Bicentenario del sacrificio de Francisco José de Caldas (29 de octubre de 1816 - 29 de octubre de 2016) Espere próximamente el libro Bicentenario de la Reconquista Española (1816-2016): Lecciones del sacrificio de los próceres de la independencia

Este es el anticipo de uno de los capítulos, de la autoría de Eduardo Gómez Cerón.

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Años gloriosos y trágicos: 1810-1816

(Capítulo político, a partir del 20 de julio de 1810, centrado en la figura del sabio Caldas)

Francisco José de Caldas y Tenorio –botánico, geógrafo, astrónomo, educador, periodista, abogado, ingeniero militar, prócer y mártir en los tiempos iniciales de la República de , conocido como “el sabio” y también llamado “el Franklin colombiano” por la similitud de su talento y de su patriotismo con el famoso norteamericano, inventor y padre de la patria-, hizo parte de la generación de criollos ilustrados a la que le tocó, al final del Virreinato de la Nueva Granada, el grito de independencia como consecuencia de los sucesos de España: vacío de poder desde 1808, por la invasión de los ejércitos de Napoleón, e intento de sustitución de la monarquía borbónica en la península por una dinastía Bonaparte, precisamente en cabeza de José, hermano del emperador.

En el Semanario del Nuevo Reino Granada, publicación que fundó y dirigió, fueron registrados los sucesos del 20 de julio de 1810.

Hasta ese momento, toda la conexión del científico Caldas con las ideas independentistas, consistió en que prestaba las instalaciones del Observatorio astronómico de Bogotá -del que era director- para reuniones nocturnas de personas que propendían por ese pensamiento (por cierto, sus parientes y amigos).

De todos modos, es preciso decir que las inquietudes sobre el gobierno y, en general, sobre lo que estaba sucediendo en la península, no fueron, de entrada, ideas independentistas: recordemos que se solía corear la consigna: “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!” y solo un año antes, en 1809, , primo hermano de Caldas, en su “Memorial de agravios” -en el que reclamó porque la representación de los americanos en las Cortes de

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Cadiz, que expedirían la Constitución de 1812, era exigua-, se autodenominó, y denominó a sus correligionarios, “españoles americanos”.

Pero pronto a Caldas, como a todos los de su tiempo -que no imaginaban que se produciría, a partir de 1815, una sangrienta reconquista española en que perecerían-, le comenzaron a “sonar” las ideas, las expresiones de libertad: “He jurado ser libre y morir libre”, dijo en una de sus cartas.

“La patria boba”

Es bien sabido que en el lustro que arranca en 1810, fueron tales los disensos entre los patriotas sobre el modelo de Estado a adoptar y sobre tantas otras cuestiones, que al periodo se lo conoce como la “Patria boba”.

Pues bien: Caldas estuvo consecutivamente en esos disensos (lo solían reclamar por sus dotes de gran comunicador, periodista y educador, y por sus conocimientos e iniciativas como ingeniero militar). Estuvo primero con Antonio Nariño, líder del centralismo y quien se proclamaría presidente de Cundinamarca, y luego con el federalista Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que sesionó en Tunja –así como en Sogamoso y en Villa de Leyva. Lideraba el Congreso y el federalismo, el ya mencionado Camilo Torres.

Entre lo primero y lo segundo actuó Antonio Baraya, militar que, enviado por Nariño a someter al Congreso, se puso de parte de éste y retornó a Santafé en plan de sitiar a la capital. Entre los subalternos de Baraya estaban unos jóvenes que habrían de ser figuras destacadas de la Independencia y de la República: Atanasio Girardot, muerto en combate contra los realistas, solo un año después, en la batalla de Bárbula, , y Francisco de Paula Santander, vicepresidente bajo Bolívar y, a partir de 1832, presidente.

La defección, el cambio de bando de Baraya y de sus seguidores, ocurrió el 26 de mayo de 1812; en la víspera habían dado a conocer el “Pronunciamiento de Sogamoso”, que fue firmado también por Caldas. Por esto, el centralismo llegaría a calificarlo como uno de los jefes intelectuales de la sedición militar en

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su contra. Por el otro lado, el 24 de noviembre, en Villa de Leyva, el Congreso federalista acusó a Nariño de usurpar el poder y de ejercerlo de manera tiránica.

Francisco José de Caldas había llegado el 15 de marzo a Tunja. Con el tiempo lo nombrarían capitán de ingenieros cosmógrafos. Estando con los federalistas (de los que también se decepcionaría, como de los centralistas: “Todo es viento, humo, vanidad”, dijo), temió por el Observatorio Astronómico del que había sido director en Bogotá, por su dotación, libros y colecciones. Con el correr de los días, fueron confirmados sus temores: el Observatorio fue escenario y botín de guerra. Hasta la propia esposa de Caldas, Manuela Barahora, que se quedó con sus hijos en Bogotá, fue acosada por los centralistas por el mero “delito” de ser la cónyuge de un federalista.

En un momento dado, el trato desdeñoso que recibió de ambos bandos, pese a haberlos servido, se concretó en expresiones como estas: “El Congreso me adeuda dinero y no ha dado un mendrugo a mi familia; no me han recomendado al gobierno de Popayán para una colocación. No soy ni ingeniero de Cundinamarca ni empleado del Congreso…”

Pese a estar ocupado en actividades propias de la guerra (dirigió unas fortificaciones en los alrededores de Tunja), no renunció a su curiosidad y al oficio de científico: como botánico, se dolió de que, por causa de la sequedad del ambiente, propia de la época del año en que se movió por esos parajes, no pudo coleccionar vegetación, y en su condición de astrónomo, anunció observaciones de interés para esa ciencia. En cualquier caso, iba haciendo anotaciones de naturalista en cartas de viaje (soñaba con publicarlas). Por ser modesta la imprenta que poseía, tenía la esperanza de poder servirse de una, moderna para la época, que había llegado recientemente a Santafé, procedente de los Estados Unidos. Y ambicionaba poder hacer y poner en circulación una nueva publicación, “para despertar la luz”, y fundar, como complemento de la imprenta, un taller de encuadernación. Pedía “que me dejen cumplir mis deberes como cosmógrafo”, deseaba “recuperar la libertad, las

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matemáticas y la tranquilidad”, y aspiraba a contribuir con sus esfuerzos “a la navegación, el comercio, la geografía y la astronomía”.

Cosas muy distintas estaban pensando y pasando en Santafé: las autoridades encabezadas por Nariño se incautaron de las imprentas, incluida la de Caldas. En 1812 escribió a su esposa Manuela –perseguida, rehén en Bogotá, como ya se ha dicho-: “Quieren apoderarse de mi imprenta y de mis bienes; embargaron mis libros”. Y de esta manera hizo relación de sus bienes: tres o cuatro muebles viejos adquiridos en torturas literarias; también, la Imprenta del Sol, en que se imprimieron, entre otras, las siguientes obras: Las mil y una noches, El Lazarillo de Tormes, Los doce pares de Francia…

Caldas decidió expatriarse de Cundinamarca y pasando por Ibagué, buscar el camino del Quindío para llegar a Cartago y, eventualmente, a su ciudad natal, Popayán, pero descartó este destino al saber que las tropas de Juan Sámano habían ocupado la que sería la capital del Cauca, el primero de mayo de 1813 (se iba configurando una de las puntas de la “tenaza” espacio-temporal que se cerraría en torno a la balbuceante República porque, dos años después, la reconquista de Morillo bajaría por el río Magdalena, como antes había bajado un primer -y temporal- aliento de libertad).

¿Qué pasó, entre tanto, con Antonio Nariño? Con José Miguel Pey logró contener a Baraya, el militar que, pese a haber sido su subalterno, se había puesto al servicio de los federalistas: se convino un armisticio en el punto llamado Santa Rosa, el 30 de julio de 1812. Con posterioridad Nariño envió –a finales de noviembre- al comandante José Leyva contra Tunja, pero allí los centralistas fueron derrotados el 2 de diciembre. El diezmado batallón de Leyva fue perseguido hasta los arrabales de Santafé. Los seguidores del Congreso pretendieron tomar la capital el 9 de enero de 1813, pero su ataque fue rechazado: la ciudad asediada, resistió. Se sabe que por el telescopio del Observatorio astronómico, eran seguidas las maniobras de los asaltantes, que se disolvieron finalmente. 5

Nariño, victorioso, emprendió el camino del sur, para enfrentar directamente a los españoles. Razonó de la siguiente manera: “No hemos puesto siquiera un huevo y ya estamos cacareando”, como doliéndose de que los disensos entre patriotas dejaban casi intacto el poder español ya existente y le abrían paso al refuerzo que pronto estaría en camino: la reconquista. Persiguiendo al ya mencionado Juan Sámano, los patriotas triunfaron en La Plata, Alto Palacé, Calibío y Juanambú, pero cuando la pretensión de Nariño fue tomar Pasto, conoció la derrota.

Una serie de circunstancias obraban en la zona del que sería precisamente el Departamento denominado “Nariño”, para que la inclinación fuera realista: la desconfianza de los indígenas con las ofertas que les hacía la República, la torpeza de los patriotas, su soberbia y falta de tacto en el relacionamiento con las gentes de la región, el poder de la Iglesia católica –que por entonces condenaba las ideas independentistas-, el poderío militar de las fuerzas propiamente españolas allí instaladas y hasta el papel de mercenarios en favor de la corona, que cumplían los patianos, combatientes que llegaban desde el norte.

El hecho es que Antonio Nariño no tuvo a tiempo unos refuerzos que le anunciaron desde Popayán, cayó en poder de los enemigos y estuvo a punto de ser fusilado: el pueblo de Pasto le conmutó la pena por prisión en el destierro (pero primero pasó varios meses preso en esa localidad). La embarcación que lo llevó a España, navegó por el sur del continente antes de enrumbarse hacia Europa. Estuvo recluido en “La Carraca”, cárcel de Cadiz, cuatro años.

Caldas en Antioquia: el gran ingeniero militar

En cuanto a Caldas, finalmente se enrutó hacia Antioquia, importante región del occidente que permanecía fiel al Congreso y se preparaba para la guerra de independencia –“trabajaba por la libertad”-. Allí el capitán y dictador era Juan del Corral (morirá prematuramente, a los 33 años); fueron sus colaboradores,

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entre otros, Manuel José Restrepo –quien sería el más completo memorialista del inicio del periodo republicano- y Francisco Antonio de Ulloa, quien sería fusilado, correría la misma suerte que Caldas.

Francisco José emprendió el camino el 9 de mayo de 1813, por selvas intransitables y desconocidas, a pie. Aprovechó senderos indígenas hasta San Juan de Marmato y atravesó la región de Supía. Pese a lo penoso de la travesía-huída, no abandonó su curiosidad ni su actitud científica: reportó que había allí naturaleza apropiada para observaciones y ensayos y material inagotable para conferencias científicas; dijo que “se pueden sostener coloquios con tigres y otras fieras…”.

Llegó a Rionegro el 25 de octubre, no sin antes -el 23 de septiembre- haber trabajado en fortificaciones del paso del río Cauca (el punto denominado “Bufú” quedó en condiciones para que cien hombres impidieran el paso a 2.000 enemigos), y trazado la carta de la línea fronteriza. Antioquia temía un ataque de Sámano por el sur; Juan del Corral pensó en incorporar a sus ejércitos a esclavos, como soldados rasos, libres.

Una de las realizaciones más famosas de la temporada antioqueña de Caldas sería una fábrica de armas, fusiles y municiones: a inicios de 1814 es el flamante coronel, director de la fundición de artillería, nitrería, fábrica de salitre, molino de carbón y azufre para fabricar pólvora –que quedó al corriente en febrero 7-. También, fábrica de fusiles y casa de amonedación. Al respecto de la fundición de cañones, lograron construir once piezas de artillería y, el 8 de agosto del mismo año, reportó el sabio que taladraban dos cañones de fusil: producían dos fusiles diarios. Fue su colaborador, por entonces, Liborio Mejía, quien posteriormente –el 29 de junio de 1816- caería en La cuchilla de El Tambo, un combate que ganaron los realistas y les hizo franca la retoma de Popayán, una de las más importantes localidades en la Colonia.

Además, en Antioquia, Caldas fundó la Escuela de ingenieros militares (de ella sería alumno José María Córdoba, otro prócer de trágico destino). El 11 de abril de 1814, dio el discurso inaugural, en el que dijo: “El buen soldado comienza con el buen ciudadano”, y habló de la virtud del soldado y del honor del oficial.

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El 12 de octubre inició la instrucción de los doce primeros cadetes. Estas fueron las asignaturas: primero, fortificaciones (resistencia ante invasiones); dos: artillería (trayectoria del proyectil); tres: hidráulica (esclusas, bombas); cuatro: geografía militar (planos topográficos); cinco; táctica; y seis: arquitectura civil (puentes, caminos).

La familia de Caldas –esposa e hijos- se trasladó de Santafé a Medellín. En esta localidad, Francisco José se encontró con Juan María Céspedes, tulueño, con quien tenía varias afinidades. Lo conocía de tiempo atrás porque trabajó en la docencia (como profesor de latín) en Popayán. Había sido sacerdote - consagrado el 19 de noviembre de 1804-, capellán de los ejércitos de Nariño a su paso por el Valle del Cauca y cura de Caloto, Cauca. Ya en estado laico, encontró refugio en Antioquia, fue diputado al Congreso y se dedicó a la botánica (mantuvo correspondencia con instituciones científicas americanas y europeas, hasta 1820).

Entre tanto, ¿cómo estaban “las apuestas” entre realistas y patriotas en lo que se llamaría Colombia? Riohacha, Cartagena, Santa Marta, Panamá, la región limítrofe con Venezuela que en un futuro sería denominada Norte de Santander, y Popayán, seguían siendo dominio de los españoles.

En Cartagena había aparecido Bolívar el 27 de noviembre de 1812, y había leído, el 15 de diciembre, su proclama de llamamiento a la movilización de la Nueva Granada y Venezuela: venía de triunfar en su tierra natal y vería consolidada su posición allí mismo en el año siguiente, tras una campaña que comenzó el 15 de mayo de 1813 y culminó el 3 de agosto, cuando fue proclamado, precisamente, libertador de la Nueva Granada y Venezuela. Entre tanto, sus triunfos militares se traducirían en que el aliento de la libertad iría “contagiándose” de norte a sur: serían “barridas” las tropas españolas de la región del río Magdalena, la arteria por antonomasia la Nueva Granada en tiempos de la Colonia.

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Antioquia, como se dijo antes, “trabajaba por la libertad”, y Cundinamarca y Tunja se debatían en las discordias y combates en que consistió “La patria boba”.

El 25 de septiembre de 1814, Bolívar volvería a desembarcar en solitario en Cartagena y luego Urdaneta, uno de sus subalternos, llevaría las tropas patriotas hasta Pamplona (entre Cúcuta y Tunja), y hasta la última de las ciudades nombradas, donde sesionaba el ya mencionado federalista Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada.

Con el tiempo someterían a la capital, a la centralista Bogotá, mediante una breve carga de bayonetas, el 10 de diciembre, y es preciso decir que la tropa hizo depredaciones: no respetaron la Casa Botánica y el Observatorio Astronómico fue baluarte de unos y otros: de hecho, en su torreón instalaron piezas de artillería…

Bolívar, proclamado capitán general de las Provincias Unidas, el 24 de enero de 1815, intentaría tomar Santa Marta.

Más allá, por el oriente, estaba la republicana , y mucho más allá, por el sur, la realista Quito…

Volviendo a Caldas, le pidieron que regresara a Santafé los que habían sido sus adversarios; querían que completara el plano del Atlas de la Nueva Granada. También estaban inconclusos otros trabajos geográficos y un estudio sobre los pintores de la Casa Botánica. Regresó y en el Observatorio volvió a hacer observaciones meteorológicas (por suerte y por lo pronto, estaba a salvo el resto de las colecciones). De su amado –y trajinado- Observatorio, dijo Caldas: “Vale más para la gloria de la patria que los ejércitos, los penachos y los galones, y que las narraciones necias y fatuas”; a la astronomía la llamaba: “La ciencia de Képler, de Copérnico y de Newton”.

En Bogotá también fundaría, como lo hizo en Antioquia, la Escuela militar para oficiales: recibiría el rango de coronel de ingenieros y trabajaría en la Carta de la Nueva Granada para observaciones militares. Lo acompañó Sinforoso Mutis, 9

que había estado junto a él en la Expedición Botánica (Sinforoso era sobrino de José Celestino, director de la Expedición). La familia volvió a establecerse en la capital. Lamentablemente, en Medellín había fallecido el niño Liborio, único hijo varón de Caldas; las restantes fueron Ignacia, Juliana y Ana María.

La reconquista

Entre tanto, Fernando VII (de quien dijimos, al principio, que como su padre Carlos IV, estuvo bajo arresto a órdenes de Napoleón, el emperador francés), fue restablecido en el trono de España el 2 de mayo de 1814, disolvió las Cortes -una especie de parlamento que se había conformado- y se negó a jurar la Constitución expedida en Cádiz el 18 de marzo de 1812, una carta política según la cual el Estado español pasaba a parecerse a las monarquías más modernas de Europa, monarquías constitucionales en las que el poder reside más que todo en el parlamento y el rey es una especie de figura decorativa que representa la Jefatura del Estado pero no contradice lo que dispone la mayoría parlamentaria.

Pues bien, Fernando VII envió la escuadra española de la reconquista para retomar el control de una América en la que soplaban, cada vez con más fuerza, vientos independentistas: estuvo conformada por más de cien navíos en los que venían más de 11.000 soldados. Partieron de Cádiz en febrero de 1815; en abril 3 del mismo año estuvieron ante territorio venezolano, en Carúpano, provincia de Cumaná, y en mayo 11, Pablo Morillo, “el pacificador”, tomó posesión de la Capitanía General de Venezuela.

Primero, consumaría la reconquista con todos sus horrores; también debió –en el norte de Suramérica- enfrentar la guerra abierta y sin cuartel, ni piso térmico vedado, que le plantearon los patriotas, para luego, al ver que las circunstancias militares conducían a un “empate”, pactar un armisticio con el mismísimo Bolívar. Finalmente tomó el camino de regreso el 17 de diciembre de 1820.

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Entre los mayores horrores de la reconquista estuvo el sitio de Cartagena de Indias; allí, los patriotas se defendieron detrás de las mismas murallas que los españoles habían construido siglos antes, para impedir el paso de los piratas ingleses y de otros países europeos. El sitio de la ciudad, que pasaría a llamarse “La heroica”, duró 106 días; Cartagena cayó el 6 de diciembre de 1815.

Con anterioridad se procuró el embarque de algunos fugitivos, en trece navíos del corsario francés Louis Aury, que navegaba bajo pabellón mexicano. Pero la suerte de muchos de ellos fue adversa, como le pasó a la familia Pombo – ligada a Popayán y a Francisco José de Caldas, como quiera que Ignacio fue su gran favorecedor y colaborador, y uno de sus hijos, Lino, escribiría, tan temprano como en el siglo XIX, la biografía del sabio de Popayán. La hermana mayor de los Pombo, murió de hambre en un banco de arena; Dámaso y Sebastián, se ahogaron, y el ya mencionado Lino y su hijo Fernando, sobrevivieron. En el año siguiente sería fusilado por Morillo en Santafé, otro miembro de la familia: Miguel.

Una vez caída Cartagena, embarcaciones de Morillo bajaron por el río Magdalena y ocuparon, entre otras regiones, a Antioquia; otra parte de su ejército avanzó hacia el frente oriental, hasta Cúcuta (el 2 de febrero de 1816, hubo combates en el páramo de Cachirí), y una más hacia el sur, buscando la reconquista de Popayán y demás localidades de este lado del Virreinato.

Al “pacificador” le gustaba colgar cadáveres de patriotas en las entradas de las villas, para escarmiento y para hacer desistir a quienes estuvieran empeñados en la lucha por la libertad.

En la coyuntura de la reconquista, Bolivar debió huir a la isla inglesa de Jamaica; allí llegó el 9 de mayo de 1815. Su ayudante, Luciano D-Elhuyar, irlandés, naufragó de regreso a casa.

Volviendo a Caldas: dado el hecho de que, con sus correligionarios era conciente de que la reconquista de Santafé por los españoles sería solo cuestión de semanas, máximo de meses, decidió huir. Tomó de nuevo el camino del sur: se fue por el Tolima para pasar al Quindío y, a partir de allí, 11

buscar el puerto de Buenaventura. En La Mesa de Juan Díaz supo de unos navíos al mando del capitán inglés William Brown y con bandera de Buenos Aires, que estarían en esa localidad. Unos de sus biógrafos dicen que en compañía de otros que también huían, lograron llegar al puerto sobre el Pacífico, pero las embarcaciones mencionadas habían levado anclas a consecuencia del patrullaje de control sobre esas aguas, que habían retomado los españoles. También se dice que habrían estado esperanzados en unas fragatas venezolanas de las que se había incautado el ya mencionado corsario francés Louis Aury. Otra alternativa que contemplaron fue bajar al Cauca, cruzar el páramo de la cordillera central, pasar a Timaná y, por el Caquetá y las tierra de los indígenas andaquíes, tratar de llegar al Amazonas…

Finalmente se refugiaron en Paispamba, Sotará, al sur de Popayán, en una hacienda de la familia Caldas en que se cultivaba trigo y donde Francisco José, en tiempos pacíficos, había construido un molino de piedra para el grano. Con base en una delación, fue a buscarlos el patiano Simón Muñoz, gendarme del rey y quien obedecía órdenes de Toribio Montes, autoridad en la realista Quito.

Dada la calificación de los reos –“de alta traición”-, los llevaron para ser juzgados y seguramente condenados a muerte -en sumaria corte marcial con defensa apenas nominal-, a Bogotá. Diría el parte de la ejecución, “Dr. Francisco José de Caldas: coronel de ingenieros del ejército rebelde y brigadier del mismo; fusilado por la espalda y se confiscan sus bienes”.

Caldas iba atado en pareja con Francisco Antonio de Ulloa.

En consideración a algunas influencias que se movieron a su favor, mandos medios le ofrecieron discretamente la libertad individual, pero él rechazó cualquier privilegio que no incluyera a sus compañeros de cautiverio.

Dos historias más se cuentan, referidas a intentos de última hora para salvar su vida: Juana Sánchez, amiga de la familia y persona de fortuna, habría sobornado a la guardia con $ 4.000 de la época para que lo dejaran escapar disfrazado de monje… Nada de eso valió, como tampoco el hecho de que Sámano habría prometido a la anciana tía del mártir, María Asunción Tenorio,

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que lo salvaría. Consumado el sacrificio, la influyente dama española le dio una bofetada al gobernador de Popayán, por incumplido.

En el postrer camino hacia Santafé, escribió la famosa carta a Pascual Enrile, en la que renegó de su participación en la revuelta y pidió clemencia para poder terminar trabajos científicos –por cierto, los que quedaron inconclusos a la muerte del médico, profesor y botánico gaditano José Celestino Mutis-, trabajos que solo Caldas estaba en condiciones de finiquitarlos y podían ser considerados del interés, incluso cruciales para la corona. Fue oído pero no atendido.

Se dice que entonces, el destinatario de la carta, Enrile -a quien se había dirigido Caldas por considerar que su profesión de marino lo haría sensible al tema de la ciencia, dado el influjo de la astronomía sobre la navegación-, a la sazón uno de los principales jerarcas militares peninsulares en la Nueva Granada, pronunció la torpe expresión: “España tiene suficientes sabios”.

A Francisco José lo tuvieron “en capilla” en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario -del que había sido alumno-; en una de las paredes de su improvisada “celda”, pintó con carbón la enigmática “O larga y negra partida”, que podía ser, por igual, una metáfora de su accidentada y trágica vida (“¡Oh, larga y negra partida!”) o un símbolo matemático, de los que tanto amó.

De allí lo condujeron, con atuendo de reo, a la plazoleta de San Francisco, donde lo fusilaron (por la espalda, como ya se ha dicho), contra uno de los muros del templo. Junto a la mencionada iglesia está la de Nuestra Señora de la Veracruz, en la que se conserva y venera una imagen del Cristo de los mártires; a los condenados les permitían, como un último acto de piedad, ir a besarle los pies. Luego de las ejecuciones, los cuerpos fueron sepultados en una fosa común abierta junto a la Iglesia de la Tercera, en las proximidades.

Ocurrió en la noche del 29 de octubre de 1816, hace 200 años.

Cayó Caldas con Francisco Antonio de Ulloa, Miguel Montalvo y el poeta catalán de ascendencia alemana, renegado del Reino de España y partidario de independencia, Miguel Buch.

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El año de los fusilamientos

1816 fue, por antonomasia, el año de los fusilamientos de la reconquista española, y un lugar llamado “La huerta de Jaime”, en Santafé, el sitio predilecto de los verdugos. El 19 de junio habían caído Carbonell, Leyva y otros. También cayeron Crisanto Valenzuela y Miguel Pombo.

En julio 6, cayó . Acerca de este prócer, también científico (autor de “La fauna cundinamarquesa”), se llegó a creer que le perdonarían la vida porque cuando estuvo fugazmente en el primer poder de los patriotas, fue benévolo con los españoles; además, inicialmente lo condenaron a pagar una fuerte suma, y se creyó que allí quedaría el castigo. Pero la sentencia de la corte marcial vendría, hablando de traición, recordando que fue oficial de la guardia española y “autor de muchos escritos subversivos” (lo mismo dirían de Caldas, más que por el Semanario del Nuevo Reino de Granada -1809-1810-, por el Diario político -1810-1811-, publicación que sacó adelante con Joaquín Camacho y que pretendió ser la “Gaceta oficial” mediante la cual, las flamantes autoridades propias darían a conocer sus decisiones. Pero fue más allá: un auténtico receptáculo y venero de ideas y sucesos políticos, nacionales y extranjeros, españoles y americanos, y de los temas de ciencia, educación, navegación, industria y comercio que siempre interesaron al sabio).

El 13 de agosto cayó José Ayala y Vergara y el 31 del mismo mes, el recién mencionado Camacho.

A Sinforoso Mutis –al fin y al cabo español-, le conmutaron la pena capital por prisión, con tal de que terminara el inventario de la Casa Botánica, y por destierro: debió hacer un penoso viaje, prácticamente a pie, a la fortaleza centroamericana de Omoa. A su hermano José, lo condenaron a trabajos forzados: empedrar la plaza principal y el atrio de la catedral. Otro de los Mutis, Facundo, y el ya nombrado patriota Céspedes, lograron huir.

También hubo fusilamientos en provincia, porque se instalaron tribunales militares en Tunja, La Mesa, Ocaña y Popayán, entre otros lugares. 14

En la que sería la capital del Cauca, fue sacrificado, el 19 de agosto, el químico José María Cabal, y en Buga, el 3 de septiembre, cayó Carlos Montúfar, el otrora joven quiteño al que Humboldt llevó en su periplo científico andino, a partir del Ecuador, en lugar de a Caldas. Políticamente, en el marco de la crisis peninsular que se derivó del vacío de poder por ausencia de rey español, Montúfar había llegado a ser delegado de la Regencia de Cadiz.

Volviendo a los días finales del sabio de Popayán, el 25 de octubre de 1816 había tomado confesión católica –era fervoroso creyente- y había dictado breve testamento. En este reconoció que debía algunas cantidades y no estaba en condiciones de devolverlas; pidió, en consecuencia, perdón a los acreedores.

La familia quedó en la inopia, pendiente de la caridad de los familiares y amigos de Caldas que se habían librado de la desgracia.

No solo los escasos bienes personales de Caldas se perdieron; también, los equipos de los que se servía para su trabajo científico –adquiridos con tanta dificultad y sacrificios- y algunos de sus logros más preciados, fruto de desvelos y labor metódica y silenciosa. Ocurrida su ausencia de Bogotá, antes de su prendimiento y juicio, el 24 de junio fueron rematados los efectos embargados en la Casa Botánica; los libros, instrumentos ópticos, útiles de pintura y escritura, todo malversado.

Las colecciones de la Expedición botánica se salvaron porque fueron entregadas al reo Sinforoso Mutis para que las inventariara y empacara; el virrey de la época, Montalvo, ordenó, en noviembre 6 de 1816 (una semana después del sacrificio de Caldas), que se las remitieran a Santa Marta. Cupieron en 150 cajas embaladas con cuero de res. Llegaron a Madrid, al palacio real, el 3 de mayo de 1817; fueron entregadas a Mariano Lagasca, sucesor de Francisco Antonio Zea, prócer y científico también fusilado, que en su momento llegó a ser director del Jardín Botánico de Madrid.

Allí llegaron 60 cajas de herbario, 12 de dibujos y diseños, 4 de manuscritos, 4 de muestras de madera y 8 de frutos, semillas, raíces y cortezas. 18 cajas más, correspondientes a colecciones de zoología, minería y etnología, fueron enviadas a otros lugares científicos de la capital de España. 15

La última carta del sabio Caldas fue para su esposa Manuela: le hizo unas paternales recriminaciones por conductas indecorosas en que habría incurrido su cónyuge, conductas que consideraba impropias de una mujer casada, y terminó pidiéndole que entregara “al amigo Ordoñez”, unas gallinas de Guinea que consideraba especie apropiada para que se propagara en Popayán..: ¡Aún al pie del cadalso, seguía con sus preocupaciones de hombre de ciencia y promotor del progreso!

De la fosa común del Templo de la Tercera, fueron exhumados los restos de Caldas, casi un siglo después, el 21 de octubre de 1904. También los de Ulloa, Montalvo y Buch, y remitidos a su ciudad natal, a donde llegaron el 26 de febrero. Fueron puestos en una cripta en el templo de San José. Doce años después, en la celebración del centenario de su martirio, fueron trasladados a la catedral y puestos en una urna cineraria.

Hoy reposan, para siempre, en el panteón de los próceres de Popayán, al lado de los restos de otros paisanos y familiares, destacadas personalidades. Tienen en común, haber nacido en la capital del Cauca o en sus proximidades y ser figuras republicanas del siglo XIX y comienzos del XX, varias de ellas, sacrificadas por el enemigo o caídas en combate, en defensa de la patria.

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