www.elboomeran.com

¿ACASO MOLESTA EL RUIDO QUE RETUMBA EN MI SESERA? Memorias roqueras

Steven Tyler con la colaboración de David Dalton

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 1 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿ACASO MOLESTA EL RUIDO QUE retumba EN MI SESERA? Memorias roqueras

Steven Tyler

Traducción de Ignacio Juliá

BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 3 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Semiprólogo

Si eres martillo, todo te parece un clavo. Si eres cantante, todo te parece una canción.

«La vida es corta. Rompe las reglas, perdona con rapidez, besa lentamente, ama de verdad, ríe incontrolablemente, y nunca te arrepientas de nada que te haga sonreír.» No somos seres cuantifi- cables; no existe una tabla para medir el deseo. Cuando las rugien- tes llamas de tu corazón se hayan consumido en rescoldos, ojalá te encuentres casado con tu mejor amiga. Corazonada, conjetura, ins- tinto… una alianza ciega con cualquier cosa puede llegar a matarte, y recuerda siempre… Canta como si nadie pudiese oírte; vive como si el cielo estuviese aquí en la Tierra. Me gustaría decir algo pro- fundo y sin sentido, como «sé fiel a tu propio ser», pero la verdad es que, lo primero que deberíamos hacer, es MATAR A TODOS LOS ABOGADOS. Cuando era un crío y pertenecía a una pandilla, mi presun- to mejor amigo, Dennis Dunn, me golpeaba en el brazo diciendo «¡pásalo, mamón!». Así que me volvía hacia Ignacio y le arreaba en el brazo, «¡Pásalo!». Ignacio se giraba hacia Footie y le golpeaba en el brazo, y Footie le pegaba a Raymond, quien a su vez… me golpeaba a mí de nuevo. Todo se reduce a pelear por una posición. Más tarde comprendí que estar en una banda de música no era muy diferente. Sólo que en mi nueva pandilla, Brad le atizaba a Tom, Tom le daba un golpe a Joey, Joey pegaba a Joe y Joe me propinaba un puñetazo a mí (en la boca), y ésta es la forma más dulce que se me ocurre de con- tarte lo que pasa en todas las bandas que han existido (por lo menos en aquéllas que duraron más de diez años y tuvieron la oportunidad de emitir luz).

5

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 5 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

Recuerdo que una vez mi madre, al contarle que quería ser como Janis Joplin, me dijo: «Si emites la luz, serás la diana de los mie- dos, dudas e inseguridades de los demás. Si eres capaz de sopor- tarlo, Steve, mi pequeño Skeezix [personaje de los cómics Gasoline Alley], puede que tengas tu Blue Army [club de fans de Aerosmi- th]». ¿Lo adivinas? ¡Conseguí ambos cañones! También querría manifestar aquí, vecinos y conocidos, que mi viaje vital no me ha llevado a un lugar donde deshonrar, desmoralizar o dañar a nadie… Así que, todos VOSOTROS, los que habéis alborotado mi pluma- je y me habéis hecho daño por ser un niño inquisitivo o un artista hipersensible y tocacojones, recordad que, como decían sobre Mongo en la película Sillas de montar calientes, si le disparáis a Ste- ven, sólo vais a lograr que se enfade. Cuando eres joven, lo experimentas todo por primera vez, y, puesto que te ocurre a ti y de un modo tan natural, sencillamente es… y haces tu camino pleiteando a través de ello. En la madurez, discutes cada jodida cosa, y pierdes una enorme cantidad de energía discutiendo los porqués de todo. Anhelas encontrar a ese ángel de la tormenta que extraerá tu fuego interno. Empiezas a creerte que has logrado superar seis décadas porque hay un ángel en tu hombro. Por eso compongo canciones; porque he vivido los cambios que van de no saber NADA a saberlo TODO, y ahora, a mis sesenta y tres años, vuelvo a NO SABER NADA. Y, cuando tu mente se vacía del llamado conocimiento, es libre para usar la imaginación. Como dijo una vez Albert Einstein: «La imaginación es más importante que el saber.» La radio emite tu canción; la melodía es tan pegadiza que se arrastra hasta el interior de la gente que la escucha y cambia su To- talidad. ¡Y ellos se ponen a cantarla! Te has metido en su interior. Les has hecho el amor. Te has inmiscuido en su alma… y viceversa. Es como un vujà Dé, y ahí es cuando se manifiesta el milagro… estáis intercambiando rostros, lugares, espacios y bendiciones.

6

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 6 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Semiprólogo

Padre de cuatro hijos (los amores de mi vida), autor de cancio- nes, tengo un doctorado de Berkeley y otro de UMass, Boston, y soy poeta, pintor, adicto a las drogas, una persona que aprende algo nuevo cada día, desde el Hogar para los Recientemente Saludables de Malibú hasta cenar con el jeque Nion en Abu Dhabi… y ahora… ¿escritor? ¡Debes de estar de broma! RoMANces. SeMÁNtica. Exó- tico, neurótico, ¡lo que quieras! ¿Te molesta el ruido de mi cabeza… ya? ¿Sí, en serio? Pues diría que empezamos bien. s.t.

7

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 7 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

1. Visionario periférico

Nací el 26 de marzo de 1948 en el Hospital Policlínico del Bronx. Tan pronto como pude viajar mis padres se trasladaron a Sunapee, New Hampshire, a las pequeñas casas de campo que alquila- ban cada verano, una especie de posada anticuada, sólo que era el año 1950. Me pusieron en una cuna al lado de la casa. Apareció una zorra y pensó que era un cachorro, me agarró por el pañal y me arrastró al bosque. Crecí junto a los animales y los niños de los bosques. Escuché tantas cosas en el silencio de los pinares que supe que más tarde en mi vida debería rellenar ese vacío. Lo único que sabían mis padres es que yo estaba ahí fuera en alguna parte. Una noche me oyeron llorar, pero cuando llegaron adonde yo estaba sólo vieron un gran agujero en el suelo, que pensaron era la guari- da del zorro. Cavaron y cavaron, pero lo único que encontraron fue el agujero de la madriguera de conejos por la que yo había caído: como Alicia. Y como Alicia entré en otra dimensión: la sexta (la quinta ya es- taba adjudicada). Desde entonces, puedo acudir a ese lugar siempre que quiero, porque conozco el secreto de los niños de los bosques; hay tanto en el silencio cuando sabes qué escuchar… Lo que baila entre la psicoacústica de dos notas cualquiera y lo que se lee entre líneas es similar a la yuxtaposición de lo que ves cuando te miras al espejo. Mi vida entera la he pasado bailando entre esos dos mundos: la REGIÓN DE GOA, la Esfera-Más-Remota y… el DESAFORTUNA- DO ESTADO DE REALIDAD. En esencia, me considero un visionario periférico. Oigo lo que la gente no dice y veo lo que es invisible. Por la noche, al estar hecha nuestra percepción visual de barras y conos, si vas por un camino oscuro, el único modo de verlo es dirigir la atención a los lados y observarlo con tu visión periférica. Pero ya nos

9

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 9 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

extenderemos sobre ello a medida que progresemos, retrocedamos y divaguemos. Cuando finalmente me sacaron del agujero del conejo, mis pa- dres me trajeron de vuelta a la tercera dimensión. Como era natural, estaban preocupados, pero yo temía decirles que nunca me había sentido más cómodo que perdido en aquellos bosques.

En Manhattan vivíamos en la calle 124 con Broadway, no muy lejos del Apollo Theater. Harlem, tío. Si los primeros tres años de tu vida son los más importantes para tu formación, entonces seguramente yo debí de escuchar esa música, y me inspiró el ruido que salía de aquel teatro. Tenía más alma que San Pedro. Hace unos años volví al Apollo, y vi el parque donde mi madre me llevaba en cochecito. Mi primer recuerdo visual es de AQUEL PARQUE: los árboles y las nubes pasando sobre mi cabeza como si yo flotase sobre la tierra. Ahí estaba yo, un niño de dos años en proyección astral. A los cuatro años, recuerdo ir a por un galón de leche con dos monedas de veinticinco centavos, andando de la mano de mi madre a través de pasillos y pasajes del sótano de nues- tro edificio, y pasar por túneles al edificio contiguo donde estaba la máquina expendedora de leche. Yo pensaba que estábamos… Dios sabe dónde. Podría haber estado en Marte. Ah, era el mis- terioso mundo de la infancia, en el que siempre hay alguien que te lleva de la mano a través de oscuros pasajes hacia un mundo nuevo que espera que se encienda la hiperactiva imaginación de un niño. Mi madre encendió el fuego que me daría calor el resto de mi vida. Me leía parábolas, las Fábulas de Esopo y Los cuentos de así fue de Rudyard Kipling. Cuentos para niños y poesía infantil de los siglos xix y xx: Hickory Dickory Dock, The Nursery Rhyme Book de Andrew Lang, Hans Christian Andersen, Little Black Sambo de Helen Bannerman. ¡Buenísimos! ¡Olvida La gallina de los huevos de oro! Mi

10

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 10 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

madre siempre me leía todas esas historias antes de dormir. Pero una noche, cuando tenía unos seis años, dejó de hacerlo. «Debes aprender a leerlas tú mismo», me dijo. Hasta ese mo- mento había estado leyendo con ella mientras me iba señalando las palabras. Lo hicimos durante meses hasta que vio que yo lo había pillado, y de repente ya no estaba mamá mirando por encima de mi hombro. Dejó el libro al lado de mi cama y me inquieté. «Mamá, quiero escuchar los cuentos. ¿¡Por qué ya no quieres leérmelos!?», protesté. Hasta que una noche me dije a mí mismo: «Ah, ahora ten- dré que espabilarme». Nooo… Me haré músico y escribiré mis pro- pias historias y mitos… Aeromitos. Mamá solía hablarme de un hombre al que había visto en el Steve Allen Show, en 1956, cuando yo tenía seis años. Se llamaba Gypsy Boots. Era el primer hippie, un tipo que vivía en un árbol, llevaba el pelo largo hasta la cintura y promocionaba la alimenta- ción saludable y el yoga. Gypsy era el protohippie. A principios de los años treinta había dejado el instituto y vagó hasta California en compañía de otros, por así decirlo, vagabundos, viviendo de lo que ofrecía la tierra, durmiendo en cuevas y bañándose bajo las casca- das. Aquel estilo de vida me sedujo completamente. El mensaje de Boots era el siguiente: por primitivo que pareciese su mundo, quería que la gente pensase que él iba a vivir para siempre. Oye, casi lo consigue, pues murió once días antes de su noventa cumpleaños, en 1994. A continuación entró en mi vida un compositor bohemio llama- do Eden Ahbez, autor de una canción titulada «Nature Boy» (que mi madre escuchaba en un disco de Nat King Cole). Acampaba bajo la primera «L» del letrero de Hollywood, estudiaba misticismo oriental y, al igual que Gypsy Boots, se alimentaba de verduras, frutas y nueces. Mi madre me cantaba esa canción antes de irme a dormir. Nunca olvidaré el modo en que me hacía sentir que yo era su nature boy.

11

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 11 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

La canción cuenta la historia de cómo, un buen día, un niño en- cantado y vagabundo —sabio y tímido, de mirada triste y brillante— se cruza en el camino del cantante. Se sientan en torno a un fuego y hablan sobre filósofos y bribones, berzas y reyes. El chico se dispone a marcharse, pero antes le comunica el secreto de la vida: amar y ser amados es todo lo que podemos y necesitamos conocer. Luego se desvanece en la noche tan misteriosamente como ha aparecido. Desgraciadamente los propietarios de los derechos de «Nature Boy» no me permiten publicar la letra de la canción en este libro (da igual, búscala en Google), pero prometo que, sea como sea, apare- cerá en mi álbum en solitario. Luego estaba Moondog. Qué gran personaje, un músico ciego que vestía como un vikingo, con su casco de cuernos y su lanza a juego. Se plantaba en la esquina de la calle 56 y la Sexta Avenida. Lo veía y olía cada mañana de camino a la escuela. Extraña coinci- dencia, vivía en el Bronx, al parecer en el bosque, detrás del bloque de apartamentos donde yo crecí. ¿Fue una coincidencia o quizás Dios me estaba diciendo secretamente «Steve, tú serás el Moon- dog de tu generación»? O, por lo menos el líder de una banda de rocanrol. Me han dicho que Moondog fue quien escribió «Nature Boy», pero ¿cómo saberlo? Quizás Eden Ahbez sea Moondog deletreado al revés… El nombre de soltera de mi madre era Susan Rey Blancha. A los dieciséis años se alistó en el WAC (Cuerpo Femenino del Ejército). Conoció a mi padre cuando ambos estaban destinados en Fort Dix, en New Jersey, durante la Segunda Guerra Mundial. Una noche él tenía una cita con una mujer que compartía habitación con mi ma- dre. La compañera de habitación le dio plantón, pero lo recibió mi madre, que en aquel momento estaba tocando el piano. Mi padre se acercó y le dijo «lo estás tocando mal». ¡Aquello fue amor a pri- mera vista! Se casaron y tuvieron a la pequeña Lynda, mi hermana,

12

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 12 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

y el pequeño Steve llegó dos años más tarde. ¡Ja, ja! Ésta es mi madre, y éste mi padre, la razón de que yo sea tan jodidamente de- tallista y tan maniático. Recibí de ellos los rasgos que no quisie- ra y los que sí quiero. Al ser un vástago, por si no te habías dado cuenta, adoptas esos rasgos inconscientemente. ¡Te conviertes en tu madre! Así es como tuvo lugar, en 1948, tan extraña mezcla: un alumno de música clásica de Juilliard conoce a una chica guapa de campo, quien, además, parecía un cruce entre Jean Harlow y Marlene Die- trich con un toque de Elly Mae Clampett, el personaje de la serie The Beverly Hillbillies. Y si, como dicen, Dios está en los detalles —y sa- bemos que Ella lo está—, en ese caso yo soy la combinación perfecta. Soy la N del ADN de mis padres. Así que si alguien me llama dick [gilipollas], sé que se refieren a Fort Dix. Mi hija Chelsea siempre ha pensado, desde el día de su nacimiento, que Dios era mujer. Fue tan reconfortante escuchar eso de una niña, que Dios tenía que ser una mujer, que jamás lo he cuestionado. (No me extraña, pues, seguir tan colgado con el programa de televisión de Oprah.) Mamá era un espíritu libre. Le encantaban los cuentos popula- res y de hadas, pero detestaba Star Trek. Solía decirme: «¿Por qué pierdes el tiempo con esa serie? Todas estas historias provienen de la Biblia… de los sermones del domingo. ¡Lee la Biblia!». Y yo pensaba: «Vaya, chico, esto es lo que me gustaría hacer después de liarme un porrito y fumármelo con Spock». Y, ya que hablamos de esto, ésa es la razón por la que los adolescentes actuales te sueltan «¡lo que tú digas!». Pero sabes —y esto sólo lo admitiré en las horas tar- días de mi existencia— que ¡ELLA TENÍA RAZÓN! Yo, robot de Isaac Asimov, o Un mundo feliz de Aldous Huxley, de ahí extrajeron su inspiración. Del mismo modo que Elvis extrajo su sonido de Sister Rosetta Tharpe (te reto a buscarla en YouTube ahora mismo), Ernst Tubb, Bob Wills y Roy Orbison. Y ellos, por su parte, engendraron a los Beatles y engendraron a los Stones y engendraron a Elton John,

13

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 13 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

Marvin Gaye, Carole King, y a… . Así que estudia la his- toria del rock, hijo. Esa es la Biblia del Blues.

Tenía tres años cuando nos mudamos al Bronx, a un bloque de apar- tamentos en el 5610 de Netherland Avenue, a la vuelta de la esquina donde supuestamente viven los personajes de cómic Archie y Vero- nica (supongo que eso me convierte a mí en Jughead, el mejor amigo de Archie). Vivimos allí hasta que tuve nueve años; desde nuestro ático la vista era espectacular. En las calurosas noches de verano me escabullía por la ventana a la escalera de incendios e imaginaba que era Spider-Man. La sala de estar era un lugar mágico. ¡Medía literal- mente dos metros y medio por tres y medio! En la esquina había un televisor empequeñecido por el gran piano Steinway de papá. Ahí está mi padre sentado al piano, practicando tres horas cada día, y yo construyendo mi mundo imaginario bajo el piano. Aquello era un laberinto musical en el que incluso un niño de tres años podía desaparecer rápidamente hacia el mundo de la psi- coacústica, donde seres como yo podían perderse bailando entre las notas. Yo vivía bajo aquel piano, y hasta hoy me encanta perderme bajo la capota cósmica de todas las cosas. Meterme a fondo. Más allá de examinar las menudencias, quiero saber qué vive en la quinta dentro de una tríada… ¡lo contrario de BEBERME un quinto! Poseo ciertamente la parte psicológica… pero si llegase a tener la parte acústica (aunque sí compuse una cancioncilla titulada «Seasons of Wither»). Y ahí es donde crecí, debajo del piano, escuchando y vivien- do entre las notas de Chopin, Bach, Beethoven, Debussy. De ahí surgieron las ristras de acordes de «Dream On». Papá estudió en Juilliard y acabó tocando en el Carnegie Hall; cuando le pregunté «¿cómo se llega a Carnegie Hall?», me respondió, como si fuese un Groucho a la italiana: «Práctica, hijo mío, práctica». El piano era su amante. Cada tecla de aquel piano tenía para él una resonancia

14

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 14 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

emocional y personal. No tocaba de memoria. Dios, cada nota era como un primer beso, y leía las partituras como si la música hubiese sido compuesta expresamente para él. Recuerdo arrastrarme bajo el piano y hacer corretear los dedos por la parte superior de la caja de resonancia y sus alrededores. Es- taba un poco polvoriento y, al mirar hacia arriba, el polvo caía sobre mis ojos; polvo centenario… polvo de un viejo piano. Caía en mis ojos y yo pensaba «¡guau!, polvo de Beethoven, el mismo que él respiraba». Era un Steinway de gran tamaño, no un pequeño piano verti- cal en una esquina: una enorme y brillante ballena negra de dientes blancos y negros que nada en el fondo de mi mente y desde una gran profundidad susurra extrañas tonadas que no sé de dónde proce- den. Veinte mil leguas de viaje submarino no me afectó en absoluto. Años más tarde, regresé para visitar el 5610 de Netherland Avenue. Llamé a la puerta del apartamento 6G, mi antiguo hogar. Hacía muchos años, y el hombre que abrió la puerta vestía calzon- cillos y camiseta, y estaba borracho. —¿Papá? —pregunté; ladeó la cabeza como Cocker, el perro de la RCA. —Hola, soy… —empecé a decir. —Oh, ya sé quien eres —me dijo—. Te he visto por televisión… ¿Qué haces aquí? —Yo vivía aquí —le dije. —¡Esto hará que me suban el alquiler! —dijo él. Entré y eché un vistazo y, bueno, ¿no os pasa que al volver al apartamento en que crecisteis siempre parece mucho más pequeño en comparación con cómo lo veíais hace treinta años? ¡Dios mío, la cocina era diminuta, de un metro por dos! El dormitorio que com- partía con mi hermana, y el de mis padres con vistas al patio; era imposible cambiar de opinión allí dentro, y ya no digamos cam- biarse de ropa. ¿Cómo demonios logró mi padre meter un piano Steinway en aquella salita? Qué extraño contemplar aquella salita,

15

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 15 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

con su televisor en blanco y negro, todavía más minúsculo, en el que yo había visto, totalmente absorto, programas como The Mickey Mouse Club y The Wonderful World of Disney, que se estrenó el 27 de octubre de 1954. El salto de estar bajo el piano con tres años a ver cómo mi mundo de televisión en blanco y negro se transformaba en color, cosa que ocurrió a los seis años, fue suficiente educación para afrontar la vida. Estaba ansioso por meterme en el meollo de ésta. Mi padre tocaba sus sonatas con tanta emoción que hacía vibrar el interior de mis huesos. Cuando escuchas esa música de sol a sol, día tras día, se integra en tu psique. Las notas vibran en tus oídos y cerebro. Y por ello, durante el resto de tu vida, tus emociones po- drán ser fácilmente manipuladas de modo subliminal por la música. La mayoría de los humanos que buscan oro —ese momento de éxtasis— lo encuentran primero en su propia sexualidad; luego tie- nen un orgasmo y, oooh, se acabó. Imagina ahora a alguien que está explorando y quizás buscando su propio destino. Se topa con una cueva y por pura curiosidad se arrastra a su interior y una vez dentro mira al techo; todo brilla y resplandece, y en aquel primer momento yo me sentía en la palaciega caverna de cristal de Superman en el Polo Norte, los cristales resonando con los lamentos del parto de la Madre Tierra. No sabía lo que estaba escuchando, ni entendía de dónde pro- venía todo aquello. No importaba. Quería formar parte de ello. No tenía ni idea de que ya formaba parte de ello. Era magia pura. Mi padre manifestaba esos momentos cristalinos tocando las notas de aquellas sonatas sagradas. Era una mezcla de Yma Sumac y las canciones de las ballenas jorobadas; aquellos sonidos divinos llovían sobre mí. Recientemente mi padre vino a casa: ¡tiene ya noventa y tres años! Me senté con él al piano y tocó Claro de luna de Debussy. Fue algo mucho más profundo que cualquier cosa que yo haya hecho o vaya a hacer. Fue tan profundo e invocaba tanto de aquella prime- ra emoción sobre mis emociones adultas que lloré como un bebé.

16

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 16 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

Recuerdo que cuando, siendo un niño, la escuché por primera vez se me cortó la respiración. A veces no te das cuenta de lo afortunado que eres hasta que miras atrás y vislumbras lo-que-en-realidad-es y ves cómo todo se refleja desde el lugar de donde provienes. Empe- cé allí, y ahora estoy aquí. Supongo que todos estamos aquí… pues no estamos allí.

Cuando era un crío pasaba mis veranos en Sunapee, New Hampshi- re. En la carretera que nos llevaba a Sunapee pasábamos por Bellows Falls, y mamá decía: «Bellows Falls? Fellows Balls!» [Las cascadas de Bellows, las pelotas del colega]. Mi madre tenía un carácter muy especial. Para que me comiera los guisantes, me decía: «Hagas lo que hagas, ¡no te comas esas cosas!». Y yo le respondía con una sonrisa de rana. Unos años más tarde, digamos que alrededor de 1961, cuando llamaba a mi madre desde la otra punta de la casa, mi madre empe- zaba: «¡Eh! ¿Dónde estás? ¿Dónde has ido?». Ahora soy yo quien se pregunta dónde habrá ido ella. Era una hermosa chica de campo, de Derby Creek, en Filadelfia, que se mudó a la ciudad para criarnos, me dejaba ir a la escuela con el pelo largo, discutía con los direc- tores, nos llevó en coche a nuestras primeras actuaciones en clubs y me alimentó y amó sin reparos y sin juzgarme ni por quién era ni por quién quería ser. En los años sesenta, tardábamos seis horas en ir desde Nueva York hasta New Hampshire, en aquellos tiempos todo eran carrete- ras comarcales (no había autopistas). Pero el trayecto hasta Suna- pee abundaba en fantásticas atracciones de carretera. Un gigantes- co Tyrannosaurus Rex de piedra a una lado de la carretera, osos de madera, Abdul’s Big Boy, y el Doughnut Dip, con su enorme dónut de cemento. Trow-Rico, nuestra urbanización de veraneo en New Hamps- hire, se llamaba así por la colina Trow Hill, un lugar destacado de

17

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 17 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

la zona, y Tallarico, el apellido de mi padre, unidos. Las casas esta- ban situadas en trescientos cincuenta acres de bosques y campos. Aquello había sido el sueño de mi abuelo Giovanni Tallarico al llegar desde Italia en 1921 con sus cuatro hermanos. Pasquale era el más joven, un niño prodigio al piano, Giovanni y Francesco tocaban la mandolina. Michael tocaba la guitarra. En los años veinte hacían giras como conjunto musical; de ahí saqué mi ADN para la vida en la carretera. He visto los programas de mano de los Tallarico Brothers; actuaban en grandes hoteles con enormes salas de baile, en lugares como Connecticut y Detroit. Iban en tren desde Nueva York hasta esos hoteles por todo el país, y tocaban su clase de música para su clase de gente. ¿Suena familiar? La del padre de mi madre es otra historia bien distinta. Salió de Ucrania por piernas. La familia poseía un rancho donde criaban caballos. Los alemanes invadieron el país y ametrallaron a toda la familia delante de mi abuelo. «¡Todos fuera de la casa!» ¡Ra-ta- ta-ta-ta! Dispararon contra su madre, padre y hermana. Él escapó tirándose a un pozo y consiguió tomar el último barco de vapor a América. Pasé todos los veranos de mi vida en Trow-Rico hasta cum- plir los diecinueve. Los domingos mi familia invitaba a un pícnic a los inquilinos de la urbanización. Mi tío Ernie braseaba bistecs y langostas, y preparábamos una ensalada de patatas con todos sus ingredientes. Servíamos a todos los inquilinos —que serían unos… ¿cuántos?, ocho familias, una veintena larga de personas— en nues- tra buena época. Después de la cena, mientras caía el sol, rellená- bamos el tráiler con paja, lo enganchábamos a la parte trasera de un Willis Jeep del 49, y les dábamos una paseo a todos por la propiedad. También disponíamos de un comedor común donde les servíamos desayunos y cenas, y los inquilinos hacían el almuerzo por su cuen- ta, todo incluido por unos treinta dólares. A veces por seis dóla- res la noche. Y cuando se marchaban, toda la familia cogía ollas y

18

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 18 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

cacerolas y nos poníamos a golpearlos conjuntamente: ¡contempla el origen del be-in! En cuanto tuve edad suficiente me pusieron a trabajar. Lo pri- mero fue podar setos. Cuando me quejaba y decía «¿por qué ten- go que hacer eso?», mi tío respondía «ponlos bonitos y cállate la boca». Solía llamarme Skeezix. Había pasado la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial en las islas Fiji, por lo que sabía ocuparse de cualquier cosa y solucionar cualquier problema que nos sobrevi- niese. Le ayudaba a cavar zanjas y a instalar una tubería de agua de una milla por la montaña y a excavar un estanque con mis propias manos. Por la noche lavaba ollas y platos y cortaba el césped con mi padre desde que tuve edad suficiente para empujar una cortadora. Limpiaba los lavabos, hacía las camas y recogía todas las colillas que tiraban los inquilinos. Manejábamos la paja con horcas y la amontonábamos en el gra- nero debajo del altillo. La parte baja del granero estaba vacía salvo por unos cuantos cubos y grifos de metal para guardar jarabe de arce que algunas familias habían dejado allí antes de que llegásemos. Era toda una aventura entrar allí, estaba lleno de telarañas, cubos, jarros de cristal y artefactos de los años veinte y treinta, la clase de cosas polvorientas y oxidadas que a los niños, y a mí especialmente, les encanta toquetear. En el piso superior del granero había una puerta para el heno, una apertura para meterlo y sacarlo. Podía subir hasta allí y tirarme desde las vigas del techo. Allí fue donde me lancé de espaldas por primera vez, pues el heno era tan blando que resultaba como ate- rrizar sobre, bueno, heno. Siempre vigilaba que no hubiese ninguna horca. De aterrizar en una de esas mierdas hubiese aprendido a gri- tar como lo hago ahora… veinte años antes. Antes de poder ir a la playa con el resto de los inquilinos tenía que terminar mis tareas. Al cabo de un tiempo se me ocurrió un plan. Se llamaba levantarse temprano.

19

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 19 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

Todos los martes, jueves y domingos de verano, mi padre tocaba el piano en el Soo Nipi Lodge acompañado al saxo por mi tío Ernie. Tenían a un trompetista llamado Charlie Gauss, un contrabajista llamado Stuffy Gregory y un batería que permanecerá en el ano- nimato. Soo Nipi Lodge —que hoy seguramente se llamaría Snoop Dog Lodge— era uno de esos hoteles clásicos, como el que sale en The Shining: todo de madera, enorme y espléndido, con grandes co- medores, galerías y porches con mecedoras. Lo que hoy llamaría- mos un templo del relajo. Empezaron a construir estos lugares de veraneo a partir de 1870, cuando los caballos y las calesas traían a los clientes al hotel desde la estación de tren. Lo único que falta- ba eran músicos que tocasen y entretuvieran a los clientes; así es probablemente como los hermanos Tallarico llegaron a comprarse aquel terreno. Durante la Prohibición, la gente tomaba el tren desde Nue- va York hasta Sunapee, y la bebida llegaba desde Canadá. Algunas personas bebían, otras no. Igual sólo iban a pasar el fin de semana y ver crecer las hojas en los árboles, pero tengo la impresión de que se subían al tren para una escapadita de fin de semana, para pasear en calesas tiradas por caballos y navegar en los viejos barcos de vapor. Los que hay actualmente en Sunapee Harbor son réplicas de los au- ténticos de hace cien años. Muy pintorescos. Diez millas carretera arriba estaba New London, el Peyton Place original, donde, por raro que parezca, nació . En cualquier caso, hoy todo pa- rece tener sentido para mí. Las noches de domingo, papá daba recitales en Trow-Rico. La gente acudía desde muchas millas alrededor para escucharlo, y mi abuela, mi madre y mi hermana interpretaban duetos. Todas las fa- milias acudían con niños, y la tía Phyllis me gritaba «¡venga, Ste- ven, montemos una función para los críos!». Escaleras abajo desde la sala del piano estaba la sala de juegos del granero: ping-pong, una jukebox, un bar y, por supuesto, una diana para dardos. Había

20

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 20 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

también una gran cortina cubriendo una esquina de la habitación que servía de escenario para que mi tía Phyllis le enseñase a los niños canciones de campamento como «John Jacob Jingleheimer Schmidt» y «Hole in the Bucket». Yo hacía una pantomima con un viejo disco a 78 r. p. m. de «Animal Crackers». Eran veladas de vodevil al viejo estilo. Para el final, colgábamos una sábana blanca frente a una mesa que consistía en un tablero sostenido por dos ta- buretes. Se pedía a alguien del público que se estirase en la tabla, y tras ellos una gran lámpara proyectaba sombras sobre la sábana. En- tonces mi tío Ernie hacía ver que operaba a la persona allí estirada, la aserraba en dos y finalmente le extraía un bebé, lo que resultaba horroroso y bastante hilarante para el público. Todo era pura broma, pero sin duda me sirvió como inicio de mi carrera. A lo largo de los años debimos representar unos ciento cincuen- ta o más de esos espectáculos. Yo era una monada. Hacía esas cosas que se les permiten a los niños, especialmente ante parientes em- belesados. Números que parecían salidos de una película de Mickey Rooney. Me había aprendido la letra completa de aquella canción, «Kemo-Kimo».

Keemo Kyemo stare o stare Ma hye, ma ho, ma rumo sticka pumpanickle Soup bang, nip cat, polly mitcha cameo I love you

Y al final añadí algo parecido a «Sticky sticky Stambo no so Rambo, had a bit basket, tama ranna un-no». ¿Qué demonios era eso? El principio de mi afición por la música pasada de rosca y las letras locas. Antes de que me pusieran a trabajar en Trow-Rico, antes de que descubriese a las chicas, fumase hierba y tocase en bandas, me lo pasaba en grande en los bosques con mi honda y mi tirachinas. Nada

21

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 21 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

más llegar me perdía por los campos y los bosques. Y no volvía a aparecer hasta la hora de la cena. Era un chico de las montañas, descalzo y asilvestrado. Andaba por los bosques, levantaba la vista hacia los árboles, los pájaros, las ardillas; aquel era mi paraíso priva- do. Ataba un palo a una cuerda y me hacía un columpio en cualquier rama de un árbol. Así crecí, como un niño salvaje de los bosques y los estanques. Pero, naturalmente, nadie se lo cree cuando lo expli- co. No saben qué pensar cuando les digo «¿sabes? Soy tan sólo un chico de campo». Si no hay olas, no hay viento. Si entras en un estudio de gra- bación que ha sido insonorizado, tus oídos perciben una extraña sensación. Especialmente cuando cierran la puerta; a eso se le llama privación auditiva, es anecoico, sin eco, sin sonido. En los bosques no ocurre eso. En aquel silencio yo también escuchaba algo más. Cuando tomaba drogas se perdía todo ese misterio. Al salir de aquel estrépito pude volver a sentir mi conexión espiritual con los bosques. Las drogas te roban como un ladrón. Acaban con la espi- ritualidad. Ya no podía ver las cosas que solía captar en mi visión periférica. Sin periferia, no hay visiones. Solía internarme en el bosque y sentarme solo a escuchar el soplo del viento. De niño encontraba lugares donde vivían las cria- turas del bosque. Diminutas criaturas humanas. Veía lechos de musgo, almohadas de agujas de pino, grietas y escondrijos bajo las raíces de árboles derribados, troncos huecos. Buscaba elfos, pues ¿cómo podía ser que en un lugar tan hermoso y extraño no viviese nadie? Todo esto pellizcaba mi imaginación hasta tal punto que en- traba en un estado en el que sabía que había algo ahí junto a mí. Si se pudiese dormir en un musgo tan espeso sería la felicidad completa. Olía la hierba verde. Descubría una pequeña gruta en la maleza y me decía a mí mismo «ese debe de ser su hogar». Hace unos años encontré una cama de musgo a la venta en una pequeña tienda de New London regentada por una señora mayor.

22

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 22 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

El lugar, enmarcado por fuera por un gran arco de madera y gigan- tescas alas de pájaro, estaba repleto de cosas de la naturaleza. La cama estaba hecha de ramitas, con un jergón de musgo, plumas de urogallo a modo de almohadas, un nido de madera, un huevo de avestruz partido por la mitad con un mensaje dentro, y las huellas dactilares de las hadas que nacieron en aquel lecho. La instalamos en casa para que mis dos hijos, Chelsea y Taj, la viesen y supieran que en esa cama habían nacido hadas. Preguntaban «¿de verdad?», y yo respondía «de verdad». Compré los dos campos a los que solía ir a pasear. Hace tiempo que no me adentro en los bosques a ver si siguen igual, por miedo a descubrir que no todo está allí tal y como lo recuerdo. Pero crecí con esas criaturas. Estaba solo en el bosque, pero en realidad nunca sentí soledad. De allí proceden mis primeras experiencias de alteridad, del otro mundo. Mis ideas espirituales no vienen de la Plegaria del Señor ni de las ilustraciones de la Biblia, sino de la quietud. Aquel silencio era muy distinto de cualquier cosa que yo haya experimen- tado. El único ruido que se oía en un pinar era el susurro del viento entre las agujas de los pinos. Aparte de eso, silencio… como justo después de una nevada… Todo se silencia en los bosques… ramas que se agrietan… nada. Es parecido a cuando tomé ácido: sentí el viento cepillándome el rostro, pese a estar en el baño con la puerta cerrada. Era la Madre Naturaleza que me hablaba. Caminaba por los bosques, andaba y andaba. Encontraba en mi camino castaños, anillos de hada hechos de setas, nidos de aves he- chos de cabellos humanos y sedales de pesca. Me imaginaba que estaba en la jungla africana y me encaramaba a las entradas de las grandes fincas, sentándome en los leones de piedra (hasta que al- guien gritaba «¡bájate de ahí, niño!»). Ahí es donde nació mi espíritu. Naturalmente, también la re- ligión me introdujo en la espiritualidad, en la Presbyterian Church del Bronx, gracias a mi profesora del coro, Miss Ruth Lonshey. A la

23

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 23 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

edad de seis años, aprendí todos los himnos (y algunas cosas más). Me enamoré de las dos chicas que me flanqueaban en el coro. Y, claro está, tenían que ser gemelas. Me recuerdo con cinco años al lado de mi madre en un banco de aquella iglesia, elevando la vista hacia el altar que hospedaba la Biblia y un bonito cáliz de oro, con el pastor cerniéndose sobre él. Había un tapiz dorado que caía hasta el suelo con un crucifijo bordado delante. Estaba ya familiarizado con la tradición de levantarse, sentarse, cantar, sentarse, rezar, cantar, sentarse, rezar, levantarse, rezar, cantar y esperar que todo ello me llevara a algún lugar más próximo al cielo. Estaba convencido de que ALLÍ MISMO bajo AQUEL altar estaba Dios. Por la misma razón desplegaba una sábana sobre las sillas del comedor para crear una fortaleza, un lugar seguro y potente, casi como una iglesia, gra- cias a lo que añadía la imaginación. GUAU, todo eso combinado es un bonito momento de MÍ, sintiéndome DIOS. Pero es que me la había encontrado una vez, a ELLA, en el bosque. Paseaba por Sunapee con una honda en el bolsillo trasero, por los prados y atravesando bosques, hasta que me cansaba. Me topaba con árboles gigantescos tan cargados de castañas que sus ramas se arqueaban, matorrales atiborrados de moras, frambuesas y demás, acres de campo abierto en cuyos pastos crecían fresas salvajes, tan- tas que cuando cortaba el césped aquello olía como la mermelada que preparaba mi madre. Encontraba huellas de animales, plumas de halcón, luciérnagas, y setas con la forma de casas de Hobbit que, según creía, habían sido puestas allí por Frodo y Arwin, los de El se- ñor de los anillos. De hecho, aquellas eran las setas que yo más tarde ingeriría y forzarían mágicamente mi pluma a escribir las letras de canciones como «». En el coro, cantaba a Dios, pero bajo el influjo de aquellos hongos, era Dios quien me cantaba a mí. Fingía que era un indio lakota con su arco y sus flechas —un disparo, una presa—, con la diferencia de que iba armado con mi tirachinas —una piedrecilla, un pájaro—. Yo y mi amigo imaginario

24

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 24 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

Chingachogook nos desplazábamos silenciosamente por los bos- ques. Era un tirador infalible; volvía a casa tras una tarde de caza con mi honda y mi tirachinas marca Red Ryder y una ristra de arrendajos azules colgando del cinturón. Esa parte no era imagina- ria. Había observado como, cada primavera, los arrendajos ataca- ban los nidos de otros pájaros y salían volando con sus crías. Mi tío me explicó que los arrendajos eran carnívoros, como los halcones y los abogados. Salíamos de pesca con mi padre al lago Sunapee, en un gigantes- co bote de madera que pesaba ciento veinte kilos y sólo un vikingo podría acarrear, de cuatro metros, hecho en los años cuarenta, muy antiguo. Los tiradores de los remos eran más gruesos que una cagada en un orinal. En el centro del lago el sol pegaba como en el Sahara. Te quemabas y no podías ir más allá. Para cuando llegábamos al cen- tro, donde los peces GORDOS picaban, todos nos dábamos cuenta de que debíamos empezar a remar de vuelta. Todos significaba YO. ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Me convertí en Popeye Tallarico. Cortar el césped en aquellos cuarenta acres una vez a la semana me proporcionó el músculo necesario en los brazos para volver remando a la orilla (y para soportar sobre mis hombros el peso del mundo). Allí arriba en los bosques, por encima del lago, había grandes rocas de granito arrastradas hasta allí por los glaciares durante la Edad de Hielo. Carretera arriba de donde yo vivía en Sunapee ha- bía cuevas con inscripciones indias en las paredes, señales y picto- gramas. Fueron descubiertas al fundarse el pueblo hacia 1850. Los indios pennacook vivían en aquellas cuevas. Tras matar a todos los indios, los blancos construyeron un gran hotel de setenta y cinco habitaciones y lo bautizaron en su memoria, Indian Cave Lodge, el primero de los tres grandes hoteles en la zona de Sunapee y el pri- mer lugar donde yo toqué la batería con el conjunto de mi padre en 1964, y a media milla de distancia de donde vi tocar por primera vez a .

25

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 25 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

En la población de Sunapee Harbor había una pista de patinaje sobre ruedas. El local había sido un granero: abrieron las puertas a ambos lados y echaron cemento para que se pudiera patinar alrede- dor del granero y atravesarlo de puerta a puerta. Para un crío aquella era una estupenda pista de patinaje. Por entonces se podían alqui- lar patines en la pared trasera del granero y comprar refrescos que te servían en vasos de papel para que pudieses llevarlos mientras patinabas. Más tarde instalaron un pequeño escenario, detrás del mostrador donde alquilaban los patines, para que tocaran bandas. El verano siguiente no sólo podías patinar allí, sino que podías ha- cerlo escuchando a tu banda favorita. Fue el primer local de ese tipo y lo llamaron The Barn. Al otro lado de la calle había un restaurante llamado Anchorage. Sacabas tu bote del agua y tras un largo día de esquí acuático, de tomar el sol o de pescar sin suerte, allí podías comer pescado con patatas fritas… Y ya que hablamos de patatas fritas, nadie las hacía mejor que uno de los cocineros del Anchorage, el puto . Volví a entrar para darle la mano y ahí estaba, en toda su gloria, sus gafas de pasta negra rotas por la mitad y pega- das con cinta aislante. Parecía un Buddy Holly con delantal. Le dije «hola, ¿cómo estás?», o quizás «¿cuánto mides?». En aquel enton- ces yo estaba en una banda llamada Chain Reaction y poco podía imaginar que mi futuro me esperaba en algún lugar entre las patatas fritas y la cinta aislante que sostenía sus gafas.

Al final de cada verano volvía al Bronx, lo que suponía un vuel- co cultural de ciento ochenta grados. Un retorno a la ciudad total —casas de pisos, aceras— desde el campo total, donde vagan y co- rretean el ciervo y el antílope. No he conocido a mucha gente que haya experimentado tal grado de contraste. Nosotros vivíamos en lo que hoy serían bloques de viviendas protegidas: sirenas, bocinas, camiones de basura… La jungla de asfalto, lo opuesto al campo, de las canoas de principios del siglo pasado con los tablones podridos,

26

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 26 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

residuos de la última generación que un día trató con los auténticos indios. ¡Sagrado cambio! El 1 de septiembre, todos los turistas que hacían temblar y estremecerse a New Hampshire durante un veraneo de diversiones sin fin habían enfilado hacia la ciudad de la que habían llegado como aves migratorias. Bienvenidos a la estación del mar- chitamiento. Un mundo era verde y lleno de hierba, la vieja y buena Madre Naturaleza; el otro estaba lleno de aceras de cemento, esta- ciones de metro y navajas automáticas. Pero aun así yo encontraba el modo de ser un chico de campo, y hasta en la gran ciudad podía seguir siendo un hijo de la Madre Naturaleza… pero con actitud. Los críos me preguntaban «¿dónde has estado?». Y yo respon- día «¡Sunapee!». Un impresionante y misterioso nombre indio, Sunapee. Aquello era como venir de otro planeta. Cuando regresaba a la ciudad me inventaba aventuras fantásticas; me había escapado corriendo de un gran oso, me habían atacado los indios. «¿Tienes un 22?», «¿que si tengo qué?». Y entonces empezaba a fanfarronear: «Me picó una serpiente cascabel…». Y les enseñaba una cicatriz que me había hecho aquel verano al caerme en la chimenea. Te creías tus propias mentiras; cuentas una trola y esta empieza a crecer. —Aquel bicho se me acercó, babeante, sus colmillos cubiertos de sangre de un campista al que acababa de matar. —¿Me tomas el pelo? —No, en serio, estaba rabiosa, pero le acerté entre los ojos con mi 22. Vale, no quería decirles que en realidad te pasabas el día cortan- do el césped y llevando las basuras al vertedero. Aquello no funcio- naba con las chicas, ni con los chicos que querían darte una paliza si no representabas la actitud habitual del Bronx. Me hubiese gus- tado contarles cómo había matado a un oso Grizzly con mis propias manos; yo era un Huck Finn de Hell’s Kitchen. La gente de ciudad tiene extrañas ideas sobre el campo en cualquier caso, así que podía inventarme lo que quisiese y me creían. Recuerda que esto ocurría

27

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 27 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

en 1956. Y que Ward Cleaver tenía un hijo, no una esposa, llamado… Beaver.* Tenía unos nueve años cuando nos mudamos del Bronx a Yonkers. Detestaba que me llamasen Steve. En mi familia me llamaban Little Stevie; eso estaba bien, era la familia. Pero no aguantaba que me lla- mase Steve alguien que no fuese de mi familia. Trasladarse del Bronx a un lugar llamado Yonkers (un nombre casi tan feo como Steve) requi- rió cierta adaptación por mi parte. Mi mejor amigo se llamaba Ignacio y él fue quien me dijo que usara mi segundo nombre, que es Victor, ¡como mi padre! Aquella sugerencia por parte de alguien cuyo nom- bre suena a salchicha italiana fue perfecta. Y durante un año todos me llamaron Victor y esto es lo que duró mi segundo nombre. Mudarnos del Bronx a Yonkers estuvo bien pues vivíamos en una casa privada con un enorme patio trasero y bosques por todos lados. A dos manzanas de mi casa había un lago que usaban como embalse, donde mis amigos y yo pasamos la adolescencia pescando. Estaba repleto de ranas, salmones, percas y toda clase de peces. Por nuestro patio trasero corrían mofetas, serpientes, conejos y hasta ciervos. Había tanta vida salvaje en aquellos bosques que todos nos pusimos a atrapar animales, a despellejarlos y vender sus pieles a cambio de calderilla, una especie de pasatiempo montañés que aprendí de mis amigos del proyecto 4-H en mis veranos de New Hampshire. A los quince años encontré en una tienda de juguetes una piscinita para niños en forma de barca. La compré y la llevé hasta el lago, la metía en el agua y recogía todos los objetos que se habían quedado atrapa- dos en la vegetación. Al final se los vendía a la misma gente que los había perdido. Fui un reservoir dog [perro de embalse] mucho antes de que se hiciese la película. A los catorce años encontré un panfleto en la contraportada de Boy’s Life o cualquier otra revista de vida salvaje, con un anuncio

* Leave it to Beaver, (1957-1963), CBS.

28

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 28 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

de la Wild Animal Farm de Thompson, en Florida. Vendían toda clase de animales, desde una pantera a una cobra pasando por una tarántula o un mapache. ¿Una cría de mapache? ¡Guau, quiero una! Hice mi pedido y llegó en una caja de madera; me miraba con unos ojos que parecían los de un cuadro de Keane o una de esas cole- gialas de anime japonés. Le di un baño, me lo encaramé al hombro y me dirigí al lago. Allí fue donde él me enseñó a mí cómo pescar de verdad. Le puse de nombre Bandit pues, a la que te dabas la vuel- ta, te hurgaba en los bolsillos o robaba toda la comida que hubiese en la nevera. Después de un año entero en que causó destrozos por toda la casa, me di cuenta de que tener un animal salvaje en casa no es lo mismo que tener una mascota o un animal doméstico, por lo que lo dejé suelto en el patio trasero. Debes alimentarlos y dejar- los en libertad. Si los tienes dentro, adoptan tu personalidad; a los dieciséis años yo era un adolescente intratable, y no quieres que un animal salvaje sea así. Destrozó todas las cortinas que mi madre ha- bía colgado por la casa. Yo quería a Bandit y cambió mi actitud hacia la caza de animales. Acabé dándoselo a un granjero de Maine, donde vivió hasta hacerse viejo, gordo y enorme. Finalmente, masticando todo lo que se le ponía delante en busca de libertad, mordió un cable eléctrico y causó un incendio en el granero. Su rostro todavía apare- ce entre los Más Buscados de Maine. ¡Adelante, Bandit! De vuelta en el Bronx, los críos se reunían en el patio de la vieja y querida escuela 81. «¡Vamos, alumnos, en fila!», a las 8.15 exactas. Una mañana, cuando iba a tercero, había una chica en el patio y cogí una bombilla rota y me puse a perseguirla, como hubiese hecho cualquier chico listillo en busca de afecto, claro. De ese modo quería probar que el cortejo adolescente era algo más que llevar a las chicas serpientes y caracoles, colitas de cachorro de perro. Su madre visitó el despacho del director: «¡Si no expulsan a Steven Tallarico de la escuela, me llevo a mi hija! Persiguió a mi hija con un ARMA LETAL (bla, bla, bla). ¡Es un bestia!». Yo ya era el chico

29

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 29 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

malo de la clase, y aquello no ayudó nada. Llamaron a mi madre para que acudiese a ver al director. Pretendían mandarme a una escuela para chicos y chicas descarriados, lo que hoy se conoce como chicos con TDAH (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad). «¿Qué? ¿Están de broma? —le soltó mi madre al director. Mi madre siempre estaba de mi parte —¿Pues saben qué? Me lo llevo de esta escuela. ¡Que les jodan!». Bueno, ella no dijo eso, pero sus OJOS sí lo expresaron. Y eso hizo, me sacó de ALLÍ. Me trasladé a la Hoffmann School, una escuela privada en Riversdale, escondida en los bosques; curiosamente, cerca de la casa de Carly Simon. Sin que yo lo supiese, Carly también vivía allí, en Riversdale. Treinta años después, cuando hicimos un concierto juntos en Martha’s Vineyard, ella me contó que también había ido a la Hoffmann School. Me ilusionaba la idea de ir a la Hoffmann School, pero al llegar al lugar vi que estaba llena de «chicos especiales» [sic.]. Críos que gritan «¡JÓDETE!» a mitad de clase, que padecen algún tipo de sín- drome de Tourette y aúllan a pleno pulmón. Aquello era, digámoslo así, un poco más salvaje que la escuela pública: los críos esnifaban pegamento durante la clase de trabajos manuales y pintaban grafitis en los pasillos… Veías a críos devorando la pintura que se aplica con los dedos y todos disparándose bolitas de papel con gomas elásticas. ¡Guau, allí me sentía como en casa! Aquellos críos eran como yo, hiperactivos, exhibicionistas, ¡auténticos gamberros! Y no es que yo fuese así exactamente. Había demasiado carácter italiano en mí, era de esos que, ya sabes, habla alto, tiene opiniones rotundas y te las canta a la cara, sin frenos. Pero también sabía que si me dejaba ir pondría en marcha un pro- ceso de causa y efecto y acabaría con una regla golpeándome en los nudillos. Aun así, hacía todo lo que se me ocurría. Recuerdo que una vez me peiné el pelo en el comedor ¡con un tenedor! De aquello salí sin dificultad, pero prenderle fuego a un cubo de basura fue otra cosa.

30

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 30 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

Así era el Bronx, todavía salvaje. En el trayecto hacia la Hoff- mann School atajaba por un campo, saltando una pared de piedra. Vadeando el río y atravesando los bosques. Había allí un cerezo del tamaño de un olmo, tan espeso y abundante, que cuando florecía aquello era una explosión de pétalos blancos y rosas, como una tor- menta de nieve. En verano estaba lleno de cerezas. Yo daba vueltas por los bloques de apartamentos buscando cosas que hacer. Encontré una enorme pila de tierra que, según comprendí más tarde, habían extraído para construir todos los blo- ques de aquella zona. Una montaña de tierra de diez pisos de al- tura que tenías que escalar como si fuese el Everest. ¡El sueño de cualquier niño! Para mí aquella pila era una montaña: el Monte Tallarico. «Vamos a escalar la montaña», les decía a mis amigos. Cuando llegabas a lo alto te encontrabas con un acre de terreno lle- no de malas hierbas y arbustos; nidos de mantis religiosas y toda clase de cosas a las que nadie tenía acceso. Por supuesto que te- nía que llevarme a casa un nido de mantis religiosas. Se parecía a algo que yo tenía entre las piernas: redondeado, apretado, arru- gado, en forma de higo. Lo escondí en mi cajón superior, pen- saba que era algo chulísimo. Dos semanas más tarde me des- perté y mi habitación estaba repleta de pequeños bebés de mantis religiosa; ¡miles de ellos! Habían infestado la habitación, nuestras literas, sábanas, cojines, corrían por la paredes, y… «¡mamá!». En lo alto de aquella montaña había un pequeño túnel que ha- bía descubierto pero no explorado. Un día me introduje en él unos metros, pero estaba oscuro y mohoso, y no llegué muy lejos. Cuanto mayor me hacía, más lejos llegaba. Finalmente, un día que esta- ba arrastrándome de nuevo al interior le dije a un amigo que me agarrase por los pies. Cuando eres un niño te imaginas que aquello es la madriguera del conejo, pero a aquella edad ya no me interesa- ba. Más tarde, ¡le pagaría un millón de dólares al gato de Cheshire

31

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 31 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

para que fuese mi compañero de habitación! Qué extraño que al ir- nos a vivir juntos casi acabase con mi vida. Iba con mucho cuidado, introduciéndome más y más, enfo- cando una linterna mientras avanzaba, con mi amigo agarrándome por los pies. Y qué encuentro allí sino un viejo rifle M1 que alguien había utilizado para atracar una tienda de licores situada a la vuelta de la esquina del 5610 de Netherland Avenue. Tomé el rifle y des- filé por las calles hasta mi edificio con el arma sobre mis hombros como si fuese el general Patton. Y pensé «¡Guau, mira lo que he encontrado! Tengo que mostrárselo a mi madre». Ella enseguida llamó a la policía y les contó dónde lo había encontrado. Salí en el periódico al día siguiente y disfruté de mis quince minutos de fama. Todo un cambio para aquel chico que siempre estaba metién- dose en problemas. Vale, me había convertido en un héroe mien- tras intentaba buscarme problemas, pero aun así… fue un fabuloso inicio.

Mientras tanto, de regreso a la vulgaridad, quiero decir al rancho (al estilo de la serie de televisión infantil Spin and Marty) en Suna- pee, Joe Perry vivía en el lago a sólo seis millas de donde yo vivía, en The Cove. Habíamos pasado nuestra infancia en el mismo lugar pero nunca nos habíamos encontrado. Hacíamos las mismas cosas. Él se pasaba el día nadando y vivía en el agua; y el agua del lago está jodidamente helada, más de media hora dentro y se te ponen mora- dos los labios. Yo salía del agua y me tiraba bocabajo en la arena de Dewey Beach, abriendo los brazos como si fuesen alas y echándome arena caliente sobre el pecho, intentando entrar en calor como un lagarto sobre una roca. Sólo puedo imaginar lo que haría mi cora- zón, tratando de ahuyentar la hipotermia. Pero no todo era puramente idílico en Sunapee; había racis- mo, y nosotros éramos italianos. La familia Cavicchio solía orga- nizar espectáculos de esquí acuático en el puerto. Llegaban con su

32

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 32 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

espectáculo desde Florida. Sólo ellos sabían hacer el salto esquian- do sobre agua, esquiar descalzos y arrastrar a siete chicas detrás de la lancha, chicas que se subían unas a los hombros de las otras y formaban una pirámide humana. Hasta que un buen día desmon- taron los muelles de Dewey Beach con la intención de echar a los Cavicchio de allí. Toda una época finalizaba. Ahora ya nadie podía ir a Dewey Beach y hacer esquí acuático saltando desde los mue- lles. Pero mi tío Ernie, sin embargo, tenía otros planes. Sabía que una vez has aprendido a esquiar sobre agua, es mucho más diver- tido empezar con tu trasero sentado en el muelle que en el agua fría. Así que construyó una balsa de tres por tres metros, dispuso debajo de ella barriles para mantenerla a flote y cuatro cadenas en las esquinas, sujetas a cuatro rocas bajo la superficie, que la man- tenían anclada en el fondo. Quien hubiese quitado los muelles no iba a pararnos, pues la balsa estaba tan adentro en el agua que no molestaba a nadie. Pero a alguien le molestó que fuésemos a la contra. Una oscura noche entraron en uno de los restaurantes del puerto, se hicieron con grasa de las freidoras Fryolator y embadur- naron toda la superficie de la balsa. Aquello estaba tan resbaladi- zo y olía tan mal que a nadie se le hubiese ocurrido salir a esquiar sobre el agua desde allí. ¡Qué extraño que la grasa de la Fryolator con la que Joe Perry solía hacer mis patatas fritas fuese la mancha que causó el primer vertido de aceite en el lago Sunapee! Aquello era una versión campestre del Exxon Valdez… sólo que sabía un poco mejor. Los viernes por la noche hacía autostop desde Trow-Rico hasta Sunapee Harbor para encontrarme con los chicos del pueblo. Lo que se estilaba era buscar a alguien que nos comprara cerveza y luego poner en práctica un juego que consistía en saltar de casa flotante en casa flotante, algo así como los saltos por los tejados de Nueva York, sólo que en un lago en New Hampshire. La regla principal era que no podías pisar tierra: el que llegaba a la casa flotante más alejada

33

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 33 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

ganaba el pack de seis cervezas y a la chica a la que le molaba aquel juego. Emociones baratas. En el Anchorage Restaurant, abajo en el puerto, había tres máquinas del flíper encendidas toda la noche, en especial si Elyssa Jerrett estaba por allí. Nick Jerrett, su padre, to- caba el clarinete en la banda de mi padre. Era la chica más guapa de Sunapee; más tarde se casaría con Joe Perry. Pero, en el Anchorage, iba a toda marcha toda la noche: ¡era la Pinball Wizardess!* Mi cabaña en Trow-Rico era muy pequeña. Tenía una litera do- ble, un escritorio y una ventana que se abría con una cadena. Dor- mía en la litera de arriba y, por la mañana, mi padre me despertaba lanzándome manzanas desde el manzano silvestre que había fue- ra. A eso de las 7, aunque no hubiese pegado ojo en toda la noche, aquello te desvelaba y te ponía en marcha. No las lanzaba con fuer- za, pero hacían el suficiente ruido para despertarme. El ruido y el ritmo de las manzanas chocando contra la pared eran para mí una especie de música sorda, un poco como el toque de un tambor pe- queño; siempre me ha recordado al volumen idóneo que debería tener la caja de batería en un tema. Papá sabía que me encantaba aporrear tambores, y me ofre- ció un empleo tocando la batería tres noches a la semana con su conjunto, todo el verano. Lo que tocaban en su banda era aque- lla música de la alta sociedad en la tradición de El gran Gatsby. Tocábamos chachachás, valses vieneses y temas de musicales de Broadway, como «Summertime» de Porgy and Bess. Me sentía humillado cuando entraba alguna chica de mi edad, se daba una vuelta y se largaba. Me entraban ganas de lanzarme a una ver- sión rocanrolera de «Wipeout» o «Louie Louie», en vez de ese vals de la época Louis XIV, o eso me parecía a mí. Montábamos nuestro equipo en el gran salón del Lodge y, desde las 7.30 hasta las 10, hacíamos cuatro pases de media hora cada uno. Tenía que

* La maga del flíper. (N. del T.)

34

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 34 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

esconder mi larga cabellera, embadurnarla con cera y brillanti- na y hacerme una coleta. ¡Me parecía a Al Pacino en Scarface con catorce años! Tengo en mi historial dos o tres veranos de esos, tocando con mi padre cada noche durante dos largos meses. El público era en gene- ral adulto, pero de vez en cuando algunos traían a sus hijas; aquel era un ambiente muy familiar. Estaba tocando una noche cuando aquella chica guapísima, con un vestido blanco, entró con sus pa- dres en el salón. La observé desde detrás de la batería, ojeándola de arriba abajo y fantaseando como hacen los niñatos. La madre la vi- gilaba mientras el padre bailaba el primer baile con su angelito. ¡Qué monada! Debía de tener unos catorce años; la perfección mollar de la pubescencia, enormes ojos verdes centelleando, y el pelo cayén- dole hasta la cintura. «Oh, Dios mío», pensé y, abrumado por la lujuria adolescente, me solté la coleta, lo que enojó a mi padre. Pero ¡tenía que dejar volar MI EMBLEMA JUVENIL! Estoy convencido de que, de no estar con sus padres, escuchar aquellas canciones que tocábamos la hubiese hecho salir pitando de allí. ¡Cualquier chica de su edad se hubiese pirado de allí en dos segundos! Imaginaba que pensaría «¡estoy tan fuera de lugar aquí!»… y también yo lo estaba. ¡Había empezado la caza! Durante el intermedio, mi padre se fue al bar con la banda y yo me quedé babeando en el pasillo, buscando al angelito vestido de blanco. Había un tipo llamado Pop Bevers que solía venir a cortar el cés- ped de los campos cuando en julio llegábamos a Trow-Rico. Masti- caba tabaco; ¡anuncio!, de la marca Days Work. Me sentaba y char- laba con él mientras liaba sus cigarrillos, y me enseñó a hacerlo. Yo me liaba mis propios cigarrillos con las hojas de una mazorca de maíz. Colgaba las hojas en un muro de piedra para que se secaran, las liaba con papel de fumar y las fumaba. ¡Hojas de mazorca! Una vez probé a masticar tabaco y me puse tan malo que al toser escupí los trozos masticados sobre mi hermana Lynda.

35

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 35 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

Pronto llegaron los tiempos de las primeras borracheras. Du- rante todo el verano mi familia recolectaba las botellas grandes de Coca-Cola. Y durante el invierno, cuando vivíamos en el Bronx y en Yonkers, mi madre guardaba las botellas de refrescos, las de cer- veza y las de vino, y nos llevábamos las cajas de botellas vacías a Trow-Rico. Al final del verano, cuando los clientes se marchaban, empezaba la temporada de manzanas, y la familia al completo se ponía a recoger las manzanas de un huerto cercano para llevarlas a un lugar donde prensaban frutas. Llenábamos las botellas con el zumo resultante y las guardábamos en el sótano de Trow-Rico, donde se convertían en sidra. Una tarde, después de una actuación en The Barn (donde tocábamos cada sábado por la noche), mi primo Auggie Mazella dijo «¡venga, bajemos al sótano!». Cogimos una bo- tella y nos la bebimos en los vasos de latón que venían en nuestros kits de excedentes del ejército. La tapa del kit era una sartén donde se podía cocinar una lata de frijoles Sterno. El kit llevaba también un par de platos, una taza y cubiertos, ¡una chulada! La sidra era un brebaje potente. La bebimos como si fuese zumo de manzana, sin tener ni idea de que iba a emborracharnos con ra- pidez. Fui dando tumbos al granero donde la banda estaba tocando y empecé a entretener a los sorprendidos presentes en un estado alterado, una condición a la que pronto me acostumbraría. Pero aquella sensación tan agradable enseguida se desvaneció. Me sentí mareado, salí de allí tambaleante, caí de bruces y me desperté con la boca llena de tierra. Me arrastré hasta mi cabaña. ¿Había aprendido la lección? ¡Sí! Pero no como pueda pensarse. Una noche en el Soo Nipi Lodge mi infancia llegó a su fin. Pasé de sentarme en el bar con mi padre, sorbiendo una Coca-Cola y pi- coteando cacahuetes, ¡a meterme de cabeza en el malvado mundo de la droga! Conocí a algunos de los empleados, los mozos que vi- vían en los bungalows. Salimos fuera y alguien encendió un porro. En aquella época, estamos en 1961, los porros se liaban finísimos.

36

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 36 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

Eran diminutos. La hierba era tan ilegal que yo no quería saber nada de ella. Otra noche fui al pueblo a ver a un grupo en The Barn y uno de los chicos lió un porro en el lavabo. Me dijo «¿eh, quieres fumar esto?». «Ni hablar —contesté—. ¡No me hace falta! Ya tengo bastan- tes problemas.» Además había visto la película Reefer Madness, así que le pasé el porro al siguiente fumador, pero aquello estimuló mi curiosidad. No sé si fue por el aroma o por la mística, pero al final todo lo que haría en mi vida sería ilegal, inmoral, o engordaría. Poco después empecé a plantar hierba, escondiéndola de la fa- milia; como si pudieran tener la más remota idea de lo que era la ma- rihuana. Pensé que si la plantaba en un campo, con mi mala suerte seguro que alguien la destruiría al cortar el césped. Me fui hasta los postes eléctricos y planté algunas semillas, pensando que ese lugar estaba lo bastante alejado. Imaginé que podía subir hasta allí arriba cuando fuese necesario y regar las plantas. Pero antes de eso cogí un pez —una perca que había pescado en el lago—, lo troceé y deposité los pedacitos en un muro de piedra para que el sol del verano los fermentara. Dos semanas después, las moscas zumbaban alrededor de aquella podredumbre. ¡Menudo pestazo! Lo mezclé todo con tie- rra y lo enterré, planté las semillas y cada día subía a regarlas. Dos meses más tarde sólo había logrado una extraña planta del tamaño de un bonsái. Pese a la cantidad de fertilizante que había usado, por alguna razón no crecía normalmente. Los tallos eran duros como madera. «¿Qué está fallando?», me preguntaba. Quizá fuese por las frías noches de New Hampshire, ¡eso era! Falso. Al parecer habían rociado con DDT u otro pesticida los postes eléctricos, lo que retrasó el crecimiento de la planta. ¡Menudos cabrones! Pero yo arrancaba las hojas y las fumaba, me ponía ciego de todos modos. Aunque, ah, sólo brotaron siete hojas de aquella planta. Aun así, me encantaba fumarme un porro y rondar por el bosque. Me colocaba y subía a las montañas y merodeaba por los arroyos con Debbie Benson; ella era mi polvo soñado a los quince años.

37

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 37 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

Me colocaba fumando hierba en mi cabaña con algunos ami- gos. Cerrábamos la puerta con llave, aunque nunca tuve que esconderme de mi madre al fumar hierba. Le decía «¡mamá, tú be- bes! ¿Por qué no fumas hierba en vez de beber?». Liaba uno y le decía «mamá, ¿por qué no lo hueles?». Y ella nunca me dijo «¡tíra- lo!», básicamente porque a mamá le encantaba el cóctel de las cinco de la tarde (o su efecto placebo). Cuando no lograba que me llevasen en coche desde Trow-Rico hasta el puerto —que está a unas cuatro millas— iba andando. Por la noche, en los bosques de New Hampshire, la oscuridad es tal que no te veías las manos aun acercándotelas al rostro. Todas aquellas his- torias terroríficas que les contaba a mis amigos en el Bronx se hacían realidad. ¡Manadas de lobos! ¡Viudas negras venenosas! ¡La silue- ta del Estrangulador de Boston! ¡Indios sedientos de sangre! Sabía que no quedaba ninguna tribu de indios en Sunapee. Nosotros —el hombre blanco— las habíamos exterminado. Pero ¿y los fantasmas de los indios? Estarían por supuesto muy cabreados, rabiosos y con una inagotable sed de sangre. O a lo mejor es que yo alucinaba por los efectos de la sidra casera de mi madre. Cuando las nubes cubrían la luna la carretera se volvía total- mente negra. Yo exclamaba «¡oh, mierda!», y me guiaba con un palo como el ciego Pew de La isla del tesoro. Me sentía totalmente solo… y asustado. En Yonkers y el Bronx siempre había algún tipo de iluminación. Podías esconderte tras un montón de nieve y, al girar la esquina un coche, agarrarte al parachoques y esquiar detrás de él. Pero en Sunapee casi tenía que arrodillarme y arrastrarme siguiendo la línea blanca en el centro de una oscura carretera comarcal. Más tarde me vería de nuevo arrastrándome a cuatro patas y siguiendo otra clase de línea blanca por otra clase de oscura carretera. Cuando vivía allí arriba y llegaba septiembre, todos se iban y me sentía abandonado. Eso es muy duro cuando eres joven. Solía pregun- tarme si iba a convertirme en ese áspero carcamal que les grita a los

38

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 38 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

niños para que no pisen su césped. No, ese no soy yo. Yo era el crío que me meaba en su césped. Pero ¿sabes qué?, en este punto de mi vida, todavía sigo en los bosques. Hay tanto de lo que no estoy seguro, y en cierto modo me agrada que sea así. Es el miedo lo que nos motiva. «Seasons of Wither» proviene de la angustia y la soledad de esas noches en las que yo caminaba por aquella escalofriante carretera.

Fireflies dance in the heat of Hound dogs that bay at the moon My ship leaves in the midnight Can’t say I’ll be back too soon

They awaken, far far away Heat off my candle show me the way

Aquí es donde entró algo nuevo en mi vida, menos espantoso en cierto modo, pero también más terrorífico, pues tenía que ver con las chicas; esto fue mucho antes de que lograse descifrar a las mu- jeres. «Vale, Steven. Nunca llegaste a descifrarlas realmente, ¿no es así? Te convertiste en una estrella del rock y eso más o menos resolvió el problema.» ¿De verdad lo crees? En cualquier caso, mi primo Augie y yo habíamos estado ha- blando con un par de chicas para que nos acompañaran en una no- che de acampada. Dos chicas, una tienda de campaña, el día que gradualmente daba paso a la noche, priva. Oh, tío, nunca se sabe qué puede pasar con un argumento así. A lo mejor teníamos suer- te… Llegamos a una hermosa y ondulante colina. Se veía tan exu- berante y suave de noche. «¡Guau! ¿Dónde estamos?» «No lo sé, tío, pero montemos la tienda y, uh, je, je, ya sabes…» Disponíamos de un pack de seis cervezas, chicas, ¿qué habría de malo en ello? No creo que fuésemos a tope, tan sólo nos enrollábamos y bebía- mos cerveza. Ojalá hubiese tenido la mente malvada que hoy poseo,

39

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 39 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

pero cuando eres un crío ¡las chicas te dan un miedo mortal! ¡Te aterrorizan! A la mañana siguiente nos despierta un grito: «¡Cuatro!». Ja- más podré olvidarlo. Nos miramos unos a otros. ¿Qué significa esto? ¿Cuatro? Esta vez sonaba más fuerte, y entonces una pelota de golf golpeó el lateral de la tienda. Oh, «¡cuatro!». Habíamos montado la tienda en el tercer hoyo de un campo de golf. Desnudos y resacosos, recogimos nuestras cosas y salimos corriendo de allí como almas que lleva el diablo.

Cuando tenía seis o siete años, iba a la iglesia y cantaba himnos. Había allí una mesa con velas, y yo pensaba que Dios vivía debajo de aquella mesa. Imaginaba que gracias al poder de una canción, Dios estaba allí mismo. Era la energía que empujaba esos himnos. Cuando escuché rocanrol por primera vez… ¿cómo me sentí? Dios… antes de practicar sexo, ¡aquello era sexo! La primera canción que entró directamente en mi circulación sanguínea fue «For the Love of a Girl». Mucho antes de los Beatles y la Invasión Británica, a los nueve o diez años, tenía una pequeña radio AM. Pero allí arriba en Sunapee, los vientos soplaban por la noche y no podía sintonizar ninguna de las emisoras que me molaban, así que instalé una antena en lo alto del manzano. ¡Todavía sigue allí! Logré sintonizar la emisora WOWO de Fort Wayne, Indiana, y escuché «For the Love of a Girl». Era la cara B de «Battle of New Orleans» de Johnny Horton. «All for the Love of a Girl» era un canción de acordes rasguea- dos lentamente, con Johnny Horton enroscando sus labios alrede- dor de la letra, tensando cada palabra como si fuese la cuerda de una guitarra. Era muy básica, la canción de amor arquetípica. Es casi la balada que resume todas las canciones de amor jamás escritas. Está todo ahí en sus cuatro versos. ¡Felicidad! ¡Congoja! ¡Soledad! ¡Desesperación!

40

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 40 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

Me sentaba en el manzano y vivía cada uno de sus versos. Lo único que faltaba era mi canto rabioso. Cuando escuché a los Everly Brothers y su «I Wonder If I Care as Much» y esas armonías dobladas… ¡me quedé sin aliento! Na- die hizo jamás canciones de angustiado amor adolescente como los Everly Brothers. «Cathy’s Clown», «Let It Be Me», «So Sad (to Watch Good Love Go Bad)», «When Will I Be Loved?». Oh, tío, ¡esas desgarradoras armonías de los Apalaches! ¡Esas quintas armó- nicas! Me refiero a que Dios habita las quintas, cualquiera que pueda cantar armonías lo sabe… Es lo más cerca de Dios que jamás esta- remos, salvo por el momento en que una madre da a luz a un hijo. Contempla el acto de la creación… divino y perfecto. Si albergas alguna duda, intenta esto: aspira profundamente y sostén una nota con alguien, un amigo, tu amorcito, tu agente de la condicional: «¡Ahhh!». Cuando dos personas sostienen la misma nota y una de ellas se desvía ligeramente de la misma se escucha una vibración misteriosa, un sonido que no parece de este mundo. Estoy convencido de que en esos sonidos existen fuertes poderes curativos, no muy distintos al misterioso canto que los antiguos chamanes comprendían y usaban. Y ahora cantad en quintas, uno canta un do y el otro un fa. En- tonces uno de los dos desafina… eso es disonancia. Las quintas son, en términos musicales, primas hermanas, y en esas quintas hay una palpitación mágica. Si cerráis los ojos y juntáis vuestras frentes nota- réis una vibración interplanetaria. Es uno de esos secretos poco cono- cidos, pero así es como los afinadores de pianos afinan un Steinway. Dios, el sonido, el sexo y la red eléctrica global, todo está co- nectado. Palpita a través de tu circulación sanguínea. Dios está en los intervalos entre sinapsis. Vibrando, pululando, pulsando. Eso es la eternidad, nena. El planeta entero canta su extraño canto cósmico. La rotación de la Tierra resuena con el grandioso, terrible estruendo de una

41

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 41 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

quejosa nota de sol bemol. De hecho se puede escuchar a la Tierra gruñendo como Howlin’ Wolf. Las cadenas de ADN y ARN tienen una resonancia específica que corresponde exactamente con la oc- tava tonal de la rotación de la Tierra. ¡Todo es realmente cósmico, tío! ¡La música de las jodidas esfe- ras! La tercera roca más próxima al sol es un enorme circuito mega- sónico y piezoeléctrico, zumbando, ronroneando y resonando con armonía y ruido. La parte superior de la atmósfera terrestre gime por su bebé en zumbidos, chirridos y silbidos que perforan el oído (donde las cargadas partículas del viento solar —los perdigones psíquicos del sol— colisionan con el campo magnético de la Madre Tierra). ¡El blues terráqueo! Quizás algún extraterrestre que surca las emisiones de onda corta oiga a través de sus antenas nuestro la- mento cósmico. Puedes adivinar sin temor a equivocarte que todo es posible —todo va a suceder— mientras estemos en la Tierra. En una Stra- tocaster, por ejemplo, se usa una pastilla envuelta en una bobina hecha de unos cuantos miles de hilos de cobre que amplifican el so- nido de las cuerdas. La vibración de las cuerdas cercanas modula el flujo magnético y la señal pasa a un amplificador, lo que intensifica la frecuencia, y entonces estalla sobre el auditorio. Del mismo modo en que puedes tomar una nota y amplificarla, también puedes am- plificar todo el jodido planeta. ¡Ondas planetarias! Toma una brújula. Se trata sólo de una aguja, flotando sobre una superficie de aceite, que no se mueve libremente. El poder que la domina es el magnetismo. La aguja tiembla, captando las más lige- ras frecuencias. Si se pudiese amplificar eso… Dentro de treinta años serán capaces de hacerlo, y yo aquí sentado contando que, ya sa- bes, hay potencia en la aguja de una brújula… La Tierra es de hecho una red magnética y, por tanto, si puedes amplificar las frecuencias magnéticas de una cuerda de guitarra, ciertamente podrás amplificar la frecuencia magnética de la Tierra y emitirla al espacio exterior… De

42

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 42 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

Visionario periférico

ese modo podríamos enviar, en plan Stratocaster, el blues galáctico hacia el planeta más remoto del cosmos.

Justo fuera de mi casa en Sunapee hay una gran roca que mis hijos solían llamar Sally. Era su lugar favorito en el que encaramarse, pues era grande y amenazadora y los atraía hacia su interior. Yo también tenía un pedrusco místico, pero no le puse nombre a mi roca. Es- taba justo detrás de la cabaña de papá. Probablemente tenga nueve metros de perímetro y dos de altura, su superficie tan suave y llana que no había donde agarrarse para subir a ella. Pero a su lado había un árbol y trepándolo lograba subir a lo alto de la roca. Pensaba, «si puedo subir a esa roca y enderezarme donde nunca ha estado otro humano, podré comunicarme con los extraterrestres». Aquello de- jaba atónitos a los otros críos de ocho años que jugaban allí. Al escalar la roca, lo primero que pensé fue «¡mierda, estoy en lo más alto del mundo! Ésta es mi ROCA». A continuación fui co- rriendo hasta el sótano de Trow-Rico, agarré un jodido cincel —de dos centímetros de ancho por diez de largo—, un martillo de bola —uno muy grueso que usábamos para astillar rocas y hacer con los trozos paredes de piedra— y grabé «ST» en la roca, así cuando ven- gan los alienígenas —y un día vendrán— verán mi marca y sabrán que estuve aquí y necesitaba contactar, y que yo era uno de los se- res humanos que quería vivir para siempre. Esa era mi idea infantil. Recientemente visité esa roca, humedecí mi dedo y lo froté sobre el lugar donde había grabado mis iniciales: ¡y todavía estaban allí! Cogí ceniza de cigarrillo y la puse en la «S» para tomar una fotografía. E.T. se encuentra con S.T. Así fue mi infancia. Leía demasiado. Fantaseaba demasiado. Vi- vía en un perenne «¿y si…?». Cuando leí a Kahlil Gibran reconocí el mismo estremecimiento alienígena de lo salvaje: «Y no olvides que la Tierra se deleita en sentir tus pies desnudos y los vientos añoran jugar con tus cabellos».

43

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 43 14/07/14 21:03 www.elboomeran.com

¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera?

Trow-Rico desapareció junto a mi infancia… se fue y se perdió para siempre, mi querida Clementine. Dejó de ser una urbanización de veraneo hacia 1985. No se puede regresar al hogar; vuelves y ya no es el mismo. Es más pequeño, una locura. Te da vértigo querer volver. Como si fue- ras a visitar a tu madre, entraras en la cocina y ella hubiese cambia- do de cara.

44

OS MOLESTA EL RUIDO_T_MD_V03.indd 44 14/07/14 21:03