DOSIER DE PRENSA

CARMEN El testimonio novelado de la hija de Franco Una mujer testigo de la Historia

NIEVES HERRERO

«He llegado hasta aquí. El final de una larga vida. Ahora que ya no tengo ninguna obligación ni ninguna responsabilidad, me siento más libre. No tengo por qué dar explicaciones de mis actos. No tengo que rendir cuentas a nadie. Procuro llevar una vida normal pero soy libre. Más libre de lo que he sido nunca.

»Durante gran parte de mi vida he tenido que hacer aquello que era lo correcto, lo que marcaba el protocolo de mi posición. Primero hija de Franco, después mujer de Cristóbal Martínez-Bordiú y, por fin, Carmen a secas. Reivindico mi nombre porque no quiero ser juzgada por la vida de los demás. Ni la de mis padres, ni la de mi marido, ni la de mis hijos. Soy Carmen. Nada más. Una mujer que ha sido testigo de casi un siglo de historia.

»Desconozco el tiempo que me queda por vivir, pero puedo asegurar que me da igual lo que hayan dicho o lo que vayan a decir sobre mí. Nunca he pretendido ser el foco de atención y voy a seguir así hasta el final».

Habla Carmen Franco Polo a Nieves Herrero desde el salón de su casa en Hermanos Bécquer, en . Esta es la novela de su vida, construida desde su relato, desde sus vivencias. Primero con los ojos de una niña y, finalmente, con los ojos de una mujer que no tiene miedo a la vida y tampoco a la muerte. Esta es su historia…

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UNAS PALABRAS DE LA PROTAGONISTA

«Nací en el hogar en el que se desarrollaron los acontecimientos que iban cambiando y transformando la historia de mi país. Viví entre algodones sin saber qué se hacía y qué no se hacía. En la guerra era una niña y no me enteraba de nada. Solo sé que tuve que cambiar de nombre. Elegí llamarme Teresa, y me escapé con mi madre a vivir a Francia. Después regresé al lado de mi padre en plena Guerra Civil y para mí fue un shock. Me encontré con un desconocido. Nada tenía que ver con el padre que dejé en Canarias. Un padre que me cantaba zarzuela y conducía su coche. Parecía otro hombre. Irreconocible. Le tuve que mirar durante un largo rato porque había cambiado por completo. Se había convertido en una persona diferente. Mandaba mucho y apenas podía hablar con él. Ya siempre le vi rodeado de gente. Ayudantes, militares, invitados… Nunca le pude ver a solas. Las comidas y las cenas eran nuestro punto de reunión, pero allí estaba prohibido hablar de aquello que fuera delicado. Yo me enteraba de lo que sucedía por mi madre o por mi entorno, nunca por su boca. Mis momentos junto a él fueron aquellos que la caza nos permitió compartir pero, repito, siempre con alguien a nuestro alrededor. Lógicamente, estuve más unida a mi madre, aunque la persona que más ha influido en mi vida ha sido él. Siempre fue machista, como los hombres de su época y mandón. Las mujeres contábamos poco. Me acostumbré a ver, a oír y a callar. Desde jovencita leía muchos periódicos, era la única forma de enterarme de algo de lo que pasaba a mi alrededor.

»Sentí mucho el desencuentro que hubo en la familia con mi tía Zita y mi tío Ramón. Sobre todo, porque sus hijos fueron mis amigos y mis compañeros de juegos durante la guerra y en la postguerra. Hubo muchos juegos de piratas y muchos escondites jugando con Bocho, el león que nos trajeron tras caer Bilbao en manos nacionales. Yo quería ir al frente y el día que mi padre me llevó a Términus cogí paperas. Iba para un día y me tuve que quedar una cuarentena para no contagiar a mis primos.

»Nunca me sentí una niña solitaria. Siempre he tenido cerca a mis institutrices y a mis amigas. Descubrí que los niños no eran como las niñas en la Academia de Zaragoza cuando vi a uno bajarse el pantalón. He tenido que ir descubriendo las cosas por mí misma porque nadie me contaba nada de la vida. De hecho, supe la verdad sobre los Reyes Magos al cabo de los años. Ya era mayorcita cuando me dije a mí misma que no podía ser. Siempre viví en una burbuja que nadie se atrevía a romper. Mi madre prohibió que me dijeran la verdad sobre aquella fantasía y fui la más tardía en descubrirla. La verdad la he ido descubriendo siempre sola.

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»Cuando tenía afecto a alguien, desaparecía de mi vida. Primero la institutriz francesa a la que tanto quería, mademoiselle Labord, la dejamos en Tenerife cuando mi padre salió para Marruecos en el Dragon Rapide. Decían que podía ser una espía. Después, Blanca Barreno, la teresiana, se fue de mi vida también de golpe porque se enamoró del mecánico de mi madre después de muchos años a mi lado. Fue duro no volver a saber de ella. Me volvieron a cortar los hilos de mis afectos. Eso me ha hecho dura. Nadie me verá llorar nunca. Desconozco si eso es bueno o malo.

»Me enamoré de un joven guardiamarina. Me encantaban los guardiamarinas. Los uniformes lógicamente me han atraído mucho siempre. Cuando se supo que nos veíamos en casa de la tía Pila, no me dejaron seguir junto a él. Mi madre tenía otros planes. Quizá no quería para mí su vida, junto a un militar. Yo siempre he obedecido. He hecho lo que me dijeron que hiciera; aunque en alguna ocasión intentara rebelarme. Ha sido así hasta hoy, que hago lo que siento y lo que me dicta el corazón. No me importa lo que digan o dejen de decir. Ya no me afecta.

»Me casé con Cristóbal y gané algo de libertad de movimiento pero eran otros tiempos y había que hacer lo que te decía el marido. Muchas veces no lo compartía pero prefería ceder a que tuviéramos una discusión. Era ordeno y mando. Mi madre decía a sus amistades que “había tenido muy mala suerte”. No pienso juzgarle. Es el padre de mis hijos. Por cierto, tengo la sensación de haber estado embarazada durante toda mi juventud. Eran otros tiempos, y si no querías ir al infierno, tenías que tener los hijos que Dios te mandara. Y eso hice. ¿Qué hubiera ocurrido si hoy fuera joven? ¿Me habría separado de él? Mi respuesta es no. Hubiera seguido a su lado. Que nadie olvide que por algo me casé con él.

»Ahora mis hijos me dicen que no estuve a su lado lo suficiente. Seguramente no fui la madre que ellos esperaban. Reconozco que no he sido cariñosa, no tengo ni idea de cómo serlo. No me enseñaron. Descargué toda la responsabilidad en Nani, que ha sido la madre y el padre de mis hijos. Las mujeres de esa época acudíamos a todos los actos sociales a los que nos invitaban y realizábamos muchos viajes. Las cosas han cambiado mucho en poco tiempo. Todos mis hijos nacieron en El Pardo. Los fines de semana hasta que fueron mayores los pasaban con mis padres. Cristóbal y yo nos íbamos al pantano de Entrepeñas. Lo hemos pasado bien. La India fue el destino que más me ha fascinado de todos los que he conocido. Nada es comparable a ese país. Ahora no dejo de viajar pero estoy muy cansada. He venido agotada del último en el que he ido por el Danubio de Budapest al Mar Negro.

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»La caza, montar a caballo y viajar han sido mis grandes hobbies. Chocaba que una mujer disparara como yo lo hacía. Probablemente porque he estado rodeada de militares. Tenía buena puntería y he cazado mucho con mi padre. Fraga me dio una perdigonada en el final de la espalda que, afortunadamente, no tuvo consecuencias. Hay que tener mucho cuidado con un arma en la mano. He visto muchos accidentes a lo largo de mi vida.

»Siempre he defendido mi apellido. Me da igual lo que piensen unos u otros. A mi padre que le juzgue la historia, no yo. Cuando me dicen que fue un dictador, no lo niego pero tampoco me gusta porque me lo suelen decir como un insulto. Sin embargo, a mí no me suena tan mal, para mí tiene una connotación diferente porque la dictadura de Primo de Rivera fue próspera para España. Yo no voy a juzgar a mi padre, insisto. Sí voy a decir que él, a su manera, hizo lo que creía que era mejor para España y los españoles. No cedió a las presiones internacionales porque era militar y si una persona tenía las manos manchadas de sangre, no lo dudaba. En eso primaba su formación africanista: “Ojo por ojo, diente por diente”. Su obsesión era combatir el comunismo. Por eso, el día que se legalizó el Partido Comunista lo pasamos mal en casa. Fue doloroso. Ahora, le diré que en democracia nos fue mejor con el Partido Socialista que con la UCD. Al morir mi padre tuvimos la sensación de una persecución total hacia nuestra familia. Sobre todo, con el primer gobierno de Adolfo Suárez.

»Han buscado mucho nuestro dinero, por aquí y por allá, pero nunca lo han encontrado porque no teníamos una gran fortuna. Dinero, sí, pero no una cosa tan espectacular como la gente creía. Al ser hija única, lógicamente, he sido la única heredera. Me he gastado mucho en conservar el pazo de Meirás. Ahora se abre al público y le diré que me da miedo porque no tengo una seguridad especial que controle a la gente que quiere entrar. Hasta hace poco he seguido yendo allí con mi familia los veranos. Me siento vulnerable. Cualquier día me encuentro con alguien en mi habitación, como le pasó a la reina Isabel II. »De los pocos momentos que viví junto a mi padre a solas fue precisamente en su final. Sabía que se moría y me hizo partícipe de su despedida a los españoles. Fui la guardiana de su secreto. Durante esos días me acompañó su última voluntad, dentro de un sobre blanco, allá adonde iba. No hubo lágrimas, tampoco besos. Nos apretamos la mano. Sobraban las palabras. Su final fue duro.

»Tengo que decir que no hubo un gran cambio en mi vida cuando murió porque yo no formé parte de la vida oficial. La que lo notó mucho más fue mi madre, yo muy poco. Una de las discusiones más importantes que tuve con Cristóbal fue cuando le pedí que dejara morir a mi padre. Otra, cuando me enteré de que había hecho unas fotos en el hospital

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con mi padre lleno de cables. Que su agonía fuera pública, no se lo perdoné nunca. Malo es que hiciera las fotos pero aún peor que no protegiera aquellos carretes.

»También confieso que no me regodeo en lo que me hace sufrir. Seguramente por eso he llegado hasta esta edad. Descarto de mi mente el recuerdo que me hace daño. Solo me quedo con los buenos ratos que he vivido. Lo malo ya lo he borrado. No quiero echar la vista atrás ni volver a poner un pie en el palacio de El Pardo. Allí pasé gran parte de mi vida y allí nacieron mis hijos pero ni he vuelto ni deseo regresar nunca.

»Tengo muchos papeles por ordenar y cintas grabadas con la voz de mi padre en lo que fue un intento de hacer sus memorias. El doctor Vicente Pozuelo le recomendó que lo hiciera un año antes de morir. Solo le dio tiempo a recordar su infancia y juventud. Lo cierto es que nunca tuvo intención de hacerlas porque decía que “son justificación de los actos que has hecho y siempre dejas mal a mucha gente”.

»Los nuevos tiempos imponen otra dinámica. Sobre todo, mirar hacia el futuro. Comprendo perfectamente que no sepan quién fue Franco. Incluso, comprendo a los que le critican aunque no lo comparta. Me siento incapaz de juzgarle; bueno ni a él ni a nadie. El pasado hay que dejarlo descansar. Me dolió mucho la forma en la que quitaron su estatua de la plaza de San Juan de la Cruz, en Madrid. Se hizo con nocturnidad y el mismo día del cumpleaños de Carrillo. Me molestó mucho. No me chocó tanto el cambio de calles y avenidas. »No sé cuánto voy a vivir más. Tampoco me importa. Hasta donde llegue, he llegado. Paso mi tiempo visitando a mis amigas. Algunas ya están enfermas, otras con principio de Alzheimer… Me gusta acompañarlas. Nos unen nuestros recuerdos, nuestro pasado. Jugamos mucho a las cartas, creo que eso nos viene bien. La verdad es que procuro parar poco en casa. Las comidas y las cenas las hago siempre con alguien de la familia. Son obligadas. Siempre tengo a algún nieto viviendo conmigo. Primero estuvo Luis Alfonso, el hijo de Carmen y Alfonso. Ahora está Daniel, el hijo de José Cristóbal y Jose Toledo. Siempre recibo visitas y amistades. No doy entrevistas. No me gustan.

»Aquí estoy. Dispuesta a recibir aquello que venga. Sin lágrimas. No tengo miedo a nada. Ni tan siquiera a la muerte. La he visto de cerca muchas veces y la conozco perfectamente. No le tengo miedo. No me pillará quieta. Reivindico mi nombre porque no quiero ser juzgada por la vida de los demás. Ni la de mis padres, ni la de mi marido, ni la de mis hijos. Soy Carmen. Nada más. Carmen. Una mujer que ha sido testigo de casi un siglo de historia».

Carmen Franco Polo ©Fotos Revista Semana

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UNAS PALABRAS DE LA AUTORA

«Carmen Franco Polo ha preferido que mi imaginación no supla la verdad, su verdad, y me ha abierto las puertas de su casa y de su pasado. Es la primera vez que desvela sus recuerdos cotidianos, al margen de la política y de la figura de su padre, Francisco Franco. Le hablo sobre la dictadura, Carmen y no parpadea, contesta sin ambages. Vivió siempre entre adultos, jamás asistió al colegio ni a la universidad. Su vida se forjó entre las paredes de los distintos cuarteles y palacios en los que vivió. La educación francesa se debió a sus dos institutrices. Salió del palacio de El Pardo para casarse con un aristócrata, el marqués de Villaverde, con quien tuvo siete hijos. Aunque ha sido muy explícita, en las distintas conversaciones que hemos mantenido, sobre el que fue su marido y sobre lo que piensa de sus hijos y de sus matrimonios, practica eso de «vive y deja vivir». No fue realmente libre hasta que se quedó viuda de Cristóbal Martínez Bordiú. Primero se sometió a la voluntad de sus padres, después a la de su marido. Hoy se siente libre y hace lo que quiere sin dar explicaciones a nadie. Ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y ha pasado, sin solución de continuidad, de ser la hija del Generalísimo a ser la hija del dictador. Fue guardiana del testamento y de la última voluntad de Franco. La vida le ha permitido convivir con personalidades de la talla de John Fitzgerald Kennedy o Eva Perón, entre otros muchos. También me ha hecho partícipe del cambio que supuso para los Martínez-Bordiú Franco la llegada de la democracia y, sobre todo, de los líderes de la UCD, quienes les dejaron patente que cualquier parecido con el pasado era pura coincidencia. Dice que su vida fue «más tranquila» con el Gobierno de Felipe González que con el de Adolfo Suárez, con el que llegaron a sentirse perseguidos. Esta es la novela de su vida, construida desde su relato, desde sus vivencias. Primero con los ojos de una niña y, finalmente, con los ojos de una mujer que no tiene miedo a la vida y tampoco a la muerte. Esta es su historia…

»Agradezco a Carmen Franco por haberme dedicado tantas horas para rebuscar en sus recuerdos y en su pasado. Este libro no se habría podido escribir sin su ayuda desinteresada. Por eso, mi agradecimiento por su paciencia y por haberme abierto las puertas de su casa y de su vida. Este libro es una novela, aunque cada capítulo arranca de su testimonio. Sus recuerdos los he enmarcado en el contexto histórico que ella ha vivido. No es un libro al dictado, sino un libro con sus recuerdos sin eludir otras voces discordantes de la época. He querido retratar a una mujer que, sin haber protagonizado ningún capítulo de nuestra historia reciente, sí fue testigo de todos los acontecimientos que ocurrieron desde la Guerra Civil hasta nuestros días.

»Tengo que decir que no ha eludido ninguna pregunta y que ha consentido que grabara todo lo que decía; así como todas sus reflexiones. Ha hablado, como nunca la he visto

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hacer, de sus padres, de su marido y de sus hijos. Me ha hecho partícipe de su pensamiento y del cambio que supuso pasar de ser la hija de Franco a ser la hija del dictador.

»Este libro es una mirada a esa otra parte de la historia que nunca se escribe. ¿Cómo se viven las decisiones políticas y los acontecimientos históricos desde dentro? Hemos puesto la lupa en una mujer que creció en el punto neurálgico de las decisiones de poder, criada entre algodones sin salir de los distintos palacios y cuarteles en los que creció y se hizo una mujer.

»No ha ido a una escuela, no ha entrado nunca en una cocina, no ha tomado decisiones por sí misma hasta que se quedó viuda. Siempre decidieron por ella y proyectaron su futuro sin contar con ella. Nadie, ni sus institutrices, le explicaron las grandes verdades de la vida; las tuvo que descubrir por sí sola. No pudo amar al joven del que se enamoró por primera vez. Hasta que no apareció el marqués de Villaverde, no consintieron sus salidas. Cristóbal Martínez-Bordiú fue su pasaporte al exterior de El Pardo. Desde ese momento, se movió sin escolta y se lanzó a viajar allá donde un avión se lo permitía. En los Estados Unidos bailó con John Fitzgerald Kennedy antes de ser presidente de los Estados Unidos; en la India compartió con el marajá de Jaipur la cacería de un tigre que finalmente abatió su marido. No hay un solo lugar del planeta que no conozca.

»Asume que es la hija de Franco, incluso, que la llamen la hija del dictador. Asegura que su padre fue machista, «como los hombres de su época», y muy mandón en un momento en el que las mujeres contaban poco en las grandes decisiones. Tiene pendiente ordenar sus papeles y las cintas de su padre que tiene grabadas en un magnetofón. Su vida contrasta con la de otras mujeres que pasaron penurias y hambre así como persecución política. Ella habla desde su realidad y desde su mundo. Por primera vez, vislumbramos El Pardo desde dentro de los salones y de las habitaciones.

»Enigmática, callada, fiel a su pasado, moderna, crítica hasta con su propia vida; hija, madre y abuela…, desde todas esas aristas nos ha prestado su vida. Espero que este viaje interior les ayude a ampliar el conocimiento de nuestra historia reciente. Carmen ha asistido, desde primera línea de platea, a todo lo que sucedía en la España más opaca y hermética de nuestro siglo.»

Nieves Herrero ©Fotos Luis Malibrán

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LA AUTORA

Nieves Herrero es natural de Madrid. Periodista por la Universidad Complutense, abogada por la Universidad Europea y máster en Criminología por la Universidad Camilo José Cela. Lleva treinta y cinco años ejerciendo su profesión en prensa, radio y televisión compaginándola con su vocación docente en la universidad ―Villanueva, Europea, Rey Juan Carlos y Escuela de Presentadores Tracor.

En prensa comenzó en diferentes medios a las órdenes de Figueroa, Miguel Ángel Gozalo, Pepe Cavero, José Luis Cebrián Bonet y José María Íñigo. En la radio se inició de la mano de Santiago Vázquez, Tico Medina y Manolo Martín Ferrand, quien le dio la oportunidad de realizar diferentes programas en Antena 3 en los que consiguió importantes exclusivas. Ha presentado la tarde en RNE durante ocho temporadas contando en directo noticias como los atentados del 11-S y el 11-M o la boda de los reyes. Ha colaborado con Albert Castillón en Punto Radio y hoy lo hace en RNE ―donde también colaboró con Carlos Garrido y Pepa Fernández―, en el programa La noche en vela de Pilar Tabares. En la actualidad, dirige y presenta en Capital Radio Vivir-Viajar.

Comenzó en Televisión Española de la mano de su maestro Jesús Hermida como reportera y acabó de subdirectora. En Antena 3 dirigió y presentó De tú a tú y Cita con la vida; en TVE, Hoy es posible; en , Hoy por ti; en televisiones autonómicas el programa Un día con… En 13TV, ha presentado La tarde, Hoy Nieves, Detrás de la verdad.

En digital participa en el Grupo Madridiario.es como adjunta a su presidente, Constantino Mediavilla. En la revista Semana y en el diario El Mundo ha entrevistado a más de cien personajes.

Ha recibido numerosos galardones, entre los que destacan el Premio Ondas, el Micrófono de Oro, el Antena de Plata de la Federación de Periodistas de España, tres premios TP, tres Antenas de Oro, cinco Micrófonos APEI y la Cruz de Oro de Europa de la Fundación de Fomento Europeo.

Ha escrito las novelas Esa luna rota, Todo fue nada, Corazón indio. Los ensayos: Leonor. Ha nacido una reina y Yo abdico, junto a Almudena de Arteaga y seis periodistas más. En La Esfera ha publicado con gran éxito Lo que escondían sus ojos (2013) y Como si no hubiera un mañana.

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ASÍ COMIENZA LA NOVELA…

La huída Las Palmas de Gran Canaria, julio de 1936 Vi a mis padres despedirse en el hotel. Nosotras íbamos al puerto de Las Palmas y mi padre a un aeródromo pequeñito a coger el Dragon Rapide. Puede que esa despedida tuviera una especial trascendencia, pero yo no me enteraba de nada.

—No te quedes atrás. Nenuca, tienes que andar más rápido. No podemos perder el barco… —¿Adónde vamos? ¿Pasa algo? —preguntó la niña de nueve años, que vestía un traje blanco con unos zapatos del mismo color y unos calcetines a juego. —No preguntes. Simplemente obedece —replicó Carmen Polo, su madre, quien seguía a buen ritmo los pasos de Franco Salgado-Araujo, ayudante y primo de su marido. Habían sacado dos billetes con destino al puerto de El Havre, un par de horas antes. Embarcarían en un guardacostas, el Uad Arcila, donde iban a pasar la noche. El buque alemán Waldi, que les llevaría hasta Francia, estaba fondeado mar adentro, cerca del puerto de Las Palmas. No partiría hasta la mañana siguiente. Aquel 17 de julio de 1936 el calor era asfixiante y el ambiente en el puerto estaba enrarecido. Había un ir y venir de personas que embarcaban precipitadamente en los distintos barcos allí atracados. Carmen Polo, muy delgada y enjuta de cara, seria, tiraba de la mano de su hija para que corriera. Se había despedido de su marido minutos antes y sabía a ciencia cierta que podía ser la última vez que le viera con vida. Esa mirada la había visto otras veces y siempre como antesala de algún cometido ciertamente peligroso. Como esposa de militar, sabía a la perfección qué significado tenía que su marido se sumara a la rebelión contra sus propios mandos. El asesinato de Calvo Sotelo, el 13 de julio, le empujó a sumarse al Movimiento y a tomar las armas. Hasta ese momento no había dado su conformidad al general Mola. Ante la mirada de todo el mundo en la comandancia militar de las islas Canarias, Franco se había trasladado desde el cuartel general de Tenerife —donde se encontraba vigilado por los agentes de la República— a Las Palmas, junto a su mujer y a su hija, el día 16, nada más tener conocimiento de la muerte del comandante militar de Las Palmas, Amadeo Balmes, un general experto en armas que se había disparado fortuitamente en el vientre mientras revisaba una pistola encasquillada. Fue una herida que le causó la muerte de forma instantánea. En Las Palmas no se hablaba de otra cosa. Algunos incluso ponían en duda que hubiera sido una muerte accidental. Todo era un ir y venir de bulos y certezas. La versión oficial determinó que se le disparó el arma mientras la revisaba. ¿Cómo podía haber cometido semejante error de principiante? La pregunta flotaba en el aire y la duda estuvo presente durante todas las exequias. En aquel ambiente tan crispado se llevaron a la niña con ellos. «Nos va a acompañar para que no pase su santo sola», explicó su madre al servicio. Mademoiselle Labord, la institutriz, se quedó en Tenerife, completamente ajena a lo que se estaba fraguando. En un momento determinado, llegó a señalar en voz alta que «un entierro y un

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funeral no era un lugar adecuado para una niña», pero los Franco ignoraron el comentario y Nenuca les acompañó. No llevaron más que una maleta ligera, como para pasar un par de días fuera de casa. Franco Salgado-Araujo, justo al llegar al muelle, se despidió de las dos. Tenía prisa por irse de allí y no se entretuvo. Carmen sabía el significado de su mirada. —Te dejo con Lorenzo Martínez Fuset, haz cuanto te diga. ¡Confía en él! Debo ir junto a Paco. Bueno, ya sabes… —Hizo un silencio que los dos comprendieron sin necesidad de palabras—. Le prometí a tu marido traeros hasta aquí y ya os dejo en buenas manos. Toma tu pasaporte. Habla con la niña para que no diga, bajo ningún concepto, que su padre se llama Francisco Franco. ¿Me entiendes? —Sí, perfectamente. —Solo aparece tu nombre y el nuevo nombre de tu hija. No os fieis de nadie. Sabes que el enemigo secuestra familiares para hacerse con la voluntad de sus rivales. Por suerte, prácticamente no hay fotos tuyas junto a él y nadie te pone cara. Pero la niña debe callar el nombre de su padre. —Descuida. Hará lo que yo le diga. Gracias… —Carmen Polo no hizo ningún comentario más. Volvió a coger a su hija de la mano y le pidió al comandante jurídico y notario, Martínez Fuset, que se diera prisa—. No perdamos ni un minuto más. Debemos subirnos a ese barco cuanto antes. Durante el recorrido no hablaron, tan solo se oían las respiraciones y sus pisadas presurosas. Carmen recordaba cómo la noche anterior, mientras cenaban en un restaurante de la plaza de San Telmo, le había dicho a su hija que escogiera un nombre de pila y esta le contestó: Teresa. Desde el momento que entrara en el barco ya no sería Nenuca, sino que debería responder por el nuevo nombre. Majestuoso, apareció el Uad Arcila, el guardacostas militar que las llevaría al barco alemán. Nenuca abrió los ojos más que nunca ante lo que le parecía un coloso, un gigante de metal. —Un momento —las frenó el servicial Martínez Fuset—. Todavía no suban al barco. Antes debo hablar con el comandante. ¡Quédense aquí! ¡No se muevan! Carmen parecía tranquila, pero por dentro casi no podía respirar. Sabía que estaba en juego su seguridad y la de su hija. Se preguntaba si nunca podría tener una vida que no fuera de nómada y con peligros que no sabía eludir. Por fin, regresó del barco Martínez Fuset; desde lejos parecía todavía más espigado y delgado de lo que ya era. —Pueden subir. El comandante del barco sí sabe su identidad. Está al corriente de lo que se está preparando y se ha posicionado de nuestro lado. Bien distinto es lo que piensa la marinería. Por eso, ustedes nada tienen que ver con Franco, ¿me entienden? —A la perfección. —Pues, a partir de este momento, son madre e hija que van a pasar unos días de descanso a Francia para visitar a un familiar. No den más explicaciones, porque cualquier dato de más las puede poner en peligro. Carmen y Nenuca subieron a bordo. Un oficial las esperaba en cubierta con su equipaje. Lo siguieron hasta que llegaron a uno de los camarotes. Había dos literas y un pequeño lavabo. Ya no saldrían de allí hasta el día siguiente, cuando estuvieran frente al barco alemán.

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—Desde este momento eres Teresa. No lo olvides. Y tu padre no se llama Francisco Franco. ¿Cómo quieres que se llame? —preguntó Carmen. —Salvador. Sí, quiero que se llame Salvador. —Pues acuérdate. Teresa es tu nuevo nombre y tu padre se llama Salvador. —Pero eso es una mentira y me has enseñado que no debo decir mentiras. —Hay mentiras piadosas. Esta es una de ellas. Van tu suerte y la mía en que nadie sepa que tu padre es Francisco Franco. —¿Es que papá ha hecho algo malo? —¡Calla y obedece! —Carmen sabía a qué se exponía su marido. Era esposa de militar y no cumplir el juramento dado y sublevarse contra sus mandos tenía consecuencias gravísimas. Si todo salía mal, lo pagaría con la muerte. Carmen comenzó a rezar el rosario con su hija y no hizo otra cosa hasta que un marinero les trajo algo de comida. —¿Por qué no salen un poco a cubierta? —las animó. —No, muchas gracias. Ya es muy tarde y estamos muy cansadas. —¿Y su marido? —preguntó, al imaginarse que la mujer y la niña huían de algo. —Se reunirá con nosotras en unos días. Vamos a Francia, a ver a un familiar. —¿Es militar? —siguió insistiendo mientras dejaba una bandeja con algo de comida. —No, es ingeniero de minas. —Y tú, niña, ¿cómo te llamas? —Me llamo Teresa —contestó mirando a su madre de reojo. —Eres muy mona… —Soy corrientita… —replicó Nenuca como en resorte. Era una frase que le habían enseñado frente a las adulaciones. —Bueno, mi hija está muy cansada. Le agradezco que nos haya traído algo de comer —Carmen cortó la conversación. No se sentía cómoda con el marinero. Hasta que no cerró el pestillo del camarote no respiró aliviada.

DATOS TÉCNICOS

Título: Carmen Subtítulo: El testimonio novelado de la hija de Franco. Una mujer testigo de la Historia Autora: Nieves Herrero Colección: Novela histórica Páginas: 656 + 32 ilustraciones Precio: 22,90 € Fecha de publicación: 21 de noviembre de 2017

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