Academia Venezolana De La Lengua Correspondiente De La Real Academia Española
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ACADEMIA VENEZOLANA DE LA LENGUA CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DISCURSO DE INCORPORACIÓN COMO INDIVIDUO DE NÚMERO DE Don Francisco Javier Pérez * CONTESTACIÓN DEL ACADÉMICO Don Blas Bruni Celli * Acto celebrado el día 28 de febrero del año 2005 En el Paraninfo del Palacio de las Academias Nacionales Caracas/ 2005 Índice PRIMERA PARTE Introducción y Elogio de Don Pascual Venegas Filardo SEGUNDA PARTE La historia de la lingüística en Venezuela y su investigación historiográfica I. La fábrica de la tradición: Los siglos coloniales. II. Las rutas al Parnaso: El siglo XIX. III. El laboratorio de los hitos: El siglo XX y la actualidad. IV. El archivo de los santuarios: La investigación historiográfica. Referencias bibliográficas. Señor Director de la Academia Venezolana de la Lengua Señores Individuos de Número y Miembros Correspondientes de la corporación Señoras y Señores. Introducción Ocultar mi emoción ante el compromiso que la Academia Venezolana de la Lengua ha hecho descansar sobre mi inteligencia y mi corazón, al elegirme Individuo de Número, no sería sino manifestación de retórico retraimiento. Al contrario, quiero decir en este ilustre recinto, Paraninfo del Palacio de las Academias, que me siento profundamente emocionado en este día, que considero uno de los más importantes de mi vida y, sin duda, el más reseñable en mi carrera de estudioso de la lingüística y la lexicografía venezolanas. Como si se tratara de una meta inalcanzable, sólo materia para los sueños, muy pronto empezaron mis filiaciones personales con esta benemérita corporación, decana de las academias nacionales y portavoz, en el ámbito hispánico, de la palabra de Venezuela, con la preterida esperanza de alcanzar, en día sólo soñado, la tan deseada coronación de mis anhelos de investigador. Comencé –recuerdo como si fuera hoy mismo-, coleccionando ejemplares del Boletín de la Academia, por insistencia del Padre Cesáreo de Armellada, uno de mis maestros en la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello y eximio numerario de la Academia Venezolana de la Lengua. Después, empecé a asistir a algunos actos de incorporación, como éste mismo de hoy en el que yo soy, humildemente, el protagonista, y donde, sentado como público pensé algún día tomar el lugar que la fortuna hoy me hace ocupar. Más tarde, en la primera adultez de mi crecimiento de estudioso, entré en relación con algunos colegas de la corporación para enriquecerme con el aporte que sus discusiones arrojaban. Aquí, merecen mención muy destacada Don Efraín Subero y Don Blas Bruni Celli, mentores y amigos. Finalmente, hoy, esas relaciones con el intelecto han fructificado para hacer que esos maestros colegas, y subrayadamente los proponentes de mi candidatura académica, los numerarios Don Oscar Sambrano Urdaneta, Don Alexis Márquez Rodríguez y Don Blas Bruni Celli, hayan creído en mis talentos, hayan tenido confianza en la solvencia de lo ya realizado y, sobretodo, en el alcance de lo realizable, eligiéndome para sentarme junto a ellos a la mesa en este banquete dedicado al saber venezolano de la lengua, en la expresión privilegiada de los hablantes sabios por comunes y en la expresión prodigiosa de sus cultores comunes por sabios. Asumo, pues, la deferente distinción no como una condecoración curricular sino como un compromiso con el estudio serio de la lingüística venezolana. En esta idea los dieciséis libros que he escrito hasta ahora, quince de los cuales han corrido la suerte de las prensas, son mis mejores credenciales para caracterizarme como estudioso de vocación estructurada y de imperturbable disciplina de trabajo. Estas mismas cualidades son, coincidencialmente, las que acompañaron a mis antecesores en el Sillón Letra R que, a partir de hoy, ocuparé en esta dignísima corporación, a la que me comprometo a dedicar mis mayores esfuerzos para su aún mayor ennoblecimiento. Fueron ellos: José María Manrique, miembro fundador de la Academia, amigo del imponderable Julio Calcaño y autor de la novela Los dos avaros; Manuel Díaz Rodríguez, uno de los nombres mayores de nuestra literatura y que, desafortunadamente, nunca llegó a incorporarse; Juan José Abreu, director de la Academia entre 1933 y 1940; Jesús Antonio Cova, escritor de obra sólida y sobrados méritos literarios; y, mi inmediato antecesor, Pascual Venegas Filardo, maestro indiscutible al que la rutina académica me encamina a construir, seguidamente, su bien merecido elogio. Me cupo en suerte ser su alumno en el último de los cursos de literatura venezolana que dictara en la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello; y, hoy, intentar sustituirlo en dignidad sentado en el propio sillón que él ocupó durante los años más fructíferos de su inteligencia de estudioso, de su sensibilidad de poeta y de su pasión como venezolano. He aquí, entonces, el merecido retrato que he concebido en su memoria. Elogio de Don Pascual Venegas Filardo Quizá la muerte de un poeta, más que cualquier otra, signifique para el mundo en donde actuó, un motivo de interminable pesar. Sacerdote espiritual de una generación, hombre privilegiado para comprender el significado de las iluminaciones, encantador de palabras, hacedor de paraísos y de infiernos, condiciones y cualidades estelares de todo poeta verdaderamente estelar. En Pascual Venegas Filardo (1911-2003), el hacedor de paraíso e infiernos, el encantador de palabras, el privilegiado de las iluminaciones y el sacerdote espiritual se reunieron en él, como en muy pocos casos en nuestra poesía durante la pasada centuria. Nacido poeta en 1936, a la luz del memorable Grupo Viernes, del que fue representante mayúsculo, la primera vocación de un escritor de renovadas vocaciones hizo que su producción poética creciera en libros de plácida y cruenta afectividad, en versos que son imágenes de un paisaje rescatado al adjetivado modernismo impresionista, en construcciones fluviales o eruptivas, en ecos de ausencia y, en suma, en músicas que sólo hablan de ese río de la muerte que es la vida. Serán sus títulos más perseguidos: Cráter de voces (1939), Música y eco de tu ausencia (1941), Círculo de tu nombre (1957) , Canto al río de tu nombre (1957), Los cantos fluviales (1962), Elegía de la sombra de tu paso (1967) y, entre todos, La niña del Japón (1961), su aporte a la revisión escalofriante sobre el significado de las guerras del fin del mundo: niños que no vieron la aurora, madres ahogadas en hogueras de fuego fulgurante, manos tendidas hacia el hijo hecho cenizas, triunfo del fuego, paz de un viejo samurai y, entre otras visiones, lluvias que inician sus pasos en la hierba. Estados todos que han quedado grabados en los versos de amor y terror de su poema “Nagasaki añora”: La tarde era una sola sensación de silencios Donde tan sólo tú reinabas pensativa. Nagasaki está allí sobre su azul bahía, Sus colinas no hablan pero su muda voz Cuánto dice al viajero que sabe su tragedia. Tras ese templo de alta torre cristiana, Bajo esos techos grises donde un hombre rubio Amó a lírica niña de alma de libélula; Frente a esos leones que celan el templo de Sofukii, Bajo ese monumento a una paz ganada con la muerte Laten las almas De los niños que no vieron la aurora. Están allí las madres ahogadas en la hoguera Del fuego fulgurante; Con las manos tendidas Hacia el hijo hecho cenizas por la ciencia enloquecida. Qué importa que en las noches de gala en grandes urbes Madame Butterfly diga su historia melodiosa Nacida ante este mar terso como una perla, Si aquí en estas colinas de verdes virginales, Si aquí frente a esta agua de inocentes reflejos, Si aquí entre estas gentes coronadas de risas, Si aquí entre estos pasos leves como sus dueñas, La memoria está viva Y la guerra atenaza en su recuerdo: El fuego venciendo todo lo refractario, El átomo dislocado trizando los tejidos, La explosión consumando el mayor de los crímenes. El doctor Venegas Filardo fue, y muy subrayadamente, una inteligencia ganada al pensamiento y a la reflexión. Su actividad de científico de la economía, de periodística cultural y de ensayista así lo hacen constar. Ocupan estas tres líneas de trabajo escriturario lo más extenso de su producción, además, una de las más voluminosas que se recuerden para el siglo XX. Infatigable y sistemático, dará cuenta de los procesos de cambio más notables en la economía y en la política agraria nacional. Paralelamente, y sólo en apariencia como si de otro escritor se tratara, dará cuenta minuciosa de todo lo editado en el país en ciencia y literatura, en sus célebres columnas: “Índice cultural” y “¿Ha leído usted?” (1968 y ss.), en el diario caraqueño El Universal. Se destacaría, además, en la edición de revistas de poesía como Poesía de Venezuela (1963 y ss.), así como en la elaboración de antologías poéticas (Poetas del Estado Lara, 1949; La poesía larense, 1982) y en la asesoría de proyectos enciclopédicos (Enciclopedia de Venezuela, 1973) Venegas Filardo como ensayista no deslucirá de sus anteriores vocaciones. Al contrario, aquí logran reunirse los dioses a los que consagró su intelecto y su amor: la ciencia y la literatura. Resultado de estas vinculaciones serían sus libros históricos, críticos y biográficos: Estudios sobre poetas venezolanos (1941), Notas de economía colonial venezolana (1947), Novelas y novelistas de Venezuela. Notas críticas (1955), El paisaje económico de Venezuela (1956), Biografía de Lisandro Alvarado (1956 y 1973), Aspectos geo-económicos de Venezuela (1958), Memoria de Teresa de la Parra (1965), Venezuela y sus regiones marinas (1961), Alejandro de Humboldt. Valor plural de la ciencia (1969), Tiempo en poesía. Notas críticas (1980), En periodismo son muchos los caminos (1982), Imagen y huella de Francisco Tamayo (1983), 53 nombres de poetas venezolanos (1990), Notas y estudios literarios (1992), Venezolanos del buen saber (1992) y, su afamado repertorio sobre la historia de las visitas científicas recibidas por el país: Viajeros a Venezuela en los siglos XIX y XX (1973 y 1991), que desarrollaría en su faz literaria para su “Discurso de Incorporación en la Academia Venezolana de la Lengua”, con el título: Venezuela en la palabra de viajeros y cronistas (1983).