RAFAEL QUIRÓS :EL TESTIGO MAYOR DE LA U

Jeremías Gamboa

Fotos del autor y tomadas del libro: Cecilia Durand.

Con 88 años a cuestas, Rafael Quirós es quien mejor conoce la historia de Universitario de Deportes. Alineó en el primer equipo crema que jugó en primera división; fue protagonista del primer clásico de la historia del fútbol peruano —lo llevaron en andas hasta la Plaza de Armas—; compartió cancha con Lolo Fernández; fue presidente de la institución cuando se llegó a la final de la Copa Libertadores de América y acaba de sacar a la luz un maravilloso libro en tres tomos con toda la historia del club. He aquí su historia.

Rafael Quirós recuerda aquella mañana gélida en que se reunió con otros estudiantes como él para jugar por un equipo llamado Universitario de Deportes, allá por 1928. Era un chiclayano cachimbo de la Escuela de Ingenieros que había cursado sus dos últimos años de secundaria en , en el Colegio San Agustín, guardando celosamente un oculto fervor futbolístico por el Octavio Espinoza, un equipo de Trujillo. Con apenas 17 años, Quirós había sido titular en la selección de su colegio, volante por el Círcolo Sportivo Italiano y, a su ingreso en la universidad, jugador del Ciclista Lima Asociation. Tomaba sus primeras clases cuando un estudiante sanmarquino de Jurisprudencia, , lo buscó para decirle que estaba loco, lo había visto jugar por el Asociation y cómo era posible que siendo universitario estuviera en cualquier equipo que no fuera la U. La U era el club de fútbol para los jugadores universitarios y él lo era, y entonces tenía que jugar para la U. Ni hablar.

Lo citaron para un día a las seis de la mañana en el Estadio Nacional. Allí, sobre el césped helado descubrió que ese mismo Denegri era más que un estudiante impulsivo: un jugadorazo, y descubrió también aquella terrible línea media que conformaba junto a Eduardo Astengo (Ingeniería) y Plácido Galindo (Jurisprudencia), tres mediocampistas que habían llevado a Universitario a la primera división del fútbol peruano para ese año de 1928. Viéndolos con la pelota allí en la cancha, departiendo con ellos en las concentraciones realizadas en esas tiendas de campaña que armaban los universitarios en los vestuarios del Estadio Nacional, durante esas jornadas que se iniciaban a las nueve de la noche y terminaban a las ocho de la mañana del día siguiente, el volante Quirós supo que jamás conseguiría arrrebatarle el titularato a uno de ellos. Se resignó, por ello, a ser suplente. Eso sí, se dijo, sería el mejor.

—Es más —me dice. Fui capitán del equipo de reserva durante cuatro años. 23 de setiembre de 1928. Nadie se imagina en el Estadio Nacional que es un día histórico. Se juega la última fecha del campeonato nacional y al Alianza Lima le basta empatar para conseguir el título; lleva dos puntos de ventaja sobre su más cercano perseguidor: ese equipo minúsculo de jugadores universitarios. Con un empate campeona.

–La U llegó a esas instancias porque era el primer equipo en el Perú que concentró a sus jugadores. Si no, cómo podíamos competir con esos grandes jugadores de Alianza, ¿ah? ¿Cómo enfrentar a , Demetrio Reyna y José María Lavalle?

Los jugadores acuden caminando al estadio, la gente los viva; en las tribunas un sinnúmero de hinchas aliancistas y una gran cantidad de estudiantes universitarios, todos en terno, aguardan el primer gol, el inicio de la fiesta. A los 7 minutos del primer tiempo el crema —recuerda Quirós— infló las redes; después los de Alianza Lima no encontraron la fórmula para empatar y comenzaron a meter patadas.

—Es que no lo podían creer, ellos eran unos malabaristas con el balón y tenían 27 años en primera división, ¿se imagina? ¡Perdían ante un puñado de estudiantes! Les expulsaron a cinco jugadores, y el último cometió una falta penalty que no se ejecutó. El referí paró el partido y de pronto se armó una turbamulta y yo veo a Gracia, un jugador del Alianza, metido en la tribuna de estudiantes respondiendo algunos insultos; allí ocurrió lo de los bastonazos y se armó la pelotera. Con decirle que los de Alianza acabaron en la comisaría.

—¿Y ustedes? —le pregunto.

-A los jugadores de la U se los llevaron en hombros y los sacaron por las calles. Los pasearon por toda la avenida Petit Thouars hasta Paseo Colón y de allí de frente a la imprenta de El Comercio a dar la buena nueva. No pararon hasta la Plaza de Armas entre gritos alusivos a la garra crema. Sin embargo, el equipo tuvo que esperar un año todavía para coronarse campeón. Eso fue en 1929.

El clásico estaba institucionalizado en el año 30. La U no podía ganarlos jugando con puros estudiantes universitarios, eso era verdad. Se trajo, por ello, a otros jugadores, entre ellos a Arturo Fernández, que había terminado recién la secundaria en el Colegio Guadalupe; pero en Lima no se hablaba sino de su hermano Teodoro, un adolescente goleador en un equipo iqueño y del que se decía tenía una potencia inusitada, una patada inverosímil. Arturo, sin embargo, no lo quería llevar a la U, decía que no era tan bueno. Pero lo convencieron. Quiroz recuerda la mañana en que se lo presentaron; el muchacho iba a alinear en el equipo de reserva que él capitaneaba. Quirós tenía ya 18 años; el adolescente 16. No era caudillo ni parecía nada espectacular; era modesto, un muchacho muy humilde. En el área rival, sin embargo, era un monstruo. En su primer gran partido, cuenta Quiroz, marcó cinco goles. Se veía que era un crack. Un día, en un entrenamiento, al disparar un tiro libre, su remate tumbó al arquero del equipo, Fernando Castañeda Allende. Quiroz lo vio todo con sus ojos. Al ver el hecho verificó la veracidad de aquellos rumores, y sospechó, acaso por primera vez, que había venido jugando al lado de un verdadero mito.

—Lolo Fernández le ha roto un dedo al arquero castañeda —le informaron.

A partir de allí Quirós no dejó de admirar al gran cañonero a ras de cancha, jugando a su lado, viendo a pocos metros cómo inflaba las redes contrarias. Eso hasta 1934, año en que se rompió la pierna y dejó el fútbol. Después lloró en la tribuna viéndolo meter goles de todas las facturas, con amargura por no poder ser cómplice de esas jugadas culminadas por las piernas, la cabeza de Lolo.

Rafael Quirós tenía 53 años cuando Plácido Galindo (uno de los de aquella terrible línea media) lo llamó para pedirle que lo suplantara. Galindo era presidente de Universitario. Corría el año 1963: la U tenía la sede de Odriozola, nueve campeonatos nacionales y en la memoria de sus hinchas las grandes jugadas de Lolo, de Toto Terry, de «La Lora» Gutiérrez. Apenas Quirós asumió el puesto y su directiva salió a cazar nuevos valores para mantener la trayectoria. Se fue enterando de , un chico que cuando paraba la pelota la hacía dormir, del juego sin par de Nicolás Fuentes, de Luis La Fuente y de un joven menudo de amplia caja toráxica que le pegaba a la pelota mismo Lolo: Héctor Chumpitaz. Con esa base consiguió cinco campeonatos y llegó a la final de la Copa Libertadores, en 1972. Sólo después de aquello dejó el club, al año siguiente. Regresaría después, a pedido de su esposa, en el año 83, campeonando dos años más tarde. De esa época fueron , , J.J. Oré y otros tantos. Quirós, recién a los 75 años, dejó activamente el club.

Pero su pasión no amainó. En 1990 el D. Baldo Kresalja le obsequió una colección de fotos como animándolo a esa única empresa que Quirós podía realizar todavía por su club a sus 80 años. Allí está el germen de La U y su historia, un monumental libro que compendia toda la vida de la institución: 220 cuadros con estadísticas, tres tomos minuciosos que Quirós y Ángel Lamas construyeron luego de pasar más de cuatro años metidos en la Biblioteca Nacional, revisando los ejemplares de todos los periódicos y extrayendo los datos con lápiz y papel, procesándolos hasta juntar 7,000 hojas de papel escritas a máquina con los resultados de todos los partidos y campañas del club en el Campeonato Nacional, las estadísticas completas de los encuentros de la Libertadores: alineaciones, goles, cambios, arbitrajes. Después de eso contabilizó cada partido que la U jugó hasta 1995 viendo televisión, escuchando la radio. El ejercicio le ha servido para refrescar su memoria. Ahora Quirós repasa aquellos partidos que jugó por su equipo en la década de los años 20 —cuando los equipos no tenían entrenadores—, sus años de espectador de fútbol de 1934 a 1963, los equipos que campeonaron cuando fue presidente, los deportistas que observó con la sabiduría de los años durante la última década.

—¿Cuál es el mejor jugador que ha tenido la U? —le he preguntado hace unos segundos. —Ni hablar —responde. Lolo.

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