Bicentenario Del Sacrificio De Francisco José De
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Bicentenario del sacrificio de Francisco José de Caldas (29 de octubre de 1816 - 29 de octubre de 2016) Espere próximamente el libro Bicentenario de la Reconquista Española (1816-2016): Lecciones del sacrificio de los próceres de la independencia Este es el anticipo de uno de los capítulos, de la autoría de Eduardo Gómez Cerón. 1 Años gloriosos y trágicos: 1810-1816 (Capítulo político, a partir del 20 de julio de 1810, centrado en la figura del sabio Caldas) Francisco José de Caldas y Tenorio –botánico, geógrafo, astrónomo, educador, periodista, abogado, ingeniero militar, prócer y mártir en los tiempos iniciales de la República de Colombia, conocido como “el sabio” y también llamado “el Franklin colombiano” por la similitud de su talento y de su patriotismo con el famoso norteamericano, inventor y padre de la patria-, hizo parte de la generación de criollos ilustrados a la que le tocó, al final del Virreinato de la Nueva Granada, el grito de independencia como consecuencia de los sucesos de España: vacío de poder desde 1808, por la invasión de los ejércitos de Napoleón, e intento de sustitución de la monarquía borbónica en la península por una dinastía Bonaparte, precisamente en cabeza de José, hermano del emperador. En el Semanario del Nuevo Reino Granada, publicación que fundó y dirigió, fueron registrados los sucesos del 20 de julio de 1810. Hasta ese momento, toda la conexión del científico Caldas con las ideas independentistas, consistió en que prestaba las instalaciones del Observatorio astronómico de Bogotá -del que era director- para reuniones nocturnas de personas que propendían por ese pensamiento (por cierto, sus parientes y amigos). De todos modos, es preciso decir que las inquietudes sobre el gobierno y, en general, sobre lo que estaba sucediendo en la península, no fueron, de entrada, ideas independentistas: recordemos que se solía corear la consigna: “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!” y solo un año antes, en 1809, Camilo Torres Tenorio, primo hermano de Caldas, en su “Memorial de agravios” -en el que reclamó porque la representación de los americanos en las Cortes de 2 Cadiz, que expedirían la Constitución de 1812, era exigua-, se autodenominó, y denominó a sus correligionarios, “españoles americanos”. Pero pronto a Caldas, como a todos los de su tiempo -que no imaginaban que se produciría, a partir de 1815, una sangrienta reconquista española en que perecerían-, le comenzaron a “sonar” las ideas, las expresiones de libertad: “He jurado ser libre y morir libre”, dijo en una de sus cartas. “La patria boba” Es bien sabido que en el lustro que arranca en 1810, fueron tales los disensos entre los patriotas sobre el modelo de Estado a adoptar y sobre tantas otras cuestiones, que al periodo se lo conoce como la “Patria boba”. Pues bien: Caldas estuvo consecutivamente en esos disensos (lo solían reclamar por sus dotes de gran comunicador, periodista y educador, y por sus conocimientos e iniciativas como ingeniero militar). Estuvo primero con Antonio Nariño, líder del centralismo y quien se proclamaría presidente de Cundinamarca, y luego con el federalista Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que sesionó en Tunja –así como en Sogamoso y en Villa de Leyva. Lideraba el Congreso y el federalismo, el ya mencionado Camilo Torres. Entre lo primero y lo segundo actuó Antonio Baraya, militar que, enviado por Nariño a someter al Congreso, se puso de parte de éste y retornó a Santafé en plan de sitiar a la capital. Entre los subalternos de Baraya estaban unos jóvenes que habrían de ser figuras destacadas de la Independencia y de la República: Atanasio Girardot, muerto en combate contra los realistas, solo un año después, en la batalla de Bárbula, Venezuela, y Francisco de Paula Santander, vicepresidente bajo Bolívar y, a partir de 1832, presidente. La defección, el cambio de bando de Baraya y de sus seguidores, ocurrió el 26 de mayo de 1812; en la víspera habían dado a conocer el “Pronunciamiento de Sogamoso”, que fue firmado también por Caldas. Por esto, el centralismo llegaría a calificarlo como uno de los jefes intelectuales de la sedición militar en 3 su contra. Por el otro lado, el 24 de noviembre, en Villa de Leyva, el Congreso federalista acusó a Nariño de usurpar el poder y de ejercerlo de manera tiránica. Francisco José de Caldas había llegado el 15 de marzo a Tunja. Con el tiempo lo nombrarían capitán de ingenieros cosmógrafos. Estando con los federalistas (de los que también se decepcionaría, como de los centralistas: “Todo es viento, humo, vanidad”, dijo), temió por el Observatorio Astronómico del que había sido director en Bogotá, por su dotación, libros y colecciones. Con el correr de los días, fueron confirmados sus temores: el Observatorio fue escenario y botín de guerra. Hasta la propia esposa de Caldas, Manuela Barahora, que se quedó con sus hijos en Bogotá, fue acosada por los centralistas por el mero “delito” de ser la cónyuge de un federalista. En un momento dado, el trato desdeñoso que recibió de ambos bandos, pese a haberlos servido, se concretó en expresiones como estas: “El Congreso me adeuda dinero y no ha dado un mendrugo a mi familia; no me han recomendado al gobierno de Popayán para una colocación. No soy ni ingeniero de Cundinamarca ni empleado del Congreso…” Pese a estar ocupado en actividades propias de la guerra (dirigió unas fortificaciones en los alrededores de Tunja), no renunció a su curiosidad y al oficio de científico: como botánico, se dolió de que, por causa de la sequedad del ambiente, propia de la época del año en que se movió por esos parajes, no pudo coleccionar vegetación, y en su condición de astrónomo, anunció observaciones de interés para esa ciencia. En cualquier caso, iba haciendo anotaciones de naturalista en cartas de viaje (soñaba con publicarlas). Por ser modesta la imprenta que poseía, tenía la esperanza de poder servirse de una, moderna para la época, que había llegado recientemente a Santafé, procedente de los Estados Unidos. Y ambicionaba poder hacer y poner en circulación una nueva publicación, “para despertar la luz”, y fundar, como complemento de la imprenta, un taller de encuadernación. Pedía “que me dejen cumplir mis deberes como cosmógrafo”, deseaba “recuperar la libertad, las 4 matemáticas y la tranquilidad”, y aspiraba a contribuir con sus esfuerzos “a la navegación, el comercio, la geografía y la astronomía”. Cosas muy distintas estaban pensando y pasando en Santafé: las autoridades encabezadas por Nariño se incautaron de las imprentas, incluida la de Caldas. En 1812 escribió a su esposa Manuela –perseguida, rehén en Bogotá, como ya se ha dicho-: “Quieren apoderarse de mi imprenta y de mis bienes; embargaron mis libros”. Y de esta manera hizo relación de sus bienes: tres o cuatro muebles viejos adquiridos en torturas literarias; también, la Imprenta del Sol, en que se imprimieron, entre otras, las siguientes obras: Las mil y una noches, El Lazarillo de Tormes, Los doce pares de Francia… Caldas decidió expatriarse de Cundinamarca y pasando por Ibagué, buscar el camino del Quindío para llegar a Cartago y, eventualmente, a su ciudad natal, Popayán, pero descartó este destino al saber que las tropas de Juan Sámano habían ocupado la que sería la capital del Cauca, el primero de mayo de 1813 (se iba configurando una de las puntas de la “tenaza” espacio-temporal que se cerraría en torno a la balbuceante República porque, dos años después, la reconquista de Morillo bajaría por el río Magdalena, como antes había bajado un primer -y temporal- aliento de libertad). ¿Qué pasó, entre tanto, con Antonio Nariño? Con José Miguel Pey logró contener a Baraya, el militar que, pese a haber sido su subalterno, se había puesto al servicio de los federalistas: se convino un armisticio en el punto llamado Santa Rosa, el 30 de julio de 1812. Con posterioridad Nariño envió –a finales de noviembre- al comandante José Leyva contra Tunja, pero allí los centralistas fueron derrotados el 2 de diciembre. El diezmado batallón de Leyva fue perseguido hasta los arrabales de Santafé. Los seguidores del Congreso pretendieron tomar la capital el 9 de enero de 1813, pero su ataque fue rechazado: la ciudad asediada, resistió. Se sabe que por el telescopio del Observatorio astronómico, eran seguidas las maniobras de los asaltantes, que se disolvieron finalmente. 5 Nariño, victorioso, emprendió el camino del sur, para enfrentar directamente a los españoles. Razonó de la siguiente manera: “No hemos puesto siquiera un huevo y ya estamos cacareando”, como doliéndose de que los disensos entre patriotas dejaban casi intacto el poder español ya existente y le abrían paso al refuerzo que pronto estaría en camino: la reconquista. Persiguiendo al ya mencionado Juan Sámano, los patriotas triunfaron en La Plata, Alto Palacé, Calibío y Juanambú, pero cuando la pretensión de Nariño fue tomar Pasto, conoció la derrota. Una serie de circunstancias obraban en la zona del que sería precisamente el Departamento denominado “Nariño”, para que la inclinación fuera realista: la desconfianza de los indígenas con las ofertas que les hacía la República, la torpeza de los patriotas, su soberbia y falta de tacto en el relacionamiento con las gentes de la región, el poder de la Iglesia católica –que por entonces condenaba las ideas independentistas-, el poderío militar de las fuerzas propiamente españolas allí instaladas y hasta el papel de mercenarios en favor de la corona, que cumplían los patianos, combatientes que llegaban desde el norte. El hecho es que Antonio Nariño no tuvo a tiempo unos refuerzos que le anunciaron desde Popayán, cayó en poder de los enemigos y estuvo a punto de ser fusilado: el pueblo de Pasto le conmutó la pena por prisión en el destierro (pero primero pasó varios meses preso en esa localidad).