Un Seminario Didáctico Con Milton H. Erickson
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Jeffrey K. Zeig, compilador Un Seminario Didáctico con Milton H. Erickson Amorrortu editores Buenos Aires Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Colapinto y David Maldavsky A Troching Seminar with Milton H. Erickson, M.D. @ The Milton H. Erickson Foundation, 1980 Traducción, Leandro Wolfson Jorge Dedico esta obra a Martin J. Zeig y a su esposa. Única edición en castellano autorizada por Brunner/ Mazel¡ne., Nueva York, y debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. Todos los derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu editores, S.A., Paraguay 1225, 7° piso, Buenos Aires Industria argentina. Made in Argentina. ISBN 950-518-476-X ISBN 0-87630-247-9, Brunner/Mazel, Inc., Nueva York, edición original. IDUSTRIA CENTRAL UNAM Composición enfrío y armado: HUR, Av. Juan B. Justo 3167, 1414 Capital Federal. Impreso en Talleres Gráficos Edigraf. Delgado 834. Buenos Aires. Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares. "En toda vida humana debe sobrevenir algo de confusión... y también algo de luz". "Y mi voz va contigo a todas partes, y se convierte en la voz de tus padres, de tus maestras, de tus compañeros, y en la voz del viento y de la lluvia". Milton H. Erickson 2 Índice general Palabras preliminares Reconocimientos Acerca del doctor Milton H. Erickson Introducción El uso que daba Erickson a las anécdotas El seminario Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Apéndice. Comentario sobre las inducciones efectuadas con Sally y Rosa Palabras preliminares Aunque existe ya una considerable bibliografía sobre el extinto doctor Milton H. Erickson, el presente volumen merece una cálida acogida, pues no sólo brinda la oportunidad de aprender algo más sobre Erickson, sino que, merced a la trascripción de uno de sus seminarios didácticos, permite ofrecer al lector la imagen más próxima de lo que pudo ser un aprendizaje directo con él. Incluso para quienes han tenido el privilegio de participar en un seminario como este, la lectura de la obra les revelará, sin duda, muchos aspectos de la enseñanza de Erickson de los que hasta entonces no se habían percatado. Podemos asegurarlo porque el método didáctico de Erickson era tal que en la mente de su eventual discípulo la confusión siempre precedía a la iluminación, y no era sucedida de inmediato por esta. Pese al esclarecedor capítulo introductorio de Jeffrey Zeig, y a que en el apéndice de la obra se da valiosa información para entender cómo manejó Erickson la interacción durante el seminario, es probable que el lector sea atrapado por la misma secuencia de confusión e iluminación. El recurso al "aprendizaje inconciente" (tal como Erickson lo aplica en este seminario) es un método poderoso y muy penetrante; no obstante, debe admitirse que la comprensión intelectual tiene también sus méritos y sus encantos. Para quien busque esa comprensión más manifiesta, remitimos a las obras de Haley, Erickson y Rossi, Bandler y Grinder y otros comentaristas que han suministrado diversos marcos de referencia para un análisis ulterior de importantes facetas de los métodos ericksonianos. En verdad, el lector estará en mejores condiciones de apreciar este seminario si ya se ha familiarizado con esas otras obras. Estas palabras preliminares, además de permitirme introducir un libro de gran valor, constituyen para mí un placer particular, pues conocí a Erickson en un seminario muy semejante al que aquí ha quedado registrado. Antes de ello, estuvimos trabajando unos cuantos años, junto con algunos colegas holandeses, en el desarrollo de un tipo de terapia breve que denominamos "terapia directiva". En nuestro enfoque gravitó mucho Erickson, por más que sólo lo conocíamos a través de sus escritos y los de Jay 3 Haley. Gracias a Kay Thompson, quien colaboró con Erickson durante mucho tiempo y dictó cursos sobre hipnosis en Holanda, me enteré de que aún recibía visitantes cuando su salud se lo permitía. El doctor Thompson escribió a mi solicitud una carta de presentación, y emprendí el viaje a Phoenix, no sólo con gran curiosidad sino también con un sentimiento de respeto rayando en la reverencia. Nada sabía acerca de lo que me esperaría al llegar, aparte de la abundancia del color púrpura. Lo que más me impresionó en nuestra entrevista inicial fue la simplicidad de Erickson, el amable interés que mostró hacia mí y su total ausencia de vanidad. Expresó su complacencia por tener un visitante holandés e inició la charla narrándome una historia que, como más tarde comprendí, tenía por objeto establecer entre ambos un interés común. La anécdota se refería a la cría de ganado vacuno de raza frisona en el desierto de Arizona y a la irrigación que consecuentemente debió realizarse en la zona; me explicó que hacía muchísimo tiempo los indígenas habían cavado canales de riego, y concluyó diciendo: "Usted se preguntará cómo hicieron los trabajos de exploración del terreno necesarios para trazar los canales". Por cierto que me lo preguntaba, pero a la vez me intrigaba saber qué relación podía tener esa anécdota con el propósito de mi visita. El seminario que llevé a cabo con Erickson me dio muchas más ocasiones para la perplejidad. Era previsible que un terapeuta no convencional tuviera una manera no convencional de enseñar. Erickson lanzaba sobre el alumno una roca que después resultaba ser una imitación hecha de espuma de goma, tras lo cual decía enfáticamente: "Las cosas no son siempre como parecen", narrando a continuación algún fragmento de terapia a modo de ejemplo. Ante una mirada superficial, los casos clínicos que él relataba tenían la apariencia de un mero entretenimiento. Algunos queríamos llegar hasta la "verdadera enseñanza", y le formulábamos preguntas aclaratorias. Erickson respondía contando alguna otra historia; a nuevas preguntas, nuevas historias, una tras otra, sin darnos tiempo a rumiar su significado, a veces intercalando algún chiste para atraer nuestra atención, otras veces sin transición ninguna. Erickson rara vez nos decía qué quería enseñarnos; a lo sumo, hacía una breve enunciación al comienzo o al final del relato. Este procedimiento nos obligaba a extraer nuestras propias conclusiones y por momentos era decepcionante. La confusión y leve malestar resultante era uno de los elementos que contribuía a esos desplazamientos regulares de nuestra atención que Erickson llamaba "los trances naturales", facilitadores del aprendizaje inconciente. Inicié el seminario con la intención de formular una serie de preguntas; nunca lo hice. Sin necesidad de ello obtuve la respuesta a algunas; a otras no las formulé porque sentía que estaba recibiendo más información de la que era capaz de manejar. Sólo gradualmente me fui dando cuenta de cuál era la estructura del seminario, y hasta mi retorno a Europa no empecé a captar qué había aprendido. Una de mis impresiones más inmediatas fue que Erickson no se preocupaba demasiado por tener siempre éxito en su terapia -mucho menos de lo que tal vez hacía suponer la bibliografía sobre él-. Subrayaba que los beneficios que podían obtenerse eran a veces limitados; quizá sólo consistirían en un mero cambio de la valoración que el paciente hacía de sí mismo y de su conducta sintomática. La mejoría directa de los síntomas no siempre era posible. Fue un alivio escuchar de sus labios que un terapeuta no puede hacer nada por algunas personas, y reconfortante enterarse de que a veces él consideraba inapropiado enfrentarse con el paciente en el propio terreno de este (como lo ilustra la correspondencia que mantuvo con el tartamudo que le solicitó tratamiento, infra, pág. 179). 4 Era claro que a Erickson no lo movía el deseo de postularse como figura mítica de ningún tipo; más bien se presentaba como un artesano competente, muy interesado en trasmitir a otros sus habilidades. En vez de tratar de impresionar a sus oyentes (lo que de todos modos ocurría), se empeñaba por situarlos en la ruta que sería importante para ellos, y que él tan bien conocía. Su amor por la artesanía se evidenciaba no sólo en la colección de objetos de arte y de souvenirs que lo rodeaba, sino en la minuciosidad con que nos relataba una historia terapéutica o realizaba una inducción hipnótica. La modalidad de Erickson me recordaba a un avezado neurólogo, también un notable artesano en su oficio, a quien conocí durante mis años de formación. Generalmente se le reservaban los diagnósticos difíciles. Observaba con sumo cuidado a los pacientes desde el momento mismo de trasponer la puerta del consultorio, y superficialmente parecía cumplir, distraído y como al descuido, el examen neurológico corriente (aunque quizá sólo lo aparentaba por nosotros). No obstante, se tenía la impresión de que era llevado hacia las áreas específicas de la patología, en lugar de tener que descubrirlas mediante la pesquisa laboriosa y metódica que otros emprendían. Por supuesto, su vasta experiencia clínica le había enseñado a reconocer signos sutiles de los que nosotros ni siquiera habíamos oído hablar; muchos de ellos no estaban en los libros de texto, y algunos tal vez ni a él mismo le eran concientes. Resultado de su método era la misma engañosa simplicidad característica de Erickson. Llegaba al diagnóstico como cosa natural, con la misma admirable soltura que mostraba Erickson al averiguar elementos decisivos por la manera en que se presentaba ante él el paciente. Puede ser peligroso que los alumnos interpreten mal esta clase de simplicidad. Reparando en que no se respetan las bien establecidas reglas sobre la recolección de datos, quizá presuman que lo indicado es dejarse guiar por su intuición. Al narrar sus relatos didácticos, Erickson parecía no recoger dato alguno ni efectuar ninguna labor de diagnóstico; pero había inventado procedimientos sumamente hábiles para aprender mucho preguntando poco, y lograba obtener la información que precisaba sin que ello se notase. Conviene que nos detengamos en el proceso diagnóstico de Erickson, ya que esto facilitará la comprensión de sus métodos.