) Para contactarse con Antítesis Editorial: [email protected] ISBN: 978-9974-94-102-1 A Lucía, Carolina y Tomás, mis hijos AGRADECIMIENTOS A Manuel Rodríguez (el Araña) que cuando salió en liber- tad trajo consigo todos mis apuntes de cine y los devolvió a mis manos. Sin ese material este libro no hubiese existido. Al grupo de compañeros incondicionales que me alen- taron a “hacer algo” con el material acopiado durante años: Alberto Sequeira (Pueblito), Arturo Castellá (el Conejo), por supuesto el propio Manuel, Jorge García (Pajarito) y Vladimi- ro Delgado (Vladi), especialmente a él que nos dejó, de puro contra nomás, seguramente para no marcarme la cantidad de errores que hubiera encontrado en estas páginas. A entrañables compañeros que me arrimaron materia prima de la buena, para darle sentido y contextura al relato: Miguel Angel Olivera (el Cristo), Jorge Llambías (el Cabeza), Héctor Spinelli (Tallarín), Carlos Caillabet (Coca Cola) y otros ñeris queridos. A compañeros escritores que me aportaron valiosos da- tos, contexto de situaciones y, por qué no, estímulo a la hora de escribir: Jorge Tiscornia (Ñato) y Walter Pillipps Trevis (Negro) autores de Vivir en Libertad; a David Cámpora (Chi- chí) y Ernesto González Bermejo, compinches en la autoría de Las manos en el fuego; al Flaco Alfredo Alzugarat que res- cató la creación literaria en las cárceles políticas uruguayas en Trincheras de papel. A los críticos de cine: Alvaro Sanjurjo que a la hora de empezar me ayudó a encontrar el rumbo literario; a Rosalba Oxandabarat que encontró promisorio aquel primer borra- dor que le acerqué y, fundamentalmente, a Diego Faraone que siguió de cerca la evolución del texto y me instó a lle- var este proyecto hasta el final. A mi yerno Rodrigo Echaniz, también hombre de cine, que me facilitó bibliografía que me fue útil. A Valeria Obrer que colaboró en la idea de tapa. A compañeros del FER y de CRYSOL por alentarme a es- cribir este libro y a “la barra” incondicional de ex presos que siguen siendo parte de esta película A todos quienes concurrieron al “cine de planchada” e hicieron de aquellas funciones una experiencia única en la historia del cine universal. Une más la consanguinidad de espíritu que la identidad de pensamiento MARCEL PROUST INTRODUCCIÓN No sé si este libro se empezó a escribir cuando empecé a anotar las películas que veíamos en el Penal de Libertad, o si fue hace un par de años cuando desempolvé rollos de papeles y cuadernos que lograron salir del Penal: apuntes de cine que conservé conmigo con el correr de los años, que parecían de- cirme: ¿y para cuándo? O por acumulación de sugerencias re- cibidas por compañeros y amigos que me instaban a poner- me las pilas y empezar a escribir de una buena vez por todas. Me demoré bastante, es cierto. Aún con la certeza de que ese listado de 400 películas vistas en el transcurso de diez años de cárcel algún día alcanzarían status de relato con la incierta pretensión de transformarse en una publicación con formato de libro. ¿Qué me frenaba? La duda acerca de si sería capaz de lo- grar un producto capaz de satisfacer a quienes decidieran leerlo. Pero bueno, era cuestión de animarse, antes que nada. Por supuesto, otras incertidumbres me salieron al cruce a la hora de pensar qué tipo de libro quería –o podía– es- cribir: si la crónica de un evento artístico que se mantuvo activo durante diez años dentro de “esa cárcel”, o si debía contarlo como espectador de “ese cine”, desde la subjetivi- dad de la vivencia personal. A poco de empezar a escribir, me di cuenta que necesitaba de ambas premisas. Esta dicotomía se vio atravesada desde el vamos por otra polarización, de otro tenor, que involucraba el tratamiento del tema en sí, al objeto de esta escritura: el cine de plancha- da. Cine, sí, pero “de planchada”. Lo que es decir el cine visto en una cárcel (donde la planchada era el único y por demás apropiado lugar donde ver cine). Entonces, además de oficiar de soporte, de ser su base material, la planchada le dio sen- tido de pertenencia a nuestro cine. Fue su rasgo distintivo, a tal punto que la película y la sala en donde se la veía crearon un vínculo difícil de concebir en otros ámbitos de exhibición. 11 Acá no nos estamos refiriendo a cualquier cine ni a cualquier sala, nos estamos referiendo a un “cine de planchada”. En la arquitectura de las cárceles más convencionales, la planchada –la del piso inferior– es una suerte de patio in- terno al que acceden los presos cuando salen de sus celdas. Es el lugar que unifica la hilera de celdas, como una vereda o una calle unifican las viviendas de una cuadra. Por allí transi- tan guardias y reclusos cuando van o vuelven a sus celdas, se reparte la comida, el agua caliente para el mate, los pedidos de cantina y los libros de la Biblioteca. Es un amplio espacio que se barre y se lava todos los días. Sobre sus baldosas pue- den realizarse eventos presenciados por los reclusos: cine, peñas musicales, conferencias, y hasta puede celebrarse una misa, llegado el caso. También es el lugar de mayor expo- sición, donde cualquier recluso puede ser sancionado por cualquier motivo. Pero la planchada es algo más que un espacio físico den- tro de una cárcel. Es otra dimensión del devenir de la vida carcelaria. Es el ámbito donde se cruzan las miradas de los compañeros cuando trasponen las puertas de sus celdas. Allí el prisionero observa a sus pares y obtiene una noción de conjunto, de hermandad colectiva, y puede gratificarse a través del intercambio de un gesto, una sonrisa, un saludo, disimuladamente, claro está. Era la constatación cotidiana de que cada uno uno no está solo en esa cárcel. Pero volviendo al tema que nos ocupa: una pantalla colgada en el centro de la planchada y un grupo de hombres-presos sentados en el suelo observando las imágenes proyectadas en esa pantalla. Básicamente, en eso consistía el cine de planchada. Lo más parecido al rústico salón parisino donde los hermanos Lumiere, por primera vez, pusieron imágenes en movimiento ante absortos espectadores, a fines del siglo diecinueve. De ese punto de encuentro entre hombres-presos e imá- genes en la pantalla he procurado que trate este libro. La simbiosis establecida entre un hecho artístico y su público. 12 La corriente, el flujo emocional, intelectual, que fue capaz de generar un fenómeno como el cine en espectadores re- cluidos durante años en el Penal de Libertad. Por tanto, una sala de cine muy peculiar, un público no menos peculiar y una programación de variada calidad en el tiempo, pero que incluyó, en buena medida, títulos de enor- me valor artístico, representativos de corrientes y escuelas consideradas las más relevantes en la historia del cine uni- versal. Verdaderas joyitas cinematográficas desfilaron por aquella pantalla, gratificando, enriqueciendo –a la par de la li- teratura, la música y otras expresiones artísticas carcelarias– mentes y corazones de hombres-presos que encontraron en el hecho artístico verdaderos espacios de liberación. Bas- ta citar directores de la talla de Renoir, Chaplin, René Clair, Buñuel, Kurosawa, Fellini, Truffaut, Goddard, de Sica, Orson Welles o John Ford para saber de qué cine estamos hablando. Y cuando fue tiempo de sequía y vacas flacas para la pan- talla (que los hubo y en abundancia) el público del cine de planchada supo cambiar la pisada, apelando a antídotos como el ingenio, la picardía o el humor, capaces de transfor- mar cualquier espanto cinematográfico en motivo de diver- timento, por el lado jocoso del absurdo, obviamente. Finalmente, debo expresar que abocarme a escribir este libro me insumió largos y engorrosos momentos de obten- ción de datos, de chequeo de la información contenida en mis apuntes y otros menesteres similares. Significó el aco- pio de recuerdos y vivencias suministrados por no pocos compañeros que generosamente echaron mano al vasto e inabarcable anecdotario carcelario. Y en lo personal, por cierto que supuso un ejercicio de introspección, un viaje al pasado, el retorno a un lugar que, si bien nunca ha dejado de palpitar en mi interior y reluce como tatuaje indeleble en la piel de cada compañero, requi- rió aplicarle rigor a la memoria, cada vez más traicionera y burlona con el paso del tiempo. Por supuesto que soy el 13 único responsable de las omisiones, inexactitudes o defor- maciones que, seguramente, abundan en el texto. Pero, en definitiva, rescatar este cine de planchada fue para mí una disfrutable experiencia, una aventura emocio- nal que fue abriéndose paso sobre la marcha, descubrien- do sobre el terreno el paso siguiente. Y nada más. Señores y señoras, la función está por comenzar: que disfruten de la programación. 14 CAPÍTULO 1 JUSTINE De repente se apagaron las luces. El silencio impuesto por la guardia era total. Durante unos segundos se escuchó claramente la cinta rodando en los carreteles del proyector. La tela blanca se iluminó y sin decir agua va apareció ella. A todo color. Su rostro de peculiar hermosura, esa mirada a medio camino entre la timidez y la seducción, la compli- cidad de su sonrisa. Sí, ella: Anouk Aimée, con todo su en- canto estaba ahí entre nosotros, para nosotros, sonriendo, deslizándose, bailoteando al son de una danza árabe, atavia- da con tules y transparencias naranjas sobre el fondo azul turquesa del Mediterráneo.