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APROXIMACIÓN PSICOBIOGRÁFICA A LA FIGURA DE MANUEL DE FALLA Fernando Jiménez1, Antonio Pérez2, María Amaro3, María López3, Teresa Puyuelo3, Yamile Constante4, Noelia Edo4, José Manuel Granada5, Sheyla Tomás6, Beatriz Monterde7. Manuel de Falla Siguiendo la línea que ha imperado en nuestros trabajos anteriores, en los que hemos buscado aproximar la producción artística a la interpretación psicológica o psicopatológica de la personalidad del artista, hoy nos hemos acercado a Manuel de Falla. Nunca ha sido nuestro propósito establecer un diagnóstico clínico al uso ‐por otro parte imposible‐ y sí el de escudriñar en el simbolismo del arte, como expresivo, los rasgos presumiblemente definitorios de la personalidad del sujeto estudiado. Sustentamos nuestro planteamiento en tres criterios apriorísticos: 1. El estudio en sí mismo de un artista sólo es viable desde una consideración que involucre al individuo, a sus relaciones e interacciones con el medio y a las peculiaridades de este último sometido a un contexto histórico determinado. 2. La obra de arte, como una entidad que sólo adquiere su sentido si es expresiva de una comunicación. Una comunicación al principio narcisista, del artista consigo mismo, que posteriormente trascendería al público, traspasándole sus sensaciones. Así pues el lenguaje artístico no sería un mero recurso técnico de representación sino un instrumento, casi mágico, de transfiguración: lo que aparentemente es externo deriva de un significado y contenido interior. 1 Médico Psiquiatra. 2 Pianista. 3 Psicóloga. 4 Médico Geriatra. 5 Graduado en Enfermería. 6 Técnico Auxiliar de Farmacia. 7 Dietista. 1 3. Para el espectador, la obra de arte sólo puede alcanzar su auténtica dimensión si es interiorizada y experimentada, dinamizando así en un proceso introspectivo la estructura en principio formal y sujeta a leyes de la composición. Con estos criterios nos aproximamos al hecho musical donde, sin olvidar el origen mágico‐simbólico de la música observamos que está en el acontecer de la historia y en virtud de esa capacidad de comunicación que se le atribuye al arte, produce sensaciones diversas en el auditor dependiendo de los rasgos de personalidad de este. Igualmente comunica ‐en el sentido de la trascendencia del símbolo‐ sensaciones ricas y múltiples, que hemos comentado y que refuerzan la triada artista‐obra de arte‐público, adscribiéndose en cuanto a la creación únicamente y de manera peculiar al binomio indisoluble persona/artista. Siguiendo este criterio argumental hemos configurado nuestro trabajo expositivo en tres apartados: • Desarrollo biográfico • Análisis musical • Aproximación al perfil psicológico. No entendiéndolo como tres áreas diferenciadas sino que unidas por una línea transversal permitan una mayor claridad e interpretación. Desarrollo biográfico Manuel de Falla nació en Cádiz el 23 de noviembre de 1876, en el seno de una familia dedicada a los negocios, con un nivel económico elevado. El padre, José María de Falla y Franco sin adscripción política conocida, era frecuentador del casino y de las fiestas sociales y acabó dilapidando el patrimonio familiar aunque continuaba manteniendo buenas relaciones con el clero y la burguesía de la ciudad. La madre, María Jesús Matheu Zabala era una persona religiosa y culta. Amante del piano, pronto advirtió las condiciones musicales de su hijo, a quien comenzó a formar en solfeo y piano a temprana edad. Fue entonces cuando se inició la vocación de Falla, recibiendo una educación de clara influencia materna. 2 Falla era el mayor de cinco hermanos, de los cuales sólo tres, Germán, María del Carmen y él, sobrevivieron. Con su hermana María del Carmen, diez años menor que él, compartió gran parte de su vida en Granada y Argentina y fue, junto a su madre, una decisiva influencia en su personalidad y apoyo en su vida. Creció dentro de una familia compuesta por sus padres, hermanos, su tía Emilia, y otras personas que le influyeron como la criada Ana, “la Morilla”, quien con sus cantos y relatos introdujo a Falla “en un mundo maravilloso” como él decía; el padre José Fedriani, quien junto a su madre le impregnó de una gran religiosidad católica y moral estricta; el profesor don Clemente Parodi, responsable de su formación escolar realizada en su domicilio hasta el bachillerato, y sus profesores musicales Eloísa Galluzzo, Alejandro Odero y Enrique Broca, sucesivamente. Apenas tuvo amigos durante su infancia ni relación con otras personas fuera de las referidas. Todo este conjunto de personas, además de otras circunstancias como el ambiente musical de la ciudad, con salas de conciertos y familias influyentes con gusto por la música, y una epidemia de cólera en la que enfermó su tía Emilia, irán conformando una compleja personalidad en el músico. Falla se mostraba como un niño serio, taciturno, pero también con humor. No era un niño prodigio pero había algo en él que lo aleja de la vulgaridad. Físicamente enfermizo, enclenque, flaco y de nariz puntiaguda, con catarros frecuentes y una posible tuberculosis con episodios febriles. Temeroso de la enfermedad y de su contagio, esto le llevó a ser tremendamente aprensivo e hipocondríaco con conductas como hervir toda el agua que bebía. Se centró en sus estudios, en la música y la práctica religiosa. Fantasioso, desarrolló juegos, historias, todo un mundo imaginativo, que parece ser contrapunto a su monótona vida diaria de estudio y rezo. Con catorce años viajó a Madrid e inició su relación con el maestro José Tragó. A partir de ese momento vivió entre Cádiz y Madrid, y en 1898 se trasladó toda la familia a Madrid. En ese tiempo prosiguió con estudios de piano y preparación general, mantuvo el estudio de francés y sus lecturas, y abandonó sus aficiones literarias. La bancarrota de los negocios de su padre le afectó profundamente, y evitó que trasluciese al exterior su gran sufrimiento y temor. En 1897, se instaló en Madrid y comenzó una obsesión por el número siete: nace en los años 70, viaja a Sevilla en el año 1887, viaja a Madrid en el año 1897, viaja a París en el año 1907… 3 Siguiendo los gustos imperantes por la zarzuela en aquellos momentos compuso cinco obras del género que él mismo consideró como muy malas. En 1901 conoció a Felipe Pedrell, musicólogo y compositor catalán, y un libro fundamental para su estética, L’Acoustique Nouvelle, de Louis Lucas. Mantuvo un trabajo de composición de diferentes obras, con mayor o menor éxito, recibiendo algún premio convirtiéndose para la prensa gaditana en una auténtica autoridad, aunque en la capital continuó siendo un completo desconocido. Respetado artísticamente, evitó el contacto con el ambiente musical y bohemio de la capital y se mantuvo en un carácter estricto y rígido. Durante estos años, Falla se sintió repetidamente frustrado: de un lado, por el fracaso en su empeño en conseguir el montaje de su ópera en Madrid y por otro, en un plano más personal, por el desengaño amoroso que le supuso el rechazo de su prima, María Prieto Ledesma. Animado por Joaquín Turina decidió trasladarse a París en 1907, donde permaneció hasta el verano de 1914. En París conoció a Paul Dukas, Claude Debussy, (sus primeros mentores durante este período), Isaac Albéniz, Maurice Ravel, Roland‐Manuel, Florente Schmitt, Ricardo Viñes... Gracias a la mediación de Albéniz consiguió en 1908, una beca de la Corona Española que le permitió seguir residiendo en París y acabar Cuatro Piezas Españolas que se estrenó en 1909 interpretada por Ricardo Viñes. En la primera década del siglo inició sus primeros viajes a Londres, Suiza e Italia. Su obra La Vida es Breve se estrenó en 1913 en el Casino Municipal de Niza, pero no fue representada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid hasta 1914. Durante estos años conoció al matrimonio Martínez Sierra, a Igor Stravinsky, Georges Jean‐Aubry, Ignacio Zuloaga, Joaquín Nin, Wanda Landowska... y consiguió un contrato con el editor musical Max Eschig. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial regresó a Madrid donde recurrió a todas sus viejas amistades para encontrar un medio de subsistencia, sin grandes escrúpulos para conseguirlo, porque consideraba que no estaba en condiciones de hacerlo. El desastre que supuso la guerra para Falla hizo que en su música se reflejase, de manera aún más fuerte, las ideas del nacionalismo musical y artístico. 4 En 1915 se estrenó en Madrid la primera versión de El Amor Brujo con Pastora Imperio en el papel de Candela. Ese mismo año se trasladó a Barcelona donde permaneció seis meses con el matrimonio Martínez Sierra. Recibió el apoyo de Leopoldo Matós, que se convirtió en el amigo más constante, sincero, leal y receptor de sus confidencias, y cuando Falla lo necesitó, su “cajero” personal. Al año siguiente, se estrenó en el Hotel Ritz de Madrid la primera versión de concierto de El Amor Brujo y en el Teatro Real Noches en los Jardines de España. En colaboración con Martínez Sierra trabajó en la pantomima El corregidor y la Molinera. Durante estos años conoció a Igor Stravinsky y Serguei Diaghilev con los que viajó a Granada. Tras el homenaje en el Ateneo de Madrid a la memoria de Claude Debussy, la Princesa de Polignac le encargó, para estrenar en su salón parisiense, la obra El Retablo de Maese Pedro. La muerte de sus padres en 1919, en un breve intervalo de tiempo (en febrero su padre y en julio su madre), hizo que se decidiera a un cambio radical, renunciando a una vida social que cada día molestaba más a su trabajo y a su sentir. Animado por Ángel Barrios, decidió al año siguiente trasladar su residencia a Granada en busca del silencio y el aislamiento deseados. Allí conoció a Federico García Lorca, con quien organizó un concurso de cante jondo. Fueron los años en los que su amigo Manuel de Segura hizo de secretario y María Carmen de amanuense, que se amoldaron perfectamente al arbitrario horario que traía de París.